Gracias por vuestra animada participación y por vuestras muestras de afecto, razones por las cuales continuo entregando más números de esta vuestra historia: MEMORIAS DE UN LICÁNTROPO. Respondo a los reviews, que espero que se acrecienten con el paso del tiempo. (Por si alguien no sabe cómo dejarlos, debes meterte en el capítulo deseado y bajar hasta el final; allí encontrarás, a la izquierda, una barra desplegable; pincha la pestaña y encuentra el vínculo "Submit Review". ¡Ahí! La dejas pulsada y le das a "Go", que está a la derecha en un recuadro. ¡Y ya está! ¿Vale? Es que me encantaría saber vuestra opinión sobre cómo encaminar el relato, aunque el argumento, más o menos, ya lo tengo definido, pero siempre puedo daros un adelanto. –Y, además, podéis dejar reviews anónimos, que no hace falta tampoco que estéis suscritos a ) Si no queréis leer la respuesta a los reviews, más abajo encontraréis el principio del capítulo. Bastante más abajo...
- Helen Nicked Lupin: ¡Hola, Elena! ¿Qué tal? Muchísimas gracias por tu apoyo. Me ha animado muchísimo a escribir. Lo has leído muy pronto, debo decir, porque lo he empezado a colgar hace nada; pero, ante todo, lo que más me congratula es que ¡te hayas puesto como nick el nombre de la protagonista femenina que me he inventado! Eso significa que te ha gustado, además de que dices que te sientes identificada con ella. Puedo decirte que queda Helen Nicked para rato... En lo relativo a tus deseos de que siga escribiendo, ¡no te quepa duda!, que este relato es como un hijo pequeño para mí. Lo quiero con locura y pienso escribirlo hasta el final. (No lo he acabado todavía y ya estoy pensando en una segunda parte, pero de eso ya hablaremos cuando se vaya acercando el momento, ¿no crees?) Sí, descuida, Elena, que capítulos vas a tener para que te empaches. Hoy podrás leerte el undécimo, que desde aquí te digo que no te lo esperas, ¡pero es una pasada!, pero yo tengo ya muchísimos más en la cabeza: tengo el argumento hasta el capítulo 37, y aún me queda para rato, porque sé que ahí no acaba la cosa. Además, como ya te he dicho, estoy pensando en una continuación, y me cuesta creer que no la haga, je je. Gracias por el correo electrónico que me mandaste en el que me decías que mi relato te parecía el mejor que habías leído nunca por aquí y que compartías muchas opiniones que doy sobre algunos personajes. Pobre Sirius... No seamos tampoco malos, no vaya a creer nadie que me cae mal del todo. ¿Y quieres que te dé un avance de la historia? Vas a ver muchísimas cosas que te asombren, que no te esperes. Ante todo, piensa que todo el mundo tiene un pasado, y que lo mejor es que salga a relucir. Por ejemplo, Helen Nicked no será para menos... Aunque para eso queda mucho. Aparecerán muchísimos personajes que me he inventado y que supongo también serán de tu agrado, y personajes que parece que no pega que salgan otra vez pero que sí... ¡Qué divertido! Me gustaría veros las caras cuando lo leáis. Pero también aparecerá lo peor de cada uno, y se verá que el mal es también un protagonista excepcional, como ya se ve en este capítulo que cuelgo hoy. Y no os creáis que en el capítulo treinta y uno (cuyo argumento me reservo ahora mismo) acaba todo, que os podéis sorprender de la capacidad de inventiva que tengo... ¡Ah! Gracias, Helen, por incluirme en "autores favoritos". Yo, si pudiera, te incluiría en "lectores favoritos", tú bien lo sabes. Gracias, Helen.
- Joanne Distte: Gracias por contestar tan rápido. ¡Eres un solete! Me puse loco de alegría cuando leí tu correo y tu review. (Ahora mismo, según escribo, tan sólo he recibido el del capítulo primero. Si más adelante pones algún otro, ya añado algunas palabras...) Creo que te lo dije, que no tenía internet, pues por eso, como mi email fue muy triste, el último que te envíe, voy a contestar ahora al tuyo con total libertad de extensión (porque, como pronto os daréis cuenta, me encanta hablar, y pienso detenerme un huevo con cada lector, porque cada uno es un mundo, ¡y quiero mimaros!). Bien, Joanne, sí, prefiero que me llames Quique (es más, quiero que todos me llaméis Quique), porque KaicuDumb fue sólo por poner un nick. Te sorprendería, como me comentas, lo planeada que tengo la historia. Ya he dicho que estoy hablando de una segunda parte, pero es que tengo argumento para dar y regalar. Si alguien quiere, le vendo los derechos de autor ¡y que me ayude a escribir! Es broma... Le tengo mucho aprecio a Memorias de un licántropo. Respondiendo a tu pregunta: sí, sólo tengo este "fic". La verdad es que escribo, pero nunca solía hacerlo sobre cosas de Harry Potter. Tengo algunos premios de relato corto... Pero "Helen Nicked Lupin", que es mi amiga desde hace dieciséis años, me convenció para escribir un relato en el que se viese cómo era Remus desde pequeño. ¡Me pareció una excelente idea! Desde entonces sí he escrito algunas cosas más relacionadas con HP, como UNA GIGANTA Y UN MAGO: ¡LA ODISEA DEL SEXO!, pero no sé si me atrevo a colgarlo. Que si queréis que lo cuelgue tan sólo tenéis que decirlo... ¬.¬ Trata de los problemas que los padres de Hagrid pudieron tener en la cama por sus diferencias de tamaño. Pero de ahí a escribir algo sobre Dumbledore... No sé, no se me ocurre; le tengo suficiente respeto como para poder tergiversar su personalidad. Me encanta Dumbledore, en serio. En ESDLA también me gusta Gandalf, porque son personajes enigmáticos, con una profunda sabiduría. Envidia me dan... A lo de que por qué no has tenido noticia de mí en todo este tiempo, respuesta: ¡Lo siento!... o Resulta que yo leía, pero hasta que no he escrito este relato no he tenido ímpetu para averiguar cómo se apunta uno a (Y lo que me ha costado, si me vieras...) De ti he leído HACIENDO JUSTICIA, aunque sé que tienes muchos otros, que, por cierto, desde aquí invito a todo el mundo a leer, porque también escribe estupendamente esta chica. Ya te he dejado un review... Tarde, pero bueno, ¡algo es algo!, ¿no? ¿Qué digo uno? ¡Cinco! Uno por capítulo... Bien, sigo leyendo tu correo electrónico. No me importa que me agregues, ¡al contrario! Estoy encantado. Pero debo advertirte que sufro de la misma incapacidad del resto de personas que carecen de internet, como bien tú sabrás: no sabré si podré meterme, no esperes encontrarme algún día a una hora fija y... ¡Coño, quiero conexión en casa! Ya está, necesitaba liberarme. Bien, y ya vuelvo al relato. Como he dicho, hasta el momento sólo he leído tu primer review, pero como prometes más (gracias al Cielo, qué buena eres), ya añadiré algunas palabras si eso. Que por cierto, esta chica tiene mucha razón, que le leí yo a ella, si mal no recuerdo, que los autores necesitamos los reviews para saber vuestra opinión. Lo cierto es que hasta que no escribes un relato no te das cuenta de lo importantes que son. ¡Por eso te he dejado CINCO, para que te empaches!, je je. Dices que te gusta la personalidad dura del señor Lupin... ¡Ay que ver, chica, ni que fueras sadomasoquista! ¬.¬ Es broma. Sólo me extraña. Aunque es un personaje complejo, que me costo lo mío concebir. Aunque ésa es sólo la impresión del primer capítulo, porque creo que a estas alturas te estará cayendo como una patada en el culo, aunque el ¿pobre? ya está muerto y enterrado, deberíamos ser compasivos. ¡Qué coño! Mató a la señora Lupin, que hasta el momento dices que te parece un "caxito de pan" (hay que ver, esta costumbre juvenil de acortar la che con una equis... je je). Espero que os duela, porque Nathalie era un personaje de los que merecen la pena adorar; pero no me peguéis, que yo sólo me creo un argumento. ¡Rowling ha matado a medio mundo mágico y no le hacéis nada, je je! Además, Remus seguirá teniendo la fuerza de su madre, al menos en su corazón. ¬.¬ Vosotros leed. Esa parte te la dedico a ti, Joanne, por decirme que te gusta el personaje. ¡Ah! Gracias por decirme que escribo muy bien... o Tú sí que eres un cachito de pan. También dices que el capítulo es muy triste, y aquí entramos en cuestiones de psicología. Remus me parece un personaje sumamente equilibrado, pues a los quince años ya parece bastante maduro. Eso sólo puede significar que ha vivido mucho más que los adolescentes normales. No es que yo disfrute haciéndole pasar mal, no creáis. ¿Y a que es gracioso "Moony", como lo llamas, de pequeño? Es por añadir nuevas facetas. Bueno, no te podrás quejar de que no te he respondido, ¿verdad? ¡Santo Cielo! Me he pasado. Espero que no os importe que sea tan locuaz, pero ¡es que me encanta charlar con vosotros! Qué cosa tan fantástica ésta de los "reviews". ¡Seguid poniendo, que prometo contestar! Ya véis... Gracias, Joanne. (A partir de aquí respondo a tu mail del día 27 de septiembre, enviado a las siete de la tarde, aproximadamente) Bien, inglés hablo más bien poco. Si la página hubiera estado en francés hubiera sido un regalo, pero no... Eso me acaba de recordar el capítulo 21 de este relato, que te adelanto se titula Bienvenus!, que es bienvenidos en francés. He llegado a leer algún libro de Harry Potter en francés, pero el inglés no es mi fuerte. Más cosas. No hace falta que corras con el relato, chiqui; no van a salir corriendo. Sé que he metido muchos capítulos de un golpe, y espero que eso no os pueda crear presión. En adelante los meteré de uno en uno, aunque mi intención primera era de tres en tres. Sería mucho, ¿verdad? Es que yo tengo muchos capítulos en casa: ahora mismo estoy escribiendo el 39... Las cosas de no tener internet en casa. ¿No te dije que había tenido muchos problemas para registrarme en la web? Me he tirado desde julio escribiendo y voy mucho por delante de vosotros, así que espero no irme de la lengua en nada. De este modo tengo capítulos de reserva por si durante el curso universitario durante algunas semanas no tengo mucho tiempo para escribir; así nunca faltarán capítulos, je je. Espero que Helen Nicked Lupin tampoco se vaya de la lengua, que ella se lo ha leído todo... No es que tenga favoritismos con ella, sino que la conozco desde los dos años y ella me dio la idea para escribir esta historia. Vive en mi misma manzana y por eso, con ella ha sido más fácil, le he pasado los capítulos por CD-rom. Bueno, ¡que me enrollo más que un persiana!... En lo referente a tu historia nueva sobre Bellatrix, te rogaría que me pasases el título, ¿vale? Te prometo que la voy a leer, porque eso de que trata sobre los pensamientos que sobre la acción me gusta. Aunque no lo parezca, más adelante Memorias de un licántropo también se volverá una novela (prefiero llamarlo así, porque es larguísimo, aunque ésa no es la única razón por la que un texto pasa a llamarse novela; más o menos, casi todos los relatos de por aquí podrían ser novelas) filosófica, y dejará un poco apartada la interacción entre el Bien y el Mal. Me centraré en los problemas de Remus y cómo afectan en su vida diaria. Pues eso, pásame el título y cuando tenga tiempo le echo un ojo, que si puedo los dos. . Estoy pensando en enviarte un mail con mi foto, je je, para que veas cómo soy. Gracias de nuevo, Joanne. Tu atención es un tesoro bien preciado. Suerte tienen tus amigos de tenerte, seguro. (Y aquí respondo a partir de la lectura de tu mail recibido el 30 de septiembre a las siete horas aproximadamente). ¡Snif! No he recibido ningún review tuyo a tiempo, aparte del que pusiste en el capítulo uno. Pero da igual, porque me supongo que el relato te lo estás leyendo en tu casa, pues me dijiste que te lo ibas a sacar en un disquete. Espero tener noticias de tu opinión y así poder responderte en el capítulo doce, que está calentito. Espero, no obstante, que te vaya gustando. Bien, conforme a tu mail recibido hoy (al menos tengo noticias de ti y eso me alegra, porque se ve que estamos en contacto), te digo que lo que me has dicho me ha hecho bastante ilusión, porque también lo llevaba pensando un tiempo yo. No he podido entrar en la página que me sugieres, , pero me ha parecido una excelente idea; también he oído hablar de otro portal de "fictions" que se llama Anime Awards. ¿Te suena? Pues sí, estaría sumamente agradecido a ti si me ayudaras a introducirme en esas páginas. Si me explicas cómo hacerlo, te ruego que seas lo más detallista posible, porque luego si no puedo tener complicaciones a la hora de meter el relato (te lo juro, no soy patoso con esto de la informática, pero debo de ser gafe...). Así que estoy esperando algún mail o algo en el que me des instrucciones, Joanne. Ya te he dicho: me parece una excelente idea. Con respecto al capítulo dedicado, que me recuerdas, descuida que no se me olvida. Eso es un regalito por lo bien que te estás portando y porque pronto es tu cumple... ¡Cumpleaños feliz!, ¡cumpleaños feliz!, ¡te deseamos todos: CUMPLEAÑOS FELIZ! ¡Feliz diecisiete cumpleaños! Gracias, Joanne.
- Aya K: ¿Qué tal? Sí te conozco, pero ¡vamos!, sólo del asunto que nos trae. Tengo dos amigos, que tampoco tienen internet en casa, que van de vez en cuando a una academia y se sacan un sinfín de historias que luego devoran con apetito. Luego me las pasan y también las leo. (Ése es el modo en el que leo los "fics" de ) Resulta que tu nombre me suena, aunque no recuerdo de qué exactamente. Ya revisaré las historias que tengo por ahí guardadas en los disquetes, porque sin duda he debido leer algo... Si tengo tiempo entre capítulo y capítulo lo busco. Bien, aclarado ese punto, que ni yo mismo tengo muy aclarado, te respondo al review en sí, breve pero eficaz. Me ha hecho mucha ilusión leerlo. Gracias por decir que tengo talento, pero creo que te equivocas, si me permites decirlo: el talento se gana y obtiene con el esfuerzo, creo yo; y es más... ¡Aún me queda mucho por mejorar! No es por ser pretencioso, pero creo que la autocrítica es la mejor medida para no caer en la conducta jactanciosa. No creas que no, que estoy muy contento y emocionado con tu comentario, pero pienso que las críticas constructivas también son buenas: no todo ha sido estupendo en el relato. Tiene muchos errores de concordancia con los libros de Rowling (bueno, tampoco demasiados) y eso, aunque me haya dado cuenta tarde, me ha entristecido. Espero que lo sepáis entender y que me dejéis prometeros que en adelante voy a mejorar, si puedo. Siguiendo a lo del "fic", espero que esto te parezca pronto... Espero colgar un relato cada fin de semana. Si no, me dais un toque y me regañáis. Oo ¡Que no se puede consentir la holgazanería! Sigo pendiente de tus comentarios, Aya K, que son muy gratificantes. Por cierto, tu apodo me cautiva. ¿Qué significa? Gracias, Aya K.
- Alba–Llopin: ¡Hola, Alba! Comprendo que no te hayas podido leer todos los capítulos. Me han tildado de denso, y es cierto... No sé si es un defecto, pero si os molesta lo siento. No es mi interés hacer capítulos intragables. Gracias por decirme que está muy bien, Alba, pero lo mejor me lo reservo para más adelante. . ¡No me hagáis que me vaya de la lengua! Claro que sí, James y Sirius tenían que salir, y han salido. Espero que te hayan gustado. Este relato se llama Memorias de un licántropo, porque gira en torno a Remus Lupin, pero James, Sirius, Lily, Peter... también aparecen; y van a aparecer muchísimo. Hasta que dejen de aparecer porque ya sabéis qué pasa, ¿no? Así que eso, Alba, te prometo Sirius y James para rato. Por cierto, no te vayas a enfadar por alguna bromilla que le haya podido gastar a Sirius. Yo quiero a todos los Merodeadores en general, aunque a Remus en especial porque me recuerda un poco a mí... ¡Sólo un poco! Pues eso, que las bromas son para hacer los capítulos un poco más graciosos. Aunque para gracioso mi querido y adorable señor Nicked, que quien quiera me lo plagie, que ha sido mi mayor logro, creo yo. Espero que os esté gustando. Gracias, Alba.
