Wolas! este fic esta basado en una historia de DIANA PALMER, una excelente escritora...com la historia me gustó mucho decidí hacer este fic, pero repito...la idea es de Hielo y Fuego, de Diana Palmer.

Los personajes le pertenecen a la genial Rumiko Takashi!


Quince

A la mañana siguiente, se despertó so­bresaltada y se sentó en la cama. Se mor­dió el labio inferior al recordar; a su men­te acudían escenas y fragmentos de la noche anterior. Sus largas piernas se deslizaron fuera de la cama y se dirigió hacia su maleta. Sacó de ella un par de pantalones azul marino y un blusa blanca. Fue al cuarto de baño y se duchó rápidamente, agradecida al secador por poner algo de orden en su pelo. Se ma­quilló más de lo habitual para camuflar las ojeras y los labios hinchados. La realidad parecía más dura a la luz del día que la no­che anterior. En ese instante, agradecía que la inesperada interrupción hubiera evitado que hiciera el amor con Sesshomaru.

—Idiota —se riñó—. Eres una idiota.

No sabía cómo iba a poder mirarlo a la cara. Ojalá no hubiera bebido tanto. Ojalá se hubiera resistido...

Hizo la maleta metódicamente, la cerró y dejó el bolso encima. Luego se puso una americana azul sobre los hombros, abrió la puerta y cruzó el vestíbulo de la suite.

Sesshomaru estaba en el salón, explorando el contenido de unas bandejas que, apa­rentemente, acababa de dejar allí el servi­cio de habitaciones. El desayuno consistía en huevos con salchichas, tostadas y café. Él levantó la vista en cuanto ella entró en el saloncito. Llevaba un polo amarillo de manga corta que dejaba al descubierto sus poderosos brazos. Tenía los ojos rojos, igual que ella, y no podía disimular sus ojeras debajo del maquillaje.

—Buenos días —acertó a decir Kagome con voz ronca y tensa pero evitó mirarlo a los ojos.

—Buenos días —respondió él con igual reserva—. Siéntate y desayunaremos algo antes de volver a Shisuoka.

Ella se sentó y se puso la servilleta en el regazo antes de tomar la taza de café y be­ber un sorbo.

Él hizo lo propio y ninguno de los dos dijo ni una palabra mientras comían. Los ojos plateados y preocupados de Sesshomaru no se apartaban de ella.

—Kagome...

Ella levantó la vista y el cuchillo se le cayó encima de los huevos revueltos que apenas había tocado. Vio su propio pesar reflejado en el rostro de Sesshomaru.

—No pasó nada —le recordó él. Ella sonrió con melancolía.

—Por los pelos —apuntó.

—Y aunque así hubiera sido¿acaso se habría acabado el mundo? —inquirió. Se levantó y fue hasta ella. Se arrodilló a su lado y le pasó un brazo por detrás de la cintura y otro por el regazo—. Contéstame. Si hubiéramos hecho el amor¿sería tan horrible?

—Tú mismo has dicho —suspiró—, que tengo una concepción de la vida muy vic­toriana, herencia de mi abuela McPher­son, la cual decía que si una chica se deja­ba seducir, lo mejor que podía hacer era arrojarse por la ventana.

—¿Y no depende eso de quién la seduz­ca? —preguntó secamente.

—Para la abuela, no —miró los ojos plateados y sonrientes y se relajó por primera vez esa mañana—. Fue por el vino, ya lo sabes —dijo en tono suave.

—Eso no me lo creo —replicó. Le tocó el muslo y la pierna de Kagome se tensó invo­luntariamente con la sensual caricia—. Nos deseamos, no hay de qué avergonzarse. Es muy humano.

Kagome adelantó su labio inferior e hizo un puchero.

—Sale barato.

Sesshomaru alzó las cejas sobre sus ojos sonrientes.

—Bueno, esta suite es bastante cara.

Ella le dio un empujón en el hombro con la palma de la mano.

—Para ya —lo regañó—. Sabes a qué me refiero. Ahora la gente... hace el amor sin asumir ningún compromiso, pero yo no puedo tomármelo a la ligera.

Él respiró pausadamente y se quedó es­tudiando su cara un buen rato.

—No te dije lo que siento por ti¿ver­dad? —llevó los dedos a su barbilla y le hizo girar la cara y mirarlo—. ¿Crees que es sólo atracción física¿que serías tan sólo una marca más en el poste de la cama?

—No te lo reprocho —replicó ella como si aceptara la realidad—. Eres un hombre.

