«En sentido estricto, por filología se entiende hoy comúnmente la crítica de los textos y, en un sentido más amplio, la ciencia de todas las informaciones que se deducen de los textos, especialmente antiguos, sobre la vida, la cultura, las relaciones sociales y familiares, económicas, políticas y religiosa, etc., del ambiente en que los textos mismos se escribieron o a que se refieren.

Es decir, que mientras que el lingüista considera generalmente los textos sólo como hechos lingüísticos, como fenómenos del lenguaje, al filólogo los textos le interesan como documentos de cultura e historia.» (Eugenio Coseriu, Introducción a la Lingüística).

Respondo "reviews":

AYA K: (O Leena, sí, ¿por qué no?). Hola. ¿Qué tal? ¿Qué tal la Navidad? Espero que bien. No sé cómo lo haces, pero siempre eres la primera en dejar un "review"; madrugar, no madrugarás; pero lo que es coger con ganas el ordenador y ponerte a leer... Bueno, eso está bien, que no te estoy censurando. ¿Qué tal las notas? Qué fuerte, nadie me ha dicho cómo ha salido de este primer trimestre. ¿Es que no hay confianza? En cuanto a lo de Derecho, me parece perfecto sea lo que sea que decidas, mientras sea tu elección y vayas de buena gana; como vayas a algo que no te guste... No digo que no seas capaz de conseguirlo, pero cuesta más. Vamos, que yo puedo hablarte de bien poco, pues en asuntos universitarios soy novato, y en cuestiones de Derecho no tengo ni idea. Ves tú, si me preguntas por cualquier rama de Filología te hubiera sabido responder mejor. Repasando tu "review", veo que dices que tienes que estudiar en vacaciones... Vete acostumbrando, subimos de niveles y nos exigen cada vez más. ¡Uf! Esta tarde me la he pasado casi por completo estudiando, pero ya estaba harto y me he puesto a responder unos cuantos "reviews". (Sé que no te interesa, pero estaba estudiando la lírica primitiva y sus tipos: he desechado ya el zéjel, las jarchas y a la mitad los cancioneros galaico-portugueses). ¡Uf! Qué ganas tengo de ser profe de Lengua y Literatura. ¿Me imaginas explicando estas cosas? Pero una pregunta obligada: ¿seré de esos profesores que censuran irremediablemente la literatura de Harry Potter? (Quique pone cara de pensar, pero le duele tanto la cabeza que se relaja). Ay. (Vaya, no hago más que poner interjecciones, se nota que llevo un día "plof"). Imagino que te debo de estar aburriendo, porque mis conversaciones de hoy no son nada... inteligentes. ¡Qué mal estoy! Ojalá nos encontráramos otra vez en el messenger, pero cada vez lo veo más crudo, porque cada vez me conecto menos. Ya ni siquiera los sábados por la mañana, de momento, por lo que, hasta nuevo aviso, no se te ocurra levantarte temprano por encontrarme, que no me ibas a encontrar. A partir del próximo capítulo, y no sé hasta cuándo exactamente, pienso colgar los nuevos capítulos los viernes, que estoy siempre rondando por la facultad y, en un salto, me cuelo en el aula de informática y me conecto. ¡Ay, cruel vida! Qué cansancio, cuánto me pesan los párpados. Te dejo ya, que te debo de estar amargando la existencia. Nada, Aleena (AYA K, para los que aprecian los nombres raros), que te deseo un muy feliz año nuevo y que entres en él con buen pie, ¿vale? Un beso muy grande de uno que está unas cuantas comunidades autónomas por debajo de ti.

Ana: ¿Chiquitín? ¡Hola! Volviendo a lo de... ¿chiquitín? Te lo consiento porque eres tú, que si no... Eso es lo mismo que Remus cuando le dicen "muchacho" y él se ofende; sí, tengo 18 añitos, soy un yogurín, pero bueno... (Risas). Espero que todos tus exámenes te hayan salido genial, en primer lugar. Imagino que te los habrás preparado concienzudamente y habrás hecho una prueba excelente, así que no tenemos por qué preocuparnos: de aquí a nada vas a estar en Hacienda metiendo miedo a la gente, te lo dice Helen, que es adivina. Yo también debería estar estudiando (si quiero llegar a ser algún día un filólogo, al menos mediocre), y en ello estaba, investigando sobre la obra de Alfonso el Sabio; pero al llegar a las obras jurídicas me he acordado de ti y me he decidido a escribir las respuestas a los "reviews" que he leído esta mañana (jueves). ¡Vaya tebeos me mandas!, ¿eh? Se lo he pasado a un montón de gente para que "rule". ¡Ah! Lo que te dije en el correo electrónico que te envíe el lunes es que estaba leyendo La seducción de las palabras de Álex Grijelmo cuando me salta con algo que se parecía a esto (perdona, pero es que he tenido que devolver el libro esta mañana, por lo que no te lo voy a poder citar textualmente): con que la persona en cuestión conozca unos cuantos "leguleyismos", basta para atemorizarlo y... Comprende que me empecé a reír solo. Si no llega a ser por ti no hubiera tenido ni idea de qué significa (y eso que el libro trataba sobre eso, la seducción de las palabras, seducción sobre todo en el plano fónico y en el semántico), y eso que lo busque en el DRAE; pero me dejó colgado... ¡Ay! ¿Qué tal los Reyes, se van a portar bien? No quiero romperte la pompa, Ana, pero los Reyes no existen. (Risas). Y Papá Noël tampoco; con lo que si te llega un viejo diciéndote que él te arregla los problemas si el amigo de tu padre te echa del trabajo en que estás haciendo las prácticas, si Pepe (Rowling no lo quiera) te abandona para irse con otra, y encima se lleva tu huchita con los ahorros, ¡tú hazme el favor de no hacerle ninguna mamadita! Bueno, volvamos a cosas más literarias, que no he dicho nada de lo que me comentas en tu "review". Ah, sí..., chiquitín... De eso ya he hablado. Paso a la siguiente nota. Menos mal que tú, mi sublime crítica, me apoyas y dices, ¡por fin!, que este capítulo es de tu agrado; por suerte me queda el consuelo de que estamos de acuerdos en qué capítulos abandono un poco el estilo... ¡Y el 21, en ese aspecto, es pésimo!, aunque tiene algunas cosas que me encantan de él. (Piensa que para mí todos los capítulos son como hijitos que echo al mundo, por lo que ya estoy hecho todo un padrazo). Sí, la escena de Sirius en la barra es muy buena; aunque no sé por qué lo dices: ¿por la suspicacia o por la parte sincera que pone en la conversación? Al que habría tenido que poner menos aprensivo debería haber sido a Dumbledore. ¿Te gustó la escena de los dementores? La incluí porque, si recuerdas, en el quinto libro Petunia sabía acerca de los dementores porque escuchó a James hablando con Lily acerca de ellos; era obligada una escena como ésta. Y gracias por decir que te gustan los detalles intercalados; te prometo que en próximos capítulos aparecerán más, incluso más interesantes si cabe. Muchas gracias de nuevo por tu constante apoyo, Ana; nunca me cansaré de decirlo, pero junto con Elena eres una gran motivación. Gracias. Un besazo enorme, y dale recuerdos de mi parte a Pepe. ¡Feliz año nuevo! P.D. (del viernes): Gracias por el mensaje. Feliz navidad también para ti, aunque con un poco de retraso. Lo siento, no pude responderte porque seguía con mis tristes cinco céntimos.