– Idril Isil: ¿Te puedo decir una cosa?: la precaución es la mejor arma del precavido, y éste nunca yerra como el confiado. ¡Bienvenida a mi relato!, y bienvenida con honores, como todos los que pasan el umbral. Me siento muy orgulloso. Gracias por ponerme en correo deseado (no me gusta ser un indeseable... .). Ya he apuntado en tareas pendientes leer tu autobiografía, que quiero estar en paz con todos mis lectores. Tu comentario es de ésos que (yo también te voy a pedir ser franco) la primera vez que lo lees te duelen, la segunda te hacen gracia, la tercera le encuentras el sentido y a la cuarta comprendes que tiene razón, en todo o parte, o al menos desde su punto de vista. Eso es lo que yo llamo una crítica constructiva, y enhorabuena por ser la primera. Aunque lo siento, porque si crees que los capítulos son demasiado largos te voy a pagar con una cal y otra de arena... Este capítulo tiene más de cincuenta páginas en formato de Microsoft Word. Espero que eso tampoco sea un impedimento para que te guste, ¿no? Quiero decir, aquí podemos toparnos con las contradicciones: hay gente que los prefiere mega largos para que no acaben nunca y puedan tener relato para dar y regalar, y otros como tú que prefieren las cosas en su justa medida. ¿Qué hago? Oo Tan sólo puedo decirte que algunos capítulos me saldrán más largos y otros más cortos. Éste, en especial, muy largooo... Sigamos. ¿Te han gustado los padres de Remus? Eso me has dicho en el capítulo segundo. Me temo que ya el señor Lupin te tiene que caer como una patada en el culo, y la señora Lupin, simplemente, está muerta... Es una pena. ¡Pero aún quedan muchas cosas sorprendentes por ocurrir! Bien, siguiendo con lo bueno dices que estabas deseando encontrar una historia cuerda que leer, y si es ésta me alegro, porque espero que la encontréis coherente y consecuente. Ahora bien, no eres la primera persona que me dices que prefiere las historias "slash" o como se escriba... No sé si preocuparme. Supongo que es como en todo, hay que estar abierto. Sólo os pido paciencia, mi relato es heterosexual pero también puede que os resulte gratificante por otros motivos cualesquiera. El sexo no lo ha sido todo en la literatura... Dices que mi estilo te resulta tedioso, y puede ser cierto, pero me gusta escribir así, creo que resulta más retórico o literario. Las diferencias entre los días, a mi parecer, son bastantes coherentes, porque en los libros de lectura no se rompe la acción de un capítulo a otro para que uno entienda las conexiones temporales o, por ejemplo, espaciales. Ésa es la gracia de la literatura: la inventiva. Espero que en adelante me entiendas, aunque yo haré todo lo posible por no resultar "tedioso". Eso sí, también pido un poco de comprensión por tu parte. Y por último me has pedido humor... ¿Cuánto más se puede pedir si ya ha aparecido el señor Nicked? Este capítulo que presento ahora tiene algunos toques muy divertidos, según me han dicho mis amigos de confianza, que ya lo han leído. Espero que te agrade el elfo doméstico. Gracias, Idril. Por cierto, la Filología Hispánica es la carrera que se encarga del estudio de la literatura autóctona. ¿Quieres saber las asignaturas que tengo este año?: Latín, Lingüística, Segunda lengua (Griego) y su literatura, Teoría y Práctica del Español y Literatura Española Medieval... ¡No te asustes!, que él que se las tiene que estudiar soy yo.
- Kakano: Hola. ¿Otra? Porque todo el mundo piensa que Remus tiene algo con Sirius Black. Tu caso en particular lo comenté con mi mejor amiga, que también es una alocada aficionada de Remus Lupin, y ella me ha pedido que te diga que Rowling no da a entender ningún comportamiento homosexual entre Sirius y Remus. Bien, dicho esto, que no quiero comenzar ningún tipo de debate al respecto, tan sólo puedo pedirte comprensión: todos sabemos que los relatos "slash" existen, y que algunos llegan a ser incluso divertidos, graciosos o entretenidos, pero una posible relación heterosexual también es una posibilidad, y ojalá no menosprecies mi relato por esa sutil diferencia de sexo. Considero que mi relato no va a ser más o menos interesante por el amor o la historia erótica que vaya a proseguir entre Remus y Helen, sino en otros muchos aspectos que darán juego. El amor es lo que ha movido a la escritura en la literatura de todos los tiempos; en pocos casos la enamorada o el enamorado. Después de este pequeño inciso no tengo nada más que comentar, sólo que espero que te guste. Gracias, Kakano.
- Padfoot Himura: Hola, chica. Te agradezco tu interés y todo eso de que dijeras que te parecía interesante. Aquí te dejo el capítulo once, porque las emociones se repitan. Gracias, Padfoot. Espero conversar animadamente contigo en otro capítulo. ¿vale?
- Ariel, o Berta (tu "nombre muggle" es muy bonito, en serio): Tu correo electrónico es eso de los que lo lees una sola vez y te tronchas de la risa. ¿Nunca has pensado en meterte en el Club de la Comedia? Tienes algunos puntos graciosísimos, aunque tu respuesta no puede ser más seria y confiada. Me encantó, simplemente. Necesitaba una consejera sensata y la he encontrado. Bueno, voy a ir por puntos porque si no me hago un lío y pierdo el hilo conductor. Gracias por decirme eso de que no tengo faltas de ortografía y demás, pero sí... Aunque no soy ningún ser perfecto (¬.¬ No sé cómo has podido siquiera sugerir eso de mí con lo majete que soy –je je–)... Por eso voy a recibir encantado tus críticas, porque por tu email entendí que me ibas a decir claramente, sin tapujos, lo que pensabas sobre todo. Espero que no seas demasiado mala... ¡Ah! Y retomando eso de las faltas de ortografía, que no soy yo nadie de ésos que desprecian a los demás porque no escriban las tildes o se dejen atrás una hache, que yo también he conocido de ésos y son un poco repelentes. A ver si por eso no me vais a escribir con vuestra jerga de móvil ni nada por temor a que no os conteste... Aclarado este punto, te digo que no pienso que seas la abuelita de la página. ¡Si con veintiún años estás en lo mejor de la vida...! Vaya, lo digo para irme acostumbrando yo también, que tengo dieciocho. Que si tú eres la abuela, yo también peino canas... O.o (No me gustan mucho los emoticones, pero aquí puestos quedan simpáticos). ¡Ah! Descuida, que si alguna vez necesito tu ayuda te la pido, en esto de la Filología me refiero. Es agradable encontrar a alguien universitario aquí, de la misma rama y con un interés mutuo, por tanto. ¡Aunque estoy cagado por tener que empezar en la facultad!... Qué modales. Lo siento, señorita; moderaré mi lenguaje en adelante. . Por último debo añadir que tu email me ha abierto los ojos. Es cierto, los reviews son una tontería y te agradezco que me hayas hecho darme cuenta. No son un termómetro indicativo de popularidad ni nada por el estilo. Tienes toda la razón, nada que decir. Como te habrás podido percatar, ya he quitado ese deprimente mensaje de "¡dejen reviews, plisss!" de mi resumen. Eso te lo debo a ti. Por cierto, ¿hablas en concreto de algún relato cuando dices que "algunos son malísimos pero en esta página – llegan a un número equis de reviews? No voy a decir el número vaya a ser que alguien se pueda dar por aludido, pero yo me he hecho una idea. Si estás pensando en un título en concreto mándamelo por mail y sabré si estamos pensando lo mismo... Bien, yo también prometo que te dejaré algún review en "Call of the Wild", porque esto de los comentarios anima. Una amiga mía también me ha pedido que me meta en su "login" (es que sé su contraseña) y te deje su opinión (es que leemos más o menos lo mismo, aunque fue ella quien me invitó a leer tu relato, porque le pareció interesante), que me la dará por escrito. Sólo te avanzo que le gusta. Ya si encuentro un hueco lo hago, porque aunque digas que no, creo que es emocionante ver cómo la cuenta de reviews sube un poquito de vez en cuando. Pero, vamos..., que aunque nadie me respondiese o diera señas de que lo leyera, yo seguiría colgando capítulos –porque estoy empachado de capítulos–, ya que esto es más para mí un ejercicio de creatividad y práctica del lenguaje que otra cosa. Es sumamente agradable ver cómo tu estilo mejora lentamente cuando te encariñas con un relato, que resulta largo, y después de muchos capítulos, cuando lees los primeros, ves que ya escribes un poquito mejor que antes. No pienso caer en la ambición, como me has sugerido. Gracias, Ariel. P.D.: Revisando tu relato en casa de una amiga, que lo tiene guardado en su PC, recordé una cosa que me pareció curiosa: pones dos guiones (--) a inicio de un diálogo, por lo que interpreto que no sabes escribir la raya, ¿me equivoco? Es bastante fácil, aunque gracias a eso demuestras que conoces la diferencia entre una raya y un guión, que no son lo mismo ni sirven para las mismas cosas. Podrás crear una raya utilizando una combinación de teclas: Ctrl. - (pero no el guión del teclado alfabético, sino del numérico, el que se encuentra a la derecha. Si tienes problemas, ya que yo mismo he podido constatar que no siempre ocurre así en todos los ordenadores, prueba a mirar en Insertar Símbolo; encuéntrala y mira lo que te pone, porque te puede dar ciertas indicaciones, como a mí hizo. Si te resulta más sencillo, inserta como símbolo una raya, la copias y las vas pegando sucesivamente cuando te vayan haciendo falta para abrir un diálogo e intercalar en él las frases del narrador. Espero que te sea útil.
- Pekenyta: Gracias por tu mail. ¡Ah! Y no hay prisa. No quiero que os empachéis con los capítulos, que ya sé que son algo largos... Ya hablaré más alocadamente contigo cuando tenga más noticias, ¿de acuerdo? Gracias, Pekenyta.
- Black Love Lupin: ¡Hola, guapa! Tu apodo es bastante evocador, debo decir... Eres la tercera persona ya que me dice que prefiere los "slash" ., y no sé si me estoy empezando a preocupar. Al menos apruebas que se pueda enamorar de una persona cualquiera, como Helen Nicked, si es una chica muy mona, ya os empezaréis a dar cuenta. (Aunque por ahí me la han tildado de sabihonda, y quizá sea cierto, pero en adelante cambia, lo prometo) Sólo digo que paciencia, que no os fijéis en la persona de quien se enamora, sino en el amor que tiene Lupin. La historia no trata sobre un Remus enamorado de una tal Helen, sino del amor de Remus Lupin. Y tampoco todo es amor... Paciencia, tan sólo; creo que gustará tanto a los amantes de los "slash" como a los que no les gusten. Bueno, yo también espero verme por el msn, porque eso quiere decir que estoy en internet, ¡qué vida más triste! ¿Por qué mis padres no hacen caso a ese anuncio del Ministerio de Interior de "todos.es: Internet para todos"? Soñaré con que algún día seré libre y tendré conexión desde mi PC. Bueno, Dana, espero que te haya ido muy bien con los deberes, y diles a los profes de mi parte que no se pasen, que hay que tener tiempo libre para meterse en D Gracias, Dana.
- Leo Black Le-Fay: ¡Hola! Tu review es el último que he leído antes de colgar este capítulo, así que... ¡enhorabuena! Has entrado por poquito... No, hablemos más seriamente, por favor. Bien, gracias por darme tu opinión. Dices que admites que el relato no está nada mal y que te gusta cómo pinto a los cuatro merodeadores: halagos todos ellos que te agradezco. Me congratula que digas eso porque el personaje de Remus Lupin sí me había llevado mi tiempo construir una personalidad (porque existe en los libros de HP, claro, pero yo tenía que crear una actitud infantil y juvenil), mientras que los de los otros tres ha sido un poco más alocado; aunque nunca descuidándolos, ¿eh? Bien, me preguntas si Peter Pettigrew (Colagusano para los que lo odiamos) es ya un mortífago; bueno, más que lo preguntas pareces estar convencida. Y yo no puedo negártelo. Sí, para mi ver ya es un mortífago. Lleva tiempo al lado de Voldemort. Está fuera de Hogwarts y se siente desprotegido, sin sus tres amigos altos y anchos para defenderlo. No estabas equivocada. Ahora bien, aunque tu punto de vista me ha gustado y demás, creo que debo darte también mi punto de vista sobre Albus Dumbledore; no es que pretenda convencerte, pero tengo una hipótesis y quiero compartirla contigo. Me dices que crees que Dumbledore se calla algo o no es completamente sincero a tu parecer, cosa de la que yo no estoy de acuerdo. Seguramente lo digas por el comentario que el narrador hace en el cuarto libro: «Por un breve instante, Harry creyó ver una expresión de triunfo en los ojos de Dumbledore.» ¿Me equivoco? Yo tengo una interpretación para esa frase: la duda y la incertidumbre. Rolwing nunca pone una cosa por poner; luego se descubre que en algún otro libro tiene algún significado concreto, como el que Dumbledore diga que una noche encuentra una sala llena de urinarios: la Sala de los Menesteres, que apareció en el siguiente libro. Si recuerdas, Dumbledore estuvo medio quinto libro evitando mirar directamente a Harry por temor a que Voldemort descubriera que había una relación más allá de la típica alumno–director. Gracias a esa cita que te he copiado, durante tres años (tiempo aproximado que transcurrió desde la publicación del cuarto libro a la del quinto) los voraces lectores pensaron que Dumbledore podía ocultar algo. Durante la lectura de Harry Potter y la Orden del Fénix podemos ver que quizá sea cierto, porque evita a Harry, pero luego descubrimos que tiene un motivo. Cuando lo explica todo al final, debemos darnos cuenta de que Dumbledore es bueno, por varios motivos: (Número uno) Se enfrenta a lord Voldemort, cuando de haber sido su aliado o socio no se habría enfrentado a él en el Ministerio de Magia. (Número dos) Lleva toda la vida combatiendo contra Voldemort, y no creo que la Orden del Fénix sea una tapadera... (Número tres) Si hubiera sido aliado o socio de lord Voldemort, habría sido él mismo quien hubiera matado a Harry Potter al conocer el contenido íntegro de la profecía, pero no: ¡lo salva y lo protege de lord Voldemort! Ahí está la solución. J. K. sólo quería hacernos dudar, y lo consigue, pero en el quinto libro ya se descubre que Dumbledore es un cachito de pan. ¿O acaso piensas que la lágrima que se le escapa al pobre es fingida? No sé si habré podido convencerte, pero quiero que me respondas con lo que piensas; no quiero convertir esto en un debate, pero si es necesario... Gracias, Leo Black Le-Fay. P.D.: Por cierto, ¿te gusta Morgana? Lo digo porque llevas su mismo apellido. Es que yo fui hace algún tiempo un amante empedernido de los ciclos artúricos...
- Isabelle Black: ¡Hola! Ya sé que te he contestado con un correo electrónico, pero quería hacerte aquí un huequito, para que vieras estampado tu nombre. ¿Te parece? Lo que más gracia me ha hecho de todo es que me pusieses que mi relato te parecía completo, ¡no "light"! Sí, te entendí. Espero que cuando avances en su lectura sigas pensando lo mismo. Sí es cierto que tiene (y va a tener) un argumento muy prolífico, y que yo lo tengo muy bien definido, porque me encanta tener la cabeza bien amueblada. Ya me contarás. Por cierto, ¿te llego el mail que te envié en agosto? Es que no me contestaste... Me quedé esperando, ¡pero no pasa nada! Gracias, Isabelle.
- Lorien Lupin: Me he quedado mosca contigo... ¿No seremos familia? Lo digo porque tu segundo apellido es como el mío paterno. Pero es broma... Yo no tengo familia en Perú. Me va a gustar tener una amiga en Latinoamérica. Espero tener más noticias tuyas en adelante, guapa. Oye, ¿cómo prefieres que te llame, Lorien o Rosario? Gracias, Lorien Lupin.
- Emily Wolden: Lo que más gracia me hizo de tu correo es lo de que pusieras «pero es mi humilde opinión». ¡Sonaba la mar de poético y sentido! De humilde nada, chica. Yo quiero que os mojéis, que nos enfrasquemos en opiniones y sugerencias. ¡Tu opinión, como la de todos, vale oro! Aunque me estoy reformando: "los reviews no lo son todo en la vida..." Bien, ya te has leído los dos primeros capítulos, si mal no recuerdo (es que tengo un cacao de apuntes de los comentarios...), y has dicho que crees que el relato tiene posibilidades. Te lo agradezco. Pero aún te queda por leer lo mejor. Me gustaría ver la cara que pones cuando se vaya complicando el argumento... Gracias, Emily.
Bueno, recopilando: muchas gracias a todos. ¡Sois tan amables! Este capítulo os lo dedico a todos en general, porque sois muy buenas personas. Gracias por vuestros halagos y por vuestras críticas (que se concentran en que tengo un estilo intragable, que Helen Nicked es una sabihonda y que hay a quien no le gusta que aparezcan personajes nuevos –Helen– en un universo literario ya conocido, aunque para mí es lo mejor, porque así puedo dar a conocer cosas de una familia que se va a hacer muy querida); yo lo acepto todo por igual. Espero también que la aparición de las Embrujadas no os haya disgustado a aquellos que seáis fanáticos de la serio. Yo la sigo y todo eso, pero quería hacerles una crítica porque están rayando el plagio a HP, son un poco monótonas ya y, además, sólo piensan en el sexo... Es muy triste. ¡Por cierto! Nadie me ha comentado nada del señor Nicked... ¡Yo creía que me diríais algo! Bueno, como aún queda que salga, espero que alguien se dé cuenta de que existe...
A los demás también os he leído, ¿eh? Pero como eran respuestas muy cortas, no sabía qué decir. Aunque a la mayoría ya le he puesto algunas palabras por correo electrónico. Espero más noticias de vosotros. Gracias a Navlen, Cerdo volador (perdona no me acuerdo de tu nombre de pila; sólo sé que empieza por ele...), Claudia... ¡A todos! Por cierto, que nadie se enfade por el orden en que he ido contestando los reviews: es por el orden en que los he ido recibiendo, de atrás hacia delante. Espero que tampoco os moleste que a unos les haya puesto más que a otros. Por ejemplo, a Joanne le he puesto un huevo porque la tía me ha mandado varios mensajes ya y me ha dejado un review; o a Berta (Ariel), que me ha dado mucha conversación... Pero cuando reciba más correos o reviews os pondré tanto como a ellas, ¿vale? Bueno, que no me enrollo más... Doy paso al capítulo número once de MEMORIAS DE UN LICÁNTROPO. Espero que os guste...
CAPÍTULO XI (LA PRIMERA GUERRA CONTRA VOLDEMORT)
Dumbledore, a consecuencia de todo lo sucedido, comenzó a tomar numerosas precauciones para los más jóvenes de la orden, las cuales comunicó una mañana durante el desayuno. Había creado al otro lado de la puerta mágica sendas habitaciones a fin de que los chicos no tuvieran que salir en ningún momento de la orden; es más, los obligó a quedarse en la orden día y noche, saliendo exclusivamente para ir a sus respectivas academias y algún otro lado al que iban acompañados de algún auror.
