Wolas! este fic esta basado en una historia de DIANA PALMER, una excelente escritora...com la historia me gustó mucho decidí hacer este fic, pero repito...la idea es de Hielo y Fuego, de Diana Palmer.

Los personajes le pertenecen a la genial Rumiko Takashi!


Diecisiete

—¡Va a dejar que me ocupe de la fiesta! —exclamó Kikyo una vez que Kagome y ella llegaron a la cocina donde nadie podía oírlas, y abrazó a su hermana con entu­siasmo—. ¡Por fin va a darme la oportuni­dad de demostrar lo que soy capaz de ha­cer¿A que es genial?

—Genial —repitió Kagome con una sonri­sa—. Sesshomaru no sabe lo que acaba de hacer —añadió con picardía—. Con todas las fies­tas que has organizado...

Kikyo soltó una risita.

—Si así no logro convencerlo de mis ha­bilidades sociales, lo daré por perdido —su sonrisa se desvaneció—. Aunque Inuyasha y yo no vamos a cambiar de plan sólo por­que Sesshomaru no apruebe la boda. Ay, Kagome, no sabes lo que sentí el otro día cuan­do Inuyasha dijo que prefería perder la consideración de Sesshomaru antes que per­derme a mí.

—Tienes suerte de que te quieran tanto.

Su tono era triste, melancólico, y a Kikyo no se le escapó aquello. Se acercó y pasó un brazo por encima del hombro de su hermana mayor, que era más alta que ella.

—Las cosas se van a arreglar entre voso­tros. ¿No te has dado cuenta del aspecto que tenía Sesshomaru hace un momento?

Kagome se encogió de hombros.

—Su aspecto y lo que siente son dos co­sas distintas. No confió en mí; ni siquiera me otorgó el beneficio de la duda ni trató de entender mi punto de vista.

—¿Y tú has intentado entender el suyo? —fue la respuesta sosegada de Kikyo—. No tiene muchas razones para confiar en las mujeres, ya lo sabes. Igual que tú tampoco las tienes para confiar en los hombres. Lleva tiempo.

Kagome fue a servirse una taza de café con aire pensativo.

—En cualquier caso¿qué puedo ofre­cerle yo? Notoriedad, especialmente cuando se ruede la película, una imagen llamativa y una fama de libertina que ni siquiera mis amigos ponen en duda... Eso no encaja con la imagen conservadora de su empresa. ¿Te imaginas a los de la junta directiva en una fiesta al aire libre conmi­go como anfitriona?

Kikyo miró a su hermana y se fijó en sus ojeras, dos sombras oscuras debajo de los ojos. Hacía años que veía así a Kagome y la inquietaba.

—No creo que a un hombre como Sesshomaru Youkai le importe mucho lo que diga la junta directiva. No si está enamo­rado.

Sólo con pensarlo Kagome se estreme­ció pero sabía muy bien lo que a Sesshomaru le interesaba de ella y no se trataba de amor. Se rió y sus ojos brillaron.

—No puedo imaginármelo enamorado —murmuró después de dar un sorbo a su café—. Me resulta muy raro¿no?

—A mí no —murmuró Kikyo—. Pero claro, yo no soy una vieja reportera como tú, no soy observadora y no soy capaz de notar si un hombre está loco por una mujer. Por el amor de Dios, Kagome, todos se dan cuenta¿por qué tú no eres capaz de ver­lo?

—Ver ¿qué? —preguntó Kagome con afa­bilidad. Kikyo alzó las manos en el aire.

—No importa, no importa. Me voy arri­ba a planear una estrategia. Veamos, me harán falta un par de pistolas, unos cuan­tos cañones...

Kagome se rió para sus adentros mien­tras veía cómo Kikyo salía de la cocina. Sería estupendo que Sesshomaru cambiara de opi­nión sobre las capacidades de su hermana.

Se terminó el café y estaba depositando la taza en el fregadero cuando la puerta se abrió y entró Sesshomaru con un cigarrillo en la mano. Se detuvo en el umbral y se re­costó en el marco de la puerta.

—¿Quieres un café? —preguntó ella. Su expresión no dejaba traslucir el tormento que sentía.

Él no respondió inmediatamente. Sus ojos plateados la estaban examinando y en­contraron señales de falta de sueño y ex­ceso de trabajo. Los ojos de Kagome des­cubrieron indicios de lo mismo en el rostro de Sesshomaru.

—¿De verdad es capaz Kikyo de organizar cenas? —preguntó sin preámbulos.

—Sí —respondió, y se enfrascó en la ta­rea de aclarar su taza y dejarla en el escu­rreplatos—. Ha organizado muchas última­mente.