Aryblack: ¡Hola! ¿Qué tal? Me sentí muy contento al recibir tus "reviews", pues hacía ya algunas semanas que no me leía nadie nuevo y también, obviamente, porque eres de Córdoba como yo. Lo cierto es que lo he pensado muchas veces: mira que hay gente por aquí; ¿no podrá haber nadie de Córdoba? Pero ¿cómo los iba a encontrar? Bueno, sí hay, pero son personas que yo conozco personalmente y se animaron a inscribirse en "fanfiction" al mismo tiempo que yo. Así que del Valle de los Pedroches... ¿De algún pueblo en concreto? Lo cierto, siendo franco, es que esa zona no la conozco mucho, pero nunca es tarde si la dicha es buena. Cierto es también que en "fanfiction" no hay chavales (yo sólo me he visto a mí mismo), pero bueno: soy la excepción que confirma la regla. Leyendo tus "reviews" me reí mucho. ¿Que te gusta la sangre? ¡Uf! Entonces creo que en algún momento MDUL te satisfará. Pero no puedo decir más. Lo cierto es que, te comento, yo voy mucho más adelantado escribiendo que vosotros leyendo: mientras vosotros vais a leer el 23, yo estoy escribiendo el 51; y esa diferencia es la que me permite colgar un capítulo por semana. Te podría comentar miles de cosas que me has dicho, pero prefiero no reventarte la sorpresa. Sólo una, tendré en cuenta tus sugerencias a la hora de maquinar el final de Pettigrew. ¡Ah! No me has dicho nada sobre si quieres figurar como personaje en MDUL o no; si no quieres, me lo dices también y así tengo constancia, que tengo ahora mismo un lío. Me alegro que te gusten el señor Nicked y Ñobo. ¡El señor Nicked es la caña!, y lo mejor es que está basado en hechos reales; más concretamente en un "hecho real". Pobre Manolo, si supiera que lo llamo así... Es buen hombre. Dices que querrías tener una varita automática, y yo te querría facilitar una, pero no hay varitas ni de las normales. (Quique suspira, pero luego se pregunta que qué c... normales, si hacen magia son paranormales; como le empieza a salir humo de la cabeza, deja de pensar). «Joer, el colega como ata cabos.» Apunté esta frase porque me hizo reír mucho. Te agradezco el comentario, aunque lo de Ñobo como padre de Dobby es una tontería si pienso otras muchas cosas que quedan por verse. (Quique se contiene, mordiéndose el labio –poniendo cara de... Gollum: "mi tesssoro"–, ¿por qué será que tiene tantas ganas de revelarnos el argumento futuro?). Hablando de Gollum, también me hizo gracia que lo mencionaras cuando te dio el ataque de histeria; así que escribes sobre ESDLA; eso está bien. ¿De qué? ¿Cómo? ¿Y lo escribes compartidamente o tú sola? ¡A mí también me gusta ESDLA!; libros, pelis, da igual. ¡Ah! Otra cosa que me divirtió es que dijeras: «¡Y vivan los españoles que les sacamos el dinero a los guiris!» He de suponer que eres patriótica... Muchas gracias también por las edades de los Weasley, aunque me hubieran hecho realmente falta hace algunos meses; ahora casi no figuran, pero aún así es de agradecer, pues por lo menos ya lo tengo de constancia y puedo mirarlo por duda, ¡o por mero interés! Nada, chica (Aryblack... (Quique pone cara rara) ¡Espero un nombre!), espero que pases la Nochevieja muy bien y la disfrutes pasándotelo en grande. Un beso desde unos kilómetros de nada más abajo.

(Perdón. PERDONEN LAS MOLESTIAS. Si no figuras en las respuestas a los "reviews", se debe sin duda a que dejaste tu crítica después del jueves 23 de diciembre a las 12 horas del mediodía; no he podido conectarme desde entonces, aunque prometo que en el próximo capítulo responderé a todos vuestros "reviews" como es debido. Muchas gracias por vuestra comprensión.)

(DEDICATORIA: Este capítulo merece ser dedicado a Aryblack, nueva lectora que se está entregando con ansia licántropa. Muchas gracias por tu apoyo, cordobesa, y espero que me acompañes hasta que MDUL finalice, dentro de mucho tiempo, estimo. También se merece un poco de reconocimiento Joanne Distte, única persona, junto con Ana (que lo hizo en directo) que se ha pasado a ver los dibujos de Elena o, al menos, se ha tomado la molestia de comentármelos. Muchas gracias.)

