«Cuando se acerca el fin ya no quedan imágenes del mundo; sólo quedan palabras.»

(Jorge Luis Borges, El inmortal.)

¡Bienvenidos a la vigésimo séptima entrega de MDUL!

Respondo "reviews":

Paula Yemeroly: ¡Hola! Antes de pasar a responder a tu "review", quería decirte que ¡ya se me ha ocurrido cuál podría ser tu personaje! No te puedo decir nada, aunque te adelantaré que es un papel importante, bien visto y muy bonito, creo yo. Se llamará Paula, espero que te guste. Sólo te pido paciencia, porque faltarían hasta eso muuuchos capítulos. Es un personaje algo tardío, pero te encantará, te lo aseguro. Sólo necesito una descripción pormenorizada tuya. O mejor: ¿te apuntaste en "Story-Weavers" (al menos te mandé la invitación)? Así podrías dejar una foto y te describo con mayor soltura. Como tú veas mejor, yo me acomodaré. He leído en tu "review" que te gusta la Orden del Fénix, que te parece está bien equipada. Sí, estás en lo cierto. La he pintado lo mejor que he podido, porque siempre me la había imaginado así: un lugar extraño y enigmático, como Hogwarts, en el que, por más que quisieras, siempre acabarías sorprendiéndote de algún nuevo hallazgo. No te lo puedo decir con seguridad, pero quizá salgan nuevas cosas de la sede de la orden, no lo sé. Sorpresas más grandiosas en otros ámbitos, eso sí que no te lo niego, las habrá. También estás en lo cierto sobre que son demasiado protectoras las mamás con sus bebés, pero ¿qué les vamos a hacer?, son primerizas. Sirius, sí, es un grosero y un alucinado; las llamé "rubias macizorras"... ¡Qué grosería!, ¿verdad? Es para que os hicierais una idea del género de mujeres que el muy tonto había hecho aparecer. No obstante, seguro que te hizo despegar alguna sonrisita. En cuanto a Severus, ¿cálido recibimiento, dices? No lo creo. No habrá bromas ni conversaciones. Snape apenas pasará por la orden, y como el relato se centra en Remus y éste se marcha a Hogwarts, poco sabremos de Snape. ¡Ah! Con esto de que Remus se va de casa de Helen no te discuto que el señor Nicked va a salir un poquito menos. En este capítulo no saldrá, de acuerdo, pero acabo de consultar mis notas y en el próximo creo que sí, y, además, que señor Nicked va a haber para rato, y aunque no viva Remus ya con él, siempre habrá un hueco para él en cada capítulo, o en la mayor parte de ellos. Así que no lo extrañes, que sigo preparando aventurillas suyas para que os riáis con sus patéticas ocurrencias. Me alegra que haya tenido tanta acogida ese muggle alucinado. Gracias por decir que estabas "ansiosa por leer". Me reconfortan estas palabras, en serio. ¿Tanto te agrada el "fic"? ¡Ah! Gracias por pasarte por REMUS LUPIN AMA A HELEN NICKED y dejar un "review". Te lo digo aquí porque allí no suelo responder los "reviews" (falta de tiempo, ya sabes). He anotado tu interés en saber lo del regalo del cumpleaños de Helen y si le gustó o no. Bien, lo pensaré (porque no se me había ocurrido pensar qué le habría podido regalar) y en cuanto lo haya escrito lo colgaré. Muchas gracias por animarte a exponer una sugerencia. Te adelanto lo único que sé: el cumpleaños de Helen Nicked es el 31 de mayo. En cuanto a tu pregunta de si Helen tuvo amigos muggles o no, no sé por qué la haces, si has leído algo que te ha podido inducir a pensar en ello o no. Creo que hasta el momento no he puesto nada sobre eso, pero ya que me lo preguntas, te responderé, y no creas que me lo saco de la manga, porque, al igual que Rowling, como ella misma dijo en una entrevista, yo también tengo pensada una infancia para cada uno de mis personajes: sí, Helen Nicked ha tenido amigos muggles. Creo vislumbrar por qué lo has preguntado... ¡Qué lista eres, Paula!... No digo más, que luego todo se sabe. Bueno, hasta aquí llego esta semana. Espero llegar la próxima, que es cosa que no sé. Un beso y muchas gracias por tu "review" y tu atención. Quique.

Nayra: ¡Hola! Antes de nada, perdona pero tuve un error en la respuesta que te deje en el anterior capítulo. Al releerlo (una vez lo hube colgado, ya es mala suerte) vi que te había puesto no sé qué adjetivo en femenino refiriéndome a mí: un error causado al escribir con tanta prisa; espero que no hayas pensado ninguna cosa extraña. Bueno, no hay de qué por la dedicatoria, siempre tiene que haber una primera vez. Y espero poderte dedicar muchos más, así que ¡atenta! No te preocupes por que AYA K ya tenga personaje y tú no. Piensa que ella lleva más tiempo que tú leyendo (o por lo menos lleva más tiempo dejando "reviews") y, por lo tanto, yo llevo más tiempo dándole vueltas a la cabeza. Me cuesta mucho imaginarme un personaje adecuado para cada uno de vosotros, así que no te impacientes. Estás en lista de espera. ¡Ah! Lo que me pusiste en tu "review" no me gustó nada: «siento si te he aburrido»... ¿Cómo me ibas a aburrir? Creía haberte dicho ya que me divierten mucho todos los "reviews", sean como sean, da igual la extensión que presenten. Me gustan. Y los tuyos no son una diferencia. Siempre conseguís provocarme alguna sonrisa, y espero yo también lograr lo mismo. Para que veas que no me aburro para nada con ellos, el lunes me tuve que conectar en la biblioteca al salir de la facultad porque es que ansiaba en leer lo que hubierais puesto, y hoy los he vuelto a leer, porque tenía ganas de redescubrir vuestras palabras. ¡Para que veas! Oye, lo de tu correo es bien original, no como el mío, que puse mi nombre completo... Eso sí, ya lo uso para cosas informales y formales. Me alegro que digas que te sigue gustando, aunque mi reto es seguirlo logrando conforme pasen los capítulos, cosa que se hace cada vez más difícil; pero creo que hay un buen argumento aquí detrás. Ya que me lo preguntabas ("¿qué siente Remus en este capítulo que no había sentido antes?"), creo que te lo responderé, aunque concisamente: en el capítulo 13, "Echando una cana al aire", Remus sorprende a Helen diciéndole que no se cree capaz de algo con ella. En este capítulo, cuando descubra a esa persona, se verá capaz de afrontar sus miedos junto a Helen. Si no lo has captado cuando lo leas, me lo dices en tu "review" y te lo explico. Muchas gracias por tus ánimos, Sara, y descuida, que tarde o temprano un día te llegaré y te diré que te he encontrado un personaje. Un beso.