Aquellas habitaciones se creaban con contraseña, como la mitad de las habitaciones importantes de la orden. Aquello disgustó a Sirius, quien comprobó que el único que estaba solo allí además de él mismo era Peter, ya que el resto se pasaban las contraseñas las parejas entre sí. Un día, cuando Sirius estaba intentando hacerse aparecer en el dormitorio de Lily, Dumbledore lo regañó.
Le dijo que nadie podía aparecerse aunque estuviese dentro de la orden en ninguna otra habitación, porque aquellos dormitorios no existían realmente, sino que eran un reflejo de lo que se deseaba crear y que transmitía fielmente la puerta. Cuando Remus le recordó que a su despacho también se podía ir desde aquella puerta y que existía, porque estaba en Hogwarts, Dumbledore le dijo que ya se lo había explicado: había dos formas de asociar estancias a aquella puerta mágica: bien creándolas directamente en la puerta, o bien asociando estancias o salas ya creadas a la puerta mágica.
–Sea como sea –apuntó Dumbledore–, no quiero que pruebes a aparecerte, Sirius. No creo que consiguieras nada, pero podrías incluso quedarte atrapado en la puerta, y eso, supongo, no te gustaría.
Sirius no rechistó.
–Hoy, como es domingo y no tenéis clase, vamos a empezar con vuestras clases en la orden.
–¿Clases en la orden? –saltó James.
–Sí, James, clases en la orden. Después de lo que le ha ocurrido a Peter, comprenderéis, no podemos arriesgarnos. Vais a comenzar a dar clases de defensa. Tendréis, en adelante, clases todas las tardes. Media hora o una entera, según convenga. Ya hemos tomado demasiadas precauciones, y ésta es una más, quizás la más importante, ¿de acuerdo? –todos asintieron–. Me alegro, aunque el que se iba a encargar de ellas se está retrasando. Bueno, tengo cosas que hacer en el colegio. Él pronto vendrá y se pondrá con vosotros. Sabe la contraseña, no os preocupéis –se levantó y asió el pomo de la puerta mágica de la orden–. Sala de entrenamiento.
–¿Contraseña, por favor?
–Voldemort es una rapiña que come piña –y la puerta se abrió–. Pasad y quedaos dentro. Pronto vendrá.
Y les cerró la puerta. Estaban en el interior de una amplia sala de suelo de parqué con las paredes inmaculadamente blancas. No había ninguna ventana.
–Me da mala espina –tembló Peter.
–No está mal –comentó James.
Se pasaron los primeros cinco minutos comentando el estado de la sala en estos términos, hasta que, aburridos, se sentaron en el suelo de madera y empezaron a intercambiar comentarios cansados.
–¿Cuándo piensa venir quien sea que nos vaya a dar las clases? –se quejó Sirius–. Llevamos ya dos horas por lo menos aquí.
–¡No exageres! –exclamó Remus–. Un cuarto de hora como mucho.
Y la puerta se abrió al fin. En ella apareció un hombre alto y ancho de hombros, que era mayor, según lo indicaban las amplias arrugas de su cara, pero que aún conservaba en sus ademanes y rostro cierto toque atractivo. Tenía la cabellera completamente rubia y radiante, los ojos azules y brillantes y los dientes impecables y rectos.
–Hola, chicos –dijo–. Soy el encargado de daros clases de duelo.
–¿Quién es usted? –preguntó Sirius irreflexiblemente.
–Me llamo Aberforth Dumbledore, sí, sí, sí, el hermano de Albus –añadió viendo que todos se miraban entre sí–. Mi hermano mayor me ha pedido que me encargue de enseñaros útiles maleficios para libraros de los posibles ataques del bando tenebroso. No me enrollaré. Sois magos adultos bien cualificados que aunque habéis salido de Hogwarts recientemente, parecéis avispados. Ya debéis saber bastante sobre maleficios y contramaleficios, con lo que no hay mejor forma de instruirse que en la práctica, ¿me equivoco? Viendo cómo lucháis cada uno de vosotros, aprenderéis; y aprendiendo podéis llegar a defenderos mejor. Veamos... ¿algún voluntario? ¿Nadie? Bueno, pues tú, chico, sal. ¿Cómo te llamas?
–Remus Lupin, señor.
–¡Ah! ¿Remus Lupin, eh? Sé quién eres, muchacho. El famoso Remus Lupin. Albus me habla mucho de ti, ¿sabías? –Remus se encogió de hombros y sonrió a un tiempo–. Bien, muchacho, saca la varita. Apunta. ¿Preparado para el duelo? Preparados, listos... ¡Ya!
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La chimenea de la casa de los Nicked ardía con un fuego suave y acogedor. El señor Nicked disponía los cubiertos y los platos sobre la mesa, mientras que su esposa revisaba las copas con impaciencia.
–¡Van a llegar, Matt! ¿Se ha encendido la chimenea ya?
–No, palomita. Aún no.
–Hay que ver lo que tardan estos chicos –se quejó la señora Nicked abrillantando una copa con el delantal–. Desde que se fue Helen de casa... ¡Para mí que se tira demasiado tiempo con Remus!
–No sé. ¡Oh, ya vienen, Helen! ¡Ya vienen!
Remus y Helen aparecieron cogidos de la mano por el hueco de la chimenea. Remus traía un bizcocho en la otra mano.
–Esto es para el postre –dijo alargándoselo a la señora Nicked.
–¡Oh, chico! No tenías por qué haberte molestado.
–No ha sido molestia, señora Nicked.
–Qué chico más encantador –y volviéndose hacia su hija la abrazó con fuerza–. ¡Oh, Helen! ¿Cómo estás? Te veo más delgada, ¿tú qué opinas, Matt?
–Estoy bien, mamá.
–No estás bien, Helen. Y lo preocupada que estoy yo desde que te has ido a pasar las veinticuatro horas del día a tu trabajo. ¡Qué menudo trabajo que no puedas ni decirle dónde estás a tu madre para que pueda ir a visitarte y llevarte unas galletitas saladas!
–¡Oh, mamá! Ya te dije que es una misión secreta del Ministerio. No puedo decirte nada. ¡Y estoy bien! Deja de mirarme de arriba abajo, ¿quieres? Ya vengo a visitarte yo, además. Con eso basta. Pregunté, pero no puedes venir a visitarme. El lugar es muy secreto, ¿entiendes?
–Y ¿qué hacéis allí? –se interesó el señor Nicked rojo de deleite–. ¿Magia prohibida?
–¡Oh, cállate, Matt, y no hables de lo que no entiendes! –lo espetó su mujer–. Sentémonos a la mesa. Pronto estará todo listo.
Y salió de nuevo hacia la cocina.
–¡Oh, bien! –tomó las riendas de la conversación el señor Nicked–. ¡Qué estupendo!, todos juntos aquí de nuevo. ¿Y cómo te va la vida, muchacho?
–Bien –respondió Remus indeciso.
–¿Me has traído ya una foto de cuando te conviertes en hombre lobo?
–¡Oh, papá! –lo regañó su hija–. ¿Cómo crees que va a hacerle nadie una foto a Remus cuando esté transformado? ¿Y para qué quieres tú una foto?
El señor Nicked se puso colorado y comenzó a farfullar cosas que no tenían sentido. La señora Nicked reapareció al rato con una sartén inmensa de paella.
–¿Qué es eso, mamá?
–Paella –contestó.
–¿Y desde cuándo cocinas paella?
–¡Oh! ¿No te lo he dicho? –rió–. El otro día me pasé por el callejón Diagon –"magnífico, magnífico", alabó su esposo– y vendían elfos domésticos de importación a un precio inimaginable. ¡Estaban regalándolos casi! Como imaginarás, compré uno. Pero hay un problema: no habla ni palabra del inglés. Y todo lo que sabe hacer es paella, tortilla de patatas y gazpacho. Es español, ¿sabes?
–Y cuando se cree que no lo miras –añadió el señor Nicked risueño–, ¡se pone a bailar sevillanas! Hasta me está enseñando a mí... ¡Ya sé hacer palmas!
–Excelente, papá –se burló Helen–. Deberías estar orgulloso.
Remus rió, pero como el señor Nicked se lo quedara mirando, simuló que era un ataque de tos y se tapó con la servilleta.
–¿Y por qué no le compráis un libro de recetas en español?
–Dudo mucho que sepa leer, hija –añadió la señora Nicked resuelta–. Es un elfo doméstico, no lo olvides.
–¡Es la mar de gracioso! –reía el señor Nicked–. Y tu madre –poniendo cara de enfado– no quiere que le haga una foto con la peineta puesta para que se la enseñe a mis amigos.
–¡La peineta sí que te la voy a poner yo a ti! –lo riñó–. ¿Qué les dirías que es? ¿El servicio de los magos? ¡Tremendísimo muggle! –y volviéndose a Remus–. ¿Quieres más, guapo?
–No, gracias.
–¡Ah, por cierto! –pegó la señora Nicked un salto en su silla–. Tengo mucho correo para ti, Helen. Las cartas te siguen llegando aquí.
–Ya te dije que las lechuzas no saben dónde estoy –explicó Helen–. A ver, dámelas. ¡Oh, no! Ésta es de Sybill Trelawney. ¿Qué querrá? Bah, ya las abriré más tarde.
Y las tiró sobre el sofá.
–Por cierto –levantando su copa el señor Nicked–, quiero hacer un brindis con mi familia –Remus alzó su copa indeciso–. ¡Por el trabajo en mi hospital, que va mejor que nunca!
–¿Y eso, Matt?
–No te lo quería decir hasta hoy, ¡era una sorpresa!, pero como ya estamos todos juntos, ahí va: ¡mi jefe me ha escogido para ir a dar una charla sobre medicina a Nueva York! ¡Imaginaos!
–¡Eso es increíble, Matt!
–Enhorabuena, papá.
–Enhorabuena, señor Nicked.
–Gracias, gracias. Muchas gracias –se ruborizó–. Estoy tan contento. Me llamó a su despacho, me habló en persona a mí. ¿Os figuráis?
–¿Y cuándo te vas, Matt?
–No lo sé, palomita, me dijo que ya me avisaría. Me dijo no sé qué de que esos congresos se organizan muy mal y no se sabe la fecha con exactitud hasta el último momento. Figuraos, hablándome a mí mi jefe, que no le dirige la palabra ni a los cirujanos. ¿Os figuráis?
–Qué sola me voy a quedar –se lamentó la señora Nicked–. ¿Puedo acompañarte al menos?
–Parece que no –contestó–. Le pregunté si podrías acompañarme, sí, lo hice, pero me dijo que ya eran suficientemente caros un par de asientos de avión para Nueva York para él y para mí. ¿Os figuráis? ¡Volando en avión! Mucho más emocionante que la chimenea, dónde va a parar.
La señora Nicked continuó comiendo con tranquilidad, resoplando demasiado fuerte en un par de ocasiones. A los cinco minutos de un denso silencio, observando a su hija comentó:
–No quiero ser pesada, hija, pero estás comiendo muy poco hoy. ¿Es que no está bueno? La verdad es que está un poco soso, ya le reñiré luego. Si es que entre sevillana y sevillana y olé y toros y verbena, se le van las ideas al pobre elfo.
–Para mí que el tiempo de Inglaterra no le gusta –añadió el señor Nicked–. Muy poco sol.
Terminaron la paella y el elfo entró a una señal de su dueña con el bizcocho que había traído Remus. Era el sirviente un elfo como otro cualquiera, con las orejas enormes y los ojos redondos y desorbitados. Llevaba como única prenda una falda de volantes con un holograma de la feria de Sevilla.
–Muy bien, muy bien –dijo la señora Nicked para que se fuera–. Hay que ver, que no atiende. ¿Cómo era para que se retirase? ¡Ah, sí! Ya está, olé, "mi arma", olé, olé, "tra–ca–tra".
Y el elfo se fue dando palmas.
–¡Qué salero! –rió el señor Nicked–. Genio y figura. Hasta los elfos les salen salerosos a los españoles. Y yo que creía que con tanto sol tenían las neuronas reblandecidas.
–Sí, puede que nos vayamos un año de éstos a Mallorca –apuntó la señora Nicked–. Vendrías, hija, ¿no? Tú, Remus, quedas invitado, por descontado.
–Gracias, señora Nicked.
–¡Llámame Helen! Helen a secas. Ya puedes tutearme, Remus, que hay confianza.
–Oh, bueno... Helen –concluyó Remus.
–Este bizcocho está delicioso –dijo el señor Nicked al cabo de un rato–. Lástima que parezca un bizcocho corriente, pero ¡está delicioso! ¿Lo has hecho tú solo, muchacho?
–Bueno, me ha ayudado un poco Arabella.
–¿Arabella? –se interesó la señora Nicked.
–Una anciana amiga mía –apuntó Remus.
–¿Y es bruja? –continuó la señora Nicked.
–No, squib.
–¡Oh, qué lástima! ¡Pobre!
–¿Qué es "squib"? –preguntó el señor Nicked con la boca llena.
–¡Cállate y mastica, Matt! Por cierto, ¿os vais a quedar a dormir hoy aquí? Sí, los dos, tú también, claro, Remus.
–No, supongo que no –dijo Helen–. Tengo que volver. ¡Y él no se va a quedar solo!
–Gracias, señora Nicked –dijo Remus.
–¡Helen! ¡Llámame Helen!
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(Nota del autor: Ante todo decir que yo soy español, no sudamericano o de cualquier otro continente en el que pudiese ser hispanoparlante. ¡Soy español! Y si hay un poco de caricatura con respecto a mi país es porque creo que es ésta la visión que los extranjeros tienen de nosotros, y porque, además, seguro que ha despegado alguna sonrisa, ¿verdad? No creáis que lo hago a traición...)
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–Sala de entrenamiento –dijo Aberforth.
–¿Contraseña, por favor?
–Vol... Vol... ¡Voldemort es una rapiña que come piña! –dijo apresuradamente y la puerta se abrió–. ¡Dichoso Albus! Sólo él puede obligarnos a pronunciar contraseñas en las que tenemos que decir el nombre de Quien–Vosotros–Sabéis para que empecemos a perderle miedo. Bueno, pasad.
»Después de una semana practicando he constatado que estáis algo verdes. Sobre todo Peter y Helen, ya que los demás, con esto de que estáis estudiando para aurores, a fin de cuentas, no lo hacéis tan mal. Pero creo que os falta motivación. Motivación y entrega. Debéis pensar que, tal y como están las cosas, esto es lo mejor y lo más útil que vais a conocer en vuestras vidas.
»Creo que vamos a necesitar cambiar el método. Si os enfrentáis conmigo, por regla general, os venzo yo, porque tengo más dominio, cosa que es completamente natural. Por eso quiero que aprendáis en igualdad de condiciones. Vamos a organizar una guerra. Todos contra todos. Yo no participo, tan sólo os miro. Cuando queráis: preparados, listos y... ¡Ya!
Frank se lanzó en persecución de su novia, Alice, quien enseguida comenzó a responderle con encantamientos de desarme.
Lily se volvió veloz hacia Peter y le gritó:
–¡Expelliarmus!
La varita de Peter salió volando de sus manos describiendo un círculo en el aire. James, sonriendo malévolamente, se plantó de un salto al lado de su novia y le lanzó:
–Impedimenta.
Lily se quedó idiotizada durante unos instantes. Sirius, que no había escogido aún a su víctima, se apresuró a apuntar a James y pronunció:
–Acuamadeate.
Enseguida un rayo salió de su varita y James quedó empapado de pies a cabeza.
–Vamos, esto no es un juego, Sirius –habló Aberforth–. Esforzaos más. Podéis hacerlo.
Remus, quien estaba amenazando con sorna a Helen con su varita, exclamó:
–¡Oculicaeci!
Y el maleficio de la ceguera golpeó sobre la chica.
–¡Estupendo! –aplaudió Aberforth–. A eso es a lo que me refiero. No dudo que el "acuamadeate" sea muy divertido, Sirius –se agachó para coger una varita del suelo y dársela a Peter–, pero no es nada eficaz en un duelo. El maleficio de la ceguera, hábilmente empleado por Remus –éste se sonrojó–, puede ser una inteligente manera de impedir al adversario ver adónde apunta.
Helen, agudizando el oído, sin que nadie se acordase de recuperarle la vista, alzó la varita y apuntando hacia un punto dijo:
–Insupercilium.
El rayo alcanzó a Aberforth, a quien se le despegaron las cejas que cayeron al suelo ondeando.
–Debes practicar los maleficios, Helen –dijo, alzando su varita y practicando el conjuro levitador para recoger las cejas y volverlas a implantar en su sitio. Agitó la varita ante la chica y ésta recuperó la vista–. Creo que esto no es muy eficaz, tampoco...
–¡Dictum ignis! –gritó Frank alcanzando a Sirius por la espalda.
Éste intentó devolverle el golpe, pero cuando intentaba pronunciar un maleficio tan sólo le salía fuego por la boca.
–Interesante, Frank, muy interesante. Hoy estáis originales –sonrió Aberforth–. Sin embargo, probaremos de otra forma. Vamos a organizar equipos, es lo mejor. Así tendréis que daros cuenta de lo que es luchar y proteger. Veamos... Sí, lo mejor, en uno: Remus y Helen y James y Lily, y en el otro los demás: Sirius, Peter, Frank y Alice, ¿estáis de acuerdo? –todos asintieron–. Me alegro. Yo sólo os observaré, ¿entendido? No os ayudaré en nada. ¡Veamos quién gana! ¿Varitas preparadas? Preparados, listos y... ¡Ya!
James, alzando su varita con prontitud, la dirigió hacia Sirius:
–Exutum –dijo.
Sirius, ágil, perpetró el rayo:
–Impedimenta –gritó.
Y los rayos salieron disparados en trayectorias contrarias.
–¿Querías quitarme la túnica? –rió Sirius–. ¡Pero qué capullo...! –y volviéndola a alzar–. ¡Expelliarmus!