CAPÍTULO XXIII (PRELUDIO DE UNA VENGANZA SONADA)

–¡Cállate, Matt! –gritó la señora Nicked desde la cocina.

–Pero es que... –se excusó el pobre muggle, colorado.

–¡Es que nada! –volvió a gritar. Reapareció en el salón–. Te he dicho que Ñobo y yo hemos preparado calamares a la plancha y pudin de calabaza –explicó–. ¡Me da igual que tengas antojo de picadillo de liebre!

–Pero puedes hacerla aparecer con tu varita –susurró con miedo.

–¡Oh, cállate, Matt! –exclamó enojada–. Y también puedo convertirte a ti en un ganso, ¿sabías?

El señor Nicked tragó saliva y se calló.

–¡Remus, Helen! –llamó la señora Nicked–. ¡Bajad que la cena está casi lista!

Un traqueteo de pies por la escalera anunció el advenimiento de Remus, que las bajó corriendo.

–¿Quieres que te ayude en algo, Helen? –se prestó servicial a su suegra.

–No, gracias, cariño. Siéntate a la mesa al lado de Matthew. Enseguida lo llevaremos todo entre Ñobo y yo.

Remus miró a su suegro de reojo y vio que tenía la cara tan larga que casi le llegaba al suelo.

–¿Qué te pasa, Matthew? –preguntó.

–Nada –contestó como los niños chicos, cruzado de brazos y a punto de estallar en pucheros.

–Bueno, si no te pasa nada... –se desinteresó Remus.

–¡Sí me pasa! –exclamó para llamar su atención–. ¿Tú no tienes un antojo de algo en especial hoy?

–¿Un antojo? Pues, no...

–¿No? –preguntó el señor Nicked con desánimo–. ¡Es que a mí me apetece picadillo de liebre! –clamó lloriqueando. Después adoptó cara de no haber roto un plato en toda su vida–. ¿A ti te molestaría mucho hacerme aparecer un trozo de liebre? –inquirió.

–Lo siento, Matthew –cabeceó Remus–, pero no soy nada bueno en cocina mágica, ¿sabe? –El señor Nicked se puso a lloriquear y a dar puñetazos en la mesa–. ¡Matthew, Matthew! Que va a cabrear a su mujer.

–¡Quiero liebre! –gritó obcecado.

–¿Ah, sí? –preguntó Remus con amargura–. Pero ya le he dicho que yo no puedo. ¿Por qué no le pregunta a su mujer?

–¿Por qué crees que te lo estoy pidiendo a ti, muchacho? –le preguntó mirándolo fijamente.

La señora Nicked reapareció con un par de platos y, como obra de milagro, el señor Nicked se quedó en un profundo silencio.

–¿Dónde está esta niña? –preguntó–. ¡Helen, Helen! –volvió a llamar.

–Ya voy –dijo con amargura desde el piso de arriba.

Al poco aparecieron sus pies en la escalera y estuvo en un instante en el salón, con algo entre las manos que barajaba continuamente.

–Siéntate, querida –ordenó su madre haciendo ella lo mismo–. ¡Ñobo! ¡¡¡Ñobo!!! ¿Cuándo piensas traer el resto de los platos, eh?

El elfo, con aspecto desanimado y consumido, apareció con un plato en cada mano y otro sobre la cabeza, por el cual debía andar muy lentamente para que no se cayera.

Helen tomó asiento. El elfo comenzó a repartir los platos: el de la mano derecha lo depositó frente al señor Nicked, mientras que el de la cabeza lo dejó ante Remus, quien dijo en un susurro: "gracias", y el otro...

–¡Helen! –gritó su madre acalorada–. ¿Quieres dejar de barajar el tarot en la mesa? –le pidió.

Ante la crispación y el nerviosismo, una de las cartas se le escapó de entre las manos a Helen, mientras el resto cayó al suelo, y fue a parar al lado de Remus Lupin: la carta decimotercera, la más oscura de todas: ¡la Muerte! El señor Nicked gritó al ver el consumido rostro de la calavera sonreír con su mandíbula desnuda y amenazar desde la carta con su guadaña preparada.

–¿Qué...? –tartamudeó Remus–. ¿Qué significa esto?

El elfo, que se había encogido de miedo al ver la carta, se despegó de al lado de Remus sin dejar de mirarlo con terror y se fue.

Helen se levantó un momento de su asiento y recogió la carta del rey de los esqueletos. Le dijo a su madre que aquello había sido muy raro y que le disculpase, pero que tenía que hacer una comprobación.

–¿Qué tipo de comprobación? –preguntó la señora Nicked con desdén.

Al barajar una de las veintidós cartas se cayó sobre el mantel: la Luna.

–¿Qué significa eso? –preguntó Remus con voz de angustia.

–¿Lo preguntas, Remus? –contestó mirándolo fijamente–. La Luna es un símbolo vital para ti, ¿no crees? Tenía que salir, y por eso ha caído, pero no podía ser o de pasado o de presente o de futuro, porque pertenece a los tres, así que pertenece a ti.

–Pero... La otra carta... Tú misma dijiste –recordó Remus poniendo voz de pánico– que esa carta no significa muerte literalmente, sino un cambio brusco o algo así...

–Sí y no –dijo Helen barajando con fuerza–. Algunas veces sí y otras no. Voy a preguntar más directamente y veremos lo que sale, aunque no me gusta mucho el tarot. Es demasiado impreciso, al contrario que mis visiones, tan nítidas... Pero éstas no las tengo a placer, como sabes, y las cartas, aunque más indecisas, están guardadas en el cajón todo el día...

–Sí, se las regalé yo –le dijo el señor Nicked por lo bajo a Remus.

–Con ese regalo sí que acertó –mencionó Remus.

–¿Qué has querido decir? –Arrugó el ceño el muggle, pero Remus no contestó nada porque Helen ya había cortado el fajo de los veintidós arcanos mayores.

–Pasado –dijo con voz trémula y sacó la carta del Mago–, presente –y colocó sobre el mantel la de los Amantes– y futuro –y apareció, por último, el Diablo, con los ojos rojos.

