«Hubo un pajarraco llamado Fénix, mucho antes de Cristo. Cada pocos siglos encendía una hoguera y se quemaba en ella. Debía de ser primo hermano del Hombre. Pero, cada vez que se quemaba, resurgía de las cenizas, conseguía renacer. Y parece que nosotros hacemos lo mismo, una y otra vez, pero tenemos algo que el Fénix no tenía. Sabemos la maldita estupidez que acabamos de cometer.» (Ray Bradbury, Fahrenheit 451).

Respondo "reviews":

AYA K: ¡Hola! Gracias por los halagos, aunque decir que la historia sigue maravillosa me obliga a preguntarte cuándo empezó a serlo, porque maravillosa... ¡Dejémonos de excesos y centrémonos en ambos! Cierto, también a mí me gustaría hablar otro día por el messenger, pero cada día lo veo más crudo. Sin tiempo, sin Internet en casa... se me hace bastante difícil; digamos que también tengo que ponerme a escribir (no sólo "fanfictions", ahora mismo también estoy con un relato corto serio) y estudiar (que no puedo descuidar la carrera); tengo pocas asignaturas, pero necesitan que se les dedique bastante tiempo. Aunque estoy de maravilla en Filología Hispánica. Espero que tú me tengas al tanto de tus últimas motivaciones: si cambias de la idea de Derecho o te reafirmas. Con respecto a lo del tema de madrugar, para mí las 10.30 ya es tardísimo. ¿No has oído nunca que lo duermes no lo vives? No sé, es que a mí no me gusta apenas estar en la cama ocioso cuando puedo aprovechar el día; pero cada cual es como es. Elena, la que inspira el personaje de Helen Nicked, también se queda durmiendo hasta las una o dos horas del mediodía cuando no tiene que madrugar. Yo le pregunto que cómo tiene moral, pero es cuestión de costumbres, supongo. Bueno, Aleena, muchas gracias por tu "review". Te deseo lo mejor para estas navidades, que las pases en familia y las disfrutes lo máximo posible.

Joanne Distte: ¡Hola! ¿Qué tal? Antes que nada, gracias por averiguarme lo del tema de las alertas. Es que siempre me estoy liando, si no es con esto es con lo otro... No obstante, como seguimos en contacto, me gustaría que me lo advirtieras, porque mi correo se satura con los mensajes de "Story-Weavers" y no puedo dedicarle mucho tiempo en ocasiones; mientras que los "reviews" los leo con detenimiento porque os debo responder. ¿Sabes qué? Estoy leyendo a Mina, un relato muy curioso el suyo. Bien escrito, aunque el género, como le he dicho, no es mi plato fuerte. Bien, digamos que sigo en mi tónica, como en lo de inventar una misa consagrada a Rowling (¿en qué pensaba cuando lo hice?): Mona Lisa bruja, antes de JK... Sí, digamos que paranoias... ¡Graciosas, eso sí! Me alegro de que hayas estado en Francia, yo no he tenido esa posibilidad, pero nunca se pierde la esperanza. ¡Y sí, hay boda! También tiene algunas escenas entretenidas, y va a resultar interesante en ciertos aspectos porque conecta con cosas que ocurren en los libros, que se dicen, que he unido para crear un argumento consolidado. Y la reconciliación... (¿Reconciliación?) Hoy lo leerás. En cuanto a la tercera escena, gracias, eres la única que ha dejado "review", aparte de Elena, y te lo tenía que agradecer. Sí, el sr. Nicked es genio y figura hasta la sepultura. ¡Pobre hombre! Lo de "soñar con Barbies" no sé de dónde lo he sacado, pero lo de "madre del amor hermoso y la hermandad del puño divino" es una frase exagerada que repiten unos amigos míos cada dos por tres cuando se ponen estupendos. ¡Son muy bárbaros ellos! Me alegra que te gustara la conversación y también lo del angelito. Por cierto, ¿has visto los dibujos que ha colgado Elena en "Story-Weavers"? Algunos son geniales. Y has tenido el privilegio de que los ha colgado todos en la tuya, exclusivamente en tu página. Bueno, ¡feliz navidad para ti!, mensaje que espero hagas extensible a Mina, deseándole de mi parte un muy feliz cumpleaños el 26 (creo que era).

Idril Isil: ¡Hola! ¿Te encuentras sola y apática? Eso no es bueno, te lo digo por experiencia. No sé, motívate con algo, haz cualquier cosa que te alegre, sal por ahí, diviértete. Lo peor que se puede hacer es amodorrarse cuando llega el calor. Con respecto a MDUL, si has perdido el interés, no pasa nada; yo no obligo a nadie a seguir leyendo en contra de su voluntad. Cierto que es un poco largo, sí, pero la gente a quien realmente le gusta lo agradece; y en efecto hay personas que creen que es una buena historia. No obstante, recuerdo que en tu primer "review" ya te preparabas: "No te importe que no ponga mucho empeño en la relación de Remus con Helen. Es que a mí me gustan más los «slash». (Yo soy heterosexual, que conste)", decías. Y no pasa nada. Con respecto a lo de hablar de mí, pues no sé. Sí es cierto que me he dado cuenta de que soy algo escueto al hablar de mí mismo en las dos biografías que tengo en la red, pero es que no me creo nadie importante ni nada parecido como para estar amargando al personal. Tampoco se me ocurre qué contarte, así que mejor, si te parece, prefiero que tú me preguntes directamente algo en concreto y yo parto de esa premisa. ¿Quedamos en eso? Bueno, a ti también te deseo unas felices fiestas, que lo pases genial y entres en el año nuevo con salud.

Padfoot Himura: ¡Hola, Karina! Ya te estaba echando de menos... Pero bueno, ya habrás acabado los exámenes, ¿no? Y el curso también, me imagino. Qué buena noticia. A ver cuando continúas con la "Tarta de Zapallo", que nos tienes a todos con el vilo encima. Resolviendo los enigmas de tu "fic", mi francés no es tan bueno como parece. Siempre hay lagunas. No obstante, abajo había un glosario con las traducciones por si alguien no conocía la lengua francesa. Eso me recuerda una anécdota (tonta) de esta semana: al lado en Literatura se me sienta una chica que siempre se queda atrás al copiar y me está mirando todo el día mis apuntes, pero, como tenemos mucha guasa, empecé a tomar los apuntes de la profesora en francés y la chica esta se puso a reír como una tonta, pues no se enteraba de nada. Bueno, ¿qué, ya te he aburrido? Para que luego digan que no hablo de mi vida íntima. Para lo que hay que saber... Y si no, venios para Córdoba y quedamos un día, que yo en otra cosa no sé, pero en fomentar el turismo... Bueno, que me voy por las ramas. ¡Ah!, gracias por desearme las felices fiestas, que es muy de agradecer (qué chica tan educada). A todo esto, ¿leíste en el capítulo XX el segundo párrafo por el principio de todo? Es que hablo de los personajes nuevos, y hablo de Karina, una personajilla muy particular. Sólo tengo que decirte una cosa acerca de tu "review": ¿cómo puedes odiar el análisis sintáctico, si es la ciencia de las palabras que llena nuestra boca de expresiones galantes y complejas? Mira que yo estoy estudiando para profesor de Lengua Castellana y Literatura... Y doy toda una asignatura en tercero que se llama "Morfología y Sintaxis Españolas". ¡Tiene que ser genial! A ver, que a mí me gusta, y te comprendo, ¡que para gustos los colores! Bueno, eso, muy felices fiestas y espero que nos veamos pronto. ¡Pásalo bien!

