«Un libro es como un sendero arenoso que guarda en su interior la huella de las pisadas.» (Graham Greene). ¡Bienvenidos a una nueva entrega de MDUL! Espero que vosotros también encontréis las huellas estampadas en este libro digital que ya es tanto vuestro como mío, pues si no lo leyeseis, ¿qué demonios haría yo aquí? Muchas gracias a todos por vuestra participación e interés. Puntual a mi cita, os dejo el decimoquinto capítulo de la serie. Respondo "reviews":

- Ana (Leonita): ¿Qué te puedo decir? Leí tu correo en la facultad, en el aula de informática, y casi se me saltan las lágrimas, en serio. Es realmente tan encantador y precioso que alguien te diga que eres el autor de mejor "fic" que ha leído nunca como todas las cosas bonitas que me dijiste en tu carta digital. No me imaginaba que nadie se entretuviera en leer las respuestas de los demás lectores, pero eso demuestra el grado de curiosidad de una persona (para mí el término "curiosidad" no es hiriente ni peyorativo; sin curiosidad no seríamos seres inteligentes, creo). Me emocionó mucho que pensaras que soy muy maduro para tener 18 años, pero no sé qué responder a eso. No me creo un superhombre ni nada parecido. Lo que dije sobre "la sociedad y la religión" es cierto, y por eso lo puse. En este capítulo te darás cuenta de que incido muchísimo en ese aspecto, pero tanto que ha rayado el absurdo y el chiste. Bueno, tampoco está mal reírse un poco, ¿no? Suficientes desgracias hay ya en el mundo. En serio, hoy sólo tengo palabras de agradecimiento para ti, mi querida sevillana, pues eres una persona excepcional, lo digo en serio. Como lo he leído esta mañana, y medio embobado he de decir, estoy tratando de recordar lo que decía tu correo (no obstante mañana lo miro otra vez, porque en serio se me saltaron las lágrimas, y ya he repetido hasta la saciedad que ese tipo de cosas me anima mucho para coger inspiración y seguir escribiendo... No, escribiéndoos). Gracias por recomendarme a tu círculo de amigos; es un detalle admirable. Te lo agradezco enormemente, pues esto es muy difícil para un autor: como te ven nuevo, con un único relato, no se paran; ¡los novatos no valemos! Tampoco tienes contactos, porque eres nuevo, así que poca gente te lee. Y yo, dentro de lo que cabe, he tenido muchísima suerte, porque soy muy extrovertido y me encanta charlar con la gente. Eso los lectores lo han visto con muy buenos ojos. Bueno, en definitiva, que si eres nuevo da igual la calidad o el esfuerzo que dediques en tu historia, porque serán en vanos. Me parece muy triste que haya personas que se sientan atraídos por un relato únicamente porque ese autor ya tiene una docena empezados o porque tenga un centenar de "reviews". A mí no me gustan los "reviews" para hacer pensar que mi relato es más prestigioso ni nada parecido, sino sólo para servirme a mí de guía. Por eso les presto tanta atención. Si has leído todos las respuestas a los "reviews" que pongo, ya sabrás que tengo escritos más capítulos que cuelgo, ¿verdad? Esta semana acabo de concluir el 45, y a punto estoy de empezar el 46. Pues bien, yo escribía desde julio, y sólo empecé a colgar en septiembre. Hasta entonces no supe la bonita experiencia que supone el contacto director entre autor y lector. Por eso, si tú dices que te emocionas cuando recibes un correo mío, ¡cuánto más yo cuando recibo vuestras críticas! Es emocionante, en serio. Acabo de leer tu "review" del capítulo 13 y, en serio, se me escapan sonrisas a puñados. Es una experiencia única. ¿Qué más te puedo decir? Que gracias. Lectores como tú hay pocos, y me encanta que me hayas escogido. Es que los andaluces para eso tenemos muy buen gusto, ¿no? Gracias también por no fiarte del contador de "reiews" en el momento en que escogiste esta historia. Todo el mundo tiene derecho a empezar, ¿no? Ya sé que me enrollo, pero esta semana hay una leonita que me ha arañado el corazón con su garra. Espero seguir emocionándote en adelante con otras nuevas sorpresas, como ésa, y que sigas muy atenta, porque eres única; todos los lectores sois únicos, pero muy especiales. Muchísimas gracias por todo, Ana. Muchos besos de un autor cordobés que se pone a tus pies. (Añadido cuatro horas más tarde). ¡Ah! Acabo de recordar otra cosa que me encantó: dijiste algo así como que MDUL era un relato digno de ser impreso en papel. Te aseguro que me quede boquiabierto, con los ojos desorbitados, tanto es así que una compañera de carrera que estaba a mi lado me preguntó incluso qué me pasaba. Me hizo mucha ilusión. Quería decirlo, reconocértelo, eso es todo. (Añadido tras leer el viernes tu "review" del jueves). Me hace mucha gracia que lo encuentres todo tan gracioso que te estés riendo continuamente. La escena de Paige-Paja, por ejemplo, ha habido gente a quien no le ha gustado. No hay que buscarle lógica, sólo es para hacer gracia. También te reíste con los preservativos, pues sí, era una escena bastante divertida, bajo mi punto de vista por lo menos. Aunque a mí, si se me permite opinar, lo que más me gusta es la increíble explicación de Sirius: "Voldemort, malo; Dumbledore, bueno". A veces creo que me paso con el pobre. Bueno, quería añadir estas líneas para agradecerte tu "review". ¡Ah! Espero que me digas si quieres aparecer en MDUL o no, y si quieres, que charlemos un tiempo de tu personaje. Ya tengo algunas ideas... Muchas gracias, Ana, y espero ver pronto a tus amigos en los "reviews". Les contestaré de muy buen grado. Un besote, Ana. P.D.: Mucha suerte con la carrera, con las prácticas y con el BOE (y que Zapatero no te aburra mucho...).