—Kagome...

Se acercó hasta que ella notó su calor en la espalda casi como si la estuviera tocando. Luego le puso las manos encima de los hombros con mucha delicadeza. Kagome se encogió como si le quemaran.

—No —gimió él, y sus manos se contra­jeron—, no saltes así cuando te toco. No puedo soportarlo.

Ella cerró los ojos, rindiéndose contra su voluntad, debilitada por el contacto de­licioso de las manos de Sesshomaru y el aroma a colonia y tabaco.

—No he saltado —susurró—. Me... has asustado.

La respiración pesada de Sesshomaru reso­naba en la cocina vacía.

—Tienes que entender lo que me pasó. Para mi mujer, mentirme se convirtió en una costumbre, hasta la noche que la en­contré con su amante en nuestro dormito­rio... No es una disculpa pero, maldita sea, las mujeres nunca me dicen la verdad. Yo pensaba que tú eras una santa —concluyó accidentadamente—, y te caíste del pedes­tal, eso es todo. De santa a ninfa, cuesta un poco acostumbrarse especialmente a un cínico como yo. Me sentí como un idiota.

—No cometas el error de creer lo que se dice de mí —dijo con voz indiferente y fría—. Yo soy tan libertina como tú victo­riano. Pero ésa es mi imagen pública y no puedo desmentirla ahora, igual que tú no puedes salirte de tu esquema conservador. Además —añadió con una carcajada ale­jándose de él— hemos triunfado con esa imagen, cada cual con la suya. Y no son compatibles, Sesshomaru, ni nunca lo serán. Así funcionan las cosas.

—No me gusta cómo suena lo que dices —observó él mirándola—. Eres demasiado joven para ser tan cínica.

—Hice un curso intensivo —replicó y cruzó los brazos delante del pecho—. Mi vida no ha sido un lecho de rosas pero me ha hecho fuerte. Y lo primero que aprendí fue que si dejas que la gente se te acerque demasiado, puede hacerte daño. Se me ha­bía olvidado últimamente pero no volverá a pasar —añadió con una mirada elocuente y una sonrisa que no incluía sus ojos que brillaban con frialdad.

—Lo nuestro ha sido muy especial —la voz de Sesshomaru sonaba tranquila; su mira­da era penetrante, intensa.

—El sexo parece especial hasta que el encaprichamiento se pasa —replicó ella.

—No era sexo —la corrigió—. Tal vez tú no conozcas la diferencia pero yo sí. Te deseaba de un modo que no tenía nada que ver con tu precioso cuerpo.

Ella se quedó mirándolo. Su mente tra­taba de encontrar sentido a esas palabras pero no lo lograba.

—No es sensato confiar en los impulsos.

—Esa noche, en Tomoeda, estuviste bastante rato conmigo en la cama antes de que nos interrumpieran —replicó él—. ¿Te parece que fue sólo un impulso?

Ella notó que sus mejillas se sonroja­ban, pero no apartó la mirada.

—Había bebido mucho —protestó.

—¿Ésa es la explicación que te has dado a ti misma? —dijo pensativamente— ¿Que te emborraché y te llevé por el mal cami­no? —hizo una pausa y fue a apagar el ci­garrillo en el cenicero que había en la mesa—. Voy a estar unos días fuera de Tokio, es un viaje de trabajo del que no puedo librarme. Tal vez sea lo mejor. Qui­zá incluso me eches de menos.

Ella lo miró fijamente mientras él se in­clinaba a apagar el cigarrillo. Amaba to­dos y cada uno de los rasgos fuertes de su cara, el modo en que el pelo se le rizaba un poco en la nuca, sus hombros tan an­chos... Era tan masculino y ocupaba tanto espacio en su vida que no quería ni pensar en que habría días en que ni siquiera lo vería en la mesa a la hora de cenar o en el pasillo. Desde que habían ido a Tokio, Sesshomaru había cenado en casa todas las noches. Ella se había acostumbrado a te­nerlo cerca. Se le nubló la visión.

Él se dio la vuelta y, por un instante, le pareció entrever un brillo de tristeza en los ojos de Kagome.

—¿Sí? —preguntó y fue de nuevo hasta ella, la agarró por los brazos y la atrajo ha­cia sí.

—«Sí» ¿qué? —murmuró. Sus ojos sólo veían la boca grande y sensual de Sesshomaru. Apenas oía lo que decía.

—Que si me echarás de menos...

Sin que ella se diera cuenta, sus labios se separaron. Tenía las manos en el pecho de Sesshomaru pero no intentaba empujarlo.

