Wolas! este fic esta basado en una historia de DIANA PALMER, una excelente escritora...com la historia me gustó mucho decidí hacer este fic, pero repito...la idea es de Hielo y Fuego, de Diana Palmer.

Los personajes le pertenecen a la genial Rumiko Takashi!


Trece

Ni siquiera podía responder. Desde su llegada a Shisuoka, el libro era la me­nor de sus preocupaciones. Por extraño que pareciera, era como si perteneciera a otra vida, no a ésa en la que había irrumpi­do de pronto Sesshomaru Youkai.

—Eh... ¿por la mañana? —repitió.

—¿Te encuentras bien, cariño? —su agente se rió—. Eres Silver McPherson¿recuerdas, la autora de Ardiente pasión, el número uno en las listas de superventas desde hace cuatro semanas.

—Claro que me acuerdo —dijo tontamen­te—. A las diez de la mañana... Bueno, si hay algún vuelo que salga a las siete... Haré lo que pueda. Si no lo consigo, te lla­maré¿de acuerdo?

—Muy bien. ¡Y enhorabuena! Creo que va a ser un éxito. ¡Hasta luego!

Kagome se quedó mirando fijamente el auricular que todavía tenía en la mano consciente de la mirada curiosa de Izaioy. Tomoeda, por la mañana. Lo más probable era que tuviera que quedarse a dormir allí, y la idea de alejarse de Sesshomaru le resultaba insoportable. ¿Qué le ocurría? Antes de ir a Shisuoka, una oferta semejante habría sido lo mejor que le ha­bría podido pasar; en ese instante, en cam­bio, significaba sólo una barrera entre Sesshomaru y ella, un ladrillo más en la pared que su engaño estaba levantando entre ellos. Algún día se enteraría de a qué se dedicaba y ¿qué pensaría? Se pondría fu­rioso porque ella no le hubiera contado la verdad, eso seguro. Y ¿cómo afectaría su fama literaria a la imagen conservadora que a Sesshomaru le gustaba proyectar? Sintió un dolor tan profundo que las lágrimas arrasaron sus ojos.

—¿Te encuentras bien, cariño? —pregun­tó amablemente Izaioy. Kagome la miró.

—Eh, sí —respondió como un autómata—. Era... eh... es que mañana tengo una reu­nión. Es por un tema relacionado con unos dividendos... —se mostró deliberadamente vaga al respecto y dejó que Izaioy ex­trajera sus propias conclusiones.

—Gracias a Dios que yo tengo a Sesshomaru para ocuparse de manejar mis inversiones —contestó—. Y no hará falta que busques billete, Sesshomaru puede llevarte en su avión.

—No puedo pedirle que... —comenzó a decir Kagome.

—Claro que puedes. Ahora ven a seguir viendo la tele conmigo y no te preocupes, cariño. Todo se resolverá —prometió.

Kagome volvió a sentarse, pero su mirada mostraba inquietud. ¿Qué haría si Sesshomaru decidía acompañarla¿cómo podría man­tener en secreto la finalidad de su viaje?

Apenas durmió en toda la noche, dán­dole vueltas. Las cosas entre Sesshomaru y ella habían ido tan deprisa que no había tenido tiempo de pensar en los problemas y ahora le estallaban en pleno rostro. Ya no había ninguna razón lógica para escon­derle la verdad. Al menos, no una que él fuera a aceptar.

No fue de gran ayuda que Kikyo irrumpie­ra en su habitación y se sentara en el bor­de de la cama.

—¿Sesshomaru va a llevarte a Tomoeda esta mañana? —soltó—. ¿Qué pasa, es por el libro?

Kagome se dio media vuelta; sus ojos huían de la luz de la mañana, le dolía la cabeza.

—Sí —murmuró—. Quieren los derechos para una película.

—¡Una película! —exclamó Kikyo—. ¿De qué tipo?

—Para la televisión —consiguió respon­der, y se incorporó en la cama—. ¿Qué hora es?

—Las seis. ¿Por qué estás así¡Vas a ser famosa!

—No quiero ser famosa —gruñó—. Ojalá no hubiera escrito nunca un libro.

Kikyo se quedó mirándola fijamente.

—¿Qué...?

—No importa —Kagome escondió la cara entre las rodillas que tenía dobladas con­tra el pecho—. ¿Cómo voy a explicarle a Sesshomaru el motivo de este repentino viaje a Tomoeda? —gimió—. No quiero men­tirle.

kikyo dio un respingo.

—Ya entiendo. Estás colada por él¿ver­dad?

Kagome se rió débilmente.

—Es una manera de decirlo.

Su hermana se acercó más a ella y la abrazó para reconfortarla.

—Ay, Kagome, yo fui la idiota que te pidió que no le contaras lo de Silver McP­herson.

—No pasa nada. Todo se resolverá de al­guna manera.

kikyo se retiró y la miró con ojos pensati­vos.

—¿Estás enamorada de él?

La pregunta pronunciada en voz alta era demoledora. Kagome notó que se son­rojaba y que le brillaban los ojos. Kikyo se limitó a asentir con la cabeza.

