¿Sabéis qué es lo que más me sorprende del mundo? Vosotros... ¡Tantos "reviews" ya! Sois todos geniales, y os merecéis un premio, por lo que os he actualizado una nueva escena en mi otro "fic", "Remus Lupin ama a Helen Nicked: ¿qué hubiera pasado si...?" Espero que os guste y que opinéis diciéndome sobre qué queréis que escriba. Pero vayamos al lío: ¡bienvenidos a la decimoctava entrega de MDUL! Se dice pronto: dieciocho...

Respondo "reviews" a continuación:

- Idril Isil: ¡No te enfades! Hola... Sí, no tengo excusa; me habías dejado un par de "reviews", pero mi planteamiento es que, como los habías dejado en la historia de los gigantes, no iba a introducirlo en MDUL. Y por eso me leí tu otro "fic" y te deje un "review", por compensarte. Lo siento. No quiero que te enfades, más ahora que estoy escribiendo el capítulo 49... Y tú dirás: «¿Y a mí qué más me da que esté escribiendo el 49 como si quiere estar escribiendo el 53?» Pues sí, a simple vista no tiene nada de especial, pero es que en el capítulo 49 aparece el personaje Idril Isil, que es su nombre real, aunque como apelativo cariñoso he pensado que podrían llamarla Lafken. ¿Qué te parece? ¿Me dejas? Es que me gusta ese nombre indígena. Es muy enigmático. Ahora mismo no recuerdo hasta qué capítulo te has llegado (que me lo has dicho en el "review" y no lo tengo delante), pero me alegra que hayas vuelto. ¿Ya has acabado los exámenes? Yo ahora empiezo a perder mi amable tiempo libre, pero como soy un chico disciplinado y responsable (por cierto, no me echo flores, ¡qué va!) aún saco algunos momentos para hablar con vosotros y responderos. ¡Y sobre todo para escribir! Aunque es cierto lo que decías: ¡carezco de tiempo! Y cada vez lee más gente MDUL, y, ¡hombre!, hay que darles la bienvenida y también escribirles algunas líneas siempre y cuando dejen "reviews" y yo sepa que están ahí. Lo cierto es que es lioso, no lo voy a negar, pero es también muy entrañable este trata autor-lector, y tú, como autora, tienes que darme la razón. Además, como futuro filólogo y profesor de lengua castellana y literatura, este ejercicio adolescente de escribir y leer a otros, y criticar y comentar, me parece una idea fabulosa, siempre y cuando no exime de leer otras cosas, a los verdaderos artistas de la palabra. Nosotros somos meros aficionados. Bueno, espero que estés pronto en circulación y que podamos llevarnos tan bien como antes. En serio que echaba de menos tus "reviews" en que me decías: "en serio que pienso que eres un amor". ¡A eso es a lo que me refiero con los "reviews"! Es que son algo tan... (no hay palabras). Hasta pronto. Postdata: ¡Enhorabuena por tu premio! Y sí, sí sé lo que es escribir un relato en tres folios y a doble espacio; los concursos aquí también ponen esos requisitos, pero, aunque cortos, también pueden ser una pequeña joya, ¿no?

- Elena a Galega: Verás cómo al final termino llamándote así. ¡Hola! Ya te has registrado, ¿eh? Menos mal. Aunque la biografía era algo escueta, y me extraño, con lo que tú suele enrollarte hablando de tu vida íntima. Si todo lo que ponías ahí lo sabía yo ya, y más cosas aún. ¿Tienes ortodoncia? No lo sabía. Yo hace nada que me la he quitado, así que sé por lo que estás pasando y te animo, que para mí la ortodoncia ha sido una de las mejores cosas que me ha pasado. El antes y el después han sido fabulosos. Me extrañé que en tu "review" no contases ningún episodio de tu vida, pero bueno... ¡Otro día será! Gracias por leer también los otros "fics". ¿Tienes alguna idea para "Remus Lupin ama a Helen Nicked: ¿qué hubiera pasado si...?"? Espero que lo pienses. Está muy atenta al final del capítulo, que voy a explicar que a lo mejor a partir de la semana que viene lo cuelgo a una hora distinta, y quiero que lo sepas, ¿vale? Bueno, no sé qué más decirte. Ya hablaremos más distendidamente el sábado. Hasta pronto. Por cierto, ¿por qué Liana Lupin? Me hizo gracia; se parece muchísimo al nombre de tu personaje en MDUL: Ileana. Un beso.

- Lunis: Hola. Es una lástima en serio que allí sea tan temprano cuando yo me conecto. Voy a colgar los capítulos a partir de ahora lo viernes por la tarde (según el huso horario de por aquí), pero me temo que eso correspondería por allá en la mañana, y entonces estaríais en clase. ¡Qué lío! Bueno, de todas formas seguimos charlando por aquí, conociéndonos, así que tampoco pasa nada: ¡vamos a llegar a ser grandes amigos! ¿Has colgado ya el relato de tu "pa"? Te prometí que lo iba a leer. Se lo comenté a mi amiga que me inspira el personaje de Helen Nicked, y me dijo que, cuanto menos, era peculiar que estuvieras hablando constantemente de Remus como tu padre. Te gusta el padre de Helen, ¿eh? Es el mejor, un poco tonto, pero muy buena persona. Y sí, ya estoy armando el argumento de HP. A fin de cuentas, es un elemento importante en la vida de estas personas, ¿no? Bueno, un beso y espero que nos veamos pronto por aquí.