—Y tú una mujer. Muy mujer. La prime­ra mujer —añadió con una mirada pene­trante—, que toco desde hace varios meses. Trabajo mucho y no tengo aventuras, ni siquiera breves.

—¿Sólo aventuras de una noche?

—Eso es lo que suelen durar —admitió—. Incluso cuando estoy muy interesado en una mujer. Desde que me divorcié, no he querido comprometerme.

Ella lo miró intensamente.

—¿Estás buscando cicatrices? —quiso sa­ber él—. No se ven a simple vista.

Kagome negó con la cabeza.

—Estoy tratando de imaginarme qué clase de mujer pudo atraerte lo suficiente para arrastrarte al altar.

En la boca sensual de Sesshomaru apareció una sonrisa.

—Ella era, es, una pelirroja voluptuosa que me hizo perder la cabeza. Yo tenía veinticinco, recién salido de la universi­dad y nombrado vicepresidente de la em­presa, y creía en el amor para toda la vida. Me curé en dos años y decidí divorciarme de ella la noche que la encontré en nuestra cama con su último amante.

—¿Lo conocías?

Él se rió.

—Era su decorador.

—¿Te abandonó por...? —el tono de Kagome era de incredulidad. Él la estudió.

—Lo dices como si te costara trabajo imaginar que una mujer pudiera dejarme por otro hombre.

—Y me cuesta —confesó ella apartando la cara—. Será mejor que acabemos de de­sayunar.

—¿Qué responderías —preguntó mien­tras entrelazaba sus dedos con los de ella—, si te dijera que yo no podría abandonarte por otra mujer?

Los ojos de Kagome se agrandaron y se quedó con la boca abierta mientras su mi­rada se encontraba con la de Sesshomaru, que era tranquila, relajada.

—¿Me lo dices... en serio?

Él se llevó los dedos de Kagome a los la­bios y depositó en ellos un beso.

—Sí.

Luego le dio la vuelta a esa mano y se llevó la palma a los labios. Su respiración era vacilante y sus dedos apretaron los de ella.

—Si quieres la luna, te la traeré —susurró medio en broma—, con tal de que me pro­metas que nunca me dejarás.

Los ojos de Kagome se llenaron de lágri­mas mientras contemplaba cómo Sesshomaru se levantaba y tiraba de ella para ponerla también de pie. La rodeó con los brazos y la ciñó contra su cuerpo firme y grande. ¿Qué podía decir? Al cabo de unas horas habrían regresado a Shisuoka y tendría que contarle la verdad. Se daba cuenta de que no había futuro para ellos si no se sin­ceraba con él. Tendría que confesarle su secreto aunque eso pudiera representar el final de su relación.

—Sólo si tú me mandas a paseo —prome­tió y se apretó contra él mientras aspiraba su olor.

—¿Mandarte a paseo? —Sesshomaru se rió—. Dios mío, pídeme algo fácil, como que me corte un brazo; no me dolería ni la mitad que mandarte a paseo —sus brazos la apre­taron—. Kagome, te... te deseo.

Sonaba como si estuviera diciendo una cosa pero refiriéndose en realidad a otra muy distinta. Ella contuvo la respiración y levantó la vista hacia él.

—Sesshomaru, cuando volvamos, tengo que confesarte algo; es algo que... debes sa­ber. Y tal vez no te guste, o deje de gustar­te yo.

Él alzó una ceja.

—Que no estás tomando la píldora¿es eso? —bromeó. Ella sonrió.

—Pues la verdad es que no tomo la píl­dora pero no es eso lo que tengo que con­tarte.

—Entonces ¿de qué se trata?

Parecía tan preocupado que estuvo a punto de contárselo todo pero las pala­bras no le salían.

—Hoy no —dijo.

—De acuerdo. Hoy no —la agarró por la cintura y la alzó en el aire para que sus bo­cas estuvieran al mismo nivel—. He soña­do contigo —murmuró mientras la apreta­ba más contra sí—. He soñado que hacíamos el amor —su boca le separó los labios, los mordisqueó, jugó con ellos—. Era tan real que me he despertado empa­pado en sudor y abrazándote en la cama.

Los brazos de Kagome le rodearon el cuello. Ella frotó su nariz contra la de él y sonrió perezosamente.

—¿Y estaba ahí? —murmuró. Él se rió.

—La sensación era la misma —respon­dió—, pero al abrir los ojos he visto que es­taba abrazando la almohada de plumas.