–¿Qué significa? –preguntó Remus mirando por encima.

–No lo sé con exactitud –contestó–. Cada carta tiene un significado en el momento en que sale. El Mago en tu pasado... ¡No sé!

–De niño no sabía si llegaría nunca a ser un mago –recordó Remus con nostalgia–. Mis padres pensaron que nunca me aceptarían en Hogwarts.

–Los Amantes... –Seguía mirando Helen.

–¡No hay que ser un lumbreras para saber lo que significa eso! –exclamó el señor Nicked–. Claro, todo el día ahí dale que te pego, besito va, besito viene, ¿así qué otra carta va a salir? ¿La del estudio? ¿La del trabajo?

–Ésas no existen, papá –dijo Helen.

–Ya lo sabía, hija –dijo riendo–. ¡Era por probar si vosotros también! No ha colado, ¿no? –preguntó mirando a su mujer–. Perdona, palomita, pero nosotros no somos tan expertos como los magos, ¿qué se le va a hacer? –dijo en tono de reproche, pero su esposa lo miró con tal furia que él se apresuró a añadir:– ¡Perdón, perdón, perdón! ¡No quería decir eso! Tú sabes que no. Soy un muggle bueno. ¡Perdón!

–Y el diablo... –siguió Helen.

–¿Qué...? –empezó Remus.

–¡Guarda las cartas, Helen! –gritó la señora Nicked–. Vamos a cenar, ¿quieres?

–¡No, no! –la contradijo su esposo–. Helen, querida, échame las cartas a mí.

–¿A ti? –preguntó Helen con ironía–. ¿Qué quieres saber? ¿Si te volverá a crecer pelo? La respuesta es... Mmm. –Hizo cómo que indagaba en lo más profundo de su mente–. ¡No!

–No, no, no. –Negó con la cabeza–. Lo mismo que a Remus: pasado, presente y futuro. ¡Es muy interesante! Quiero saber mi futuro...

–No es de mucha ayuda, Matthew, se lo aseguro –repuso Remus muy serio.

–¡Bah! A mí sólo me pueden salir cosas buenas –dijo sonriente–. Pero, hija querida, quita antes la Muerte esa apestosa para que no me pueda salir, ¿quieres?

–¡Papá! O te echo las cartas bien, ¡o no te las echo!

Al fin acabó consintiendo, aunque temblaba, y Helen volvió a barajar, a pesar del evidente enfado de la señora Nicked, que quería que empezasen a comer ya para terminar pronto y poder refugiarse un rato en la lectura de Corazón de Bruja antes de irse a la cama.

–¡Ahí va! –dijo Helen cortando las cartas mientras el señor Nicked cruzaba las manos–. El pasado... –Salió la carta de la Emperatriz.

–Ésa debó de ser yo. –Sonrió tímidamente la señora Nicked–. La única imbécil en el mundo que podía casarse con el subnormal este –dijo sin intimidarse.

–¡Oye, sin faltar! –exigió el señor Nicked sin ofenderse demasiado–. Vamos, hija, sigue. Que el pasado ya lo sabía. ¡No me dices nada nuevo!

–Presente. –Sacó otra carta: el Colgado–. Y finalmente, el futuro... –Y la carta del Loco cayó a la derecha de la del presente.

–¡Eso está equivocado! –escupió el señor Nicked–. ¿Yo loco?

–Es lo más acertado que podían haber dicho, cariño –comentó la señora Nicked conteniendo la risa–. Pero ahora guarda las cartas, querida, que ya es hora de que nos pongamos a comer. Bueno, ¿cómo está? –preguntó.

–Está estupendo, mamá –aprobó Helen.

–Sí, realmente delicioso –contestó sonriente Remus.

La señora Nicked se quedó mirando sonriente a su esposo, pero como éste no contestara su sonrisa fue desapareciendo gradualmente.

–¿Hola? –dijo la bruja para llamar su atención.

–Sí, muy bueno –dijo el señor Nicked sin énfasis–, ¡pero yo habría preferido un picadillo de liebre! –explicó ya por enésima vez.

–Y yo que te callases –dijo la señora Nicked muy tranquila–, y ¡mira tú por dónde!, yo tampoco me salgo con la mía. –Rió.

Comieron un rato en silencio.

–Por cierto –saltó de pronto el señor Nicked al cabo de un rato–, dentro de dos semanas se jubila un compañero del hospital y le hemos preparado una despedida –explicó–. Las parejas de los trabajadores también están invitadas. Yo pienso ir, así que espero que no me pongas pegas, palomita, porque quedaría tremendamente deshonrado si no me acompañas.

–Ya veremos, según cómo te portes –sugirió riendo–. ¡Ah! Me acabo de acordar –dijo mirando a Helen–. Esta mañana se ha pasado por el hospital Lily para hacerse una ecografía. –Sonrió–. El bebé está muy bien. ¡Y es niño!

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James andaba torpemente por la avenida desierta, mirando a todos lados con la varita desenfundada. Sus pasos crujían sobre la gravilla y se volvía rápidamente cada dos por tres creyendo que había escuchado algo. Comenzó a soplar una suave brisa que mecía los árboles de la acera, y la capa de James ondeó al viento.

–¡Detrás de ti, James! –gritó Sirius apareciendo la cabeza de detrás de un coche.

Y James se volvió a tiempo de ver cómo la aspectral y alta figura de lord Voldemort aparecía de detrás del buzón de correos. Levantó su varita con una extraña sonrisa y la agitó. El coche detrás del cual se escondía Sirius explotó y el joven mago tuvo que salir corriendo.

–¡Sirius! –gritó Dumbledore apareciendo por la esquina–. ¡Escóndete!

Y avanzó decidido hacia James para protegerlo.

–¡Avada kedavra! –gritó Voldemort, pero no dio en el blanco. No obstante, Dumbledore seguía caminando con toda seguridad de sí mismo.

–¡Corre, James! –ordenó el director.

