Nunca me he retrasado. Nunca lo he hecho. Si el capítulo no ha aparecido en su día ha sido por problemas técnicos (inhabilitación de la página), de los que yo no soy culpable. Espero que hayáis sido comprensivos.
«¡Pues sí, soy español! Español de nacimiento, de educación, de cuerpo, de espíritu, de lengua y hasta de profesión y oficio; español sobre todo y ante todo, y el españolismo es mi religión, y el cielo en que quiero creer es una España celestial y eterna, y mi Dios, un Dios español, el de Nuestro Señor Don Quijote, un Dios que piensa en español y en español dijo: "¡Sea la luz!", y su verbo fue verbo español...» Qué hermoso texto, ¿verdad? El señor Unamuno es un maestro, y tenía ganas de rendirle homenaje poniendo este maravilloso fragmento suyo cuyo ideal tanto comparto.
¡Bienvenidos a la decimonovena entrega de MDUL! Vaya lío que hemos tenido esta semanita, ¿eh? Buena parte de las veces que me he conectado no he podido ni identificarme ni dejar "reviews". Supongo que esto habrá podido afectar un poco al número, pero lo importante es que se ha solucionado. ¡Ah! Antes de nada, quiero recomendaros la página , que es una página muy buena, con una cantidad ingente de contenidos y una presentación de "fanfics" soberbia. En breve estaré disponible en la sección de autores; podríais consultar de vez en cuando los menús y los foros, más que nada porque este fantástico proyecto de Joanne Distte y Minette Van Witch Lovette avance y tenga todo el éxito que se merece. Yo lo apoyo. Yo me he registrado; ¿a qué esperas tú? La mejor página de "fanfics" y "fanarts" puesta a tu disposición, en español, con muchas posibilidades interactivas... ¿A qué estás esperando?
Respondo "reviews":
–Blythe.Naurin: ¡Hola! ¿Que te has cambiado de nombre, por qué? Bueno, vamos a lo que vamos. Pues sí, tampoco fue tan liosa tu explicación. No sé, creo que exageraste, porque yo con lo del "rating" me enteré bastante bien y, aunque no pude ponerlo en la historia, lo puse en el resumen que es lo mismo. Así que no exageres, que te expresas muy bien; y si tienes tus dudas, pues nada, coges y te pones a hacer todos los días redacciones, de lo que sea; verás como tu dicción mejora rápidamente. ¡Ah! Gracias por comprender lo de Nathalie. Lo cierto es que se me hacía complicadísimo escribir con ella, siempre pululando, incorpórea... ¡Muerta! Sé que fue un poco deliberado y, como dices, es muy cierto que se olvidan enseguida de ella, pero es que se me hacía imposible manejarla. Así que no creo que vaya a haber muchos más fantasmas. Gracias por decir que me merezco todos los "reviews" que me habéis dejado; cierto que hay "fics" donde el número es exagerado a pesar de su pésimo argumento, pero somos los lectores quienes escogemos, ¿no? Bueno, me despido. Pásate un día por y regístrate, ¿vale? Te lo recomiendo. Un saludo.
–Leo Black Le Fay: Pues sí, hola, has acertado sobre qué iba a ir, más o menos, este capítulo. Aunque "ojos rojos" es bastante esclarecedor. Qué bueno tenerte de nuevo por aquí, Leonor. Espero que tú también te pases por ,que seguro te va a gustar.
–Coulter: ¡Hola, Teresa! ¿Qué tal los "pililetes"? Mi amiga Helen Nicked Lupin se rió mucho cuando se lo conté. Lo cierto es que es curioso. La suya no le dice nada de eso, pero falta poco; y, como tú bien has dicho, ¡sería algo típico de la señora Nicked! No obstante, no me la veáis como una mujer ruda, desconsiderada o sin sentimientos; sé que da la sensación, pero tarde o temprano se descubrirá que bajo esa multitud de capas que tiene, hay también un corazón latiendo. Bueno, chica, nada, que me alegro mucho que sigas viniendo por aquí a menudo, y ¡mira que dejar el "review" por el Madrid-Barça! Yo ni siquiera lo vi, pero yo soy caso aparte... Bueno, que a ti también te recomiendo que te des un garbeo por la página (que te va a gustar) .
–Luna Jane Lupin: ¡Hola, Lunis! Pues sí, ya estoy dando las pistas necesarias para construir el argumento de los libros de HP. Es que se acerca el momento a pasos agigantados, aunque yo ya tengo todo escrito. ¡Voy por el capítulo 50! Qué bien... Tengo capítulos para rato, así que os vais a aburrir de mí. ¡Y aún me queda mucho por escribir! Ay, si yo os contara... ¡Pero no puedo! ¿Y tu proyecto? Sé lo que es estar escaso de tiempo, pero hay que buscar pequeños huecos, ajustarse un horario para que haya un margen dispuesto para el tiempo de ocio. Disfruta, chica, y haz tus cosas, que la rutina es muy mala. Tú prepáralo bien y cuando eso le echo un vistazo, ¿vale? No obstante, échale tú también un vistazo a la página donde creo que podrás encontrar algunas cosas que te interesen. Hemos muchos autores ("weavers") que podemos ayudarte, y siempre es bueno tener amigos por ahí que te aconsejen. También te recomiendo los concursos, que dan muchas salidas al "fic" ganador. Hasta pronto. Un beso.
