Sin palabras... Me he quedado sin palabras. Cuando esta mañana, como todos los viernes, he entrado para ver mis "reviews"... Me he quedado sin palabras. ¡Bienvenidos a la decimoséptima entrega de MDUL!

Gracias a todos por ayudarme a alcanzar los 100 "reviews". ¡Gracias! Por eso, hoy voy a daros una sorpresa. Pero para saberla tendréis que esperaros hasta el final del capítulo... ¡Paciencia! Sí os comunico ya dos cosas: muchas gracias a todos aquellos que han leído "Una giganta y un muggle: ¡la odisea del sexo!" Siento si os he podido herir en vuestra sensibilidad o si os he provocado arcadas, pero soy consciente de que os habéis reído mucho también, y me quedo con eso. La segunda cosa: ¡hoy voy a colgar otro "fic"! Me estoy enviciando... Se titula "Sirius: encarcelado en su propia mente", y es un relato psicológico sobre Canuto. Tengo algo más que deciros, pero, como he dicho, me remito al final de este capítulo.

Respondo "reviews":

- Luna: ¡Hola! Muchísimas gracias por enviarme todos tus datos personales, aficiones y demás. Realmente me hizo ilusión, no te creas que no. ¿Sabes? No sé si lo sabes, sólo tengo un año menos que tú. Pero estamos muy lejos: soy de España. No era consciente hasta que comencé a escribir de la proliferación de latinos o sudamericanos que hay por aquí. Los españoles somos una minoría, pero también somos una minoría en el marco del mundo hispanohablante, aunque muchos se consideran el ombligo del mundo cultural del castellano. Cambiaré de rumbo, que me enrollo. Nada, chica, que me hizo mucha ilusión que empezaras a leerme, y más aún que te lo leyeras todo de golpe. Pues sí, como dices, tuvo que ser horrible eso de leérselo de golpe. Mira que quien lo escribe soy yo, pero soy consciente de que es muy largo y puede resultar abrumador. Pero me alegro de que te haya gustado. A ver, voy a mirar qué me has puesto en estos últimos "reviews" y te respondo. ¡Ah! Dices que soy cumplido con esto de responder los "reviews" (gracias), y añades que tú también lo eras, pero que a raíz de comenzar el instituto no pudiste. No sé cómo serán las cosas por allí, pero para mí el instituto fue muy "light" y hubiera podido tener tiempo para lo que quisiera. Pero te comprendo, porque hay gente que le dedica muchísimo tiempo. ¡Y oye!, que no quiero decir con eso que soy de ésos que descuidan sus estudios, ¡en absoluto! Ahora mismo estoy en la facultad, haciendo Filología Hispánica, y ahora sí que me encuentro algo más falto de tiempo, pero se soluciona con paciencia. Luego leí que te había molestado un poco lo de la misa de la boda de los Longbottom, aunque al mismo tiempo te habías reído un poco. Bueno, explicación: yo no me mofo de la religión, ya se lo expliqué a Idril Isil en otro capítulo. Te haré una pregunta: ¿has leído alguna vez El Señor de los Anillos? En esta fantástica serie Tolkien también se inventa un dios para los habitantes de la Tierra Media. Yo hice igual. No sé, quería poner que los magos fuesen creyentes, es decir, que tuviesen una serie de creencias en una religión concreta, pero no me pareció acertado hacerlo al cristianismo o al catolicismo cuando esta religión combate enérgicamente contra la "brujería" o la "magia negra". ¿Me has comprendido? Descuida, que no lo he hecho con mala intención. Yo también he sido criado dentro de una familia católica, así que tengo un poco de respeto por esos valores. Bueno, Luna (no recuerdo bien, pero ¿cómo querías que te llamara exactamente? ¿Me lo llegaste a decir?), me despido por esta semana esperando saber muy pronto de ti.

- Lorien Lupin: ¡Hola, Charo! ¿Qué tal? Espero que recuperada de tu enfermedad. Gracias por leer tanto MDUL como UGYUM:¡LODS! Aunque si estabas enfermita no es como para alegrarse. Pero, ¡sí!, te has puesto al día. No sé si te lo dije, gracias por lo de la legión de las lupinas; mi amiga está la mar de contenta. Y esta chica, esta amiga, también te ha leído. ¡Si eres famosa y todo...! Cuando le dije tu nombre (tu nick), me dijo: "¡Anda! Pero si de Lorien he leído yo." Qué bien, ¿no? Me alegra que te gustara lo de la posibilidad de que Remus hiciera magia sin varita. Lo veía necesario. Y eso de que Remus es más poderoso que Sirius, es que es verdad... Remus es mucho Remus, y hay que animarlo. Se nota que nuestro personaje favorito es Remus, ¿verdad? Bueno, yo dentro de los merodeadores, que no quiero descuidar a Dumbledore. Bien, dice también que te ha dado pena lo de la señora Lupin, pero no en extremo, y se debe, añades, porque te gustaba más viva que muerta. Tú lo has notado. Es que como fantasma era un personaje al que le faltaba algo; le faltaba carisma, personalidad, protagonismo... Tenía que hacerlo, y así la rata traidora sería más odiada. Pero tú me has entendido. Luego dices que "¡malditas señora Nicked y señora Weasley! Qué risa. Bien, todo tiene su explicación. La señora Nicked no es mala. Ella no sabía que Dobby fuera a acabar con los Malfoy; de haberlo sabido seguramente no lo hubiera vendido. Aunque cierto que parece un poco despegada y falta de sentimientos, pero es que tuvo una infancia muy dura... Y lo de la señora Weasley tiene que ver por su forma de comportarse en los libros oficiales de Harry Potter. Vamos, que ella puede aceptar a Remus porque lo conoce y demás... Pero ¿recuerdas cuando comparte Arthur habitación con un mordido por licántropo? Dice que sería mucho mejor que pidiese un traslado. Si realmente conociese y tolerase a los hombres lobo, se hubiera ahorrado el torpe comentario. Bueno, espero no haberte aburrido mucho. Y te felicito por haberte puesto hasta el día. ¡Un besazo! ¡Ah! Gracias por tu descripción.