- Ana (Leonita): Hola. La verdad es que te voy a decir bien poco, ¡porque nos vemos mañana!, en persona. Estoy muy nervioso, no sé, vosotros sois mayores y Elena y yo sólo tenemos dieciocho años, y sabemos de las limitaciones que eso puede ocasionar. No sé, Pepe el otro día hablando por el messenger me dejó impresionado. ¡Qué facundia! Sólo decirte que me dejas impresionado: ¡gracias por comparar capítulos y decir que mi estilo mejora! Ya sé a quién recurrir si algún día escribo un libro para que me redacte el prólogo. (Risas). ¡Ah! Y eso de poner "en tu carrera de escritor"... No sé, es exagerado, ¿no crees? Un beso.

- Padfoot Himura. ¡Hola! ¿Qué tal? Ya creía que te habías ido. Me alegro de volverte a ver, pues estuvo muy rica la tarta de zapallo, ñam, ñam. Gracias por leer el otro fic, aunque me gustaría que opinaras sobre el de "Remus Lupin ama a Helen Nicked: ¿qué hubiera pasado si...?". Es un regalo por los 100 "reviews" con el que me permito el lujo de atender las súplicas de los lectores. Sólo espero que mi habla no te confunda demasiado. (Vamos, que si tienes algún problema con alguna palabra o alguna expresión, me lo dices y yo te lo soluciono). Es lógico que tú hables tendiendo más al "argentino", como dices, pero nos entendemos; sólo espero que no sean muchas las palabras que tienes que consultar. Yo también aprendo con vosotros los sudamericanos, no creas. ¡Es que el español es la caña! ¿Lloraste con la respuesta a tu "review"? ¿En serio? Gracias. Sólo dije lo que pensaba. Y sólo espero que tengas mucho éxito con tu "fic". Tú avísame cada vez que cuelgues un capítulo, que yo contribuiré con mi "review". ¡Ah! Sakura Diana Black no me ha contestado, estará ocupada. Volviendo a MDUL: he hecho atención a tu súplica y pronto (para mí pronto, para vosotros aún queda mucho) aparecerá tu personaje, y serás más correspondida de lo que tú te imaginas. Te lo mereces. Pero sólo podrás aparecer en la segunda parte de MDUL, porque sí, estoy preparando ya la segunda parte, donde aparecerá mi querido Tim Wathelpun. Y me callo ya, que siempre me voy de la lengua. Para terminar, ahora comprendo tu extrañeza con Remus engominado; la cosa es que aquí hay de todo, pero ves a mucha gente con el pelo en punta, en cresta, el flequillo levantado. Yo, por ejemplo, me echo gomina casi a diario, porque mi pelo no me gusta y así queda más puntero... Sé que es lamentable, pero en cuestiones de cabellera no tengo personalidad. Cuídate, y nos vemos. Un beso.

- Cofeme Phoby: ¡Hola, Caroline! Yo soy de España. No sé si lo sabes. Bien, no sé si lo estarás viendo, pero tengo muy buena relación con todos mis lectores, y espero que contigo suceda igual. Anhelo tener más noticias de ti. Como habrás podido comprobar, ya me he pasado por tu "fic". Mucha suerte con él. Un beso.

- Joanne Distte: ¡MUERTE A LA RATA! Se me han quedado grabadas esas palabras. ¡Hola! ¿Qué tal? ¿Te conectas lo viernes de 18 a 21,30. No sé por qué tengo la impresión de que vamos a coincidir... ¡Es que puede que cambie la hora de colgar el capítulo! ¡Atención! Bien, sobre tus "reviews" tengo algunas cosas que decirte. N.º 1: lo de que Filch requisó el mapa no ha salido, efectivamente, pero la historia del Mapa del Merodeador no ha acabado aquí. Paciencia. N.º 2: Se nota que disfrutas con los capítulos; al menos con el quince, porque contabas las cosas de humor con una espontaneidad y una gracia que hasta a mí, al leerlo, me provocaste risa. No obstante, (como sabes voy más adelantado que vosotros) ahora mi meta es crear un capítulo en el que el humor sea secundario y florezca una parte dramática y lírica. Porque parece que sólo sepa escribir cosas en clave de humor y chiste... Gracias por invitarme a tu web. Participaré encantado. Un amigo mío se metió hace poco, porque leyó un "fic" tuyo en que la anunciabas, y vio que seguía en construcción. Pero ya está acabada, ¿no? ¿Y cómo vais a controlar la calidad de los autores, según me comentaste? Es decir, como en "fanfiction", se registrará todo el mundo, ¿no? Bueno, como he dicho, espero instrucciones. Lo cierto es que me hizo mucha ilusión que contaras conmigo. Te mereces que Joanne Distte vuelva a salir en MDUL. Pero eso ya lo tenía pensado de antes... ¡Un beso!

- Mina Van Witch Lovette: ¡Hola! Qué nick más largo y peculiar. Si no te importa, voy a optar por llamarte Mina, porque si no, ¡no sé cómo! Gracias por escoger MEMORIAS DE UN LICÁNTROPO y bienvenida a mi caterva de lectores. Te comunico los principales aspectos o peculiaridades de mi "fic": cuelgo un capítulo nuevo cada semana; estoy introduciendo a los lectores más geniales como personajes de MDUL; hay otro "fic" ("Remus Lupin ama a Helen Nicked: ¿qué hubiera pasado si...?") con el que interactúo con el lector. Puedes pasarte por él y leer atentamente las instrucciones. Todos los que lo han leído están muy contentos, pues el argumento lo eliges TÚ. Bien, espero que nos volvamos a ver pronto. ¡Un beso!

