Wolas! este fic esta basado en una historia de DIANA PALMER, una excelente escritora...com la historia me gustó mucho decidí hacer este fic, pero repito...la idea es de Hielo y Fuego, de Diana Palmer.

Los personajes le pertenecen a la genial Rumiko Takashi!


Doce

Cuando llegaron a casa, Kikyo y Inuyasha es­taban hablando con Izaioy. Kagome se dio cuenta de que no quería compañía; no soportaba ni siquiera pensar en otras per­sonas. Quería estar a solas con Sesshomaru. Éste le soltó la mano con notable re­nuencia y entraron en el salón mirándose el uno al otro.

—¿Dónde os habíais metido? —preguntó Izaioy. Había regocijo en su mirada.

—De pesca —respondió Sesshomaru mientras encendía un cigarrillo.

—¿Y habéis pescado algo? —quiso saber Inuyasha. Sesshomaru se rió.

—Una aguja azul pero la he vuelto a soltar. Era una cría.

—Una cría que pesaba varios cientos de kilos —murmuró kagome sonriendo.

—Nunca te entenderé —suspiró Izaioy—. ¿Para qué los pescas si no piensas quedártelos?

Inuyasha respondió por su hermano.

—La emoción, madre, el reto... Es como escalar montañas o participar en carreras de coches: el placer de la aventura.

—Pescar truchas también puede ser muy emocionante —murmuró Kikyo mirando tími­damente a Sesshomaru—. Papá, Kagome y yo solíamos ir a la montaña todos los años en la época de la trucha y vadeábamos las partes menos profundas del Rizu con la esperanza de agarrar alguna.

Sesshomaru parecía impresionado de ver­dad.

—¿Pescabais muchas? —preguntó a Kikyo. Ésta sonrió.

—Mi parte —admitió—. Pero me temo que yo no devolvía al agua las que pescaba. Me encanta la trucha asada.

Sesshomaru se rió.

—A mí también. Pero la aguja, en cam­bio, no es que me vuelva loco.

—¿Adónde ibais? —preguntó Izaioy. Sesshomaru toda­vía estaba mirando a Kagome.

—Habíamos pensado ir a nadar un rato —respondió con aire ausente.

—¡Qué buena idea! —intervino Inuyasha, y abrazó a Kikyo por la cintura—. Vamos con vosotros. Vamos, cielo —se dirigió a kikyo—, ve a cambiarte. ¿Vienes, Kagome?

Ésta lanzó una mirada a Sesshomaru con la esperanza de que no se notara lo decep­cionada que estaba. Para deleite suyo, él parecía tan frustrado como ella.

Cuando las dos hermanas llegaron a la playa, Kagome casi echó a correr hacia Sesshomaru que la estaba esperando. Ya era muy sensual cuando estaba vestido pero en bañador quitaba el hipo.

Estaba tan absorta mirándolo que ni si­quiera reparó en Inuyasha, que apareció de­trás de ellas y se llevó a Kikyo al agua. Sus ojos estaban clavados en Sesshomaru. Parecía una estatua griega. Su torso estaba cubierto por un vello rubio rizado que desaparecía for­mando una flecha debajo del bañador, y las piernas, fuertes y firmes, también esta­ban cubiertas de vello. Era el hombre más masculino que había visto en toda su vida, y le temblaron las manos ante la mera idea de tocarlo.

Él notó el intenso escrutinio, se giró y la miró; tenía un cigarrillo entre los dedos. La burla, la hostilidad que había al princi­pio en su mirada, había desaparecido. En sus ojos grises brillaba una emoción nueva y kagome sintió que las rodillas le flaqueaban al notar cómo la miraba. Fue hacia ella y recorrió con la mirada su bañador blanco y negro, las pequeñas curvas que dibujaban sus senos debajo de la lycra y el escote en pico, bastante pro­nunciado.

Tiró al suelo el cigarrillo y estiró los bra­zos hacia su cintura sin dejar de mirarla.

—Quiero que estemos solos —dijo con voz pausada. Ella acertó a esbozar una sonrisa burlo­na.

—¿Crees que estos dos se marcharán si les ofrecemos dinero?

Él se rió.

—¿Lo intentamos?

Los ojos de Kagome se derritieron cuan­do su mirada se encontró con la de Sesshomaru y sintió que la temperatura de su cuer­po aumentaba con la proximidad de sus cuerpos.

—Va todo muy deprisa... —murmuró dis­traídamente.

—Ya lo sé —de repente se inclinó, la alzó en brazos y se dirigió hacia la orilla—. Es­pero que sepas nadar —murmuró.