AYA K: ¡Hola! ¿Que por qué me acordé de ti? Además de porque voy por la calle y me sorprendo pensando en qué personaje podríais estar cada uno, vi aquella matrícula acabada en AK...: ayA K. Sé que es una tontería, pero me acordé de ti. En cuanto a lo de tu personaje, no te restes méritos: eso de que no eres especial es un cuento chino, todos lo somos. Y en cuanto a lo de que se llame Eva, lo siento, no puedo hacer nada. De sumo agrado le hubiera puesto AYA K, pero no concierta con el personaje. Vale que te gusten los nombres raros, pero tu personaje es español, así que tenía que llamarse como tú: Eva. Mira, ya te he dicho algo, que vas a ser española. Ahora bien, no pienses en ello porque por nada del mundo lo irías a averiguar: me encanta pensar personajes extraños e imposibles. Oye, ¿cuál es tu personaje favorito? Es que dices que me lo paso por la piedra y no sé a cuál te refieres. Sea cual fuere, no lo hago adrede: lo que escribo o cómo lo escribo se limita a exigencias de la trama argumental. ¡Ah! Y ya que estábamos con tu personaje, pues sí, voy a necesitar que me ayudes: aunque te vi en la foto, era muy pequeña en el messenger como para describirte bien: bien podrías colgar una foto tuya en "Story-Weavers" para que te pueda describir, bien puedes hacerte tú la descripción y ponérmela en un "review". A tu elección lo dejo. Te recomiendo que la foto, en caso de que decidieras esta otra opción, no me la enviases por correo electrónico, porque suelo tener problemas para abrir los archivos en los ordenadores que normalmente suelo utilizar. Eso era todo... Por cierto, estudia, no te dejes las cosas, ¿eh? Que a mí me encanta que me dejes "reviews", pero no es conveniente que descuides tus estudios. ¿Así cómo ibas a llegar a Derecho? Oye, ¿Sara también va a estudiar Derecho? Se me ha olvidado preguntárselo. Anda, hazlo tú por mí. Un beso, asturiana.

Leonita o ciberlectora: ¡Hola! Me llegó tu mensaje, pero no te pude decir nada porque no tenía saldo. Vale, tenía, pero con cuatro céntimos no creas que llegan muchos mensajes. Siempre estoy igual... Me extrañó, porque, aunque hacía frío, nunca había visto nevar aquí. Corrí hasta la ventana más próxima y la abrí de par en par. Me sorprendió un viento helado, pero no vi ni atisbo de nieve. Las calles estaban heladas, pero no nevadas. Alcé la vista al cielo y contemplé una luna tímidamente espléndida y el parpadeo débil pero brillante de un par de estrellas. No hay mal que por bien no venga. No, en Córdoba no nevó, no sé dónde lo oirías, pero sí en los alrededores, según he oído. No me ha importado que me dejes dos "reviews" por uno (parece esto la oferta del "Carrefour"). Yo no te voy a exigir nada, aunque gracias por dejarlo en MDUL, que es mi predilecto... ¡Qué solete! Te contesto: a mí también me gustó más el anterior, pero ¿qué le vamos a hacer? Unos salen mejores y otros peores, como todo en la vida. Me fascinó que dijeras que lo que más te estaba gustando eran los finales. Menos mal, porque siempre cuido mucho la forma en que les pongo el broche, y, al parecer, no pasa desapercibido. Siempre me sonrió cuando comparas esto con el culebrón de la Primera. Ya te he dicho que más adelante tendrás más que razones para llamarlo así. Entonces, ¿gustan? Me alegro. Normalmente no me gusta que me dejen con la intriga cuando se cierra un capítulo en un libro, pero esto es diferente, porque, como lo cuelgo de semana en semana, os dejo siete días con la miel en los labios. Es un efecto publicitario. No te enojes, no soy tan enrevesado, pero algo había que hacer para que os llamase la atención. En cuanto a la escena, ¿te gustó, en serio? Me animas muchísimo. Dices que si escribo igual los últimos capítulos, tienen que estar muy bien. No es por echarme flores, pero el que los escribe es el mismo, y yo no hago nada que en esa escena no haya hecho. A lo mejor sí debería decir en mi favor que los capítulos de MDUL los preparo un poco mejor, con lo que están incluso, si cabe, más logrados. O al menos es eso lo que me dice Elena. Sí, Elena está obsesionada con MDUL y no me deja de pedir que escriba y está fantaseando todo el día con si podría pasar esto o esto otro. Creo que Elena es una gran ayuda para seguir adelante con ánimo, además de vosotros, claro está. ¡Ah! El toque del sábado no se debió a que estuviera en Internet, porque no lo estaba. Es que te dio un toque Elena, y para que te pudieses imaginar que era ella, yo te di un toque antes y un toque después de que ella lo hubiese hecho. Tu correo lo leí, pero no tuve tiempo para respondértelo, lo siento. Espero que esto lo compense, porque yo también estoy más liado que la pata de un romano (curiosa expresión, ¿no te parece?). A tus dos respuestas te digo que sobre Ann Thorny no he escrito todavía. Si cuando viniste a Córdoba te di esa impresión, fue quizá porque no me expresé adecuadamente. Quise decir que estaba preparando tu personaje. Tu personaje aparecerá en el primer capítulo de la segunda parte, y para eso me queda terminar este capítulo que tengo entre manos (el 52) y escribir otro. Paciencia, que te gustará. En cuanto a lo del Quijote, sí, me lo leí este verano pasado no, el anterior, aunque creo que no lo aproveché suficiente y lo releeré algún día de éstos. Seguro que el año que viene, porque daré Cervantes en Literatura. Besos, Ann Thorny, es decir, Ana Espinosa.