Ana (Leonita, leguyela, antivirus): ¡¡Hola!! Ya estaba asustado, pues cuando fui a Internet el jueves por la tarde y no te vi, (snif), pensé que no ibas a poder dejar ningún "review". Vamos, que si no puedes tampoco pasa nada, que yo no pretendo ser aprensivo. Pero ya sabes que los echo en falta. ¿Y no te llego el correo de Lorien? Qué pena, porque era un asunto complejo del que yo no tenía mucha idea; y como tú siempre estás con cosas de leyes y jurisdicción, pensé que podrías ayudarla. Da igual, si eso ya se pondrá en contacto de nuevo contigo. Gracias por decir que me votarías en caso de existir aquella hipotética encuesta que propuse, en broma, en el capítulo pasado. Te lo agradezco. Aunque es cierto que este capítulo era soso y carente de todo estilo, como bien apuntas. Recuerdo que lo escribí sin muchas ganas, y así es el resultado. Sí, como también dices, tiene algunos puntos o escenas divertidas, pero eso no es todo, y yo soy el primero, como tal estudiante de filología que soy, que pretendo buscar una coherencia en estilo dentro de mis textos. Debo decirte que los capítulos que escribo ahora son más cuidados en ese aspecto, con una estructura mucho más delimitada. No sé, es que en el de "Bienvenus!", cuando me aburría de una escena se iban de paseo, y si no, pasaban muchos días... ¡Era intragable! Lo entiendo, está bien además que lo digas, porque tienes confianza y, además, toda la razón. Dices asimismo en el "review" que tienes ganas de ver a tu personaje... ¡Pues no queda! Debo advertirte que tiene dos apariciones: una primera casi de pasada, que será para introducirlo, y otra más adelante donde ya cobrará el protagonismo que se merece. Y no tengo yo ganas de que leáis esos capítulos ni nada... Son mucho más interesantes que éstos; hay veces que me gustaría deciros las cosas que juntos Elena y yo (ella también tiene su parte de inventiva, su mérito) hemos decidido poner en cuanto a argumento. Sí, Elena tiene mucha imaginación: cuando esto empiece a parecer un culebrón es cosa de Elena. (Risas). ¿Has visto los dibujos que ha puesto en "Story-Weavers? ¡Está hecha toda una artista! Además, ¡qué gran privilegio que ella ilustre con dibujos lo que mis palabras han inflado!, ¿no te parece? La veo tan emocionada cuando me presenta un dibujo nuevo que me entran ganas de cogerla y espachurrarla de un abrazo. Bien, esperando que este capítulo te guste más que el anterior, me despido. Saludos a Pepe y, tanto para ti como para él, que paséis una feliz navidad, que la disfrutéis, que os regalen muchas cositas los reyes y paséis al año nuevo con buen pie. Hablando de regalitos (ya sé que no viene al cuento, pero bueno...), me estoy llenando de libros: en dos días me he comprado El Conde Lucanor, Cien años de soledad, Gramática de la lengua española de Emilio Alarcos Llorach y Historia de la lengua española de Rafael Lapesa; y siguen subiendo. Vamos, voy a tener lecturas para rato. Un gran beso que se cuela en el AVE y llega a Sevilla en mu' poco rato.

(DEDICATORIA: Este capítulo he decidido dedicárselo a mi musa, a mi querida HelenNickedLupin, quien no sólo me lee con una paciencia y ansia infinitas, sino que es una crítica excepcional, y mi mayor fan. Se lo merece siempre, pero esta semana sobre todo por haber colgado en "Story-Weavers" unas ilustraciones de MDUL. ¡Es que ya sólo me falta un editor! Es broma...)

CAPÍTULO XXII (HASTA QUE LA MUERTE LOS UNA MÁS TODAVÍA)

Helen se pasó bien temprano por la casa de Dumbledore la mañana del nueve de febrero para prepararse para la boda de su mejor amiga. Estaba muy emocionada porque, junto con Sirius, ella sería la madrina de boda y eso la llenaba de alegría.

Remus se estaba probando un montón de peinados a golpe de varita, pero ninguno le satisfacía. Dumbledore, sin embargo, se daba pequeños golpes para recortarse la barba y dejarla más corta. «No me la estoy recortando, explicó a Remus cuando éste lo miró incrédulo. Es un hechizo ilusionador para que no sospeche la familia de Lily, ¿comprendes? A la noche me volverá a crecer como estaba.» Y era cierto, Lily había tomado un montón de medidas para evitar que su familia pudiese sospechar de los extraños invitados que traía James, ya que todos éstos eran magos. Inspeccionó vestidos y dijo cuáles debían ser sustituidos por otros menos rocambolescos. Por ello le pidió a Arabella que descambiase en la tienda aquel sombrero que se había comprado, que lloraba a la vez que lo hacía el que se lo ponía para llamar más la atención.

Finalmente, todo parecía que iba a resultar exitoso. La única pega que le pudo poner Lily a Dumbledore fue su enorme barba de faquir, que él no tuvo ningún problema en ilusionar para que pareciese más corta, aunque dijo que se sentiría enormemente extraño sin ella. Después se vistió con su traje negro de chaqueta y salió al salón, donde Helen se estaba maquillando apuntándose con la varita mientras se miraba en un pequeño espejo que había hecho aparecer mágicamente sobre la mesa de madera.

–Estás muy guapo –lo alabó–. La barba así te favorece.

Y levantándose le pasó la mano por la cara, rozando su fina barba.

–Tú también estás muy guapa, Helen. –Sonrió Dumbledore.

Le pidió que se diese una vuelta sobre sí y Dumbledore aplaudió su vestido largo y azul de hombros descubiertos, así como su tocado magnífico recogido en cientos de horquillas. Remus apareció al poco, vestido también con un traje de chaqueta, una camisa azul oscura y una corbata azul claro. Había acabado por alisarse mucho el pelo y dejarse las puntas hacia fuera, pues tenía el pelo un poco crecido.

McGonagall apareció al rato por la chimenea, con una radiante sonrisa. Vestía un ceñido vestido verde de falda corta y unos altos zapatos, del mismo color, con tacón.