—Como un pez, señor Youkai—se rió y le echó los brazos al cuello. Le encanta­ba sentir el roce del pecho de Sesshomaru en sus senos. Él bajó la vista y alzó una ceja.

—¿Desnuda? —preguntó. Kagome sintió que el rubor encendía sus mejillas.

—La verdad —confesó—, es que nunca lo he probado.

Él la miró fijamente a los ojos.

—¿Te gustaría? —preguntó. Hablaba con intensidad—. ¿Conmigo?

Ella apenas podía respirar. No podía dejar de mirarlo y no se dio cuenta de que estaban en el agua hasta que una ola cu­brió sus senos y notó de repente el frío. Se pegó con fuerza a él y Sesshomaru se echó a reír al ver los esfuerzos que hacía por per­manecer por encima del nivel del agua.

—No permitiré que te ahogues —la rega­ñó—. Relájate, tampoco está tan fría...

—Está helada —lo contradijo ella rién­dose.

—Bueno, yo te daré calor, si ésa es tu única queja —murmuró, y dejó que Kagome resbalara hasta quedar de pie. Ella se acu­rrucó contra él, pegando su cuerpo al de Sesshomaru y entrelazando las piernas con las suyas.

—Nos vamos a hundir —murmuró. Sen­tía la respiración de Sesshomaru en los labios.

—Qué buena idea —respondió él miran­do a Kikyo y Inuyasha, que estaban jugando en el agua—. Si nos besamos debajo del agua, no podrán vernos —sugirió. Ella se estremeció ante la idea y sus la­bios se entreabrieron.

—Dios, ven aquí —gimió él y la agarró por la nuca para aproximar su cara a la de él—. Toma aire, cariño... —murmuró justo antes de tomar posesión de su boca.

Se sumergieron al mismo tiempo con las bocas unidas. Él la sujetaba por las nalgas y la apretó contra su pelvis hasta que ella gimió. Los dedos de Kagome en­contraron el vello áspero de su pecho y lo abrazó por el cuello mientras disfrutaba del placer de sentir el tacto de su cuerpo en las palmas de las manos. Se estaba ahogando, le faltaba el aire pero no le impor­taba porque lo deseaba a morir.

Salieron a la superficie al mismo tiem­po, jadeando. La falta de oxígeno y el de­seo los habían dejado sin aliento. Él la tomó de la mano y la condujo hacia la ori­lla.

—Hacer el amor debajo del agua puede tener sus riesgos —le explicó con una son­risa pícara mientras salía del agua y tiraba de ella—. No quería que nos ahogáramos intentándolo.

—Ha sido... increíble —susurró buscan­do las palabras que pudieran describir sus emociones.

—Sí —los ojos de Sesshomaru recorrieron posesivamente las curvas de su cuerpo—. Te deseo tanto que me resulta doloroso y ni siquiera puedo tocarte.

Le agarró una mano y la puso sobre su pecho, presionando la palma contra el ve­llo espeso y rizado. Su respiración se ace­leró cuando los dedos de Kagome acaricia­ron su cuerpo.

—Quiero tumbarme contigo en la arena —susurró mirándola a los ojos—. Quiero quitarte ese bañador, poner los labios so­bre tu piel y probar cómo sabe. Quiero acariciarte y atormentarte hasta que sien­tas como si estuvieras ardiendo y enton­ces... —murmuró inclinándose hacia ella, y el tono de su voz bajó mientras veía en los ojos de Kagome el deseo que había en­cendido con sus palabras—, entonces quie­ro tumbarme encima de ti y sentir que tu cuerpo me desea tanto como el mío a ti.

—No —rogó ella en un murmullo imper­ceptible.

—¿No me deseas? —murmuró él reco­rriendo su pómulo con el dedo pulgar. Ella se humedeció los labios.

—Sí —admitió, y notó que un estremeci­miento recorría su cuerpo al pronunciar esa palabra.

—Yo a ti también —murmuró Sesshomaru—. Estoy ardiendo y, aunque quiero mucho a mi hermano, ahora mismo desearía que estuviera en el otro extremo del mundo... ¡en Brasil!; y tu hermana con él.

Ella dejó escapar una risa temblorosa. La cara le ardía, en sus ojos brillaba el de­seo que él había encendido.

—Estamos en una playa pública —le re­cordó.

—Tanto peor —respondió mirándola a los ojos. Luego bajó la vista a su propio pecho. Los dedos de Kagome estaban explorando sus músculos.

—Esto era lo que querías hacer en el bar­co¿verdad?

