Nota: Nomás la subo porque, debía hacerlo... Y es por así decirlo, de mis favoritas (?).


Miró asombrada y con algo de miedo a quien se encontraba delante de ella. Por los números en su cuello, sabía que era o había sido, un niño ganado como ella.

Sin embargo, no sabía cómo es que él había sobrevivido, si eran las niñas —las más calificadas—, que sobrevivían si escogían ser madres.

Sometiéndose al arduo entrenamiento, también entregando a quien habían concebido para que fuese carne fresca a futuro.

Él la miró un largo tiempo, hasta sonreír de medio lado. Su mirada amatista muerta con el tiempo.

— ¿Estás sorprendida por cómo sobreviví pese a ser hombre? — un escalofrío recorrió su cuerpo ante su voz. Burlesca y sin sentimientos —, Bueno, resulta que los monstruos no estaban satisfechos y ansiaban más... Más carne, más conocimiento. Y yo fui parte de eso... ¿O nunca escuchaste de Lambda?

— S-Sólo la Abuela sabía de ello, y algunas Mamás — comentó, bajando la mirada ante tan fría presencia —. Todavía no me elegían para ser Mamá, para hacerme cargo de una plantación.

— No necesitas más eso. Porque ya nada de eso existe.

— ¿Qué quieres decir con eso? — preguntó asustada, levantando la mirada, viéndolo fijamente a los ojos —… ¿Qué has hecho?

— Darles libertad a los niños de Neverland — sonrió —. Y vengo aquí a rescatarte también.

Él le extendió su mano, con tal de que la aceptara. Estaba en ella el elegir aceptarla o no.

Tragó saliva.

— Si voy contigo... ¿Puedes ayudarme a buscar a mis hijos? — él parpadeó, genuinamente sorprendido, borrando por completo su sonrisa, bajando su mano lentamente.

— ¿...Era acaso parte del proceso de ser Mamá el entregarlos? Para sobrevivir más tiempo — agregó frío, recordando cómo la suya lo entregó a él: Tanto para sobrevivir a Grace Field, como para ser un sujeto de experimentos en Lambda.

Emma lo miró afligida.

— ¡Por favor...! Sé lo que hice, sin embargo, ¡Son mis hijos y los amo más que a nadie en este mundo! ¡No hay día en el que no piense en ellos!

Ray se quedó en silencio un momento, pensando.

— ¿A qué edad los tuviste?

— A mis 18 años, señor...

— ¿Sabes que eso significa que pueden ya no estar más con vida? Igual y, nunca vistes sus rostros, ¿Cómo sabrás que son ellos?

— ¡No me subestimes! — puso una mano en su pecho, mirándolo con molestia —. Siempre he tenido la certeza de que ellos están allá, con vida y si los veo, mi corazón sabrá que son mis hijos.

— Mph, tu pensamiento es de lo más estúpido. Realmente no...

— ¡Si me ayudas iré contigo!

— No me afecta si vas o no conmigo — se dio la vuelta, dándole la espalda para salir de ahí.

—... ¡Haré lo que quieras, pero, ayúdame por favor!

Aquello lo hizo detenerse.

—... ¿Lo que yo quiera? — se preguntó en voz baja. La miró sobre su hombro —, ¿Qué es lo que podrías ofrecerme, tú?

Se quedó callada, había dicho aquello por impulso, porque realmente estaba desesperada y quería estar con sus hijos.

Ante la idea que se le vino en mente, sus mejillas adquirieron un rubor y sentía como su pulso se aceleraba. Además de sentirse nerviosa por lo que sugeriría.

— Bueno... Yo... ¿Podría ser tu esposa!

Lo dejó atónito.

— ¿...Qué?

— ¡Puedo ser tu esposa, tu compañera!

— ¿Por qué querrías ser mi esposa? ¿Y para qué quiero una?

— ¡Es lo único que puedo ofrecerte! ... Por favor... Ayúdame — se estaba cansado, por lo que cayó de rodillas, mirando al suelo.

Si hubiera sido la Emma de antes, no estaría así, rogando o pidiendo desesperadamente ayuda... Sin embargo, ya no era la antigua Emma.

Ya no.

Apretó con fuerza ambas manos sobre su blanco delantal, aguantando las lágrimas y tratando de darse fuerzas. Mas el sonido de unos pasos a su dirección, además de que en su campo de visión aparecieran unos lustrosos zapatos negros, la hicieron parpadear y levantar la mirada.

Ray la miraba fija y acusadoramente, cuestionándose si ella en verdad quería salvar a sus hijos o si aquello era un teatro nada más.

Le asqueaban las mentiras. (Aunque él llegó a decirlas alguna vez).

— ¿En verdad quieres ver a tus hijos?

Emma parpadeó, para después mirarlo con firmeza, frunciendo el ceño.

— Estoy dispuesta a realizar cualquier cosa con tal de hallarlos.

— Hmph, ya veo... — una ligera sonrisa apareció en su sombrío rostro —. Tan desesperada estás, que estás realizando un pacto con el diablo. No puedo garantizar que tus hijos sigan con vida, pero, puedo ayudarte si así lo deseas. A cambio de que cumplas lo que me ofreciste — le extendió su mano nuevamente —. ¿Qué dices?

— ¿De verdad me ayudarás?

— Soy un hombre de palabras, y odio las mentiras.

Con el corazón latiéndole, alzó su mano, y la tomó. Aceptando el trato, y con ello, las consecuencias.

— Acepto.

Él sonrió más, ayudándola a pararse.

— Mi nombre es Ray, o también conocido como William Minerva. Sólo dime Ray.

— Me llamo Emma... Supongo que a partir de hoy soy... Tú esposa.

— En efecto — se acercó a su oído, susurrándole —. Cuidaré de ti, Emma.