Wolas! este fic esta basado en una historia de DIANA PALMER, una excelente escritora...com la historia me gustó mucho decidí hacer este fic, pero repito...la idea es de Hielo y Fuego, de Diana Palmer.

Los personajes le pertenecen a la genial Rumiko Takashi!


Once

A las tres y media, Kagome ya estaba en pie a pesar de que casi no había dormido. Iba de un lado a otro de su habitación, de­seando que las manecillas del reloj se mo­vieran más deprisa para poder volver a ver a Sesshomaru cuanto antes. El golpe repentino en la puerta le hizo dar un salto. Corrió a abrir y se encontró a Sesshomaru de pie en el pasillo. Iba vestido con vaqueros y un polo rojo de manga corta que lo hacía parecer aún más moreno. Lle­vaba una chaqueta ligera al hombro.

—¿Estás lista? —preguntó con una sonri­sa y sus ojos recorrieron el cuerpo de Kagome. Ella llevaba también vaqueros, una camisa de color verde pálido y un jer­sey verde remangado hasta los codos.

—Claro que sí —respondió—. No sabía si te habrías despertado.

—No he podido dormir —confesó con una sonrisa fatigada—. Ni un minuto.

Ella levantó la vista y se quedó mirán­dolo.

—Yo tampoco —reconoció con voz suave.

Los dedos de Sesshomaru le acariciaron el pelo suelto y la obligaron a alzar el rostro hacia él para que los labios de los dos se tocaran. Era como poner en contacto una antorcha con hierba seca. Kagome se quedó sin aliento al sentir esos labios y sus ma­nos agarraron los antebrazos velludos de Sesshomaru con tal fuerza que los dedos se le quedaron blancos de tanto apretar.

—Dios... —gimió él, y la alzó en brazos antes de que ella pudiera protestar. Cerró la puerta de un puntapié sin dejar de besarla y la llevó hasta la cama.

—No —murmuró Kagome implorado mientras él la tumbaba encima de la colcha que poco antes había estirado con esmero.

—No pretendo que nos acostemos —pro­metió él echándose sobre ella. Su pecho subía y bajaba sobre los senos de Kagome mientras soportaba su peso con los brazos, a ambos lados de la cabeza de ella—. Sólo pretendo quererte un poco —le susurró jun­to a la boca—. Tocarte y sentir tu cuerpo pegado al mío —sus labios rozaron los de Kagome, jugando, provocando. Sonrió al notar la inmediata respuesta. Se rió y frotó su pecho suave contra los senos de ella para sentir cómo reacciona­ba ante aquella presión sensual.

—Delicioso —susurró sobre los labios entreabiertos de Kagome—. Es como hacer el amor a una virgen, sentir esas primeras respuestas vacilantes, temblorosas... ¿Todavía me tienes miedo?

—Más que nunca —confesó ella sin aliento. Tenía los ojos muy abiertos, per­plejos ante la novedad del deseo. Llevó las manos a los pómulos de Sesshomaru y lue­go sus dedos bajaron hasta la garganta, la pechera del polo.., y notó el calor y la fuerza de su cuerpo debajo de la tela.

—En cuanto me digas que pare, paro —dijo él, boca contra boca—. Bésame, fie­ra. Confía en mí y, esta vez, dame un beso como Dios manda.

Y eso hizo ella. Le ofreció la boca y dejó que él hiciera lo que quisiera mien­tras su cuerpo palpitante disfrutaba de la proximidad del de Sesshomaru. Entrelazó sus piernas con las de él y se fundió en un abrazo mientras seguían besándose y be­sándose y besándose...

—Así —susurró él temblorosamente mientras miraba los ojos apasionados de Kagome—, esto es hacer el amor, hacer el amor de verdad. No lo habías hecho antes¿verdad?

—No —murmuró ella. Sentía que todo su cuerpo se estremecía—. Nunca. Sessh...

Él respiró hondo y le revolvió el pelo afectuosamente.

—¿Hay algo que quieras preguntarme? —su voz era ronca—. Adelante, pregunta.