Lafken: Pues sí, ¡hola!, no hay problema para disculparse. Y me alegro que digas que el enojo se te pasó pronto. No me gusta enfadarme con la gente, porque he tenido malas experiencias en la vida. Ahora bien, si quieres que te hablé sobre eso, te lo cuento. (Risas.) No, las malas experiencias es mejor enterrarlas. Tú no hizo falta que te disculpases. Lo que no sé es porque ni yo mismo sigo hablando de esto cuando deberíamos dejarlo ya para siempre. Lo único que digo sobre tu "review" (mejor dicho, lo primero) es que no pasa nada porque hayas perdido el interés. Es difícil tomárselo. Cuelgo muy a menudo y si te quedas atrasada es difícil coger carrerilla y leerse todos los capítulos de golpe, lo entiendo, pero anhelo que algún día lo conseguirás. En cuanto a lo de tu nombre, Wilwarin, no creas que es que no le presté atención entre tantos "reviews", como insinúas, sino que pusiste tantos nombres que todos no se me quedaron en la cabeza, y creí que ése podría ser uno nuevo. Bueno, dejémoslo, paranoias mías... Bueno, chica, cuando quieras te pasas, me dejas otro "review" y charlamos. Un beso.

Astrea Lockeen: ¡Hola, Andrea! Bienvenida a la gran familia de MEMORIAS DE UN LICÁNTROPO (MDUL). Me alegra muchísimo que hayas aceptado leerlo. Hacía tanto tiempo que no sabía de ti que no me atreví a contártelo, aunque lo pensé en más de una ocasión. No sabía cómo te lo ibas a tomar, ni si te seguiría gustando Harry Potter. Veo, afortunadamente, que sí. Leí tu biografía que, aunque algo escueta, revela que en breve te vas a poner a escribir tu propia historia. ¡Que pronto te has aficionado! Esto engancha, te lo aseguro. Yo al principio no me atrevía y... ¡ya me ves! Hasta con seguidores, como se califican algunos. Si lo llegas a escribir, me lo dices en un "review" y ya lo leeré y moveré todos los resortes posibles en mi haber para que te lea el mayor número de gente posible. También en tu página personal vi que tenías otro autor favorito, aunque no me quedé con el nombre. Acabas de llegar y ¡ya te estás enviciando! Suele ocurrir. Que si tienes algún problema con la página, que me lo digas, que yo te intentaré ayudar en la medida de mis posibilidades. En tu "review" me preguntas cómo compagino la carrera con el relato... No lo sé. Creo que hay tiempo para todo, ¿no piensas tú lo mismo? Hay que sabérselo estructurar. Gracias por decir que escribo bien, gracias por apuntar que el tema te gusta, gracias por decir, simplemente, que te gusta. ¡Gracias! Ya te dije que te dedicaría este capítulo y lo prometido es deuda. Espero ansioso el resto de tu "reviews", aunque, como te he dicho, tómate tu tiempo, no vaya a ser que el "fic" se te atragante. ¿Te puedes creer que no sé qué más ponerte ahora mismo? Es que, como te he dejado un correo esta mañana, me he quedado sin recursos. ¡Ah, sí! Para cuando leas esto ya te habré mandado una invitación para entrar a formar parte de un grupo de hotmail: Story-Weavers. Allí encontrarás muchas cosas: entre ellas dibujos de MDUL, una foto mía, el resto de mis relatos y un largo etcétera que podrás ir descubriendo si quieres. Un beso fortísimo, gallega.

Lucy-Firesoul: ¡Hola! Gracias por tus halagos, por otra parte inmerecidos. No obstante, me han reconfortado y animado. ¿Cómo me encontraste primero: por REMUS LUPIN AMA A HELEN NICKED o por MEMORIAS DE UN LICÁNTROPO? Si hay alguno que me guste más que otro es el segundo, y espero que a ti te suceda parecido. ¿Dónde me encontraste: rebuscando por fanfiction o en Story-Weavers? Si quieres formar parte del segundo grupo, dímelo y te envío una invitación. No sé qué más decirte, porque creo haberte dicho ya la mayoría en el correo de esta mañana. Nada, que gracias por haberte atrevido a saltar al otro lado y dejar un "review". Espero verte más a menudo por MDUL. ¡Ah! Suelo incluir a los lectores como personajes del relato. Contigo imagino que sucederá igual. Ya hablaremos sobre qué podrías ser, pero si se te ocurre algo dímelo en tu próximo "review". Un beso, Lucy (¿Lucía es tu verdadero nombre?) y espero saber pronto de ti.

(DEDICATORIA: Este capítulo se lo quiero dedicar a Andrea a galega, quien me ha sorprendido con el apodo de Astrea Lockeen. Espero que este humilde relato te haga disfrutar tanto como sé que lo hacían los libros de HP. Seguro que sí.)

CAPÍTULO XXVII (AÚN HABRÁ MUCHA VIDA PARA TI)

Remus se paseaba intranquilo, con las manos en la espalda, de un lado a otro de la amplia habitación que Dumbledore y Flitwick le habían preparado. Llevaba ya un par de meses en Hogwarts. Utilizaba las chimeneas por la mañana para ir a la academia de aurores, donde había iniciado su último curso, mientras por las tardes, por orden expresa y bien clara de Dumbledore, debería encontrarse obligatoriamente dentro de las propiedades del castillo. Eso incluía, asimismo, a Helen, que podía verlo siempre y cuando ella fuese a visitarlo, razón por la cual se la veía a menudo en Hogwarts.

