Un suspiro en la mañana. Un botón que se enciende, luz verde. 144. Un suspiro en la mañana.
¡Bienvenidos todos a la vigésima entrega de MDUL! Por suerte, todos los males de la página ya se han solucionado, y se pueden colgar los capítulos con normalidad. Pero algo que no sabía yo es que fanfiction no permitiese hacer publicidad en sus relatos a otras páginas. Es un poco decepcionante, ¿no os parece? Por tal motivo, aquél que quiera conocer la página que tanto os anuncié la semana pasada que me lo diga personalmente y le envío una invitación personal por correo electrónico. Ya he dicho que para lectores y autores es una bonísima oportunidad.
Respondo "reviews", que han sido menos numerosos que en otras ocasiones (hay veces que pienso que es demasiado tenso colgar un capítulo cada semana, porque no os da tiempo a nada):
–AYA K: ¡Hola! Encantado de haber podido hablar contigo el domingo. Fue pura casualidad el conectarme al msn, pero coincidimos y me alegro, pues no había tenido la oportunidad de hablar directamente contigo. Gracias también por permitirme ver una foto tuya; me reitero, eres bastante guapa. ¿Yo mono? Perdona, me excedí. Lo cierto es que tengo unos amigos muy "crueles" (lo digo cariñosamente) que siempre me están tomando el pelo, y ya siempre me lo tomo todo a broma, porque son bastante puntillitas con mi cara, ni que fuera un chimpancé tirando para gorila, ya te lo dije. Bueno, cambio de tema que me da igual ser guapo que feo, que lo prima está en el interior; y me quedo con que soy mono... (Risas). Dices en el "review" que escribo el doble que vosotros en los "reviews", y es cierto. ¡Pero tampoco me importa que vosotros escribáis más o menos, mientras lo hagáis por propia voluntad! No sé quién dijo que a ver si contaba un poco más mi vida, que no decía nada de mí, ¡pero si me enrollo más que una persiana! No sé, así sin más, qué quieren que les cuente; si eso que pregunten. ¿Ves? Ya te empiezo a comentar cosas que tú estarás diciendo: «Bueno, sí, pero ¿a mí qué?» Tengo varias cosas que comentarte: en primer lugar, ¡te entristeces por todo el mundo! El señor Nicked, Frank... Si me sigues leyendo (es que hay gente, snif, que se queda a medio camino), ¡no sé qué vas a pensar cuándo realmente veas sufrir a los personajes! Porque vienen tiempos difíciles, muy difíciles. Y el señor Nicked... No sé. Sí, lo hacen pasar mal, pero a fin de cuentas el no es mago, y si Dumbledore le deja su varita es por que se entretenga un rato. No lo hace con mala intención. Luego, Sirius... Pobre, la verdad es que he sido muy desconsiderado con él, pero voy a tener que seguir siéndolo. Vamos, lo digo porque sé que en los próximos capítulos este enfrentamiento Remus-Sirius, anticipo, va a continuar. Pero ahora estoy escribiendo el capítulo 50, como sabéis, y aparece Sirius, después de mucho tiempo "recluido", y pienso tratarlo mucho mejor. No sé si has sido tú o no que me han dicho que lo pinto un poco imbécil pero que, de todas formas, le gusta. Bueno... No sé, ¡yo he puesto este enfrentamiento Sirius-Remus porque Sirius así lo dice en el tercer libro!: desconfió de Remus, dijo. ¡Lo dijo! Por tanto, me parece bastante coherente que Sirius, que no se calla una, salte una y otra vez. Pero tiempo al tiempo... Nada más, ¡ah, sí! Que me sonrojaste con eso de que por mi culpa (hablando supongo en broma, es evidente) los demás no os leen. Te agradezco el comentario, pero a ver, no es tan bonito cómo lo pintas, pues tampoco me lee mucha gente. Hay otros relatos peor escritos por ahí que no sé para qué se han escrito y han llegado con una facilidad casi incomprensible a los 1.000 "reviews" (no pienso dar nombres) cuando su argumento es pésimo y no tiene nada de originalidad; quiero decir, que el tuyo, AYA K, tiene mucho más valor que alguno de los que andan por ahí de autores que, mágicamente, están en todas las listas de autores favoritos. Pero a mí me parecen intragables, siento ser tan directo, pero es que no me gustan los "best-sellers" cuando hay tan buenas obras de la literatura que se pudren en las bibliotecas, empolvadas. ¡Huy, perdón! Te estarás preguntando si tengo ganas de amargarte o qué; no, lo siento. Sólo espero que tú tengas igual éxito con tus "fics", porque en la humildad y en el buen escribir y en los argumentos pausados, como te conozco, está la clave. Sólo hay que mejorar con la práctica. Bueno, espero que te registres prontísimo en la página de que estuvimos hablando el otro día, porque está creciendo muy bien e imagino que allí podrías conocer a gente importante. ¡Ah! Puedes exponer un "fic", el que más te guste. Así te leería más gente y, a lo mejor, con el tiempo te convierten en "weaver", aunque eso también si participas bien y constante. Te digo por experiencia que ser un "weaver" tiene sus ventajas. Un besote, asturiana, y a ver si "vémonos" pronto...
