Wolas! este fic esta basado en una historia de DIANA PALMER, una excelente escritora...com la historia me gustó mucho decidí hacer este fic, pero repito...la idea es de Hielo y Fuego, de Diana Palmer.

Los personajes le pertenecen a la genial Rumiko Takashi!


Dieciséis

Sesshomaru llevó a su madre al dormitorio y agarró el teléfono que había encima de la mesilla mientras Kagome se sentaba en el borde de la cama y le tomaba la mano.

—¿Qué haces? —preguntó Izaioy a su hijo en un susurro.

—Voy a llamar a una ambulancia —infor­mó lacónicamente.

—¡No! —se negó su madre y trató de sentarse en la cama—. ¡No... ni se te ocu­rra! —jadeó intentando respirar—. Estás empeorando las cosas.

El murmuró algo entre dientes y apretó con fuerza el auricular antes de volver a dejarlo en su sitio con más ímpetu del ne­cesario.

—Dame... mis pastillas —ordenó Izaioy con firmeza—. En el cajón, aquí... y ponme una debajo de la lengua.

Sesshomaru sacó una de las pastillitas blan­cas y la depositó obedientemente en la boca de su madre. Luego se quedó de pie junto a Kagome. Kikyo y Inuyasha estaban a los pies de la cama y miraban nerviosos la es­cena. Todos esperaban, impacientes, para ver si la pastilla hacía efecto.

—Preferiría llevarte a un hospital —dijo Sesshomaru.

—Y yo preferiría... quedarme aquí —re­plicó Izaioy sin aliento. Apretó los de­dos de Kagome, que sostenían cariñosa­mente su mano—. Ya estoy... mejor.

—Gracias a Dios —suspiró Sesshomaru con alivio—. Te vas a marchar a casa —añadió severamente—. Quiero que estés cerca de Toshiro por si vuelve a pasar.

—Toshiro... es el médico de la familia —dijo Izaioy a Kagome—, y un buen ami­go —suspiró y sonrió, aliviada—. Así, ya va mejor.

—¿Quiere que le traiga algo? —se ofreció Kagome.

—Nada, cariño. Pero ven a quedarte unos días conmigo en casa. Necesito compañía y Inuyasha y Kikyo van a estar muy ocupados para dar vueltas conmigo por la casa.

La expresión de Sesshomaru se nubló, se hizo más oscura, pero en sus ojos surgió un destello que sólo su madre percibió.

—Lo siento, no puedo —respondió Kagome educadamente, sabiendo que la destro­zaría tener que ver a Sesshomaru y no poder tocarlo, acariciarlo, amarlo...

—Puedes traerte el ordenador —dijo la anciana con obstinación—, y el personal de la casa cuidará de que no te falte de nada para que puedas escribir tranquila. Y en tu tiempo libre, podríamos hacer cosas juntas. ¿A que sí, Sesshomaru? —añadió con una mirada severa. Él respiró hondo.

—Si eso va a hacer que te quedes en casa, Kagome es más que bienvenida.

—¡No puedo...! —insistió ella. Sus ojos se llenaron de pánico cuando, brevemen­te, su mirada se cruzó con la de Sesshomaru. El se metió las manos en los bolsillos.

—No estaré mucho en casa, si eso es lo que te preocupa —dijo fríamente.

—En ese caso, iré —contestó Kagome. Tomó la decisión en un instante. En un es­pacio de tiempo muy corto, Izaioy ha­bía llegado a significar mucho para ella. Si podía hacer algo por la madre de Sesshomaru, no lo dudaría.

—Me alegro de que todo esté arreglado —suspiró Izaioy y se recostó en las al­mohadas—. Ahora es mejor que os mar­chéis y me dejéis descansar. Tú quédate, Kagome —añadió sin soltar la mano delgada de ésta—. Estoy bien, no os preocupéis.

Kikyo y Inuyasha abandonaron la habitación con renuencia; Sesshomaru, en cambio, se marchó inmediatamente. Kagome oyó des­pués cómo salía en su coche y no regresó en todo el día.

Tampoco volvió a la hora de cenar. Kagome e Izaioy pidieron a Rika que les preparara unas bandejas y Inuyasha y Kikyo cenaron en la cocina. Éstos fueron des­pués a ver a Izaioy y Kagome aprovechó para preparar sus cosas y darse una ducha. Se puso su bata verde y, al salir al pasi­llo para regresar al dormitorio, se quedó helada.

Sesshomaru avanzaba hacia donde ella es­taba. La miraba con ojos acusadores y su cara parecía más enfadada que nunca. Ella bajó la vista al suelo e intentó se­guir su camino pero él le bloqueó el paso. Kagome levantó la vista, asustada, y cuan­do él alargó un brazo hacia ella, se apartó.

Sesshomaru dejó caer el brazo de nuevo junto al costado y en su mirada surgió algo oscuro e innombrable mientras la mi­raba y veía de nuevo en los ojos de Kagome todos los miedos y la incertidumbre que los días anteriores habían logrado alejar.

—Lo siento, encanto —dijo ella de nue­vo en su antiguo papel—, ya no estoy a tu alcance. He aprendido la lección.

—Kagome... —empezó a decir él, muy rí­gido.

—No vamos a hurgar en la herida¿de acuerdo? —hablaba con fatiga—. Vuelve a tus negocios y a ganar dinero, don Rica­chón, y déjame tranquila con mi escanda­losa carrera. No tienes que preocuparte, me marcharé de tu casa en cuanto tu ma­dre ya no me necesite.

—Por amor de Dios¿quieres escuchar­me? —pidió bruscamente. Ella negó moviendo la cabeza a dere­cha e izquierda.