–Profesora McGonagall –dijo Dumbledore acercándose a ella para tomarle la mano y, grácilmente, besársela–. El cambio es sorprendente.

–Gracias, Dumbledore. –Sonrió–. A usted también le ha sentado bien el recortarse la barba –dijo.

–Mañana volverá a estar como siempre.

–Es una lástima –dijo levantando una ceja la profesora. Al rato comentó:– ¿Cómo pensamos llegar hasta allí, señor director? ¿Un traslador también, quizás?

–No, profesora McGonagall –contestó Dumbledore risueño–. Está violando la primera norma de la señorita Evans –dijo–: nada de magia. Hoy estaremos rodeados de muggles, mi querida profesora, así que Lily, con bastante sentido común, nos ha pedido un coche, que vendrá en esto de... ¡media hora! El pueblo donde viven los Evans no está muy lejos de aquí y podremos llegar en coche sin levantar sospechas, ¿comprende? –McGonagall asintió.

–Pero ¿y el resto? –preguntó Helen.

–Lily habrá dispuesto –comentó tranquilamente Dumbledore.

Terminaron de arreglarse en tanto aguardaban el coche. Cuando llegó se detuvo ante la casa y pulsó varias veces el claxón.

–¿Qué es eso? –preguntó McGonagall asustada.

–El coche –explicó Helen, quien abría en ese momento la puerta y salía de la casa. Era un largo automóvil de tipo familiar, con un metalizado color negro.

Sin embargo, para sorpresa de la chica, al aproximarse al vehículo, comprobó que nadie había montado en él, pero que el claxón sonaba ininterrumpidamente. La chica extendió la mano y abrió la puerta. El auto se calló. Se sentó en los asientos de atrás, desde donde cogió una nota pegada en el volante que decía: «Dumbledore: El coche está encantado para que conduzca solo. Siéntese usted en el asiento del piloto y disimule. Lily Evans.» McGonagall se sentó a su lado, en el asiento del copiloto, y Remus atrás, con Helen.

Dumbledore le dio un golpe al volante con la varita y el motor sonó de nuevo. El coche arrancó y se puso en camino a una buena velocidad: ¡más de ciento setenta kilómetros por hora! Remus se aferró a la tapicería del asiento con nerviosismo.

–¿Por qué va tan rápido? –preguntó Helen con miedo.

Dumbledore se limitó a sonreír, y no hizo nada más. Dijo que el coche estaba bien encantado y que no iban a estrellarse.

–¿Y si nos encontramos con la policía? –volvió a preguntar Helen.

–¿La policía? ¿Qué es la policía? –bromeó Dumbledore–. Tranquila, Helen. Si nos encontramos con los guardias de seguridad muggles les daremos esquinazo. A esta velocidad, ¿qué otra cosa puede pasar?

En un cuarto de hora alcanzaron un pequeño pueblecito de casas bajas y empinadas cuestas. Al entrar en él, un par de viejas, cargadas de bolsas del supermercado, tuvieron que hacerse a un lado corriendo con sus pesados bastones, para que el auto no las atropellase. Lentamente el coche fue aminorando mientras ascendían, hasta que, a cuarenta kilómetros por hora, se detuvieron en la puerta de la iglesia, aparcándose solo.

Remus miró curioso por la ventana. Había una enorme multitud, aunque no todos parecían invitados a la boda, porque muchos eran ancianos y viejecitas que llevaban puestas las pantuflas de andar por casa y que no tendrían otra cosa mejor que hacer aquella mañana que fisgonear.

Remus se bajó del coche después de Helen y se acercó al templo nervioso. No le gustó que todo el mundo se los quedase mirando y los señalaran cuchicheando sobre sus ropas, su aspecto, sobre quiénes serían o cuál de los dos novios los habría invitado. Se acercaron hasta la puerta. Había muy poca gente, una vez se miraba con más tiento, vestida para una boda. Sólo un grupo alejado de muggles que Remus no había visto en la vida. Una mujer de entre ellos, pálida y delgada, y visiblemente embarazada, se quedó mirando al grupo de Remus con desconfianza, y se volvió hacia un hombre rollizo y grueso de amplio bigote al que le dijo algo en voz baja.

Sirius los vio y salió corriendo hacia ellos. No había querido acercarse a los muggles. Los saludó. Después se volvió hacia Remus:

–Hola, Remus –dijo escueto.

–Hola –contestó mecánicamente Remus, sorprendido.

–¿Cómo has venido tú? –Se sumó a la conversación Helen.

–En moto. –Les señaló con fruición la enorme moto que se había comprado y que había encantado para volar guardándola en el garaje de la orden–. Sólo que Lily no me ha dejado que venga volando –dijo con amargura–. ¡E ir por carretera es un fastidio! Me ha estado persiguiendo un buen rato un coche con unas extrañas luces rojas y azules que daban vueltas. ¡Hasta he estado a punto de atropellar a un niño que había salido a recoger su pelota! En el aire con lo más que te puedes encontrar es con un pájaro despistado –dijo.

–Te has acordado de traer los anillos, ¿verdad? –preguntó Helen mirando a Sirius con aprensión.

–¡Por supuesto! –contestó muy seguro–. Tú eres el segundo por parte de James, ¿verdad, Remus?

–Sí –contestó lacónico.

–Después Frank y, por último, Peter –recordó–. Sí, así era. ¡Pobre Peter!

–¿Por qué? –preguntó Helen.

–Porque al salir le toca ir solo –contestó.

–¿Cómo? –inquirió Helen sin entender lo que decía.

–¿No te lo ha comentado Lily? –preguntó Sirius–. Los bodas muggles son algo distintas a las mágicas –dijo bajando la voz porque pasaban unos nuevos invitados de parte de Lily–. Al salir los novios, los padrinos van juntos detrás cogidos del brazo. Espero que no te importe que tenga que ir con Helen, Remus –dijo con una sonrisa con la que pretendía no ser irónico–. Los segundos detrás, los terceros, y así. Peter es el cuarto por parte de James, mientras que Lily me ha explicado que no ha podido encontrar una cuarta chica que la acompañe. –Puso otra vez cara de recordar–. A mí me toca con Helen, Peter tendrá que ir solo, Frank con Alice, ¡que ya es casualidad!, y Remus... tú con aquella mujer.

Señaló una de las muggles que había apartadas en el otro grupo. Remus se fijó en ella y vio que era la mujer encinta que antes se había quedado mirándolos y que, enseguida, había corrido a decirle algo al tipo gordo de a su lado. La muchacha miró un momento hacia donde ellos se encontraban y, al ver que Remus la estaba mirando y que Sirius la señalaba, se puso lívida.

–Es la hermana de Lily –explicó Sirius–. Petunia Dursley, creo que se llama. Y aquel de a su lado, el tipo gordo, es su marido: el señor Dursley.

Al poco, aquello parecía un hervidero de personas, pero estaban completamente separados: muggles, por parte de Lily, a un lado; y brujos, por parte de James, al otro, mirándose unos a otros con curiosidad y recelo.