- Lena Hiyasaki: ¡Hola! ¿Qué tal? Gracias por escogerlo y bienvenida a MEMORIAS DE UN LICÁNTROPO. Gracias por tus halagos y también por recomendárselo a dos amigas tuyas. No obstante, vas por el capítulo primero (al menos en el momento en que esto escribo) y aún te quedan muchas cosas de las que sorprenderte. Puedes leer la respuesta al "review" de Mina Van Witch Lovette (el anterior) para conocer un poco mejor las peculiaridades de mi "fic", y cómo puedes opinar y participar. Gracias por todo y espero que nos veamos pronto. ¡Un beso!

CAPÍTULO XVIII (PROFECÍA Y PROFESORA)

Octubre llegó con suaves y fríos aires que arrastraron pesadas y grises nubes que descargaban agua sobre los campos ingleses. Un fuerte viento mecía las ramas del solitario árbol ante el que se encontraba una persona alta y erguida, observándolo.

Introdujo su varita y dijo la contraseña.

–¡Bienvenido a la Orden del Fénix, Dumbledore!

Apareció en la sala común acercándose al fuego para calentarse las manos.

–Hace un día endiablado ahí fuera –comentó al ver aparecer a Arabella.

–¿Quiere un té bien caliente, Albus? –se ofreció gustosa.

–Mataría por un té caliente –bromeó sonriente–. Muchas gracias, Arabella.

–No hay de qué, Albus.

–¿Está Alastor?

–¿Moody? Sí, por supuesto. Encerrado en su cuarto para variar. ¿Quieres que lo llame?

–No hace falta, gracias. Ya saldrá.

Y parecía que los hubiese escuchado, porque en ese mismo momento salió Alastor bostezando y frotándose con fuerza un ojo.

–Como sigas así te vas a sacar el ojo –bromeó Dumbledore.

–No pasa nada –comentó el otro con voz ronca–. Me compraría otro. ¿No se supone que deberías estar en la escuela?

–¡Bah! –dijo Dumbledore, apartándose de la chimenea y acomodándose en un sillón–. Es domingo y no me echarán de menos. He venido para poder consultar mi correo en un lugar tranquilo. –Y se sacó un puñado de cartas de un bolsillo de su túnica–. En el castillo hay demasiadas corrientes.

Moody también se sentó. En ese momento apareció Arabella con el té humeante de Dumbledore.

–¿Quieres tú otro, Moody? –le preguntó.

–No quiero, gracias –gruñó.

–Ésta es de Millicent Bagnold. –Leía una carta el director.

–¿La ministra? –inquirió Arabella.

–Sí, de la ministra de Magia –confirmó Dumbledore–. Quiere que concertemos una cita para comentar ciertos asuntos de Hogwarts. –Apartó la carta sobre la mesa–. Ya veré cuándo será eso posible. –Leyó durante unos instantes una nueva carta–. ¡Y ésta es del pesado de Diggory! –Rió–. Es la cuarta que me manda en un mes.

–¿Qué quiere? –se interesó Arabella.

–Asegurarse de que su hijo recién nacido, Cedric, creo, ha sido admitido en Hogwarts. Supongo que tendré que contestarle ya de una vez.

Remus atravesó la puerta mágica y apareció en la sala común de la Orden del Fénix.

–¿Qué haces aquí, Remus? –preguntó su anciano padre adoptivo.

–Estoy estudiando un poco ya –explicó.

–Pero si no estamos más que a octubre –le gruñó Moody.

–¡Hace bien, Alastor! –lo riñó Arabella–. El muchacho puede estudiar cuando quiera, si es que tiene ganas. El chico no está haciendo nada malo porque se ponga a estudiar sus lecciones. ¿Querías algo, guapo? –volviéndose hacia él.

–Un café –dijo–, pero ya me lo sirvo yo, Arabella. No hace falta que te levantes, gracias.

–¿Y no quiere nada Lily? –le inquirió la squib–. ¿No quiere otro café?

–Dice que no –contestó.

–¿Lily está también? –preguntó Dumbledore–. ¿También está ella estudiando?

–No, ella no –explicó Remus–. Está consultando unos libros de magia antigua. Dice que tiene curiosidad.

–¡Curiosidad, ja! –bufó Moody–. La curiosidad es una cosa mala.

–Déjala, Alastor –lo regañó Dumbledore sin levantar la vista de sus cartas–. La magia antigua es una cosa muy bonita. Seguro que Lily le saca mucho provecho a esas cosas.

Y volvió a sumergirse en su laberinto de cartas y pergaminos. Tenía el rostro contraído y bufaba y resoplaba de vez en cuando.

–Por cierto, Dumbledore –lo llamó Remus cuando regresó de la cocina con el café en la mano–, ¿has encontrado ya algún sustituto para Phoebe Hallywell?

–No –contestó amargamente el director–. Absolutamente a nadie. No hay nadie que se preste a dar esa asignatura. ¡A nadie le gusta ya la Adivinación! Estoy decidido a que esa asignatura deje de impartirse en Hogwarts. ¡Éste es el segundo año en que no hay profesor para cubrirla!

–Pues que haya suerte –dijo el muchacho abriendo la puerta para introducirse de nuevo en la biblioteca.

Cuando la cerró Dumbledore cogió un sobre de horrible caligrafía. Dumbledore leyó con detenimiento la carta que había en su interior y se sonrió.

–¿Qué te pasa ahora, eh, Albus? –se interesó Moody con una mueca.

–Que me parece que ya he encontrado un aspirante para el puesto: Sybill Trelawney –leyó la firma de la carta–. Alumna de Hogwarts de la misma promoción que los chicos. Me pidió permiso para fundar un Club de Adivinación con que llenar el hueco en sus ratos libres. Era descendiente de... ¿Cómo se llamaba? ¡Ah, Cassandra Trelawney!