—No pensaba que fuera tan flácida —su­surró mientras Sesshomaru la besaba.

—Tan suave —la corrigió—. Y sólo en ciertas partes. Por ejemplo..., aquí —aña­dió, y la levantó más, de modo que su boca alcanzó el valle entre sus senos. In­cluso a través de la tela, el beso resultaba perturbadoramente íntimo y ella contuvo la respiración con un jadeo audible.

Él dejó que resbalara pegada a su cuer­po hasta que los pies llegaron al suelo y se quedó mirándola fijamente un rato.

—Sólo con mirarte —dijo con voz pausa­da, grave—, me pongo a cien. Bruja, hechi­cera...

—Tú también has debido hacer algún sortilegio¿sabes? —replicó ella. Apoyó las palmas de las manos sobre su pecho y noto los fuertes músculos que se contraje­ron con aquel leve contacto—. Cuando nos conocimos, me preguntaba si todo tu cuer­po sería tan peludo como tus brazos... —de repente se echó a reír y, cuando levantó la vista, sus ojos brillaban con malicia.

Él también se rió. Entrelazó las manos por detrás de su cintura y la hizo balance­arse de un lado a otro con afecto.

—Pues sí, ya lo viste anoche.

—He decidido que me gustan los hom­bres peludos —anunció—. Así tiene una en qué ocupar las manos.

—¿En qué¿en dar tirones? —la repren­dió, y la apretó contra sí—. Dios mío, me tienes atrapado. No quiero compromisos pero sería mucho peor tener contigo una aventura corta. Aparte de en ganar dinero, tú eres en lo único en lo que pienso.

—Me alegra saberlo —dijo ella—, porque desde la primera vez que nos vimos yo sólo he pensado en ti.

—Cariño —murmuró él con voz temblo­rosa. La besó con tanta ternura que los ojos de Kagome se llenaron de lágrimas. Tomó la cara de Sesshomaru entre las manos para animarlo a que siguiera besándola... eter­namente. Después de un rato, él la empujó hacia atrás con suavidad para apartarla y suspiró.

—No más de esto por el momento —dijo con voz ronca—. Durante los próximos días, trataremos de conocernos el uno al otro sólo mediante la palabra.

Ella se quedó mirándolo.

—¿Y luego?

Él sonrió.

—Me parece que ya lo sabes. Y yo tam­bién.

Los ojos de Kagome se llenaron de in­quietud.

—Hay muchas cosas de mí que no te imaginas.

—Ya me enteraré —murmuró. La besó dulcemente—. Vamos.

—Sesshomaru...

Él se dio la vuelta en el vestíbulo, ya con las maletas en la mano.

—¿Qué, preciosa?

—¿Qué pasa con Inuyasha y con Kikyo? —pre­guntó pausadamente. Él se rió al ver su expresión preocupada.

—Sabes muy bien que ahora mismo te daría cualquier cosa que me pidieras. Les daré mi bendición¿de acuerdo?

El rostro de Kagome se iluminó. Al me­nos, algo bueno saldría de todo aquel sub­terfugio. Kikyo, por lo menos, sería feliz.

—Gracias —dijo, y sonrió. Él la acercó hacia sí mientras salían por la puerta.

—Sólo espero que sean tan felices como nosotros.

Iba a recordar esas palabras más tarde, cuando aterrizaron en Shisuoka. Iba a recordarlas vivamente. Siguió a Sesshomaru al interior de la terminal con la chaqueta al brazo, tratando de no quedarse rezagada, y el destino salió a su encuentro.

—¡Dios mío, es ella! —exclamó una voz estridente y una mujer de pelo blanco se interpuso en su camino. La anciana tenía en la mano un ejemplar de Ardiente pa­sión y sus ojos iban, alternativamente, de la foto de la solapa a la cara de Kagome. Ésta sintió la tentación de echar a co­rrer, pero eso sólo empeoraría las cosas.

—Es igual que en la foto ¿verdad? —la mujer le tendió el libro a Sesshomaru. Éste se quedó contemplando fascinado la foto de Kagome en la solapa de la cubierta del best seller—. La habría reconocido en cualquier parte. ¿Cuándo va a publicar la próxima novela? —continuó la mujer, totalmente ig­norante del desastre que acababa de pro­vocar—. ¡Leo todo lo que escribe! La ad­miro muchísimo, sus libros tienen algo que no sé definir pero que me atrapa desde la primera página.

—Eh..., pronto. A principios del año que viene —acertó a responder Kagome—. Perdone, tengo que irme.