–ANA (LEONITA): ¡Hola! Antes de nada, ¡saludos a Pepe! Antes también de pasar a algo más importante, ¡qué bien que hablamos el domingo!, aunque estaba en casa de un amigo y no podía responderte tanto como me hubiera gustado, porque si se ponía a hacer algo no lo iba a interrumpir, como comprenderás; suficiente que me dejó conectarme, fue muy buena gente. Me alegro también de que participes activamente en "Story-Weavers". ¡Me encantaría que te convirtiera en miembro de honor!, cosa que explica en ayuda. Oye, podrías presentarte a algún concurso... A mí también me gustaría leer algo tuyo. ¡Ah! Hablando de leer, escribir, que es lo mismo... ¡No me ha llegado el número de la cuenta para lo del teclado! Que es broma, hombre. Ya tampoco hace falta, porque cogí un día, fui al "Carrefour" y me compré un teclado de la marca "Microsoft" la mar de chulo, que funciona a las mil maravillas y que ¡me va bien! No sabes lo bien que se vive y lo tranquilo que anda uno cuando se puede despreocupar de la ele y si se ha puesto o no. ¡Ay! Ah, gracias por contestar en el foro "Sobre MDUL". Sabe que puedes pasarte por allí siempre que quieras a dejar tu opinión, porque estaré encantado de leerla. Aunque ya abriré nuevos foros, pero más adelante, cuando aparezca Wathelpun... (Silencio sepulcral, Quique calla, más no debe hablar). Gracias también por insistir tanto a la hora de dejar el "review" si tenías problemas. Hay gente, imagino, que se hubiera amargado a la segunda y no lo hubiera mandado. Pero tú eres un solete, leguyela. A todo esto, ¿qué significa eso? Bueno, bajemos de las nubes y pongámonos con el "review". (Antes de nada, parece que Joanne y tú habéis hablado, ¿no? Lo digo porque me llegan todos los mensajes a mi correo. ¿Y qué tal? ¿Va a haber simbiosis? Por cierto, podrías invitar a tus amigas de por ahí a esta página. Si escriben y eso, y se participan a concursos, tal vez les interesara estar registradas, pero sólo es una sugerencia). Bien, ya sí que sí. Antes de nada, recuerda que yo mismo te advertí capítulos atrás que del 15 al 20 iban a ser un poco insípidos, que a partir de ésos ya vendría, en unos más que otros, la acción, y a partir del 40 no os podréis despegar de la pantalla. No lo digo por nada, sino porque Elena es mi cobaya y lo tengo ya todo comprobado. Es cierto que la acción en ese capítulo me salió bastante mal, porque recuerdo que lo escribí sin mucha inspiración (me faltaba la Musa). Pero, bueno, sí es cierto, reconozco, que los diálogos sí me empiezan ahí a salir bastante bien. Recuerda (siempre estoy diciendo lo mismo, a lo mejor resulto algo pesado) que yo voy por el capítulo 50 y esto lo escribí en julio o agosto, no recuerdo. Lo único que sé, o creo saber, es que este capítulo sí te va a gustar. Por cierto, ¿has leído el capítulo en el que explico cómo se conocieron los merodeadores? Lo digo porque la idea fue tuya y ya lo colgué, y me gustaría saber si te ha gustado. Bueno, se despide el ex virus (qué mal suena, santa Rowling del cielo; ciertamente tenía que quitar aquello y poner Quique Castillo) y espera que todo vaya bien en este genial puente que tenemos. El martes intentaré conectarme de nuevo, a ver si veo algún mensaje nuevo tuyo en el foro o en la bandeja de entrada. Besos.
–LUNIS: ¡Hola! ¿Qué tal tu padre, Remus? Me hace gracia que tus "reviews" nunca cambian de estilo, que sigues tratándolo como tu padre como desde el principio. Eso es constancia, sí, señor. ¡Y luego a Sirius también como tu tío! Pues qué tío más malo, habrás dicho en este capítulo. ¡Pobre! Me empieza a dar pena. Dices que no tiene sentido lo de que Sirius riña con Remus (sí, quizá es algo exagerado), pero Sirius reconoce en el tercer libro que desconfió de Remus y por eso le entregó a Peter a los Potter para que los vigilara. Bueno, chica, espero que estés siguiendo mis consejos y te tomes la vida con moderación. Creo que eras tú quien me decía que tenía el ordenador estropeado con un virus y que lo estaba escribiendo todo en un cuaderno. Es una lata, me imagino, pero eso demuestra tu enorme esfuerzo y dedicación. ¡Enhorabuena! Muchos besos mando para allá.
–LORIEN LUPIN: ¿Qué te voy a decir a ti que no te haya dicho ya? En primer lugar, ¡hola! En segundo lugar, que espero que hayas leído el correo que te mande, pues si no, no me vas a comprender. En tercer lugar, que tal y como te indiqué te apuntes a "Story-Weavers" tan pronto como puedas. Si quieres responderme algo de lo que te expuse en el correo, como te indiqué, no lo hagas en ningún medio de transmisión público ("review", foro de "Story-Weavers", etc.); te recomiendo que me mandes, simplemente, un correo electrónico. Te tendré al tanto de todo lo que me entere. ¡Ah! Gracias por indicarme que no salía la dirección, porque de no haber sido por eso yo, tan feliz, no me hubiera dado ni cuenta. También, ¡menuda semanita, chiquilla! Enhorabuena por todos las cosas que le ha pasado a tu familia, y espero que te encuentres bien con lo de tu endodoncia, que no sé en qué consiste ciertamente, pero tampoco quiero informarme, porque yo también estoy liado con dentistas y ortodoncistas y es un asco. Bien, pasando ya a hablar sobre el "review" en sí: sí, ¡Sirius malo! Siempre piensas igual que yo, a favor de Remus Lupin. ¡Y también igual que Helen Nicked Lupin! Por cierto, ella me respaldó a la hora de apoyarte en ya sabes qué. Que sepas que sí, en algún lugar del mundo eres famosa, y se habla de ti, y se quieren tus relatos y se te aprecia como escritora, como persona y como lectora. Espero que este capítulo te guste, que también es casualidad, se acerca la Navidad y va de Navidad... Que por allí es verano ya, ¿no? ¿Y has acabado el curso? No me lo digas, ¡no me lo digas! No me des envidia... ¡Ay! Pues aquí no ha hecho sino empezar lo malo. A primeros de enero tendré un examen de literatura medieval que concierne hasta el siglo XIII. Espero que os acordéis de mí por entonces, y espero también poder seguir colgando capítulos. Un beso, Lorien.
CAPÍTULO XX (ABETOS, TURRONES Y UN REGALO DE NAVIDAD)Remus tomó el diario El Profeta que había encima de la mesita:
El Profeta ha recibido notificado un nuevo ataque de Quien–Ustedes–Saben, con lo que este mes ya alcanzan la docena, y debe sumarse a los ya fallecidos el auror Benji Fenwick, de cuarenta y cinco años de edad, que fue derribado por un aliado de Quien–Ustedes–Saben.
Quien–Ustedes–Saben se presentó ayer en la casa de los aurores Longbottom para atacarlos, pero éstos, con mucha valentía, se enfrentaron a él y resultaron airosos. Quien–Ustedes–Saben iba acompañado de tres de sus mortífagos y realizó el ataque caída la noche. James Potter y Lily Evans, avisados por el griterío, acudieron para prestar auxilio, pero los valientes y respetados aurores Frank y Alice Longbottom ya habían conseguido zafarse de las atroces maldiciones de Quien–No–Debe–Ser–Nombrado.
Alice Longbottom, que está embarazada de un mes, se encuentra hospitalizada en San Mungo a causa de unas heridas de consideración que ha sufrido.
–Te he traído un ramo de flores –le dejó un puñado de variopintas flores de los más diversos colores Remus en un jarrón que había al lado de la cama de Alice en el hospital.
–Gracias, Remus, pero no tenías por qué molestarte –le agradeció la chica.