- Elena a galega: ¡Hola! Te ha dado pena que matara a la señora Lupin, ¿verdad? A mí también. La quiero mucho como personaje, porque como me dijo Joanne Distte en el primer "review" que recibí de ella "la madre de Remus es un cachito de pan". Pero no sé, tenía que matarla. No sabes lo complicado que se llega a hacer un personaje no carnal. Y tú misma lo dijiste: ¡qué pena que resucite y no pueda abrazar ni a su propio hijo! Creo que preferiría estar muerta, sí, es lo mejor. Creo que lo único que le reconfortó es que su marido estaba criando malvas. ¡Y más aún cuando se enteró que quien lo había matado había sido Remus! Pero bueno, la señora Lupin seguirá viva en nuestros corazones. Y dentro de muchos capítulos, después de un acto solemne, tendremos de nuevo a una señora Lupin... ;-) Yo no te he dicho nada. Lo cierto es que quisiera compartir con vosotros tantas cosas... Acabo de empezar el capítulo 49 de MDUL, así que figúrate la de cosas que os quedan por saber. Yo quisiera decíroslas, pero eso no tendría emoción ninguna. Me contendré. Por cierto, una pregunta: ¿le diste los saludos a aquella amiga tuya con la que escribiste tu primer "review"? Mira que no haberme querido dejar nunca unas palabras en uno tuyo... Hoy has dejado el "review" muy tarde, ya creía que no lo dejabas, pero no me ha importado, porque a mí eso de quien lo deja antes o después no es fundamental. Por cierto, menudo arranque feminista te dio el día en que me escribiste. Lo cierto es que se te notaba alterada. Pero tenías toda la razón... Si en un anuncio de coches ponen una chica atractiva, el hombre queda seducido y la atracción que siente por la chica se extiende al coche, y las curvas del coche son tan bellas como las de la mujer. Y, al final, el hombre se compra el automóvil. Mientras que a las mujeres les basta con que en un anuncio, por ejemplo de productos del hogar, pongan al hombre haciendo las tareas habituales del hogar. Se sienten atraídas, pensando en un futuro mejor, aunque su marido vaya a seguir tirado con su panza cervecera y pulsando los botones del mando a distancia por no levantarse. Pero, ay Elena, ése es el mundo en que vivimos. Y no podemos hacer mucho para cambiarlo. Cada uno en la medida de sus posibilidades. Y yo decidí hacerlo escribiendo MDUL, porque no hay nada mejor para evadirse que la pura imaginación. Gracias por leerme. ¡Ah! Seguro que a ti te encanta el regalito que voy a hacer por los 100 "reviews". Hasta luego. P.D.: Siento que te pareciera algo asqueroso "Una giganta y un muggle: ¡la odisea del sexo!" Yo siento vergüenza cada vez que lo releo...

- Coulter: ¡Hola! ¿Qué tal? Gracias por dejarme este primer "review", que espero que no sea el último. Estoy deseando conocerte, porque no sé si te has dado cuenta de que mis lectores son para mí grandísimos amigos. Sí te has dado cuenta, porque dices que escribo incluso más largo que tú, y que no sabes si es que me he comido dedos o qué. Pues... ¡no lo sé! Yo contesto lo que me sale. Y sé que me enrollo, pero es algo que a la gente le ha gustado. La verdad es que esto es lo mejor, lo de responder a los comentarios sobre tu relato. ¡Qué cosa tan maravillosa que te opinen y tú puedas responder! En eso estarás de acuerdo conmigo, espero. Bueno, pues no, no como dedos; tengo una dieta de lo más normal, no te creas. Aunque, bueno..., ¡sí! Suelo comerme las uñas, sé que es un defecto asqueroso, pero no puedo remediarlo. Eso se puede tomar por comerse los dedos (?). Respondiéndote, sí, me he tenido que tragar más de una misa. Yo de pequeñito era de ésos que tenía que ir bien arregladito y con el pelo repeinado a misa. Ahora estoy irreconocible: ropa a la moda, pelo engominado en punta: ¡vamos!, que he caído en pecado. No obstante, ha quedado gracioso, ¿verdad? Lo de la misa, me refiero. Me divirtió muchísimo que dijeras que la señora Nicked te recordara a la madre de una amiga tuya. ¡Con lo de los "pililetes"... qué risa! Lo cierto es que he pretendido crear personajes muy peculiares. Por esa regla de tres, la madre de esa amiga tuya es muy peculiar. Y esto qué me has dicho a mí, ¿se lo has comentado a tu amiga? ¿Qué te ha dicho? Gracias por decir que te gusta Helen. ¡Bien! Digamos que la gente no está muy abierta al género corriente, a lo normal. Vamos, que no ven "slash" (qué palabra más horrible, ¿por qué han tenido que recurrir al japonés cuando en español tenemos palabras de sobra?) en el resumen y no abren el relato, porque según algunos no merece la pena. Snif. Y sólo hay que darle una oportunidad a la encantadora Helen Nicked. Bueno, Coulter (espero un nombre, real o tu apelativo favorito), ¿vas a querer entrar a formar parte de la relación de personajes de MDUL? Espero verte prontísimo.

- Ana (Leonita): ¡Hola! Hasta el momento no me ha llegado tu "reivew". No sé si es que no lo has leído o es que se te ha olvidado. Bueno, no importa. Sólo espero que no se enfade la gente, porque normalmente no suelo escribir nada cuando no me dejan "reviews". Es como un código, una ley (ya que te gustan tanto), que se ha creado silenciosamente en la página, sin saber de quién proviene, y que se ha aceptado por todos. Pero es que te lo mereces, porque me estás haciendo disfrutar mucho; mucho más que yo a ti con MDUL, seguro. ¿Sabes qué? Se me ha pasado por la mente pasarte todo lo que llevo escrito de MDUL, pero no sería justo. Además, sería un atracón de leer que te quedarías muerta en el sillón o en el asiento delante del monitor de tu ordenador. Me sorprendiste mucho cuando me dijiste que le habías llevado la historia al editor. Al principio creía que estabas hablando en broma, pero luego me fui dando cuenta de que no. Me entró algo de pavor. Se te ocurrió hacer subrepticiamente lo que yo en la vida me hubiera atrevido. Pero no sé... Me encanta MDUL, ¿no? Es un relato al que le tengo un enorme aprecio, casi como a un hijo, pero no es de lo mejor. Es decir, no me paro mucho a pensar algunas cosas, no me detengo en la forma del texto a la hora de escribirlo, ni tampoco mucho en situaciones puntuales del argumento. Quiero decir que si tu amigo el editor te dijo que el relato tenía estilo (que creo que fue lo que me dijiste) fue por cumplir, porque yo, que soy quien lo escribo, soy consciente de que le falta millas para llegar a ser "algo"; y a mí muchos años aún para "ojalá" algún día poder llegar a ser alguien en el mundo de la literatura, porque sé que aún estoy muy verde y que estoy aprendiendo. Para mí MDUL es como mi laboratorio donde aprendo a confeccionar mi estilo y a mejorar mi talento de redacción. No se nace sabiendo, sino que hay que practicar. Y aún así, ¡todo está en manos del azar! Pero lo cierto es que me animaste, lo digo en serio. ¡Ah, y otra cosa! Por nada del mundo le dejes a tu novio lo de la giganta y el muggle; ¿qué va a pensar de mí, que soy un desaprensivo, un niñato, un alucinado mental o qué? Sí, es lo único que has leído con estructura cerrada, pero el argumento es de lo más... ¡puaf! Si te conectas mañana (día sábado 13) al messenger, te pasaré el relato que puede que me publiquen en la revista de la Casa de la Juventud. Es más una narración psicológica con apuntes líricos que un texto con una estructura cerrada. Espero que te guste. Aunque no te creas que tengo mucho más escrito aparte de eso. Sólo dos cosas más: "Charco de negra tinta tras lluvia ácida" (que ganó un concurso) y "Original pronunciamiento pecaminoso" (que no ha salido de mi ordenador, porque no acaba de convencerme, aunque creo que te gustaría, porque trata sobre la concepción machista del mundo, al menos religiosamente, y que yo invierto literariamente). Lo cierto es que si te quieres presentar a certámenes literarios sólo puedes escribir de tres a cinco folios de extensión a doble línea. Es muy poco, y da para muy poco. Lo más largo que tengo es MDUL, como te he dicho, que me ayuda a aprender y a mejorar. ¿Sabes qué, Ana? Muchas gracias, muchísimas gracias por interesarte tanto por mí. Aunque no deberías marear a tu novio, que puede llegar a cogerme manía. Un besote muy grande.