–Ana (Leonita): ¡Hola! ¿Qué tal? Antes de que se me olvide, recuerdos de parte de Elena para ti y para Pepe. ¡Qué bueno eso que dijiste de que ahora cada vez que lees mis respuestas escuchas mi voz y cada vez que lees sobre Helen es a Elena a la que ves! Es lo bueno de estas cosas. Lo cierto es que el sábado que nos vimos me lo pase mejor de lo que me esperaba, porque yo soy muy cortado y tímido, y creía que iba a estar apocado, pero no fue así. ¡Ah! Y mira que llamarme virus... Hay que ver, esta juventud... Ya creo que no es así, porque varié mi perfil y ya debería salir "Quique Castillo", aunque no estoy seguro porque a mí no me llegan mis propios correos. Bueno, eso, ¡que lo pasamos estupendamente! Para mí era la primera vez que conocía en persona a alguien con quien tenía un estrecho contacto por Internet... Ay, la caja tonta del ordenador va a resultar que sirve para algo. Es broma, ya sé que la caja tonta es la tele. Bueno, eso, voy al grano que estoy sulfurando. Te estarás dando cuenta que últimamente escribo menos que de costumbre, ¿verdad? Pues no es porque yo quiera, sino porque me harto: tengo el teclado medio escacharrado y la ele, la eme, la hache, la de y la ge funcionan cuando les da la gana. La mitad de las veces tengo que ir a Insertar Símbolo, ¡y es una lata! Pronto ya me compraré otro teclado, descuida. (Risas). Te has reído con lo de muchacho, ¿verdad? Sí, tenía su punto... La verdad, lo reconozco, este capítulo tenía su gracia. ¡Ah! Y en cuanto al "review" anterior, no me molestó que me dijeses que la conversación entre Remus y Dumbledore era hierática: estoy completamente de acuerdo. Y gracias por decir que introduzco sutiles pistas para introducir todo lo de Harry Potter; es que es mejor hacerlo así, delicadamente, que no, ¡hala!, de sopetón. Y otra cosa: ¡no me llames virus! ; . ; (Risas). Bueno, que le des recuerdos a Pepe y le digas que le vaya todo fenomenal con su libro; dile también que lo sacaré lo mejor posible en el relato, pero que lo de perfil... ¡Mira que se tendrá que mover el hombre, no va a ir andando de lado como los egipcios! Ah, gracias por registrarte en la página cuyo recomendación te envié; a mí me parece muy buena, y ya soy "weaver" (que es algo así como "tejedor", de tejer historias, creo). Va a haber chat y foros. Yo ya he abierto un foro, si quieres participar me puedes encontrar en la zona de "Miembros", pinchas "KaicuDumb" y luego encima de "Sobre MDUL". Hasta luego y un beso.
–AYA K: ¡Hola! Por fin te has puesto al día. Antes de que se me olvide, ha habido un problema con el correo que me enviaste. Lo recibí bien y todo bien, sí, pero a la hora de pinchar el hipervínculo para dejarte una felicitación por tu cumpleaños, ¡plaf!, me sale error y no pude dejarte nada. Si aún estoy a tiempo desearía que me la volvieses a enviar en otro correo, si te es posible. Bien, voy por partes. ¡Vaya lata esta semana con fanfiction!, ¿verdad? No me importa que me hayas dejado los "reviews" en el correo... Si yo ya creía que no se iba a poder. Te gustó la adaptación de la boda, (risas), pues la escribí en un momento paranoico. Me puse a escribir tonterías y tonterías hasta que llene varias páginas. Gracias por decir que todo tiene sentido, aunque yo tampoco sé cómo lo consigo; me esfuerzo en pensar los pros y los contras... Aunque esto no es nada en comparación con el argumento que está por venir. Y ahí te respondo por qué soy tan constante dejando capítulos: es que yo no voy al mismo ritmo que vosotros, sino que ahora estoy por el capítulo 50, y eso me permite colgar un capítulo por semana. Afecta a los "reviews", no obstante, porque a la gente no le da tiempo, normalmente, a leerlo en una semana, pero no importa; ¡mientras lo lean! Es que me imagino que en algún lugar del mundo, a lo largo de la semana, me estarán evocando al leerme y siento escalofríos. Bueno, chica, que a ti también te invito a esta página ), que me encantaría ver tu nombre entre la lista de participantes. Un besazo. P.D.: Por cierto, ¡enhorabuena por actualizar; si me es posible me daré una vuelta por ahí a la menor brevedad posible.
–Joanne Distte: ¡Hola! A mí también me van más las novelas, pero la lectura del Cid es una exigencia del programa de mi carrera. No obstante, no tiene desperdicio. ¡Weaver! ¡¡¡Weaver!!! Gracias. Cuando vi mi nombre en "Novedades", como "weaver"... Cada día estoy más ilusionado. Prometo cooperar en todo lo que sea posible; de momento, ya se han registrado algunas personas a las que invité. Te agradezco sobremanera que me invitaras a participar. Te puedo decir otros nombres de autores, pero mejor en un sitio donde haya más privacidad. Es que me encanta la página, los contenidos, ¡todo! Hasta voy a hacer a Elena, mi amiga, que se registre y cuelgue sus dibujos, aunque especificando, claro está, que son de mi "fic". Por lo menos por llenar espacio, y que hay, además, algunos muy buenos, que cuando se inspira... Bien, ya he abierto un foro de ésos, como tú con Bellatrix. Espero verme pronto con una página personal, por lo que te voy a enviar todo lo necesario. No obstante, me gustaría que me revisaras los hipervínculos, ya que tuve que copiar las direcciones a toda prisa y no sé si están bien o si me equivocado. Ya le he dicho a Mina como quiero que sea el logotipo: con una luna llena a un lado y la sombra de un lobo aullando al otro. Todos los que ha hecho hasta ahora son muy buenos, así que seguro me gustara. ¡Oye! Ya vi tus fotos... Eres muy guapa. A ver si yo algún día me atrevo a colgar alguna mía... No sé, tendría que salir muy favorecido. Bueno, gracias por todo y me verás muy a menudo por "Story-Weavers". Un besazo. PD.: Gracias por decir en "Remus Lupin ama a Helen Nicked" que cuido más mi forma, cosa que no sucede en MDUL: lo que sucede es que estos capítulos de MDUL que estáis leyendo ahora, los escribí aproximadamente en julio, y me pasa como a ti, evoluciono; recuerda que ya te lo dije con tus relatos de Bellatrix y con HACIENDO JUSTICIA.
–Elena a galega: ¡Hola! ¿Estás sin ordenador? Por la culpa del "jacker" ese, ¿no? ¡Diantre! Bueno, no pasa nada, verás cómo pronto se soluciona. Y no importa que por una temporada tus "reviews" sean cortos o escasos... ¡Nada! Yo comprensivo a más no poder, y más siendo un caso de fuerza mayor. Tú descuida, que esto sigue para adelante, que Ileana está en proceso de construcción y que vas a seguir estando entre mi grupito de lectores favoritos. Aunque he echado de menos que no me hayas contado tu vida, que te hayas puesto en plan feminista o conservadora de la lengua gallega... No sé, espero que todo vuelva a ser como antes, ¡sin "jackers"! A ti también te recomiendo la página ), que aunque sé que ahora no tienes Internet, algún día volverás a tener, y sé que te gustaría mucho ser participante de una página como ésta. Además, podrás encontrarme en la zona de "Miembros", pronto ver fotos mías, participar en mis foros, enviarme mensajes, chatear, y hasta ver ilustraciones de MDUL. ¡Taco guapo! Nos vemos, guapa, y no te preocupes por nada, porque las cosas son pasajeras como las hojas que caen de los árboles en otoño. Besos.