–No ha sido molestia –reconoció. En el fondo se sentía un poco culpable de que Voldemort hubiese ido detrás de ellos cuando en realidad era a él a quien quería–. ¿De cuándo es esto? –Le señaló el periódico.
–De hace tres días –explicó–. ¿Lo has leído? –Rió–. Nos llaman aurores, a nosotros, ¡ya! La verdad es que están un poco malinformados, pero nos han hecho buena prensa a Frank y a mí.
Se asentó un incómodo silencio.
–¿Estás mejor? –le preguntó Remus. Estaban solos porque Helen estaba curando una herida a Peter que se había hecho pillándose un dedo con la puerta mágica, y Frank estaba en la cafetería del hospital, tomándose algo.
–Sí, mucho mejor.
–¿Y el niño? –preguntó no sabiendo lo que había ocurrido y cómo ella podía reaccionar.
–Está bien. –Sonrió–. Me han hecho una ecografía y me han dicho que va normal –explicó.
–Me alegro. –Respiró aliviado–. Lo cierto es que... –No sabía si se atrevería a decirlo–. Lo cierto es que me siento un poco culpable.
–¿Culpable por qué? –le inquirió Alice.
–Bueno, ha sido por mi culpa –reconoció mirándose la punta de sus zapatos.
–Eso no es cierto. –Le sonrió.
–Sí lo es –se obstinó–. Voldemort iba a por mí otra vez, no a por vosotros.
–Pero Dumbledore te tiene a buen recaudo. Llegará el momento en que nos tendrá que esconder a todos para que salvemos nuestras vidas. –Rio torpemente, porque enseguida se dio cuenta de que aquello le producía un irritante dolor en el costado. Tosió.
–¿Estás bien? –se preocupó.
Frank entró por la puerta con un café humeante en la mano.
–Toma, Remus. Te he traído esto. –Le tendió el vaso de plástico.
–Gracias, pero me iba –reconoció el chico, sintiéndose molesto.
–¿Ya? ¡Acabas de llegar! –Sonrió.
–¿Sabes lo que dice Remus, cariño? –comentó Alice–. Dice que se siente culpable porque Voldemort debería haberle atacado a él en lugar de a nosotros.
Frank miró a Remus como a un hermano y le dijo que no tenía de qué sentirse culpable; que si alguien debía tener una astilla en la conciencia ése era Voldemort. Remus sonrió tímidamente.
–Así está mucho mejor –dijo Alice.
–Sirius no me habla –comentó Remus–. Se cree que yo... ¡estoy del lado tenebroso!
–¡Paparruchadas! –Le dio unos golpecitos en el hombro Frank–. Sirius y tú sois grandes amigos. Ahora está enfadado porque acaban de atacar a su mejor amigo, pero pronto se le pasará.
Remus pensó que ojalá, porque no soportaba estar a mal con nadie del grupo. Y menos cuando él sabía perfectamente que no era ningún aliado de Voldemort. Estaba dispuesto a tomarse el Veritaserum para que Sirius viera que estaba en un error, pero estaba convencido de que éste acabaría preguntándole otras cosas, que no vendrían al caso, mucho más quisquillosas, y se olvidaría por completo del asunto del supuesto traidor.
–¿Y estas flores? –preguntó Frank.
–Las ha traído Remus –explicó Alice desde la cama.
Frank sonrió.
–No sabía que actuaran ahora así los mortífagos –comentó con sorna–. ¡Vamos! Sácate esa tontería de la cabeza y verás como de aquí a dos días Sirius y tú estáis otra vez a buenas.
–Ojalá –reflejó la palabra que rondaba por su mente–. Bueno, ya en serio: tengo que irme. Te agradezco enormemente el café, Frank. ¡Y los consejos! Gracias.
–Gracias a ti por venir –le dio una palmada en la espalda Frank.
–Hasta luego, Remus. –Levantó una mano para despedirlo Alice.
–Adiós, Alice. Cúrate pronto, ¿quieres?
–Yo sí quiero, pero... –bromeó.
Y se desvaneció en el aire, reapareciendo al instante en el ajetreo del callejón Diagon con su capa ondeando. Se guardó la varita en la túnica y echó a caminar por la empedrada avenida mirando a un lado y otro, contemplando los escaparetes con detenimiento y preguntando en algunas ocasiones al tendero el precio de tal o cual artículo.
Entró en Florish y Blotts y preguntó por algunos libros de adivinación y premoniciones, pero después pensó que no resultarían de su agrado. También preguntó por algunos títulos de medicina mágica, pero ninguna lo acababa por convencer.
Salió de la tienda cabizbajo. ¡No tenía ni idea! Al salir por la puerta de la librería se dio de bruces contra un hombre joven y alto, con el pelo largo e intensamente rubio, al que casi derriba. El hombre, que sólo era unos años mayor que él, pero que llevaba tal porte que lo hacía mayor, se volvió hacia él enseñando mucho los dientes y le gritó:
–¡Mira por dónde vas, idiota!
Después el hombre aquel se volvió y Lucius Malfoy reconoció al joven Remus Lupin que tiempo atrás había tenido el gusto de ver en el bosque cuando Voldemort secuestró al señor Nicked y su hija.
–Lo siento –susurró Remus cuando Malfoy se marchaba ya con paso militar.
Anduvo un rato más cabizbajo, preguntándose si estaría mucho tiempo más diciendo que lo sentía todo, porque en aquel momento era aquélla la sensación que tenía: que era el culpable de todas las cosas malas que sucedían a su alrededor.
Se volvió a golpear contra otra persona, y ambos cayeron al suelo.
–¡Lo siento, lo siento! –se disculpaba Remus y se levantó de un salto, sacudiéndose la arena de las manos, para ayudar a...–. ¡James!
–Sí –cercioró James Potter–. ¿Qué pretendes embistiendo a la gente con esa fuerza? –preguntó–. Bueno, ¿qué haces aquí?
–Estaba buscándole un regalo de Navidad a Helen.
–¿Ah, sí? Yo también a Lily. Pero ¿por qué son las chicas tan raras, eh, Remus?
–No lo sé. –Se encogió de hombros–. Supongo que ellas pensarán lo mismo de nosotros, ¿no crees?
–Sí, supongo. ¿Y qué has pensado?
–Tampoco lo sé. No he venido con una idea fija, sino a mirar. –Siguió contemplando con mirada vaga y perdida los escaparates de a lo lejos.
–¿Qué tal un sombrero? –comentó James señalando un perchero que había a la entrada de una diminuta tienda y en la que colgaban los más ridículos y extraños sombreros que Remus había visto nunca.
–Nunca he visto a Lily con un sombrero –dijo simplemente Remus.