- Elena (la chica más extrovertida y simpática de Galicia): ¡Hola! No me gusta tanto que digas tanto que te repites, que no me importa tu vida y que te enrollas. Me gusta que me cuentes tus cosas. Si no es así, ¿cómo te voy a conocer, eh? Si te limitaras a decirme algo así como: "MDUL muy bien, sí, como siempre. De aquí me ha gustado...", ¿no te parecería que sería una relación muy pobre? Además, los episodios de tu vida son muy divertidos, y me hacen gracia. Lo que no te pase a ti, a nadie. Eso que te paso con tus amigas fue realmente confuso, pero entre amigos todo son risas. Por cierto, ¿le diste saludos a tu amigo aquella? A ver si un día se pone y me deja alguna líneas, ¿eh? Sería gracioso. Espero que para cuando leas esto te lo hayas pasado genial con tus amigos en tu maratón ese de películas de terror. ¡Ah!, chica, como te dije: ¡aplícate! Tienes que ponerte, porque si te castigan sin conexión... ¿Qué va a pasar? Además, en la Secundaria no hace falta poner mucho empeño para sacar diez continuamente, que yo también he estado en la E.S.O. y sé lo que es. No es por echarme flores: salí con todo sobresaliente, pero porque sabía organizar mi tiempo, y así podía tener un par de horitas para relajarme, leer, o hacer lo que me placiese. Y tú tienes cara de estudiante, así que aplícate. Entonces, ¿estudiáis gallego? Qué bien. Yo a lo mejor el año que viene cojo la optativa de Literatura Gallega, pero no es seguro. También está la catalana y la vasca, pero son más complicadas. En catalán he intentado leer algo, y es una lengua bonita, pero no me acaba de convencer; y para meterle mano al euskera necesitas tener muchos conocimientos de su lengua. ¡Ah! Antes de que se me olvide: muchísimas gracias por todos los "reviews" que me has dejado. Eres un sol. Dices que te ha dado pena Paige... Pues sí, ha sido algo deprimente como Sirius se ha aprovechado de ella. (Debo decir que ninguna Hallywell va a salir ya más en MDUL). También dices que te ha parecido una idea original lo de las clases antitenebrismo. Se me ocurrió porque pensé que en el colegio ahora hay clases para todo: que si reciclaje, que si educación sexual, que si seguridad vial... Me gusta hacer ver la comunidad mágica como un reflejo de la sociedad muggle. Eso es lo que ha hecho Rowling, más o menos. Bueno, más o menos viendo "El día de mañana" salía tu cara, pero sólo la de la foto que vi por el messenger, aunque era tan pequeña que salías muy reducida en mi pensamiento. Lo importante es que salías. ¡Ah, otra cosa! Si tampoco te llegan mis correos es que tu dirección debe de tener algún problema, porque no te llegan ni los ni nada. ¿Por qué no pruebas a abrirte una nueva dirección de correo electrónico? Puedes mantenerlas las dos y luego elegir la que mejor te vaya. Es sólo un consejo. Ya te he dicho que me gustaría que te registraras en Bueno, chica, que no sé qué más contar, porque estoy espeso: es que estoy viendo encima del escritorio todos los libros que me tengo que leer este puente y me pongo malo... ¿Quieres que te diga cuáles son? Pues mira: "Literatura castellana medieval. De las jarchas a Alfonso X", "Métrica española", "Historia de la lengua española", "Cantar de Mio Cid" e "Introducción a la literatura medieval española". Suerte que mi puente empieza antes, porque yo no tengo clases los viernes. Al menos este cuatrimestre. Espero yo tampoco haberte aburrido, pero es que esta semana estoy "espeso", medio decaído. A ver si para la semana que viene estoy de mejor ánimo. Muchos besos desde Córdoba y de entera Andaucía. (Por cierto, desde aquí quiero erradicar esos tópicos de que aquí estamos "aflamencados" y que no hacemos más que bailar sevillanas e ir vestidos para tirarnos ese baile. Todos no somos así. Yo ni siquiera sé bailar sevillanas –espero que Ana me disculpe si está leyendo esto). Un besazo de nuevo, Elena.

- Padfoot Himura (o Karina, tú marcas cómo quieres que te interpele en adelante): En primer lugar, hola. En segundo lugar, ya está anotado lo de mandarle besos a Helen (mi querida Elena). No creo que le importe, así que voy a hacer una explicación más: se llama realmente Elena Mellado: Elena es "Helen" en inglés, y mellado (persona sin dientes) es algo así en la traducción como "Nicked". De ahí ese maravilloso nombre para el personaje. Sí se parecen algo Elena y Helen Nicked, pues el personaje ha salido de ella. ¡Ah! Me hizo gracia que dijeses que tenías que pedirle permiso a no sé quién para colgar el tercer capítulo de tu historia, porque le habías robado la idea. ¡Qué risa! Si yo tuviera que pedirle permiso a Elena cada vez que me da una idea... Bueno, ella me las da de buena gana. La verdad es que me aporta muchos comentarios y muchos ejes para el argumento. El personaje que más le gusta es el señor Nicked, que realmente es como su padre. ¡Es clavado! Con decirte que ya no lo llama ni "pap" siquiera, sino señor Nicked. La madre también se parece: más coherente, comedida, y, sobre todo, firme y decidida. Volviendo a explicar el génesis de este relato, Helen Nicked no es adivina porque sí, sino porque Elena, mi amiga, lo es, o en broma le decimos que lo es. Adivina las cosas casualmente y hay veces que creemos que es medio bruja en serio. Con todo, la puse adivina, y eso me ha ayudado mucho a tener un buen hilo conductor en el relato. Más cosas, ¿te has dado cuenta de mi maravilloso personaje? Yo también salgo, aunque bien poco: soy Henry Castle, el Ministro de Magia asesinado en el quinto o sexto capítulo; Henry es Enrique, y Castle, Castillo. No recuerdo si fuiste tú la que me dijiste que era raro eso de aparecer en una historia ajena, pero es que también quiero integrar a mis queridos lectores. Pasa inadvertido. ¿O es que tú acaso te diste cuenta de que Henry Castle era yo? Y hay muchos amigos míos más metidos por ahí, infiltrados: Anthony Dark, Álvaro y Ostos (de la Aduana Española), etcétera. Me gusta hacer ese tipo de cosas, porque quien lo lee y lo sabe lo encuentra divertido. No sé si te estoy aburriendo, porque ciertamente me estoy enrollando (era un defecto de fábrica de cuando me compraron). Me alegra que me digas que te gustan cosas del tipo como los rayos dulcificantes, pero es cierto, me gusta inventarme cosas a montones. ¿Viste el "review" que te deje? Me dejaste con la intriga, mala persona. Quiero saber más cosas, y nos dejaste colgados con James mirando en el anuario. Gracias también por responder en el capítulo y sí, es cierto, se nota demasiado que me gusta Lupin, pero no lo puedo remediar. Avísame cuando cuelgues el capítulo cuatro, ¿vale?, que de éste no me han informado (menos mal que tú sí) a pesar de que te tengo en autores favoritos. ¡Ah! Estuve viendo los "reviews" que te había dejado Sakura Diana Black (o parecido) y estoy pensando en mandarle un correo, porque me pareció una chica simpática. ¿Tú qué opinas? Como es tu lectora, por eso te comento. A ver si me la puedes prestar, me refiero. Es que me parece una buena chica, y quizás MDUL le haga gracia, ¿no? Un besote. (¡Ah! Y no es que me gustara Peter en tu relato –porque yo sé que es un traidor y todo eso–, vamos, que no me gusta en ningún relato, pero me reía de él, de lo tonto que lo habías puesto; espero que lo entiendas).

- Lorien Lupin: ¡Hola, peruana querida! ¿Qué tal los exámenes? Aún así encuentras tiempo para leer, impresionante... Me dio muy buenas vibraciones eso que pusiste de que habías estado ayudando a unos chicos de Secundaria (por cierto, ¿por allí que se dice "liceo"? Es que no sé quién me lo puso... No sé si fuiste tú) en una feria de no sé qué. Me parece muy emotivo. Y si no resulta irrespetuoso, Charo, puedo preguntarte la edad que tienes. Yo 18. Lo digo porque como dijiste que estabas ayudando a unos chicos de liceo, supongo que de 16 para arriba... La verdad es que me estoy sorprendiendo: creía que la página era más frecuentada por niños que por adolescentes y jóvenes, así que no me encuentro tan solo. Eso está bien. Aunque me han dicho que soy un pedante (no realmente con esta expresión), utilizando unas expresiones de viejo... No sé, me gusta hablar, no utilizar emoticonos constantemente. Pero eso hay gente que no lo entiende, supongo. Espero que tú sí. Bueno, paso a ver lo que has puesto sobre MDUL... ¡Vaya! Has calado perfectamente al señor Nicked: la intención era crear un Arthur Weasley pero en muggle, y tú lo has sabido ver. Espero que os guste mucho el señor Nicked, ¡porque a mí me encanta! Le tengo un aprecio a ese hombre, además porque es de carne y hueso (está inspirado en el padre de una amiga mía que a su vez inspira el personaje de Helen Nicked). ¡Ah! Si miras otra vez el "review" del capítulo once, verás que la página de las lupinas no figura, así que no he podido verla. Mándamela por correo o cómo quieras, pero es que no la he visto, ¿vale? Y la de a web en construcción, pues realmente me haría ilusión echarle un vistazo, pero es que tampoco tengo la dirección. (Parezco estúpido...). Así me puedo apuntar y lentamente se iría llenando el enlace ese de español, que cuanta más gente haya mejor, ¿no? Bien, espero que te pongas al día pronto, y como dices, pues sí, me haría ilusión que dejaras tu opinión en otro capítulo... Sí: llámame Quique; Kaicu ya está pasado de moda, pero aún así es gracioso, suena bien. Un besote desde España, y ten en cuenta que aquí tienes un fiel amigo. Quique.