James llegó en una larga limusina que Lily había contratado no queriendo escatimar en los gastos. El chico salió con su impecable traje de chaqueta negro y una camisa blanca debajo. Sin embargo, no estaba muy bien peinado. Saludó a todos con desparpajo y se plantó al lado de Sirius Black.

–¿Estás nervioso? –preguntó éste.

–Un poco –contestó despistado James, a quien le temblaban las rodillas y le castañeaban los dientes.

Al rato pasaron al interior del templo, pues la acostumbrada espera de la novia se hacía demasiado pesada. La iglesia por dentro era un edificio inmenso y colosal todo revestido de blanco y con pocos símbolos de decoración, a no ser una enorme cruz desnuda en el altar y unos retratos de olvidados aristócratas de aquel pueblo colgados por doquier. Se sentaron.

James aguardó al pie del altar, junto con Sirius, Remus, Frank y Peter. El sacerdote llegó, bien ataviado con una larga túnica blanca y verde, y con las manos juntas en posición de orar. Al rato, por la puerta apareció el blanco vestido de la preciosa Lily, que se había rizado su roja cabellera, y que andaba al brazo de su padre, que la miraba ilusionado y lleno de regocijo. La dejó en el altar. Entonces, Helen y Alice se levantaron del banco para seguirla y servirla de testigo; Petunia también se levantó con una horrible y profunda mueca, mirando con desdén a su marido, y ocupó el segundo puesto, entre Helen y Alice, quienes, a diferencia de ella, sonreían llenas de alegría.

–No nos han presentado –comentó Helen con mucha educación dirigiéndose hacia Petunia–. Me llamo Helen Nicked. Tú eres la hermana de Lily, ¿verdad? –Petunia contrajo el rostro y estrechó la mano que le tendía amablemente Helen–. Estarás muy contenta, supongo.

–Mucho –mintió con voz queda.

–Yo me llamo Alice Longbottom –se presentó sonriente–. ¿Qué tal?

–Bien. –Torció los labios en una horrible mueca–. Petunia Dursley.

–¿Sabes? –habló Helen en voz baja mientras el cura se aproximaba al pretil desde donde dirigiría su sermón–. ¿Ves a aquél de allí? –Le señaló a Remus–. Es mi novio. Me han dicho que tendrás que salir de la iglesia con él –dijo con una amplia sonrisa.

–Qué bien. –Fingió Petunia, a quien le estaba dando un sofoco de estar rodeada de tanto lunático brujo.

Quedaron en un respetuoso silencio porque se inició la ceremonia de boda, que fue tan típica como todas aquellas que todo el mundo ha debido de ver alguna vez, aunque sea en una película, hasta que llegó el momento de intercambiarse los anillos. En su calidad de padrino era Sirius quien debía portarlos, pero por más que se rebuscó un par de veces por todo el traje, no los encontró.

–¿Cómo? –gritó Lily desquiciada cuando asumió que no los había traído–. ¿Qué estás diciendo?

El sacerdote meneaba la cabeza elevando la mirada a los cielos.

–¡Vuelvo en un momento! –dijo Sirius en voz alta mientras echaba a correr.

Algunos de los presentes se echaron a reír, otros cuchichearon y susurraron desaprobaciones contra aquel olvidadizo muchacho, mientras que otros se quedaron impasibles, como Dumbledore o Moody, como si aquello fuese una rutina normal en sus vidas.

Sirius salió corriendo a la tibia luz del sol y se quedó un momento indeciso, sin saber qué hacer. Trató de pensar y recordó dónde se había dejado el par de alianzas: demasiado lejos. Miró en torno de sí y vio un bar en la acera de enfrente. Salió corriendo y entró en su interior, porque en la calle aún había algunos curiosos que esperaban ver salir a la novia.

Entró corriendo, se golpeó con una mesa, tiró una jarra de cerveza que estaba a la mitad y que se hizo añicos, y, entre codazos, se metió en el cuarto de baño de caballeros, adelantándose a un hombre gordo y calvo que se dirigía para allí. Sirius cerró la puerta del servicio y el hombre se quedó fuera, aporreándola y diciendo todo tipo de improperios contra aquel muchachito tan maleducado.

El hombre estuvo un rato más esperando, hasta que se hartó y decidió girar el picaporte y asomarse por el resquicio para decirle que se diera prisa. Pero cuando se asomó, asombradísimo, el muchacho había desaparecido. Miró la diminuta ventana que daba al exterior y se preguntó si aquel chico sería contorsionista, porque no había otra manera de salir de allí.

Se aproximó al retrete y se descorrió la cremallera. Un cálido y amarillento chorro salió y el hombre se quedó silbando mientras trataba de apuntar al centro. Entonces se escuchó un chasquido y el hombre sintió un enorme peso que se le caía en la espalda. El hombre gordo se derrumbó en el suelo, terminándose de mear encima, y Sirius, que se había aparecido en aquel lugar, encima de sus hombros, de donde se había desaparecido para ir en busca de las alianzas, cayó encima de él.

–¡Ya sabía yo que tenía que echar el cerrojo! –se dijo para sí Sirius viendo cómo el hombre lo miraba con pánico y se subía la cremallera a toda velocidad. Blandió la varita delante de los ojos de aquel hombre y pronunció:– ¡Obliviate!

El muggle relajó la expresión y Sirius salió corriendo de nuevo hacia la calle para que aquel hombre no lo viese delante de él y le preguntase qué demonios había pasado. Mareado, al par de minutos salió el hombre, y el camarero, de su misma edad aproximadamente, riéndose, le dijo suficientemente alto como para que lo escuchase todo el mundo:

–¡Michael, ya sé por qué no has tenido ningún puñetero hijo! ¡No apuntas nada bien!

Sirius entró corriendo de nuevo en el templo, a tiempo para escuchar cómo Lily y James discutían:

–¡Sabía yo que no debíamos haber puesto a Sirius de padrino! –decía Lily, fuera de sus casillas–. ¡¡¡A Remus no se le habrían olvidado, seguro!!!

–¡Ya los he traído! –gritó Sirius exhausto–. Me los había dejado olvidados en la moto –explicó para apaciguar las mascullaciones que se habían organizado a su alrededor.

–Bien, podremos proseguir al fin –comentó el sacerdote con un deje empalagoso en la voz–. Bien, decid los votos...

Hecho esto, trasladadas las arras de una mano a otra, puestos los relucientes anillos en los dedos anulares de cada uno, ante la amplia sonrisa de ambos, el sacerdote levantó la voz:

–James Potter, ¿prometes amar a Lily Evans en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, todos los días de vuestra vida hasta que la muerte os separe?

–Sí, lo prometo –contestó sin vacilar.

Arabella Figg se sonó sonoramente.