–Por eso. Será que no tiene ninguno.
Se quedaron callados.
–¡James! ¡James! –Ambos se volvieron: era Sirius Black–. ¡Espera!
Llegó corriendo hasta ellos. Cuando por fin los alcanzó se dobló por la cintura del cansancio y miraba a Remus con profundo desprecio que al joven no le pasó desaparecibido.
–¡Acómpañame, James! –le dijo–. Te estaba comprando un regalo de Navidad –miró a Remus de nuevo de reojo– y... ¡Ven a ver esto!
–¿Dónde, Sirius? –preguntó cuando lo agarró del brazo.
–¡A Artículos de Calidad para el Juego del Quidditch! –contestó.
–¿Quieres venir, Remus? –preguntó James mientras lo arrastraba.
–No, gracias –soslayó educadamente–. Otro día.
Y se dio media vuelta.
Había comenzado a nevar en el callejón y Remus se echó la capucha de la capa sobre la cabeza. Iba con la cabeza gacha de nuevo, sin saber por dónde iba, y la gente se tenía que apartar a su paso para no golpearse con él. Fuera hacia mucho frío, pero dentro de Remus había un sensación cálida de odio.
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Remus apareció en la chimenea del despacho de Dumbledore con expresión de incertidumbre.
–¿Qué querías? –le preguntó sentándose frente de él.
–Hola, Remus –dijo escueto soltando la pluma con que escribía.
–Hola, Dumbledore –pronunció con desgana.
–¿Quieres tomarte algo? –se ofreció.
–No, Dumbledore –repuso desganado.
–¡Ah! –Retomó la pluma y siguió escribiendo en su pergamino.
–¿Qué querías, Dumbledore? –repitió con pesadez Remus.
–¿Sí? –preguntó Dumbledore, cuya única tarea parecía consistir en alterar y fastidiar constantemente a Remus–. ¡Ah! Lo de por qué te he llamado, ¿no? –Remus asintió–. Pues verás, todos los alumnos, o la mayoría, al menos, han partido ya para sus hogares para celebrar la Navidad con sus familias.
–¿Y? –preguntó Remus–. Eso ya me lo había imaginado.
–La cuestión, Remus, es si quieres pasar la noche de Navidad conmigo aquí, en la escuela.
–¿Aquí? ¿En la escuela? –repitió.
–Sí –contestó sonriente–. Estás entre eso o celebrarla con Helen y tu familia política o con tus amigos –Remus apoyó los codos sobre el escritorio de Dumbledore y se derrumbó–. Pero, como te veo muy alicaído últimamente, por eso te lo he preguntado.
Remus no supo qué contestar en un principio.
–No lo sé –dijo al fin.
–No te he pedido que me des una respuesta ahora –explicó Dumbedore bonachón–. Te lo he comentado simplemente porque creía que a lo mejor tenías ganas de pasar unas navidades tranquilas en las que pasases desapercibido.
–¿Desapercibido? –Remus rió falsamente–. ¿Qué quieres, que me esconda debajo de las piedras? –Se rió de su propio chiste.
–No, Remus –le sonrió–, pero que tampoco tú te eches sobre ti más piedras de las que ya acarreas, ¿entendido? –Remus lo miró sin comprender–. ¿Es que siempre te lo voy a tener que explicar todo para que lo entiendas? –Rió–. ¡Pasa de todo y de todos! –concluyó.
–Un consejo muy útil, Dumbledore, gracias –dijo irónicamente–, pero tiene una pega: ¡es algo complicado de llevar a la práctica!, ¿sabías? ¿Y a qué te refieres en particular? –le preguntó.
–Yo no lo sé, Remus –explicó como si fuese un misterio–. Sólo tú sabes lo que bulle en esa cabeza que llevas sobre los hombros, ¿no te parece? –Volvió a coger la pluma y la mojó en el tintero–. Cuando quieras puedes irte, que tengo que acabar de escribir estas cartas.
Remus se levantó e iba a despedirse cuando se le ocurrió una idea:
–¡Dumbledore!
–¿Qué? –Levantó la vista sonriente.
–¿Qué podría regalarle a Helen por Navidad? –preguntó.
–No sé. Déjame pensar. –Miró hacia el techo–. ¡Ay, no sé! ¿Un reloj, quizás?
–¿Un reloj? –Frunció el ceño–. Mejor le preguntaré a Lily –comentó–. Adiós.
–Hasta luego, Remus. ¡Ah! Y no te olvides de decirme lo que has decidido.
–Eso haré.
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–¿Un juego de pociones? ¿Como el que le regalasteis a su madre? –preguntó Lily–. ¡No! Eso no le gustaría a Helen.
–Entonces, ¿qué? –se intranquilizó Remus.
–No sé. A ver que piense. –Puso cara de circunstancias–. ¿Te puedo hacer una pregunta?
–¿Una pregunta? ¡Oh, claro!
–¿Tú sabes lo que me quiere regalar James?
–No –respondió–. Y aunque lo supiese no te lo diría. ¡Eres una cotilla!
–¿Ah, sí? –Se hizo la ofendida–. Pues ya no te ayudo. –Y se cruzó de brazos.
Remus se desapareció antes de que ella dijese que era una broma.
–¡Hay que ver con Remus! –exclamó cuando vio que su capa ondeaba y se lo tragaba–. Vaya si está susceptible. ¡Estaba de broma!
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–¿Un regalo? –preguntó el señor Nicked–. ¡Magnífico! Yo soy experto en hacerle regalos a mi hija –comentó muy orgulloso–. A los diez años le regalé un libro y a los pocos días me lo encontré en la biblioteca pública. ¿Te lo puedes creer? Le había gustado tanto que quería compartirlo con todos sus amiguitos.
–Por supuesto –fingió Remus–. ¿Es aquél del conejito que era comido por un cocodrilo?
–¡Oh, sí! ¡Oh, sí! –Aplaudía de refocilo–. ¿Cómo lo sabías?
–Aún se acuerda de ese libro. –Remus sonrió ampliamente.
–Pues verás, yo que conozco a mi hija mucho más que tú, ¡mucho más!, aunque tú hayas llegado a sitios que un padre nunca se atrevería a ver ni tan siquiera, porque eso supondría la más absoluta vergüenza y la desfachatez mayor que podría cometer un progenitor, aunque, bien sea dicho, nadie puede...
–Señor Nicked –llamó su atención Remus con dulzura–. ¿Quiere volver a lo del regalo?
–No, no –gruñó–. Me vas a dejar que me explique. Porque eso es...
–¡Oh, por favor! –Resopló Remus. Blandió su varita con el fin de insonorizar a su suegro, como en cierta ocasión había hecho Helen.