–¿Cassandra Trelawney? –repitió Arabella–. ¿La famosa vidente Cassandra?

–¿Has oído hablar de esa engaña–bobos? –dijo con una sonrisa hueca Moody.

–¡No es ninguna engaña–bobos! –Se ofendió la mujer–. Era una gran pitonisa de sus tiempos, una gran mujer...

Dumbledore atendió un momento con curiosidad el bombardeo de acusaciones e insultos que ambos amigos suyos se cruzaron en un segundo.

–Deberías hacerle una entrevista a esa muchacha, Albus –sugirió convencida Arabella–. Siendo descendiente de quien es no puede menos que ser una gran adivina.

–No sé –puso cara de pócker Dumbledore–. Cuando estaba en la escuela no es que fuera una chica muy espabilada.

–¡Tienes que ir! –le presionó.

–De acuerdo, iré –consintió–. Pero muy buena adivina debe de ser para que le dé el puesto. ¡Estoy convencido de echar por tierra esa dichosa asignatura!

–Siempre te quedará a la niña Nicked como último recurso –sugirió Moody.

–No –contestó rotundo el director–, ella quiere ser sanadora, no profesora de Adivinación.

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–¡Oh, Dumbledore, péinate esa barba! –le espetó Remus–. Siempre tan desaliñado...

–¡Oye, que yo no me quejo de la de pelos que se te caen en el suelo cierta noche cada mes! –se burló Dumbledore–. ¿Quieres dejarme tranquilo, Remus? Mi barba es mi seña de identidad.

Remus salió corriendo. Fue a su antiguo cuarto, pues estaba en la casa de Dumbledore, y se echó una buena cantidad de colonia en las manos que luego se esparció por el cuello y la cara. Pero, como se acababa de afeitar, al contacto con la rasurada barba le produjo escozor.

–¡Deja de echarte colonia!, ¿quieres? –le gritó Dumbledore–. ¡Me llega tu olor hasta aquí!

–¡Oh, cállate! –se burló.

–Se te están pegando los modales de tu suegra cuando habla con Matthew Nicked –comentó Dumbledore entrando en su habitación. Se apuntaba con la varita y, como si ésta fuera un pulverizador, se perfumaba el cabello y la barba–. Además, ni que tuvieses que impresionar a nadie.

–¿Es que no puedo ir elegante y bien perfumado al cumpleaños de la señora Nicked? –preguntó con desdén.

–¡Oh, por supuesto! –consintió Dumbledore–. Pero no me des la tabarra, querido, que yo no me pienso cortar la barba.

–Es una lástima –sonrió Remus.

–¿Por qué es una lástima? –se interesó.

–He oído decir a la señora Nicked que creía que estarías más atractivo sin esa barba que te hace ser más viejo de lo que ya eres.

–No sé si tomarme a cumplido lo de la barba y lo de atractivo o si ofenderme por lo de viejo. –Rió. Después de un rato continuó:– Veamos a ver con qué nos da la noche hoy el divertido señor Nicked. –Sonrió–. ¡Es un muggle muy gracioso!

–¡Es un pesado! –No pudo contener la risa Remus–. Siempre que nos ve a Helen y a mí juntos y solos se pone blanco como la harina. Se cree que estamos a punto de hacer... De hacer... Bueno, que como no está él, pues se pensará... ¡No sé!...

–Remus, no me he caído de un árbol ni me chupo el dedo –dijo Dumbledore con una amplia sonrisa y, acto seguido, abandonó la habitación.

Se estuvieron arreglando un buen rato en silencio hasta que Remus le espetó:

–¡Como sigas haciéndote trencitas en la barba vamos a llegar tarde!

–No me estoy haciendo trencitas, tarugo. –Sonrió–. Me la estoy alisando.

–Vamos a llegar tarde, Dumbledore –dijo Remus impacientándose.

–Pues ya te he dicho que me tengo que pasar por la orden –comentó sereno–. Tengo que hacerle una pregunta a Moody.

–¡Ah, sí! Es verdad, me lo has dicho. –Puso cara de impaciencia e inquietud–. Y ¿qué pasa con Moody? ¿Es que no tiene vida propia? Todo el día encerrado en la orden... ¿Cómo puede?

–Creo que le gusta Arabella. –Sonrió, pero dejo de hacerlo cuando Remus se dio la vuelta.

–Espero que le hayas comprado algún regalo a la señora Nicked –comentó Remus.

–¡Claro que sí! –Se ofendió Dumbledore–. Le he comprado unos pendientes de escama de dragón. Preciosos. Ya verás cómo le gustan.

Dumbledore se apuntaba hacia la túnica ahora para alisar ciertas partes de su ropa en las que descubría arrugas.

–¿Y tú? –le preguntó a su vez a Remus.

–Helen y yo le hemos comprado a medias un juego nuevo de pociones para el hogar: frenillo, probetas, ingredientes básicos... Yo también espero que le guste.

Se quedaron callados un rato.

–Bueno, ya estoy listo –anunció al fin Dumbledore–. Cuando quieras nos vamos.

–¡Ya era hora!

Cogieron polvos flu y desaparecieron por la chimenea. Instantes más tarde estaban en la sala común de la orden, en la que se encontraba Moody leyendo un libro junto al hogar tranquilo de unos cálidas llamas.

–¡Albus! ¡Remus! –se asombró de verlos–. ¿Qué hacéis aquí?

–¿Y los Chang? –preguntó apresuradamente Dumbledore–. ¿No tuvieron una niña hace poco?

–¿Una niña? No sé, Albus.