Pasó corriendo por delante de su admi­radora, a la que un Sesshomaru de rostro rígido y mirada furiosa acababa de devolver precipitadamente el libro. Kagome sintió que su mundo se derrumbaba y contuvo las lágrimas que arrasaban sus ojos mien­tras lo esperaba fuera de la terminal, don­de el calor a esa hora de la mañana era considerable.

Él no tardó en aparecer. Kagome notó su presencia junto a ella antes incluso de que sus ojos lo vieran, y levantó la mirada ha­cia él con reticencia.

—Bueno, bueno —dijo Sesshomaru fríamen­te—. ¿Conque unos cuantos artículos para el periódico de la ciudad, eh?

Ella entornó los párpados y respiró hondo.

—Pensaba que eras una persona muy convencional —respondió—. Temía arruinar las posibilidades de Kikyo con Inuyasha si te contaba la verdad. Soy... soy bastante fa­mosa.

—Efectivamente —reconoció él—. He vis­to ese dichoso libro encima de las mesas de todas las secretarias de la empresa y esa portada está en los escaparates de todas las librerías. Una lástima que no me haya to­mado la molestia de abrirlo¿verdad?

Ella retrocedió con ojos llenos de pesar.

—¿Tanto importa, Sesshomaru?

La expresión de él era fría. Ni siquiera le sonrió.

—Me has mentido.

—No —protestó ella—. Sólo he omitido contarte a qué me dedico.

—Al final, el resultado es el mismo —concluyó él—. Y lo peor de todo es que lo has hecho por tu hermana. ¿Y lo de ano­che también? —preguntó fríamente.

Sin ser consciente de lo que hacía, ella alzó un brazo y le acarició la mejilla. Él le agarró la muñeca con rudeza pero no le retiró la mano.

—Tendrás que decirme cuánto te debo —su voz sonaba rara, como la de un desco­nocido, y en sus labios, los labios que ella había besado ardientemente la noche ante­rior, apareció una sonrisa despectiva—. Quiero pagar por mis placeres.

Con ese comentario la hirió más que si la hubiera abofeteado. Los ojos de Kagome se llenaron de lágrimas y se alejó.

—¿Adónde vas? —preguntó él con frial­dad—. El coche está por ahí —la guió hasta su plaza en el aparcamiento, se montaron y volvieron a casa sin intercambiar ni una sola palabra en todo el trayecto.

Kagome entró en la casa como un zombi. Dio gracias por que no hubiera nadie en el vestíbulo y se dirigió directamente a su dormitorio. No había hecho más que en­trar y dejar el bolso encima de una silla cuando Kikyo apareció corriendo con cara esperanzada y ojos llenos de inquietud.

—¿Has hablado con él? —se apresuró a preguntar, sin reparar en que la puerta del dormitorio estaba abierta—. ¿Has conse­guido engatusarlo? —añadió en tono frívo­lo, refiriéndose al comentario que le había hecho un par de días atrás, que era tan sólo una broma entre ellas.

Sin embargo, para el hombre furioso que estaba en el umbral con la maleta de Kagome en la mano, aquel comentario con­firmaba sus peores sospechas.

—Venid las dos al salón —dijo Sesshomaru con voz grave. Se dio la vuelta y desapa­reció. Kagome notó que las lágrimas arrasaban sus ojos y se deslizaban por sus mejillas mientras Kikyo la miraba sin comprender nada.

—Ya sabe quién soy —tragó saliva y la cara de Kikyo se volvió borrosa—. Y lo que es peor, cree que he estado fingiendo que me gustaba para conseguir que te diera su aprobación.

La cara de Kikyo se contrajo.

—Estás enamorada de él —murmuró. Kagome asintió y luego se derrumbó.

—Va a decirnos que nos vayamos a casa, Kikyo —lloró en el hombro de su hermana—. ¡Lo siento, lo siento mucho!

De repente, Kikyo era la fuerte de las dos y se apresuró a consolarla a pesar de sus propios miedos y aprensiones.

—No te preocupes —dijo, repitiendo las palabras que Kagome solía decirle en los momentos de angustia—, todo se va a arre­glar.

—Te he fallado.

Kikyo la abrazó con más fuerza.

—Inuyasha y yo encontraremos la manera. La que me preocupa eres tú. Ay, Kagome, perdóname por haberte metido en todo esto... Tendría que haberme enfrentado a él desde el principio.

Pero Kagome no la oía. Su corazón esta­ba destrozado y temblaba.