CAPÍTULO XVII (ACABANDO LO EMPEZADO)

Remus se paseaba por el antiguo cuarto de invitados en que vivía ahora, en la casa de los Nicked, completamente habilitado como su habitación. Había un par de libros de Defensa contra las Artes Oscuras sobre la colcha de la cama, pero no quería estudiar, a pesar de que los exámenes de final de curso eran al mes siguiente y tenía que prepararse con ímpetu si quería sacar una buena calificación, cosa que Dumbledore le recordaba siempre que tenía oportunidad.

Estuvo pensando desde hacía rato en su madre, a la que llevaba sin ver tres meses. Dumbledore no había podido darle ninguna explicación razonable, porque, según él, ella tenía todo el derecho del mundo a salir de la orden si era su deseo, y fuera podría correr cualquier riesgo desconocido.

Una rabia infinita le subió desde el estómago. No sabía por qué, pero consideraba que aquella extraña desaparición llevaba la marca de lord Voldemort. Al pensar su nombre se le inundó de bilis la boca. Le entraron ganas de abofetear, patalear, matar...

Dejó su varita, que durante todo el paseo había llevado en una mano dando palmetas en la palma de la otra, encima de la mesita de noche y se alejó unos metros. Extendió el brazo y la varita comenzó a vibrar.

–Vamos. Vamos... –susurraba Remus mientras pesadas gotas de sudor le caían por la frente–. ¡Vamos!

Y la varita se levantó de un salto de la mesita y alcanzó su mano. Remus bajó el brazo, cansado. El conjuro convocador le había resultado bastante bien. Avanzó hacia la mesita y volvió a poner la varita sobre ella, alejándose de nuevo y extendiendo el brazo.

La varita temblaba, pero no parecía que el conjuro convocador sin varita le surtase efecto a Remus ahora, de nuevo.

–Vamos, varita, ven –musitaba Remus casi sin voz, desfalleciendo–. ¡Ven!

La varita temblaba peligrosamente sobre la superficie de la mesita, pronta a caerse al suelo.

–¡Vamos! –gritó Remus–. ¡Accio varita!

Y la varita salió imantada hacia su mano. Remus la miró jadeando. La apretó en su puño y después, desfallecido, cayó en el suelo.

–He oído un grito. –La señora Nicked entró por la puerta y gritó al ver a Remus tirado en el suelo–. ¿Qué te ha pasado, hijo mío? ¿Qué ha pasado? ¡Helen! ¡Ven, Helen!

Helen entró corriendo en la habitación y se tiró de rodillas al lado de Remus.

–¿Qué ha sido? –preguntó horrorizada a su madre.

–No lo sé, hija. No lo sé.

Apuntaron con su varita ambas al chico y éste abrió los ojos lentamente. Seguía profundamente cansado, atenazado. Le costaba mover incluso un solo músculo.

–¿Qué te ha pasado? –le inquirió Helen.

–Un hechizo de nivel cuatro –dijo sin voz–. Levitar es un hechizo de nivel uno, mientras que el convocador es de nivel cuatro.

–¿Nivel cuatro? –lo espetó su suegra–. ¿Es que está delirando, hija? ¿A qué viene eso de que el encantamiento convocador es un hechizo de nivel cuatro? ¡Eso lo sabe todo el mundo!

–¿Has utilizado el conjuro "accio" y te has dado un golpe? –probó Helen.

–No... –contestó Remus a media voz.

–¿Qué entonces, eh, muchacho? ¡Habla! –se exasperó la señora Nicked.

A razón de tanto grito acudió el señor Nicked, quien se arrodilló también en el suelo para ver qué le sucedía al chico.

–Mamá, baja y trae una poción reconfortante, ¿quieres? –pidió Helen.

La señora Nicked se levantó del suelo.

–¡No te mueras, Remus! ¡¡¡No te mueras!!! –Lloraba el señor Nicked asiéndole la mano a su yerno–. ¿Llamo a Dumbledore para que se despida de él?

–¡Cállate, papá! –Lo apartó su hija–. Veamos, Remus. Quiero que me digas la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, ¿entendido? –Remus, sin fuerzas, asintió–. ¿Por qué estás en el suelo?

–Yo... magia...

–¿Tú? ¿Magia? ¿Qué? –saltó crispada la chica.

–¡No, Remus, no! ¡Tan joven! –Lloraba desconsolado el señor Nicked.

–¿Quieres callarte, papá? –Se volvió hacia él con furia–. Vete abajo inmediatamente, ¿quieres? Eres un estorbo.

–¡No! –gritó el muggle–. Yo quiero despedirme de él. También tengo derecho.

–¿Cómo hay que decirte que aquí no se va a morir nadie? –Le palpitaba la vena de la sien a Helen–. A ver, Remus: ¿tú? ¿Magia? Sigue.

–Yo y la varita... ¡Accio! Cansado. Muy cansado.

La señora Nicked apareció por la puerta con un vaso de poción en la mano.

–Está fría, hija –dijo.

–Mejor –comentó ella quitándosela de un zarpazo–. En mayo es preferible tomarla fría y en diciembre, caliente. ¿Acaso no sabías eso, mamá?

–No te pases de lista, Helen. Que la que trabaja en San Mungo soy yo y no tú.

Helen puso la pócima en los labios de su novio, pero éste estaba tan impedido que incluso tragaba con dificultad y buena parte de la bebida se derramó por las comisuras de su boca.

Al cabo de unos cinco minutos estuvo mejor y pudo sentarse, por su propio pie, en el borde de la cama.

–¿Qué ha pasado? –volvió a preguntarle Helen–. Tú y la varita; la magia; el encantamiento convocador. ¡No entiendo!

Remus la miró aún respirando entrecortadamente.

–Cuando me caiga al suelo –le señaló el resto de poción que le quedaba en el vaso– me la das, ¿vale?

–¿Cuándo te caigas? –preguntó la señora Nicked–. ¿A qué estás jugando, Remus?

Remus puso su varita sobre la mesita de noche, por tercera vez aquella mañana, y avanzó con paso débil colocándose a unos pasos de distancia.

–Os haré una demostración –explicó–. Pero estad pendientes. Cuando me caiga al suelo...

–¿Cómo que cuando te caigas al suelo, Remus? –lo interrumpió Helen.

–...me dais la poción que ha quedado –continuó Remus.

Extendió con teatralidad su mano derecha y nada sucedió. La señora Nicked y Helen, así como también Matt, miraban con asombro y perplejidad.

–¿Qué esperas? –dijo Helen.