—Sí —admitió ella mientras miraba cómo el pecho de Sesshomaru subía y bajaba pesada­mente bajo la leve presión de sus dedos. Le encantaba su tacto, su olor masculino. Él echó una ojeada y vio que Kikyo e Inuyasha se habían metido en el agua y se ale­jaban de la orilla nadando.

—Por fin —gruñó—. Un minuto de gracia.

Se giró hacia ella, le puso una mano so­bre el abdomen, se inclinó y la besó con un movimiento perfectamente natural y lleno de armonía.

—Ahora no están mirando —murmuró—, vamos a aprovechar mientras dura.

Mientras decía esas palabras la mano subió hacia sus senos y los dedos se desli­zaron debajo de la lycra del bañador. Sin dejar de mirarla, Sesshomaru llevó a cabo una exploración lenta y sensual que hizo que Kagome se quedara sin aliento y se arquea­ra involuntariamente hacia él con el de­seo de que la caricia leve de esos dedos que la atormentaban se transformara en algo más. La boca de Sesshomaru se cernía sobre la de ella.

—¿Quieres que siga? —susurró suave­mente.

—Sí, por favor —murmuró ella, cuyos dedos revoloteaban, nerviosos, sobre el cuerpo de Sesshomaru sin apenas tocarlo.

—Entonces ayúdame —susurró junto a su boca antes de tomarla de nuevo.

Los dedos de Kagome lo guiaron y mo­vió el hombro para que el tirante del baña­dor se deslizara con más facilidad. Notó cómo la mano de Sesshomaru se cerraba sobre uno de sus senos, la palma en contacto con el pezón duro, y gritó, pero su grito murió en la boca de él, que se volvió re­pentinamente posesiva y devoró la suya. Se vio sumergida en una ola de placer que la hizo temblar de la cabeza a los pies.

Al cabo de un momento, él se retiró. Sus ojos ardían de frustración y echó un vistazo por encima del hombro. Inuyasha y Kikyo volvían hacia la orilla, y de sus labios surgió un improperio.

Bajó la vista hacia Kagome, hacia la mano que aún reposaba sobre su piel blan­ca allí donde le había bajado el tirante. La mano se veía morena en contraste con su palidez y él la levantó un poco y la acari­ció. En los ojos de Sesshomaru se leía la fasci­nación que le producía la involuntaria re­acción del cuerpo de kagome cuando la tocaba.

—Nos van a ver —protestó ella vacilan­te.

—No pueden, yo te tapo —respondió. Sus ojos volvieron a mirarla—. Retiro lo que dije la noche que nos conocimos. Lo que menos necesitas es un sujetador con relle­no. Eres perfecta.

Ella se sonrojó al ver la adoración que se leía en sus ojos y al sentir el modo tan íntimo como sus dedos la tocaban.

—Mira —susurró él, señalando con la mi­rada los dedos morenos sobre su piel.

Ella tembló ante aquella visión y atrapó con su mano la de él mientras le dirigía una mirada implorante.

—¿Avergonzada? —quiso saber Sesshomaru—. Aquí —dijo, y volvió a colocar el ti­rante del bañador en su sitio, encima de su hombro, no sin reticencia. Ella no era capaz de mirarlo a los ojos. Se sentía como una colegiala sorprendida en pleno besuqueo con el chico más guapo de la clase. Le ardía la cara y se sentó en la arena con las rodillas contra el pecho.

Él se agachó a su lado y extendió un brazo para alcanzar el paquete de tabaco y el encendedor, que estaban junto al mon­tón que formaban las toallas apiladas so­bre la arena. Encendió un cigarrillo con pulso firme justo en el momento en que kikyo e Inuyasha se acercaban corriendo hasta donde estaban.

—¡Qué divertido! —exclamó Kikyo mien­tras alargaba el brazo en busca de una toa­lla para secarse el pelo.

—Ahora me comería un bocadillo —dijo inuyasha mientras se secaba el torso—. ¿Al­guien más tiene hambre?

—Yo —dijo Sesshomaru con una risa seca pero sólo Kagome sabía a qué se refería—. Venga, a ver si podemos llegar al frigorífi­co antes de que Rika empiece a preparar la cena.

—Pero vosotros dos no habéis nadado todavía —señaló Kikyo.

—Teníamos cosas mejores que hacer —respondió Sesshomaru mientras ayudaba a Kagome a ponerse de pie.

—Ahora sospechan algo —murmuró Kagome de camino hacia la casa. Sesshomaru y ella iban precedidos por los más jóvenes.

