— Ray...
— Dime — dijo, mientras ambos salían de las antiguas instalaciones, siendo ella testigo de los demonios que antes custodiaban ahí, muertos en el suelo.
— Eh... Cómo William Minerva, ¿Qué hacías exactamente?
— Asaltar plantaciones, matar demonios y salvar niños ganado — respondió como si nada, tranquilo, sin inmutarse por los cadáveres que había por ahí. Aunque tampoco le importaba si ella se asustaba o ya no quería nada con él.
Después de todo, no le afectaba en nada eso.
— Entonces si eran ciertos los rumores... — dijo para sí misma, ignorándolo por el momento —. Tú eras aquel niño ganado que daba libertad y esperanza...
— Me veneran como a un dios, aunque sólo soy un ser humano como ellos... Sin contar lo manchadas que están mis manos — susurró lo último, recordando los gritos sorprendidos y desesperados de los demonios. Además de la pena de tener que poner a dormir a aquellos niños que no podían hacer nada por ellos mismos.
Todo aquello, era realmente una gran carga que llevaba consigo. La cual había aceptado también.
— Debes estar cansado...
—... Tal vez.
Una vez afuera, se encontraron con Vincent, quién le dio una rápida mirada a la pelirroja para luego mirar a su jefe.
— ¿Ya no queda nadie más o algún otro demonio?
— No jefe... Y si quedase algún demonio, Cislo, Bárbara o Zazie se harían cargo.
— Ya veo — se acercó a uno de los caballos, cargando a Emma (quien se puso nerviosa) para sentarla y después él subirse —. Vámonos.
Vincent miró extraño y curioso como su jefe interactuaba con la mujer que claramente, era una aspirante a Mamá. Pues mayormente trataban con niños y con las otras aspirantes, era bastante reservado o solamente cortés.
Pero, bueno, él no podía opinar de su vida privada o cuestionar lo que quisiera hacer. Solamente era su jefe.
— Si no te sujetas te vas a caer — le dijo, tomando las riendas del caballo, mirándola —. Además de que el refugio está bastante lejos y no nos detendremos hasta llegar allá.
La pelirroja suspiró, teniendo una expresión apesadumbrada. Al final terminó rodeando con sus brazos su torso, sintiendo su corazón latir con fuerza por los nervios. Aunque no era la única.
— Ahhhhh, puedo sentir sus músculos bien formados — pensó, con una sonrisa tensa. Aunque también podía sentir los latidos acelerados de su corazón —. Aún si él es mi "esposo", esto es vergonzoso...
Cerró los ojos con fuerza, apenada.
— Eres una mujer bastante extraña, Emma — se burló, con una pequeña sonrisa. Aun así, sabía que era inevitable que ella le abrazara si andaban en caballo, sin embargo, eran esposos ahora... ¿No? —. ¿Es la primera vez que abrazas a un hombre en tu vida?
— ¡No te burles! ¡Ya he abrazado a otros chicos!
— Tu niñez no cuenta aquí.
— ¡E-En todo caso, tú tampoco has abrazado a una mujer! — lo señaló con un dedo, picándolo en el pecho —. Puedo escuchar y sentir tu corazón.
Touché.
— Bueno, no tendría que haber problema, si somos esposos después de todo.
Nuevamente, touché.
Emma hundió su rostro en su pecho, frustrada de ya no saber qué más decirle, causándole gracia al azabache, quién de una vez decide ponerse en marcha, haciendo que el agarre de Emma se afiance más.
Por un momento, leve, piensa que no es tan malo el tener su compañía. Sólo por ese momento, en ese tiempo.
Al llegar, se baja primero y luego la carga nuevamente para bajarla, mirándola unos segundos a los ojos. Esos que todavía conservan su vitalidad, no como los suyos, opacos, hostiles y feos.
Porque la amatista se ha manchado y no existe aún, un limpiador o algo para regresarles el brillo de antes. Aunque luego se pregunta, si realmente tuvieron brillo en algún momento.
Emma admiró aquel árbol enorme que se alzaba frente a ellos, también notando las pequeñas modificaciones por ser el refugio. Es ahí cuando comienzan a acercarse, que nota a niños, muchos niños y algunas madres.
Quiénes al ver a Ray, comienzan a agruparse para recibirlo como su héroe, como un dios.
Y pese a que esto no le traiga ninguna satisfacción o alegría al de número 81194, no los aparta ni aleja. Si no que los dejaba ser, o recibía los elogios o agradecimientos con una pequeña sonrisa. Inclusive, cargando a los niños o palmeando sus cabezas.
Salió de su trance cuando él tomó su mano y comenzó a caminar con ella, atravesando a la multitud.
— Este será tu nuevo hogar de aquí en más — la miró un momento, para volver su mirada al frente —. Hayato va a enseñarte dónde bañarte, darte un cambio de ropas y al rato cenaremos con todos.
— Está bien... Uh, Ray.
— Dime.
— Mmm, hace rato vi algunos niños sin números o marcas... ¿Son niños libres?
— No son niños ganado, sus padres sí... Digamos que no conocen ni conocieron la maldad de este mundo. Aun así, se les enseña la historia detrás de los números o marcas.
— Ya veo... — miró sus manos tomadas un segundo y luego miró su espalda —. El decirles sobre los números y marcas...
— Para qué sepan la verdad de este mundo, lo que tuvieron que pasar todos aquí, y sean agradecidos con no tener esas malditas marcas.
—... Supongo — llevó su mano libre a su cuello, acariciando los números que lo adornaban: 63194. Por un momento se preguntó si sus hijos también tendrían aquellas marcas malditas. Una sonrisa triste abordó sus labios —. No debí haber tenido a mis hijos, al menos, no en este mundo.
—... Cuando uno quiere vivir, lo hace a cualquier costo... El ser humano es muy egoísta por naturaleza.
—... Si me encontrara con ellos, los abrazaría y pediría perdón.
— ¿Has pensado alguna vez sí...?
— Sé que están vivos.
— ¿Y qué bases tienes?
— Es una corazonada.
La volteó a ver, escéptico. Para luego suspirar rendido.
— No sé si eres tonta o rara o ambas.
— ¡Hey! ¡No soy...!
— ¡Señor Minerva, le están buscando! — habló una niña, quien venía corriendo a dónde ambos adultos estaban. Ray soltó su mano, acercándose a ella.
— Hayato no debe tardar en llegar, espéralo aquí. Hablamos luego.
Y así, fue como partió a su oficina, sabiendo quién sería y tal vez, el motivo también.