Pero su suegro estaba ahora armado con la vieja varita de los tiempos mozos de la señora Nicked, y la sujetó ante la mirada de su yerno con torpeza.
–¿Ahora qué? –Reía–. ¿Estás asustado, verdad?
–Sí, mucho –dijo y emitió un prolongado silbido–. Expelliarmus.
Y la varita del señor Nicked salió volando de su mano hasta caer en el florero que había sobre la mesa baja, donde se quedó pinchada al lado de las otras flores de plástico.
–¡La revancha, la revancha! –exigía el señor Nicked.
–Otro día quizás –dijo con amargura Remus y se fue de la casa para dar un paseo.
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Caída la noche Remus se subió al tejado y se quedó allí, agazapado, liado con su capa para cubrirse del frío ambiental, mirando la luna menguante con expresión melancólica.
–¿Estabas aquí? –Remus se volvió y vio a Helen allí también, de pie, mirándolo–. ¿Qué haces?
–Tomar el aire –contestó escuetamente.
–¡Ah! –Asintió la chica como si no lo creyese. Después tomó aire exageradamente–. Pues quema de lo frío que está. –Rió, sentándose a su lado.
Remus hizo aparecer unas llamas gratificantes y reconfortantes en su mano que dejó sobre el aire y levitaban entre ellos, calentándolos.
–¿De quién te escondes aquí? –preguntó Helen mirándolo con los ojos muy abiertos.
–De nadie.
–¿Estás seguro?
–Sí.
–¡Ah, bueno!
Se callaron. Miraban la luna que los alumbraba con una plateada luz invernal.
–¿De verdad? –insistió Helen.
–Ya te lo he dicho.
–Pero...
–No me pasa nada.
–¿Quién ha dicho que pase?
–Tú... ¿No?
–No.
–Bueno.
–Bueno.
Se callaron.
–Te he traído un regalo de Navidad. –Helen comenzó a rebuscar en el bolsillo de su túnica.
–Todavía no es Navidad –repuso Remus.
–Ya lo sé, pero yo quería hacerte un regalo.
Sacó un diminuto paquete rojo con una cinta verde y se lo puso en la mano.
–¿Qué es? –preguntó Remus.
–¡Ábrelo si quieres saberlo! –le espetó.
–No me gustan las sorpresas –repuso.
Helen bufó de la impaciencia y Remus, ante su alteración, tiró delicadamente del lazo y le quitó la tapa a la caja. De su interior surgieron unas palabras en fuego que se elevaron unos centímetros por encima de la caja, inscribiéndose en la figura de la luna, y que pusieron en letras diminutas: "Te quiero".
–Es muy bonito. –Sonrió Remus–. Gracias.
–No hay de qué.
–Lo siento, pero yo no te he comprado nada. Todavía...
–¡No seas tonto! –Rió–. ¿No pensarás que yo te he comprado eso? La caja y el lazo se los he quitado a mi madre, y las letras en fuego son un sencillo encantamiento.
–Ya lo sé –contestó Remus con desgana.
–¿Tan preocupado estás por eso? –preguntó Helen mirándolo fijamente.
–¿El qué?
–Tú ya sabes qué.
–No sé.
–¡No seas tonto!
–Lo siento...
Se callaron.
–Buenas noches, Remus. –Se levantó y le dio un beso en la mejilla–. Que descanses. –Y bajó por el otro lado del tejado hasta meterse por una ventana del trastero del tercer piso que daba al tejado.
Remus extendió la mano y la bola de fuego se dirigió hacia él. Cerró el puño y las llamas se extinguieron con una pequeña explosión de humo negro.
–Buenas noches, Helen –dijo cuando ésta ya no podía escucharlo.
Y se quedó dormido a la intemperie.
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–¡Quedarse dormido en el tejado! –gritaba la señora Nicked, y sus gritos despertaron a su marido y a su hija–. ¿En qué estabas pensando, Remus? –le preguntó gritando, pero con amabilidad.
–Yo... Lo siento... –se excusó–. Salí a que me diese el aire y me quedé frito.
Estornudó.
–¿Ves? Ya has cogido un buen resfriado –le regañó–. Ven a la cocina a que te prepare una poción bien caliente.
Remus entró en los aposentos de Ñobo, que estaba ojeroso y tumbado en un rincón, con los ojos muy abiertos, sobre su cama.
–¿Qué le pasa? –preguntó Remus.
–Está triste –respondió la bruja echándole al elfo una mirada fugaz–. Quizás no debimos deshacernos de su hijo.
–Dobby... Dobby... –musitó en voz baja Ñobo sin parpadear al escuchar las palabras de la señora Nicked.
La señora Nicked obligó a Remus a sentarse en una silla bien cerca del fogón para calentarse, mientras ella se afanaba en prepararle la pócima. Se tiró un cuarto de hora añadiendo ingredientes, y después había que aguardar otros tres cuartos de hora más para que tomase consistencia, había dicho la señora Nicked.
–Tomátela toda. –Le sacó un buen vaso de espumeante poción con un cucharón de madera.
–Tiene un aspecto horrible. –Contrajo una expresión de asco Remus.
–¡Y peor sabe! –Sonrió la señora Nicked–. Pero si no quieres pasarte unos cuantos días en la cama, ¡tómatela!
–Si no me la tomo me perdería el día de Navidad –sacó en conclusión Remus.
–¡Y por eso debes tomártela, Remus! –insistió su suegra–. Helen me ha dicho que vuestros amigos han preparado una cena en casa de James y Lily.
–¿Ah, sí? –preguntó Remus con amargura.
–¿No lo sabías? Pues ya te he reventado la ilusión. ¡Vamos, vamos! Hasta el fondo. –Y salió de la cocina con paso firme.
Remus se tapó la nariz con una mano y comenzó a tragar rápidamente, porque sabía realmente mal.
La señora Nicked regresó con un amplio movimiento de caderas.
–¿Te lo has bebido ya? –preguntó. Remus asintió–. Estupendo. Enseguida te preparo un suculento desayuno. ¿Qué te apetece?
–No sé –contestó dudoso.
–¿No sabes? –le saltó risueña–. ¿Te apetecen tostadas y un bollo? –Remus asintió–. ¿Qué te pasa, Remus querido?
–Nada... –mintió.
–¿De verdad? –Lo escudriñó.
–Bueno, sí tengo una duda –contestó indeciso–. Quizá me puedas ayudar, Helen.
–A ver, ¿qué? –Se sentó ella a su lado y le puso una mano sobre la del chico–. Venga, dime.