—Me imagino que me darás un beso de despedida —murmuró él—. Por los viejos tiempos.

—No nos conocemos desde hace tanto —le recordó ella sin aliento.

—Yo te conozco desde siempre, Kagome —dijo mientras sus labios rozaban los de ella con suavidad—. Te conozco desde hace centenares de años y te deseo desde el primer día... ¡Bésame, por Dios!

La besó y pegó su cuerpo al de él y ella gimió mientras se dejaba llevar por la ma­gia del momento.

Las manos de Kagome se enredaron en el pelo de Sesshomaru y retuvo su boca sobre la de ella mientras el beso se hacía más ín­timo, más exigente. Le temblaba todo el cuerpo y temía que las rodillas le fallaran. La lengua de Sesshomaru penetraba en su boca con un ritmo palpitante, sugestivo, mientras las manos de éste iban de sus senos a sus nalgas y dirigían el movimiento lento y sensual de sus caderas contra él.

Ella gimió de nuevo y se arqueó sinuo­samente con el movimiento de sus caderas mientras le clavaba las uñas en los hom­bros. Lo deseaba, y olvidó todas las recri­minaciones y reproches, arrastrada por la pasión que hacía arder su cuerpo.

—Estoy ardiendo por tu culpa —gimoteó sin darse cuenta bajo la boca exigente de Sesshomaru.

—¿Y cómo diablos crees que me siento yo? —se quejó él.

—Sé que me deseas —dijo ella y le tem­blaba la voz. Lo miró con el deseo palpi­tando en su mirada.

—Desearte —murmuró él—. Qué palabra tan sosa para una escritora de novelas ro­mánticas. ¿Es lo mejor que se te ocurre?

Ella se sintió repentinamente cómoda, confiada, y sonrió de manera sensual.

—¿Vas a hablar o vas a besarme?

—Será mejor para ti que siga hablando —dijo él, e hizo un visible esfuerzo para controlarse—. La mesa de la cocina no es el mejor sitio para hacer el amor pero ahora mismo me está pareciendo bastante aceptable.

Ella se rió.

—Qué pícaro. Me pregunto si habrá al­guna novela donde los protagonistas aca­ben en la mesa de la cocina.

—No sigas —y ella vio en sus ojos la an­tigua desconfianza—. Sé distinguir cuándo me están usando para un experimento.

—Yo haría que lo dieras por bien emplea­do —prometió con voz seductora y hacien­do batir las pestañas. Él se rió con regocijo.

—¿En serio? Qué excitante. Qué tal si te tumbas encima de esa mesa y charlamos de ello...

—¡Sesshomaru! —la voz de Inuyasha en el pasi­llo rompió la frágil intimidad de la cocina.

—Maldita sea —murmuró Sesshomaru—, me está esperando.

—Menos mal —señaló Kagome—. Dios sabe cómo iba a poder trabajar con la es­palda llena de astillas.

Él se echó a reír a carcajadas y el sonido de su risa le pareció a Kagome delicioso después de tantos días de mal humor y ca­ras largas. Se sentía de nuevo feliz como una niña, y la alegría que la dominaba ha­cía que su belleza resplandeciera. Sesshomaru la miró y contuvo la respiración.

—¿Por qué has tenido que esperar tanto para sonreír —se quejó—, y ahora eliges jus­to el momento en que tengo que marchar­me al aeropuerto?

—A ver si aprendemos a coordinarnos mejor cuando vuelvas —dijo Kagome, y sonrió. Él le tocó la boca con un dedo.

—¿Me echarás de menos?

—Sí —admitió ella sin ocultar sus emo­ciones.

—Yo también a ti —dijo él sin dejar de mirarla a los ojos—. Hablaremos cuando regrese.

Ella asintió.

—De acuerdo.

Sesshomaru se marchó y fue como si lo que la rodeaba, la cocina, el mundo entero perdiera de pronto todo su brillo.


Wolas! El penúltimo capítulo de la saga ya está aquí muahahahaha

Bueno os ha gustado la escena entre Sesshomaru y Kagome? Seguro que más que una querría ser Kagome a que si? Yo la primera! Jajajaja

Ya sabéis, dejadme reviews si?

Y en cuanto a los que dejais reviews muchas gracias por vuestro apoyo.

Los detalles de la autora solo se que se llama Diana Palmer y que ha escrito libros como Fuego y Hielo, Hombres de Texas, que es una saga de libros que estan muy pero que muy bien, Entre el amor y el odio, Como buenos vecinos, Sed de Deseo, ect...

Yo he leido bastantes y os puedo asegurar que me gustaron muchísimo y os puedo asegurar que merece la pena leerlos.