Pero Remus estaba quieto, concentrado, mirando a la varita como si la tuviese a un palmo y la pudiese coger al extender sus manos. En su mente repetía una y otra vez accio, accio, accio, pero la varita seguía impasible. Ya no repiqueteaba sobre la madera como antes.

–¿A qué juegas, Remus? –reiteró la señora Nicked.

–No me sale –dijo al fin el muchacho con los dientes apretados.

Helen le puso una mano en el hombro y Remus tranquilizó su expresión.

–No sé qué estás haciendo, Remus –dijo tranquila Helen–, pero sea lo que sea me estás asustando.

Remus se acercó hacia su varita y le puso un dedo encima. Después retiró la mano y pronunció:

–Wingardium leviosa.

La varita comenzó a elevarse sola hasta llegar a la mano de su dueño, que estaba por encima de ella.

–¿Qué? –se llevó una mano al pecho la señora Nicked–. ¿Cómo...?

–¿Cómo has hecho eso? –le preguntó impresionada Helen.

Aunque el esfuerzo no había sido tan grande como en la anterior ocasión, Remus tuvo que sentarse en el filo de la cama. Le pidió a Helen la poción reconfortante y le dio un gran trago.

–Puedo hacer magia sin varita –explicó.

–¿Cómo? –Se sentó a su lado Helen.

–No lo sé –dijo–. Es como una especie de poder o algo así, ¿entiendes? Una capacidad.

–¡Vaya! –aprobó la señora Nicked–. Nunca había visto a nadie hacer eso. –Remus la miró con ojos fríos–. En serio.

–¿Desde cuándo? –siguió Helen.

–Desde el día de la feria.

–¿Cómo te diste cuenta? –se interesó la señora Nicked.

–Levité sin querer al hijo de la señora Weasley.

–¿A Percy? –Se asombró Helen, y después se quedó un momento pensativa–. ¿Acaso era por eso por lo que se quedó llorando el niño?

Remus asintió.

–Pero me canso enseguida –explicó Remus–. Incluso haciendo el encantamiento de levitación ya siento agujetas en el brazo. Es muy peligroso.

–¡Pues claro que lo es, Remus! –Se sentó al lado contrario de su hija la señora Nicked, junto a su yerno. Matthew se acercaba asustado, como si Remus fuese a hacerle magia sin apuntarlo siquiera, con sólo mirarlo–. O debe de serlo al menos. ¿Has hablado de esto con Dumbledore?

–No –contestó lacónico el chico.

–Pues deberías haberlo hecho inmediatamente –afirmó la bruja–. Lo llamaré inmediatamente para que venga a almorzar y se lo contarás.

–No quiero preocuparlo –se defendió Remus.

–¿Preocuparlo por qué? –preguntó Helen.

–Seguro que se preocupa –pretextó Remus.

–Tengo hambre –comentó de pronto el señor Nicked–. ¿Qué tal si almorzamos, palomita?

–Sí, sí –dijo enérgica–. Pero no me privarás –mirando a Remus– de que llame a Dumbledore y lo invite a comer.

Los señores Nicked salieron de la habitación de su yerno y Helen se quedó sentada junto a Remus, mirándolo con una mezcla de asombro y temor.

–¿Por qué me miras así?

–Digamos que estoy sorprendida.

–No sé si alegrarme –dijo despectivo–. Me duelen las costillas.

Se levantó la camiseta y tenía toda la zona amoratada.

–Seguro que te has dado un golpe al caer. A ver, túmbate en la cama.

–¿Qué vas a hacer? –le preguntó Remus con la voz contraída por el dolor, obedeciéndola.

–¿Es que no lo ves? –le preguntó con una sonrisa de malicia.

–¿Jugar a los medimagos? –preguntó entre gritos de dolor porque la chica le apretaba de manera punzante en la herida.

–A eso ya hemos jugado muchas noches. –Rió Helen–. Yo era la sanadora y tú el enfermo. Quítate la camiseta. Voy a por pomada mágica a mi cuarto. ¡Vamos, no te hagas el remolón y quítatela! Es que mancha un poco, ¿sabes? –Remus se la quitó mientras ella fue a su habitación–. Ya estoy aquí. ¡Pues te has metido un buen golpe!, ¿no?

–Sí... –contestó Remus intentándose mirar el costado.

–Vamos, incorpórate –le pidió Helen. Ella se puso por detrás y comenzó a impregnarle la sustancia, que era pegajosa y tenía una extraña textura, como gelatinosa y gélida–. Voy a juntarte por aquí. En un minuto no te dolerá nada, aunque seguirás teniendo el cardenal. ¿Te duele?

–Ya apenas.

–Eso es que ya está surtiendo efecto.

Después se puso por delante y comenzó a practicarle la pomada por el costado y el abdomen, poniéndose de rodillas aprisionando las piernas del chico.

El señor Nicked apareció por la puerta del dormitorio e hizo amago de desmayarse, aferrándose al marco de la puerta.

–¡No es lo que parece, papá! –se excusó Helen, bajándose inmediatamente de la cama.

El señor Nicked guardó al poco la compostura y dijo:

–No, hija. No tienes que defenderte. Ya eres mayor. Puedes hacer todo lo que te apetezca con Remus. ¡Todo! –Y se fue con la cabeza muy alta. Al rato reapareció y dijo: – La comida os está esperando, hijos. Así que dejad esos... –parecía que le costaba encontrar una expresión adecuada– ¡juegos! para más tarde, ¿os parece?

–No, papá, pero si yo...

Pero el señor Nicked desapareció por la puerta.

–¿Qué le ha pasado a éste? –Se quedó mirando perpleja la puerta Helen–. ¿Qué ha pasado con él?

–No sé –mintió risueño Remus–. Yo nunca he hablado con él de eso...

–¿Cómo que no has hablado con él? –lo miró extrañada–. A ver, ¿qué has hablado?

–¡Nada! –volvió a mentir Remus mientras reía incontroladamente.

–Estás mintiendo. –Empezó a contagiársele la risa a Helen.

Remus se quitó a la chica de encima y salió corriendo por la habitación, para que ésta dejara de hacerle preguntas incómodas. Cogió su camiseta e iba a ponérsela, cuando...

–¡No! –gritó Helen–. ¿No te he dicho que esa pomada mancha muchísimo? Espera, que voy a traerte una túnica vieja.

Pasó a su lado y salió por la puerta, apareciendo al poco con una túnica negra que había pertenecido a la chica en su último año en Hogwarts.

–¿Esto me estará bien? –preguntó mirándola con la frente arrugada.

–No –contestó Helen sin más–, pero es lo único que hay. Y no creo que a mi madre le guste que vayas a pecho descubierto.

–¿Por qué no? –le inquirió Remus–. ¿Qué habría de malo? –mirando con repugnancia la túnica que acababa de darle.

–Porque no le gusta tu pecho lobo –bromeó–. ¡Qué cosas tienes! Ponte la túnica y ya me explicarás qué son esas conversaciones privadas que os traéis entre manos mi padre y tú.

–¿Qué conversaciones? –Se hizo el loco Remus.