–¿No nacería en julio por casualidad? –preguntó impaciente.

–¡Y yo qué sé, Albus! –se exasperó el otro–. No sé qué manía te ha dado ahora por los niños recién nacidos y por julio ¡y los rábanos fritos!, Albus. Me tienes mareado.

–¡Cho! –hablaba como para sí Dumbledore–. Ya me acuerdo. ¡Se llamaba Cho! ¿Se han enfrentado los Chang alguna vez a Voldemort?

–¿Los Chang? ¿A Voldemort? –repetía Moody–. ¡Y yo qué sé! No, supongo que no.

–¿Estás seguro, Alastor? –le inquirió Dumbledore poniendo cara de niño preguntón–. Quizás no sea este año. Quizás sea un año cualquiera. ¡O el que viene!, quizás. ¡Claro! "Se acerca", "se acerca"... ¡Sí, eso era!

–¿El que viene qué? –le espetó Moody–. ¿Qué te has fumado, Dumbledore?

–Déjalo –se apagó al fin, con los hombros caídos–. Nos vamos, Alastor. Pásalo bien con tus lecturas.

–Adiós.

Y de nuevo la chimenea se los engulló, aunque en esta ocasión aterrizaron en la casa de los Nicked, toda decorada con globos y cadenetas.

–Feliz cumpleaños, señora Nicked –la felicitaron los recién llegados.

–¡Remus, Remus! –Salió corriendo hacia él Helen–. ¿Por qué has llegado tan tarde?

–Dumbledore se ha obstinado en que fuésemos a la orden a preguntarle una tontería a Moody –le explicó.

Charlie Weasley, que era un año mayor que la última vez que lo había visto Remus, se acercó hasta éste y le dijo a la pareja, al verlos juntos:

–Vosotros sois novios, ¿no? –Remus y Helen se quedaron paralizados, sin saber qué contestar a aquello–. Sí lo sois, porque os acabo de ver daros un beso.

–¿Ah, sí? –reaccionó Remus–. ¡Qué bien! ¿Por qué no te vas a incordiar a otro sitio?

–¡Remus! –le reprochó Helen–. ¿Así vas a tratar a tus hijos cuando los tengamos?

–No es por ser pesado –comentó Remus en tono empalagoso–, pero, para tratar a los hijos de uno, primero hay que tenerlos, y nosotros no los tenemos, ¿no te parece? No los tenemos ¡y ya los estoy aborreciendo! ¡Oh, señora Weasley! Perdón, no era mi intención gritarle en el oído.

–No tienes de qué disculparte, Remus.

–Señor Weasley. –Lo saludó Remus estrechándole la mano.

–Muchacho –dijo él en tono grave.

¡Harto! ¡Remus estaba harto de que lo llamasen constantemente muchacho! ¿Es que no se daban cuenta de que tenía diecinueve años? ¡Diecinueve años!

–¡Sentaos, sentaos! –los invitó a la mesa el señor Nicked a todos; él continuó en pie, con su copa en la mano–. Quisiera dar un pequeño discurso en honor del cuadragésimo segundo cumpleaños de mi señora.

–¡Ya tuviste que decir mi edad, imbécil! –lo regañó la señora Nicked.

El muggle comenzó a farfullar mil disculpas y, seguidamente, se sentó sin pronunciar discurso ninguno ni nada.

–¿Y el discurso? –se preguntó Dumbledore.

–¡Chin, chin! –Levantó su vaso el señor Nicked solicitando un brindis–. Y ya está.

La señora Weasley estaba muy irritada porque sus dos hijos mayores no hacían más que pegarse en sus asientos.

–¡Charlie, pórtate bien que para algo eres el mayor!, ¿no? –le gritó colérica–. ¿Ves este hombre de aquí? –Le señaló a Dumbledore como si fuera el coco o el bute o algo igual de asustadizo para un niño–. ¿Lo ves? Pues este hombre dentro de cuatro años será el director del colegio al que te vamos a mandar. ¡Así que pórtate bien!

Charlie se quedó muy tieso en su silla y Bill se comenzó a reír de él.

–Tú cállate también, Bill, querido –añadió más tranquilo Arthur Weasley–, que dentro de cinco años te mandaremos a ti también con este señor tan mayor.

Dumbledore se rió y los dos pequeños se quedaron muy consternados, mirando al greñoso hombre de las barbas con miedo y temor.

–¡Ñobo, trae la comida! –gritó la señora Nicked.

El elfo doméstico entró cabizbajo y fue repartiendo los platos entre los comensales.

–Muchas gracias, Ñobo –dijo Helen cuando se iba, porque el pobre estaba muy triste desde que hacía un año la señora Nicked había puesto en venta al diminuto Dobby que compró un rico señor que vivía en una gran mansión, según les había contado.

Bon appetit! –rememoró sus clases de francés el señor Nicked.

Todos comieron con gusto y conversando apaciblemente. No fue de extrañar que, tratándose de un número considerable de magos reunidos, y dado el caso de que tenían a Dumbledore allí en persona más aún, el tema de lord Voldemort no tardase en salir a la palestra.

–Son ya nueve años largos, Dumbledore –comentaba el señor Weasley–. ¡Nueve años espantosos! El Ministerio de Magia debería comenzar a tomarse en serio el asunto, ¿no le parece?

–Se lo toma todo lo en serio que puede, Arthur –repuso Dumbledore con calma.

–¿Sí? –lo dudó la señora Weasley–. No es que dude de Bagnold, pero no me podrá negar que se podrían hacer muchísimas más cosas. Hay tanta desprotección...