–Cafeme Phoby: ¡Hola! Gracias por ponerte tan al día, aunque has pegado un salto de "reviews" que casi no me doy ni cuenta. A tu pregunta, vivo en Córdoba; ¿no te diste cuenta con la escena del elfo doméstico? Me alegra que te esté gustando. Al tuyo me pasaré en cuanto lo hayáis actualizado y tenga tiempo, que hay muchos proyectos en mente y todo el mundo quiere que lea sus "fics"... ¡Uf! Aunque siempre que haya posibilidades, lo haré. Por cierto, consejo de amigo y recomendación de autor con experiencia: apuntaos las cinco herederas, o como seáis, a , pues es una página que, a la corta, va a facilitar que os lea más gente; y a ti, como relaciones públicas de tu grupo, debería interesarte. En un principio comenzaríais como participante, pero si eres una participante activa o ganas algún concurso, pueden convertirte en Miembro de Honor (un Weaver). Lo importante es daros a conocer, y para ello también hay un apartado donde podéis exponer vuestro primer "fic", ya que vosotras estáis comenzando en esto y eso os interesa. Lo importante es que os lea la gente. Te lo explicarán mucho mejor en "Ayuda", así que pásate y regístrate, que te aseguro que para ti creo te merece la pena. Hasta pronto.
CAPÍTULO XIX (OJOS ROJOS)El cielo se fue llenando de nubes grises y casi siempre llovía. El viento azotaba las calles y los árboles más raquíticos se agitaban frenéticos. Por las calles, la gente se paseaba abrazada a sus abrigos, con frío. En un hogar muggle una mano entumecida arrancó el último día de noviembre del calendario y se calentó a la luz de una agradable chimenea.
Frank Longbottom estaba poniendo los cubiertos sobre la mesa cuando Remus se apareció en su sala de estar justo al lado de él.
–¡Joder, Remus! Qué susto me has dado –dijo Frank llevándose una mano al pecho.
–Lo siento –se disculpó–. ¡Vaya! –Consultó el reloj de pared que había en casa de los Longbottom–. Me he adelantado diez minutos. ¿Quieres que te ayude en algo? –Se comenzó a quitar el abrigo y avanzó hacia la entrada de la casa para colgarlo en el perchero.
–No, gracias, Remus.
–Insisto. –Alice Longbottom entró por la puerta con una enorme fuente de fresca ensalada–. Buenas noches, Alice. Eso tiene una pinta muy buena.
–Gracias, Remus. –Le sonrió.
–Y tú tienes un aspecto muy saludable –reconoció también.
–Gracias otra vez, Remus. –Pronunció más aún la sonrisa mientras dejaba la fuente de ensalada en el centro de la mesa–. ¿Te importaría encender la chimenea, Remus, por favor? –sugirió.
–Por supuesto –se ofreció Remus.
Se agachó y puso en cuclillas. Comenzó a ordenar los trozos de madera a medio carbonizar y cogía otros nuevos. Apuntó con su varita y salieron un par de llamas que prendieron de inmediato la madera.
Pero Remus se quedó sorprendido de que las llamas se alzasen un momento altas y verdes. Pues en ese momento apareció por la chimenea Helen, su novia, y cayó encima de él, tirándolo al suelo.
–¡Remus! –exclamó la chica.
–Helen –dijo con voz amortiguada–. Me estás aplastando.
–Perdona.
Se levantaron y Alice Longbottom apareció por la puerta.
–¡Helen! –exclamó sonriente.
–¿Qué tal, Alice? –la saludó la otra acercándose hasta ella–. Deja que te ayude con eso. ¡Oh, déjame que te ayude! Estás espléndida. Tienes hasta el rostro iluminado. –Se pusieron a reír por lo bajo.
Llamaron al timbre.
–Voy yo –anunció Frank mientras se quitaba el mandil–. ¡James, Lily! –Oyó Remus que exclamaba en el vestíbulo–. Bienvenidos. Pasad, pasad. ¡Claro! ¿Qué tal? Oh, Lily, estás muy guapa, si James me lo permite.
–Claro –entraba ya por la puerta que comunicaba al resto de la casa James, seguido de Lily y, detrás, Frank, muy sonriente.
–Sentaos, sentaos –dijo este último–. ¿Qué queréis beber mientras vienen los demás?
–Vino –propuso James.
–¿Vino? –repitió Frank–. Bien, bien. –Agitó su varita y sendas botellas verdes de rosáceo líquido aparecieron sobre el blanco mantel–. Vino de la Borgoña: ¡exquisito!
–No he conocido a nadie a quien se le dé mejor que tú esto de hacer aparecer vinos de calidad –aprobó Lily–. Este vino huele estupendamente. –Y le dio un largo sorbo a la copa que se había serbido–. Exacto, muy bueno.
–Gracias, Lily. –Sonrió Frank.
Y lentamente fueron apareciendo, por la chimenea o bien llamando a la puerta, el resto de invitados: Sirius, Peter, Dumbledore y buena parte de los miembros de la Orden del Fénix.
–Una cena magnífica –aprobó Dumbledore arrellanándose en su asiento, apretándose con las manos la barriga–. No había comido tan bien desde hace algún tiempo.
–Sí, sí –corroboró Arabella–. Tienes muy buena mano para la cocina, Alice querida.
–Frank me ha ayudado bastante –reconoció la chica.
–¡Sí, sí! –Reía Mundungus y reían los chicos también por la historia que les estaba contando–. Esta mañana voy y paso al lado de barrizal de Will y me encuentro un saco lleno de sapos que, según había escuchado a un viejo y huraño vecino suyo, alguien le había robado. Como nadie estaba mirando me los eché a la espalda y salí calle adelante. –Rió más fuerte al recordarlo–. Luego, al mediodía, me lo encuentro en la posada comiendo un pudín de callos y me pregunta: "¡Oye, Dung! ¿De dónde coño has sacado esos sapos? ¡Porque a mí esta mañana un hijo de mala bludger me ha robado unos cuantos!" Y yo, claro, le contesto: "¿Te han robado los sapos, Will? ¡No me jodas! Entonces, ¿qué? ¿Piensas comprarme unos cuantos?" ¿Y a qué no adivináis lo que hace el muy tarugo? ¡Va y me los compra por mucho más de lo que le habían costado antes!