- Blythe-Uy: ¡Hola! Por fin te has puesto al día. Estupendo. Gracias por decir que el relato te encanta. Es halagador. Gracias también por tus sabios consejos sobre el "rating", aunque debo decirte que hube de leerle dos veces para entenderlo. Yo no suelo ver mucho esas cosas por ahí, pero lo pondré; pondré el PG-13, aunque no creo que todo el mundo lo entienda, ¿no crees? Porque espero no ser el único "colgado" de por aquí. XD Sobre la película que mencionas, la he visto, aunque hace mucho tiempo. Creo que se titulaba "Jack", o ése era el nombre del personaje. La recuerdo vagamente, fui a verla al cine cuando pequeño, pero si dices que encuentras parecido entre la madre y la señora Lupin, me alegra. Es bonito que te digan que tal personaje y el tuyo se parecen. Nathalie es, como me han dicho por ahí, un cachito de pan. Me ha gustado tanto la expresión que no voy a buscar otra. A tu último comentario, pues sí, al principio era de esos locos que esperan que su contador de "reviews" crezca día a día; pero eso no pasó. Durante una semana y media no pasé de los diez "reviews", y estaba desmoralizado. Luego sí empezó a entrar gente, gracias a santa Rowling, pero entonces ya no me importaban los "reviews". Es el cariño que te proporciona la gente, los halagos, las críticas constructivas, lo que te lleva a coger el relato con ganas. Sólo me gustan los "reviews" por saber vuestra opinión, por conoceros y hacerme vuestro amigo, por interactuar con el lector, que es una cosa envidiable... Ya me da igual no llegar a los novecientos y pico, como he visto que tienen alguno, porque sé que eso no conduce a nada. Quiero tener poquitos lectores, pero de calidad, con los que pueda charlar como amigos, a los que pueda apreciar. Y si llegara a los novecientos (cosa que ya he dicho, me da igual: esto no es ninguna competición en la que te vayan a dar un premio), yo seguiría siendo yo mismo: todos los lectores (sean cuarenta, cincuenta o cuantos quieran ser) tendrán su trocito de respuesta, en la que me dedicaré a conocerlos y a darme a conocer. Los "reviews" lo único que hacen es subírsete a la cabeza, así que lo mejor es no mirar el número, sino leerlos y ver que la gente que los escribe es lo importante. Estos consejos me los dio una autora muy buena de : Ariel B. Black, que ahora mismo está enferma y espero de todo corazón se recupere lo más pronto posible. Espero no haberte aburrido, porque, como ya he dicho hasta la saciedad, me enrollo bastante. Cuídate, ¿vale? Espero verte pronto. Muchas gracias por tu "review".

CAPÍTULO XV (UNO MÁS UNO SON DOS)

Mundungus apareció en la chimenea con un brazo liado en vendas. Éstas estaban empapadas en sangre.

–¿Puedes avisar a Helen? –le preguntó a Moody mientras se desplomaba en un sillón.

–¡A quien debería avisar es a los dementores! –exclamó gruñón.

Se arrodilló ante la chimenea echando los polvos flu en ésta e introdujo la cabeza en las llamas verdes.

–Hola.

El señor Nicked se aproximó, boquiabierto, con una mano extendida. De pronto se paró en seco y se puso a gritar como loco con una voz aguda extremadamente chirriante. Moody, asustado de haberse podido colar en una casa muggle, por imposible que fuese aquello, sacó la cabeza corriendo.

–¿Qué pasa, Matt? –bajó corriendo las escaleras su mujer.

–¡En ocasiones veo muertos! –contestó.

Su mujer lo abrazó, confusa, y le dio unas cuantas palmaditas en la espalda.

Al poco reapareció la cabeza de Moody. Viendo que estaba el mismo muggle de antes, llorando, quiso meterse para adentro otra vez, en silencio, pero la señora Nicked lo vio y se separó de su marido:

–Buenas tardes. ¿Moody?

–¡Vaya! Entonces..., creía que me había equivocado –dijo.

–¡Es él, es él! –comenzó a gritar de nuevo el señor Nicked–. Lánzale un maleficio o alguna de esas cosas que tiras con la varita, palomita.

–Disculpe, Helen –dijo Moody respetuosamente–. No había reconocido a su marido.

–¿Reconocerme? ¿A mí? ¿De qué?

–Es de la orden en que trabaja tu hija, ¡tontainas! –Le dio una colleja su mujer–. Lo vimos en la feria y en el partido de quidditch. ¡Menudo susto me has dado!

–Disculpad –los interrumpió el auror–, pero necesito hablar con Helen. Es urgente, al parecer.

La señora Nicked le dijo que aguardara un momento, que enseguida la llamaba, y se fue escaleras arriba, regresando al poco con ella.

–¿Sí, Moody? –preguntó la chica poniéndose de rodillas y quedando a su altura.

–Hay problemas –explicó lacónico Alastor–. Mundungus está herido.

–¿Dung? –Se llevó una mano a la boca Helen–. ¿Qué ha sido?

–No lo sé. Me dijo que te avisase de inmediato. No te preocupes, chiquilla, que no es de gravedad. Sólo tiene una sangrante herida en un brazo.

–Voy de inmediato –dijo Helen–. Puede ser algo venenoso –la cabeza de Moody desapareció–. ¡Me voy, papá, mamá! Volveré para la hora de cenar, ¿vale?

–Vale, hija –la despidió el señor Nicked–. Y a ver lo que haces tú sola con esos dos hombres, ¿me has oído?

Helen lo ignoró, pero su madre le propinó una buena colleja a su marido y después se tiraron un buen rato discutiendo.

Helen apareció en la orden por la chimenea. Se arrodilló al lado del sofá en que estaba tumbado Mundungus y comenzó a hacerle todo tipo de preguntas. Le empezó a desenvolver la venda, hasta que la piel quedó al descubierto y en ésta una fea herida que no coagulaba.

–¿Qué ha sido? –le preguntó Helen con ojos duros.

–Un pez marino –contestó poniendo los ojos en blanco–. Una piraña corriente encantada. Ha pegado un salto desde una pecera y me ha dado un mordisco la muy...

–Eso no es cierto, Dung –lo cortó la chica–. No hay señal de dentelladas. Es un corte limpio, ¡y no cicatriza! Tiene todas las señales de ser un maleficio.

–¿Con quién te has batido en duelo ahora, eh, Fletcher? –lo espetó Moody furibundo y puesto en pie, con la varita en la mano.

–¡Con nadie!

–¡Di la verdad, Fletcher! –lo amenazó apuntándolo con la varita.

–¡Moody! –le gritó la chica poniéndose en pie y sacando también su varita–. Baja esa varita mientras yo esté aquí, ¿quieres? ¿Qué te propones, herirlo más todavía?

–Es una posibilidad –gruñó.

Helen dirigió la punta de su varita hacia la herida de Mundungus y probó con un par de encantamientos cicatrizadores, pero ninguno surtió efecto.

–¿Ha sido contra un mortífago? –se interrumpía de vez en cuando y le preguntaba.

–No –contestaba escueto.

–¿Quién, entonces? ¡Vamos, di! –le espetaba la chica.

–¿Quieres que vaya a por el Veritaserum? –propuso Moody.

–¡No! –se negó en rotundo Helen–. Soy de la misma opinión que Dumbledore: no utilizaremos la Poción de la Verdad con miembros de la orden, ¿te parece? Que cada cual diga la verdad cuando a él le aparezca oportuno.

Aquella defensa a ultranza de la chica había producido en Mundungus Fletcher un sentimiento de tristeza y conmiseración hacia sí mismo. Se atrevió a hablar:

–Ha sido mi ex novia.