–¡¡¡No!!! –gritó el chico–. Yo puedo con él. –Y levantó su varita–. ¡Impedimenta!

Lord Voldemort se desapareció a tiempo y reapareció detrás de otro coche que, con un golpe de varita, lanzó hacia ellos. Se desaparecieron justo a tiempo. Cuando volvieron a surgir en la calle vieron cómo había apresado a Peter, que se escondía detrás de el coche que había hecho volar. Dumbledore apretaba los dientes con furia inusitada.

Agitó su varita el anciano mago y Voldemort salió disparado hacia atrás, chocando contra la pared enladrillada. Peter cayó al suelo y salió corriendo. Cruzó la calzada y metió el pie, sin saberlo, en un socavón. Se cayó al suelo con un tobillo torcido, gritando de dolor.

Voldemort se levantó y avanzó con la varita enhiesta.

–¡Prepárate para morir! –gritó apuntando hacia el pequeño Pettigrew, que se retorcía en el suelo.

Remus se apareció delante del gordito mago, que seguía en el suelo, interponiéndose, y Voldemort rió de forma cruel.

–¡Expelliarmus! –gritó Voldemort y la varita de Remus salió volando por el aire.

–¡Remus! –gritó Dumbledore.

–¡Avada keda...! –invocó Voldemort cuando Dumbledore dio una palmada y la calle desapareció. La sala de entrenamiento apareció tan blanca y nítida como siempre.

–¡Mierda! –soltó Remus sin preocuparse de que Dumbledore, que se acercaba, lo oyera–. Lo siento, Dumbledore.

–¿Qué sientes, Remus? –preguntó con voz suave–. ¿De verdad pensabas que podrías librarte de él tan fácilmente?

–Pero todas las veces que nos hemos enfrentado a él creando una realidad virtual en la sala –comentó James– ¡ha matado a alguno de nosotros!

–Claro, James –contestó Dumbledore con expresión adusta–. La primera vez que os enfrentastéis a Voldemort fue una suerte que escapaseis todos con vida. ¡Y hasta con los prisioneros! Fue realmente suerte. Pero la segunda vez que Voldemort hizo de las suyas... ¡Pobre Dorcas! Y pobre Benji cuando volvió a aparecer. Voldemort siempre escapa, y nunca pasa por un sitio de balde. Siempre hay muertos o heridos... –Se volvió hacia Peter que seguía en el suelo–. ¿Estás bien?

–No –contestó con voz llorosa–. Me he doblado el pie.

Dumbledore se acercó y se puso de rodillas a su lado. Le quitó el zapato y comenzó a tocarle el pie por distintos sitios, gritando Peter cuando Dumbledore le tocaba en la zona dolorida.

–Lo siento, Peter –comentó Dumbledore–, pero yo no te voy a poder arreglar esto. No quedaría en las mismas condiciones que si te lo hiciese un sanador, ¿comprendes? ¡Férula! –invocó–. Remus, ¿Helen está en su casa? –preguntó levantándose.

–Sí –contestó Remus decidido–, me he pasado antes de venir –fingió– y me ha dicho que no podía venir porque estaba estudiando no sé qué. Parecía que estaba muy ocupada y nerviosa. Supongo que todavía estará por allí. ¿Quieres que la llame?

–No –dijo Dumbledore–. Si está tan ocupada mejor no. Te llevarás a Peter directamente a su casa y le pedirás que lo cure allí. Supongo que le tendrá que untar unos cuantos mejunjes que tardarán rato en hacer, así que, entre tanto, al menos tendrá los libros por allí para poder seguir estudiando.

–Sí, es lo mejor –corroboró Remus–. ¡Arriba, Peter! –Lo ayudó a incorporarse sobre su brazo–. Hasta luego.

–Hasta luego –dijo también Peter con voz hueca.

Salieron a la sala común de la orden y atravesaron la chimenea. Aparecieron en la sala de estar de la casa de los Nicked, donde Remus dejó a Peter sentado en un cómodo sillón mientras llamaba a Helen para que bajara.

–¿Ya estás aquí? –gritó desde arriba. Bajó corriendo las escaleras, pero se sintió estúpida al ver a Peter. Fingió:– ¡Ah! Creía que habrías acabado ya y que vendrías a recogerme para dar una vuelta, como habíamos acordado.

–No, aún no –dijo Remus–. Peter se ha torcido un tobillo. Mira a ver lo que puedes hacer, ¿quieres?

Se aproximó hasta el muchacho y palpó el pie un rato, como ya había hecho Dumbledore. Peter gritaba y lloriqueaba.

–¡Vamos, Peter, que no es nada! –lo animaba Remus–. Verás cómo Helen te lo cura en un segundo.

–Espero... –dijo con voz queda–, porque duele mucho.

–¡Vamos, Peter! No es nada –admitió Helen levantándose del suelo–. Me parece que arriba tengo un poco de la poción adecuada para esto. Puedo arreglártelo en un instante, ya verás. Cuando lo haga podrás salir andando al momento.

Y subió corriendo las escaleras. Se la escuchó hablar en el pasillo del piso superior con su madre y, al momento, ésta descendió por las escaleras con un cesto de ropa sucia camino de la cocina. Dejó el cesto en el suelo y se aproximó a Peter, arrodillándose ante su pie desnudo.

–Hola, Peter querido –le dijo–. Te duele, ¿verdad? –Peter asintió con lágrimas en los ojos–. Descuida, muchachito, que sé que mi hija entiende de lo que va a hacerte. Me lo ha dicho arriba y es lo mismo que te habría hecho yo, no cabe duda. Y no duele, así que sé valiente, ¿quieres? –añadió viendo los pucheros que hacía.

Cogió el cesto de la ropa sucia, el que, con una extraña expresión, Peter se había quedado mirando con ojos brillantes, y desapareció camino de la cocina, momento en el que bajó Helen por fin con el ungüento.

–Veamos... –dijo mientras untaba la pomada sobre la zona herida–. Hay que esperar un par de minutos. Bueno, ¿y qué tal os ha ido? –se interesó.