Bajaron las escaleras, Remus algo ofuscado porque su túnica le quedaba muy pequeña y las costuras se le clavaban en los flancos.

Sentado a la mesa estaba Albus Dumbledore, con una sonrisa radiante, mirándolos.

–Hola, chicos –dijo–. ¿Qué tal?

–¡Dumbledore! –exclamó Remus–. ¿Has venido?

–Eso parece, ¿no crees? –bromeó.

El señor Nicked se sentó a la mesa e interrumpió el titubeante cruce de palabras que habían iniciado Remus y Dumbledore:

–Como le iba diciendo, Dumbledore, que ayer me parece que hice magia.

–Estaré encantado de oírlo. –Sonrió el director.

–¿Sí? Es que creo que soy mago, ¿sabe usted? Quizás ustedes no lo sepan y por eso no he estudiado magia ni nada, ¡pero yo diría que soy mago!

–¿Y cómo fue? –fingió interesarse Dumbledore.

–Verá, el otro día puse un pollo a asarse en el horno y me lo quedé mirando un rato a través del cristal porque echa un olorcillo la mar de bueno, ¿sabe?

–Me lo puedo imaginar.

–En eso estaba yo tan concentrado mirando el pollo que el horno se apagó y ya no pude verlo más. Es extraño, ¿verdad?

–¡Oh, cállate, Matt! –Irrumpió en la salita la señora Nicked–. ¿Magia? Ya te dije que se había fundido la bombilla.

–¡Mentira! –Rompió en sollozos el hombre–. Lo que no queréis es comprarme una varita y que sea como vosotros. Y hacer "pim–pam–pun" y "abracadabra pata de cabra" y otros hechizos. ¡No queréis!

–¡Oh, cállate! –Se sentó en la mesa su mujer–. ¡Cállate, semejante majadero!

–Me despreciáis porque yo no sé hacer cosas tan increíbles como Remus, ¿no es así? –Lloraba.

Dumbledore miró a Remus confuso.

–¿Qué cosas? –preguntó.

–Por eso lo había llamado, Dumbledore –explicó la señora Nicked.

Remus veía cómo los ojos azules el director lo penetraban, pero él no sabía si debía explicárselo a él. Le daba reparo, después de todo.

–¿Vas a explicármelo o voy a tener que esperarme a que a las sirenas les salgan piernas? –preguntó con sorna el director.

–¿Sirenas? ¡Magnífico! –Pegó un brinco en su silla el señor Nicked–. Algún día yo también las veré, porque soy un mago frustrado –comentó para sí.

–¡Remus sabe hacer magia! –exclamó la señora Nicked.

–Bueno, eso es lo que tenía entendido –repuso Dumbledore con calma.

–¡Oh! Sin varita, me refiero –explicó poniéndose colorada.

–¿Cómo? ¿Sin varita? –le espetó al muchacho–. ¿Es cierto? Hazme una demostración, Remus.

–Se cansa cuando lo hace –lo excusó Helen–, se cansa mucho. Y hoy ya ha hecho dos conjuros convocadores y uno de levitación –explicó.

–¿Ah, sí? –se interesó Dumbledore con los ojos iluminados–. ¿Y cómo? Por uno más no creo que vaya a pasar nada, ¿no?

Remus consintió y apuntó su mirada, intentando no pestañear, hacia un diminuto salero que había entre los platos. Al instante éste comenzó a ascender por encima de la vajilla. Pero se le cerraron los párpados y el salero de cristal se precipitó contra la mesa y se hizo añicos. La sal estaba derramada entre los trozos de vidrio.

–¡Qué maravilloso! –aplaudió Dumbledore, sonriéndole–. ¡Tremendamente maravilloso! Nunca pensé que pudieses adquirir una capacidad tan poderosa. Aunque es una temporada de mala suerte, mi querido amigo –explicó con gravedad–. Siete años, para ser más exactos. –Remus lo miró sin comprender–. Has derramado sal, mi querido Remus. Son siete años de mala suerte.

–¿Es que acaso usted es supersticioso, Dumbledore? –le reprochó la señora Nicked.

–No, mi querida señora, pero la sal nunca engaña. La fabrican las sirenas y la sal nunca miente.

–¡Oh, vamos! –Rió Remus–. Se me ha roto el tarro de cristal. ¿Qué va a pasar?

–Espero que no gran cosa. –Y se quedó Dumbledore mirando los rescoldos de la chimenea consumidos.

Aún no sabían, por supuesto, que James y Lily Potter iban a morir a manos de lord Voldemort dentro de unos años, ni que, más tarde, también Frank y Alice iban a ser atacados por unos mortífagos hasta herirlos profundamente. Los hijos de ambos también iban a desaparecer de la vida de Remus Lupin, al menos por un tiempo. Y los amigos que le quedaban: uno supuestamente mataría a Colagusano, que se tiró encarcelado en su forma de rata el mismo tiempo que pasó creyéndose todo el mundo que Black era un asesino y se corrompía en Azkaban. Remus tenía todo el derecho del mundo a reírse, pero la sal nunca se equivoca, había predicho Dumbledore.

–Espero que no gran cosa... –repitió Dumbledore.

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La chimenea en un hogar del valle de Godric se inundó con llamas verdes. La figura de Remus Lupin apareció en el hueco de la chimenea y se giró, saliendo, para que su novia pudiese aparecer también, como hizo transcurridos unos segundos.

–¡Buenas noches! –los saludó Lily–. ¡Oh, Helen, cuánto tiempo! ¡Qué pena que no quisieses hacerte aurora para que nos viésemos todas las mañanas!

–O tú sanadora –replicó Helen–. ¿Te imaginas lo que va a ser trabajar todo el día con James y después tener que convivir con él?

Lily sonrió. Le susurró a Helen al oído:

–Va a ser lo mejor del mundo, créeme. ¡James es encantador!

–Me alegro de oír eso. –Sonrió Remus sentándose en un sillón con suavidad.

–¡No te lo voy a decir! –exclamó Lily–. No hagas como el que lo ha oído porque no te lo voy a decir.

–Aunque no me veas transformado ¡no por nada me llaman Lunático! –Remus sonrió y se señaló una oreja–. Me alegro de oír eso. Supongo que eso significa que James ha madurado al fin.

–¡Por supuesto! –contestó la chica muy digna, aunque un poco sorprendida del oído de Remus–. Desde que nos hemos venido a vivir juntos aquí, y, si me permitís que lo diga, ve menos a Sirius, se ha vuelto mucho más responsable.

–Eso se merecerá un brindis –comentó Helen sentándose también, aunque al poco se arrepintió y, levantándose, preguntó:– ¿Necesitas que te ayude en algo, Lily?

–¡Oh, no, en absoluto, Helen! Quédate ahí. Aunque sí te pediría un favor: avisadme cuando vengan los demás.

Helen se quedó mirando la chimenea, que tenía unas cuantas filigranas en la repisa. Miró en torno a ella, observada por Remus, y vio que la habitación estaba a medio amueblar, aunque con mucho estilo.

–¿Qué me miras, Remus? –le preguntó al fin.