–¿Tu ex novia? –se volvió hacia él Helen.

–Sí, mi ex novia. Cortamos hace tres años –levantando tres dedos trémulos–. Mejor dicho, ella me dejó. Yo la sigo queriendo, pero ella no quiere saber nada de mí. Hoy me la he vuelto a encontrar y ha salido corriendo. La seguí, pidiéndole que se parase a escucharme, pero me lanzaba maleficios por encima del hombro...

–Muy inteligente por su parte –comentó en voz baja Moody.

–¡Estoy tan triste! –Se echó a llorar Mundungus tapándose con sus grandes manos su aplastada cara.

–Vamos, vamos. Tranquilo. –Le dio unas palmaditas en el hombro Helen–. Ya veremos lo que se puede hacer.

Se abrió la puerta mágica y de ella apareció Alice Jackson con un delantal blanco manchado, con el que se secaba las manos.

–¡Hola, Helen! –la saludó corriendo hacia ella–. Menos mal que estás aquí. Ahora mismo pensaba llamarte a tu casa para que llamases a Remus y os vinieseis los dos a cenar hoy a la orden. Estoy ayudando a Arabella a cenar.

–¿Qué celebramos? –preguntó Helen mientras Alice, que se había dado cuenta de la herida de Mundungus, de la que seguía cayendo un hilillo de sangre, se acercaba a él, preocupada.

–¡Oh! Ya lo sabrás –corrió hacia la puerta mágica para regresar a la cocina–. ¡No te olvides de avisar a Remus ya que tú eres la única que sabes dónde está!

–Descuida, lo haré.

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Alice adornaba la sala común con serpentinas y cadenetas cuando Dumbledore apareció, radiante, por la chimenea. Vestía una larga túnica roja con una capa granate. Ladeado, en la cabeza, un sombrero puntiagudo de color fucsia.

–Mi querida Alice. –La abrazó–. ¿Ya os habéis comprado la casa Frank y tú?

–Sí, Dumbledore. En cuanto le compremos los muebles lo invitaremos a que venga a verla. ¡Apártese! –Le pegó un tirón de la manga porque se habían vuelto a alzar verdes llamas en la chimenea.

Apareció Remus con un extraño peinado, todo engominado. Dumbledore sonrió al verlo.

–Helen me dijo que querías que viniésemos bien arreglados a la cena –se excusó Remus a Alice viendo que los dos miraban su cabeza divertidos–. Dumbledore –dijo cortésmente y se apartó enfadado.

Todavía no le había perdonado el que se hubiese deshecho de él dejándolo irse a vivir con los Nicked, aunque el hecho de vivir con ellos y con Helen no le molestaba. Le incordiaba la manera tan ignominiosa que había tenido de organizarlo: sin contar con él. Dumbledore lo vio alejarse, tomando aire.

Helen apareció con una túnica celeste con el dibujo de una flor en el pecho. Dumbledore le dijo que estaba bellísima y, cuando se acercó para tomarle la mano y besársela como un caballero, se aproximó a ella y le persuadió para que convenciese a Remus para que dejase de estar enfadado con él.

–¿Enfadado? No, él no está enfadado.

Dumbledore le guiñó un ojo y se apartó. Lily vino corriendo hacia Helen, tomándose de las manos, y, dándose una vuelta, le mostró la túnica roja que se acababa de comprar. Sobrepasaba la rodilla y acababa en volantes. Era, asimismo, muy ceñida, con lo que parecía casi un vestido muggle.

–¡Es el último grito en túnicas! –exclamó Evans–. ¿Y tú de qué vienes? –se burló chistosa–. El estilo hippie hace tiempo que se pasó de moda.

–Paz –le siguió la corriente Helen con humor–. Haz el amor y no la guerra –levantando los dedos índice y corazón.

Lily se reía. Se marcharon entrelazadas de los brazos.

James y Sirius conversaban animadamente, con Peter de adorno junto a ellos, cuando Remus se acercó y unió. Estaban vestidos muy parecidos, con un par de túnicas negras. La de Sirius era más deportiva: tenía capucha y un par de grandes bolsillos. La de James era lisa y brillaba cuando reflejaba la luz. Peter, sin embargo, iba vestido, con una levita amarilla y un sombrero verde hondo; hubiera necesitado un esteticista que lo asesorase.

–Sentaos a la mesa –rogó Arabella, vestida con una túnica rosa e intensamente maquillada, trayendo una enorme bandeja con un pavo–. Ya traigo lo demás.

–La ayudo, Arabella –se ofreció Dumbledore.

Mundungus, al rato de iniciada la cena, salió de su cuarto con una elegante túnica verde que le había prestado Dumbledore. Estaba aseado y olía hasta a colonia. Todos lo vieron tan extraño que se lo quedaron mirando con asombro.

–¿Qué pasa? –preguntó, colorado, sintiéndose incómodo.

–¡Dung! –exclamó Lily con los ojos muy abiertos–. Estás guapo...

–Sí, el espejo de mi cuarto también se ha sorprendido –comentó sentándose junto a Sirius, que se lo quedó mirando con adoración.

–¿Qué pasa, muchacho? ¿Qué quieres que te cuente hoy?

Frank estaba sentado al lado de su novia, Alice, vestido con una elegante túnica malva, mientras que la de su chica era blanca y llevaba recogido el pelo en un moño que sujetaba su larga melena mágicamente para que no se deshiciese.

Comieron con apetito y se relamieron de gusto al probar el exquisito postre que había realizado Arabella.

–Bien. –Se aclaró la gargante Alice–. Frank y yo teníamos que daros una noticia. –Dumbledore se sonrió–. ¡Vamos, querido! –instó a Longbottom.

Frank sonrió unos segundos antes de hablar:

–Queríamos comunicaros que Alice y yo nos vamos a casar.

Durante una fracción de segundo tan sólo se escuchó un pesado silencio en el que retumbó un eructo amortiguado de Mundungus. Seguidamente todos estallaron en felicitaciones y aplausos y salves a la pareja.

Helen y Lily, puestas de acuerdo, hicieron aparecer de su varita decenas de fuegos artificiales que estallaban alrededor de la pareja, que se besaba apasionadamente a instancias de la mesa. Arabella era de las que aplaudía con más energía, al tiempo que lloraba también con fuerzas.

–Pero sois muy jóvenes –mencionó Mundungus cuando la calma reinó de nuevo en la orden.

–Sí, ya... –Asintió Frank–. Pero creemos que los dieciocho años es una buena edad para casarse si se está enamorado. –Y miró a Alice con una tierna sonrisa–. Pero, además, Alice va a cumplir ya mismo los diecinueve. El mes que viene, para ser más concretos, en noviembre. Y yo, en enero, así que no somos tan jóvenes.

Mundungus enarcó las cejas.

–¡Dung! –lo reprendió Alice–. Llevamos saliendo juntos desde que nos conocimos en Hogwarts, ¡y nos queremos mucho! –Miró a su novio con ojos cristalinos plagados de amor–. Para nosotros es el siguiente paso, y queremos hacerlo pronto.

–Y a mí me parece una genial idea –aprobó Dumbledore y todos sonrieron–. ¡Vivan los Longbottom!

–¡¡¡Vivan!!!

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Dumbledore, Frank y Remus andaban por una calleja inmunda de Londres.

–Espero que estés seguro del paso que vas a dar, Frank –comentaba Albus.

–Sí –apuntó Remus–, porque no está bien hacerte cargo de una persona para luego dejarla abandonada. –Y lanzó una mirada de desprecio a Dumbledore.

–Yo quiero a Alice –se defendió Frank sin entender sus verdaderas intenciones.

–No lo dudo –dijo Remus–, pero tampoco te fíes demasiado de nadie –volviendo a mirar de reojo al director–, porque te pueden dar la patada en el culo en cuanto menos te lo esperes.