–Como siempre –contestó Remus–. Voldemort ha vuelto a matarme.

–Ya te lo dijo Dumbledore: te expones demasiado –comentó Helen–. ¿Y a ti cómo, Peter?

–¡Fatal! –dijo con rabia–. Me ha atrapado enseguida. No sirvo para nada...

–¡No digas eso, Peter! –dijo Remus dándole golpecitos en el hombro para animarlo–. Eres un gran tipo, y si los duelos no se te dan muy bien, ¿qué le vamos a hacer? No tienes por qué preocuparte por eso.

–No, si no me preocupo... –explicó con voz lastimera.

–Pero tampoco debes infravalorarte –añadió Helen sacándose la varita del bolsillo–. Bien, creo que ya han pasado los dos minutos, ¿no es así? –Le dio tres golpes seguidos con la varita en el montículo del tobillo. Se escuchó un crujido similar al golpe que harían dos huesos al chocar uno contra otro–. Ya está. ¿Puedes andar, Peter?

Éste se levantó del sillón con dificultad apoyando el pie de puntillas. Como viera que no le dolía en absoluto, más confiado, comenzó a apoyar también el talón, y avanzó unos cuantos pasos sin notar sensación de molestia. Se volvió sonriente y explicó que no le dolía en absoluto.

–¡Me alegro! –exclamó Helen ilusionada.

–Muchas gracias por todo, Helen –dijo agradecido Peter.

–No hay para tanto, Peter. Ve con cuidado –le dijo acompañándolo hasta la chimenea.

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–¡Remus! Que se hayan ido mis padres de compras no es motivo para que vayas por la casa en calzoncillos –gritó Helen.

–¡Oh, vamos, palomita! –imitó Remus a su suegro–. Tenemos un par de horas para hacer lo que nos plazca, y con lo que nos plazca me refiero a ya sabes qué, ¿y no quieres hacerlo?

–¡Remus! No me apetece y no insistas –terció.

–Venga, que la tengo juguetona.

–¡Oh, cállate, Remus! –gritó Helen.

–¡Es increíble! Cada día te pareces más a tu madre –comentó con sorna–. ¿Y si jugamos al escondite? Como está juguetona hay que esconderla, y yo sé dónde. –Se aproximó a Helen para abrazarla.

Ésta huyó echando a correr escaleras abajo.

–¡Remus, quita! ¡Déjame!, ¿quieres? Oh, qué pesado. ¡Que no me quites la camiseta! ¡¡¡Guárdate eso inmediatamente!!!

–Te atrapé –dijo Remus abrazándola con fuerza.

Un chasquido. Helen se apareció detrás de Remus y le dio una patada en el culo con la que lo tiró al sofá boca abajo. El chico se volvió tiernamente, con el rostro lleno de malicia.

–Pero mira que me cortas el rollo –dijo al fin con amargura. Se cruzó los brazos detrás de la cabeza para utilizarlos de almohada y observó durante un rato a su novia.

Un par de risas aparecieron por la chimenea, pero se interrumpieron al ver a Remus en calzoncillos echado sobre el sofá y a Helen devolviéndoles la mirada con asombro.

–¿Qué hacéis aquí, Lily, Alice? –preguntó.

–Oh... bueno... esto... –tartamudeaba Alice sin despegar la mirada de Remus, que finalmente hubo de optar por esconderse detrás del sofá.

–Me voy arriba –dijo Remus–. Tengo que vestirme.

–¡Helen! –exclamó Lily agarrando del brazo a la chica–. ¿Por qué no me habías dicho que Remus estaba viviendo contigo?

–¿Cómo? ¡No! –Trató de sonreír Helen–. Es que de vez en cuando se pasa por aquí, cuando no están mis padres, y se pone a hacer el indio...

–Siempre que he venido estaba aquí, Helen –mencionó Lily sin creerla–. Y, además, ¡en ropa interior! ¿Dónde se ha visto eso? Remus está viviendo aquí, ¿verdad?

–¡Oh, vale, vale! –reconoció Helen–. Pero no se lo digáis a nadie más. Si Dumbledore se entera de que lo sabéis nos mata –explicó–. Se supone que debía ser un secreto. Bueno, ¿qué queríais?

–¡Ah, eso! –saltó de pronto Alice, como si con todo aquello se les hubiese olvidado–. Habíamos pensado ir a comprar unas cuantas cosas de bebé. Ya sabes, para nuestros niños. Y habíamos pensado que quizá a ti te agradaría acompañarnos.

–No sé... –dijo. No le hacía mucha gracia tener que ir con dos embarazadas repletas de antojos y frenéticas por las compras.

–¡Vamos, Helen! –la instó Lily–. Vente. A no ser que quieras quedarte con Remus para andar los dos como os trajeron al mundo. –Rió por lo bajo.

–No lo sé. Tengo que pensarlo –dijo–. Voy arriba. Esperadme aquí, ¿queréis? Se lo preguntaré a Remus y si eso bajó en un instante lista para que nos vayamos.

–¿Preguntarle a Remus qué? –soltó Alice con desprecio–. Pero ¡qué antigua eres, Helen!

Al rato bajó y se marcharon por la chimenea, quedándose Remus, razón por la cual acabó vistiéndose, porque ya no había nadie a quien encandilar.

Las tres chicas aparecieron en el callejón Diagon. Corrieron de un lado a otro, preguntando precios y mirando escaparates como locas. Alice estaba ya casi de siete meses, con lo que se le notaba muchísimo la barriga, mientras que a Lily, de uno menos, también se le notaba bastante. Helen, por lo tanto, desentonaba mucho en medio de ellas.

–¡Huy, entremos a Madame Malkin! –pidió Alice–. El otro día vi unos patucos que me dejaron sin aliento.

Entraron y las dependientas, viéndolas tan ansiosas, estuvieron un buen rato con ellas enseñándoles cosas, aunque luego, finalmente, no compraron nada.

–Me están entrando unas ganas de comerme un buen helado de chocolate –comentó Lily sonriendo y haciéndosele la boca agua.