–Lily Evans, ¿prometes amar a James Potter en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, todos los días de vuestra vida hasta que la muerte os separe?

–Sí, quiero –contestó Lily con una voz angelical.

–¡Yo os declaro marido y mujer! –Los Potter se sonrieron–. James, puedes besar a la novia.

Cuando desfilaron detrás de los novios, Sirius y Helen se sonrieron, como padrinos que eran, Frank se agarró a Alice, detrás de Remus y su pareja, y Peter, al final, iba solo y mirando el suelo rojo de vergüenza. Remus, quien llevaba del brazo a Petunia, veía que ésta mascullaba cosas que no llegaba él a entender y, además, tenía el brazo tenso como una estaca.

–¿Qué le sucede? –preguntó Remus respetuoso.

Petunia miró al chico con ojos de enojo y volvió la cara completamente.

A la salida de la ceremonia uan salva de aplausos y silbidos recibió a los recién casados, quienes se montarían en un carro tirado por caballos que los llevaría hasta el convite.

James y Lily se colocaron para la foto. Sirius se puso a su lado, como padrino, pero Helen, asqueada, salió corriendo. «¡Yo no salgo, yo no salgo!», gritó, pero Lily y Remus le gritaban enfadados para que se pusiese y fue arrastrando los pies. Remus sacó su cámara y los fotografió, saliendo de ella una pequeña humarada violeta que se vio obligado a hacer desaparecer agitando la mano. Nadie sabía entonces que en aquella foto, trece años más tarde, Harry Potter reconocería al supuesto asesino de sus padres, su padrino Sirius Black.

Los magos, a muchos de los cuales no les había gustado demasiado el ajetreo de los coches que les había mandado Lily, decidieron dejarlos allí estancados e ir al banquete de una forma algo más peculiar. Sirius esperó a que todo el mundo se fuese para arrancar su moto y echarla a volar. Muchos se desaparecieron sin más. Dumbledore, por su parte, se dirigió hacia el auto.

–¡Oh, no! –se opuso McGonagall–. Otra vez en ese infierno de vehículo no, por favor, profesor Dumbledore.

–Eso –secundó Remus–. Antes he estado a punto de vomitar.

Dumbledore miró a una y otro sin saber qué hacer. Después se volvió hacia Helen.

–A mí me da igual –dijo ésta sacudiendo las manos–. Mi padre tiene un coche y de pequeña estaba acostumbrada a ir con él a todas partes.

–Haced lo que queráis –repuso McGonagall–, pero yo me niego a volver a subir a ese cacharro. ¡Voy a desaparecerme!

–Pero, profesora, ¡hay muggles por aquí! –la trató de convencer Dumbledore.

Pero McGonagall echó a andar y cuando pasó por detrás de un alto seto se escuchó una amortiguada explosión y apareció un gato con el rabo bien alto que miraba a Dumbledore con los ojos muy abiertos. Salió a correr calle abajo hasta un lugar desierto donde poder desaparecerse.

–Bien, nos desapareceremos si ése es el gusto de la mayoría –comentó Dumbledore con desilusión–. Esperad a que nadie os vea, ¿entendido? No quiero tener hoy problemas con el Ministerio, principalmente porque Lily me mataría al enterarse de que he hecho magia el día de su boda.

Y con tres chasquidos detrás de los altos setos escondidos, se desaparecieron.

Sirius estaba en la barra del restaurante hablando acaloradamente con el camarero, vestido con chaleco rojo y ridícula pajarita:

–Póngame una cerveza con mantequilla –pidió.

–¿Cómo? –preguntó el camarero deteniéndose al secar una jarra que tenía entre las manos–. Me ha parecido oír "cerveza de mantequilla".

–Sí, eso he dicho.

–Lo siento, en este país no tenemos de eso –contestó mirándolo con desconfianza.

–¿No? –preguntó Sirius incrédulo–. Pues un zumo de calabaza, entonces.

–¿Zumo de calabaza? –repitió el muggle–. ¿Eso ha pedido? –Maldijo por lo bajo un rato porque se pensó que aquél era uno de aquellos estúpidos dietéticos que se pasaban la vida ingeriendo zumos de sandía, fresa o melón porque consideraban que les ayudarían a bajar el peso–. Lo siento, tampoco disponemos de eso.

–¿Ah, no? –Sirius empezaba a desconfiar–. ¿Qué tienen, entonces? –preguntó.

–Si lo que quiere es un zumo, los tenemos de melocotón, piña, piña y uvas... Cerveza de mantequilla no tenemos, pero sí de malta y de las marcas convencionales. Esta mañana nos ha llegado, por si le interesa, un pedido de cerveza negra; exquisita.

–Póngame una de ésas, por favor –pidió. Se volvió a Remus, que había estado siguiendo toda la conversación y le dijo:– ¡Ah, hola, Remus! ¿Ya has venido? Habéis tardado...

–Bueno, sí, es que Helen se había perdido y Dumbledore y yo hemos tenido que salir a buscarla.

Sirius rió.

–¡Traiga otra cerveza negra, camarero! –Al poco vino el joven con dos botellas de largo cuello y un par de jarras en las que vació el contenido espumeante–. Gracias. Súmelo a la cuenta de la boda de James y Lily Potter. –El camarero asintió y se alejó.

Los dos chicos se quedaron un momento en silencio, bebiendo sus cervezas y paladeándolas.

–No está mal –comentó Sirius–. Aunque una cerveza de mantequilla le da setecientas mil vueltas. –Rió de su propio chiste–. Bueno, ¿qué te cuentas últimamente, chaval? –le preguntó–. No hemos hablado mucho últimamente. No me has comentado nada de tu paseíto por París. –Remus lo miró con desconfianza–. ¿Qué te pasa, tío?

–Nada –mintió Remus mirándolo muy serio.

–Vale, reconozco que últimamente haya podido decir algunas tonterías, pero ¿es que no somos humanos? –Levantó su jarra–. Brindemos, Remus. ¡Por los dos únicos solteros del grupo!

–Y Peter... –dijo.

–Ése no cuenta. Nació soltero y se morirá soltero. –Remus sonrió ligeramente y a Sirius aquello le agradó–. Aunque tú serás el próximo en pisar el altar, no me cabe duda. Helen y tú lleváis tanto tiempo juntos que ya no puedo imaginarte sin ella –dijo.

–Es cierto –comentó Remus escaso en palabras. Le pegó un largo sorbo a su jarra.

–La verdad es que echo de menos las mujeres –confesó Sirius.

–¿Cómo? –inquirió Remus.

–Sí, Remus, las mujeres de verdad. Estoy harto de fantasías que se hacen realidad en habitaciones morbosas. –Sirius sonrió y Remus no quiso preguntar nada–. Brindemos por las mujeres, Remus, por todas y cada una de ellas. ¡Y brindemos también porque alguna se fije en mí!, ¿quieres?