Dumbledore sacó en una fracción de segundo su varita del bolsillo de la túnica y Frank se detuvo, con los brazos estirados, la boca entreabierta, a punto de decir algo, y los ojos pestañeando.

–¿Qué has hecho? –preguntó Remus mirando asustado a Frank. Le pasó una mano delante de los ojos y el otro ni se inmutó.

–Congelarlo –le explicó–. Detenerlo en el tiempo.

–¿Y cómo lo has hecho? –preguntó con un deje en la voz con el que quería dar a entender que no le importaba demasiado.

–Eso no es lo que importa ahora, Remus –dijo con impaciencia–. ¿Es que sigues enfadado? Porque si es así... ¿Sigues enfadado?

–No muy contento, se podría decir –contestó Lupin con dignidad.

–¡Vamos, Remus! –Juntó las manos Dumbledore utilizando un tono empalagoso–. ¿Qué más quieres que haga o diga? Ya te lo expliqué en su momento. No me he deshecho de ti.

–Es lo que parece.

–Nos seguimos viendo. Desde que te fuiste ya he ido a cenar un par de veces con vosotros para verte. –Remus enarcó las cejas–. ¡Vale!, quizás no sea demasiado, pero es todo lo que puedo hacer. Estoy muy ocupado, debes entenderlo. Soy el director de la escuela de magia de Gran Bretaña y, por si eso pudiera ser poco, lidero una orden que lucha contra lord Voldemort. Lord Voldemort... ¡Es por él por el que no puedo tenerte a mi lado!, ¿entiendes?

–Sí... –contestó Remus sumiso.

–Me encantaría tenerte conmigo, pero, Remus, eso no puede ser. Lo mejor es que ahora estés con los Nicked, donde él no lo sepa, ¿comprendes? –Remus asintió serio–. No quiero que te enfades, Remus, pero consideré que era lo mejor para ti. ¡Y aún hoy lo sigo considerando!, ¿sabes? –hizo una pausa en que lo atravesó con sus penetrantes ojos azules–. ¿Sigues enfadado?

–No... –dijo Remus con desdén.

Dumbledore sonrió y volvió a agitar su varita. Al instante Frank Longbottom volvió a recobrar vida y se puso a caminar, pero como viera a Dumbledore y Remus parados, apartados de donde hace un instante él los acababa de ver, se detuvo y los miró con ojos que pedían a gritos una respuesta.

–Sé lo que estás pensando, Frank –explicó Dumbledore reanudando la marcha–, pero no podemos demorarnos más. Hay que llegar al Ministerio ya de una vez. ¡Oh, allí es!

Señaló una cabina de teléfono. Entraron y una sensual voz femenina los inundó:

–Buenos días. Bienvenidos al Ministerio de Magia. ¿Qué desean?

–Verá, somos Albus Dumbledore, Frank Longbottom y Remus Lupin. Venimos para solicitar fecha para una boda mágica.

En el resquicio en que normalmente salían las monedas sobrantes aparecieron tres chapas con los nombres de cada uno y con el siguiente mensaje bajo éste: "Solicitar fecha de boda".

La cabina descendió como un ascensor y en un momento se encontraron en el vestíbulo del Ministerio de Magia, con unos obreros apuntando con sus varitas en el centro y terminando de esculpir una estatua de un brujo, una bruja y tres criaturas mágicas.

Dumbledore los guió hasta una ventanilla en aquel mismo vestíbulo. No había cola, con lo que se aproximaron al cristal y el anciano carraspeó.

–Oh, Dumbledore. –Lo reconoció el funcionario, un hombre bigotudo y de pelo castaño–. ¿Qué asunto le trae por aquí?

–Desearía pedir fecha para una boda mágica –contestó.

–¿Se va a casar? ¿A su edad? –preguntó informal el mago.

Dumbledore se echó a reír:

–En absoluto. Es para mi querido amigo Frank Longbottom.

El funcionario lo miró desde el otro lado de arriba abajo.

–Entiendo –dijo y se volvió para coger unos pergaminos que les pasó por un resquicio del vidrio–. Tengan estos formularios. Rellénemelos y tráigamelos cuando pueda, firmados por su pareja y usted, ¿queda claro? –Frank asintió–. Perfecto. ¿Para cuándo tiene pensado que se produzca el enlace?

–Nos agradaría que fuese la semana de Navidad –explicó Longbottom–, porque, verá, nosotros somos estudiantes y necesitamos tener vacaciones, ¿comprende?

El funcionario del Ministerio asintió. Comenzó a hurgar entre unos pergaminos y anotó con una pluma raída en uno de ellos. Cogió un sello y lo estampó varias veces. Después le pasó aquel formulario por el resquicio de la ventanilla a Frank rogándole que lo firmara. El funcionario lo recogió de nuevo y les dijo que la boda estaba fechada para el veintidós de diciembre de aquel mismo año.

–En cuanto me traiga esos pergaminos firmados por su futura mujer y usted nos pondremos en contacto con usted para darle más detalles, como, por ejemplo, el emplazamiento de la única iglesia mágica que hay en Inglaterra, ¿comprende?

–Claro, claro. –Asintió Frank radiante de felicidad.

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Frank y Alice estaban sentados a la mesa de la sala común de la orden mientras Remus estudiaba un grueso volumen de maleficios y Helen otro de pociones curativas y sus cualidades.

–Es una suerte que Dumbledore nos haya dejado utilizar la lechucería –comentó Alice contenta–. Si no, ¡nos habríamos tirado media vida en mandar a la pobre y vieja que tiene mamá!

Frank se levantó de nuevo del asiento con una lechuza en la mano y, cogiendo el pomo de la puerta mágica, se dirigió hacia la salida y lanzó una nueva lechuza con otra invitación para el enlace.

Helen se los quedó mirando por encima del libro. Después apuntó:

–Espero que no os esté molestando el que no os esté ayudando a escribir invitaciones, pero es que mañana tengo un examen importante de pócimas sanadoras.

–No hace falta que te excuses, Helen –saltó a la palestra Frank–. Lo comprendemos. Además, esto es cosa de Alice y yo.

Cuando terminaron Frank y Alice se fueron a comprar algunos muebles para su casa, en tanto Remus y Helen se quedaban en el hogar de la chimenea de la sala común, estudiando.

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–¡Vamos, Remus! O llegaremos tarde –gritó Helen desde el piso de abajo.

Estaba vestida con una elegante túnica roja de hombros descubiertos y un chal de un tono rosáceo que caía por el suelo y que sobraba unos dos metros aproximadamente. Calzaba unos zapatos con forma de duende, también rojos, que parecían de charol. El pelo se lo había alisado tanto que estaba irreconocible.

Remus bajó por las escaleras, vestido con una túnica de frac negra. Tenía el pelo engominado en punta y se había dejado una corta perilla en el mentón que le daba aspecto de madurez. Tenía también una pajarita en el cuello que cambiaba constantemente de color.

La señora Nicked entró en la salita y se los quedó mirando con primor:

–Qué guapos estáis los dos. Un primor, sí, señor. –Se aproximó a Remus y le ajustó bien la pajarita–. No puede faltarte ningún detalle, Remus; eres el padrino.

Remus asintió tragando saliva.

–¡Qué envidia! –exclamó la señora Nicked chasqueando la lengua–. Yo nunca tuve una boda mágica. Me casé al modo muggle para no levantar sospechas en la familia de Matthew. Sólo sus padres y tú tía Margaret saben que soy una bruja –explicó–. Lo que yo habría dado por tener una boda mágica... Bueno, os estoy interrumpiendo. ¡Marchaos, marchaos! Venga, ¿a qué estáis esperando?

–¿Qué hora es? –preguntó Remus.

–Las diez menos cinco. –Consultó su reloj Helen–. Debemos irnos. ¡Nos deben de estar esperando!

Y utilizaron la chimenea para aparecer en la Orden del Fénix, que temblaba por un bullicio hasta entonces desconocido.