–En eso estoy muy de acuerdo contigo, Molly –apuntó la señora Nicked–. Nos sentimos desprotegidos, Dumbledore.

–El Ministerio hace lo que puede, Helen –añadió Dumbledore tranquilamente.

–Hace tres meses que no se tiene noticia de él –comentó Arthur–. Quizás haya muerto y sus mortífagos estén cubriéndolo todo, ¿no le parece?

–No –contestó Dumbledore fríamente–. No creo que Voldemort haya muerto aún.

Todos se estremecieron al escuchar ese nombre menos Remus, Helen y el pobre señor Nicked, que miraba a todos sin comprender mucho de lo que decían.

–¿Cómo puede estar tan seguro, Dumbledore? –preguntó Molly Weasley.

–No lo sé, Molly; una revelación. –No quiso dar más explicaciones–. Si lord Voldemort –de nuevo se encogieron– no ha aparecido en todo este tiempo es porque se le habrá acabado el fuelle por una temporada, se ha quedado sin posibles objetivos o está pensando nuevos planes –consideró.

–No creo que Quien–Usted–Sabe se haya quedado sin saber qué hacer –comentó Arthur Weasley–. Siempre tendrá algún plan en mente. Algún propósito...

–Estoy de acuerdo con eso –apoyó Remus.

–Quizás –repuso Dumbledore sin prestarle demasiada atención–. ¿Qué puedo decir yo?

Siguieron un buen rato comiendo, tratando de temas más alegres. A la hora del postre, que Ñobo trajo igual de retraído, se dieron los regalos, que agradaron mucho a la señora Nicked.

Al finalizar la cena e irse todos, cuando Remus se disponía para ir a su cuarto, Helen lo detuvo en la puerta.

–¿Qué quieres? –le preguntó éste.

–Trelawney, ¿te acuerdas de ella?, me mando una carta el otro día –explicó– para invitarme a una nueva reunión de antiguas alumnas del Club de Adivinación. Pero no quiero ir...

–¡Pues no vayas! –le dijo tranquilamente.

–Pero es que tampoco quiero dejarla en la estacada después de que me ha invitado –dijo.

–Pues entonces ve –le propuso.

–Pero la cosa es que no tengo ganas...

–A ver, ¿nos aclaramos? –Se echó a reír Remus.

Helen también rió:

–Lo que quiero decir –explicó la chica– es que estarán jactándose todo el rato de sus nuevos vestidos de seda y sus planos sombreros a la moda.

–¿Y? –le inquirió Remus confuso–. Creía que a ti no te gustaba esa ropa.

–Y no me gusta en absoluto –saltó muy digna–, pero ellas son tres contra una.

–Mira, si no quieres, no veo por qué debes ir a esas estúpidas reuniones –atajó Remus.

–No, no –lo interrumpió Helen–. Si la cosa es que tengo decidido que quiero ir.

–Entonces, ¿qué? –no comprendía Remus.

–¿Te importaría acompañarme, Remus? Yo también necesito algo de lo que fardar.

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Lord Voldemort se acercaba con la varita en ristre. "Ten piedad, te lo ruego, ten piedad." "¡Avada kedavra!" Una risa mordaz. El gorgojeo de un niño pequeño. "¿Qué puedes hacerme tú, eh? Ja, ja. ¿Qué? ¡Avada kedavra!" Un rayo de verde luz atravesó el sueño y Helen pegó un brinco en la cama.

A su lado estaba Remus, agarrándole una mano y mirándola intranquilo.

–¿Qué haces aquí? –preguntó la chica con la respiración entrecortada.

–Es la hora de levantarse –dijo señalando la tibia luz que entraba por la ventana–. Hoy hace mejor día que hasta el momento, ¿no te parece? –Helen ni contestó–. ¿Qué ha sido? ¿El mismo sueño de siempre?

–Sí –contestó escuetamente–. Pero es muy raro...

–¿Qué quieres decir?

–Es muy raro... Voldemort se acerca y después todo se vuelve oscuro, ya no puedo ver nada. Sólo se escuchan voces, gritos. Sólo puedo ver los rayos de la maldición asesina.

–Estoy muy preocupado con esa pesadilla, Helen, ¡mucho! –dijo Remus sentándose en el borde de la cama–. ¿No hay ninguna forma de que pierdas tu capacidad de adivina para que dejes de ver esas cosas? ¿Un hechizo o una poción quizás?

–¡No! –exclamó Helen–. Me gusta ser una adivina. Aunque no me gusten ese tipo de visiones... Yo no puedo elegirlas, al fin y al cabo.

–Vale, vale. –Asintió Remus–. No, no te levantes –le rogó–. Quédate en la cama que yo te traigo ahora mismo el desayuno. –Y salió del cuarto reapareciendo al rato con una bandeja repleta de tostadas, galletas, un vaso de leche y un zumo de naranja muy refrescante–. Aquí está. Un banquete para mi princesa.

–Gracias, Remus. –Sonrió cansada.

Remus le puso una mano en la frente y vio que no tenía fiebre. Bajó de nuevo y le trajo un poco de poción reconfortante que la chica se tomó en tanto mordisqueaba su tostada con margarina.

–Es lo que tienen las capacidades de ambos –sonrió trémulamente Helen–: ¡nos dejan tremendamente cansados!

–Si no quieres que vayamos a casa de Trelawney a la tarde no tienes más que decírmelo y le mando una lechuza –sugirió Remus.

–No, da igual –rechazó Helen–. Gracias de todas formas. Ya te he dicho que tengo esa pesadilla todas las noches, ¡maldita sea! Me apetece salir un rato aunque sea para ver a la pesada y petulante de Sybill.