Pero James pudo evitar el rayo gracias a los reflejos adquiridos en sus años como buscador del equipo de Gryffindor de quidditch.
Alice, por su parte, había alcanzado a Lily al grito de "¡petrificus totalus!", con lo que James se colocó en dos pasos a la altura de Alice y apuntándola dijo:
–Nassuta.
A la chica le creció la nariz de tal forma que pronto le llegaba al suelo y tenía que apartarla con la mano con que no sujetaba la varita para no pisarla y tropezarse. Frank salió en defensa de su novia, como lo había hecho James, y apuntando hacia éste:
–Desmaius.
Pero éste consiguió de nuevo zafarse.
Remus había escogido un rival más sencillo. Al grito de "desmaius" consiguió derribar a Peter en el suelo, inconsciente. Sirius, cuando lo vio tirado, se colocó en una carrera a su lado y apuntándolo con la varita pronunció el contramaleficio. Peter abrió los ojos lentamente.
–¡Vamos, idiota! –lo espetó–. Vayamos los dos a por Remus.
Por su parte, Helen, andando de puntillas para pasar desapercibida, se aproximó a Lily y le practico el contrahechizo para que volviese a adquirir la movilidad.
–Gracias, Helen –dijo sinceramente Lily.
Entonces Helen se volvió y vio cómo Remus corría delante de Sirius y Peter que no hacían más que lanzarle maleficios a su novio incansablemente.
–Artificiosus flamma –conjuró tras mucho pensar un maleficio decente que no se le ocurrió. De su varita surgieron decenas de fuegos artificales de colores que estallaban alrededor de Sirius y de Peter sin hacerles daño.
Sin embargo, Remus había podido girarse, aprovechando el descuido de sus dos amigos, que se habían detenido mirándolos, y le lanzó a Sirius:
–Expelliarmus.
Y la varita de éste voló de sus manos cayendo a un buen trecho de distancia. En ese instante Alice pasó ante ellos persiguiendo a Lily lanzándole infinitos impedimentas que la chica evitaba porque corría haciendo eses.
–Vamos, ¡haz algo! –espetó Sirius a Peter señalándole su varita.
–¿Qué? –tembló–. ¡Ah! Fumusi.
Y un haz de humo ennegrecido salió de la varita de Peter, envolviéndolos a ambos por completo y ocultándolos a la vista de los demás. Sirius llegó en dos zancadas hasta su varita y la recogió.
–¡Con que hubieses utilizado el encantamiento convocador bastaba, Peter! –gruñó Sirius.
Cuando el humo por fin se deshizo, Peter apareció con la varita en ristre ante Helen. Le lanzó un maleficio aturdidor, pero la chica se tiró al suelo a tiempo. Giró sobre sí misma unos metros y quedando boca abajo, apuntó con su varita a Pettigrew:
–Clamoris.
Y Peter comenzó a gritar enloquecido sin poder pronunciar un solo maleficio. Dejó la varita en el parqué del suelo y se llevó las manos a la cabeza con desesperación, mientras no dejaba de gritar como un demente.
Sirius, viendo lo que le había hecho a Peter, apuntó su varita a Helen y conjuró:
–¡Veteranum!
La chica sintió cómo su espalda se curvaba y ella se sentía diferente. Comprobó, tanteando con manos trémulas, cómo le había salido una joroba en la espalda. Pero aquello ya no le importaba tanto. Ahora tenía los ojos velados. Estaba mirando a Sirius pero no era a Sirius a quien veía, sino a Remus, y veía cómo Frank se le acercaba por detrás.
–¡Remus, no! –gritó.
Pero no hizo falta. Los ojos de Helen dejaron de estar velados, pero los de Remus sí lo estuvieron. Vieron lo que otros habían hecho. Vio a Frank atacarlo y a él caer en el suelo, desmayado. Se giró a tiempo y viendo que Frank le lanzaba un maleficio aturdidor, él pudo lanzarle otro, y los rayos, encontrándose en el aire, salieron disparados hacia la pared.
Helen, que ya no estaba siendo atacada por Sirius, apuntó tal y como estaba, echada en el suelo, su varita hacia Frank y dijo:
–Desmaius.
Frank cayó inconsciente en el suelo.
–Estupendo, Helen –aprobó Remus, corriendo detrás de Sirius.
Alice, que lo había visto todo, dejó de perseguir a Lily y volviéndose hacia Helen le lanzó:
–¡Gelatinusdigitus!
El rayo golpeó a la chica de lleno, e inmediatamente comprobó que sus dedos se volvían fláccidos y sin vida, gelatinosos. Intentó sujetar la varita, pero se le caía de las manos, no podía agarrarla.
–¡Maldición! –se quejó.
Lily acudió en socorro de su amiga Helen y apuntando directamente hacia Alice, consiguió desarmarla, saliendo la varita disparada hacia el techo. Después la convocó hacia sí para que Alice no pudiera recobrarla y le lanzó:
–¡Aequilibratas!
Alice perdió el equilibrio y se cayó. Lily se acercó y la apuntó directamente a los ojos.
–Te he cazado –se burló.
–¡Desmaius! –gritaba Sirius lanzándole un rayo a Remus que no consiguió dar en el blanco.
–Expelliarmus –corrió James en ayuda de Remus.
Sirius lo evitó, y volviéndose veloz hacia su amigo Potter, le lanzó el maleficio del llanto:
–Ploratus.
La varita de James se descolgó de sus dedos y éste comenzó a llorar entre gimoteos, incapaz de seguir practicando ningún tipo de hechizo.
Lily, con el rostro contraído, petrificó a Alice y corrió a ayudar a Remus. "Impedimenta", le gritaba entonces Remus a Sirius.
Viendo que Lily se acercaba a la carrera, Sirius levantó su varita hacia ella y conjuró:
–¡Mobilise!
El rayo la golpeó directamente en el pecho y Lily comenzó a agitar frenéticamente sus cuatro extremidades, sin conseguir que el brazo derecho apuntase hacia Sirius. Éste se quedó riendo observándola.
–¡Dictum ignis! –le apuntó Remus.
Entonces Sirius recobró el sentido común y apretando con fuerza su varita:
–Impedimenta.
Remus tuvo tiempo de utilizar el conjuro protector.
–¡Fumusi! –gritó Sirius, y un espeso humo negro salió de su varita en un segundo, interponiéndose entre Remus y él, con lo que ninguno conseguía ver al adversario–. ¡Expelliarmus! –apuntó Sirius hacia donde intuía que estaba Remus y el rayo salió disparado atravesando la espesa capa de humo negro.
Remus agitó entonces su varita con celeridad, sin pronunciar ningún encantamiento, y al aparecer el rayo al otro lado de la cortina de humo, éste salió disparado atravesando la habitación y chocando en el lado contrario del muro.
–Ya basta –los interrumpió Aberforth–. Ha sido impresionante, Remus. ¿Cómo has conseguido hacer eso?
–No lo sé.
–Ha sido una pasada, créeme –le dio unas palmaditas en la espalda–. Bueno, los demás también lo habéis hecho muy bien –comenzó a consultar el pergamino en que había estando anotando cosas todo el tiempo–. ¡Excelente, Helen! Has conseguido derribar tú sola a Peter y a Frank. Estás mejorando mucho, enhorabuena. Los demás también lo habéis hecho como acostumbráis, muy bien. ¡También enhorabuena a Sirius y a Remus, claro está!, que han conseguido establecer un duelo unipersonal. Excelente. Vas a tener que esforzarte un poco, Peter, si quieres mejorar. Y, por último, mi más cálida felicitación a Sirius Black y Helen Nicked, las dos únicas personas que han superado esta prueba con sobresaliente.
–¿Cómo? ¿Y eso? ¿Por qué? –estallaron el resto.
–Habéis trabajado en equipo, pero ellos dos han sido los únicos que lo han demostrado. Cuando... –consultó de nuevo su pergamino– Lily fue alcanzada por el maleficio de la inmovilidad total, Helen obró el contramaleficio, y cuando Peter recibió el maleficio aturdidor, Sirius hizo lo mismo. Los demás habéis dejado que vuestros compañeros caigan y os habéis olvidado de ellos. Seguramente habéis pensado que ganaríais no perdiendo el tiempo que conllevaría recuperarlos, pero yo os digo ahora que no: lo mejor que podéis hacer es conservar el número. Luchar todos juntos por una meta común es lo mejor.
»Bien, por hoy ya está, ¿no os parece? Ha sido una jornada intensa –rió–. Salgamos. Por cierto, Remus, como es tu novia –señalando a Helen–, tú puedes ayudarla con los maleficios; debería conocer algunos más y seguro que tú puedes darle muchísimos –Remus asintió–. Lo de los fuegos artificiales ha sido gracioso, ¡e incluso ha resultado!, pero en un ataque real lo dudó. Sirius, tú ayudarás a Peter a lo mismo.
–¿Por qué yo? –se lamentó éste.
–Porque, ¡bueno!, tú eres el único que no tienes pareja, como él. ¡Tenéis más cosas en común!, supongo, no te quejes. Y tú, Helen, quiero que los ayudes a todos a conocer contrahechizos para saber ayudaros entre vosotros, ¿vale? –la chica asintió–. Ella sabe más que vosotros de esto. ¿Dónde se habrá visto una sanadora que no los conozca? Vamos, salid. Quisiera hablar con mi hermano –y lanzó una mirada fugaz hacia Remus.
–¿Puedo hablar contigo, Helen? –preguntó Remus.
–¡Oh, sí! –consintió ésta.
–Vayamos a mi cuarto –y cuando todos se apartaron de la puerta asió el pomo con firmeza–. Dormitorio de Remus Lupin.
–¿Contraseña, por favor?
Remus se aproximó al pomo y en un susurro inaudible dijo:
–Déjame entrar y no hagas preguntas tontas.
La puerta se abrió y tras ella apareció el amplio dormitorio de Remus, semejante a todos los demás, con una cama, un par de sillas en que éste tenía un par de túnicas desordenadas y arrugadas, un armario empotrado y un espejo.
–¿Qué quieres? –preguntó Helen.
–No sé cómo decirlo, pero...
–¿Quieres cortar conmigo?
–¡No, eso no! Es otra cosa. ¡Eso nunca! Es que...
–¿Qué? –se impacientó.
–¡Es que creo haber tenido una visión premonitoria! En la sala de entrenamiento... –dijo.
–¿Cómo?
–Sí. Vi cómo Frank me alcanzaba por detrás y caía al suelo desmayado. Entonces me volví, y lo que había visto ¡se estaba haciendo realidad en aquel momento! Pero como lo había visto pude volverme a tiempo. ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás tan callada?
–Es que... –ahora titubeaba ella–. Pues verás. Es que yo tuve también esa premonición en la sala de entrenamiento.
–¿Cómo?
–Cuando Sirius me alcanzó y me apareció la joroba, que por suerte ya ha desaparecido, yo lo miré a él, pero te veía a ti, siendo atacado por Frank. Quise avisarte, pero estabas muy lejos.
–Y entonces lo vi... –añadió.
–Sí.
–¿Y qué quiere decir eso?
–Que quizás ahora tú veas también mis premoniciones –Helen se acercó a darle un beso, pero se apartó enseguida, llevándose una mano a la cabeza–. He tenido otra. ¿Tú también esta vez? –Remus negó–. He visto que tenías una premonición y te despertabas. Estabas aquí, en esta cama.
–Yo no la he visto.
–Quizás si me esfuerce –contrajo sus facciones y un espasmo recorrió a Remus–. ¿Lo has visto?
–¡Oh, sí! Era yo.
–¿Podrán ver mis premoniciones los demás? –preguntó ilusionada–. ¿Te has dado cuenta? Yo tengo las visiones, pero si quiero que alguien las vea, ¡las ve! ¡Qué bien! –se abalanzó sobre Remus y lo abrazó–. Te quiero.
–Lo sé –respondió el otro.
Y salieron de la habitación, encontrando en la sala común a todos sentados alrededor del fuego en sendos sillones. Helen probó enviarle una de aquellas recientes visiones adivinatorias a Lily, pero ésta no se inmutó. Sólo días más tarde llegaron a la conclusión de que aquellas visiones sólo las podía ver Remus, y muchos más días después argumentaron que aquello debía de deberse al hecho de que ella lo amase con locura y estarían conectados mente y corazón. Se besaron.
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–¡Qué malo eres, Pet!
Los chicos se encontraban en la sala de entretenimiento de la orden, jugando a los dardos, acompañados de las chicas, que estaban sentadas un poco más apartadas, hablando entre sí entre risas, con sendas cervezas de mantequilla en la mano.
–¡Vamos! ¡Apunta mejor, Pet!
Éste blandió su varita y lanzó chispas rojas que se quedaron clavadas en una enorme diana que ocupaba toda la pared.
–Te toca, James –dijo Sirius.
Éste apuntó con su varita y, arrugando el ceño, apuntó, pero el tiro fue tan erróneo como el de Peter.
–¡Me ha despistado! –mintió–. Remus me ha puesto caras y me ha despistado.
–No seas mentiroso –gruñó Remus alzando su varita y disparando chispas azules hacia la diana–. No está mal. ¡Te lo dedico, Helen!
–Gracias, cariño. ¡Eres un cielo!
–Lo sé.
–¿Qué estarán haciendo los otros ahí fuera? –se sentó en un taburete Sirius–. Nunca nos enteramos de nada. Cuando quieren hablar a sus anchas, nos dicen que nos vengamos aquí y nunca nos enteramos de nada. ¿Queréis un cigarro? –sacando un encendedor.
Al otro lado de la puerta mágica, Moody y los dos Dumbledore, a saber, Albus y Aberforth, conversaban tranquilamente:
–Os digo que los chicos no pueden estar cómodos así –gruñó Alastor–. Encerrados todo el día. Mejor se está en Azkaban.
–Están en peligro, Alastor –comentó Albus.
–Aunque sabrían defenderse –dijo Aberforth–. Mejor dicho, sabrán. Están haciendo interesantes progresos en las clases, ¿sabías, Albus?
–Sí, ya lo sé –mencionó éste sonriendo–. Esta mañana, desayunando en el Gran Comedor, consulté tus notas con la profesora McGonagall.
–Unos chicos muy despiertos –dijo Moody–, muy despabilados, sí. Y es muy agradable tenerlos en la orden, aquí, con nosotros. Parece que fuéramos jóvenes de nuevo, ¿verdad, Albus?
–Nunca he creído que haya dejado de serlo –bromeó Albus.
Las llamas de la chimenea se alzaron altas y verdes y apareció entre ellas Mundungus Fletcher, con una botella de whiskey de fuego en la mano e hipando sonoramente.
–Pero ¿de dónde vienes, hombre? –se levantó Aberforth para ayudarlo a sentarse en un sillón frente a ellos.
–¡Hip! De Cabeza de puerco. ¡Hip!
–¿Y en eso te gastas el dinero que te damos aquí por tus trabajos, eh, Mundungus? –lo regañó Moody como si fuera un niño–. Parece mentira. ¡Tan mayor y tan estúpido! Tan...
–¡Hip!
–Se puede saber de dónde vienes, Mundungus –le inquirió Albus despreocupado.
–¡Hip!
–Si no puede ni hablar –levantó el puño enfadado Moody–. ¡Dos galeones que cuesta esa maldita botella! Y mira cómo la chuperretea. ¡Qué asco!, por el amor de Rowling.
–¡Hip! He dicho que vengo de Cabeza de puerco.
–Eso ha quedado muy claro, amigo mío –repuso Albus con amabilidad–, pero ¿de hacer qué? No te hemos mandado allí.
–Encontré a un mortífago allí. ¡Hip!
–¿Un mortífago? –lo apremió Aberforth.
–Sí, ¡hip!, un mortífago. ¡Hip! Estaba bebiendo, y lo invité a una copa.
–No sólo es que compra esa botella y se emborracha, ¡sino que anda por ahí invitando a mortífagos a tragos! –enseñó los dientes Moody.
–Lo invité a una copa. ¡Hip! A whiskey de fuego. ¡Hip! A rico whiskey de fuego –y pegó otro sorbo del cuello de la botella–. Lo invité a una copa de whiskey de fuego. ¡Hip!
–¿Y qué estuviste hablando con él, Mundungus? –le preguntó inquisitivamente Albus.
–Le sonsaqué cosas, Albus. ¡Hip! Lo invité a una copa de whiskey de fuego y le sonsaqué algunas cosas. Me dijo que Quien–Vosotros–Ya–Sabéis está intentando atentar contra el Ministerio de Magia. ¡Hip! Lo invité a una copa y me lo dijo.
–¿El Ministerio de Magia? –preguntó Moody pegando un brinco–. ¡Están locos!
–Eso me dijo. ¡Hip! No que estuvieran locos, no, eso no. Lo invité a una copa y me lo dijo. ¡Hip! Una copa de whiskey de fuego.
–¿Y seguistéis bebiendo? –preguntó Aberforth con el entrecejo arrugado.
–¡Oh, sí! ¡Hip! Seguimos. Luego me invitó él, a whiskey de fuego también, mi favorito. ¡Hip! Bebimos y bebimos. Reíamos.
–¿No le contarías nada de la orden? –le preguntó Albus con ojos severos.
–¿De la orden? ¡Hip! ¿Qué orden? ¡Ah, la Orden del Fénix! No... ¡Hip!
–¿No? –dudó Moody.
–Él me contaba cosas de los planes de Aquél–Cuyo–Nombre–No–Debe–Ser–Pronunciado, ¡hip!, pero yo no le decía nada. ¡Nada! ¡Hip!
–¿Y por qué hay que creerte? ¡Estás borracho!
–¡Alastor! –Moody se tranquilizó ante la atronadora voz de Albus–. Ve al laboratorio y trae un cuentagotas con la Poción de la Verdad –Aberforth asintió ante aquellas palabras–. No podemos culparlo sin pruebas, ¿verdad?