–¡Hombre, hola! –Apareció James por la puerta, con un delantal a la cintura y con el pelo tan enmarañado como siempre–. Tengo las gafas empañadas de vapor, ¡joder!

Remus y James se abrazaron, como buenos amigos que se alegran de verse. Con Helen se besó muy educadamente.

–¿Qué, os gusta? –preguntó mirando el salón.

–Lo estáis decorando con muy buen gusto –comentó Helen sonriente.

–En efecto –sonrió James–. Mis padres me están ayudando un poco, no creáis. Tienen muy buen gusto para esto de comprar muebles –explicó.

–¿Quién más viene esta noche a cenar? –preguntó Remus.

–Pues Peter y los Longbottom –explicó haciendo memoria–. Sirius ha dicho que estaba ocupado, que tenía cosas que hacer y Dumbledore también. Aunque ha puesto una cara muy rara cuando le hemos dicho que Sirius tampoco iba a ir. –Puso cara de circunstancias, fingiendo–. Mundungus sigue sin dar señales de vida desde que se largó de San Mungo sin avisar a nadie. Arabella y Moody me han dicho que me lo agradecían mucho, pero que no podían hoy. Todos los miembros de la orden parece que están muy ocupados esta noche –dijo–. O casi todos, al menos.

–¿Qué quieres decir con casi todos? –preguntó Remus.

–Bueno, que Dedalus Diggle no tenía nada que hacer, me ha dicho, y lo he invitado. Aunque después, cuando vio que no iba ninguna de su... generación, por así decir, se arrepintió y me dijo que no quería venir.

–Entonces, ¿qué? ¿Viene o no viene? –le inquirió Helen.

–Al final sí –explicó James–, porque yo le insistí y él lo estaba deseando. Me empezó a decir que tenía muchas ganas de conocernos a todos a fondo y me empezó a recordar el partido de quidditch aquel en que lo conocimos. En verdad, parece un niño encerrado en el cuerpo de un hombre adulto. –Rió–. Es muy divertido.

–¡James! –gritó Lily desde la cocina–. ¿Puedes venir, cariño?

Éste se fue.

–¿Cariño? –repitió con diversión Remus–. Es irse a vivir con su pareja y todo el mundo se vuelven unos carcamales.

–Pero mira que eres tonto –le reprochó Helen–. Pues cuando tú y yo nos vayamos a vivir juntos, ¿qué hago? Dímelo ya. ¿No te llamo cariño, entonces?

–Claro que sí puedes llamarme, tonta –dijo cariñoso.

La chimenea se encendió mientras ellos se besaban y aparecieron los Longbottom.

–Mira, van siguiendo nuestro ejemplo. –Sonrió Alice–. Ya que son los siguientes en casarse... ¡Porque por lo menos se casarán, no como otros que se rejuntan y...! –dijo en voz suficientemente alta como para que Lily y James pudieran oírlos.

Aparecieron al poco, secándose las manos en sendos paños de cocina.

Al poco también llegó Peter y, más tarde, con un poco de retraso, se disculpó Diggle por venir a aquella hora.

–¿Qué tal, chicos? –dijo–. He traído una tarta. –Le dio a Lily una caja aplastada que olía mucho a chocolate.

–Chocolate. –Se relamió de gusto Remus–. ¿Cuánto tiempo hace que no comía chocolate?

–No tenías por qué molestarte, Dedalus. –Le sonrió Lily–. Vamos, siéntate, no seas tímido. Allí, al lado de Remus hay un sitio.

–Gracias, Evans.

–Llámame Lily, ¡por favor! Es más informal.

–¡Oh! Vale, Lily. –Y se sonrió tontamente–. ¿Qué tal, Remus? –Le estrechó la mano–. Ay, Remus, ay –dijo.

Remus lo miró confuso.

–¿Ay qué? –preguntó.

–Eres el protegido de Dumbledore –dijo–. Eso es un honor y un peligro.

–Sí, ya lo sé –dijo cansinamente, porque estaba harto de escucharlo.

–Dumbledore es la única persona a la que Quien–Tú–Sabes temió, ¿lo sabías? –comentó Diggle y, como Remus le contestase que no, éste siguió explicándole–. ¿Por qué crees que Quien–Tú–Sabes iba a ir por ti sino para hacerle chantaje a Dumbledore? Le gustaría demostrar por encima de todo que él es superior a Dumbledore y puede derrotarlo fácilmente.

–Pero ¿por qué le tiene tanta manía Voldemort a Dumbledore? –Se inmiscuyó Helen en la conversación, que había estado escuchando desde el principio.

–No pronuncies ese nombre otra vez, ¿quieres? –dijo estremeciéndose con una mueca de dolor y miedo–. Dumbledore, hace muchos años, cuando Quien–Vosotros–Sabéis aún no era tan poderoso como lo es en nuestros días, le plantó cara. Dumbledore es el único mago conocido que ha luchado contra él y ha salido con vida para contarlo. Aparte de vosotros.

–¿Dumbledore se ha enfrentado a Voldemort? –preguntó Remus, aunque luego se preguntó que de qué se extrañaba, pues aquello parecía obvio.

–¡No volváis a repetir su nombre, por favor! –exclamó exasperado y respirando entrecortadamente–. No quiero volver a escuchar su nombre. No quiero...

–¿Qué te pasa, Dedalus? Estás lívido. –Se interesó Lily, tomando su plato y virtiendo en él un cucharón de sopa con carne, trozos de zanahoria y guisantes.

–Nada, nada –mintió.

–¿Qué pasó? –reinició de nuevo la conversación Remus.

–¿Qué pasó? –repitió Dedalus–. ¡Ah, sí! Quien–Vosotros–Sabéis atacó la academia de aurores.

–¿Que Voldemort atacó la academia? –repitió Remus.

Dedalus Diggle se llevó una mano al pecho, donde estaba su corazón, y se apretó con fuerza. Parecía que le faltase el aire y gimoteaba inaudiblemente.

–¡Vamos, vamos! –Lo zarandeó Helen pasando por encima de Remus–. ¿A qué vienen tantos aspavientos por un solo nombre?

–No es un nombre cualquiera –tartamudeaba Dedalus–. No es un nombre cualquiera... No digáis de nuevo su nombre, os lo suplico.

–Vale. Lo sentimos –se disculpó Helen sin sentirlo ciertamente–. Es la costumbre.

–Bueno, Vol... Quien–Usted–Sabe... –empezó Remus.

–Podéis hablarme de tú –consintió.

–Vale. Vold... ¡Vaya! Quien–Tú–Sabes atacó la academia, has dicho... –dijo Remus.

–Así es. –Sorbió su sopa Dedalus–. Fue su primer acto de sabotaje. La destruyó casi por completo, porque no quería que hubiese aurores que se le opusiesen a su deseo de hacerse con el poder. Parecerá increíble que lo consiguiese con tantos profesores y aprendices de aurores, pero la sorpresa y la conmoción y... ¡Qué demonios! Aquel hechicero hacía unas cosas con su varita que nunca había visto yo hacer a nadie.

–¿Lo viste? –preguntó Helen.