Y a la tarde, cuando se aproximaba la hora de tomar el té, se despidieron de los señores Nicked y se desaparecieron, volviendo al mundo físico ondeando sus capas en un pórtico combado de madera podrida.

–La casa de Sybill Trelawney –dijo Helen.

–Parece poco acogedora –comentó Remus.

–Y no lo es en absoluto. –La chica se adelantó para coger el aldabón de la puerta con forma de un águila que tenía el pico desmesuradamente abierto, y golpeó con él la puerta tres veces, muy fuerte–. Una hora y nos vamos, ¿vale, Remus? No quiero estar mucho rato con esa empalagosa de Sybill Trelawney.

La puerta se abrió con un chirrido esotérico.

–¡Hola! –los saludó con desmesurada suavidad–. ¡Oh, Remus! –Lo miró con tal profundidad a los ojos que parecía como si quisiese ver la calle que había al otro lado a través de él–. ¡Qué alegría de verte en el mundo físico! Ya sabía que ibas a venir.

–¿Cómo no? –se burló Helen.

–Pero ¡pasad, pasad! –los invitó a entrar–. No os pensaréis quedar ahí fuera, ¿verdad?

–No lo digas dos veces –dijo por lo bajo Helen.

–Amy y Sally se están retrasando –explicó Sybill mientras los conducía a través de su casa–, pero, obviamente, ¡yo ya lo sabía!

–Pero qué lista es –dijo Helen con los dientes apretados y en un susurro.

–Si no querías venir –le comentó al oído Remus–, ¡no sé qué hacemos aquí!

Helen se limitó a sonreír hipócritamente porque Sybill se volvió para cerciorarse de que la seguían.

–¡Pasad, pasad! –Los hizo entrar a la sala de estar–. Enseguida os traigo el té.

Y los dejo sentados en una mesa con un mantel de flores rosas y violetas que, al verlo, a Helen casi le entran ganas de vomitar encima.

–Si quieres nos vamos –le dijo Remus cogiéndole una mano.

–No –dijo ella resuelta–. Quizás sea divertido.

En eso, con el sonido del restallido de un látigo, dos brujas aparecieron en la sala de estar de Sybill Trelawney: Sally y Amy.

–¡Oh, Helen, qué alegría verte al fin! –dijeron con voces extremadamente agudas.

Se aproximaron hacia la chica casi de puntillas. Andaban y vestían como las damiselas inglesas, y se comportaban, al parecer, exactamente igual que ellas, porque cuando se acercaron a besar a Helen, chocaron los pómulos con mucho ruido pero no juntaron en ningún momento sus labios.

–¿Y éste quién es? –señaló Amy con desconfianza al chico.

–Es mi novio –explicó Helen muy resuelta–, Remus. Mira, Remusín, éstas son Amy y Sally.

–¡Ah! –se quedó mirándolas Remus embobado, pero no porque ellas mereciesen la pena para mirarlas con obstinación, sino por el increíble hecho de que su novia lo hubiese llamado "Remusín"–. Encantado.

–¡Qué joven tan apuesto! –arguyó con expresión adusta y noble Sally. Tan sólo le faltaba el paraguas rosa para taparse de los hirientes rayos del sol.

–Sí, muy apuesto –arrastró las palabras Amy.

La mente de Remus se llenó de niebla y humo y vio a Helen entre su pensamiento diciéndole:

–¿Apuesto? ¿En qué mundo viven? ¿Por qué no pueden decir guapo, atractivo...? ¡Incluso guay hubiese bastado! ¿Apuesto...?

Remus pestañeó y de nuevo estaban allí Sally y Amy. Sybill entraba por la puerta también en ese instante, con una bandeja de plata en la que portaba el té.

–Sentaos, chicas, ¡sentaos! –rogó a las recién llegadas–. Oh, Sally, qué vestido más bonito. ¿Dónde te lo has comprado?

–En Francia –dijo muy resuelta–. Las cartas me dijeron que tenía despilfarrar un poquito si quería llegar a ser alguien en la vida. –Sonrió tontamente. Helen se preguntó si no se lo había inventado como excusa–. ¿Y tú, Helen? –preguntó con una extraña e hiriente sonrisa–. ¿Qué has hecho todo este tiempo? –La miró de arriba abajo con expresión de superioridad.

–¿Yo? –repitió Helen inocente–. Pues no mucho, la verdad. Estoy felizmente con mi novio, con mi querido Remusín –el chico la miró idiotizado–, he encontrado un increíble trabajo como enfermera y...

–¿Enfermera? –la inquirió Sybill riendo disimuladamente–. ¿Enfermera has dicho, querida?

–¡Sí, enfermera! –contestó Helen muy altanera–. Y me he tenido que enfrentar a lord Voldemort...

Las tres chicas pegaron grititos agudos y se derramaron el té sobre los curiosos bordados de sus faldas.

–¿Estás loca? –la reprendió Amy–. ¿Cómo se te ha ocurrido pronunciar su nombre?

–Huy, perdonad. –Fingió con una sonrisa–. Creía que unas adivinas tan fabulosas como vosotras –la ironía se derrochaba por su boca– no le tendríais pavor a una tontería como ésa. Pero me equivocaba.

–¿Qué estás insinuando? –protestó Sally mientras se frotaba con un pañuelo la mancha de té.

–Nada, nada –mintió Helen–. ¡Absolutamente nada!

–¿Estás sugiriendo que has visto el final de Quien–Tú–Sabes? –comentó Amy.

Helen no pudo evitar echarse a reír:

–No, no, no –intentaba decir mientras reía–. No quería decir eso.