Inuyasha lanzó una mirada furiosa a Sesshomaru cuando Kagome y Kikyo entraron en el salón. Sesshomaru apenas las miró. Estaba fuman­do y Kagome nunca lo había visto tan intra­table.

—Me marcho a Tokio mañana por la mañana —anunció sin preámbulos—. En se­mejantes circuns­tancias, lo mejor sería que tus... invitadas se marcharan a Osaka también mañana —aconsejó a Inuyasha.

—Mi prometida y su hermana —lo corri­gió Inuyasha. Sus ojos brillaban por el enfa­do.

—Por encima de mi cadáver —respondió Sesshomaru con frialdad—. Olvídate de casarte con Kikyo. Te lo digo en serio.

—Si no hay más remedio, nos casaremos sin tu aprobación —contestó Inuyasha.

—Inuyasha, no... —dijo kikyo.

—Te quiero —Inuyasha le tomó la mano sin mostrarse avergonzado por reconocerlo públicamente—. No me interesa vivir si no es contigo. Si eso significa pelearme con mi hermano, de acuerdo. Prefiero perder su respeto antes que tu amor.

Sesshomaru se movió y miró con furia a Inuyasha pero había también un brillo de ad­miración en sus ojos.

—Volveré a Osaka con vosotras —anun­ció Inuyasha sin inmutarse—, y Kikyo se vendrá a vivir conmigo. Además, todavía le quedan unos días de vacaciones, así que los dis­frutaremos allí.

Sesshomaru se llevó el cigarrillo a los la­bios y dio una calada.

—¿Os estáis confabulando contra mí? —murmuró.

—Y si hace falta, llamaré a los vecinos para que nos apoyen —bromeó Inuyasha con una sonrisa débil—. Tengo tanto derecho a vivir con alguien, como tú a vivir solo. Yo no pienso quedarme soltero sólo porque tú estés desilusionado de las mujeres.

—Las mujeres traicionan —replicó Sesshomaru y miró directamente a Kagome.

—¿Por qué dices eso?

—¿A que no sabes quién es nuestra invi­tada? —preguntó Sesshomaru en un tono sar­cástico a su madre, que acababa de entrar en la habitación.

—Pues claro que lo sé —respondió Izaioy con expresión arrogante mirando a su hijo mayor, y rodeó con el brazo los hom­bros de Kagome—. Es una de mis novelistas preferidas.

Kagome se puso rígida y Izaioy le dio unas palmaditas en el hombro.

—No te preocupes, cariño —la consoló—. Yo lo sabía desde el principio. Tengo to­dos tus libros —miró a Sesshomaru y se dirigió a él—. Y si te hubieras molestado en abrir­los, la habrías reconocido a primera vista como me pasó a mí.

Sesshomaru no sonrió.

—Qué pena que nadie me dijera nada.

—¿Y darte más armas para que te opu­sieras a la boda de Inuyasha y Kikyo? —preguntó Kagome en tono abatido. Sonrió con amar­gura—. Ahora te vas a enterar de todo, no te preocupes, es el momento de las confe­siones. No, Kikyo —dijo al ver que su herma­na menor iba a interrumpirla—. Inuyasha tam­bién tiene derecho a saberlo.

—Eso no lo discuto —protestó Kikyo. Fue hasta donde estaba Sesshomaru y le habló—. Es culpa mía. Yo rogué a Kagome que no te contara a qué se dedicaba. Tenía la esperan­za de hacerte creer que éramos de buena fa­milia y que... —enderezó la espalda, su mi­rada era de disculpa—. Mamá murió al nacer yo y nuestra abuela McPherson nos llevó a vivir con ella. No tuvo más remedio. Nues­tro padre... —hizo una pausa y luego fue muy clara—. Nuestro padre era alcohólico. Se bebió todo lo que teníamos, nos dejó sin nada. Cuando estaba borracho, iba a casa de la abuela y le exigía que nos devolviera. Un par de veces —rememoró con desasosie­go—, intentó llevarnos por la fuerza. Juuban es una ciudad pequeña y todo el mundo lo conocía. Era... famoso. En la escuela, lo pasábamos mal por su culpa.

Se echó hacia atrás la corta melena y continuó. Kagome nunca se había sentido tan orgullosa de su hermana menor.

—Cuando murió, y nuestra abuela lo si­guió al poco tiempo, no nos dejó práctica­mente nada. Apenas lo bastante para que Kagome pudiera ir dos años a la universi­dad. Cuando se casó con Kouga Takagashi , yo me fui a vivir con ellos y gran parte de los problemas en su matrimonio fueron por mi causa.