Sirius y James reían con ganas. Remus miraba a Helen, pero ésta lo miraba con ojos que decían: "como te rías te doy para el pelo", con lo que se quedó muy callado.
Moody miraba con aprensión a Fletcher y después le lanzaba a Dumbledore significativas miradas en las que recriminaba su comportamiento, pero Dumbledore hacía caso omiso.
–Remus, Remus, Remus –hablaba Dedalus–. ¡Un sobresaliente en Ocultación y Disfraces el año pasado! Debías de caerle muy bien al señor Glover. A mí me puso un bien raspado y me dijo que me sintiese orgulloso, que casi me lo estaba regalando. –Rió–. Y ya mismo tienes los exámenes de diciembre.
–Sí –confirmó Remus.
–¿Cómo te va? –le preguntó.
–Tirando.
–¿Y tú, Helen? –se interesó por la chica–. He escuchado que la carrera de sanador es muy complicada. Cinco años...
–¡Bah, eso no es nada! –dijo la chica–. Es, al fin y al cabo, sólo uno más que la de auror.
–Sí, así que acabamos antes –comentó con sorna Remus.
–Tranquilos, tranquilos –les evitó Diggle sufrir un enfrentamiento conyugal–. No quiero que os peléis delante de mí, ¡que eso es muy triste! Por cierto, chicos, ¿cuándo pensáis venir a mi casa a hacer una barbacoa o a tomar el té aunque sea? –preguntó–. Mi esposa Mandy tiene muchas ganas de conoceros, os lo juro.
–Y me llega el joven Ellis –comentaba McGonagall risueña al director– diciéndome que había transformado su vieja rata en una manzana. ¿Se lo puede imaginar, profesor Dumbledore? –Dumbledore reía con voz de trueno–. Y me llega con una piedra, ¡una piedra! Y me dice: "Para usted, señorita". Y yo le pregunto qué era aquello, y él me dice: "Cuando yo iba a mi antiguo cole, al muggle, los niños les dábamos manzanas a la señorita para hacerle la pelota". Y yo, enfadada –se sonrojó–, le dije que aquello era una piedra y él me contestó, muy digno: "A ver, si es que usted no se esfuerza lo suficiente en clase para enseñarnos".
–¡Silencio! –Se levantó Alice de su asiento ante la expresión atónita de su marido y levantó las manos para reclamar la atención de todo el mundo–. Silencio, por favor. Gracias. Mundungus, ¿podrías dejar eso para más tarde, por favor? Gracias. Muchas gracias. Bien. –Lily y Helen se pusieron a reír tontamente–. Tengo algo que comunicaros a todos y, especialmente, a mi marido. –Y miró a Frank con mucho amor–. ¿Preparados? Hace una semana y media que sufro un retraso...
–¿Un qué? –preguntó atónito Frank.
–¡Un retraso, caray! –le saltó Sirius, pero por lo bajo preguntó a James:– ¿Tú sabes que es eso de un retraso?
–Un retraso, cariño –repitió con amabilidad Alice–. Ayer fui al sanador Diggs y me lo confirmó.
–¿Qué te confirmó? –preguntó Frank sin entender.
–¡Que estoy embarazada, Frank! –exclamó radiante de felicidad–. Que estamos esperando un bebé.
Frank se levantó de un salto, decidido a abrazar a su esposa, pero en cuanto puso los pies en el suelo los ojos se le quedaron en blanco y cayó al suelo en redondo. Alice ahogó un grito y se arrodilló al lado de él. Todos se levantaron para ver qué había pasado.
–Se ha desmayado, se ha desmayado, ya está –explicaba Helen mientras pedía calma–. No lo atosiguéis. ¡Vamos, vamos, sentaos! Dejadlo que respire.
Se aproximó y lo apuntó con la varita a la cara. Le lanzó unas cuantas chispas y el hombre se despertó bruscamente.
–No, no. No te levantes. Quédate un minuto en el suelo –daba las instrucciones Helen–. A ver, dame la mano: te tomaré el pulso.
–¡Un bebé! –exclamaba Frank–. Estoy muy emocionado, aunque no lo parezca...
–No hables –lo riñó Helen–, que se te dispara el pulso. Bah, parece bien. Vamos, ¡levanta! Bien, así. Siéntate, ¿quieres? Muy bien. ¿Quieres que te prepare una poción o te encuentras mejor?
–Ya estoy mejor –aseguró.
–Bueno, esto se merece un brindis. –Levantó su copa de vino Dumbledore.
–¡¡¡Por el retoño de los Longbottom!!!
–¿Y es niño o niña? –preguntó Frank.
–Aún no lo saben –explicó paciente Alice–. Aún es muy pequeño. Dicen que tiene tres semanas.
–¿Tres semanas? –preguntó Frank con los ojos brillantes–. No se nota nada.
–¿Qué quieres, que tenga ya una barriga que me llegue al suelo? –Sonrió.
–Tres semanas –exclamó Frank.
–Ya lo he pensado –explicó Alice–: si es niña la llamaremos Louise; y si niño, Neville, como tu padre.
–Me parece estupendo –aprobó Frank y se besaron.
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–Ayúdame, Helen, hija querida, a poner los cubiertos.
Helen reapareció en la salita blandiendo la varita y con los cubiertos levitando unos centímetros por encima de ella. Su padre la miraba extasiado pero con envidia.
–Llama a Remus para que baje a cenar, papá, por favor –le pidió.
El señor Nicked dio un par de zancadas y cuando se plantó al pie de la escalera gritó:
–¡Remus! ¡Remus! ¡Baja! ¡La cena ya está lista!
–¡Voy! –gritó Remus desde arriba.
–Para que le grites no hace falta que te mande –comentó enfadada Helen dándose golpecitos en el oído–. Para eso me basto yo sola.
–Pues mira, sí –repuso molesto su padre–. Vas con la varita levantada y te lo traes por los aires. ¡Y de paso limpias el techo!
Remus bajó los escalones mientras se ponía una túnica encima de la ropa de estar por casa.
–Hola, preciosa –saludó a Helen dándole un beso–. ¿Qué hay de cenar?