–¿Qué, entonces? –le espetó Sally.

–Chicas, chicas –intervino Sybill apaciguándolas–. Calma. No os he invitado a mi casa para que os peléis como zorrillas. –La comparación le hizo mucha gracia y se echó a reír–. Tenía algo que celebrar.

–¿Qué, querida Sybill? –Se volvió hacia ella sonriente la pequeña Amy.

–¿A ver si adivináis quién es la nueva profesora de Adivinación de Hogwarts? –preguntó pronunciando mucho su sonrisa.

Helen entornó los ojos y la mandíbula se le descolgó, sorprendida. ¿En qué pensaba Dumbledore contratándola?

–¿Quién? ¿Quién? –preguntaban acompasadas y dando pequeños saltitos en su silla Sally y Amy.

–¡Oh! –exclamó Helen con desprecio y con crispación–. No hay que ser ningún adivino para adivinar eso. ¡Se refiere a ella misma!

–¡Oh, Sybill! ¿Es cierto? –preguntó Sally.

–¿Eres la nueva profesora, Sybill? –preguntaba a su vez Amy.

–Sí, sí, sí. –Reía Trelawney–. Soy yo. ¿Podéis creeroslo?

Durante un par de minutos se sucedieron un mar de lágrimas y cientos de frases de felicitación y enhorabuena hacia Sybill por parte de Sally y Amy.

–No te veo muy alegre, Helen –repuso Sybill educadamente, pero jactanciosa.

–¿Debería estarlo? –preguntó resueltamente a su vez la otra.

–Parece como si te molestase –se regodeó Sybill.

–No, no, en absoluto, Sybill. No te confundas. Para mí mi don adivinatorio es un entretenimiento. A mí me gusta hacer cosas más útiles en la vida como sanar a la gente, ¿no te parece? No sé cómo puedes estar tan alegre de tu puesto cuando sabes que es una farsa.

–¿Cómo te atreves? –gritaba Sybill con las lágrimas saltadas. Amy y Sally se levantaron para consolarla.

–Sí –prosiguió Helen–, porque sabes que no podrás enseñar nada a nadie a no ser que no tenga verdaderamente este don, y de tenerlo, ¿qué más daría?; aprendería por su cuenta.

Trelawney se sentó, tapándose la cara con las manos para que no la vieran llorar.

–¡Eres una envidiosa, Helen Nicked! –gritó al fin–. ¡Una envidiosa! Con sumo gusto dejarías tu estúpida carrera de sanadora y me quitarías el puesto que tanto esfuerzo me ha costado conseguirlo. ¡Sabes que he llegado más lejos de lo que tú llegarás en tu vida!

–¡Esto sí que no lo tolero! –Se levantó de un brinco Helen–. Ni mi carrera es estúpida ni tú eres una sabelotodo de la profesión. Eres una vidente de pacotilla y ojalá Dumbledore se dé cuenta pronto y te eche.

Un extraño silencio se extendió por la sala.

–¡Envidiosa! –gritó al punto Sybill.

–¡Vidente de pacotilla!

Trelawney se hizo la ofendida:

–¡Fuera de mi casa! Quedas expulsada del Club de Adivinación. ¡Apúntate al Club de Sanadores y déjanos en paz! ¡Deja de incordiar! ¡Fuera de mi casa!

–No hace falta que lo repitas dos veces. –Y muy digna cogió la taza de té entre sus manos–. Pero antes me terminaré mi té. –Pero dejó que el vaso se estrellase contra el suelo–. Oh, lo siento. Qué patosa. Adiós, Trelawney.

Extendió su capa hacia arriba, ondeando ésta, y, al volver a su posición habitual, Helen se había desaparecido y la capa se extinguió también.

–Yo... esto... –Se levantó Remus azorado de la silla–. Enhorabuena por tu puesto de profesora –dijo–. Bueno, creo que debo irme.

Y también se desapareció.

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¡Les ha faltado darse de hostias!, ¿verdad? Estaban rabiosas. Y luego era Trelawney la que decía que no quería que se pelearan como "zorrillas". Bueno, he aquí el capítulo. Espero que os haya gustado. Ahora, como me estoy culturalizando (risas), os voy a poner un fragmento del Poema de Mio Cid: «Quien escrivio este libro ¡del' Dios paraiso, amen!» Las faltas de ortografía no se deben a mi mala cabeza, sino que está escrito en castellano medieval. No se me dé a mí sólo paraíso, sino también "reviews" tantos como queráis.

¡ATENCI"N! Cambio de planes. Puede que ya no sea el sábado el día en que cuelgue el capítulo, sino el viernes por la tarde. ¡Así que estad atentos aquellos con los que hablo por el messenger! Si el capítulo no aparece el día viernes, 26 de noviembre, estará sin falta a la mañana siguiente: sábado, 27 de noviembre. Espero así tener más posibilidad de charlar con todos por el messenger.

Avance del capítulo 19 (OJOS ROJOS): Alguien enmudecerá, además de vosotros al conocer el contenido de este apasionante capítulo. Se alzará de nuevo la garra del Mal, y su mazazo será tan fuerte en esta ocasión que todos contendrán la respiración atónitos. Muertos, destrucción, hospitalizados... Todo esto y más la semana que viene.

Bueno, ¡muchas gracias a todos por vuestro apoyo, que cada vez es más numeroso y amistoso! Como digo siempre, cuidaos, portaos bien, estudiad, ayudad en casa y leed no sólo "fics", sino también a los verdaderos maestros de la palabra.

«Una semana pasa muy rápido, y ya tendréis a Remus de nuevo en vuestras vidas.»

¡Un besazo! de Quique.