–¿Qué le podría regalar a Helen por Navidad? –preguntó con ojos vidriosos.
–¡Ah, es eso! –Rió la señora Nicked–. No sé, hijo, me has pillado desprevenida. No he oído a mi hija decir últimamente que quiera nada. –Puso una exagerada mueca de pensar–. No lo sé, Remus, lo siento. Pero sabe que mi hija no es muy ostentosa; se alegrará con cualquier tontería que le compres. –Le sonrió–. Recuerda que la Navidad es una época de amor y de felicidad. Cómprale cualquier cosa que vaya acorde con esas dos cosas. –Le guiñó un ojo–. ¿He podido ayudarte?
Remus sonrió tímidamente.
–Puede... –contestó.
–¡Me alegro! –Se puso en pie la señora Nicked y comenzó a preparar el desayuno–. No te levantes de ahí, Remus. Quédate al lado del fogón y caliéntate, ¿quieres?
Obedeció.
A oídos de Remus, desde la cocina, llegaron dos sonoras carcajadas que llamaron su atención: una era la de su novia, y la otra parecía ser la de Lily; después de escucharlas hablar estaba seguro.
–Nos lo pasaremos muy bien –decía Lily–. Ya lo verás.
–No me cabe duda –le respondía Helen–. ¿Has dicho en tu casa? ¿Y quiénes iremos?
–Todos –contestó lacónica–. Vamos, a todos me refiero a nosotras dos, nuestros novios, los Longbottom, Sirius y Peter. En mi casa, no se te olvide. Como ya la hemos acabado de decorar del todo me pareció una estupenda idea que celebrasemos la Navidad allí, ¿no crees? Aunque me costó convencer a Alice, no creas, porque ella quería que la celebrasemos en su casa, que ya la ha rehabilitado por completo.
–Me parece una estupenda idea –concedió Helen–. ¿Te apetece desayunar algo?
–Pues mira, sí, gracias –contestó resuelta Lily–, que tengo un vacío en el estómago muy molesto.
Entraron en la cocina y Lily se quedó mirando a Remus con gran expresividad.
–¡Remus! –exclamó–. Entonces, ¿estabas aquí?
–¡Ah, hola, Lily! –saludó la señora Nicked mientras le daba unos golpes con su varita al fogón. Se volvió hacia su hija–. Remus estaba enfermo, querida. Le he dicho que se pasase por aquí para que le diese una poción.
Helen fingió que se asombraba y, después, le preguntó a Remus qué le pasaba.
–Nada, que hoy he dormido a la intemperie –respondió muy resuelto.
–¿No me digas que...? –Pero se calló–. ¿Cómo has hecho eso?
–Tranquila, Helen –la tranquilizó su madre–. Ya está mejor. –Le puso una mano en la frente a Remus–. No tiene fiebre; ya no estornuda: el resfríado se ha evaporado. –Sonrió.
–Gracias, Helen –dijo Remus bajando la cara hasta el suelo.
–Le estaba comentando a Helen –habló de pronto Lily sentándose al lado de Remus– que James y yo queremos celebrar la Navidad todos juntos en mi casa.
–¡Me parece estupendo! –opinó la señora Nicked–. Porque nosotros iremos a celebrarla a La Madriguera, con los Weasley, y no quiero llevar allí más niños de los que ya hay allí de por sí.
–¡Mamá! –se ofendió Helen–. Nosotros no somos ningunos niños.
El señor Nicked apareció por la puerta de la cocina bostezando y con el pelo todo enmarañado. Cogió su taza del desayuno, se la puso delante de la cara a la señora Nicked sin decir nada y ésta le dio un golpecito en el borde con su varita. Se llenó inmediatamente de café y el señor Nicked, sin dejar de desperezarse, salió de la cocina pegando sorbos al vaso.
Lily prosiguió:
–Pues ése es el plan. ¿Qué te parece, Remus?
–¿Sinceramente? –preguntó sin levantar la vista del suelo–. No tengo muchas ganas de ir.
La señora Nicked le volvió a poner la mano en la frente y repitió que no tenía fiebre.
–¿Por qué no? –preguntó con una voz demasiado aguda Helen–. Yo tengo muchas ganas. –Helen le tendió a Lily una tostada que ésta se afanó en untar con mantequilla y mermelada–. Nos lo vamos a pasar muy bien.
–¿Ah, sí? –Levantó la vista Remus para mirarla directamente.
–¡Sí, ya verás! –dijo con convicción.
–Pues a mí no me apetece ¡y ya está! –contestó rotundo.
–¡Remus! No seas tan testarudo –soltó Helen medio enfadada.
–¡Ni tú tan pesada! –le espetó.
Lily, con la tostada por la mitad en su mano, miraba a uno y a otro con la boca abierta y muy extrañada, como si estuviese viendo un partido de tenis.
–Creo que debo irme. –Dejó lo que le quedaba de tostada Lily sobre la mesa–. Adiós, chicos. Adiós, señora Nicked.
–¡Hasta otro día, Lily querida!
–Ya hablaremos, Lily –le dijo Helen antes de que Lily se desapareciese sentada en la silla–. ¿Y se puede saber por qué demonios no quieres ir, Remus? –soltó en cuanto se esfumó su amiga a Remus.
–¡Sal de la cocina y no molestes a Remus, hija! –le mandó la señora Nicked.
–No es uno de tus pacientes, mamá.
–¡Como si lo fuera!
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A la tarde Remus apareció por la chimenea. Había estado un buen rato fuera y Helen estaba preocupada.
–¿Dónde te has metido? –inquirió corriendo hacia él.
–Por ahí –contestó simplemente.
–¡Ah! Ésa es la única respuesta que me ibas a dar –se indignó–. He estado preocupada.
–¡No seas tonta, Helen! –exclamó–. ¿Qué iba a estar haciendo dos días antes de Navidad? ¿Jugando en la bolera mágica?
–¡Te podría haber pasado algo! –le espetó.
–Hoy estás muy pesada. –Se arrellanó Remus sobre el sofá.
–¡Y tú muy raro! –gritó–. Creía que después de lo del regalo de ayer estarías mejor. Pero no...
Remus se quedó callado, mirando el fuego que ardía agradable en la chimenea. El chico no se dio cuenta de que Helen se había sentado en el reposabrazos, justo a su lado, y que estaba mirándolo dulcemente.
–¿Qué pasa? –Se asustó Remus.
–Eso digo yo. –Levantó las cejas–. ¿Qué te pasa?
Remus volvió a clavar la mirada en el fuego.
–Nada –contestó.
–Dime la verdad, Remus –dijo de manera que pareciese suave.
–Te lo estoy diciendo –pero no parecía sincero.