—¿No te alegras de que no tuvieran unos prismáticos a mano hace un rato? —dijo él en voz baja, y se rió al ver la cara que po­nía.

—No he tenido miedo —murmuró al cabo de un momento—. Me daba un poco de vergüenza, es una cosa nueva para mí..., pero no estaba asustada.

Sesshomaru se detuvo, la hizo volverse hacia él y le rodeó la cintura con las manos. Sus ojos grises la miraron con intensidad.

—No eres frígida —dijo con voz suave—. Y, si me dejaras, podría borrar todas las ci­catrices.

—Ya lo sé —admitió ella. Tenía los ojos fijos en su boca ancha, de labios cincela­dos—. Lo único que pasa es que todo va demasiado rápido...

Él le puso un dedo sobre los labios para hacerla callar.

—Te daré tiempo para que te acostum­bres a mí —dijo—. Sólo tomaré lo que tú quieras darme.

Ella estaba empezando a darse cuenta de que quería darle todo. Se giró y los dos siguieron andando sin hablarse pero toma­dos de la mano.

Kagome se preguntaba cómo podría mantener su mirada apartada de Sesshomaru esa tarde para que la familia no notara su innegable interés por él. El destino resol­vió el problema en su lugar. Sesshomaru esta­ba invitado a una cena que, al parecer, ha­bía olvidado hasta que una mujer de voz sexy llamó para recordárselo.

Kagome fue la que respondió al teléfo­no pues era la que se encontraba junto al aparato cuanto éste sonó, y sus ojos obser­varon a Sesshomaru mientras hablaba con su interlocutora. Su expresión no indicaba que aquello le agradara pero el tono de su voz mostraba que ambos se conocían des­de hacía mucho. En cuanto colgó, se dis­culpó y subió a vestirse.

Kikyo e Inuyasha decidieron ir a alquilar una película y se habían marchado cuando Sesshomaru volvió a bajar. Izaioy estaba ab­sorta en su serie de televisión preferida y kagome, que no tenía nada más urgente que hacer, la acompañaba, a pesar de ser cons­ciente de que la fecha límite para la entrega del libro estaba cada día más cerca.

—Me temo que volveré tarde —dijo Sesshomaru a su madre mientras se inclinaba para darle un beso en la mejilla—. No me espe­res levantada.

—No se me ocurriría —bromeó la ancia­na—. ¿Quién es ella, si puedo preguntar?

—Kanna Tsukigiro—respondió Sesshomaru—, y su hermano. Es para ese dichoso contrato de Seaside. Estamos intentando que nos concedan la exclusiva de su línea de pren­das de baño.

—Estoy segura de que si le guiñas el ojo a Kanna conseguirás lo que quieras —su madre se rió. Sesshomaru no sonrió y había inquietud en sus ojos mientras estudiaba la cara de Kagome.

—Kagome, ven un momento conmigo ahí fuera —se limitó a decir. Ella lo miró sin saber qué hacer. Sabía que Izaioy no perdía detalle.

—Yo...

Él extendió una mano hacia ella. Nada más, pero aquello fue suficiente. Kagome se levantó, murmuró algo a Izaioy y dejó que él la tomara de la mano y la guia­ra fuera. La noche olía a brisa marina.

—No tengo ganas de ir —explicó pausada­mente y se volvió hacia ella cuando llega­ron al coche—. Si ese contrato no fuera tan importante, me olvidaría de todo. A pesar de lo que ha dicho mi madre, no tengo ningún interés personal en Kanna. Sólo profesional.

Ella levantó la vista hacia él.

—No tengo ningún derecho sobre ti —le recordó.

—Ya lo sé. Tal vez quiero que lo tengas —replicó para sorpresa de Kagome y le aca­rició levemente un pómulo—. Mañana ha­remos algo diferente, iremos a algún sitio donde Inuyasha y kikyo no puedan dar con no­sotros.

—Tal vez sería mejor que no —respondió ella al recordar lo vulnerable que se volvía cuando estaba con él. Los ojos grises de Sesshomaru la atrave­saron. Tomó su cara entre las manos y la sujetó para que lo mirara.

—No tienes ningún motivo para tenerme miedo —dijo lacónicamente.

—No se trata de eso —protestó débilmen­te. Se derretía cuando la tocaba. Los pulgares de Sesshomaru acariciaron sensualmente sus labios.

—Entonces ¿es por tu educación victo­riana? —murmuró. Ella no pudo evitar echarse a reír.

—Ya, ya lo sé. Estamos en el siglo vein­tiuno¿verdad?