–Me parece que emparedados –dijo–. ¿Qué hacías arriba?
–Estaba estudiando.
–Pero ¡qué novio más aplicado tengo! –Le apretó los carrillos con tanta fuerza que le puso cara de pez–. Si es que algo se te tenía que pegar de mí, ja, ja. Cuando tengamos hijos nos van a salir unos lumbreras, ya verás. Porque tendremos hijos, ¿no? –mencionó para ver cuál era la respuesta de Remus.
–Y yo qué sé –dijo mientras echaba a andar hacia la cocina. Cuando volvió:– ¿Qué sabemos nosotros si alguno de los dos es estéril?
–¡Oh, Remus, no seas idiota! –lo regañó–. Eso se soluciona tomando una poción de la fertilidad antes del coito.
Remus la miró con expresión de repugnancia. Sin variar el gesto comentó:
–Tú todo lo arreglas con una poción. ¡Y deja ya de hablar como si lo estuvieses leyendo en un libro! Coito ni coito...
El señor Nicked apareció por la puerta de la cocina e hizo uno de sus acostumbrados amagos de desmayarse, pero como ya nadie le hacía caso se levantó del suelo muy digno:
–¿Qué hablabáis? –preguntó.
–Nada –contestó cansada Helen.
–Lo he oído. –Los señaló amenazadoramente con el dedo índice estirado–. Habéis dicho "coito", y eso está muy mal. ¡Muy mal! Eso es pecado mortal. Esas cochinadas...
–¡Papá! ¿Quieres callarte? –se exasperó Helen.
–No, hija, no –contestó testarudo–. Porque ya era momento de que se me oyese, ¿sabes? Me parece estupendo que practiquéis esas guarradas cuando llega la noche y os zafáis el uno en el dormitorio del otro. Que os he visto yo por el pasillo saliendo corriendo. –Remus se preguntó cómo, porque siempre se aparecían y desaparecían–. Pero de eso a que estéis haciendo planes en la salita, ¡ni hablar del caso! ¿Vosotros me veis a mi mujer y a mí hablando de "coitos" o de "órganos reproductores" en el salón, ¿eh? ¿Me veis?
–Papá, estás sacando las cosas de quicio –dijo Helen.
–No, hija. Y me vas a dejar terminar, porque lo que yo he escuchado aquí raya ya lo...
–¡Insonorus! –gritó Helen apuntando con su varita hacia su padre.
Éste siguió abriendo y cerrando la boca un buen rato más, hasta que se dio cuenta de que no le salía ningún sonido por ella. Se aferró la garganta con ambas manos y se apretaba como si quisiese sacarse una espina. Se puso a llorar pero tampoco eso se le oía.
–¡Qué gusto! –Resopló Helen–. Ahora siéntate en la mesa y cállate –le espetó a su padre–. Bueno, eso último sobraba.
La señora Nicked apareció en el salón con una bandeja desbordada de emparedados.
–Avisadme, chicos, cuando venga el profesor Dumbledore –dijo–. Huy, que silencioso está todo de golpe, ¿no? –Miró a su alrededor–. Qué raro... Es como si faltase algo.
–¿Es que viene Dumbledore? –preguntó Remus.
–Sí, eso he dicho –contestó con decisión–. ¡Estoy harta de Ñobo! –gritó mientras caminaba hacia la cocina–. ¿Me has oído? –Se la escuchaba desde el salón–. Estoy por darte la prenda, ¿me has oído? ¿Que no quieres? ¡Pues haz algo!
Helen fue corriendo a la cocina para apaciguar a su madre. Remus se quedó mirando cómo crepitaba el fuego en la chimenea, esperando ver aparecer de un momento a otro en ella la alta figura de Dumbledore.
El señor Nicked se había puesto a aporrear con el tenedor en la mesa para llamar la atención de Remus. Éste se giró y el otro, por medio de señas, le dijo que fuese a la cocina en busca de las servilletas.
En esto Albus Dumbledore apareció en la chimenea con su alta figura, su expresión risueña y sus ojos tranquilos observando a uno desde atrás de sus gafas con forma de media luna.
–Señor Nicked –dijo amablemente–. ¡Qué gusto verlo!
Matthew abrió la boca y habló un par de segundos, pero sin decir nada.
–¿Qué? –Se acercó Dumbledore–. ¿Será que me estoy quedando sordo?
Entonces el señor Nicked se acordó de pronto e imitó con su mano el gesto de blandir una varita y después se señaló la garganta e intentó hablar y no le salía la voz.
–Entiendo, entiendo. –Sonreía Dumbledore–. ¡Finite! –Apuntó con su propia varita al muggle y éste recuperó la voz.
–Probando: uno, dos, tres... ¡Uno, dos, tres! –se palpó la garganta viendo que vibraba al pronunciar la erre–. ¡Qué alegría, Dumbledore! Ha sido mi hija, que se ha vuelto una gamberra. ¡Una gamberra! Mira que levantarle la varita a su padre... Deberían tenerlo ustedes prohibido.
–Lo siento, pero no, de momento –comentó con sorna el director.
–Y es que yo me hubiera defendido –continuó– porque, ya sabe, yo soy un mago frustrado, ya que ustedes no quieren reconocerlo. Pero sin varita comprenderá, Dumbledore, que mi hija me gana, porque es mucho más rápida. Yo para hacer magia tengo que concentrarme mucho, mucho y mucho –dijo entornando los ojos, arrugando el gesto y rechinando los dientes. Se le escapó un sonoro pedo–. ¡Uy, Dumbledore! Cuánto lo siento. ¡Qué vergüenza! –Se puso todo colorado–. Yo... Pensará usted que soy un sinvergüenza. ¡Qué bochorno, Dumbledore!
–No hay por qué disculparse. –Se sentó Dumbledore a la mesa, sonriente–. Yo, aquí donde me ve, también me tiro pedos de vez en cuando.
–¿En serio? ¿Usted? –preguntó el señor Nicked asombradísimo–. ¿Quién lo diría?
Estuvieron un rato callados. Remus reapareció con las servilletas y saludó a Dumbledore efusivamente, porque tenía ganas de verlo, aunque sólo habían pasado dos días desde la cena con los Longbottom. Después la señora Nicked lo llamó para que lo ayudara con el brocolí y éste salió corriendo hacia la cocina.