La puerta se abrió y entró Dumbledore. Se quedó mirando como las jarras de Sirius y Remus entrechocaban y la espuma salía despedida. Reían y bebían. Sirius volvió a levantar su jarra y hablaba con fruición. El anciano mago se plantó ante ellos con un par de zancadas y Sirius se lo quedó mirando con respeto.

–Hola, Dumbledore –dijo Remus.

–¿Puedo hablar contigo a solas, Remus? –preguntó.

–¡Entendido! –Cogió su jarra Sirius y se levantó del taburete de la barra–. Os dejo solos.

–¿Qué quieres, Dumbledore? –inquirió Remus.

–Nada especial. –Sonrió–. Me acaban de decir cuál es nuestra sala de convite. ¿Vienes?

–¿Y para eso teníamos que hablar a solas? –Se echó a reír Remus–. Cualquiera diría que te molesta verme hablar con Sirius...

Dumbledore no dijo nada más y echaron a caminar por el restaurante. Subieron unas escaleras relucientes y limpísimas, y entraron en una enorme sala repleta de mesas redondas de caoba y con un pequeño escenario vacío al fondo, en el que sólo había unos cuantos instrumentos y un par de altavoces.

Al entrar, Remus se quedó mirando los letreros que había encima de la mesa. Dumbledore le dijo que su mesa era una del fondo, mientras que la suya propia era una algo más retirada, con los demás miembros de la orden que superaban los treinta años.

Helen apareció al poco, y después Sirius, Frank, Alice y Peter, y se sentaron. Todos los invitados por parte de James fueron apareciendo, mientras los de Lily, utilizando sus medios de transporte muggles, aún estarían en camino.

Al cabo de media hora comenzaron a entrar los más rápidos, entre los que se encontraban Petunia y su marido. La hermana de Lily miró con aprensión a todos los que se encontraban allí y, como no hubiera visto ningún coche de ninguno fuera, pensó de inmediato que ya habían hecho magia para aparecerse; por ello arrugó la frente y avanzó entre las mesas con las extremidades pegadas al cuerpo, como si pudiera llegar a rozarse con ellos. Estuvieron un rato paseándose entre las mesas.

Al cuarto de hora siguiente todo el mundo había llegado y los más lentos, James y Lily, llegaron al fin con radiantes sonrisas de felicidad. Saludaron a todos porque les habían empezado a aplaudir. Se sentaron al fondo, en la única mesa rectangular, junto con los padres de los dos, que estaban felices y gozosos.

–Pues yo no opino lo mismo, Sirius –repuso Frank–. Considero que la Nimbus 75 es rápida, pero que, dónde va a parar, la Estrella Fugaz es un modelo único.

–¡La Estrella Fugaz está ya desfasada! –exclamó Sirius como si aquella opinión no tuviese refutación posible–. Hasta las Barredoras la superan.

–Lo dices solamente porque ya no las fabrican –comentó Frank con altivez.

–Perdonad –carraspeó Lily. Todos se volvieron y la vieron allí plantada, junto a ellos, y a su lado a su hermana, blanca como la harina, y detrás de ella a su marido, rojo como un trozo de carbón encendido–. Disculpad, pero los del restaurante han tenido un error y no han contado con mi hermana y mi cuñado. –Petunia la miró como si estuviese mintiendo y hubiese sido ella misma la que la hubiese borrado para que no tuvieran dónde sentarse–. El único sitio donde queda un hueco es aquí –comentó más para Petunia que para sus amigos–. Espero que no os importe.

–En absoluto –se apresuró a decir Helen y Petunia la atravesó con una hiriente mirada.

–Perfecto. –Sonrió Lily–. Siéntate aquí, Petunia, al lado de Helen. Es mi mejor amiga, verás cómo es una chica excelente. Si tienes algún problema, avísame. Vernon –dijo con tono ligeramente grave al pasar a su lado.

Éste la miró con sus pequeños ojos llenos de rabia. Se sentó al lado de su mujer y se quedó mirando a los comensales que los rodeaban con terror y furia sumados.

–Hola. Me llamo Remus Lupin –se presentó Remus a Vernon, quien lo miró con miedo pero le estrechó la mano que le ofrecía educadamente.

–Yo, Vernon –dijo sin más.

–¿A qué se dedica, señor Vernon? –preguntó Sirius con desparpajo.

–Soy ejecutivo de una fábrica de taladros –comentó sin mirarlos.

–¡Qué bien! –aprobó. Después se volvió hacia Frank y le preguntó en un susurro qué era un taladro.

Vernon se dio cuenta de que todos murmuraban entre sí y se preguntaban qué diantre sería aquello de un taladro, todos menos Helen, que había visto alguno cuando a su padre le había entrado el afán por el bricolaje y se había puesto como un manitas a arreglar todos los desperfectos de la casa, sin saber realmente que luego su mujer tenía que ir, varita en mano, por detrás de él a arreglar todo lo que había estropeado más todavía.

–Los taladros son unos objetos que sirven para introducir tornillos en la pared –explicó todo colorado y sin levantar la vista del mantel.

Todos se miraron inquietos, asombrados. Helen se llevó una mano a la boca al escuchar aquello porque daba la impresión de que sabían que no tenían ni idea del mundo muggle. Petunia los miraba a todos con ojos veloces como guepardos, como si alguno fuese a sacar su terrible varita y fuese a atacarla.

El camarero se acercó en ese momento a su mesa y preguntó:

–¿Qué desean tomar para beber?

Vernon se apresuró a responder que un ginebra con un chorrito de coñac, pudiendo así aprovechar Remus para preguntarle a Helen qué tomaban los muggles, porque recordaba el incidente abajo entre Sirius y aquel camarero.

–¡Claro que no hay cervezas de mantequilla ni zumos de calabaza! –saltó Helen risueña–. Mira, puedes tomarte un refresco, un batido o una cerveza, a secas. Mejor que un batido no –dijo–, porque es lo que suelen beber los niños muggles, y los refrescos los suelen beber los adolescentes, aunque no están mal vistos. Lo recomendable es una cerveza, o un refresco si prefieres.

La cerveza muggle no le había entusiasmado a Remus cuando la hubo probado. Cuando el camarero plantó sobre él su mirada él dijo:

–Un refresco.

–¿Cuál?

«¿Cuál?», se repitió Remus. ¡Ya lo habían puesto en un dilema! ¿Qué diría?

–Un refresco de cola –le chivó por lo bajo Helen.

–¡Un refresco de cola! –repitió Remus.

Se los trajeron y, al rato, empezaron a repartir el menú y el primer plato: un revuelto de esparragos y zanahoria que a nadie gustó mucho. Mientras comían sin prisa, unos cuantos músicos se acercaron al escenario y cogieron los instrumentos. Remus se volvió, preocupado, fuera a ser que fuesen a robarlos. Se colgaron las guitarras, se sentaron detrás de la batería, y una guapa chica rubia se puso frente al micrófono y comenzó a cantar.

