Wolas! este fic esta basado en una historia de DIANA PALMER, una excelente escritora...com la historia me gustó mucho decidí hacer este fic, pero repito...la idea es de Hielo y Fuego, de Diana Palmer.
Los personajes le pertenecen a la genial Rumiko Takashi!
Diez
Él se quedó mirándola largo rato. Su cara estaba rígida como la de una estatua y tenía los ojos entrecerrados, como si estuviera calculando. Ella apartó la mirada, se sentía avergonzada. Nunca había confesado aquello a nadie, aparte de a Kikyo.
—Siento haber dejado que las cosas fueran tan lejos —dijo muy tensa—. No soporto la intimidad con un hombre. Recuerdo demasiado bien a donde conduce.
Él dejó salir una nube de humo.
—Es culpa mía —afirmó, y se movió en el asiento para dejar reposar su brazo en el respaldo mientras la observaba—. Últimamente he dedicado más tiempo a las dichosas fusiones que a las mujeres. No me había dado cuenta de que estaba tan necesitado.
Ella lo miró con el rabillo del ojo.
—Si te sirve de consuelo —dijo—, hacía mucho tiempo que no deseaba tanto besar a alguien.
Sesshomaru sonrió de medio lado.
—Lo mismo digo —murmuró. Ella sonrió y bajó la vista hacia su vestido que estaba completamente retorcido.
—Ahora entiendo por qué hacen cola para estar contigo —se rió—. Estás loco si piensas que es por tu dinero.
Él alargó un abrazó y tomó una de sus manos. La apartó de su regazo y la entrelazó con la suya mediante una lenta y excitante caricia.
—¿Eres capaz de hablar de tu matrimonio? —preguntó. Ella negó con la cabeza.
—Es demasiado doloroso —confesó—. Me casé muy ilusionada y acabé escarmentada. Destruyó todas mis ilusiones sobre el placer sexual.
Él suspiró.
—Debió de hacerte muchísimo daño.
Ella se encogió de hombros.
—Yo era virgen. No sabía nada de sexo aparte de lo poco que había leído en libros y de lo que contaban otras chicas. Me imagino que mi ignorancia lo exasperaba y las cosas fueron de mal en peor.
Los dedos de Sesshomaru se pusieron en tensión.
—La mayoría de los hombres se preocupa de ir despacio la primera vez para no hacer daño.
Ella se rió con amargura.
—No era el caso de Kouga—recordó—. La culpa era mía, la culpa era siempre mía... —se movió inquieta—. ¿Podemos cambiar de tema, por favor?
—En seguida —con la mano en la que tenía el cigarrillo, la obligó a volver la cara hacia él—. ¿Disfrutaste alguna vez?
Ella buscó sus ojos y esbozó un amago de sonrisa.
—No —admitió—. La primera vez me dolió y luego... me resultaba tremendamente desagradable.
—Una última pregunta y te dejaré tranquila. ¿Alguna vez sentiste con él lo que acabas de sentir conmigo? —preguntó con dulzura. Ella alzó ambas cejas.
—Si crees que voy a contestar a eso, te has vuelto loco —le dijo.
—¿Asustada? —quiso saber él. Ella hizo un pequeño puchero con el labio inferior.
—Sensata. Tu ego ya es demasiado pronunciado.
—No se trata de ego —dijo Sesshomaru negando con la cabeza—, sino de confianza en mí mismo. En algunos aspectos —aclaró mientras sonreía—. Contigo tengo que ir tanteando el terreno.
Ella arqueó una ceja.
—¿Literalmente? —murmuró. Él se rió.
—Normalmente actúo con más delicadeza de la que he mostrado esta noche. Dios, hace un momento me has puesto a cien. Y cuando he notado cómo te pegabas a mí, no he podido evitar acariciarte.
Ella se ruborizó y miró sus manos entrelazadas. Estudió la mano de Sesshomaru, mucho más morena que la de ella, enorme, de uñas cortas y fuerte.