Se llegaron a la heladería y se sentaron en la terraza.

–¡Qué bien! –dijo Alice–. Ya empieza a hacer bueno. ¡Qué gusto!

–Sí, porque menudo invierno hemos pasado –comentó Lily–. Aunque es mejor haber pasado nuestro embarazado en esta fecha que no en verano, porque con el calor ¡imagínate! Qué sufrimiento. –Hizo una pausa en la que aprovechó para pegarle un bocado a su helado–. Yo lo que peor llevo es la cama –dijo–, porque me encantaba dormir de lado, y ahora, con la barrigota, sólo puedo boca arriba.

–¡Oh, sé lo que es eso! –exclamó Alice haciando gestos con su cucharilla.

Helen se quedó callada.

–Oh, lo siento, Helen –dijo Lily sonriente–. Seguro que estás pensando que nos estamos volviendo unas embarazadas muy aburridas, ¿no? Bueno, cuéntanos algo tú, ¿quieres?

–No tengo nada que contar –dijo en voz baja bebiendo su granizada.

–Es una lástima –habló de nuevo Alice–, porque yo últimamente tengo un montón de ganas de hablar. ¡No os lo podéis ni figurar! Ayer me pasé veinte minutos hablando con mi madre con la cabeza metida por el hueco de la chimenea. ¡Luego salí con un dolor de riñones...! Frank me dijo que había sido una tonta, pero qué le vamos a hacer...

Helen se desconectó al poco de la conversación y se puso a mirar el callejón y las personas que pasaban por él de un lado a otro. De pronto vio a unas cuantas compañeras suyas de Ravenclaw y salió corriendo para abrazarlas.

–¡Lauren, Wendy!

–¿Helen? –La abrazaron.

–¡Cuánto tiempo, chicas!

–¿Y qué es de tu vida, Helen?

–Poca cosa –contestó–. ¿Y vosotras?

–Bien, bien –contestó Wendy–. ¿Sigues con Remus?

–Por supuesto.

–Yo empecé a salir con Timothy Swinton. ¿Te acuerdas de él? –comentó Lauren.

–Pues no –reconoció Helen.

–Era ese chico un año mayor que nosotras y que era de Gryffindor –explicó–. Todavía algunas veces se acuerda de Remus y se pone a hablar de él. Le caía muy bien, porque era prefecto como él y se llevaba bien con Potter y Black, ¿te acuerdas de ellos? Eran tan divertidos...

–Sí, un poco guasones –mencionó Wendy.

–Sí, me acuerdo –dijo Helen.

–¡Cuánto me alegro de verte, Helen! –repitió Lauren–. ¡Ay, chica, qué guapa te has puesto con el tiempo!

Sonrió, tomándoselo como un cumplido, aunque había sonado un tanto raro.

–A ver si quedamos un día –comentó Wendy–. Seguro que a Timothy le hace gracia quedar con Remus. ¡Seguro que esta noche se pone loco de alegría cuando le cuente que te he visto!

–Bueno, hasta luego, chicas –las despidió al fin Helen–. Tengo que irme.

–¿Quiénes eran? –preguntó Lily poniendo expresión de cotilla.

–Unas compañeras del colegio –explicó–. Lo extraño es que nunca me había llevado muy bien con ellas... –dijo mientras las veía alejarse por el final de la calle empedrada.

–Nunca te llevaste muy bien con nadie –explicó guasona Alice–. Siempre estabas con nosotras.

–¡Eso es cierto! –se sumó Lily–. Los de las otras casas creían que tú eras una Gryffindor también. Incluso en los partidos había veces que te ponías de nuestra parte cuando competíamos contra Slytherin o Hufflepuff.

–Lo cierto es que siempre estabas tan sola en tu mesa –dijo Alice sin darle importancia.

–Tuve una adolescencia muy rara –explicó Helen.

–¿Y eso? –inquirió Lily.

–Bueno, ¿y qué pensáis comprar cuando nos terminemos los helados? –cambió de tema Helen.

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Remus bajó desperezándose los escalones. Iba descalzo y casi tropieza en el último escalón. El señor Nicked, que estaba en la salita, levantó la vista de El Profeta, que estaba leyendo, y lo miró inquisitivamente.

–Buenos días, chico.

–Buenos días, Matthew –dijo bostezando–. ¿Ha dormido bien?

–¡Estupendamente! –contestó–. ¿Has leído esto?

–No. ¿Qué es? –Se acercó por detrás del sillón para poder leerlo también.

–Dicen que esta noche Quien–Ustedes–Saben ha vuelto a atacar. Mi mujer ya me ha dicho que al que se refieren llamándolo así es al brujo tan malo que me secuestró –comentó con una amplia sonrisa. Se sentía muy orgulloso de que Voldemort lo hubiera tenido unos cuantos días como rehén.

–¿A quién ha atacado?

–No lo dicen –se limitó a contestar–. La verdad es que los de este periodicucho están siempre muy mal informados. ¡Sí, eso es! –Se levantó de golpe del asiento asustando a Remus–. Ya es hora de que algún mago competente les plante cara a esos redactores de pacotilla.

–¿Qué se propone? –preguntó Remus mirándolo con desconfianza.

–Tráeme papel y una pluma de ésas que tenéis vosotros, con tintero y todo, ¿quieres? Gracias.

Remus subió de nuevo hasta su cuarto y bajó con todo lo que le había pedido.

–¿Qué piensa hacer? –preguntó de nuevo Remus–. ¿A quién escribe?

–¡A los de El Profeta! –contestó el señor Nicked mojando la pluma en el tintero y escribiendo con la lengua fuera y la cara pegada casi al pergamino–. Queridos redactores del periódico de los magos –leía en voz alta mientras redactaba–. Quiero decirles que su... ¡Maldición! –Tiró la pluma al suelo, se levantó y sacó un bolígrafo de un cajón del mueble del salón–. Aún no me he acostumbrado a escribir con pluma. Pero algún día tendré que hacerlo... Bien. ¿Por dónde me he quedado? ¡Ah, sí! Quiero decirles que su diario es una abominación y un cúmulo de desinformación que me he hartado ya de leer. Como mago de esta comunidad me creo en el suficiente derecho de decirles que...