Algunos se levantaron, hartos de los esparragos y los trocitos de zanahoria, para darse unos bailecitos y se colocaron varias parejas ante el escenario. Una de las primeras en salir fue la de Vernon y Petunia, que no querían estar mucho rato más sentados allí. Volverían a hacerlo, irremediablemente, cuando tuviesen que tomarse el segundo plato, ya que sería profundamente indecoroso comer de pie y apartados de aquellos magos.

–Mundungus, ¡deja de hablar de varitas y calderos! –le reprendió en voz baja Dumbledore. Una anciana pasaba por detrás de ellos.

–Pero si está muy mayor, Dumbledore –se defendió–. Tiene que estar sorda como una tapia.

–¡Mundungus! –gritó.

–¡Que no he dicho nada de magia! –se quejó–. Suficiente que estamos un día entero sin hacer conjuros aquí ni nada –repuso molesto.

La viejecita, con los pies hinchados, se sentó en su mesa, toda alterada, y le comentó a un aguerrido joven que había sentado a su lado:

–¡Huy, mira tú, niño! ¡Qué esta gente son muy raros! Tienen varitas, calderos y hacen pociones. ¡Pociones y conjuros!

–¿No te lo habrás imaginado, abuela? –preguntó el chico con lástima.

–¡No! –gritó enfurruñada, y la dentadura se le descolgó levemente.

–Creo que se te ha olvidado tomarte las pastillas. ¡Mamá! ¿La abuela se ha tomado las pastillas?

–¡Tómatelas tú por el culo si quieres! –saltó la abuela roja de furia–. Que estaré vieja, pero no chocheo...

–¿No? –preguntó su nieto con sarcasmo–. Tranquila, abuela, que te va a dar un infarto.

Un grupo de firmes camareros trajo el segundo plato: enormes filetes empanados con patatas y mahonesa. Vernon y Petunia se vieron obligados a volver a su sitio cuando comenzaba un bolero.

Dumbledore se acercó por detrás y rozó suavemente el hombro de Remus. Éste se volvió y vio la risueña cara del director ante él.

–¡Ah, hola, Dumbledore! –dijo–. ¿Qué pasa?

–Nada importante –contestó sin dejar de sonreír–. ¿Podemos hablar a solas?

–Oh, claro –contestó y se levantó de la mesa mirando a Helen–. ¿Adónde vamos?

–Abajo.

–¿Por qué abajo?

–Porque aquí hay mucho bullicio, Remus –explicó tajante.

Descendieron las escaleras y llegaron al vestíbulo, donde un par de camareros discutían con un cliente que se obstinaba en irse sin pagar, medio borracho como estaba.

–¿Sí, Dumbledore? –inquirió Remus impaciente.

–¿Nos sentamos? –preguntó señalando un par de taburetes libres en la barra.

Un camarero se aproximó y les preguntó qué querían. Dumbledore contestó por los dos que un par de brandys.

–¿Qué es un brandy? –preguntó Remus.

–Ya lo verás –dijo Dumbledore sin más–. Bueno, lo que quería preguntarte, espero que no lo veas como el acto de un viejo cotilla e insufrible, es ¿qué era lo que te estaba comentando antes tan feliz Sirius?

–Nada especial –dijo Remus sin más–. Era una conversación entre amigos.

–Entre amigos... –comentó Dumbledore con las cejas levantadas–. Comprendo.

Alguien abrió la puerta del restaurante y entraron un par de hombres jadeantes que cerraron la puerta de golpe. Un cristal se hizo añicos.

–¿Qué hace? –le espetó uno de los camareros, furibundo.

–¡Ahí fuera! –tartamudeaba–. El cielo se ha oscurecido...

–¿Estás borracho? –preguntó el camarero levantando y amenazándolo con el puño.

–Se ha oscurecido –repitió el otro– y hacía mucho frío... ¡Mucho frío! Debe de ser una nube de borrasca. –Ambos temblaban de frío.

Dumbledore se puso en pie de un salto y se sacó la varita del bolsillo del pantalón. Remus se preguntó qué demonios hacía, pero lo siguió, creyendo que se había vuelto loco o algo así y por si era preciso detenerlo.

–¡Apártense! –gritó Dumbledore con voz grave al llegar a la puerta.

–¿Qué haces? ¿Te has vuelto loco? –Le pisaba los talones Remus–. ¡Para!

Dumbledore se volvió con el rostro muy tenso.

–¿Piensas ayudarme o qué? –preguntó Dumbledore.

Abrió la puerta y salieron a la calle, por la que corría un viento helado y una gruesa cortina de niebla había absorbido la luz. Varios muggles estaban tirados por el suelo, gritando, mientras decenas de dementores se aproximaban hasta ellos levantándose las capuchas.

Remus, atónito, se sacó también su varita y la apuntó con decisión, a pesar del miedo que palpitaba con violencia en su pecho.

Algunos dementores se aproximaban y Remus levantó su varita.

–¡Expecto patronum! –gritó–. ¡Expecto patronum!

No ocurría nada. Debía recurrir a un pensamiento muy feliz para convocar a un verdadero patronus. No se le venía a la mente ninguno. Tampoco es que su vida hubiese sido un océano de desgracias, pero tampoco un cúmulo de felicidad. Un par de dementores se aproximaron hacia él con sus manos viscosas, próximos a descorrer su capucha y enseñarle su horrible cavidad. Remus miró a Dumbledore, que miraba aquel estropicio con ira, y el rostro de Helen se le vino a la mente. Helen...

–¡¡¡Expecto patronum!!!

Un chorro de luz plateada golpeó contra uno de los dementores y cayó hacia atrás. Pero el otro seguía acercándose.

–¡Expecto patronum! ¡Expecto patronum!

La mente de Remus se comenzó a llenar de niebla, de frío, de hielo. Vio nítidamente a su madre, ante él, caída en el suelo, muerta en la sala de estar de su antigua casa; vio a Voldemort aproximarse hasta él y decirle: «¿Estás listo para enfrentarte conmigo, Remus? Veamos de lo que es capaz el licántropo domesticado de Dumbledore contra el hechicero tenebroso más poderoso de todos los tiempos.»

Todo se estaba volviendo neblinoso cuando el dementor se aproximaba más aún. Remus cayó al suelo. Dumbledore alzó entonces su varita y se interpuso entre el dementor y Remus. Dumbledore le gritó algo al dementor, pero Remus no podía escucharlo: se retorcía en el suelo, con los oídos taponados y la mente embotada.

Luego gritó el encantamiento patronus y un brillo plateado escindió el aire. Una enorme sirena, con conchas para ocultar sus voluptuosos pechos, y con refulgentes y plateadas escamas en lugar de piernas apareció surcando el aire. Le dio un coletazo al dementor y éste cayó derribado. Siguió surcando el aire como si nadase bajo el mar y golpeaba a todos los dementores hasta dejarlos sin fuerzas.