—Me gustan tus manos —habló pausadamente. Los dedos de Sesshomaru se contrajeron.
—Y a mí las tuyas, encanto.
Se apoyó en el respaldo de su asiento y siguió fumando tranquilamente su cigarrillo. Se quedaron un rato callados. Era un silencio reconfortante y deliciosamente íntimo. Ella apoyó la cabeza en su hombro y, sin decir una palabra, él la atrajo hacia sí para que la mejilla descansara en su pecho.
—Aunque no tengo el menor deseo de hacerlo —dijo Sesshomaru unos momentos después—, supongo que deberíamos volver a casa.
Ella abrió los ojos y miró a través de la ventanilla.
—Me gusta estar contigo —confesó. Sesshomaru le dio un apretoncito en el brazo y ella notó su aliento en el pelo.
—Y a mí contigo —murmuró él—. Mucho.
Era como volver a ser una chica que tuviera su primera cita con un amigo especial. Ella frotó la mejilla contra su pecho y suspiró. Él apagó el cigarrillo en el cenicero y alargó la mano hacia la llave de contacto. Ella fue a apartarse pero él no se lo permitió.
—No —dijo con un tono raro, dulce, y la miró a los ojos un instante—. No, quédate donde estás. Me gusta sentirte ahí apoyada.
Puso en marcha el coche y retrocedieron para incorporarse de nuevo a la autovía. Durante todo el trayecto siguieron en aquella posición. El brazo de Sesshomaru la retenía como si fuera un tesoro.
Cuando llegaron a la casa todas las luces estaban apagadas. Él se bajó primero y le abrió la puerta. La tomó de la mano y caminaron así hasta el porche.
—Parece que se han ido todos a la cama —señaló él con una sonrisa. Ella levantó la vista.
—¿Tú crees que Kikyo y Inuyasha son amantes? —preguntó. Él la miró.
—No lo sé —respondió con calma—. Por el bien de ambos, espero que no hayan dejado que las cosas vayan tan lejos. No me gustaría que se tuvieran que casar a la fuerza, obligados por un embarazo no deseado.
—¿Y cómo sabes que sería no deseado?
Él la miró fijamente a los ojos.
—¿Tú querías tener hijos?
Ella asintió con la cabeza, repentinamente triste.
—Más que nada en el mundo pero él decía que no.
—Fue mejor que no los tuvierais, dadas las circunstancias —señaló él, y ella volvió a asentir con un gesto.
—¿Y tú? —sentía que había confianza para hacer aquella pregunta.
Por un instante, Sesshomaru dejó caer la máscara que siempre cubría su rostro y ella vio a un hombre que estaba muy solo. Él movió la cabeza arriba y abajo.
—¿Y ella no? —tanteó. Sesshomaru se rió con amargura.
—Decidió que un embarazo podría estropear su figura. No merecía la pena el sacrificio.
—Ay, Sessh, lo siento —murmuró compadeciéndolo.
Él la estudió durante un rato buceando en su mirada. Se le oscurecieron los ojos y el pecho subía y bajaba trabajosamente. La agarró del brazo y la arrastró hacia la parte del porche que estaba a oscuras; luego la ciñó lentamente contra su cuerpo.
—Si te asusto, dímelo —susurró con voz ronca e inclinó la cabeza hacia ella.
La boca de Sesshomaru se abrió en el momento en que rozó la de Kagome y su lengua le hizo separar los labios y la devoró en un silencio que ardía con nuevas sensaciones, nuevas emociones. Ella le deslizó los brazos alrededor de la cintura por debajo de la chaqueta abierta, y disfrutó del calor del cuerpo de Sesshomaru que ardía debajo de la tela fina de la camisa de seda. Se fundió con él. Adoraba la sensación de aquellas piernas fuertes pegadas a sus muslos, de los brazos que la abrazaban con firmeza y la ceñían aún más contra él. Con la lengua, le acarició el labio superior y exploró su interior húmedo con una sensualidad que era nueva en ella.