Dumbledore se paseaba de un lado a otro con su larga túnica azul celeste, a juego con sus ojos, y un chaleco azul marino sobre mangas blancas. Tenía un sombrero puntiagudo de color malva.

–¡Oh! –Los miró sonriente–. Menos mal que habéis venido. Ya creía que nos tendríamos que ir sin vosotros. –Y señaló la roja quaffle que había sobre la mesa.

La puerta mágica se abría y cerraba constantemente.

McGonagall apareció por la entrada del árbol con Fawkes sobre su hombro.

–Buenos días, señor director –saludó con el rostro contraído–. Buenos días, chicos.

Vestía una túnica verde esmeralda con un reducido escote que le dejaba los brazos y los hombros al descubierto. Tenía el pelo sin recoger, lo que le daba una apariencia de renovada juventud.

–Está encantadora, Minerva. –La miró complacido Dumbledore–. Verdaderamente guapa.

McGonagall consultó su reloj y apuntó:

–Nos quedan dos minutos, Dumbledore...

Y lo miró significativamente. Dumbledore asintió y silbó sonoramente. La puerta mágica dejó de abrirse y cerrarse, se hizo el más profundo silencio. Al poco, todo el mundo comenzó a acudir a la sala común.

Lily estaba vestida con una túnica naranja a la que tenía cosida una capa amarilla que se extendía al extender ella los brazos porque estaba cosida a la punta de las mangas.

James vestía de verde absoluto: pantalones, chaqueta y capa, cuyo reverso era de color azul. Al contrario Sirius, que iba de azul completamente a excepción del reverso de la capa, que era verde.

Peter apareció con una levita marrón y el pelo castaño ondulado en graciosas sortijas.

Moody se había abrillantado la cara y se había puesto una de las mejores galas que tenía guardada en su baúl.

Mundungus estaba impecable, vestido de negro riguroso, desde la punta de los zapatos, con gruesas hebillas plateadas, hasta el sombrero puntiagudo de su cabeza. Los botones de su capa también eran plateados.

Arabella, que salió la última de la cocina, vestía de rosa y su traje era muy parecido al de un muggle. Tenía un sombrero plano casi calado en la sesera. Tenía un pañuelo blanco en la mano y se secaba peregrinas lágrimas que constantemente le caían por la cara.

También había algunos otros miembros de la orden a los que Remus no había visto en su vida: un enorme y peludo hombre, Rubeus Hagrid, que era guardabosques de la escuela ya en sus tiempos, una bruja llamada Emmeline Vance, y tres personas a las que Remus había conocido durante el interrogatorio de Igor Karkarov: Marlene McKinon, Benji Fenwick y Sturgis Podmore. También estaba Dedalus Diggle, con el que había jugado en cierta ocasión un partido de quidditch.

–Bien. –Sonrió Dumbledore viendo que estaban todos allí–. El Ministerio ha facilitado trasladores para poder realizar el viaje hasta Londres sin que los muggles sospechen –explicó–. Se trata de esta quaffle que tengo delante de mí, que Frank y Alice nos han dado para que viajemos los miembros de la Orden del Fénix, ¿de acuerdo? Según parece –sacó un extraño reloj de bolsillo–, queda un minuto para que se active. Lo mejor será que nos vayamos preparando.

Y todos se apretaron a fin de poder poner al menos un trémulo dedo sobre la superficie de la roja pelota. El minuto pasó muy lentamente, y todos se miraban ofuscados y agobiados al estar tan apretujados.

–Cinco, cuatro, tres, dos y... –contaba Dumbledore.

¡Y uno! Un estallido de color se produjo a su alrededor y una sensación de vértigo los acompañó. Sintieron una punzada en el estómago que los lanzaba al vacío y muchos cerraron los ojos con pánico. En unos instantes aparecieron en un lugar cubierto en el que había más personas que no conocían, también vestidos extravagantemente.

A un lado y otro aparecían de la nada un par de personas aferradas a algún traslador. Muchos se quedaron asombrados de ver aparecer un grupo tan numeroso con un único traslador. Se acercó un miembro que parecía del Ministerio, vestido completamente de negro, para cogerles la pelota de quaffle.

–Si lo llegamos a saber –dijo–, les hubiéramos dado un traslador más grande. Bien, pueden salir de dos en dos. –Señaló la puerta de salida.

Se organizaron por grupos y otro mago del Ministerio los ayudaba a salir correctamente para no llamar la atención de los muggles que pudiera haber alrededor. Remus y Helen salieron de los primeros y se volvieron hacia atrás una vez estuvieron fuera. Donde los había llevado el traslador no era sino una carpa como de circo en la que, con gruesas letras, ponía: "Convención del gremio del disfraz".

Un par de señoras que pasaban en aquel momento se agarraron los bolsos con fuerza mirando a Remus con desconfianza, diciéndose al oído la extraña gente que se podía ver por aquellos días en la calle, vestidos como lunáticos.

Remus y Helen se reunieron con un montón de magos más que estaban alborotados a la puerta de una iglesia en ruinas que los muggles sabían que estaba cerrada desde hacía mucho tiempo y a la que no se acercaban por temor a que se precipitase algún trozo de piedra.

–Muy guapa la novia, ¡muy guapa! –exclamaba una bruja de avanzada edad pero que aún conservaba un poco de color en el pelo, que reclamaba la atención de todo el mundo–. He visto a Alice hace un momento y puedo decir que está lo que se dice muy guapa. ¡Guapísima! Pero, ay, mi Frank... ¡Mi Frank!

Remus y Helen intercambiaron una mirada: estaba claro, aquella debía de ser la madre de Frank Longbottom.

Al poco rato, cuando todos se hubieron reunido en la puerta y eran un grupo tan variopinto que no podían menos que llamar la atención de los transeúntes, se abrieron las puertas y entraron al recinto religioso.

Al contrario que en el exterior, la iglesia en su interior era un lujoso templo todo plagado de yeserías espumosas y columnas a imitación de las griegas. En el altar, todo decorado con murales áureos, resplandecía un retrato fidedigno de J. K. Rowling.

Los invitados a la boda se fueron sentando donde les fue placiendo, a excepción de los miembros más importantes de la familia Longbottom y Jackson, quienes tenían reservados los mejores bancos. Al poco apareció el cura y solicitó un respetuoso silencio, ya que el templo estaba surcado por un continuo murmullo, añadiendo que la novia debía estar al caer.

Frank Longbottom apareció en aquel momento por una puerta secundaria, todo vestido de negro y con una chistera en la cabeza. Todos los magos sentados en los bancos lo aplaudieron. Remus se levantó, y lo mismo hicieron James, Sirius y Peter. Se pusieron a su lado, frente al altar según el orden mencionado. Remus, a su lado, trataba de tranquilizar al novio.

Al rato las dobles puertas de acceso al recinto religioso se abrieron de nuevo y apareció Alice Jackson al brazo de su padre. El vestido de Alice era tan parecido al de una novia muggle que creo que no exista mucha diferencia; quizás una: el velo debía medir diez metros de largo, cuanto menos.

Sonó un himno, aunque no el nupcial. ¡Era el himno de la banda sonora de Harry Potter!, y Alice, acompañada, como se ha dicho, por su padre, avanzó a paso lento por el pasillo de la iglesia y avanzaba entre los bancos, mientras todos se la quedaban mirando y sonreían y le hacían fotos. Arabella lloraba.

–Que éste es un momento de alegría, no de dolor –le recriminó McGonagall.

Y la señora Figg cambió de registro y se puso a sonreír hipócritamente, enseñando hasta la muela del juicio final.

Alice Jackson llegó al pie del altar y se puso junto a Frank, a quien besó. Al lado de la chica, junto al altar, estaba una prima segunda suya, que actuaba de madrina del enlace, y sus dos mejores amigas: Lily y Helen.