—No me interesa oír nada. Lo has dicho todo esta mañana.

—Maldita sea¿por qué no me lo contas­te?

Kagome entrecerró los ojos. Aquello le dolía.

—Porque sabía lo que iba a pasar —miró el rostro de Sesshomaru con ojos tristes, do­lientes—. Y pasó.

Las palabras quedaron allí, resonando entre ellos, mientras él la miraba.

—Podrías haber confiado en mí.

—Una vez confié en un hombre —recor­dó Kagome con voz pausada—. Últimamen­te se me había olvidado pero no volverá a suceder. No dejaré que vuelva a acercarse lo suficiente como para hacerme daño, se­ñor Youkai. Ni usted ni ningún hombre.

Lo dejó allí plantado y se fue corriendo a su habitación.,...

La casa de los Youkai en Tokio era de infarto. Kagome se quedó mirándola como si nunca hubiera visto un edificio de estilo victoriano. Era de piedra, no como la de su abuela que era de madera, y tenía las típicas ventanas saledizas, las característi­cas torretas y los muros cubiertos de hie­dra. Estaba situada lejos de la carretera y tenía vista a un lago. Se hallaba ro­deada por una arboleda en uno de sus la­dos, una rosaleda preciosa en el otro y un seto perfectamente podado en el tercero.

Kikyo sonreía mientras Inuyasha explicaba a Izaioy que las hermanas también viví­an en una casa de estilo victoriano.

—Eso sí que es una coincidencia —dijo la anciana dirigiéndose a Kagome con una sonrisa—. Personalmen­te, me encanta la arquitectura. Quizá sea un poco pretencio­so pero me parece que ya no se constru­yen casas como ésta. Ya no se presta tanta atención a los detalles y al estilo... —aña­dió con un suspiro—. Es algo que se ha perdido.

Kagome mostró su conformidad con una sonrisa pero su mente estaba en otros asuntos, sobre todo, en el hombre tacitur­no que iba a volante. No se había fijado en el perfil de los rascacielos de Tokio, ni en las torres... Ni siquiera en la playa de arena blanca que discurría en paralelo a la autopista. Sus ojos estaban fijos en la nuca de Sesshomaru.

A Kagome y a Kikyo les llevó varios días habituarse a la casa y sus horarios. Había una empleada, Sango, que se encargaba del funcionamiento diario de la casa y Miroku, su marido, hacía de chofer y jardinero. Además estaba la cocinera, la señora Tsukasa, una mujer regordeta y muy ale­gre que preparaba los mejores bizcochos que Kagome había comido en su vida. De­trás de la rosaleda había una piscina y una pista de tenis, y más allá se extendía una zona arbolada que habría despertado el entusiasmo de un naturalista.

No lejos de la casa había un lago que parecía sacado de un cuento de hadas, con sus cisnes y sus sauces. Alrededor de la orilla el terreno era llano y estaba cubierto de hierba. Cuando Kagome no estaba traba­jando en el libro, lo cual le llevaba la ma­yor parte de su tiempo, y cada vez más a medida que se acercaba la fecha de entre­ga, o haciendo compañía a Izaioy, allí era a donde se dirigía, con los aparejos de pesca y un cubo con cebos.

Kikyo y Inuyasha seguían haciendo todo lo que podían para convencer a Sesshomaru de que su matrimonio no sería el fin del mun­do, pero él no daba señales de querer mo­dificar su inflexible postura. Sin embargo, todo cambió a partir del día que Kikyo y Kagome entraron en el salón y encontraron a Sesshomaru hablando con su madre.

Él estaba de pie junto a la ventana, de espaldas a la puerta. Su aspecto era como siempre imponente aunque un poco soli­tario. Llevaba un traje azul oscuro muy acorde con su cargo de director general de una gran empresa.

Kagome y Kikyo se detuvieron en el um­bral y, sin querer, oyeron parte de la con­versación.

—Si te parece que yo estoy demasiado débil, puedo encargarme de buscar a al­guien que lo organice —estaba diciendo Izaioy. Sus ojos repararon en las dos hermanas y, de repente, brillaron—. Re­cuerdo haber oído que Kikyo organiza mu­chas fiestas y reuniones para su jefe¿no es así, cariño? —preguntó a la interesada, y Sesshomaru se dio cuenta entonces de que ha­bía alguien más en la habitación.

—¿Organizar? —empezó a decir Kikyo—. Eh, bueno, he organizado varias cenas. Suele invitar mucho a...

—¿Ves? —dijo Izaioy con aire triun­fante. Kikyo y Kagome se quedaron mirándola.

Sesshomaru se alejó de la ventana con las manos dentro de los bolsillos del pantalón y se detuvo delante de Kikyo.

—¿Puedes organizar una cena para vein­te personas en una semana? —preguntó de sopetón. Su voz reflejaba claramente sus dudas.

—Por supuesto —respondió Kikyo con una confianza arrolladora—. Si me das la lista con los nombres de los invitados, claro —sonrió con picardía—. Incluso puedo sen­tarlos de tal manera que no se peleen por el postre.

A Sesshomaru se le escapó una sonrisa y su aspecto cambió por completo.

—De acuerdo.

Kikyo se sonrojó pero no bajó la vista.

—No te fallaré, Sesshomaru —prometió.


Wolas! Aquí os traigo el capítulo dieciséis! Cada vez queda menos para el final jajajaja...bueno ya sabéis dejadme reviews para motivarme y deseadme suerte y mucha paciencia que voy a tener que pasar una semana caminando con niños y niñas de 12 años! Toda una semana por el campo sin ordenador...snif, snif...buen hasta la semana que viene! Y dejadme muchos reviews porfa!