Él retrocedió, le costaba respirar.
—No hagas eso —murmuró con voz ronca. Kagome buscó sus ojos plateados con un abandono que también resultaba nuevo, casi sin aliento.
—Me gusta cómo sabes —respondió en otro murmullo. Luego sonrió con un brillo de fascinación en la mirada—. Sabes a humo.
De forma involuntaria, la boca de Sesshomaru esbozó una sonrisa.
—Y tú sabes a miel. Dulce, suave, tentadora... Demasiado tentadora para esta hora de la noche —añadió—. A menos que quieras acabar en la cama conmigo...
Un hormigueo recorrió a Kagome de pies a cabeza. Se quedó sin aliento al imaginarse la escena: la palidez de su piel en contraste con el cuerpo rubio y cubierto de vello de Sesshomaru, los dos tumbados en la cama, sus brazos rodeándole el cuello, dándole la bienvenida...
—Te estás poniendo colorada —murmuró. Ella bajó la vista al suelo y se separó. Lo que estaba sintiendo era demasiado nuevo.
—Creo que será mejor que demos el día por acabado, señor Youkai, antes de que pierda pie.
—Hace un momento era Sessh—dijo él mientras metía la llave en la cerradura, abría la puerta y la hacía pasar. Ella lo miró.
—Haces que me sienta como un animal en peligro de extinción —confesó y se rió.
—Y apenas he comenzado —murmuró él en tono travieso—. Ven a nadar conmigo por la mañana.
Ella vaciló.
—Había pensado ir al muelle y echar la caña, a ver si pesco algo —admitió. Él alzó mucho las cejas espesas.
—¿Te gusta pescar?
Ella se rió.
—Bueno¿es que nunca has visto a una mujer que le guste pescar?
—No es eso —contestó—. A mí me encanta pero prefiero la pesca de profundidad. Siempre que vengo a Shisuoka aprovecho para salir al mar.
Los ojos de Kagome se iluminaron.
—¿En serio?
—Voy a alquilar un barco —dijo—. Iremos a pescar una aguja azul¿qué te parece?
—Tú pescarás una aguja azul —enfatizó ella—. Yo miraré. No soy lo bastante fuerte como para sacar del agua un pez tan grande. Y creo que da muchos coletazos.
—Si prefieres que vayamos al muelle...
—No, no, por favor —se apresuró a decir—, nunca he salido a pescar en alta mar. La pesca de profundidad debe ser muy emocionante, me encantaría probar. Y tú pareces un experto.
Él se rió.
—De acuerdo. Tendremos que levantarnos muy temprano.
—¿A las cuatro está bien¿o antes?
Él le acarició fugazmente el pómulo y ella sintió que un delicioso estremecimiento le recorría la espalda.
—Las cuatro es buena hora. Tomaremos un café y luego comeremos algo en el barco. El patrón prepara unos desayunos magníficos —aseguró Sesshomaru con entusiasmo.
Ella sonrió y se alejó sin mucho entusiasmo hacia la escalera.
—¿Kagome?
Se giró con una mano ya en el pasamanos, y lo miró.
—Mañana déjate el pelo suelto —le pidió él.
Ella sonrió con timidez y asintió con la cabeza. Luego subió despacio las escaleras, arrastrando los pies, como si no quisiera separarse de él. Y Sesshomaru se quedó mirando cómo se alejaba hasta que desapareció de su vista.
Wenas! Bueno, bueno, no ha pasado nada del otro mundo pero parece que las cosas ya se van arreglando jajaja bueno ya sabeis...sed buenos/as conmigo y dejadme reviews que son mi motivación jajaja hasta la próxima.! Y muchas gracias a todos/as los/as que me dejais reviews!