No obstante, a Dumbledore no le agradaba demasiado la idea de que Remus estuviese mucho en contacto con sus alumnos, por la razón que fuese. Ninguno lo había visto en los largos dos meses de clausura que se cumplían ya, aquella noche, la de Halloween. El director le había impuesto comer en su despacho y pasearse apartado de la vista de los estudiantes. Por tal motivo lo había confinado en un ala del castillo casi desierta. Remus pensó, no obstante, que todas aquellas medidas de seguridad se debían al hecho de que algún estudiante, por activa o por pasiva, podía estar en contacto con lord Voldemort, y apartándolo de su vista así Remus no correría el riesgo de descubrir de nuevo su paradero, aunque en esta ocasión sería casi imposible el combate: Voldemort nunca había atacado Hogwarts. Aquello no era un consuelo para Remus: Helen seguía fuera, expuesta, y ella era lo que más quería en el mundo; pero tampoco le deseaba aquella vida de encarcelamiento.

Alguien llamó a la puerta y Remus se dirigió aprisa para abrirla. Estaba Dumbledore, con una calabaza en la mano, y algunos de los profesores detrás de él.

–¿Estabas durmiendo, Remus? –preguntó el director entrando y soltando la calabaza encima de la cama–. Habíamos pensado que, aunque sea un poco tarde, ya que los alumnos se han ido todos a dormir, podríamos hacer nuestra particular fiesta de la noche de brujas contigo, Remus. ¿Te parece?

–No tengo muchas ganas –dijo Remus con voz lánguida.

–¡No seas aguafiestas! –exclamó el profesor de Pociones, Small–. ¡Vamos! Será divertido. ¿Ves? –Le enseñó un paquete gris–. He traído mi disfraz de esqueleto.

–No, en serio. No me apetece. Aunque... gracias –dijo.

–No parece que tenga muchas ganas –comentó en tono cortante McGonagall.

Dumbledore se lo quedó mirando fijamente. Luego le preguntó:

–¿Quieres que nos vayamos?

–Sí –dijo demasiado deprisa, con lo que se sonrojó y añadió–: Me alegra el que os acordéis de mí y todo eso, pero no me encuentro bien. Me duele un poco la cabeza –mintió–. No estoy para muchas fiestas.

–Como quieras –dijo con su peculiar voz aguda el profesor Flitwick–. Voy a avisar a Hagrid para que no se ponga las botas nuevas.

Fueron saliendo todos los profesores lentamente, con aspecto desanimado. Dumbledore fue el último y se quedó un momento en la puerta, mirándolo intensamente.

–¿Estás bien? –le preguntó.

–Sí. –Fingió una sonrisa.

Dumbledore cerró la puerta y Remus se echó sobre la cama.

¿Cómo iba a encontrarse bien? Anteayer había sido luna llena, estaba cansado y se encontraba en un estado depresivo por algo similar al encarcelamiento, aunque todo se hiciese por su bien. Dumbledore incluso había pedido a los profesores que hacían las guardias y a Filch que, sin ser censuradores, vigilasen un poco a Remus por la noche. Pero Remus sabía todo esto y la forma de librarse de ellos...

El segundo día de su "aprisionamiento", aburrido, recorrió un harto conocido pasadizo en el que, para su sorpresa y emoción, aún perduraba el Mapa del Merodeador. Le limpió el polvo y sacudió las telarañas y lo llevó para su habitación. Creyó que había olvidado cómo funcionaba, pero no era así. Por las noches miraba en él cuál era el momento más propicio para salir, y entonces lo hacía. Eran las noches los únicos momentos en que sentía su corazón bombear alegremente a causa de la adrenalina que lo invadía al volver a incumplir unas normas que no deberían salpicarle. Bajaba a los terrenos y paseaba por ellos, ya que a Dumbledore no le gustaba que estuviera de día, porque estaban los alumnos, y de noche se suponía que estaría durmiendo. Se sentaba en la orilla del lago y acariciaba la mullida y fresca hierba; miraba el cielo y sus estrellas y lanzaba piedras al lago que luego el calamar gigante le devolvía con su gran tentáculo.

Gracias al mapa nunca lo habían podido pillar, ni los profesores ni los estudiantes. Muchas veces había visto motas con nombres que no le sonaban a nada pasearse a sus anchas por los pasillos en plena noche y ver, más tarde, cómo la que correspondía a Argus Filch, el conserje, se acercaba peligrosamente y los pillaba finalmente sin remedio.

Remus se imaginaba aquellas situaciones y se reía de ellas con la despreocupación del que también incumple las reglas pero al que no pueden castigarlo por ello.

Los únicos momentos de completa felicidad, además de aquellos en que Helen iba a visitarlo al castillo, eran las mañanas, cuando se iba de Hogwarts para acudir a sus clases a la academia. Veía a sus amigos y se aplicaba, porque estaba gustoso de sentirse libre, aunque supiese que a la tarde de nuevo muros de piedra cubriesen su estancia y lo aprisionasen. «Es por tu bien», le había dicho varias veces Dumbledore, pero ya no le importaba Voldemort. ¿Por qué no se había podido venir Helen también con él? ¡Ella estaba en peligro! ¿O es que acaso pensaba Dumbledore que si su novia le mandase una visión pidiéndole ayuda porque Voldemort la había capturado para torturarla a fin de sonsacarle el paradero de Remus, él no iba a esfumarse en un momento para socorrerla?

Estaba harto de su encierro.

Pero no podía violar la confianza de Dumbledore...

Ya lo había hecho demasiado...

Aquella noche Remus se quedó en su espaciosa habitación. Se tumbó sobre la cama, completamente vestido, y se quedó mirando el techo con los ojos abiertos de par en par. Se preguntaba qué estarían haciendo los demás. Frank y Alice lo habían invitado a cenar en su casa para celebrar la fiesta de Halloween, pero Dumbledore no le había dejado acudir; de nada sirvió que Remus se tirase una semana diciéndole a su tutor legal que nada ocurriría, que Voldemort no se expondría en una casa repleta de magos casi cualificados como aurores con el único fin de atraparlo. Dumbledore lo había dicho: Remus debía de ser algo así como la segunda opción en los objetivos del Señor Tenebroso; si algo salía mal en su plan prioritario, siempre podría demostrar su superioridad sobre Dumbledore matando a Remus, como él bien había mencionado en una ocasión.