El cura avanzó con las manos cruzadas a la altura del pecho hasta colocarse en el púlpito. Era su sotana una túnica blanca inmaculada que, de haber recibido alguna mancha, la habría absorbido inmediatamente, alimentándose la tela de ella. En el pecho tenía el símbolo de una varita que cambiaba continuamente de color.

Cuando puso las manos sobre el púlpito, las masas que ocupaban los bancos de la iglesia se pusieron en pie.

–En el nombre de Rowling, de sus dos hijos y del espíritu rancio.

–¡Amén! –exlamó a coro el resto.

–Oremos –pronunció el cura, cuya voz había sido ensalzada mágicamente mediante el encantamiento "sonorus", y todos los presentes, él incluido, bajaron la cabeza con los ojos cerrados–. Nos encontramos hoy aquí para unir en mágico matrimonio a Frank Longbottom y Alice Jackson –se dejó oír un gemido de Arabella, llorando–. Que nuestra diosa, Rowling, os ofrezca un bonito destino en su plan divino. Te lo pedimos, Rowling. Rowling, ten piedad.

–¡Rowling, ten piedad!

–Rowling, ten misericordia.

–¡Rowling, ten misericordia!

–A ti pedimos, oh Rowling, que estás en los cielos, que veles por estos dos chicos que quieren unir sus almas mágicas en santo matrimonio mágico. Y ahora –tomó un voluminoso libro de cuero– leamos la Palabra de Rowling.

»"Y Rowling fue enviada de las nubes y mató a sus enemigos hasta que consiguió publicar sus libros en una editorial. Y en esos libros se habla de nosotros, los magos, y de nuestro destino, y para nosotros la lectura de esos siete libros sagrados queda vetada, porque, según dice la antigua leyenda: «Aquél que encontrase los libros y la magia corriese por su sangre, en leyéndolos, ¡mal rayo lo parta, narices!, que arderá en la infamia."

»Pero antes de esto nuestra adorada Rowling se aventuró en el desierto y ayunó una hora y veinte minutos, volviendo a su país de origen donde sería multimillonaria y siempre caritativa con el prójimo. Tuvo bajo su amparo niños desvalidos a los que cuidaba; para mayor concretar: dos, los suyos propios.

»Pero ése no fue motivo para que los muggles, que la veneraron durante algún tiempo, no la mataran. Los otomanos la capturaron y, después de un largo juicio, la clavaron en un roble alegando herejía, a cuyos pies le imprecaban: «¿No eras tú, Rowling, la bruja? ¡Baja de ese árbol y te creeremos!» Pero J. K., utilizando el lenguaje de las perricidas, invocó hacia las nubles: «Eli, Eli, lema sabajtani?», que, según recientes estudios, parece significar: «¡Papá, llama!» Aquellos otomanos le clavaron una corona de mandrágora y la azotaron hasta el desfallecimiento, invocando el nombre de su líder demoníaco: un antepasado de los Umbridge. Murió después de decir: «¡Harry, a ti encomiendo mi espíritu!»

»Y al séptimo curso resucitó de entre los muertos utilizando poderes de magia negra antaño olvidados, y, dirigiéndose hacia los reyes de Inglaterra, le solicitó un ejército conformado únicamente por patriotas (ya que por aquellos tiempos comenzó a practicar la xenofobia) con el que poder iniciar la guerra santa contra los musulmanes de Turquía.

»Se inició una cruenta guerra en la que el bando inglés siempre llevaba las de ganar, porque Rowling encabezaba el ejército con una poderosa vara de mando: la primera varita. Entre batalla y batalla, a la luz de una trémula vela, compuso los siete libros cuyos títulos no nos está permitido conocer, y en ellos escribió el destino de nuestra comunidad.

»Finalmente, un día J. K. Rowling fue capturada por el bando enemigo y la sometieron de nuevo a juicio. Como nada se podía hacer contra su alma incorrupta la llevaron hasta un país católico, donde quemaban a las herejes a patadas en nombre del nuevo dios que se acababan de inventar aquellos católicos infelices: Francia. Rowling, la primera bruja, trató de defenderse con su vara, pero se la arrebataron. La condenaron hereje y la quemaron en el mismo cadalso que Juana de Arco, que por aquel tiempo también había dado mucha guerra la mosca cojonera.

»Y colorín colorado este cuento, que se inventó un capullo, se ha acabado."

Se hizo un sepulcral silencio en el que sólo se escuchaba el llanto de Arabella Figg, que se había puesto a llorar por las penalidades que había pasado Rowling en vida y en muerte.

–Y ahora elevemos una oración por nuestra diosa creadora –propuso el sacerdote–. Ave Rowling, que estás en los cielos. Santificado sea tu nombre. Vengan a nosotros tus libros. Hágase tu voluntad, así en el mundo mágico como en el muggle. Danos hoy el oro mágico nuestro de cada día. Perdona nuestros maleficios, así como nosotros perdonamos a los magos tenebrosos. No nos dejes caer en una maldición y líbranos del mal. Amén.

»Líbranos de todos los males, Rowling, y sepulta a aquel mago tenebroso De–Cuyo–Nombre–No–Quiero–Acordarme en lo más hondo del infierno mágico, en el que arderán llamas eternas que se elevarán por encima de los cimientos de la tierra.

Arabella ahogó un grito asustada.

El sacerdote se quedó mirando a Frank y a Alice y comenzó a invocar:

–¡Rowling! Aquí se encuentran Frank Longbottom y Alice Jackson para unirse en mágico matrimonio. ¡Dales tu bendición! –Se guardó un respetuoso silencio durante el cual Remus se sacó los anillos y se los dio a Frank–. Frank Longbottom: ¿prometes amar a Alice en la fortuna y en la mendicidad, en la salud y en la maldición, en la tristeza y la no tan tristeza?

–Sí, lo prometo –afirmó mirando de reojo a Alice.

–¡Jo, qué tío! Alice Jackson: ¿prometes amar a Frank y hacer todo lo que él te mande según nuestra concepción de sociedad falocrática que nos viene impuesta?

–Sí, lo prometo. –Y también miró a Frank con mucho amor.

El sacerdote sacó su varita y realizó con ella una floritura. Surgió de su extremo una cinta de tela blanca que los envolvió a ambos y los mantuvo un momento unidos, hasta que el sacerdote pronunció las siguientes palabras:

–¡Que lo que la magia ha unido no lo separe el brujo! Puedes besar a la novia –dijo.

Y Frank, retirándole el velo, unió sus labios.

–¡Qué bonito! –Lloraba Arabella, pasándole un pañuelo a la impasible McGonagall, que lo rehuso con educación.

–In nomine patris, et filii et spiriti santi –volvió a pronunciar el cura–. Que el espíritu de Rowling esté con todos vosotros.

–¡Y con tu madre! –invocaron los presentes y se pusieron en pie.

–Levantemos el corazón –imploró el cura.

–¡Lo tenemos bien alzado!

–Demos gracias a Rowling.

–¡Es justo y necesario!

–En verdad es justo y necesario que recemos a J. K. Rowling y que le pidamos gracia por este recién formado matrimonio, para que dure muchos años y sea muy fructífero. A continuación se pasará el cepillo de la colecta –dijo y elevó su varita sobre su cabeza.