Moody obedeció.
–¿Funcionará? –preguntó Aberforth–. Quiero decir, que estando borracho y no teniendo mucha conciencia de sí mismo...
–Sí, Aberforth, funcionará. Si habló, su mente lo sabe.
Moody reapareció por la puerta, hablando:
–Resulte lo que resulte, ¡esto es intolerable! –gruñó–. Aunque no le hubiese dicho nada, lo mejor sería borrarle la memoria y pegarle una patada bien lejos para no volverlo a ver nunca. Quién sabe si la próxima vez que se emborrache –"¡Hip!"– no le contará nada a algún aliado de Quien–Tú–Sabes.
–Voldemort –repuso Albus–. Llámalo Voldemort.
–¡Lo llamo como me da la gana! –gritó Moody mientras abría con violencia la mandíbula de Mundungus y lo obligaba a tragarse unas cuantas gotas con Veritaserum–. ¡Traidor borrachuzo!
–Alastor –lo recriminó Albus–. Bueno, tengo que irme. Hace rato que debía estar en la escuela; he quedado con la ministra. Últimamente me estoy ausentando demasiado de mis obligaciones como director de Hogwarts. Ya me contaréis lo que ha pasado.
Y se dirigió hacia la puerta y desapareció tras ella.
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Remus Lupin dormía inquieto. Las sábanas le molestaban. Giraba y volvía a girar sobre la cama, sin poder dejar de tener pesadillas. Se despertó de nuevo de una de ellas. Se incorporó sudoroso en el colchón y decidió levantarse. Comenzó a dar vueltas en su habitación, de un lado a otro. Se miró en el espejo.
–¿Qué? ¿No puedes dormir? –le dijo éste.
Remus sacó su varita y comenzó a lanzar chispas doradas hacia el techo, matando el aburrimiento. De pronto lo sintió.
Su cabeza se embotó y llenó de una neblina espesa a través de la cual se podían ver imágenes difuminadas, pero claras. En aquella ocasión veía íntegro el dormitorio de Helen, y ellos dos estaban en la cama haciendo el amor de manera hosca. La neblina desapareció y el dormitorio de Remus volvió a surgir ante sus ojos. Aquello había sido, sin duda, una premonición de Helen que le habría mandado a propósito.
Salió de su dormitorio y fue al cuarto de baño. Después, agarrando el picaporte de la puerta, pronunció:
–Dormitorio de Helen Nicked.
–¿Contraseña, por favor?
–La poción indolora huele a rábanos fritos, pero es muy eficaz.
La puerta se abrió con un chasquido sordo. Ante él apareció el dormitorio de su chica, con una amplia cama similar a la suya propia en la que Helen, recostada, se hacía la dormida.
Cuando Remus, tras cerrar la puerta con suavidad, se acercó en silencio para despertarla con una caricia, la chica pegó un salto gritando y le dio al chaval un susto de muerte.
–Pero ¿estás loca? ¿Me quieres matar de un infarto?
–No, tonto, no. ¿Es lo único que me tenías que decir? ¿Te ha gustado la visión?
–Mucho –mirándola como atontado–. Pero ¿es cierto que has visto eso?
–Digamos que sí. Bueno, no. Puedes ver todos los pensamientos que mi mente produzca y yo quiera que veas. Y debo decirte que soy muy imaginativa.
–Ya lo sé.
–¡Ah! ¿Lo sabes?
Y comenzó a hacerle cosquillas a Remus para que éste riera. Sin embargo, el chico era más fuerte y la agarró firmemente dejándola inmóvil sobre la cama.
–Me haces daño –susurró Helen entre risas.
–Oh, ¡lo siento!
Remus aflojó y se besaron. Se besaron y se abrazaron.
Remus le quitó con suavidad el camisón y comenzó a acariciar con placer sus pechos. Se los llevó a la boca y los saboreó con rapidez, con avidez. Helen, mientras tanto, no paraba de acariciarle a Remus el pecho desnudo y meterle la mano en el pantalón.
–Te quiero, Remus.
Éste seguía comiéndole los senos mientras producía gemidos de profundo placer. A continuación descendió hasta que su rostro quedó plantado ante sus braguitas de encaje, y se las arrebató entre besos con manos temblorosas pero decididas.
Helen lo detuvo al cabo de los cinco minutos y lo instó a ponerse abajo, tumbado en el colchón. La chica comenzó a pellizcar entre carcajadas sus pezones, mientras el chico continuaba acariciando sus pechos, razón por la que Helen le daba palmadas en la mano.
–Ahora es mi turno –dijo.
Y comenzó a besarle el torso, descendiendo sus labios por sus costillas y llegando al ombligo. Después, tomando aire, agarró con firmeza el pantalón del chico y lo bajó hasta los pies, agarrando con fuerza su miembro viril, mientras subía para quedarse a la altura de su cara y seguir besándolo.
–Te quiero, Remus, más que nunca.
–Eres un ángel, Helen.
Y se besaron largamente. Él agarró los gluteos de la chica con decisión mientras la chica introducía a Remus dentro de ella y comenzaron a practicar el masaje del amor.
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Peter, agarrando su varita con mano trémula, lanzó chispas rojas que se clavaron en la diana de la sala de entrenamiento.
–Eres bastante malo –se burló Sirius.
–A ver si tú lo haces mejor –lo picó James.
–Ya verás de lo que soy capaz.
Levantó su varita y concentrando el rostro, dejó salir de ella sendas chispas verdes que se quedaron pinchadas en el tablero mágico al igual que las de Peter.
–¡Peor que Peter! –rió James acompañado de Remus.
–Qué deshonra –lloriqueó Sirius.
–¿Por qué no nos dejáis probar a nosotras? –sonrió Helen–. ¿Puedo?
Los chicos asintieron y ella los imitó. En su rostro, no obstante, no había tanta vana presunción como en el de ellos, con lo que se concentró mejor y al lanzar chispas, que fueron de color doradas, se quedaron clavadas muy próximas al centro de la diana.
–¡Estupendo! –la aplaudió Lily.
–¿Qué opináis ahora, eh, chicos? –se rió Helen, petulante–. ¿Qué dices, eh, Remus?
–Que estás decidida a ponernos en ridículo –contestó éste.
–Pero qué soso –musitó por lo bajo Alice.
–¡Estoy harto! –se quejó Peter–. Muy harto. Esto es tan repetitivo que no sé si lo he vivido ya o lo estoy soñando. Todas las tardes es lo mismo. ¿Por qué no hacemos algo fuera de lo normal?
–¿Alfo fuera de lo normal? –preguntó James.
–¿A qué te refieres? –dijo Frank.
–¡A hacer una excursión al campo, por ejemplo!
–Ya sabes que no podemos, Pet –habló Sirius–. No nos dejan salir sin guardaespaldas.
–¿Y quién ha dicho que fuéramos a ir solos? –se encogió de hombros Peter–. Podría acompañarnos Mundungus.
–Ya lo hemos dicho cientos de veces –comentó Lily–, ¡y han pasado de nosotros como de la mierda! Prefieren que estemos aquí dentro.
–Podríamos intentarlo otra vez –sugirió Colagusano.
Helen bajó la mirada y los ojos se le quedaron velados. Vio cómo un par de individuos enmascarados hacían acto de aparición en su picnic y lanzaban un rayo verde a Remus matándolo. Después se dirigían hacia los demás, que habían comenzado a lanzarle maleficios a punta pala. Los mortífagos huyeron, salvando sus vidas. La sala de entrenamiento volvió a aparecer a la vista de Helen después de tener la visión.
–A mí no me parece buena idea –dijo la chica.
–¿Por qué no? –preguntó Remus–. Por probar no...
Pero la visión de Helen golpeó en su sien como un cubo de agua fría y despertó a la realidad atónito y preocupado.
–No iremos –concluyó el chico.
–Pero ¿por qué no? –insistió Peter.
–¡Porque es peligroso! –soltó Helen enfadada–. Sabes, Peter, tan bien como nosotros, que estamos siendo todos amenazados por el bando tenebroso. Lo mejor que podemos hacer ahora no es irnos al campo a montar una camping–party, ¿no te parece?
Peter se calló. Sirius se volvió hacia él y le musitó:
–Si no, haz como James y como yo, que nos escapamos algunas noches y nos vamos a Las tres escobas a tomarnos algo.
Helen se puso en pie y comenzó a recoger sus cosas.
–¿Adónde vas? –le preguntó su novio.
–Tengo planes –contestó–. Sybill ha organizado una reunión de antiguos alumnos del Club de Adivinación. No me hace ninguna gracia ir, pero ha insistido mucho.
–¿Y puedes salir? –preguntó Peter en un susurro.
–Le he preguntado a Dumbledore y me ha dado permiso.
–Ya. A mí también –confesó Sirius–. Te acompaño a la puerta, Helen.
–¿Y tú adónde vas? –preguntó exasperado Peter.
–A comprarme unas cosillas. Ahora que tengo unos ahorrillos podré comprarme unas cuantas cosas de que tengo antojo.
–¿Quieres que te acompañe? –preguntó James a Sirius.
–No, no hace falta, James. Así, luego te enseño las cosas guapas que me voy a comprar. Además, no voy solo. Me acompaña un tal Diggle. ¿A ti, quién?
–Aberforth. ¡Cómo si alguien me fuera a perseguir en esa estúpida reunión del Club de Adivinación! Vamos, que más pronto se pone Sybill a decir tonterías que no hay quien la aguante... Quiero ver cuántas veces me pronostica hoy la muerte. ¡Por cierto! Creo que le voy a pedir permiso a Dumbledore para pasarme por mi casa; hace tiempo que no leo el correo. Bueno, hasta luego, chicos. Hasta luego, Remus. Te quiero.
–Adiós, Helen.
–¡Adiós! –se despidió Sirius saliendo por la puerta.
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–¡Hay tortitas! –exclamó Arabella saliendo de la cocina de la orden–. ¿Quién quiere tortitas?
–¡Yo, yo, yo! –gritaron todos levantando las manos.
–¡Tranquilidad! Hay para todos –mientras las repartía.
–Están deliciosas, Arabella.
–Gracias, Lily, eres un sol. ¿Qué te pasa, Helen? ¿No tienes hambre?
–No, no es eso. Bueno, no, no tengo hambre.
–¿Te duele la tripa? –indagó.
–No, Arabella –respondió Helen escueta.
–¡Podrías prepararnos un gran pastel de queso para mañana al desayuno! –propuso Sirius–. A Peter le encanta el queso.
–Y a ti la comida de perro... –dijo éste con malicia.
–¡Peter le ha respondido a Sirius! –gritó James–. ¡Peter se ha ganado una colleja!
–¿Queréis callaros, chicos? –se enojó Arabella Figg–. A ver, ¿qué te pasa, querida?
–No es nada, de verdad. Estoy algo desganada. He dormido mal.
–¿Quieres que te prepare alguna otra cosa?
–No, no te molestes.
–¿Molestarme? ¡Nunca, querida! Para algo soy la cocinera de la orden, ¿o para qué crees que me pagan? –la miró escudriñadora–. ¿Quieres que te traiga un poco de poción renovadora del laboratorio? Moody está en su cuarto y puedo pedírsela. Es que yo no sé la contraseña, mis queridos chicos.
Se acercó a la puerta mágica:
–Dormitorio de Alastor Moody.
–¿Contraseña, por favor?
–Tan sólo quiero llamarlo –repuso Arabella con soltura.
–Adelante –pronunció la voz anónima.
Arabella levantó la mano y golpeó sus nudillos contra la puerta.
–¿Quién es? ¿Quién es? –gruñó el auror.
–¡Soy yo! –exclamó la mujer–. Sal de ahí, gruñón cascarrabias.
–¿Qué quieres? –le espetó.
–Helen no se encuentra bien. Seguro que tenéis poción reponedora en el laboratorio, y yo no puedo entrar. Anda y tráele un poco. ¡Y ven a desayunar!, que hace rato que he preparado tortitas y se van a quedar más duras que... –la señora Figg comenzó a reírse como una tonta–. ¡Qué tonta estoy! –se le subieron las chapetas a las mejillas.
Se retiró para reavivar el fuego mientras Moody abría la puerta para ir al laboratorio a por un poco de poción.
–En cuanto salga Moody –le susurraba Sirius a James–, quiero enseñarte una cosa.
–Aquí tienes, chica –gruñó Moody dándole un frasco de poción–. Échalo en el zumo de calabaza, créeme, es lo mejor; está muy malo.
Helen, obediente, vertió el contenido en su copa.
–Y ahora, ¡a desayunar! –le espetó Arabella a Moody.
–No quiero, Arabella. Estoy sin apetito.
Y se fue de nuevo hacia la puerta para entrar en su dormitorio.
–¡Qué hombre! –meneaba la cabeza Arabella pidiéndole a la puerta para ir a la cocina.
–Ahora –se levantó de la mesa Sirius y avanzó hacia la puerta–. Le pedí a Dumbledore que me hiciese el favor de crear una habitación donde guardarla. ¡E incluso tiene otra para que pueda sacarla a la calle! Garaje.
–¿Contraseña, por favor?
–No tiene contraseña.
Y la puerta se abrió. James vio con asombro cómo, entre las sombras, una enorme moto brillaba ante la incipiente luz que penetraba por unos resquicios que tenía la sala de piedra. Al fondo, una puerta típica de una cochera muggle, limitaba la sala con el exterior.
–¡Madre mía! –exclamó James–. ¿Cuándo la has comprado?
–Ayer –los demás, atraídos por los gritos de James, acudieron a ver la moto de Sirius, comenzando a alabarla–. Fui a una tienda muggle y me la compré. Aunque los muggles son muy raros con tanta libra y penique, con lo fácil que es manejar el oro mágico.
–¿Y para qué la quieres? –preguntó Peter.
–Pues ¿para qué la va a querer? –le dio una colleja James.
–Creo que voy a encantarla –explicó Sirius–. Para hacerla volar.
–¿Me darás una vuelta? –sugirió Peter.
–Sí, después de James, Remus y Frank –sonrió Sirius–. Lo que pasa es que ahora mismo funciona con un líquido muggle de color amarillo que ellos llaman "golosina" o "gasolina", o algo así. Tendré que hechizarla para que ande sola.
Remus miró en derredor de sí y vio que no había ninguna chica con ellos en el garaje contemplando la moto. Se asomó a la puerta mágica, que Sirius había dejado abierta para fardar de moto, y vio cómo Lily y Alice trataban de consolar a Helen.
–¿Qué te pasa? –le preguntó su novio sentándose a su lado suavemente.
–Tiene un mal día –respondió por ella Lily.
–Vamos. Dime qué te pasa.
–¿Qué? ¿Ya te has hartado de ver eso que os está enseñando tu amigo Sirius? –estalló Helen entre sollozos–. ¿Ya te has hartado y es entonces cuando vienes a ocuparte de tu novia?
–¿Qué te pasa? –se echó hacia atrás Remus asustado.
–¿Que qué me pasa? ¡Me pasas tú! Eres mi sueño y mi pesadilla. ¡Tú!
–Helen, tranquila.
–No me toques. ¡No me toques! Ahora me mimas. ¿Ahora? Nunca me dices que me quieres. ¡Nunca!
–Pero te quiero.
–¿Ahora?
Los demás acudieron a la sala común, cerrando la puerta mágica, ante la discusión que se había iniciado.
–Ahora ya no quiero que me digas que me quieres, Remus –sollozó Helen–. Hoy no me hace falta.
Y se levantó volcando la silla en que estaba sentada y, tomando un pellizco de polvos flu, desapareció por la chimenea hacia su academia.
–¡Pero no has desayunado nada! –gritó Lily, pero ya se había ido.
–¿Qué le pasaba? –preguntó Sirius con las cejas levantadas–. Nunca la había visto tan enfadada. ¿Qué le has hecho, Remus?
–Nada, creo.
–Bueno, será mejor que nosotros también nos vayamos a nuestras academias.
Tomaron un pellizco de polvos flu y se desaparecieron por la chimenea despidiéndose de Peter, que se quedó ayudando a la señora Figg a recoger la mesa.
La siguiente ocasión en que Remus y Helen se encontraron frente a frente fue durante el almuerzo. Se sentaron en la estancia que actuaba de comedor en la orden y Arabella dispuso sobre ella todo tipo de cosas: pudín de patatas, filetes empanados, pastel de mora con guindas de calabaza...
–¿Qué te pasa, Helen?
–No me pasa nada.
–¿Ah, no? Pues no estás igual. Hoy estás rara.
–¿Ah, sí?
–¿Tiene algo que ver con algo que te dijese Trelawney?
Helen lo traspasó con una mirada.
–Te veo con apetito, Moody –rió Arabella–. ¿Quieres que te traiga las tortitas que no te has comido esta mañana?
–No, gracias, Arabella. El pudín tiene muy buena pinta. ¿Me pasas la mermelada de calabaza, Aberforth?
La puerta mágica se abrió y Mundungus entró en la estancia.
–¡Hola, Dung! –saludaron los chicos entre risas y exclamaciones excitadas.
–¿Dung? ¡Dung! –aplaudió la señora Figg riendo–. Ni que fuera una campana. Tiene su gracia. Siéntate, Dung –rió–. Ahora te traigo un plato, no había contado con que vinieses a almorzar a la orden.
–No tenía dónde ir –repuso éste–. Hola, Aberforth. Hola, Alastor.
Aberforth lo saludó en tanto que Moody se contentó con gruñir por que éste le hubiera dirigido la palabra.
–¡Oh, vamos, Moody! –lo regañó en broma Aberfoth–. ¿Por qué sigues cabreado con él? Se emborrachó, sí, pero no le dijo nada al mortífago. Mundungus es fiel, al fin y al cabo, ebrio o sobrio, da igual.
Moody volvió a gruñir a modo de respuesta.