–¡Oh, sí! Estaba en mi último curso de auror. Yo vi a Quien–Vosotros–Sabéis. Él me atacó.

–¿Voldemort te atacó a ti también? –preguntó Remus y después se tapó la boca con rapidez, pero el daño ya estaba hecho: un espasmo nervioso le había dado al señor Diggle, cuyo brazo se agitaba con frenesí–. Perdón.

–Sí, a mí también me atacó –explicó una vez se le pasó la conmoción de volver a escuchar su nombre–. Él me secuestró, a mí y a otros compañeros míos. A un golpe de varita, riendo, nos desarmó a todos, sin que nosotros pudiéramos hacer nada para defendernos. Yo me metí en los asuntos en que no me llaman y me lanzó un par de maldiciones. –Otro escalofrío le recorrió por todo el cuerpo al recordarlo.

»Pero Dumbledore, por suerte, estaba allí y le hizo frente. Nunca había visto a Albus Dumbledore, porque yo, aquí donde me veis, me eduqué en la escuela de magia yanqui, ya que al morir mi padre me fui a Estados Unidos, donde vivía mi madre. Pero cuando sus padres, mis abuelos, murieron, pensó que lo mejor era que volviésemos a Ingaterra. Vaya, me estoy enrollando... Dumbledore le hizo frente de una manera tan hábil que aún me estremezco al recordarlo. Blandía su varita con tanta furia que parecía como si quisiese desollarlo. Repetía una y otra vez. "¿Qué estás haciendo, Tom? ¿Estás loco?" Quien–Vosotros–Sabéis no se lo esperaba –explicaba ya para todo el mundo, pues todos le prestaban una gran atención– y tenía sus pequeños y rojos ojos, que ya por entonces poseía, abiertos como huevos de dragón. Al fin se desapareció y nunca más se ha vuelto a enfrentar a Dumbledore, aunque no fue la última vez que lo vio; siempre que lo ha tenido frente a sí ha preferido huir, con una expresión de miedo en su rostro; yo he podido verlo.

Toda la sala se quedó en un profundo silencio cuando Dedalus se calló, pero al poco concluyó:

–Por eso, Quien–Todos–Vosotros–Sabéis no se ha decidido nunca a atacar Hogwarts, porque ese mismo año Armando Dippet decidió dejar por fin la dirección del colegio cediéndole el cargo a Dumbledore. Ya está.

Pero todos continuaron callados un buen rato. Sólo Peter cogió su cuchara y siguió tomando su sopa.

–¿Cómo es que Dumbledore te dijo que entrases en la orden? –le preguntó James.

–Oh, bueno, eso. –Puso cara de recordar–. Cuando en unos meses acabé los estudios y ya era todo un auror, me dijo que si estaba dispuesto a luchar contra Quien–Vosotros–Sabéis, porque me reconoció que en aquella ocasión en que él me había salvado yo había sido muy valiente en plantarle cara al mago tenebroso. –Recordó hinchándosele los carrillos–. Le dije que estaría dispuesto a dar mi vida por él, ya que me salvó cuando creía que iba a morir, y no sé si lo hice porque estaba loco o qué, porque yo no quería morir. –Rememoró medio asustado–. Ya por entonces estaban Moody y Arabella, y Dumbledore estaba instándole al Ministerio la necesidad de crear una sociedad secreta que vigilase a aquel nuevo hechicero.

–Yo pensaba que Mundungus estaba con Dumbledore desde el principio –comentó Frank aparentando decepción.

–¡Oh, no! –exclamó Dedalus–. Eso fue mucho más tarde. Dumbledore lo conoció hará de eso, si no me equivoco, cuatro años. ¡Sí, cuatro años! Fletcher estaba metido en un buen lío, sí, señor, y Arabella, su prima, andaba algo preocupada. Dumbledore no pudo menos que ayudar a Arabella, cómo no, y por eso ayudó a Fletcher y lo sacó del tremendo lío en que estaba metido. Al poco Fletcher se presentó en la orden.

–Y ¿qué más? –saltó James.

–Que más de qué –le contestó Dedalus.

–Lo sabes todo sobre la orden –dijo–. Dínoslo todo. ¡Cuéntanos!

–No hay mucho que contar, a decir verdad. Ya os he dicho mucho, siendo franco. –Se calló un par de minutos–. Y dime, Remus, ¿cómo te va en la academia de aurores? –le preguntó–. Me recuerdas a mí cuando era algo más joven, ¿sabías?, aunque yo llevaba el pelo largo y vestía más raro que ahora. –Rió–. ¡Qué tiempos! Un día deberías venirte a mi casa a hacer una barbacoa en el jardín de atrás –propuso–. Me encantaría que conocieses a mi esposa, Mandy, y a mis dos hijos, Malcolm y Stuart. Tú también tienes que venir, Helen, ¡por supuesto!

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–¡Cállate! ¡Callaos! ¡¡¡Dejadme repasar!!! –gritaba constantemente Sirius en los pasillos de piedra aunque los demás estuviesen callados. Pasaba con impaciencia sus apuntes–. ¡Ayer no pude estudiar nada!

–Ése es problema tuyo. –Sonrió por lo bajo Lily–. A nosotros no tienes que gritarnos por eso.

–¡Cállate! ¡Callaos! ¡Cállate!

Remus había cogido su manual y paseaba las páginas con lentitud. Frank y Alice se preguntaban, un poco apartados, la lección el uno al otro. James la repetía moviendo los labios pero sin decir nada.

–¡Voy a suspender! –se lamentaba Sirius–. ¿Cómo se llamaba el hechizo aquel que servía para crear una cuerda que imposibilitaba las desapariciones?

–¡Cállate! ¡Cállate! –lo imitó Lily con burlas–. No hagas preguntas ¡y estudia!, cacho de cafre.

–Como lo pongan en el examen escrito y suspenda te voy a... –apretó la mandíbula Sirius.

–¡Eh, eh, eh! –lo frenó James–. Menos humos, que pareces la locomotora del expreso de Hogwarts. ¿Y no te ha dicho nadie que el examen de Defensa contra el Mal es práctico? Pero tú quédate ahí, sentado en el suelo, y sé un perro bueno.

–¡Muy gracioso, James! Oh, sí, me parto, ja, ja –dijo despectivo–. Qué pena que cuando alguien te recuerda los cuernos que te salen de la cabeza de vez en cuando no te pongas tan cómico, míralo tú.

A James se le heló la sangre cuando escuchó a Lily preguntar:

–¿Qué cuernos?

–¿Qué crees –rió Sirius–, que lo llamo Cornamenta porque me sale de las narices?

–¿Qué estás insinuando? –preguntó Lily con desparpajo.

–Nada, nada –lo disculpó James, quien aún no le había contado a su chica el que podía transformarse en animago–. Está hoy chistoso el chaval, va a ser eso.

Remus se separó un momento de ellos y avanzó un poco por el largo y recto corredor de piedra. Se detuvo en un tramo en el que la piedra parecía más antigua y desgastada que en el resto. Siempre se había fijado en aquello. Alargó una mano y la rozó con la yema de los dedos.