Dos cestas de mimbre comenzaron a levitar entre los bancos, esperando a que la gente soltase sus amables donativos. Cuando las cestas volvieron a su sitio y el sacerdote las vio repletas de galeones y sickles, dijo en voz baja:

–¡Joder! A que puedo retirarme... ¡Un par de bodas más y...! –Y elevando la voz para que todo el mundo pudiese escucharlo–. Y ahora, en honor de este matrimonio que ha permitido nuestra diosa, rememoremos lo que nos legó el día antes de su muerte, a fin de posibilitar la redención y salvación de nuestras almas: reuniendo en un cenáculo a doce de entre sus más leales seguidores, partió pan y se lo entregó diciendo: "Tomad y comed todos de él, porque éste es mi cuerpo, según una vieja tradición mágica, que se convertirá en trigo y levadura y podréis jalarme". Después virtió vino en un cáliz, que después sería utilizado para las antiguas competiciones del Torneo de los tres magos, y lo distribuyó entre sus amados lectores diciendo: "Tomad y bebed todos de él, porque ésta es mi sangre derramada por vosotros y los vampiros, que beberéis hasta saciaros en tanto tengáis sed". Después les dijo que se perdiesen de su vista y, visitando el mundo, les enseñasen a los futuros magos a practicar aquel rito, con el fin de salvaguardar puras sus almas y poder entrar algún día en el Reino de los Ciegos. ¡Quien tenga oídos, que vea!, dijo Rowling, y quien vista, que escuche. Pues ni lo blanco es blanco ni lo negro, negro. Frank Longbottom, puedes besar a la novia.

Y Frank, que había estado muy pendiente de la perorata de sacerdote, se inclinó de nuevo hacia su novia, ahora esposa, y le retiró el velo. Se besaron de nuevo.

–Que la gracia de Rowling esté con vosotros todos los días de vuestra vida hasta el día de vuestra muerte, en que seréis llamados al juicio final de la escritora, que os acusará de plagio y os colocará un ex libris en la frente para que podáis entrar en el Reino de los Ciegos con identidad propia.

»Podéis marchar en paz –dijo.

Y los magos fueron levantándose y dirigiéndose hacia la puerta. Ésta permaneció unos segundos cerrada hasta que todos los presentes a la boda se encontraron arremolinados ante la doble puerta. Entonces el sacerdote elevó sus manos implorando al cielo y se abrieron con un gran estrépito de goznes.

Todos ahogaron un grito, porque la calle había desaparecido. Pasaron al interior de una enorme habitación de paredes blancas y esponjosas como nubes, a cuyo fondo había una enorme chimenea, en la que cupieron todos. Se introdujeron en ella y un velo de plástico cayó en la abertura para que no se pudiese salir. Del techo comenzó a caer polvo blanco, que algunos identificaron como polvos flu. Una sensual voz femenina, surgida de la nada, les solicitó calma y les dijo que enseguida aparecerían en su fiesta. Un minuto más tarde, la misma voz gritó: "¡Convite!", y todos fueron engullidos en altas llamas verdes que se alzaron de las cenizas y los polvos flu.

Fueron escupidos por una diminuta chimenea y de uno en uno fueron saliendo. Lily fue de las primeras en salir y explicaba a los demás que aquélla era la casa que había comprado con James Potter, su novio.

En efecto, el convite se celebraba en la casa de Lily y James, la del valle de Godric, porque no había sitio mejor en que celebrar un convite mágico sin llamar la atención de los muggles. Como no estaba amueblada pudieron decorarla a su gusto, a fin de que pareciese un banquete digno de una boda. Además, no había mucha gente en aquella boda porque las familias de Frank y Alice no eran muy grandes, con lo que sólo tuvieron que encantar el salón para que, durante unos cuantos días, sus dimensiones fuesen mágicamente ampliadas.

Se fueron sentando a lo largo de una mesa larga cubierta con un mantel blanco. Arabella, ayudada por Dumbledore y los chicos de la orden, fue trayendo los suculentos manjares que llevaba preparando con primor desde hacía algunos días. Los platos y vasos los hacían aparecer mágicamente los comensales, agitando sus varitas con tranquilidad y risueños.

–¡Que se besen! ¡Que se besen! –espetaban James y Sirius a la pareja y todos los demás se les unieron.

Frank y Alice se dieron un fuerte beso al que acompañaron silbidos y aplausos. Alice, que aún llevaba el ramo en la mano, se dio la vuelta y avisó a todas las chicas de la sala de que se disponía a lanzarlo. Lily salió corriendo y buscó un buen sitio, seguida de Helen, y ambas se pusieron a agitar frenéticas los brazos y a gritar, pidiendo que las siguientes en casarse querían ser ellas.

Alice tiró el ramo y éste dio algunas vueltas en el aire. Algunas brujas sacaron sus varitas para emplear el conjuro convocador, pero los comensales que estaban a sus lados lo impedían, alegando que aquello era trampa e injusto. Finalmente, el ramo, describiendo una extraña elipsis, cayó en el regazo de Remus Lupin, que estaba sentado a la mesa, quedándose asombrado de aquello.

Helen se puso a pegar saltos y a agarrar la capa de Lily, que arrancó por un lado, mientras gritaba:

–¡Si lo ha cogido Remus es que me caso yo! ¡¡¡Me caso yo!!!

Todo el mundo comía con fruición, charlando animadamente.

Dumbledore dio un golpe de varita sobre un tocadiscos muggle y éste comenzó a tocar una extraña melodía de Julio Iglesias:

–Amo la vida y amo el amor. Soy un truhán, soy un señor...

–Exquisita –exclamó Moody escuchando la música.

Mundungus se aburrió al rato y se puso en un rincón, sentado, y, cubriéndose con la capa, se quedó dormido.

–Genio y figura hasta la sepultura –le dijo McGonagall a Dumbledore, riendo ambos.

James y Sirius, borrachos, cantaban:

–¡Explota, explótame, "expl"! Explota, explota mi corazón...

Estaban abrazados y blandían en sus manos una enorme jarra de whisky de fuego, que, cuando se cansaron de beber, levantaron hacia el cielo y dijeron a coro:

–¡Por los Longbottom!

–¡¡¡Por los Longbottom!!! –coreó todo el mundo.

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Aquí acaba la cosa. Como muchos estáis ya preguntando por Elena Nicked (la verdadera, la que inspira el personaje), ésta me ha pedido que os lo agradezca, os mande saludos de su parte y muchos besos. La verdad es que se ha quedado un poco alucinada cuando le he dicho que hasta me pedís que la salude de vuestra parte. Me ha dicho, textualmente: "Coño, ni que me estuviera haciendo famosa..." ¡Qué caso!

Bueno, pues la cosa es que ya nos vemos la semana que viene, ¿no? Bien, el decimosexto capítulo aparecerá el sábado que viene: día 6 de NOVIEMBRE. Os espero, ¿eh?

Avance del capítulo 16 (PRIMER ASESINATO): La mano descarnada, aferrada a su guadaña, se cierne sobre este capítulo. "Quien a hierro mata, a hierro muere", recordadlo; la venganza caerá sobre el asesino. "¡DELETRIUS!"

Y he pensado haceros un regalito más. Os voy a poner las iniciales de los siguientes capítulos (hasta el número veinte; llegado al vigésimo, lo haré de nuevo hasta el vigésimo quinto y así sucesivamente). Las palabras poco relevantes (determinantes, preposiciones, pronombres... las pondré completas y en letra minúscula. Todo para que veáis hasta qué punto está preparado el relato...

Capítulo 17: "A. lo E."

Capítulo 18: "P. y P."

Capítulo 19: "O. R."

Capítulo 20: "A., T. y un R. de N."

Os podría poner los títulos hasta el capítulo 48, pero no es cuestión, ¿verdad?

Que tengáis una buena semana, que estudiéis y/o trabajéis mucho y lo paséis tan bien como podáis. Ya sabéis, yo estaré puntual a mi cita el seis de noviembre, y espero veros.

EPÍLOGO: Comunico el horario en el que estoy disponible en el messenger:

Jueves, de 13 a 14 horas. (Estaré al mismo tiempo en una clase no presencial, así que no podré responder tanto como quisiera).

Sábado, un rato (no mucho más de media hora) entre las 10 y las 12 horas. (Es el momento en el que estoy colgando el capítulo, así que hay momentos en que necesito concentrarme un segundo).