Remus suspiró lastimeramente. No tenía sueño. Seguía mirando hacia el techo con intensidad. De pronto escuchó la voz de Helen y creyó que se la había imaginado, tan imbuido estaba en sus propios pensamientos.

–Remus –repitió.

El chico se volvió lentamente y vio la cabeza de la chica en la chimenea.

–¿Hola? –dijo ella con guasa. Sabía que últimamente Remus estaba un poco deprimido, allí confinado, y se mostraba de buen humor por tratar de contagiarlo, pero casi nunca lo conseguía–. ¿Te he despertado?

–No –contestó lacónico–. ¿Qué tal la cena?

–¿La cena? –inquirió–. Bah, poca cosa, no creas. Ha sido una noche un poco mediocre –dijo por ver si el chico se sentía un poco mejor–. ¿Y tú?

–Yo no he hecho nada –contestó con voz monótona–. Dumbledore no quiere que me vean los alumnos, ya sabes.

–Oh, sí. Ya se lo comenté y me dijo que era por tu bien, Remus. Aunque yo le dije que aunque Voldemort se enterase qué más daría, porque en Hogwarts no va a atacarte, ¿verdad?, pero Dumbledore piensa, sin duda, que ya van muchos ataques y que muchas veces hemos creído que estabas a salvo y nos hemos llevado un palo de narices. Dice que realmente en esta ocasión deberíamos extremar las precauciones.

Remus resopló. Le hubiera gustado extremar las precauciones cuando estaban todos juntos en la orden, o en casa de Helen, ¡pero no solo en Hogwarts!

–¿Te quieres quedar un rato, Helen? –preguntó Remus incorporándose y mostrándose más vivaz.

–No, lo siento –respondió decepcionada–. Sólo quería saber cómo te encontrabas. Mamá me está dando prisa; quiere hablar con la abuela. Tengo que acostarme, Remus. Mañana tengo que levantarme temprano para ir a clase. –Se quedaron sumergidos en un incómodo silencio–. Bueno...

–Sí, bueno –dijo Remus mirando otra vez el techo.

–¡Sí, ya voy, mamá! –gritó Helen–. Lo siento, Remus, pero me tengo que ir. Adiós. Te quiero.

–Te quiero... –contestó sin ánimo, pero la cabeza de Helen ya había desaparecido.

Se quedó dormido con la túnica puesta. Aquella noche no salió a explorar el castillo siquiera.

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx

El colegio se quedó medio desierto cuando se declararon las vacaciones de Navidad. Remus comprobó en el mapa que quedaban unos diez chicos, diseminados por las cuatro casas. Los más numerosos eran los Ravenclaws, unos cinco. Remus veía que por las noches se quedaban hasta tarde en la sala común de su casa.

La noche previa a Nochebuena Remus dio su acostumbrado paseo nocturno, con la luna brillando en lo más alto del firmamento. Se sentó a la orilla del lago y comenzó a tirar piedras al agua, que estaba medio helada, pero el calamar tenía que estar muy ocupado, porque no se entretuvo en devolvérselas. Al cabo de un rato se hartó.

Hurgó en el bolsillo interno de su túnica para sacar el Mapa del Merodeador, pero no lo encontró. Intentó relajarse, respirar. Volvió a introducir la mano pero el bolsillo estaba vacío. Toda su túnica estaba vacía. ¡Se había dejado el mapa! Esto lo intranquilizó un buen rato.

Después empleó la técnica de la psicología personal: pensó que en navidad habría menos vigilancia, y por tanto llegar a su habitación no le resultaría tan complicado, y como había tan pocos estudiantes debía de ser muy mala suerte toparse con uno de ellos. Pensó en convocar el mapa, pues, aun así, se sentía desprotegido, pero pensó que si alguien lo veía sería más complicado de expicar: ¡un pergamino volando por los aires! Alguno de los profesores lo seguiría y lo llevaría irremediablemente hasta él.

–Piensa, Remus, piensa... –se repetía entre dientes.

Pero enmudeció de pronto. Voces de chicos se escuchaban a lo lejos. Se volvió lentamente y vio a un grupo de tres ruidosos slytherins que arrastraban un gran saco a través de los terrenos. Remus se bajó lentamente de la roca y se ocultó detrás de ella. Se asomó lentamente y miró por encima.

–¡Va a ser una pasada! –gritaba uno de ellos, gordo y rubio, como si no le importara mucho que les escuchasen.

–Sí, Tom, sí –contestó con voz de trol el que era más alto de los tres e iba en medio.

–Dumbledore se va a quedar de piedra –dijo por fin el último, bajito y de rostro perspicaz, que parecía por su tono de voz el más coherente de los tres.

Rieron como uno solo y siguieron arrastrando el pesado saco bajo la atenta mirada de Remus, que no los perdía de vista. Se acercaron a la linde del Bosque Prohibido, aún a la vista del oculto Remus, y apuntaron varias veces con sus varitas al suelo, en dirección a las raíces de uno de los árboles. Después cogieron el pesado saco y lo vaciaron en el hueco que habían hecho, enterrándolo todo después para que nada se viese. Se marcharon como vinieron.

Remus, extasiado por la sorpresa y la curiosidad, salió corriendo de su escondite y llegó en una carrera al grueso tronco bajo el cual habían enterrado fuese lo que fuera lo que escondían en aquel saco. Remus se temió lo peor. «Dumbledore se va a quedar de piedra.» Aquellas palabras resonaron varias veces en la cabeza de Remus mientras contemplaba la tierra revuelta. Fuese lo que fuese que hubiesen hecho, no debía haber sido nada bueno para augurar que el director se fuese a quedar de aquella manera.

