Estaba en una habitación cerrada, casi a oscuras de no ser por las luces que se cernían sobre ella. Aunque eso era lo de menos por los dolores que estaba sintiendo.
Contenía sus ganas de gritar apretando ambas manos o mordiéndose el labio con fuerza. Aunque también y estaba débil por la anestesia aplicada.
Para supuestamente, no sentir dolor. Y sin embargo, ella sentía que sería partida a la mitad.
— ¡Puja Emma, puja!
Más que hacerlo porque se lo ordenaron, lo hizo porque así lo sintió. Estaba cansada, adolorida y débil... Pero era su deber traer al mundo las vidas que cargaba consigo en su vientre.
Tomando aire y fuerzas dónde no las había, apretó los puños y pujó. Repitió el proceso dos veces más, hasta escuchar lo que era el llanto de sus hijos.
Su cabeza cayó rendida en la almohada, y con la mirada perdida y borrosa, vio que checaban a sus hijos, los pesaban para después llevárselos. De inmediato sintió una opresión en su corazón y se sentó de golpe.
Siendo detenida por los doctores. Forcejeaba, y miraba desesperada en dirección a donde sus hijos eran llevados.
— ¡Regresen! ¡Quiero verlos! ¡Por favor, quiero ver a mis hijos!
— ¡Señorita no debe moverse, está delicada...!
— ¡DEVUÉLVEME A MIS HIJOS! ¡DEVUELVÁNMELOS! ¡POR FAVOR! — extendía su mano hacia donde se habían ido. Mientras sentía el nudo en la garganta y las lágrimas acumularse en sus ojos a la vez que caían.
— Eso debiste pensar antes de elegir ser Mamá — dijo uno de los doctores con frialdad, mirándola con severidad —. Este es el precio a pagar, señorita Emma.
Al final el cansancio y la anestesia la hizo ceder y caer rendida a la camilla. Desmayándose al poco rato.
Se levantó exaltada, con el sudor recorriéndole la frente, además de las lágrimas que habían comenzado a descender por sus mejillas. Las limpió rápidamente, tratando de calmarse y volver a conciliar el sueño.
Hacía tanto tiempo que no soñaba con aquellos recuerdos. Que la atormentaban con fuerza esos días; con una pequeña sonrisa recordó esos años en los que estuvo de luto, y cuando todas las demás aspirantes pensaron que aquello haría decaer su desempeño para lograr finalmente sacarla de ahí... Ocurrió todo lo contrario.
Se dedicó con más fervor a lo que ser Mamá exigía. Aplastándolas, descargando su frustración y tristeza, destacando más. Pero, incluso así, ella todavía no estaba lista para tener una plantación a su disposición.
Suspiró, asustándose al escuchar un libro siendo cerrado de golpe. Para luego percatarse de que se trataba de Ray, quién ahora la miraba en el silencio y oscuridad de la habitación.
O eso era, hasta que él encendió una de las lámparas que había ahí, en la mesita al lado del sofá dónde yacía sentado.
— ¿Te encuentras bien?
—... Sí... Estoy bien...
— Me estás mintiendo. Dime la verdad, Emma — su voz se escuchaba severa, además de una advertencia silenciosa en ella. Y aquello se hizo notar cuando se acercó a la cama, sentándose cerca —. Hace rato escuchaba que te quejabas en sueños.
—... No fueron sueños... Más bien, eran recuerdos — abrazó sus piernas, y hundió su rostro en ellas —. Recuerdos desagradables.
— En sí, todo es desagradable en este mundo. ¿Podrías ser más específica?
Asomó ligeramente la mirada, encontrándose con la suya, opaca. La desvió, mirando a un lado.
— Eran recuerdos... De cuando tuve que entregar a mis hijos — los ojos le picaban, a la vez que un nudo en su garganta se acentuaba —. Sabía que era parte del proceso el concebir y dar a luz... Sin embargo, yo no quería... Pero, no podía hacer nada.
Nada.
—... Eres la primera aspirante a Mamá que veo, que realmente está preocupada por sus hijos. La que realmente tiene la esperanza de verlos otra vez, y que quiere buscarlos — suspiró, mirándola burlesco —. Muchas simplemente dan por hecho que están muertos y se rinden, pero, tú no.
— ¿...Es eso algo malo?
— No, sólo destacable... Y hasta admirable — hubo un instante en el que dudó qué hacer para calmarla. Al final, limpiando sus lágrimas y palmeando suavemente su cabeza —. Creo que eres única al no darlo todo por perdido.
Supongo que ahora hay más motivos para buscarlos.
— Son lo único que me queda, que puedo decir que es mío... — sollozó ligeramente, sorbiéndose la nariz.
— Si te sirve de consuelo, ahora soy tuyo como tú mía. Y ya no tienes que estar sola, nunca más.
Emma siente que llorará otra vez, pero se debate si de alivio o por el hecho de saberse importante. Y es ahí, dónde lo abraza sin su consentimiento, porque así lo desea, porque no puede evitarlo.
Porque ella, siempre ha deseado que alguien le dijera esas simples palabras de: Tú no estás sola, yo estoy aquí.
— Gracias, Ray.
Él nunca ha sido amante del contacto físico, pero, por esta ocasión, siente que puede corresponderle el gesto, sin duda. Por lo que pasa uno de sus brazos por su espalda y con su mano libre, acaricia suavemente sus cabellos rojo fuego.
— No agradezcas, todavía no he hecho nada.
No dicen nada después de eso, hasta que Emma, sintiéndose tímida, pregunta en voz baja: — ¿Podrías dormir conmigo?
— ¿Por qué? — inquiere.
—... Bueno, técnicamente es tu cama y yo, estoy siendo invasora aquí... Además, ¿Los esposos duermen juntos, no?
— Hay un motivo detrás de ello, sólo dilo.
—... No quiero dormir sola.
Porque no quiero estar sola, y si tú estuvieras aquí...
Él suspira, antes de recostarse en la cama con ella encima. Le resulta tierno y divertido que ella se sienta liviana, además del golpeteo que hace su corazón ahora que lo tiene cerca.
Emma está sonrojada y aturdida por un momento, pero luego se acomoda mejor entre sus brazos y se permite sonreír suavemente, mientras suelta un pequeño suspiro de satisfacción.
Emma piensa por un momento que Ray no es tan malo como pinta ser, y que tal vez, pueda quererlo.
Ray no puede evitar pensar que ella aún conserva algo de pureza, ¿O sería inocencia? En todo caso, él piensa que realmente es única en su especie.
Y que posiblemente, pueda amarla.
Pero sólo el tiempo dirá.
Y cerrando los ojos, ambos durmieron, finalmente.