Él se inclinó y apretó suavemente su boca contra la de ella en un beso que era suave, tierno e intenso a la vez.

—¿Qué te parece si dejamos que las co­sas sigan su curso? —sugirió con un tono de voz grave arrastrando las palabras—. Además —añadió—, tú eres la que me arras­tra a las camas y me obliga a hacer cosas íntimas...

—¡Eres un sinvergüenza!

—Mujer lasciva... —replicó él inclinan­do de nuevo la cabeza. Su boca rozó de nuevo la de Kagome—. Dichosa Kanna —murmuró. Los ojos de Kagome lo observa­ban.

—¿Es guapa?

Él alzó una ceja y estudió sus ojos brillantes, su pelo largo y plateado, su cutis, suave y aterciopelado a la luz de la luna.

—Comparada contigo, ninguna mujer es guapa.

—Tú tampoco estás mal —contestó Kagome entre risas. Él tomó aire y respiró hondo.

—Te pediría que me esperaras pero no tengo ni idea de a qué hora volveré a casa. Mejor que nos veamos en el desayuno, ha­cia las seis.

Ella enarcó las cejas.

—¿Debería ponerme una trinchera?

Los ojos de Sesshomaru brillaron.

—¿Y qué tal si bajaras en salto de cama?

Los puños de Kagome le golpearon el pecho.

—Para.

Él sonrió.

—¿Por qué no te pones un vestido y vie­nes conmigo?

Ella negó con la cabeza.

—Porque no quiero pasarme la noche mirando cómo a otras mujeres se les cae la baba por ti.

La sonrisa de Sesshomaru se desvaneció lentamente y sus ojos penetrantes se cla­varon en los de Kagome, buscando en ellos la verdad más allá de las bromas. La tomó por la cintura y la alzó en el aire para que los labios de ambos estuvie­ran a la misma altura.

—Dame un beso de buenas noches y vuelve dentro. Hace fresco y no tienes nada para abrigarte.

Esa muestra de preocupación casi hizo que ella se echara a llorar. A lo largo de toda su vida, kikyo era la única persona a la que le había importado lo que pudiera ocurrirle. Era una novedad que alguien se preocupara por ella. Retuvo las lágrimas y apretó los labios contra los de Sesshomaru al tiempo que lo rodeaba con los brazos.

Él le devolvió un beso dulce, lento, in­terminable. Al cabo de un momento, le­vantó la cabeza. Sus ojos estaban muy grises y había una extraña ternura en ellos.

—Buenas noches —murmuró. Pero la besó de nuevo, y esa vez no fue un beso suave ni breve. Cuando volvió a dejarla en el suelo, Kagome sentía como si todo su cuerpo estuviera ardiendo.

—Será mejor que me vaya —dijo él lacónica­mente—, mientras todavía pueda. Buenas noches.

Ella se quedó allí de pie, mirándolo, hasta que el coche traspasó la verja de la entrada y se perdió en la oscuridad.

Izaioy le dirigió una mirada breve, regocijada, cuando volvió a sentarse en el sofá, delante de la televisión.

—La verdad es que no tiene ningún inte­rés en Kanna —le confió. Kagome sonrió.

—Creo que le arrancaría los ojos a esa pobre chica si lo tuviera —admitió con una sonrisa avergonzada. La madre de Sesshomaru se echó a reír y le dio unas palmaditas en la mano.

—Me alegro mucho de que tú y yo nos entendamos tan bien —murmuró—. Así me ayudarás a manejar a Sesshomaru.

Era demasiado pronto para pensar así, pero Kagome deseaba tanto que fuera ver­dad que ni siquiera protestó.

El teléfono sonó cuando el programa casi había acabado y Kagome respondió. Se quedó muy sorprendida al oír que quien estaba al otro lado de la línea era su agente.

—¿Por qué no estás en casa? —refunfuñó éste—. Por fin me ha saltado tu contesta­dor; las líneas estaban estropeadas... En fin —su tono de voz era triunfante—, tengo muy buenas noticias. ¿Te acuerdas de Gene Murdock? Bueno, pues quiere rodar la historia de tu último libro, pero se mar­cha de la ciudad mañana por la tarde. Quiere que nos reunamos los tres para ha­blar del contrato. ¿Podrás estar en mi ofi­cina mañana alrededor de las diez?


Wenas! Espero que os este gustando...porque ya se esta acercando el final de la historia pero no os preocupeis que aun han de pasar muchas cosas muahahahaha pero lo tendreis que adivinar...bueno espero que me dejeis muchos reviews eh! Y muchas gracias por vuestro apoyo! Hasta la próxima.