–¡Dung! ¡Dung! ¿Dónde has ido hoy? –preguntó Sirius.
–¿Que dónde he ido hoy? A ver, déjame que recuerde. ¡Ah, sí! –sonrió–. He ido a ninguna parte.
–¿Cómo? –frunció el ceño Lily.
–Es que, bueno, veréis, como la semana pasada me echaron de por vida de Cabeza de puerco por decirle al camarero que era un squib inepto por echarme una copa de whiskey de fuego, mi favorito, en un vaso con un culo de insípido zumo de calabaza y...
–¿Sólo por eso te echaron? –preguntó James.
–Bueno, por eso y por pegarle un puñetazo en un ojo –Moody gruñó de nuevo–. Ahora tengo que ir a Las tres escobas si quiero hacer algo, pero Rosmerta, la camarera, prepara un whiskey de fuego que no sabe a nada de nada. Por eso no he ido a ninguna parte. Me he quedado dormido bajo la sombra del árbol de la orden.
Aberforth rió más fuerte que ninguno. Arabella, que entraba en ese momento por la puerta, dijo:
–¿Qué estarás contando ahora, viejo primo? –y volviéndose a Helen–. ¿Tú estás mejor, chica? Un poco pálida, pero por lo menos ya estás probando bocado –le acarició el pelo–. ¡Pero qué niña más guapa!
Remus miró a Helen con ojos lastimeros, pero ella no lo miró siquiera.
–¡Dung! –lo llamó Sirius.
–¡Oh, Dung! ¡Qué ocurrencia! –reía Arabella–. ¡Qué demonio de chicos!
–¡Cuéntanos cómo era Hogwarts cuando tú fuiste allí! –propuso Sirius.
–¿Ir? –rió más fuerte la mujer–. Mi primo tercero fue expulsado de la escuela no menos de treinta veces. Lo mandaban a casa para que su padre le echase una buena reprimenda y volvía al colegio al cabo de la semana. Qué diablo era. ¡Y qué diablo sigue siendo!
–¿Te expulsaron treinta veces? –se interesó Frank.
–¡Oh, sí! –dijo Mundungus poniendo cara de recordar–. Era un niño muy malo, no os quepa duda –Moody gruñó mientras sorbía su pudín–. A la semana de llegar a Hogwarts se rompió mi primera varita. Sucedió cuando me peleé con John MacGregor, un chico apocado que enseñaba los dientes como un conejo –lo imitó–. El director me sacó de la escuela y me condujo al callejón Diagon para que pudiese comprarme otra nueva. Ollivander no se alegró nada de verme. Dijo que la varita que había comprado era un excelente ejemplar, y que era una lástima que una pelea la hubiese roto.
–Pero ¿con una semana ya tuviste un duelo con un niño? –sonrió Lily.
–¿Un duelo? Bueno, se le puede llamar así –levantó un puño y lo apretó–. Ésta fue mi arma, Lily. Pero aquel muchacho daba buenas patadas. Saqué la varita para pinchársela. Él le dio una patada y la rompió.
–Mundungus era un elemento –sonrió Aberforth–. Todo un caso. Todo el mundo lo conocía, hasta fuera de la escuela sus travesuras eran famosas. Fletcher, el incordio de la escuela, la espina clavada de Hogwarts. ¡Hasta los fantasmas salían huyendo de él cuando lo veían! Pobres. Y un día sumergió a Peeves en un inodoro, según me contaron –Mundungus asintió serio.
–¿Hiciste todo eso? –preguntó Sirius.
–Por supuesto –respondió tomando un poco de pastel en su plato–. Incluso un año me suspendieron, en quinto fue. No conseguí aprobar Pociones en mis TIMOS. Cogí a dos elfos domésticos de las cocinas y los secuestré. No pensaba soltarlos hasta que me aprobaran. Pero Flitwich los convocó.
–¿Flitwick? –dijo Alice–. ¿Ya estaba entonces? ¡Pues ya debe de ser viejo!
–¡Y un pejigueras! –exclamó Mundungus–. Un día me castigó por llevar un vampiro a clase para mostrarle cómo le había quitado los colmillos con un simple conjuro levitador. ¡Oh, qué recuerdos!
–Sí, sí –aprobó Aberforth–, recuerdo lo del vampiro. Se comentó durante dos semanas. Después salió volando y le clavó las muelas a una chica de tercero que se llamaba Umbrigde.
–¡Oh, sí, la recuerdo! –rió Mundungus–. La fea y gorda de Dolores Umbridge. Un año le mandé un regalo por Navidad, y apareció en el Gran Comedor calva y con las cejas pobladas. ¿Recuerdas lo que le dijo Perkins? "¡Qué guapa, Umbridge! ¿Nuevo look?"
–¡Vamos, vamos! Ya hace rato que habéis acabado –los espantó Arabella recogiendo platos a toda prisa–. ¿Alguien podría ayudarme con un poquito de magia, sólo un poquito? Oh, gracias, Lily, eres un sol. ¿Estás mejor, Helen?
–Sí, Arabella.
–Descansad un rato que dentro de media hora –habló Aberforth– nos pondremos a practicar en la sala de entrenamientos, ¿vale?
–¿Puedo hablar contigo, Helen? –le preguntó Remus.
–No, Remus, hoy no. Estoy cansada. Quiero irme un rato a mi cuarto.
La volvió a ver en la sala de entrenamiento a la media hora siguiente, pero se enfrascaron en la práctica de la lista de contramaleficios que Helen había confeccionado, con lo que no pudo hablarle. Como a Peter no le salían, lo usaron como conejillo de indias. Lo hechizaba, y después realizaban el contrahechizo. Quedó cojo, ciego, sordo, encorvado, inmóvil, estupefacto, manco, en la hora y media de entrenamiento que tuvieron aquella tarde.
Al salir, Remus trató de hablar de nuevo con Helen, pero ésta volvió a encerrarse en su cuarto.
–No me pasa nada –le dijo antes de cerrar la puerta–. Tú no tienes la culpa. Es que hoy me he levantado con el pie izquierdo, eso es todo.
Durante la cena la conversación entre ambos fue igual de escuálida. A fin de cuentas, tampoco Helen trabó diálogo con nadie más, y como Remus la viera despistada mirando su plato, tampoco él habló con nadie. Dumbledore, que había abandonado Hogwarts y la deliciosa cena que habían preparado los elfos domésticos para probar los deliciosos manjares de Arabella, los miraba de vez en cuando serio.
Peter, que tenía un espasmo en un ojo a causa de la multitud de maleficios que le habían lanzado aquella tarde, comía en silencio. También estaba ronco.
–Bueno, ¿y cómo van las cosas por aquí? –preguntó Dumbledore.
–Bien –dijeron algunos resueltamente.
–¡Ah! Me alegro –y miró de nuevo a Remus y a Helen, que no habían abierto la boca–. Esto, Arabella, está delicioso.
–Gracias, Albus.
–No, lo digo en serio, completamente rico.
–Muchas gracias, Albus.
–¿Me vas a ayudar con la moto hoy para que funcione sin "golosina"? –le preguntó Sirius a Dumbledore.
–Gasolina, Sirius. Es gasolina. Y lo siento, no puedo. Me ha surgido un asunto muy urgente. Muy, muy urgente.
–¿Qué es? –preguntó James mirándolo con sorna, consciente de que no se lo diría, pues de haberlo querido, ya lo habría hecho.
–Urgente y muy secreto –sonrió Dumbledore–. No puedo deciros nada. Quizás mañana, si he tenido éxito, os lo diré, ¿de acuerdo? Ahora, Arabella, yo la ayudaré a recoger los platos.
–¡Es tan encantador, Albus!
Éste se sonrojó.
–¡A la cama, chicos! –los apremió Aberforth–. Es tarde, y mañana tendréis que madrugar.
Y todos se fueron.
–¿Puedo hablar contigo, Helen? –probó Remus.
–Mañana, Remus. Ya mañana. Buenas noches.
–Buenas noches, Helen. Te quiero.
–Lo sé.
Y se marcharon a sus respectivos dormitorios.
Remus no pudo dormir, pero al fin el sueño lo venció. Tuvo innumerables pesadillas. La más dolorosa era una en que estaba besando a Helen y la lengua de ésta se convertía en una serpiente que lo penetraba por dentro y le devoraba las entrañas. Sudaba. Se revolvía y sudaba.
Después consiguió adoptar una postrua en que durmió una hora, aproximadamente, más o menos relajado. No obstante, al rato, una nueva pesadilla lo acometió:
Un extraño bosque oscuro. Una lechuza pasó volando y su figura, ensombrecida, se vio ante la figura de la luna en cuarto menguante, mientras ululaba con fuerza. "¡Crucio!", gritó una voz desconocida, y alaridos ensordecedores repercutieron en los oídos de Remus. "¿Quieres más, Dumbledore?", preguntó la voz invisible. "Dame al chico y te dejaré en paz", dijo. "Eso nunca", habló la conocida voz de Dumbledore. "Ésas tenemos, ¿no, Dumbledore?", rió la otra. "Avada kedavra", pronunció, y el sueño se volvió completamente verde, oyéndose de fondo una risa despiadada que se le clavó al chico en los oídos. Al fondo, la figura de Helen, su novia, apareció y le habló con voz pausada: "Dumbledore está en peligro. Hay que ayudarle."
Despertó.
Jadeaba, bañado en sudor. Se levantó de un salto de la cama y se puso a pasear en torno de ella, pensando con preocupación e impaciencia.
–¡Dumbledore! –se dijo–. ¡Él tiene a Dumbledore!
–Sí, eso parece –contestó el espejo.
–El sueño ha sido tan vívido... ¡No puede haber sido una pesadilla más! Helen me lo ha enviado. O quizás no. No creo que me hubiera enviado ninguna premonición de ningún tipo. Quizás la haya soñado y al tiempo que la haya tenido ella, yo también. Sí, eso debe de haber ocurrido –volvió a pasearse–. Hay que ayudar a Dumbledore. Hay que ir a por él –salió a la sala común de la orden y se quedó mirando la puerta mágica–. ¿Aviso a Helen o a los demás? No, lo mejor es que no. Helen está enfadada. Nadie tiene la culpa. Él sólo me quiere a mí –asió el pomo de la puerta–. Salida.
Atravesó el marco de la puerta mágica y se encontró junto al árbol en la campiña desierta, entrada secreta de la Orden del Fénix. Remus trató de concentrarse en el paisaje de aquella real visión: los árboles, el bosque, la hierba... Se apuntó con la varita, frunciendo el ceño, y se desapareció.
Reapareció con un ruido sordo en el lugar exacto en que se había producido su sueño. Ante su aparición imprevista, una lechuza, asustada, elevó el vuelo y su figura se entrevió a la luz de la luna. Una risa macabra y enfermiza se escuchaba a lo lejos.
–Bienvenido a tu pesadilla, Remus J. Lupin –dijo.
–¿Quién eres? –preguntó éste atemorizado.
–Lord Voldemort.
A Remus le comenzaron a temblar las rodillas y se sintió indefenso; aunque tuviese su varita en la mano y la apretase con decisión, se sentía indefenso.
–¡Deja a Dumbledore! –gritó Remus señalando la oscuridad.
La risa se elevó más alta y atronadora.
–¿Dumbledore, dices? –la risa volvió a recorrer el bosque–. No, chico, no. Dumbledore no está aquí.
–¿Qué?
–Que te has equivocado, muchacho. Dumbledore no ha venido esta noche. ¡Lumos!
Y un haz de luz apareció a unos pasos de Remus, señalando el rostro escuálido y horroroso de lord Voldemort.
–Voldemort... –pronunció Remus con fría ira.
Voldemort aspiró el aire, como si pudiese respirar el aliento con que Remus había pronunciado aquella palabra.
–Un nombre perfecto, ¿no crees?
–¿Por qué quieres matarme a mí?
–¡Oh, eso! –rió–. En un principio no fuiste más que la razón para que un mortífago se consagrase. Después te convertiste en un obstáculo, o eso al menos pensaban todos, pero para mí eras una meta. Figúrate qué cara se le quedaría al tonto de Albus Dumbledore si matase a su protegido, al que con tanto celo cobija debajo de su oloroso sobaco. Sí, Lupin, sí. Si conseguía matarte, le demostraría a Dumbledore quién es el mago vencedor en esta guerra, ¿sabes? Para mí es un placer tenerte esta noche ante mí –y Voldemort se inclinó ante Remus con sorna.
–¡Estás loco! –se escuchó decir Remus.
–Sí, no me cabe duda de que hay muchos que piensan eso de mí, Remus, pero espero que tú no. Es más, ya no quiero matarte.
–¿No?
–¿Acaso te sorprende? No, Remus, no quiero matarte. Podrías serme útil.
–¡Yo no quiero serte útil!
–¡Cállate! –le espetó con ira–. Aún no te he dicho mi increíble oferta. No te mataré si te pasas a mi bando, ¿qué te parece?
–¡Estás loco!
–¡Oh, vamos, considéralo! Ganarías muchos años de larga vida y mi protección, un don inimaginable. Sería increíble que los aurores de la orden de Dumbledore saludasen un día la mañana con las vísceras derramadas y la cabeza arrancada por el mordisco de un hombre lobo. ¿Aceptas?
–¡Estás loco! Antes muerto que a tu lado.
–¡Cállate, estúpido engreído! ¡Y baja esa varita! O lo matarán, y tú no querrás eso, ¿verdad? –agitó su varita y se iluminó la copa de un árbol como si fuese una farola. Bajo la luz que ofrecía se podía ver, atado en una silla, al señor Nicked, inconsciente.
–¡Señor Nicked! –gritó Lupin alzando la varita.
–Expelliarmus –pronunció Voldemort con tranquilidad.
La varita se deslizó de los dedos de Remus y cayó con una graciosa floritura en las manos de Voldemort, que la agarró con dos largos dedos lívidos.
–¿Señor Nicked dices que se llama? –preguntó Voldemort con una mueca–. Creía que los muggles no tenían nombre. Escoria. Son escoria.
–¿Qué quieres de él? –preguntó Remus indefenso.
–¿Qué se puede querer de un muggle? –sonrió Voldemort–. ¿Acaso él puede hacer algo que yo no pueda? Pues por increíble que parezca, lo puede. Ha sido un reclamo excelente.
–¿Un reclamo?
–Por supuesto. ¿Para qué otra cosa crees que podía servir un muggle como él? Un asqueroso y estúpido muggle. Lo hubiera matado hacía días, pero esta noche por fin me ha sido muy útil. Esta noche por fin te ha traído hasta a mí.
–¡Él no me ha traído hasta aquí!
–No, claro que no. Él es un inservible muggle. Todo ha salido tan bien esta noche. Tan bien... Ni siquiera yo podía imaginar que el plan fuese a resultar tan sencillo.
–No entiendo.
–Pareces estúpido, Lupin. Antes de matarte, ya que no aceptas mi increíble oferta, te daré respuestas. Tantas como quieras. ¿Qué quieres? ¿Quieres conocer cómo es que tengo al muggle este aquí con nosotros? –Remus vio cómo un par de mortífagos surgieron ante la luz que iluminaba al señor Nicked haciendo la ronda–. Fue fácil.
»Averigüé suficiente sobre él, después de saber que Helen Nicked, su hija, es tu novia. Uno de mis mejores mortífagos asesinó a su jefe, otro muggle inepto, y se hizo pasar por él tomando la poción multijugos. Sólo hubo que invitarlo a una conferencia de esas muggles que hacen los estúpidos no–mágicos para darse prestigio para que aceptara y nos acompañase. ¿Lo entiendes ya, Remus?
–Pero ¿para qué lo queríais?
–Ya te he dicho que como reclamo –sonrió Voldemort.
–¿Reclamo? ¿Reclamo de qué?
–Reclamo de quién es la pregunta, Remus. De quién –le dio la espalda y volvió a agitar su varita. Otro árbol se iluminó y bajo él apareció el cuerpo de Helen Nicked, tirado y derramado por el suelo–. ¡Helen Nicked!
–¡No! –gritó Remus.
–Sí –y Voldemort lo amenazó con la varita porque Remus había hecho el amago de salir corriendo–. ¿Qué crees? ¿Crees que estamos solos? Todos mis mortífagos me protegen por los alrededores. No puedes zafarte de mí sin esto –y le enseñó con sorna su varita–. Aunque ella no tiene la culpa de ser una sangre mestiza. Ella no tiene la culpa de que su madre se casase con un muggle. Nadie tiene la culpa de eso. Pero sí tiene la culpa del bando que ha escogido.
–¿Está muerta? –preguntó lívido.
–¿Quién, la chica? No. Inconsciente. ¿Ahora quieres saber cómo es que tu querida novia está aquí? ¿Quieres que te lo explique? –Remus miró a Voldemort con rabia–. También fue muy sencillo. Le envié una lechuza, sencillo y eficaz. Cuando consultase su correo vería una carta en que descubriría que había secuestrado a su padre La cité en este lugar a esta hora, y la esperé todos los días. Le ofrecí la posición en que me encontraría todos los días a las dos de la mañana, este lugar, para que pudiese aparecerse. Ya pensaba que nunca vendría a recuperar a su papá muggle.. Y para evitar que le contase nada a nadie, la amenacé con que mataría a su padre si se le ocurría aparecer con otro mago –rió.
–¡Eres un...!
–¿Un genio, Remus? –bromeó–. Sí, ya lo sé. Yo también me sorprendo de lo inteligentes que pueden resultar mis planes. No obstante, lo que ocurrió a partir de que tu chica se apareció hace una media hora escasa aquí estaba fuera de mi alcance. Mi plan se estropeó en un principio y luego se solucionó en una forma que yo no creía capaz –Voldemort lo observó con fruición–. Le lancé la maldición imperius, pero tu chica tiene demasiado carácter, no duró mucho rato. Cinco minutos, a lo sumo. Sin embargo, averigüé lo suficiente, y es más, conseguí traerte ante mí. Soy un genio, Lupin, un genio.