–Dumbledore, ¿puedo hacerle una pregunta? –le inquirió el muggle.
–¿Una? Sí, por supuesto.
–Me preguntaba si habría algún hechizo para hacer que un muggle tuviese magia.
Lo dijo tan abochornado que Dumbledore no se rió, aunque ganas tuvo de hacerlo y largo rato.
–No, Matthew, lo siento –dijo serio–. Pero ¿para qué quiere usted esos conjuros? ¿Es que quiere convertir a sus amigos del trabajo? Porque usted ya es un mago, ¿no? Todo un mago.
–Oh, claro –adoptó el señor Nicked un tono de voz incluso más grave–. Un mago. Sí, señor.
–Mire. No había hecho esto antes con nadie, pero ya que usted me cae bien... –El señor Nicked sonrió ampliamente–. Mire, le voy a dejar mi varita para que intente hacer algún encantamiento. Si le sale con ella es que seguro usted es un mago, pero si no... Si no, no hay nada que hacer.
–¡Acepto, acepto! –exclamó emocionado el señor Nicked ante la expectativa de coger la varita de un mago de verdad y poder volver a hacer magia–. ¿Qué tengo que hacer? –preguntó cuando se la dio.
–¿Ve esta cuchara del café? –Le señaló Dumbledore–. Es lo más pequeño que hay por aquí. Apunte mi varita hacia ella y pronuncie tranquilamente las palabras del conjuro de levitación: "Wingardium leviosa" –pronunció lentamente para que las aprendiese–. A ver, repita sin apuntar hacia la cucharilla.
–Winsartiur lefiosa –decía el señor Nicked.
–Bueno, sí, más o menos –consentía el otro–. Ahora apunte a la cucharilla.
Así lo hizo y el muggle gritó:
–¡Winsartiur lefiosa!
Y ¡sorpresa!: la cucharilla de tomar el café se quedó tan quieta que parecía que estaba pegada al mantel. El señor Nicked, encendido y sin querer mirar a Dumbledore, lo repitió por lo menos diez veces, gritando cada vez más alto. En la última ocasión le dio un golpe con la varita y la cuchara salió volando por los aires del impacto hasta caer en la chimenea, donde se fundió.
–¿Lo ha visto? ¿Lo has visto? –preguntó acalorado–. Se ha dado cuenta, ¿no? Soy un mago. He hecho magia. Necesito un poco de práctica, pero por algo se empieza.
–Deme mi varita –le rogó Dumbledore, sin perder su sonrisa, temeroso de que aquel hombre se decidiese a quedársela.
–¡Tome, tome! Por supuesto. –Se la tendió encantado–. Ahora me tendré que comprar una propia. Y un caldero y todos esos cachivaches que usan ustedes para sentirse gente importante. ¡Oh, no, no! Ya no puedo despotricar contra ustedes –sonrió–, porque yo ahora también soy un mago. ¿Podía usted concebir cosa más magnífica?
–No, en absoluto –terció Dumbledore.
La señora Nicked entró por la puerta franqueada por su hija y su yerno que llevaban sendos platos sobre ellos.
–¿De qué hablabáis? –se interesó sonriente la mujer sentándose a la mesa.
–¡He hecho magia, palomita! De nuevo. Y delante de Dumbledore; él podrá decírtelo.
–¡Oh, cállate, Matt! –terció.
Pero Dumbledore la interrumpió graznando unos sonidos muy raros y estridentes que provocaron muecas de dolor en el señor Nicked. Ante el asombro de todos la señora Nicked respondió a aquella orquesta cacofónica con otros ruidos y graznidos que salían de su boca. Dumbledore volvió a emitir otros cuantos, ella se rió y volvió a hacer lo mismo la bruja.
–¿Qué? –preguntó Remus boquiabierto.
–¡Mamá! –Igualmente asombrada Helen–. ¿Sabes hablar sirenio?
–¡Oh, sí! –contestó rápidamente Dumbledore–. Tu madre es una excelente platicante de sirenio, la única persona que he conocido en toda mi vida que sepa hablar esta lengua, además de yo mismo. Fue muy interesante cuando lo descubrimos –recordó Dumbledore y ambos se echaron a reír–. Un día yo me puse a haceros una demostración en mi clase de Transformaciones y la chica, muy resuelta, me salta que me ha entendido todo lo que había dicho. Fue muy gracioso. –Rió.
–Bueno, Matt. –Sonreía la señora Nicked–. Parece que Dumbledore dice que eres un mago de verdad. –Remus y Helen no comprendían nada de nada–. Eso está muy bien, muy pero que muy bien. ¡Y yo que creía que me había enamorado de un muggle! Mañana buscaré mi vieja varita, que creo que la tengo tirada por ahí; te la daré y podrás jugar con ella todo lo que quieras –explicó de la misma forma en que se habla a un niño–. Y ahora ¡a cenar! Que aproveche.
El señor Nicked se lanzó sobre los emparedados como una exhalación, contento ante la perspectiva de tener una varita propia con la que hechizar a su hija la próxima vez que se la encontrase hablando de "marranadas".
–Está todo exquisito, Helen –aprobó Dumbledore con una sonrisa. La señora Nicked se lo agradeció con un asentimiento de cabeza.
–Sí, sí, muy bueno –farfulló su marido con la boca llena–. Por cierto, palomita, me tendrás que comprar algunos libros de magia, ¿no?
La señora Nicked rió por lo bajo pero siguió con el juego:
–¡Oh, claro, Matt! –consintió sonriente–. Necesitarás libros de magia pero no te los vas a comprar. Son muy caros. Utilizarás los míos de cuando iba a Hogwarts, ¿te parece? Saldrá más barato...
–¡Magnífico! –exclamó el señor Nicked–. ¡Voy a aprender a hacer magia, magnífico!
Dumbledore y la señora Nicked se miraron y se sonrieron.
–¿Y qué has hecho, querido? –preguntó la señora Nicked–. ¿Qué encantamiento, me refiero?
–No sé. –Puso el muggle cara de incertidumbre–. Le he dado un golpe a la cuchara diciendo no sé qué de "winvartiun nerviosa" o algo así y la cuchara ha salido volando hasta la chimenea.
Los cinco se quedaron mirando las llamas que crepitaban suavemente y, en ellas, un trozo de metal informe que se derretía lentamente. De pronto las llamas desaparecieron surgiendo otras de color verde, y el rostro jadeante de James Potter con una herida sangrante en la frente apareció en la salita de los Nicked con un sonido como el de un desatascador del fregadero.