—Sólo si me prometes no reírte de mí.

Sesshomaru enroscó un mechón de la mele­na de Kagome alrededor de su dedo índice.

—No me reiré.

—La mayoría de los hombres... ¿tiene siempre mucha prisa cuando está en la cama con una mujer? —preguntó con cal­ma.

—Sólo algunos —sus ojos buscaron los de ella—. Los egoístas, a los que única­mente les interesa su propio placer.

Kagome apoyó las manos en el pecho firme de Sesshomaru y notó cómo subía y ba­jaba al ritmo de la respiración. La siguien­te pregunta empezó a cobrar forma en su mente pero vaciló.

—No, yo no —se adelantó a responder él tras leer la pregunta en su mirada—. A mí sólo me gusta si soy capaz de dar tanto pla­cer como recibo. ¿Eso era lo que querías saber?

Ella notó que se ruborizaba pero no bajó la vista.

—¿Puede ser de verdad placentero?

La expresión de Sesshomaru se endureció y le acarició levemente un pómulo.

—Pobrecita —murmuró—. Debe haberte hecho sufrir mucho para haberte dejado cicatrices tan profundas.

Kagome bajó los ojos hacia el cuello de Sesshomaru.

—Tal vez tendría que haber puesto más empeño —se reprochó ella—. A lo mejor si hubiera...

—Dudo mucho que hubiera servido de algo. Deja de mirar atrás, ya has sufrido bastante —le puso una mano en la frente para obligarla a alzar la vista hacia él—. Bueno, preciosa dama¿empezamos a desvestirnos el uno al otro o nos levanta­mos? Habrás notado que estás empezando a ejercer un efecto inconfundible en mi entrepierna...

Ella se echó a reír y en su interior brota­ron las sensaciones más maravillosas. Se sentía a salvo, protegida y muy femenina. Él le devolvió la sonrisa y depositó un beso entusiasta en sus labios antes de ro­dar hacia un lado y levantarse a continua­ción. Luego se inclinó y la levantó a ella también.

—Te parece divertido¿eh? —refunfuñó, y cruzó las manos por detrás de su cintura para ceñirla contra sí—. Conduces a un po­bre hombre indefenso a tu dormitorio, lo arrastras hasta la cama y luego lo despa­chas en el peor momento...

—¿Un pobre hombre indefenso? Seguro —sonrió y entrelazó las manos alrededor del cuello de Sesshomaru. La sonrisa se desva­neció mientras lo miraba a los ojos, unos ojos oscuros, brillantes—. Contigo todo es mágico —dijo sin pensar. Aquellas pala­bras expresaban lo que sentía.

Él se quedó un rato mirando su cara llena de fascinación antes de hablar.

—No te meteré prisa —prometió.

—Ya lo sé —ella levantó la cabeza y le dio un beso en la barbilla—. ¿Amigos?

—A no ser que hayas perdido el juicio —murmuró con una sonrisa pícara—, comprenderás que lo que siento está muy lejos de ser amistad.

Ella alzó la barbilla.

—Ya nada me sorprende —dijo pero se apartó de él. Sesshomaru se echó a reír y recogió del sue­lo su chaqueta antes de salir con ella de la habitación.

Kagome no recordaba haber vivido nun­ca un día tan cargado de emociones. Sesshomaru había alquilado un barco de pesca y ella estaba a su lado cuando capturó a una fe­roz aguja azul. El patrón y la tripulación también miraban esa lucha tan emocio­nante. Sesshomaru se ató a la silla situada en la plataforma móvil y peleó con el hermo­so animal que daba coletazos e intentaba deshacerse del anzuelo.

Sesshomaru no paraba de reírse, sus ojos brilla­ban mientras afrontaba el desafío y su piel morena enrojecía con el esfuerzo y el pla­cer de la batalla. Kagome podía vislumbrar al gran empresario que disfrutaba también cuando tenía que librar una batalla contra la junta directiva.

Cuando por fin consiguió izar al enor­me pez, las piernas le temblaban por el es­fuerzo.