Remus apuntó con su varita el lugar y la tierra salió volando en todas direcciones, dejando una espesa cortina de humo que se retiró lentamente. Tuvo que fijar bien la vista para ver lo que era: ¡fuegos artificiales! De todos tipos, de todas formas, de todos los colores y de todos los tamaños. Había un arsenal completo como para crear un buen desmadre durante un día entero.

Se pensó que lo mejor era destruirlos y poner así punto y final al asunto, no llegando a trascender en nada de nada. Apuntó con su varita y gritó:

–¡Diruate!

Pero aquello no era lo que Remus esperaba. Se imaginaba que los cohetes estallarían en volutas de fuego que se consumirían antes de caer en el suelo, pero lo que sucedió fue muy distinto: se comenzaron a prender todas las mechas, avanzando lentamente camino de la pólvora. Remus se lo quedó mirando un momento, incrédulo, pero después pensó que lo mejor sería poner tierra de por medio.

Cuando casi estaba llegando a la gran puerta del vestíbulo, una enorme explosión lo hizo volverse un segundo. El árbol había sido arrancado de cuajo y una docena de cohetes planeaba por los terrenos echando un mar de chispas y de remolinos de fuego.

Los slytherins llegaron corriendo hasta las escaleras de entrada y se quedaron mirando el estropicio con ojos de asombro e ilusión. Después miraron a Lupin, que estaba allí plantado, conmocionado de terror, y se rieron entre sí, porque intuyeron lo que había sucedido, aunque el que era más alto de los tres se empezó a reír sólo por el hecho de que sus dos amigotes lo hicieran frenéticamente.

McGonagall, con una bata verde bien ceñida y con el pelo suelto, apareció corriendo a los pocos minutos, alertada sin duda por el gran estrépito que producían los fuegos artificiales, que seguían volando de un lado para otro escupiendo fuego.

–Kubrick, Eastwood, Wilson –dijo la profesora con los labios temblando de furia–. Tendría que haberme imaginado que esto era cosa de vosotros tres –explicó con desprecio–. ¿Qué habéis...? –Se quedó callada, con los ojos muy abiertos de la impresión–. ¡¡¡Lupin!!! –Salió corriendo hacia él–. ¿Qué haces aquí? ¡Bien sabes que Dumbledore no te permite vagar durante la noche por el castillo! ¡Ni de día! ¿Te crees especial, Remus? –preguntó–. Sin duda te hubiéramos dejado hacerlo, pero ya ves. –Lanzó una mirada frenética a sus tres alumnos, que seguían en la cima de la escalera–. Correrías el riesgo de que alumnos que no cumplen las normas te vieran –le susurró. Después se volvió otra vez hacia sus alumnos Slytherins–. ¡A vuestros dormitorios! Vamos, rápido. ¡Ah! Y cincuenta puntos menos para Slytherin.

–¡Nosotros no hemos tirado los cohetes! –exclamó furibundo el chico que parecía más espabilado.

–¡¡¡Y diez puntos menos por mentirme!!! –gritó fuera de sus casillas–. ¿No me habéis oído? ¡A vuestros dormitorios! ¡Enseguida!

Se marcharon arrastrando los pies.

–Yo, profesora... –comenzó Remus.

–No soy tu profesora –dijo McGonagall estricta–. Porque estemos en Hogwarts no hace falta que me llames profesora. Puedes seguir llamándome por mi apellido, como hacías en la orden. –Se quedó callada unos segundos, mirando a Remus cómo si se debatiera internamente entre regañarlo o consolarlo–. Tendré que comunicar lo ocurrido al profesor Dumbledore –se limitó a decir.

Y desapareció escaleras arriba.

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx

El comienzo del segundo trimestre trajo unas sorprendentes consecuencias para Remus. Nunca se podría haber imaginado lo pronto que se había expandido la noticia de que existía un inquilino desconocido en Hogwarts que vagaba por las noches en el castillo. También fue misteriosamente sorprendente el hecho de que muchos alumnos comenzasen a rondar por los pasillos anexos a su habitación, que lo espiasen, cuando nunca antes había visto a ninguno por allí.

Parecía también como si Dumbledore se hubiera tenido que resignar a aquella suerte. En Nochebuena y Navidad terció escasas palabras con Remus, como si estuviese enfadado con él aunque no quisiese demostrarlo abiertamente cuando éste le preguntaba. No obstante, Remus creyó que Dumbledore se lo había cobrado la noche de fin de año, cuando todos sus amigos tuvieron la brillante idea de celebrarlo en Hogwarts, con Remus; el director no consintió, alegando que montarían suficiente jaleo como para terminar de enterar al resto de alumnos que quedaban.

Para lo que servía ya...

Remus sabía que, algunas noches, los alumnos más valientes jugaban a acercarse hasta su puerta y tocarla. Lo veía todo en el Mapa del Merodeador. Después el chico salía corriendo y se reunía con sus amigos, que lo miraban desde la esquina. Un día se hartó y casualmente abrió la puerta cuando uno de aquellos chicos estaba rozando la puerta de madera.

–Oh, hola –lo saludó Remus, fingiendo que lo pillaba de sorpresa–. ¿Cómo te llamas?

–Ken Fosworth –contestó el otro tímidamente.

–¿Ken? Qué nombre más bonito –dijo sonriente–. ¿Quieres pasar, Ken? Creo haberte pillado llamando a la puerta, ¿no? –El chico contuvo la respiración–. Vamos, pasa. –Lo hizo por no llevarle la contraria. Remus sacó su varita y le dio un golpe al mapa, plegándose éste al instante. El chico se sentó sobre la cama, asustado–. ¿A qué curso vas, Ken? –preguntó sentándose en la silla a modo de interrogador, con el respaldo por delante.

–Voy a cuarto –contestó.

–¿Cuarto, eh? –repitió Remus–. ¿De qué casa eres?

–Gryffindor, señor Lupin.

Remus contuvo las ganas de reírse al ver cómo lo había llamado.

–¿Cómo sabes mi nombre? –preguntó Remus.

–No lo sé –contestó temblando–. Todo el mundo lo sabe, señor.