»En un principio quise averiguar dónde te escondías para irte yo mismo a buscar. Me mencionó no sé qué de una orden, algo que no me importaba lo más mínimo. Luego le pregunté cómo podría atraparte, porque yo pensaba utilizarla igualmente a ella como reclamo para ti, y ella me fue más eficaz de lo que yo pensaba: me dijo que estabáis conectados por la mente, y que tú verías cualquier cosa que ella crease en su pensamiento. Esa orden debe de estar repleta de hechizos antitenebrismo, conociendo a Dumbledore, pero esta chica los podía romper, y yo la tenía a ella ante mí. Soy un as en Legeremancia, con lo que me introduje en su mente y le dejé la pesadilla que has tenido recientemente, Remus, aquella que luego ella se encargó de mandarte como si fuese una visión premonitoria de las que dice poseer. Muy útil tu novia...
»Ahora, ¡habla! Dime qué es esa orden de la que ya no le he podido sonsacar más a ella.
–¡Nunca!
–Da igual, iluso. Al menos compruebo que no quieres colaborar conmigo para nada. No me sirves, Remus. Te he ofrecido una posibilidad, y tú me has dado la espalda. No hace falta que me hables de la Orden del Fénix que lleva tu querido Dumbledore, porque ya lo sé todo. ¡Todo! Ahora prepárate para morir.
Y le lanzó su varita que Remus cogió al aire, para que se enfrentaran en un duelo.
–¿Estás listo para enfrentarte conmigo, Remus? Veamos de lo que es capaz el licántropo domesticado de Dumbledore contra el hechicero tenebroso más poderoso de todos los tiempos. Adiós, Remus. ¡Avada...!
Pero el aire se quebró ante el sonido de cinco chasquidos continuados y del movimiento de cinco brazos que dejaban de apuntar contra sus cuerpos. Sirius Black, veloz, apuntó su varita hacia lord Voldemort y gritó:
–¡Expelliarmus!
La varita de Voldemort se deslizó de entre sus dedos como una serpiente, cayendo en la mullida hierba. Voldemort se volvió y miró a Sirius, James, Lily, Frank y Alice con una sonrisa. Reía. Cuando dejó de reír, los demás tan nerviosos y sorprendidos que eran incapaces de pronunciar un solo maleficio, unos sonidos silbantes salieron de su boca.
Acariciando su cuerpo contra el suelo apareció una enorme serpiente mostrando sus grandes colmillos.
–Nagini –dijo Voldemort–. Tenemos invitados. Dales la bienvenida, ¿quieres?
Y la serpiente mostró sus colmillos venenosos con regocijo.
Se aproximó cauta hacia el corro de los cinco chicos. También aparecieron cuatro mortífagos asustados que, al grito del conjuro de desarme, habían acudido a todo correr.
–¡Matadlos! –les ordenó Voldemort.
–¡Impedimenta! –gritó rápido James alcanzando a uno de ellos.
Lord Voldemort dio unos pasos en dirección a su varita, pero Remus se interpuso amenazándolo con la suya propia. Voldemort rió fríamente.
–¿Qué crees que haces, muchacho? –dijo–. ¿Vas a matarme? Si fueras a matarme, lo habrías hecho ya.
Los demás seguían enzarzados en la batalla contra los mortífagos y la serpiente.
–Es que quiero que saborees tu muerte, Voldemort.
El hechicero volvió a aspirar el aire tras que Remus hubiese pronunciado su nombre.
–Voldemort... Un gran nombre –dijo–. ¿Crees acaso que un mago como yo, tan poderoso, no sabe hacer cosas interesantes sin su varita? –Remus se lo quedó mirando, tragando saliva, suplicando que aquello sólo fuese un farol–. ¡Accio varita! –gritó Voldemort, extendiendo su pálida mano, y su propia varita surcó el aire hasta llegar a las manos de su dueño–. ¿Lo ves, iluso? ¡Crucio!
Remus se protegió a tiempo.
–¡No corras! –gritó Voldemort viendo cómo Remus salía huyendo y se ocultaba entre los árboles–. ¡Voy a terminar matándote y lo sabes! ¿Para qué postergarlo?
Remus avanzó en silencio entre la oscuridad.
–No hay escapatoria posible –gritó Voldemort, y agitando su varita todos los árboles se encendieron como el del señor Nicked y Helen, iluminando el bosque de forma dolorosa para los ojos.
Remus se ocultó tras un árbol desde el que veía a Helen en el suelo. Desde allí vio que un par de mortífagos venían corriendo a ayudar a su señor. Les lanzó sendos maleficios aturdidores hasta que se encontraron tirados en el suelo. Seguidamente, apuntó su varita hacia Helen y le lanzó un chorro de chispas doradas que la reanimaron.
Helen abrió los ojos lentamente. Cuando recordó por qué estaba allí, en el suelo, se asustó y estuvo a punto de gritar. Remus la chistó. "Estoy aqu", dijo. La chica salió corriendo hacia él y lo abrazó con fuerza.
–¡Mi padre! –le dijo.
–Lo sé. Lo he visto. Iremos a por él, pero primero habremos de ayudar a los otros: ¡están luchando contra Voldemort y sus mortífagos!
Helen asintió. Salieron corriendo y se escondieron tras unos árboles de la linde del bosque tras los cuales veían el desarrollo del duelo.
–¡James, cuidado! –gritó Lily asustada.
Voldemort reía desde prudente distancia sin hacer nada.
–¿James? ¿James Potter? –preguntó–. Y tú debes de ser Lily Evans, ¿me equivoco? Una asquerosa y repugnante sangre sucia. ¡Matadlos! ¡He dicho que matéis a estos cinco entrometidos! ¡Vamos! –insufló aire–. Pero recordad: Remus es mío.
Sirius Black corrió con las facciones apretadas hacia Voldemort y le lanzó un maleficio que el hechicero supo evitar con soltura. Voldemort reía atronadoramente, ni siquiera le atacaba.
–¡Fuera de aquí, chico! –gritó y alzó su varita.
–Tengo que ayudarlo –dijo Remus a Helen–. Quédate aquí y lánzales maleficios aturdidores a los mortífagos para ayudarles a ellos.
–¿Y qué pasa contigo? –preguntó acongojada.
–Me quiere a mí, no a Sirius –Helen comenzó a llorar–. Te quiero, Helen, te quiero.
–Lo sé. Yo también.
Y Remus salió corriendo. Cuando Voldemort alzaba su varita apuntándola hacia Sirius, él fue más rápido y utilizó un maleficio que se encontró con el rayo verde del mago tenebroso y ambos rayos salieron disparados en el espacio.
–¿Por fin vuelves? –preguntó Voldemort con una sonrisa.
Remus, al pasar al lado de Sirius, le susurró:
–Ayuda a los demás. Idos y llevaos al padre de Helen.
Sirius quiso responderle, pero vio que no era momento. Salió corriendo y alzando de nuevo su varita consiguió que uno de los mortífagos, que no había reparado en él, quedase completamente petrificado.
James consiguió desarmar a uno que Frank transformó en una lagartija. A continuación, James, acorralado, echó a correr por el bosque seguido de dos mortífagos. Uno consiguió lanzarle el maleficio de desarme y la varita de James cayó en el suelo, mientras él seguía corriendo. Si se paraba a recogerla, quizás estuviese armado, pero ellos lo atraparían y lo matarían. Había que huir.
Corrió campo a través esquivando los árboles y abriendo tanto las piernas que parecía que quisiese volar. Se escondió detrás de un árbol. Se ocultó en una hendidura natural que tenía su tronco y se quedó allí, respirando con agitación. Miró en derredor de sí cuando estuvo recuperado y vio un arsenal de los mortífagos a no mucha distancia, con calderos, frascos y escobas. Estuvo tentado de dirigirse hacia allí, pero cuando estuvo preparado para salir de su escondite, los dos mortífagos llegaron cerca y decidió que sería mejor quedarse oculto, ya que de salir quedaría a la vista, e indefenso era un suicidio.
–Sal –dijo uno.
–Sabemos que estás por aquí –mencionó el otro.
–Mira lo que tenemos –habló de nuevo el primero–. Es tu varita. Se te cayó mientras corrías –rieron–. Si vienes, te la damos.
–¡Callaos, escoria! –gritó Helen que estaba detrás de ellos, y antes de que éstos pudiesen girarse, Helen les lanzó sendos maleficios aturdidores con los que dio con ellos en tierra–. Todo fuera de peligro, James. Puedes salir.
Éste así lo hizo.
–Gracias, Helen –miró a sus perseguidores con asco–. ¡Mi varita! –recogiéndola de las manos de uno de ellos–. Bien, tengo un plan. Vuelve con los demás y ayúdalos, ¿vale?
–Sí.
Y echó a correr. Mientras lo hacía, la chica calculó que ya sólo habían de quedar dos mortífagos, además de Voldemort, y que los que ahora mismo les hacían frente no eran sino cuatro, y con ella, que llegaría en un momento, cinco.
James también echó a correr. Se aproximó a la linde, desde donde veía cómo la batalla seguía igual de igualada y Voldemort reía frenéticamente. Se acercó al señor Nicked y le tomó el pulso. Después lo apuntó con la varita y el muggle abrió los ojos precipitadamente.
–¿Está bien? –preguntó James.
–¿Qué? Yo... Sí, creo –dirigió su mirada hacia donde se estaba librando la lucha–. ¡Magnífico!
–Bueno. Me lo voy a llevar de aquí, bien lejos, ¿entendido? –el señor Nicked asintió–. Bien. ¡Accio escoba! –y una de las escobas que había visto con anterioridad vino surcando el cielo–. Es un poco mala –pasando una pierna por encima de su palo–, pero no tenemos nada mejor. ¡Vamos, suba! No hay tiempo que perder.
Y no lo había. En aquel instante surgieron los dos mortífagos que Helen había derribado. Los efectos del maleficio habían desaparecido y volvían a la carga con las varitas en ristre. Les lanzaron maleficios y maldiciones, pero James había sido rápido: le había dado una fuerte patada al suelo y la escoba se había elevado en el aire.
–¡Esto es magnífico! –aplaudió el señor Nicked viendo cómo el aire le daba en la cara mientras se aferraba con miedo a la cintura de James, por temor a caerse.
James dirigió la escoba hasta donde se libraba el combate y, alzando la varita, lanzó un maleficio que cayó a los pies de Voldemort, quien lo miró con rabia.
–¡Desapareceos! –los espetó James–. ¡Haced lo que os digo! Ya no se nos ha perdido nada aquí –y la escoba aceleró llevándoselos sobre ella.
–¡Bien por James! –exclamó Helen viendo que llevaba consigo a su padre–. ¡Impedimenta! –le gritó a un mortífago que estaba a punto de lanzarle otro maleficio a ella–. Ya lo habéis oído, nos vamos.
Y apuntándose con su varita, se disipo en el aire. Lily hizo lo mismo, y un segundo más tarde surcó el espacio en que ella se encontraba una maldición asesina. Frank y Alice la imitaron. Sirius se quedó mirando a Remus, que continuaba enfrentándose a Voldemort.
–¡Nos vamos, Lunático! –le gritó.
–¡Voy! –dijo a su vez.
Pero un rayo de Voldemort lo alcanzó en el brazo, rasgando la túnica, y comenzó a brotar un hilo de sangre. La risa del hechicero se hizo más infernal.
–¡Vete! –le espetó Remus a Sirius, viendo que éste se acercaba–. Hazme caso. ¡Vete!
Y Sirius se desapareció mientras su capa ondeaba al viento.
–Estarás contento, ¿no, Remus? –sonreía Voldemort de manera cruel–. Tus amigos, los entrometidos de tus amigos, te han ayudado y por poco crees que escapas con vida –sonrió más pronunciadamente–. Pero estamos como al principio: tú y yo –los mortífagos se acercaron a Voldemort y Remus y se colocaron de tal forma que los rodearon en un círculo–. ¿Quién te va a ayudar ahora, eh? ¿Quién? Adiós, Remus J. Lupin. ¡Avada kedavra!
Y el rayo verde de la maldición asesina salió disparado de la varita de Voldemort como un exhalación, entre las risas y aplausos de sus mortífagos, que los observaban alucinados. Remus los miraba, miraba a Voldemort, al rayo. Vio salir aquel rayo verde. Lo escuchó salir. El rayo verde de la maldición asesina.
Agitó su varita ferozmente sin pronunciar palabra y el rayo de lord Voldemort salió disparado hacia el cielo obrando una parábola, cayendo posteriormente sobre el iluminado bosque.
–¿Qué? –dijo Voldemort nervioso, siendo lo último que Remus oyera decir de él antes de apuntarse con la varita y desaparecerse–. ¡Maldición!
La campiña se extendía gris y serena ante el reflejo de la luna menguante. El árbol los amparaba, asustadizos, llorosos. Helen se aferró a Remus nada más verlo aparecer.
–¡Oh, Remus! Qué miedo he tenido. ¡Qué miedo! Has tardado tanto. ¡Tanto!
–Estoy bien, tranquila.
–He tenido tanto miedo.
–Lo sé. ¿Tú estás bien?
–Sí, ¡yo sí! ¿Y tú?
–Perfectamente.
–¡Oh, cuánto lo siento, Helen! –sollozó Remus–. ¡Cuánto!
–¿Qué sientes? –le acarició la mejilla.
–El que hayas tenido que sufrir tanto esta noche por mí. Tú, tu padre...
–No ha sido nada, Remus.
–Sí, sí ha sido. Te amo, Helen. Te amo como no puedes imaginártelo.
–Yo también te amo, Remus. Y nunca me cansaré de decirlo.
–Yo tampoco.
Se abrazaron y se besaron.
–Deberíamos entrar –sugirió Sirius, poniendo una mano fría sobre el hombro de Lily, que miraba el estrellado cielo preocupada–. Está bien. Él ya estaba fuera de peligro cuando nos fuimos. Vendrá de un momento a otro.
Sirius introdujo su varita en el orificio del árbol.
–¿Contraseña, por favor?
–Fawkes.
El árbol se encogió y se transformó en la barra por la que todos descendieron.
–Bienvenido a la Orden del Fénix, Black.
Aguardaron en la oscura habitación unos segundos hasta que el fénix de Dumbledore apareció volando.
–Hola, Fawkes –lo acarició Remus al posarse el pájaro en su hombro.
El ave de rojo plumaje comenzó a llorar y unas lágrimas cayeron en la herida que Remus tenía en su brazo. Ésta comenzó a cicatrizar de manera sorprendente.
–Vaya –silbó Remus.
Y el pájaro elevó de nuevo el vuelo alrededor de ellos y apareció la acostumbrada cortina dorada en la que se escondía la cerradura que, a continuación, Fawkes abrió con su pico. Una lengua de fuego a los ojos de los demás miembros de la orden, despiertos y nerviosos en la sala común, hizo aparecer a los chicos.
–¡Madre del amor hermoso! –lloró de alegría Arabella Figg apretando con fuerza sus manos–. Gracias, Rowling, por atender mis rezos y devolverlos sanos y salvos.
El fénix voló hasta posarse sobre el hombro de Dumbledore, que con su alta figura presidía la estancia. Llevaba un pijama a rayas y un gorro sobre la cabeza.
–¿Estáis bien, chicos? –preguntó el director sin sonreír.
–Sí –respondieron con medias voces.
–¿Y James? –gimoteó Arabella–. ¿Dónde está James?
–¿Ha... ha muerto? –preguntó Moody con voz ronca.
–No –sonrió Lily–. Ya viene.
McGonagall, que surgió de entre las sombras que había junto a la chimenea, respiró aliviada.
–¿Qué ha pasado? –preguntó la profesora.
–Voldemort... –contestó Remus sin voz.
–Sentaos, por favor –rogó Dumbledore–. Aberforth, hazme el favor de traer un poco de poción renovadora. Estos chicos lo han debido de pasar muy mal esta noche.
–¿Qué os ha pasado? –se llevó un pañuelo a los ojos Arabella y se secó las lágirmas–. ¡Vuestras camas vacías! Peter –señalando un rincón en que aquél se encontraba encorvado– sin saber dónde estabáis. ¿Qué os ha pasado?
Se miraban unos a otros, cansados, doloridos, sin querer ninguno tomar la palabra para explicarlo. Esperaban que otro lo hiciera por ellos.
–¿Has visto a lord Voldemort? –preguntó Albus mirando a Remus, mientras Aberforth le traía una botella de poción y el director de Hogwarts comenzaba a repartirla en sendos vasos que también había traído.
–Sí –respondió lacónico Remus.
–Con que ya os habéis visto cara a cara, ¿eh? –dijo Dumbledore y su rostro se hizo mucho más viejo–. ¿Y qué ha pasado? ¿Qué te ha dicho, Remus?
–Que quería que me pasase a su bando, pues de no hacerlo, me mataría.
Los sollozos de Arabella se hicieron más evidentes. Se sonó con el pañuelo de forma estridente.
–¿Eso dijo? –preguntó Dumbledore mirándolo con ojos tristes.
–Sí –contestó Lupin–. Me dijo que si conseguía matarme, demostraría su superioridad sobre ti, Dumbledore.
–¿Ah, sí? –preguntó Albus intentando sonreír.
McGonagall, al fondo, pronunció unos sonidos de rabia que nadie interpretó.
–¿Cómo sabían que nos habíamos ido? –se atrevió a preguntar Sirius.
–La pregunta, chico –gruñó Moody–, es cómo os habéis atrevido a largaros de la orden sin avisarnos. ¿Cómo pensabáis que ibais a enfrentaros solos a Quien–Vosotros–Sabéis?