Remus se marchó en silencio camino de la cocina.

–Buenos días, Helen –saludó a la señora Nicked.

–¡Oh! Buenos días, Remus. ¿Has dormido bien?

–Sí, muy bien. ¿Y Ñobo?

–Está en el jardín –contestó–. Le he pedido que recorte los setos del jardín de atrás para igualarlos. La verdad es que lo he visto con mala cara y creí que no le vendría mal que le diese un poco el aire. ¿Qué quieres desayunar, querido?

–Supongo que sí que le sentará bien, seguro. ¡Ah! Por cierto, creo que hay que vigilar a Matthew.

–¿Por qué? ¿Qué está haciendo ahora?

–Está escribiéndole una carta a los redactores de El Profeta, y no es que sea muy bonita...

–¡Vaya hombre! –maldijo la bruja–. Tranquilo, Remus, que no podrá enviarla. ¿Con qué va a hacerlo? Por eso precisamente no hay lechuzas en casa, ¡porque mi marido es un imbécil! –lo dijo lo suficientemente alto esperando que éste la escuchase–. Siempre tengo que ir hasta Hogsmeade para mandarle una lechuza a mi madre.

Un grito de júbilo provino del salón.

–¿Qué habrá hecho ahora? –Levantó los brazos al cielo la señora Nicked.

–¡Ya he encontrado con qué mandar la carta! –exclamaba el señor Nicked contento y pegando saltos–. Ha entrado una lechuza por la ventana, la he agarrado del pescuezo y le he atado la carta a la pata –explicó riendo, feliz de su propia suerte–. Le he explicado no menos de cinco veces dónde tenía que llevarla, y la he dejado marchar otra vez por la ventana.

–Pero ¿qué has hecho, Matt? –preguntó encolerizada la señora Nicked–. Esa lechuza tenía dueño. ¿Cómo se te ocurre utilizarla tú?

–Yo no sabía, palomita...

–¿Qué ibas a saber tú? –soltó–. Y ¿dónde está la carta, eh?

–No es una carta, sino un paquete. –Le dio una caja cuadrada y envuelta en un grueso papel pardo–. Es para Remus.

La señora Nicked lo inspeccionó un momento, y al ver el nombre del chico en el papel escrito le dio el paquete al joven mago. Éste abrió la tarjeta que incluía con tranquilidad y leyó: «Por los viejos tiempos.»

–¿De quién es? –preguntó la señora Nicked.

Remus se sentó en el sofá para abrirlo.

–No lo pone –dijo–. Sólo dice "por los viejos tiempos".

–Será de un antiguo amiguito del cole –comentó la bruja.

Remus quitó el papel y abrió con tiento la caja, en la que no había nada escrito. Retiró las solapas y sacó un extraño pisapapeles con forma de pirámide de cristal y un ojo inscrito en su interior, tan real que incluso pestañeaba. Sin embargo, era un reloj, porque tenía un par de agujas en la parte exterior que marcaban la hora, delante del ojo que pestañeaba.

–¡Oh, qué magnífico! –alabó el señor Nicked.

–Sí, es muy bonito –reconoció la señora Nicked, cogiéndolo y sopesándolo entre sus manos–. ¿Te importa que lo ponga sobre la repisa de la chimenea? –preguntó–. Es precioso.

Allí puesto, al lado de los objetos que habían comprado como recuerdos en Mallorca y el par de tonterías que habían adquirido antes de salir de París apresuradamente por mandato de su Ministerio de Magia, la pirámide de cristal brillaba y resplandecía con luz propia.

–Bueno, Remus, ¡a desayunar! –dijo la señora Nicked con un tono que no admitía réplicas.

Le permitió que se lo tomara en la mesa del salón acompañado del señor Nicked, que terminaba de leer el diario mágico.

–¡Oh, esto debería interesarte, chico!

Le dejó el periódico sobre la mesa y Remus pudo leer un diminuto artículo cuyo titular era: "Un laboratorio de Washington ha comenzado a buscar la cura contra el mal de los hombres lobo."

–¿No es magnífico, muchacho? –preguntó el señor Nicked radiante.

–Sí, mucho –contestó mudo.

La señora Nicked entró en el salón y su marido le enseñó la noticia. La leyó con gesto grave.

–No es por ser pesimista –dijo–, pero esas cosas suelen llevar su tiempo y sólo acaban de empezar. También empezaron hace muchos años, cuando yo era estudiante y aún no habías nacido, un experimento contra la mordedura de los vampiros, pero tuvieron que dejarla a causa del poco éxito que tuvo. –Pero como viera que había entristecido un poco al chico añadió–: ¡Pero por algo se empieza! Seguro que esta vez tienen suerte. ¡Y nada menos que en Washington lo están haciendo! En Washington hay algunos científicos magos muy eficientes, créeme. Quizás haya suerte.

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Hasta aquí lo que me permito publicar por hoy. Aunque lo más impactante se resuelve en el próximo capítulo, que ya sí aparecerá el viernes, 7 de enero de 2005.

Avance del capítulo 24 (SONADA...): Preludio de una venganza sonada. Sí, sonada...

Bueno, he empezado a hacer cuentas y no sé seguro si podré colgar el capítulo XXIV ese día o habrá de esperar al día siguiente. Sea cuando fuere, no tardará mucho y rondará esa fecha; si alguien goza de especial prisa, recomiendo me anotéis en las alertas y así os llegará un mensaje diciéndoos: «¡Quique ya ha actualizado! ¡Pásate, corre!, que alguien va a morir en el capítulo que viene, y tú tienes que enterarte el primero.

Muchas gracias, como siempre, os agradezco todos los "reviews", cuando nada conseguís con ello sino mi humilde respuesta. ¡Muchas gracias! ¡Y feliz año nuevo 2005!

Quique (KaicuDumb).