Alguien se aproximó por detrás, de voz grave, casi ronca, y le preguntó:

–¿Qué haces?

Era su profesor de Ocultación y Disfraces.

–Nada. –Apartó la mano con rapidez.

–No estabas haciendo nada malo. –Sonrió mirando la corrompida piedra–. Puedes decírmelo.

–Es que... yo... Verá. Me contaron que esta academia sufrió un ataque y fue derribada.

–Sí, así es.

Remus continuó más seguro:

–Me preguntaba si este trozo, que parece tan antiguo, pertenecería a la academia que hubo antes del ataque de Voldemor..., digo, de Quien–Usted–Sabe. Perdón.

El profesor intentó reprimir un escalofrío, pero no lo consiguió:

–Has dicho su nombre. –No era una pregunta, sino una suave afirmación–. No debes disculparte por ello. Ningún disfraz que puedas aprender en mi clase tapará lo que hay ahí dentro. –Y apuntó con su largo dedo índice a su corazón–. Eres muy valiente, Remus Lupin. Uno de los pocos alumnos a los que parece que merece la pena enseñar algo.

–Gracias –dijo Remus sonrojándose.

–Lo digo en serio, Lupin. Sí, estás en lo cierto; este tramo del pasillo es lo único que se conserva del ataque de Aquél–Cuyo–Nombre–Tú–Has–Pronunciado –observó de nuevo la piedra con melancolía–. Bueno, será mejor que entremos al examen, ¿no te parece? –consultó la hora–. Sí, es lo idóneo.

Pasó por delante de los otros chicos, que enseguida comenzaron a guardar sus apuntes y libros en sus mochilas, y siguieron al profesor que había abierto una puerta que no existía; es decir, había dado un golpe con su varita a un bloque de piedra del corredor y había surgido una puerta de la nada.

Estaban en una pequeña habitación con sillas aterciopeladas y una tarima con pizarra al fondo en la que se subió el profesor.

–Bien, chicos –dijo–. No os hagáis los remolones. ¡Sentaos, sentaos! ¡Black, siéntese!, ¿quiere? No les daré ni un minuto más, ¿queda claro? Así me gusta. –El profesor elevó su varita y cayeron sendos exámenes en los pupitres de sus siete alumnos–. Tenéis una hora y media para contestar todas las preguntas –giró un enorme reloj de arena que había sobre su escritorio–, y he dicho todas, ¿me ha oído, señor Kloser? Por cada pregunta sin contestar medio punto menos, ya lo saben. –Hizo una pausa–. Como verán, hace ya tiempo que dejamos Hogwarts. ¡Deje su varita en su sitio, señor Black! ¡No me obligue a quitársela! Si tienen alguna pregunta levantan la mano, como toda la gente decente, y yo iré hacia vosotros.

Se sentó detrás del escritorio y activó el chivatoscopio, el cual, por un momento, no pareció que fuese a ponerse a chirriar. Activó otro cachivache, un vigilante, que era una cabeza con un ojo móvil e inquieto que los vigilaba a todos constantemente. Así, tranquilo, el hombre pudo ponerse a corregir los exámenes de otros cursos.

Remus leyó la primera pregunta: "Formas de ocultamiento de forma que nadie pueda verte o reconocerte, que parezcas transparente o lo simules".

Remus mordió un momento su pluma y después, mojando con rapidez en el tintero, escribió sobre la capa de invisibilidad, el encantamiento desilusionador, ciertos hechizos para volver objetos invisibles, aunque no tenían mucha potencia con los humanos, y unas grageas que había inventado un prestigioso mago de Argentina que lo cubrían de verde musgo a aquel que las ingería y que eran muy útiles para utilizar en el campo.

Pasó a la segunda, y después a la siguiente, así con todas, parándose de vez en cuando para levantar la cabeza y mirar al techo un instante para pensar la respuesta. Cuando hacía eso el ojo del vigilante se lo quedaba fijamente mirando hasta que bajaba de nuevo la vista.

–¡Ha terminado el tiempo! –comunicó el profesor.

–¡¡¡No!!! –Lloró Sirius.

–Lo siento, señor Black, pero tiene que darme el examen. ¡Deme el examen! Deje de agarrar el examen. ¡No le servirá de nada el que se lo quede! ¿Me lo da o piensa que se lo pida por favor?

Sirius soltó al fin el pergamino entre sollozos de desesperación.

–Ya pueden salir del aula. Tengo otra prueba.

Los chicos empezaron a atravesar el muro, sin abrir las dobles puertas de la clase.

–¡Un momento, Remus! Quisiera hablar contigo.

–¿Sí, profesor?

–¿Qué, te ha salido bien el examen?

–Sí, o eso creo, profesor.

–¿Estás seguro?

–Sí, profesor –titubeó.

–Bien, ya puedes irte.

Y Remus salió de aquel examen sin saber muy bien a qué venía aquel último interrogatorio. Finalmente, a los dos días, ya habían hecho todos sus exámenes y habían terminado segundo curso felizmente, aunque no conocerían sus notas hasta finales de julio, en que les enviarían una lechuza. Remus Lupin, en Ocultación y Disfraces, había obtenido un sobresaliente.

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¡Ya está! Sobresaliente. ¡Enhorabuena, Remus! Bien, como le dije en respuesta a un "review" a Ana (Leonita) en no recuerdo muy bien qué capítulo, estos capítulos (del 16 al 19 o 20) son algo más aburridos, quizás, pero ya queda poco. Y el 18 no está mal dentro de lo que cabe. Pero tendréis que esperar a averiguarlo hasta el sábado 20 de noviembre, día en que colgaré el nuevo episodio.

Avance del capítulo 18 (PROFECÍA Y PROFESORA): ¿Quién no se imagina de qué puede tratar? El argumento de los libros de Harry Potter se tiene que ir construyendo. Y en este capítulo toma un importante rol la profesora futura de Adivinación Sybill Trelawney. La conoceremos a fondo, nos reiremos a fondo. ¡La semana que viene!

Y, como lo prometido es deuda, aquí va el regalito por los 100 "reviews": REMUS LUPIN AMA A HELEN NICKED: ¿QUÉ HUBIERA PASADO SI...? Y te preguntas: ¿qué es esto? ¡Un nuevo relato!, complemento de "Memorias de un licántropo". Todo aquello con lo que te hayas quedado dudoso, ¡puedes averiguarlo! ¿Cómo? Allí, en la introducción al primer capítulo, podrás encontrar tu respuesta donde pone "importantísimas instrucciones". Si MDUL te gusta, con REMUS LUPIN AMA A HELEN NICKED: ¿QUÉ HUBIERA PASADO SI...? descubrirás que ese relato no es mío, sino de cada una de las personas que me leen. Si quieres compartir las aventuras de Remus, ¡lee REMUS LUPIN AMA A HELEN NICKED: ¿QUÉ HUBIERA PASADO SI...?

Hasta la semana que viene.

Quique (KaicuDumb).

¡Ah! Si has tenido la paciencia de leerte todo este capítulo, ¿qué más te da contribuir con un par de minutos a que este autor conozca tu opinión? ¡Reviews!