Kagome, que había estado animando y dando saltos de emoción mientras duraba la lucha, al ver al noble animal colgando fuera del agua, tuvo un arrebato de com­pasión. Había luchado con valor y, sin embargo, había perdido, y le pareció una vergüenza matarlo sólo para llevarse el trofeo a casa.

—No hace falta que estés tan compungi­da, encanto —Sesshomaru se rió y la atrajo hacia sí mientras giraba la cabeza y le decía al ca­pitán que lo soltara.

Kagome no podía creer lo que estaba oyendo. Levantó la vista hacia él, aturdi­da, mientras el pez volvía a caer al agua y vio en el rostro de Sesshomaru algo que hasta entonces se le había pasado por alto.

—Ha sido un gran combate¿eh? —el ca­pitán, un hombre de edad, sonrió a Sesshomaru y Kagome mientras éstos observaban cómo la aguja azul se orientaba y se alejaba del barco.

—Y me ha hecho pasar un mal rato —agregó Sesshomaru—, pero se lo ve muchísimo mejor ahí en el agua que disecado y colga­do en una pared.

El capitán movió la cabeza en un gesto afirmativo y se mostró de acuerdo antes de volver a sus tareas.

—Exacto —dijo, y se rió—. Al fin y al cabo lo bonito es el deporte, no los trofeos.

—Eres una buena persona, Sesshomaru Youkai—afirmó Kagome, y lo pensaba de verdad. Él se encogió de hombros.

—La fauna marina no es tan abundante como para andar diezmándola por depor­te. Y no necesito rodearme de trofeos de caza y pesca para sentirme valiente.

Ella se puso de puntillas y le plantó un beso en la boca.

—Y eso ¿a qué se debe? —preguntó él tranquilamente.

Kagome bajó la vista y se acercó más a él mientras el capitán dirigía el barco de nuevo hacia la costa. De repente se le ha­bía ocurrido que nunca había conocido a un hombre que fuera tan hombre como el que estaba de pie junto a ella.

—Eh —murmuró Sesshomaru puso un dedo debajo de la barbilla de Kagome para obli­garla a mirarlo. Ella sonrió tímidamente.

—¿Qué?

Él se quedó mirándola a los ojos.

—Nunca he estado con una mujer que me hiciera sentir lo que siento contigo.

—¿Cómo hago que te sientas? —quiso sa­ber. Sesshomaru le acarició delicadamente la boca con un dedo y tomó aire lentamente.

—Como si fuera capaz de conquistar el mundo entero. Haces que me sienta com­pleto.

Él la hacía sentir de la misma manera pero ella todavía estaba demasiado inse­gura de sí misma como para admitirlo. Bajó la vista y escondió la cara en el hom­bro de Sesshomaru entre los pliegues de la chaqueta.

—Cielo santo, no hagas eso cuando esta­mos rodeados de gente —gimió él y su brazo se endureció.

—¿Hacer¿Qué? —preguntó.

—Tocarme de esa manera —murmuró y atrapó la mano de Kagome que, incons­cientemente, ella había llevado hasta la abertura de la camisa y había introducido debajo de la tela para acariciarle el pecho cubierto de vello.

—Ah —susurró aturdida. No se había dado cuenta de lo que hacía. Él bajó la vista y vio la sorpresa que ha­bía en sus ojos. Respiraba pesadamente.

—Cuando volvamos a casa, nos daremos un chapuzón —dijo, todavía estaba tenso—, y podrás tocarme todo lo que quieras.

Ella ocultó de nuevo la cara en la cha­queta, avergonzada, emocionada, tem­blando con un tipo de placer que nunca había experimentado antes.

—No temas —murmuró y la atrajo hacia sí mientras el barco se acercaba a la ori­lla—. Simplemente, deja que suceda, Kagome.

Como si pudiera evitarlo, pensó ella ce­rrando los ojos. Se sentía como si la hu­biera alcanzado una avalancha, no tenía a donde huir. Y tampoco estaba segura de querer hacer tal cosa.


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