—Ayer era obvio. Sesshomaru no podía apartar los ojos de ti y tú lo mirabas como si fuera el plato más delicioso del restau­rante...

—Él me desea —corrigió Kagome mien­tras estudiaba sus rodillas flexionadas—. Y como tú bien sabes, tengo un grave pro­blema al respecto.

—No, ningún problema —discutió Kikyo con dulzura—. Si lo amas, no tendrás nin­gún problema, todo será de lo más natural, ya lo verás.

—Es un tipo de compromiso que me ate­rroriza ¿no lo entiendes? —explicó Kagome—. No soy el tipo de persona que puede acostarse con alguien una noche y luego seguir tan tranquila. No soy así¡no puedo irme a la cama para satisfacer un apetito!

—Pero qué victoriana eres... —se burló Kikyo—. Créeme, si lo quieres como yo creo, no serás capaz de negarte. Triste pero cier­to.

Kagome levantó la mirada y Kikyo vio en ellos todo lo que sentía.

—Ay, Kikyo. Lo quiero tanto que casi me duele —dijo, y luego se rió.

—Me alegro mucho —respondió su her­mana—. Tenía miedo de que te conforma­ras con escribir y no pidieras nada más a la vida. Habría sido un desperdicio, Kagome.

—Pero ¿cómo voy a explicarle a qué me dedico? —suspiró—. ¡Es un lío!

—Y tú te agobias demasiado —Kikyo se puso de pie—. Venga, será mejor que te va­yas levantando. Kagome... ¿puedo pedirte un gran favor? El último, te lo juro.

—Sabes que puedes.

Kikyo se encogió de hombros.

—¿Podrías mencionarle a Sesshomaru que, bueno, que Inuyasha y yo estamos dispuestos a esperar unos meses, o sea, a estar unos meses sin vernos para demostrarle que es­tamos totalmente seguros el uno del otro? —sonrió—. Y a lo mejor también podrías engatusarlo un poco¿no?

—¡Serás pícara! —le reprochó Kagome. Retiró la sábana, se puso de pie y se esti­ró—. Sí, claro que hablaré con él, si me es­cucha.

—Díselo cuando estés vestida como ahora —sugirió Kikyo señalando el camisón transparente—. Seguro que te escucha —sonrió y, apenas había salido de la habi­tación, la almohada se estrelló contra la puerta.

Cuando Kagome bajó con la maleta y el bolso, Sesshomaru se hallaba ya sentado a la mesa, desayunando con toda la familia. Ella dejó el equipaje junto a la puerta de entrada y un hormigueo la recorrió al no­tar que él examinaba el inmaculado traje de chaqueta blanco de hilo que había combinado con una blusa beige y bolso y zapatos del mismo color. Un atuendo muy formal.

—He oído que nos vamos a Tomoeda —murmuró con una sonrisa pícara que es­taba dirigida sólo a ella.

—Po...podría sacarme un billete en línea regular —tartamudeó y se sentó rápida­mente en la silla que él había retirado para ella.

—No seas ridícula —dijo—. Aprovechare­mos para ver algo.

Ella lo miró con timidez y leyó en sus ojos grises lo que estaba pensando.

—¿Seguro que no te importa?

Él se rió.

—Claro que no. Pasaremos la noche y volveremos mañana.

—Sesshomaru tiene una suite en un hotel de allí —explicó Izaioy—. Pasa mucho tiempo en Tomoeda trabajando, ya lo sabes. Es muy acogedora¡y la comida del hotel es deliciosa!

—Y la puerta del dormitorio se puede cerrar con llave —murmuró Sesshomaru al ver la expresión acorralada de la cara de Kagome y se echó a reír cuando se dio cuenta de que los demás intentaban ahogar la risa.

—No te atrevas a seducirla —le advirtió Izaioy con expresión altanera—. Me niego a que mi amiga se convierta en otra de tus conquistas.

Sesshomaru sonrió a su madre. Estaba re­matadamente guapo con su traje gris, que lo hacía parecer más alto y más rubio que nunca.

—Ella nunca sería eso —dijo, y su expre­sión cambió y se hizo más intensa cuando miró a Kagome. Izaioy vio esa mirada y bajó los ojos, sonriendo, a su café.

Kagome se sentó rápidamente junto a Sesshomaru en la cabina y contempló cómo las manos hábiles de él manejaban los mandos mientras el pequeño jet atravesa­ba las nubes.

Tras la muerte de Kouga, siempre había pensado que sería incapaz de volver a volar en un avión pequeño, pero hacerlo con Sesshomaru era toda una experiencia. Se mos­traba precavido pero con una gran con­fianza y dominio, y a su lado se sentía más segura de lo que se había sentido nunca junto a otro ser humano. Era extraño lo bien que estaban los dos juntos a pesar de que su pulso siempre se aceleraba cuando él estaba cerca. Miró cómo manejaba el avión y se preguntó si así la manejaría también a ella, con esa suavidad y esa confianza en sí mismo. Estaba casi segura de que así sería y temía más que nunca lo que se avecinaba.