–La señora Nicked, la madre de Helen –explicó Dumbledore–, me ha llamado esta noche de madrugada, despertándome en la escuela, pretextando que no sabía a quién más dirigirse. Lloraba. Me había dicho que había intentado ponerse en contacto con su marido en Nueva York, pero que no existía ninguna conferencia a la que lo habían mandado. En consecuencia, vine a llamar a Helen, pero no me abría la puerta. Me temí lo peor. Me dirigí al dormitorio de Lily, que sabía yo que conocía su contraseña, pero tampoco contestaba. Nadie contestó, a excepción de Pettigrew.
»Activé la puerta en modo alarma, cosa que sólo yo puedo hacer, así que no lo intentéis ninguno –avisó mirando a Sirius de soslayo–. Abrí vuestros dormitorios. ¡Vacíos! ¿Qué podíamos pensar? –hizo una larga pausa–. Ahora vosotros. Quiero que me expliquéis lo que ha pasado esta noche.
Se comenzaron a mirar de nuevo entre sí, no sabiendo ninguno cómo empezó todo realmente. Helen tomó la palabra:
–Yo tengo la culpa de todo, Dumbledore –éste la miró entre serio y divertido–. Ayer, como bien sabéis todos, me pasé por mi casa camino de la reunión de antiguos alumnos del Club de Adivinación –Albus asintió–. Me pasé por mi casa y consulté el correo. Tenía un correo de Quien–Vosotros–Sabéis.
–Voldemort, querida –dijo Dumbledore.
–Bueno, sí. Vol... Voldemort –pronunció con timidez–. Me decía que tenía secuestrado a mi padre, y que se aparecería todas las noches a las dos de la mañana en un lugar que me indicaba.
–¿Cómo te lo indicó? –la interrumpió Dumbledore.
–El pergamino estaba hechizado, y en cuanto llegabas a la frase en que decía que te esperaba a las dos en punto de la mañana en tal sitio, veías el sitio en tu mente con total nitidez. También me dijo que no avisara a nadie o mataría a mi padre.
–Comprensible –musitó Albus–. Entonces, te desapareciste esta noche, ¿no es así?
–Sí, así es.
–¿Y qué hizo en cuanto te vio? –gruñó Moody.
–Se rió.
–¿Nada más? –insistió Dumbledore.
–Me lanzó el imperius, pero a los cinco minutos conseguí librarme de la maldición.
McGonagall sonrió.
–Enseguida me avisó a mí –añadió apresuradamente Remus–. Voldemort me dijo que era experto en Legeremancia y por eso pudo introducirse en mis sueños para hacerme ver que te tenía, Dumbledore, y que pensaba matarte si no me entregabas. Pero no era cierto.
–¿Eso hizo? –rompió el silencio la profesora McGonagall.
–Sí.
–Imposible, Remus –negó con la cabeza Albus–. Voldemort y tú no estáis conectados ni nada parecido, con lo que su mente no habría podido superar la gran cantidad de hechizos antitenebrismo que protegen esta orden. Voldemort, él no pudo hacerte ver eso. Debió de ser una pesadilla corriente.
–No, no lo era –mencionó Helen–. Yo también tengo la culpa de eso. Soy adivina –un profundo silencio sepultó la sala y todas las miradas se dirigieron hacia Helen–. Veo visiones y tengo sueños premonitorios. Vol... Voldemort no está conectado con Remus, pero yo sí –Dumbledore la miró con preocupación–. Cuando Vol... Cuando él me lanzó la maldición, me obligó a enviarle esa visión a Remus.
–¿Cómo podía saber él que estabáis conectados? –preguntó McGonagall alarmada.
–Lo averiguó haciéndome preguntas –prosiguió Helen–. Después me lanzó un maleficio aturdidor.
–Entonces, aparecí yo –explicó Remus.
–¿Y por qué no avisaste a nadie, muchacho? –temblaba Arabella.
–No lo sé. Voldemort me quería a mí, sólo a mí. No quería arriesgar la vida de nadie más. Se supone que Dumbledore ya estaba en peligro. No quería empeorar aún más las cosas.
–Excelente moral –aprobó Dumbledore con una sonrisa–, pero la próxima vez utiliza la sensatez. Nadie hubiera salido mal parado, sólo lord Voldemort. Si no llega a ser por tus amigos, que te siguieron, tu valentía y buenas intenciones no hubieran servido de nada –Remus bajó la cabeza–. Deberías darle las gracias. Bien –volviéndose al resto–, ahora me explicaréis vosotros lo demás.
–Bueno –habló Sirius–, supongo que la cosa comienza conmigo y con James. Habíamos acordado gastarle una broma a Remus, porque ya estábamos aburridos de hacerlo siempre con Peter, con lo que llevábamos un tiempo escondiéndonos bajo una capa de invisibilidad que James tiene para hacernos con las contraseñas de todos –a Moody se le descolgó la mandíbula–. Entramos muy silenciosos en el cuarto de Remus, pero no estaba. Nosotros también nos preocupamos. Fuimos al dormitorio de Helen a preguntarle si ella sabía dónde estaba. Llamamos a la puerta y no respondía. Dijimos la contraseña y también estaba vacía –Remus y Helen procuraron no parecer enfadados con él; a fin de cuentas, gracias a aquello, ellos estaban vivos–. Por suerte nos encontramos la carta de Voldemort encima de la mesilla de noche y vimos dónde quería que estuviese Helen. Imaginamos que Remus la habría acompañado.
–Y levantaste a todos para ayudarlos, ¿no es así? –preguntó Dumbledore.
–Sí, así es.
–Pero no despertastéis ni a Peter ni al resto de personas, mucho más eficaces en un duelo contra lord Voldemort que todos vosotros juntos –prosiguió el director.
–No.
–¿Y por qué? –gruñó Moody–. ¿Estáis locos?
–No se nos ocurrió –se disculpó Frank–. Salimos corriendo en cuanto nos lo dijeron.
–A fin de cuentas, han salido con vida –sonrió Aberforth.
–Sí, profesor Dumbledore –afirmó McGonagall–. Han demostrado mucha valentía enfrentándose ellos solos a Quien–Usted–Sabe.
–Soy el primero que me doy cuenta de ello –repuso Dumbledore con calma–, pero también el único que parece comprender que el riesgo de esta noche ha sido excesivo. Remus: Voldemort va a por ti. Esta noche lo ha demostrado. Se ha tomado demasiadas molestias en preparar ese encuentro en ese bosque –el fénix, que seguía en el hombro de Dumbledore, se desapareció en una exposión granate–. ¡Oh! Esperemos que sea James.
Pero el ave regresó con el cuello muy alto con otra explosión.
–¿Qué ha pasado? –preguntó Arabella.
–¿Por qué no lo has hecho pasar? –habló Dumbledore con Fawkes–. ¿No era él? ¿No era James? ¿Era un mortífago? –y cogiéndolo fuertemente de ambos costados con las dos manos–. Llévame hasta la habitación secreta, Fawkes.
Y Dumbledore se desapareció en la misma explosión que engulló al pájaro. Segundos más tarde, una lengua de fuego hacía aparecer a Dumbledore junto a James y el padre de Helen.
–No lo ha dejado pasar porque iba con el señor Nicked –explicó Albus a Aberforth y Moody mientras Helen abrazaba con pasión a su padre.
–Hija, ¿estás bien? –preguntó el muggle.
–¿Y tú, papá? ¿Estás bien? –preguntó a su vez.
–¿Es aquí donde trabajas, Helen, querida?
–Acompáñalo, Helen, a la enfermería, y utiliza todos los remedios mágicos que gustes para curar a tu padre.
Ésta obedeció y se lo llevó.
–¡Es un muggle! –gruñía Moody–. ¿Qué hace él aquí en la orden?
–Curarse de un ataque sufrido por lord Voldemort, querido amigo –repuso Dumbledore con calma–. No hay problema de que practique magia contra la orden ni que vuelva a venir si nosotros no queremos; no tiene varita para entrar por el árbol.
–Pero ¿y la chimenea? –repuso McGonagall–. ¿O me va a decir que en casa de Helen Nicked no hay?
–¿Y si vuelve a secuestrarlo Quien–Tú–Sabes, Albus? –bufó Moody–. ¿Qué pasa si él lo secuestra y lo tortura para que le cuente todo lo que sabe sobre la orden?
–Ah, eso... –comenzó tímidamente Remus. Dumbledore se lo quedó mirando–. Dumbledore, tengo que hablar contigo.
–A solas, Remus.
Y se dirigió hacia la puerta mágica:
–Dormitorio de Albus Dumbledore.
–¿Contraseña, por favor?
Dumbledore comenzó a emitir una serie de extraños sonidos tan estridentes que obligaron a Remus a taparse los oídos. Cuando por fin cesaron, Dumbledore le explicó:
–Es sirenio. Nadie más de la orden sabe hablar sirenio. A mi parecer, es la habitación mejor protegida de la orden, visto lo visto. Capas de invisibilidad... –Dumbledore rió.
Remus pasó y se encontró con que la habitación de Dumbledore era similar a la de todos ellos. Tan sólo en una pared tenía un escritorio, del que ellos no disponían, pero aquello tampoco parecía sustancial, porque ya tenían mesas suficientes para hacer sus deberes o lo que quisiesen en la sala común.
–Tú dirás.
–Voldemort sabe todo sobre la orden, Dumbledore.
–¿Qué es todo, Remus? Especifica. ¿Qué le has dicho? ¿O ha sido Helen bajo los efectos de la maldición imperius?
–No hemos sido ninguno de nosotros –explicó–. Me ha dicho que él ya lo sabía todo sobre la Orden del Fénix. ¡Me dijo hasta el nombre de la orden! También sabía que tú la liderabas y que Helen y yo trabajábamos en ella.
Dumbledore se quedó callado y quieto. Después agitó su varita y desplazó el escritorio, despegándolo de la pared y poniéndolo en medio de la habitación. Volvió a hacer una floritura con ella y apareció una silla. Cogió la otra y se sentó. Señalándole la que había creado mágicamente, invitó a Remus a que se sentase también.
–Así que lo sabe todo, ¿eh? –probó Dumbledore a sonreír pero no lo consiguió–. Bueno, eso no importa demasiado. Aunque lo sepa, no puede saber qué tramamos aquí dentro –sonrió al fin–. ¿Estás preocupado, Remus?
Remus negó con la cabeza, pero no parecía convincente.
–¿Qué te pasa, Remus? A mí puedes contármelo.
Remus lo miró fijamente:
–Me lanzó la maldición asesina...
–Sí, era de esperar. Quería matarte, ¿no? –Dumbledore lo miró fijamente y serio–. Pero no hay por qué preocuparse. He escuchado comentarios de todo tipo últimamente, y creía que estaban obsesionados con el tema, pero me equivocaba, Remus. Necesitas protección especial. Tengo dos solicitudes de dos miembros de la orden de convertirse en tus guardaespaldas oficiales todo el tiempo que sea necesario. Creo que Dorcas Meadowes será el más conveniente, ya que es soltero, y no Diggle, que tiene una familia a la que debe de cuidar. No hay por qué preocuparse.
–No estoy preocupado, Dumbledore.
–¿Entonces? –unió las yemas de los dedos poniendo sus manos sobre el escritorio.
–Me lanzó el avada kedavra y yo... ¡Yo lancé el rayo hacia el bosque no sé cómo!
–¿Ah, eso? –sonrió Dumbledore abiertamente.
–No sé cómo lo hice. ¿Qué hice?
–Evitar el rayo, obviamente –se echó Albus hacia atrás en su asiento–. Y si no me equivoco, es la tercera vez que lo consigues: la primera con Severus Snape en tu prueba de Defensa contra las Artes Oscuras para los ÉXTASIS, ¿me equivoco?; la segunda ocasión sucedió, según me comunicó extasiado mi hermano, durante un entrenamiento aquí, en la orden; y, finalmente, la número tres, se ha producido esta noche, frente a lord Voldemort.
–¿Y qué he hecho? –insistió Remus.
–No lo sé, Remus. Tan sólo tengo hipótesis, interesantes hipótesis. La más acertada creo, sin duda alguna, que fue la que me dio Ollivander al consultarle. Ahora, por favor, Remus, muéstrame tu varita –y éste se la enseñó, pero Dumbledore sacó la suya, que era ligeramente más grande, y apuntando directamente hacia la punta de Remus dijo:– Prior incantato.
Remus quedó unos segundos esperando a que sucediera algo, pero nada, de su varita no surgió nada.
–Ése no fue el último conjuro que utilicé, Dumbledore –replicó el chico–. Después me desaparecí.
–Ya lo sé –repuso Dumbledore calmado–, pero las desapariciones o apariciones son tan livianas que no se reflejan con este encantamiento si lo que quieres es buscar algo de más peso. He solicitado el "prior", sí, el primero, pero obviando tu desaparición y consecuente aparición en la orden. Y como ves, no sucede nada de nada.
–¿Qué significa eso?
–Que no hiciste nada, ningún conjuro.
–Entonces, no entiendo...
–Mira, Remus. Si no hiciste ningún conjuro, piensa, ¿cómo es que la varita muestra éste como el último encantamiento que has realizado? –Dumbledore enarcó las cejas–. Todo un enigma, ¿verdad?
–No entiendo... –repitió Remus.
–Ollivander, el fabricante de esa varita –explicó–, considera, como ya te dije yo en cierta ocasión, que nunca una varita escoge a su mago por azar, y en ocasiones como ésta es cuando me doy cuenta de que mi amigo fabricante tiene toda la razón.
»Tu varita contenía polvo de colmillo del licántropo que te mordió, ¿no era así? Y tú eres un licántropo. No hay que obrar magia para que vuestras dos sustancias se mezclen y obren el prodigio.
–¿Cómo? ¿Qué quieres decir, Dumbledore?
–Quiero decir, Remus, que, como todo lobo, tienes todos los sentidos de tu cuerpo aumentados. Eso no resultaría extremadamente especial si no fuese por el hecho de que al animal que representa el núcleo de tu varita también le sucede lo mismo.
–¿Y eso qué significa?
–Significa, mi querido Remus, que cuando alguien quiere atacarte y tú ves que no hay solución, agitas la varita sin más, ¿verdad?, sin pronunciar ningún hechizo, ¿no es así? –Remus asintió–. El suave sonido que produce el rayo al emanar de una varita, imperceptible para el resto de los magos, Remus, para ti es posible oírlo. Y eso en consonancia de tu varita, que también puede oírlo, no necesita que obres ningún conjuro para que rechaces ese ataque.
–¿Eso es así? –preguntó Remus después de estar un rato pensándolo.
–Eso parece.
Los dos quedaron callados. Remus no quiso darle más importancia y añadió:
–¿Crees que Voldemort seguirá intentando matarme?
–Supongo que sí, Remus, pero no hay por qué preocuparse. Ya te he dicho que vamos a aumentar la seguridad en la orden –sonrió–. ¡Y deja ya de preocuparte con esto de lord Voldemort! ¡Ah! Sí, deja de acordarte de él teniendo otra cosa en que pensar –abrió uno de los cajones del escritorio y sacó un sobre–. Es una carta, para ti.
–¿Para mí?
–Sí, para ti. Hace ya unos días que la recibí en casa, pero se me olvidó dártela. Cuando estés preparado, iremos.
–¿Ir adónde?
Pero supo que la solución la encontraría en la carta, con lo que la recogió de manos de Dumbledore y la abrió con lentitud.
Señor Remus J. Lupin:
Somos el señor y la señora Smith, propietarios de una casa en Hogsmeade, de la cual, según tenemos entendido, usted fue hijo de los últimos propietarios.
Nos ponemos en contacto con usted para decirle que se ha dejado alguna cosa aquí, con lo que le rogamos encarecidamente que se pase por nuestro hogar tan pronto como le sea posible para recogerlo.
Le enviamos un fuerte saludo.
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Bueno, ya está listo. ¿Os he dejado con la intriga? Lo siento... La semana que viene saldréis de dudas. Ya te he dicho, Joanne, por correo –creo– que el siguiente capítulo te lo dedico especialmente a ti porque va a ser tu cumpleaños y no sé si podré felicitarte el día en cuestión: los problemas de no tener internet. Antes me metía en el canal HARRYPOTTER del chat de Telefónica MoviStar, pero ya no, porque es un comecocos. Si alguno estuvo alguna vez yo era Quique, director del canal durante una temporada. No sé si tendrás MoviStar, Joanne, pero te aconsejo que no entres en chats...
Bueno, ¿queréis que os deje algún avance? Pues yo no... ¡Ja! Es broma. En adelante siempre os voy a poner un adelanto del capítulo siguiente en cada capítulo nuevo que inserte.
Avance del capítulo 12 (LUPINS Y GRINGOTTS): Remus va a casa de los Smith, donde recoge algunas cajas y un frasco blanquecino... ¿Por qué son tan extraños los señores Smith? ¿Por qué parece que están atemorizados? Los señores Nicked tienen un gravísimo problema: ¡el Ministerio parece haberse dado cuenta de que el señor Nicked aplica pociones de su esposa a los pacientes de su hospital! Mandarán un funcionario. ¿Qué pasará? ¿Puede un muggle ir a Azkaban? Remus sale de la orden para llevar a cabo una misión... ¿Pasará algo esta vez? ¡Alguien quiere asaltar Gringotts, el banco de los magos! No, alguien no: lord Voldemort. ¿Le hará frente la Orden del Fénix o se apartará a un lado? Todo esto y mucho más en el próximo capítulo de MEMORIAS DE UN LICÁNTROPO.
Si no me he muerto para entonces (rezad entonces por la duración de mi vida terrenal), colgaré el siguiente capítulo para el 9 de OCTUBRE. Pronto, ¿verdad? Espero que para entonces ya lo hayáis leído todos y me hayáis puesto algún review o me hayáis enviado un mail, que los leeré gustoso.
Gracias a todos y un beso. Dejen "reviews" si quieren, y si no, pasen y lean sin más: éste es un consejo patrocinado por Berta (Ariel).
KaicuDumb (QUIQUE para los amigos).