–¿Tienes algún problema con los estudios? –indagó.
–No.
–¿Algo con Dumbledore?
–No.
–¿Algo con alguien del grupo?
–Mmm... No –respondió también a eso.
–Entonces, ¿qué? –inquirió.
–Déjame en paz, por favor –le suplicó Remus.
–Como quieras. –Y estuvo dispuesta a subir hasta su cuarto para dejarlo solo allí–. Pero antes dime una cosa: ¿piensas venir a casa de Lily a celebrar la Navidad o no?
–No –contestó con decisión–. Voy a ir a celebrarla con Dumbledore. En Hogwarts.
–¿Por qué? –Frunció el ceño Helen.
–Porque me apetece.
–No te entiendo últimamente, Remus.
Y se marchó escaleras arriba.
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El día antes de Navidad nevó y el señor Nicked se pasó toda la tarde mirando con regocijo a través de la ventana empañada.
–Menudo día de perros –exclamó–. ¡Como para salir a la calle! –Rió.
Helen estaba hojeando un libro de conjuros reparadores y otro de brebajes energéticos. Su madre estaba haciendo punto con dos largas agujas y un gran ovillo de lana.
–¿Para qué tejes tanto, mamá? –le preguntó Helen.
–Esto es para uno de los gemelos de Molly. –Le enseñó unos patucos de bebé–. Y de vez en cuando también me entran ganas y tengo un pequeño baúl en el armario con ropita para mi nieto.
–¿Para tu nieto? –se escandalizó–. ¿Para mi...? Y luego dice Remus que yo estoy pesada.
–Por cierto, ¿dónde está Remus? –Despegó la nariz el señor Nicked del cristal.
–No lo he visto en toda la tarde –contestó su mujer sin dejar de mirar las agujas.
–En su cuarto tampoco está –comentó Helen preocupada.
–Ya vendrá, tranquila, hija. Mientras no haya salido al tejado. –Sonrió la señora Nicked–. Tengo que darme prisa. Quiero terminarlos para mañana por la noche para dárselos a Molly. Seguro que le encantan.
–Mamá.
–¿Sí, Helen?
–Remus no quiere ir mañana por la noche a casa de James y Lily.
–¿Y por qué no, Helen?
–Dice que quiere ir a Hogwarts a celebrar la Navidad con Dumbledore.
–¡Ah! ¿Y qué tiene eso de malo? –La escudriñó–. Tú querías que fuese donde ibas tú, ¿verdad?
–Pues sí, claro está.
–Pero ¿y si a él no le apetece? ¿No has pensado en eso?
–¿Por qué no iba a apetecerle?
–¿Cómo que por qué no iba a apetecerle? Ya lo has visto: no quiere ir.
–Pero, mamá...
–¡Helen, querida! –La interrumpió–. Quieres a Remus, ¿verdad?
–Claro que sí.
–Estamos en Navidad y deseas compartirla con él, ¿no es así?
–Claro, pero...
–Deseas que él sea feliz, ¿me equivoco?
–Sí...
–Pues, entonces, ¿dónde está el problema? –Miró a su hija con las cejas levantadas, un gesto y una mirada muy significativos.
Helen miró a su madre también unos instantes. Después dijo:
–Gracias, mamá.
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–No hace falta que vengas, Helen, de verdad –dijo Remus.
–¡Estoy decidida! –contestó–. Me vas a tener que aguantar el día de Navidad quieras o no, ¿vale? –Remus asintó (¡qué remedio!, con ese genio).
–¿Y a qué ha venido ese cambio repentino? –preguntó Remus quitándose la ropa y poniéndose la túnica que había destinado al día de Navidad.
–Me ha dado por ahí –contestó ella sonriente–. ¿Me ayudas a subirme la cremallera? –le pidió–. Gracias.
–Pero va a ser mucho más aburrido –repuso Remus.
–¿Y? –Lo abrazó–. Estando tú ¿qué más me da?
Helen se apartó, se dio un golpe con la varita en la cabeza y el pelo se le recogió en un tocado perfecto. Mirándose en el espejo:
–La verdad es que estoy mejorando, ¿no crees?
–¿Y ellos qué han dicho de que no vayamos? –cambió de tema.
–¿Quiénes? ¿James y Lily?
–Todos en general, me refería.
–¡Ah! Nada. Se pusieron bastante tristes, pero ¿qué podían hacer? Les he dicho esta mañana que estábamos decididos. Pero dime, Remus. ¿Por qué razón no querías ir? ¿Es que no tienes confianza en mí para contármelo?
–Dumbledore me lo había pedido también y... ¡no tenía ganas de ver a Sirius! Era eso, solamente. No tenía ganas de que estallase una discusión el día de Navidad por una gilipollez, ¿entiendes?
–Claro que lo entiendo. –Sonrió y se acercó para darle un beso–. Pero deberías de ir olvidándote de ese tema, ¿no crees tú? No creo que Sirius sea tan tonto de seguir mucho tiempo a la defensiva. ¿Cómo ibas a ser tú...? ¿Cómo? Entonces, ¿sólo por eso no ibas? –Le echó los brazos a la altura del cuello.
–Bueno, por eso y porque no tengo ganas de muchos ajetreos. Dumbledore me ha dicho que sólo estarán los profesores y unos cuantos alumnos.
–Es Navidad al fin y al cabo, recuérdalo. ¿Te acuerdas cuando me quedé en vacaciones en sexto para acompañarte? Bueno, por eso y porque mis padres se iban a Escocia a visitar a un viejo primo de papá, y mamá no quería que yo fuese. ¡Dumbledore estuvo durante la cena de Navidad de lo más alocado!
–Dumbledore siempre es alocado –explicó Remus–. Deberías haber vivido con él alguna temporada. ¿Nos vamos ya? No quiero llegar tarde.
–Vámonos –consintió–. Aunque ¡espera! No me he echado perfume suficiente.
–¿Ah, no? –soltó Remus irónicamente.
–¡Bienvenidos! Feliz Navidad –clamó Dumbledore cuando entraron por la puerta del Gran Comedor. Todo estaba muy adornado, pero extremadamente desierto. Sólo había tres chicos: uno de quinto de Slytherin, y dos chicas Hufflepuffs de segundo que se quedaban mirando a Remus y después se reían entre ellas.
–La pubertad... –comentaba Helen.
–¿Quieres un poco de pudin, Remus? –preguntó Dumbledore.
–No, gracias.
–¿Y pavo? –probó.
–Sí, un poco, tal vez.
–¡Qué bien que hayáis venido! –aprobó Flitwick con su menuda y aguda voz–. Es bueno ver que los viejos alumnos nunca llegan a olvidarse del colegio.