Remus se quedó un momento pensativo. Después recordó que McGonagall lo había dicho delante de aquellos tres chicos de Slytherin.

–¿Y bien, Ken? ¿Qué más se cuenta sobre mí por ahí? –preguntó.

–No lo sé, señor –contestó casi sollozando.

–Seguro que lo sabes –dijo Remus recogiendo la varita de la mesa y poniéndose a darle vueltas entre los dedos–. ¿O quieres que te ayude un poco a refrescar la memoria?

Alguien llamó a la puerta y Remus apuntó hacia ella su varita y la puerta se abrió. Al otro lado había una chica preciosa, de ojos azules y pelo castaño muy brillante. Parecía asustada pero su mirada expresaba auténtica determinación.

–¿Sí? –preguntó Remus con afabilidad.

–Suelte a mi amigo, ¿quiere? –ordenó con los labios apretados.

–¿Ah, sí? –A Remus se le escapó una risotada, pero era de lo bien que se lo estaba pasando con aquella situación. Sin embargo, los chicos pensaron que era una fría y despótica carcajada–. ¿Quieres pasar, chica?

–No –contestó segura.

–¿Cómo te llamas? –preguntó Remus tal y como si no la hubiese escuchado.

–¡A ti no te importa! –gritó. A pesar de ser tan bella parecía tener un fuerte carácter.

–Se llama Linda –contestó Ken, que estaba mucho más asustado que ella.

–¡Oh, cállate, Ken! Vengo aquí para salvarte el culo y...

–No os peleéis, ¿queréis? –dijo Remus–. Da la casualidad de que sé a lo que jugáis por las noches; todo ese rollo de acercaros hasta mi cuarto y tocar la puerta. Da la casualidad también de que me llevo bastante bien con los profesores. ¿No querréis que los alerte de vuestro comportamiento? –preguntó maliciosamente.

–Serías un chivato de mierda –dijo la chica descortés–. Vámonos, Ken.

–No vais a ninguna parte –dijo Remus con convicción–. Resulta, Linda, que quiero saber qué sabéis sobre mí. De verdad. Lo que se dice por ahí.

–Lo que rumorea todo el mundo –dijo la muchacha con desparpajo–. Nadie sabe por qué estás aquí, pero se dice que no duermes por la noche, que eres un vampiro o algo así. –Remus torció la boca en una espantosa mueca–. Los de primero dicen que te comes a los niños y que por eso vives aquí en el castillo y te paseas de noche, para podértelos comer si salen cuando cae el sol. Pero yo sé que eso es mentira.

–Y se dicen muchas cosas más –remató Ken.

–¿Sí? –preguntó Remus desanimado–. Da igual. Ya no quiero saber más. Podéis iros.

–¿Podemos? –preguntó Ken con desconfianza.

–He dicho que sí –repitió Remus.

–Entonces, ¿no te comes a los niños? –preguntó de nuevo Ken tembloroso.

–Creo que se nota que no –contestó. Pero se quedó terriblemente triste porque no sabía si mentía al dar aquella respuesta. Nunca se sabía... lo que podría llegar a hacer un licántropo sin control.

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx

A los días de aquel incidente alguien llamó a la puerta de Remus. Como estaba estudiando y tenía el mapa cerrado no había podido ver de quién se trataba; sólo utilizaba el Mapa del Merodeador de noche, cuando no podía conciliar el sueño.

Se levantó, imaginándose que sería Dumbledore o el señor Small, tal vez, que venía mucho a visitarlo. Sin embargo se encontró el rostro del sonriente y pequeño Ken al otro lado.

–Hola, señor Lupin –dijo–. ¿Puedo pasar?

Llevaba una carpeta bajo el brazo.

–Claro que puedes –accedió al cabo de reponerse del asombro–. ¿Qué quieres? –preguntó sin parecer aprensivo.

–Me preguntaba si le importaría... –Volvía a parecer demasiado tímido–. Verá, en la sala de Gryffindor están montando mucho alboroto y la biblioteca... No sé, no me gusta el silencio. ¡Parece un cementerio! –Remus rió y el chico pareció coger confianza–. Me preguntaba si le importaría que me viniese a estudiar aquí con usted. Estaré muy callado, se lo juro. ¡Una tumba! –prometió.

–Oh, claro que puedes. Me gusta conocer a los chicos antes de comérmelos. ¡Es una broma, es una broma! –añadió enseguida al ver la cara de pánico que se le había quedado–. ¿Qué tienes que estudiar?

–Defensa Contra las Artes Oscuras –dijo.

–¿Ah, sí?

–Sí –contestó con determinación–. ¿Y usted qué hace? –Le señaló el montón de pergaminos que había sobre su escritorio. Ken se sentó sobre la cama de Remus y abrió la carpeta.

–¿Quieres sentarte en la silla, Ken? –se ofreció Remus.

–No, gracias. Pero ¿qué hace?

–Estoy estudiando para auror –explicó Remus tranquilamente–. ¿A ti qué te gustaría ser de mayor?

Ken se quedó un momento pensando, con los ojos vueltos, y luego contestó:

–Aún no lo he pensado. Entonces tiene que saber un montón de cosas sobre Defensa Contra las Artes Oscuras, ¿no? –dijo.

–Se hace lo que se puede –contestó Remus risueño.

–¿Puede ayudarme, entonces? –preguntó.

–¿Qué estás dando, Ken? –preguntó.

–Los maleficios corrientes –dijo sereno–. Hay mucha teoría, ¿sabe? Es mi asignatura favorita, pero es difícil. Particularmente no me gusta nada Pociones. Es tan aburrida...

–A mí me pasaba lo mismo –dijo Remus sentándose a su lado sobre la cama.

–Aunque el profesor Small es muy buena persona –comentó Ken, como si de pronto se le hubiera pasado por la mente la idea de que Remus le fuera a decir aquel comentario suyo a su profesor–. Dice que lo conoce a usted, y que usted no se come a los niños.

–¿Ves cómo no te mentía, Ken? –dijo Remus riendo.