Remus sintió que Dumbledore lo incorporaba y lo ayudaba a entrar en el restaurante. Lo ayudó a sentarse en la barra y el camarero se acercó con las cejas enarcadas:

–¿Qué le sucede?

–Se ha mareado –explicó Dumbledore–. Dele un batido de chocolate, por favor.

–Conozco un remedio más efectivo: se trata de...

–¡Un batido de chocolate, por favor! –gritó Dumbledore–. ¿Estás mejor, Remus? –Éste asintió con las pocas fuerzas que le quedaban–. Cuando te tomes el chocolate estarás mucho mejor. Sube entonces, ¿vale? Voy arriba a explicárselo todo a los demás. Si vienen los del Departamento de Seguridad Mágica –contrajo el rostro–, diles que estoy arriba.

Subió los escalones de dos en dos y hasta de tres en tres. Se plantó en la sala y sus ojos irradiaban tanta fuerza que muchos se volvieron hacia él con asombro. Moody se levantó al verlo, seguro de que había pasado algo. McGonagall lo acompañó.

–¿Qué ha pasado, Albus? –preguntó Moody.

–Tengo que hablar con los Potter –contestó simplemente.

–¡Señor Dumbledore! –le espetó la profesora.

El director de Hogwarts vio en aquel momento a James y lo paró. Le explicó todo y éste escuchó con incredulidad.

–Hay que explicárselo a Lily –dijo angustiado–. Así que puede ser que Voldemort esté atentando contra la boda –dijo.

–No –contestó Dumbledore rotundo–. No se atrevería. Ha enviado por lo menos medio centenar de dementores. Sólo eso.

Lily estaba haciéndose una foto con Petunia por orden de la madre de ambas, con lo que Petunia intentaba ser agradable y sonreír, aunque tuviese que estar al lado de la hermana por la que tan poco agrado sentía.

–¡Disculpe, disculpe! –Llegó corriendo hasta ella James–. Lo siento. –Se puso entre la cámara.

–No, James. Sal si quieres –lo invitó su suegra amablemente.

–Lo siento, señora Evans, pero no es momento para fotos. Tengo que hablar con su hija personalmente, si no le importa.

–En absoluto –contestó sin ofenderse.

Dumbledore, Moody y McGonagall, más lentos, llegaron después. A Petunia no le importó la suspensión de la foto, y, a fin de cuentas, le alegraba que su cuñado le dijese que quería hablar con Lily a solas, porque no le gustaba nada en absoluto. No obstante, por su acostumbrada curiosidad, se hizo la remolona y rondó en torno a ellos para escuchar la conversación.

–¿Qué pasa ahora, James? –preguntó en tono molesto.

–¡Dementores, Lily! –le explicó secamente.

–¿Dementores? –repitió incrédula Lily–. ¿Los guardianes de la prisión de los magos? –preguntó bajando el tono de voz.

–Sí, de Azkaban –corroboró James asintiendo con energía.

–¿Y qué hacen dementores aquí? –preguntó llorosa.

–Voldemort debe de haberlos enviado –contestó Dumbledore–. Había cerca de medio centenar. Han atacado a Remus. –Lily se llevó una mano a la boca y ahogó un grito–. Pero no os preocupéis, está bien, abajo, tomándose un batido de chocolate.

–Petunia, ¿qué haces? –Se acercó hasta ella Vernon.

–Oh, nada, nada. –Y se marchó con él.

Helen, que pasaba por allí, se paró en seco al ver a Dumbledore.

–Hola, Dumbledore. Creía que Remus estaba con usted.

El director la miró fijamente y la chica ahogó un grito y salió corriendo hasta el vestíbulo, donde lo encontró bebiéndose un vaso de batido.

–¿Hay heridos, Albus? –preguntó Moody con voz hosca.

–Unos cuantos muggles –dijo–. Tendríamos que bajar abajo a hacer algo por ellos antes de que vengan los del Ministerio. Tú no, James. –Lo detuvo–. Es tu boda. Ni lord Voldemort ni sus secuaces van a estropearte eso.

Sin embargo, el incidente no pasó de aquello. Remus, al terminarse el vaso de batido, subió de nuevo a la sala del banquete donde explicó a todos lo que había ocurrido, escuchándolo todos con emoción y suspense.

Helen, al cabo de que lo explicase una cuarta vez a petición de Peter, de nuevo, le dijo que ya se habían enterado todos de los pormenores, que era hora de que se dedicase un poco a su chica y le dijo que por qué no la sacaba a bailar.

Al cabo de un par de horas el incidente con los dementores ya había sido olvidado y de nuevo se contagiaron la risa y el buen humor. Dumbledore bailó con McGonagall, aunque Arabella estuvo de morros toda la tarde. Moody le pidió un centenar de veces bailar con él y ella se negaba. Todo el mundo se divertía.

Finalmente acabó la fiesta. Bajaron con gran bullicio y estuvieron un rato fuera, donde antes todo lo habían ocupado los dementores. Ni rastro quedaba del ataque. Lily estuvo despidiéndose un rato de su madre y le dijo que ya la avisaría cuando naciera el bebé. No sabía, sin embargo, que sus padres morirían en un accidente de tráfico a las dos semanas y que les legarían a sus dos hijas un dinero que tenían ahorrado, que Lily y James cambiaron por oro mágico y guardaron en su cámara de Gringotts.

El coche de caballos estaba aparcado a la puerta, y James y Lily subieron a él, agitando las manos para despedirse de todos.

–¡Vivan los novios! –gritaban con vivacidad.

–¡¡¡Vivan!!! –gritaban todos a coro.

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He aquí el final de este capítulo. Espero que os haya gustado. No lloréis, pero me voy a tomar unas pequeñas vacaciones, personales. Los próximos sábados son fiesta: 25 Navidad y 1 Año Nuevo, así que no podré colgar. Os aguardo el año que viene, viernes 7 de enero de 2005. En esa fecha volveré de nuevo con mi acostumbrada puntualidad. No obstante, nunca hay que descartar un "posible regalito de Navidad"... (Risas).

Avance del capítulo 23 (PRELUDIO DE UNA VENGANZA SONADA): ¿Estabilidad? ¿Quién inventó esa palabra? Remus no la conoce, y cuando cree conocerla, cuando cree que han llegado por fin la paz y la tranquilidad, se equivoca. Lord Voldemort acecha, y junto con su secuaz maquina el "preludio de una venganza sonada".

Lo dicho: ¡FELIZ NAVIDAD A TODOS! Brindemos a la salud de los autores y lectores de "fanfiction", deseando mucha paz y prosperidad para el año nuevo, así como un gran éxito con los nuevos y viejos relatos que se publiquen. ¡Un abrazo a todos, y nos vemos pronto no, PRONTÍSIMO!

KaicuDumb (Quique este año y el que viene).