–¡Helen! ¡Helen! ¡Necesito tu ayuda! –gritó rápidamente–. ¡Oh, Dumbledore! Estás aquí... ¡Mejor! ¡Venid corriendo! ¡Hay heridos! –exclamó con la voz congestionada.
–¿Dónde? –preguntó Dumbledore levantándose con el rostro concentrado y atemorizador.
–A casa de los Longbottom –contestó apresuradamente, y su cabeza desapareció.
–¿Cómo hacen eso? –se interesó el señor Nicked–. ¿Eso de meter sólo la cabeza por el fuego, me refiero? Es curioso, ¿verdad?
–No hay tiempo para eso ahora –repuso Dumbledore serio–. ¡Vamos, Helen!
–No, Dumbledore. –Se interpuso la señora Nicked–. No seré una miembra de la orden, perfecto, pero soy una sanadora especializada del hospital San Mungo. Si alguien conoce los remedios soy yo, no una muchachita de tercer grado –explicó serena mirando a su hija de reojo.
–De acuerdo –consintió Dumbledore–, acompáñenos. Pero Helen viene también. Pueda ayudarla a usted. ¡Y no nos demoremos más! –Remus se levantó también de su asiento–. ¡No! –gritó Dumbledore señalándolo–. Tú quédate aquí, con el señor Nicked.
–Pero yo... –repuso.
–Obedéceme, Remus J. Lupin –dijo Dumbledore con una voz atronadora.
Desaparecieron por la chimenea.
–¡No puedo quedarme aquí! –Golpeó la mesa con el puño, pero lo único que consiguió fue hacerse daño.
–Yo que tú me metía en esa chimenea e iba detrás de ellos. –Le guiñó un ojo el señor Nicked–. Si te dice algo Dumbledore dile que yo soy tu suegro y te he dado mi consentimiento. –Y le sonrió.
–Gracias, Matthew.
Y el chico lanzó un puñado de polvos flu en la chimenea. Viajó por la red flu y apareció en el hueco de la pared de los Longbottom justo cuando un muro se caía justo a sus pies. Dumbledore se volvió y lo vio allí plantado en la chimenea.
–¡Tú, Remus! –le espetó–. ¿Qué haces aquí?
Su rostro estaba más enojado de lo que Remus lo había visto nunca.
–Yo... Yo... –tartamudeaba.
Dumbledore se acercó en un par de zancadas hacia él, sorteando los escombros y las llamaradas que aún se alzaban en el suelo.
–Remus... –dijo con un tono mucho más suave al ponerse a su lado–. No deberías ver esto, Remus.
El chico miró a su alrededor y vio que los sofás en los que se habían sentado días atrás, en la cena de los Longbottom, ardían; las paredes se habían derrumbado y algunas tenían significativos agujeros que las partían de parte a parte; el techo había desaparecido completamente y las estrellas le guiñaban a Remus.
Alice estaba tendida en el suelo, semiinconsciente, con Helen madre e hija que la cuidaban rápidamente. Frank estaba a su lado, sudoroso y con numerosas magulladuras por todo el cuerpo. James y Lily lo intentaban consolar, pero no podían. Él gritaba y lloraba y maldecía.
–¿Qué ha pasado? –preguntó Remus con un hilo de voz.
Pero Dumbledore no le contestó. Estaba levantando un muro a golpe de varita. Enseguida quedó clavado en el sitio en que estaba antes. El anciano mago se quedó mirando alrededor de sí con ojos tristes, chasqueando la lengua.
Sirius Black se apareció con el rugir furioso de su capa y corrió para preguntar por su amigo James. Lo abrazó y le miró la herida de la frente con los dientes apretados. Dumbledore lo miró fijamente y finalmente se volvió hacia Remus:
–Lo mismo que siempre, Remus –contestó al fin Dumbledore sentándose en el suelo–. Voldemort...
–¿Voldemort? –preguntó Remus en voz alta y los gritos de Frank aumentaron–. ¿Qué quería, Dumbledore?
–¿Qué iba a ser? –Dumbledore no lo miraba a él directamente, pero su rostro estaba lleno de arrugas y cansado como si no hubiese dormido en muchos días.
–¿El qué? –insistió Remus.
–A ti, Remus. –Lo atravesó al fin con su penetrante mirada de ojos azules.
–¿Cómo? –dijo Remus sin entender.
–Yo tampoco sé los detalles. –Elevó la mirada para ver las estrellas y las constelaciones del cielo–. Yo tampoco comprendo lo que ha pasado aquí. –Y una triste lágrima le cayó por la mejilla hasta la blanca barba.
–¡Él ha venido! –gritaba Frank–. ¡Ha venido! Con dos o tres mortífagos y se ha divertido lanzando maleficios por la casa ¡y hasta a nosotros mismos! –Lloraba mirando a Alice, que seguía tumbada sobre el polvoriento suelo–. Nos ha exigido constantemente que le dijésemos dónde vivías ahora, Remus, ¡pero nosotros no lo sabíamos! –Gemía.
Sirius lanzó una mirada a Remus de profundo desprecio. Remus se sintió solo, acobardado, con Dumbledore triste mirando las estrellas, como si quisiese desvelar en ellas el secreto del mañana.
–Por suerte Lily y yo nos pasamos por aquí –explicó James con voz ronca de tanto gritar por la chimenea–. El otro día nos dejamos la capa y le habíamos mandado una lechuza a Frank diciéndole que uno de estos días nos pasaríamos Lily y yo por su casa y nos pararíamos a tomar un trago: hoy, por suerte. Yo me he aparecido delante de él y me ha rozado una de sus maldiciones. –Se señaló la frente, que no le había dejado de sangrar–. Lily se apareció por detrás y pudo aturdirlo.
–¡¡¡Pero Alice va a morir!!! ¡Va a morir! –se lamentaba Frank.
–¿Sólo quería que le dijeseis dónde estaba ahora? –preguntó Remus confuso.
–¿De qué te extraña? –intervino Sirius huraño–. Hemos estado salvándote el culo todo este tiempo.
–Así es –confirmó James también, aunque algo más ortodoxo–. Suerte que pudimos ayudar un poco a Frank y Alice con todo –abrazó a Lily, a quien estaba aferrado–, y pudimos deshacernos de los mortífagos. Pero... pero... –Se le había hecho un nudo en el estómago.