—Eso no fue así —protestó Kagome. kikyo se rió amargamente.

—Sabes bien que sí. Mi presencia sólo servía para empeorar las cosas para ti —miró de nuevo a Sesshomaru—. Luego, Kouga murió. No tenía seguro de vida y sus pa­dres no querían saber nada de nosotras: te­nían dinero de sobra pero nuestra familia no les parecía aceptable así que nos die­ron la espalda. Bueno, nos mandaron a su abogado para exigir su parte del pequeño patrimonio de Kouga, que murió sin haber hecho testamento —añadió—. Así que Kagome se quedó sin nada, aparte de mí y un puñado de deudas y recuerdos espantosos.

Kikyo tomó aire y respiró hondo.

—Total que aceptó un trabajo en el pe­riódico para que no nos muriéramos de hambre hasta que yo terminara la escuela. No voy a contaros cuántas noches pasó en la calle, cubriendo asesinatos, tráfico de drogas e incendios. Aceptó el primer puesto vacante y era en la sección de su­cesos, así que eso era lo que hacía, correr tras la cámara en busca de la noticia.

Los ojos plateados de Sesshomaru buscaron a Kagome pero había algo en ellos que ésta no podía soportar, así que entornó los pár­pados.

—Trabajaba y escribía en sus ratos libres —continuó contando Kikyo—, y un día mandó el manuscrito a una editorial y les gustó. Lo compraron, el editor la ayudó a pulirlo y, al cabo de unos meses, estaba en la lista de los libros más vendidos. Yo estaba tan orgullosa de ella que creía que iba a explotar —miró a su hermana con el amor y el orgullo reflejados en su expresión—. Y lo sigo estando. Y desearía no haberle pe­dido nunca que ocultara la verdad. No so­mos ricas. Yo gano un buen salario en el bufete donde trabajo y Kagome está en ca­mino de poder comprarse un Rolls-Royce, pero todo lo que tenemos nos lo hemos ganado a pulso. No somos de buena fami­lia —levantó la barbilla con orgullo—, pero somos honradas, señor Youkai. He co­metido una gran injusticia con Inuyasha no contándole esto desde el principio —con­cluyó—, y he empeorado las cosas al pedir­le a Kagome que fingiera que era otra per­sona. Lo siento mucho. Ahora Kagome y yo nos marcharemos a casa. Espero que no hayamos causado demasiadas moles­tias —miró a Inuyasha con sus emociones a flor de piel—. Una cosa es verdad, sin em­bargo —susurró—, que te amo con todo mi corazón.

La cara de Inuyasha se contrajo. Fue hacia ella, la abrazó y enterró el rostro en su pelo.

—Dios¿y a mí qué puede importarme lo que haya hecho tu padre? —dijo con voz ronca—. Te quiero a ti, tonta.

Los ojos de Kagome estaban llenos de lágrimas. Al menos el amor de Inuyasha era sincero.

—Voy a buscar mis cosas —dijo con cal­ma y se alejó—. Estaría muy agradecida si alguien pudiera llevarme al aeropuerto.

—Vendrás con nosotros, Kagome —se apresuró a decir Inuyasha. Ella negó con la cabeza.

—Tengo una fecha de entrega dentro de dos semanas —dijo con orgullo—, y la ra­zón por la que he ido a Tomoeda es que van a rodar una película basada en Ardien­te pasión y tenía que firmar el contrato.

—¡Qué maravilla, Kagome! —saltó Kikyo.

—Sí —Kagome se rió. Fue una risa triste, sin alegría—, qué maravilla —repitió, y fue hacia las escaleras—. Una mancha más en el blasón de la familia.

Sesshomaru no dijo ni una palabra pero sus ojos la siguieron y hacía mucho tiempo que Izaioy no lo veía tan afectado por algo. La preocupación asomaba en los ojos de la anciana mientras trataba de encon­trar la manera de resolver la situación. Y de repente, sonrió. En realidad, era muy sencillo.

—¡Ay! —gritó. Dejó que su cuerpo se es­curriera y se cayó al suelo.


Wolas de nuevo! Bueno, bueno este capítulo esta más trágico que los otros pero ya solo quedan dos capítulos para llegar al final de este fic así que los siguientes capítulos estarán muy interesantes...o eso espero!

PD: muchas gracias a todos / as los / as que me dejáis reviews! Os lo agradezco mucho y seguid dejándome alguno otro que si me deprimo!