La suite del hotel de Sesshomaru era muy lujosa pero Kagome apenas tuvo tiempo de dejar la maleta en el suelo antes de salir corriendo y montarse en un taxi. Dejó a Sesshomaru en la suite con una historia de lo más convincente: tenía que hablar de unas disposiciones legales con el abogado de su marido. Odiaba mentir y mientras lo hacía decidió que tenía que encontrar el modo de contarle la verdad.

Su agente, Kio Asawa, la estaba esperando en su oficina, todo sonrisas, y la hizo sentar al lado de Gene Murdock, que era la mitad de alto que Kio y el doble de mayor. Estaba entusiasmado con el pro­yecto de hacer una película con su saga de la Guerra Revolucionaria.

La reunión se prolongó bastante pero al final se quedó convencida de que Mur­dock haría un buen trabajo. Más impor­tante aún, Kio también estaba seguro. Se pusieron de acuerdo en los términos del contrato: le pagarían un adelanto que ser­viría para asegurar su futuro. Estrechó las manos de los dos hombres y se metió en el ascensor mareada.

Una cosa era cierta, pensó, tendría que contarle la verdad a Sesshomaru muy pronto. Cualquier día empezarían a hacer publici­dad y Silver McPherson se volvería más famosa de lo que ya era. No podría sopor­tar que Sesshomaru lo supiera por un tercero, eso la haría sentir aún más culpable.

Regresó al hotel y lo encontró hablando por teléfono con el ceño fruncido. Sus la­bios dibujaban un línea delgada mientras oía lo que le estaba diciendo su interlocu­tor.

—No —dijo bruscamente, echando un vistazo a Kagome cuando ésta entró por la puerta—. No, eso no va a funcionar. Ya te he dicho que mi abogado me advirtió que había que cambiar esa cláusula, y no fir­maré nada hasta que así sea. ¿Que si pue­do qué? Maldita sea —dijo refunfuñando y exhaló un suspiro que sonó más como un bufido—. De acuerdo¿dónde¿A qué hora? Allí estaré —colgó el teléfono de un golpe.

—¿Problemas? —preguntó ella. Él la estudió con las manos metidas en los bolsillos.

—Nada grave. Por desgracia, va a lle­varme el resto del día. Había planeado que hiciéramos un montón de cosas.

Ella se encogió de hombros.

—Cuando se trata de trabajo, uno no puede negarse. Lo entiendo —sonrió—. No pasa nada.

—Sí que pasa —contestó acercándose. La agarró por los hombros y la atrajo hacia sí lenta, sensualmente. Su respiración se volvió tan irregular como la de ella—. ¿Mejor? —la provocó, y sus manos atrapa­ron las caderas de Kagome y la apretó con­tra sus muslos. Fue un movimiento pere­zoso, perturbador. Ella atrapó sus manos pero eso no lo disuadió.

—Así —murmuró y sus labios entrea­biertos descendieron hacia la boca de ella—. Ayúdame...

Kagome contuvo la respiración mientras él se movía y sintió su excitación antes in­cluso de que su boca la obligara a separar los labios y dejar que su lengua, cálida y cargada de deseo, penetrara entre ellos. Kagome también se movió, se apretó contra él a medida que la magia de sus brazos se apoderaba de ella y la derretía. Llevó los dedos a los botones de su cami­sa y le desabrochó cuatro de ellos con mano trémula.

—¿Quieres tocarme? —susurró él junto a su boca.

—Me muero de ganas —admitió ella con una voz rara, ronca. Introdujo la mano por la abertura, debajo de la tela, y dejó que sus dedos se enredaran en el vello rizado que cubría el pecho cálido de Sesshomaru.

Él se echó un poco hacia atrás conte­niendo la respiración mientras contempla­ba esa mano sobre su pecho desnudo.

—Échate conmigo —dijo con voz ronca—. Vamos a hacerlo como Dios manda.

Ella alzó los ojos y respiró hondo.

—Tienes una reunión.

—Puedo perdérmela —respondió lacóni­camente.

—Pero no debes —murmuró leyendo en sus ojos. Él exhaló un gran suspiro.

—No —admitió.

Kagomee se inclinó hacia delante y puso los labios sobre su pecho antes de empe­zar a abotonar nuevamente la camisa. No­taba cómo temblaba Sesshomaru.

—Yo que tú, compraría un cerrojo para la puerta del dormitorio mientras estoy fuera —sugirió—. Y será mejor que pongas todos los muebles contra la puerta.

—Cavaré delante una trampa para tigres de bengala mientras estás en esa reunión —prometió pero en sus ojos se leía adora­ción. Él se inclinó y le dio un beso suave.

—Volveré en cuanto pueda —prometió—. ¿Me echarás de menos?

—Ya te echo de menos


Wolas! ke os ha parecido? Os ha gustado? Jajaja espero que si...como podeis ver esta relación va evolucionado...Como creeis que se tomará Sesshomaru lo de Silver McPherson? Ya lo descubrireis ya...gracias por los reviews y dejadme más okis? Que son un buen incentivo para actualizar pronto!