Lily se puso a llorar de pronto, tapándose la cara con las manos.
–¿Qué te pasa? –le inquirió Sirius.
–Fui a la orden a pedir refuerzos –explicó y Dumbledore por fin bajó la vista de los cielos–. No estabas, Dumbledore. ¡Ni Moody! Aquello estaba desierto. Sólo estaba Fenwick.
–¿Benji Fenwick? –inquirió Dumbledore. James asintió mientras la barbilla le temblaba–. ¿Dónde está? –preguntó impaciente.
James señaló un rincón, que, especialmente, estaba derrumbado y derruido. Dumbledore avanzó hacia él y levantó los trozos de escombros con magia. Cuando por fin alcanzó a ver el suelo polvoriento ante su vista se extendía una pavorosa escena: un ojo quemado, dedos diseccionados, un pulmón chorreante... Del otro ojo se le descolgó otra lágrima a Dumbledore.
–Cuando eso fui a avisar a Helen para que curase a Alice –continuó explicando James–. Por suerte estabas allí, Dumbledore.
Éste se volvió hacia ellos muy serio y con una expresión tan grave en su rostro que por fin sintieron por qué Voldemort le tenía tanto miedo a aquel mago: era como para temerle.
–¿Te encuentras bien, Alice? –preguntó Helen cuando vio que ésta abría los ojos.
–¡Alice, Alice! –Le aferró la mano Frank con ahínco.
–Sí... –contestó con los ojos medio entornados y con expresión de dolor.
–¿Ha perdido el niño? –preguntó Frank con el miedo plasmado en su rostro.
–Todo parece indicar que no –explicó serenamente la señora Nicked–, pero sería conveniente que se hiciese un chequeo en San Mungo. Es conveniente que la ingresen –recomendó–. Allí podrán tratarla con un equipo más sofisticado del que aquí disponemos.
–¿Puedes levantarte, cariño? –le preguntó cariñosamente a su esposa–. Vamos, hay que marchar por la chimenea. Porque en estas condiciones no podrá hacer magia, ¿no? –volviéndose hacia la señora Nicked.
–Lo mejor es que utilice los polvos flu, por supuesto –explicó.
Dumbledore cogió un trozo de pared y lo apuntó con su varita:
–Portus –pronunció–. Tomad. –Se lo alargó–. Es un traslador ahora. En un segundo estaréis en San Mungo –explicó.
Alice lo cogió con mano trémula y Frank también lo sostuvo mientras miraba con preocupación a su mujer.
–Acompáñelos, por favor, Helen –le rogó Dumbledore a la señora Nicked–. ¿Vosotros estáis bien, chicos? –se volvió hacia James y Lily, que asintieron vehementes.
El traslador se los engulló en un torbellino de colores y sonidos estridentes y mareantes que los condujeron en un santiamén a San Mungo. Dumbledore, al verlos desaparecer, comenzó a agitar con fiereza su varita y los trozos de pared se volvían a instalar en su sitio hasta que las paredes volvieron a estar en pie. Con una extensa floritura el techo apareció con un sonido sordo.
–Es lo más que puedo hacer –explicó y se sentó de nuevo en el suelo, muy entristecido.
Remus se sentía incómodo allí de pie. Se creía culpable de todo lo pasado, y con Dumbledore tan entristecido tenía el estómago lleno de estúpidas mariposas que golpeaban contra sus paredes y le produjeron ganas de vomitar. Se volvió hacia la chimenea y echó toda la cena sobre las cenizas y los trozos de escombros que habían desembocado allí.
–Qué buen papel –musitó Sirius.
Todos estaban tan callados que no supuso un gran problema escuchar las palabras de Canuto, pero nadie dijo nada, ni tan siquiera Dumbledore, que seguía sentado con las piernas cruzadas en el suelo.
–Yo... Lo siento... No sabía... –se disculpó Remus para ver si aquellas malditas mariposas echaban a volar por su boca.
–¿Qué vas a sentir? –le espetó Sirius con rabia.
–¿Qué estás queriendo decir? –le preguntó Helen mirándolo con enfado.
–¡Oh, vamos! ¡Está claro! Se quedó solo cuando nos encontramos con Voldemort la primera vez y se escapó aunque estaban todos sus mortífagos y él. ¿Se escapó? No. Voldemort lo dejó marchar. Ahora dice que te está buscando, pero no te persigue a ti, ¡sino a nosotros! Creo que está bastante claro quién es el traidor en la orden, ¿no?
–¡¡¡Sirius Black!!! –Se levantó lentamente Dumbledore del suelo y lo miró de tal forma que irradiaban energía sus pequeños pero brillantes ojos azules–. ¡Cállate!, ¿quieres? –Se tranquilizó–. Me voy a San Mungo.
Y se desapareció arrebujado en su capa.
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¡Ya está! Aquí se cortó. Bien, no quiero ser repetitivo (y bien sé que lo soy), pero la página que os llevaba recomendando todo el rato desde el principio está muy bien, así que espero veros pronto por allí.
El siguiente capítulo de la saga, el vigésimo ya, aparecerá el sábado 4 de noviembre. Ya sé que dije en el capítulo anterior que lo más probable es que acabara colgando los capítulos a partir de ese momento las tardes de los viernes, pero la cosa se me ha complicado bastante. Que como se está acercando la Navidad:
Avance del capítulo 20 (ABETOS, TURRONES Y UN REGALO DE NAVIDAD): Ay, la Navidad... Es preciosa para quienes pueden vivirla al lado de sus seres queridos; pero ¿qué pasa cuando el más importante no se sabe dónde está? Hay que aferrarse a todo. Y Remus se debe darse cuenta de que no está solo.
Bueno, como hice capítulos atrás, voy a dar las iniciales de los capítulos 21 a 25:
21: B.!
22: H. que la M. los U. más T.
23: P. de una V. S.
24: S...
25: S. M.
Bueno, amigos lectores, ¡nos vemos la semana que viene! Cuidaos y disfrutad de la semana. ¡Saludos a todos!
Quique (KaicuDumb).
POR CIERTO, he abierto un foro en la dirección arriba señalada que se titula "Sobre MDUL", en el que me gustaría que participaseis dando vuestra opinión. ¡Recordad que el que más mensajes deje puede convertirse en miembro de honor de la página!