–¿Quién podría? –Sonrió Helen, pasándole el salero a McGonagall–. Hemos pasado siete años de nuestra vida aquí. Yo diría que siete de nuestros mejores años.
–A los diecinueve, casi los veinte años, ¿qué otra perspectiva se puede tener? –mencionó McGonagall.
La cena fue bastante copiosa, y todos estuvieron tan llenos que se arrellanaron en sus asientos apretándose fuertemente las tripas.
–Bueno, creo que es momento de que nos vayamos –dijo Remus–. Es tarde.
–¿No quieres una última copita de jerez? –le ofreció Dumbledore.
–No, gracias, Dumbledore.
–Hasta luego a todos, ¡y feliz Navidad! –se despidió Helen.
La chica consultó su reloj de pulsera y comprobó que eran las doce menos diez de la noche. Dijo:
–Faltan diez minutos para que se acabe la Navidad.
–Sí –corroboró Remus.
–Aún no te he dado mi regalo.
–Ni yo el mío –comentó Remus, que empezaba a estar más expresivo que durante la cena, en la que había estado muy callado, especialmente cuando alguno de los fantasmas del castillo atravesaba los muros y los saludaba con la mano o les deseaba felices y cálidas Navidades. La añoranza de un ser querido...
–Vayamos a algún sitio, pues. –Rió Helen.
No tuvieron una idea mejor que la Sala de los Menesteres, que se convirtió en una habitación acogedora donde ellos pudieron reclinarse en cómodos sillones.
–Ten. –Le tendió su regalo Helen tras sacárselo de la túnica.
–¿Qué es? –preguntó.
–¡Ábrelo!
Era un caja con un par de anillos de oro que brillaban tan refulgentes como el mismo sol.
–¿Qué son? –preguntó Remus.
–Son unos Anillos Enamorados –explicó Helen con una larga sonrisa–. Yo me quedo uno y tú otro. –La chica cogió uno y se lo puso en el dedo–. Tienen algunas cualidades muy graciosas.
–¿Cómo cuáles? –inquirió.
–Déjame que te muestre.
Helen concentró mucho el rostro, pensando, y, al instante, a Remus le escocía levemente el dedo en que se había puesto el anillo. Lo miró aprensivo y vio que en éste había algunas palabras: "Remus, te quiero muchísimo."
–El anillo reflejará mis palabras siempre que yo quiera –explicó–, ¡y también las tuyas! Donde quiera que estemos los dos, podremos mandarnos mensajes mediante estos anillos.
–Y tus premoniciones –recordó Remus.
–Bueno, ¡y eso! –Sonrió Helen–. También, si te quitas el anillo, lo sabré. Mira, prueba. –Remus se quitó su anillo y el de Helen se volvió de color negro–. Así sabré que se ha roto la relación.
–Pues entonces nunca me lo quitaré –dijo Remus volviéndoselo a poner.
Se quedaron callados un momento, mirándose los anillos.
–Bueno... –comentó Helen mirando cómo brillaba.
–Y ahora mi regalo –dijo Remus.
Helen estaba esperando que dijese eso, y retiró la mirada del anillo y lo miró a él con ojos brillantes.
–Toma. –Le dio un paquete rectangular.
–¿Qué es? –preguntó ilusionada.
–¡Ábrelo! –la imitó.
Quitó el papel de regalo y descubrió que se trataba de un libro con una foto de la torre Eiffel y que se titulaba: «París: La ciudad de la luz, centro europeo del arte y la cultura.»
–¿Ah? ¿París? –Fingió Helen que le gustaba.
–Sí. Alguien me dijo que en Navidad había que hacer regalos relacionados con el amor y la felicidad –explicó.
–¡Qué gran verdad! –Sonrió Helen–. Es un libro muy bonito, Remus. Gracias –titubeó.
–Lo mejor está dentro –dijo–. ¡Tiene unas fotos increíbles!, créeme.
La chica lo abrió y descubrió en la primera página escondida una reserva de hotel parisino.
–¿Qué es esto? –preguntó Helen.
–Mi regalo –explicó Remus–. El Hotel Ritz de París. –Helen lo abrazó y comenzó a besar por toda la cara–. Espero que no te importe que nos perdamos la primera semana de clases, porque nos vamos el uno de enero. Quería invitarte a Roma, ¡pero era muchísimo más caro! París también será romántico.
–¡Oh, Remus! ¡¡¡Claro!!!
–Sólo que es un hotel de muggles –repuso Remus.
–¿Y? –dijo sin dejarlo de besar y abrazar–. Mi padre es uno y no hay muchos peor que él, ¿sabes? ¡Oh, Remus! ¿Y yo voy y te regalo unos absurdos anillos que envían mensajitos y cambian de color? ¡Oh, Remus, cuánto te quiero! ¡Te quiero, te quiero!
Y como hicieran ya en sexto curso, utilizaron aquella sala como nido y testigo de su amor. No fueron los únicos: James y Lily también celebraron la fiesta de Navidad que habían dado con algunos revolcones en su cama. Y aquella noche se engendró a Harry Potter, el niño que viviría. Y aquella noche Helen Nicked no tuvo el sueño premonitorio, y nunca más volvió a tenerlo ni a preocuparse de él.
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Ya está. ¡Qué romántico el final!, ¿verdad? Es que es Navidad... Había que poner algo tierno... ¿no? Bien, nos volveremos a ver muy pronto; concretamente el sábado 11 de diciembre. Os deseo a los latinoamericanos un comienzo de verano exquisito, pues ya tenéis que estar acabando el curso, y a los españoles un puente divertido, pero a la vez en el que aprovechéis el tiempo, que el fin del trimestre está a la vuelta de la esquina. Yo no tengo que volver a clase hasta el día 13, ¿os lo podéis creer? Tengo diez días de libertad, ¡diez días que son como una pequeña Semana Santa antes de Navidad!
Avance del capítulo 21 (BIENVENUS!): Como es lógico, tras regalarle una maravillosa estancia en París, ¡lo más normal es que vayan! Disfrutarán y aprenderán mucho, pero algo más ocurrirá... Algo que se oculta en las tinieblas de la noche: una sombra que los persigue. ¡El peligro los perseguirá hasta París!
Espero que disfrutéis mucho con este capítulo. Me despido ya, deseando que dejéis "reviews" si lo creéis conveniente (y yo espero que sí, pues me encanta leerlos).
Hasta pronto.
KaicuDumb (Quique)
Autor de MEMORIAS DE UN LICÁNTROPO
"Weaver" de "Story-Weavers"