–Pero es que la gente dice que... –Se calló–. ¡Pero son inventos! Usted es buena persona. Sí, lo parece.

–Gracias. –Remus se sonrojó.

–Mire, aquí. –Le señaló un pergamino que había sacado lentamente de la carpeta–. El maleficio aturdidor. ¡No me sale! No debe de ser tan complicado, ¿no le parece?

–Es muy fácil, ya verás –dijo Remus adoptando un tono de voz casi paternal. Se puso en pie–. Vamos, lanzámelo. No hay mejor forma de aprender que con la práctica. No, no cojas así la varita. –Le corrigió–. Así está mucho mejor. Di las palabras con suavidad. Desmaius, desmaius... –repitió lentamente para que se fijara en cómo lo hacía.

Ken apuntó su varita hacia él y se concentró. Estuvo así unos segundos.

–Nunca me ha salido –repuso el chico con pena.

–Concéntrate, Ken –le rogó Remus.

–¡Desmaius!

Lanzó el maleficio y Remus cayó desplomado en el suelo.

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx

Ken llamó a la puerta de Remus y éste fue corriendo a abrirle.

–Creía que ya no venías –dijo Remus al abrirle.

–Hola, Remus –lo saludó efusivamente–. Lo siento, pero me he entretenido con...

–Linda, ya lo sé –contestó por él Remus–. Os he visto.

–¿Ah, sí? –preguntó Ken sin comprender–. ¿Dónde estabas? Yo a ti no.

–Estaba aquí, Ken –explicó escuetamente–. Mira esto.

El chico se aproximó hasta el escritorio y miró el pergamino sorprendido.

–Fíjate aquí. –Le señaló Remus una mota con el nombre de Linda Alley–. Va a la biblioteca.

–¿Qué es? –preguntó Ken con los ojos muy abiertos.

–Es un mapa encantado –explicó Remus tranquilamente–. Refleja todo Hogwarts. Hasta sus pasadizos. –Recorrió con el dedo unos cuantos–. Una vez te acerques a ellos sabrás el modo de utilizarlos. El mapa es muy inteligente. También refleja a las personas.

–Qué interesante –exclamo maravillado.

–Por eso sabía que por las noches rondabais mi habitación –explicó escuetamente.

–¿Y dónde lo has comprado, Remus? –preguntó Ken.

–No lo he comprado –explicó sin enfadarse ni alterarse ante tanta pregunta–. Unos cuantos amigos y yo lo hicimos cuando estuvimos en Hogwarts. ¿Te gusta?

–Sí –dijo asintiendo con vehemencia.

–Pues es tuyo. –Le dio un golpe y el pergamino se plegó–. Anoche vi que Filch te pilló dando una vuelta. He visto que te gusta pasear mucho de noche. –Ken sonrió tímidamente–. No es malo. Bueno, al menos a mí no me lo parece. Me recuerdas mucho a mí cuando tenía tu edad. Por eso quiero que lo tengas tú.

–¡Gracias, Remus! –contestó con los ojos brillantes.

Le explicó cómo funcionaba y después le dijo, aunque sin detenerse demasiado en ese punto, que no hiciese demasiadas trastadas con él. Al fin y al cabo tenía alma de Merodeador...

–Lo guardaré bien –contestó el chico guardándoselo en la túnica–. Muchas gracias, Remus.

–No lo digas más, Ken –dijo fingiendo que se enfadaba–. Vamos, siéntate y ponte a estudiar. Hoy tocaba Pociones, ¿verdad? Veré en que puedo serte útil –comentó con desánimo.

Comenzó a sacar algunas cosas de la mochila.

–¿Dónde he puesto el manual? –se preguntó en voz baja.

Sacó un libro grueso, de pasta dura y roja, que Remus recogió y se lo quedó mirando. Se titulaba Mil y un encantamientos ingeniosos para divertir a los amigos. Lo hojeó y vio que era una estupenda edición con fotografías a todo movimiento de los resultados de encantamientos curiosos y amenos.

–Qué libro más bonito –comentó Remus.

–Sí –dijo Ken muy orgulloso–. Me lo ha enviado mi primo. Entiende mucho de libros, ¿sabías? –Remus asintió sonriente. Le encantaba escuchar hablar a aquel chico–. Es un mago muy inteligente. Es que ayer fue mi cumpleaños... –dijo como si se lo hubiese pasado por alto.

–¿Y por qué no me lo dijiste antes? –preguntó Remus.

–No me gustan los cumpleaños –repuso con desánimo–. Me deprimen. Yo no quiero ser mayor. Ahora tengo quince años.

–¡Pero te tengo que comprar un regalo! –exclamó Remus todo desquiciado–. ¿Por qué no me lo habías dicho antes?

–Ya te lo he dicho: no me gustan los cumpleaños. Además, ya me has dado el mapa. ¡No quiero que me des nada más! Lo digo en serio.

–Pero yo quiero hacerte un regalo, Ken –repuso afablemente–. Y si te hago un regalo tendrás que aceptarlo. –El chico se quedó callado–. ¿Te parece? ¿Qué te gustaría?

–No quiero nada, en serio –contestó Ken. La situación le estaba empezando a resultar molesta.

–¡Oh, vamos, chico! –lo animó Remus–. Me has hecho pasar ratos muy alegres últimamente estos dos últimos meses. Aquí encerrado has sido mi único amigo...

–¿Por qué te tienen encerrado? –preguntó Ken con inquietud–. ¿Es que eres un delincuente?

–No, no –negó Remus rápidamente–. Pero eso. Eres una personita excelente –le revolvió todo el pelo en un gesto cariñoso– y me apetece hacerte un regalo.

–¡Pero ya me has dado este mapa tan chachi!

–Y ahora quiero comprarte algo de verdad. ¿Te apetecen chucherías de Honeydukes? Supongo que Dumbledore no me impedirá ir a Hogsmeade.

–Me da igual –dijo finalmente sonriendo de oreja a oreja–. Eres un tío increíble, Remus. Ahora sí que estoy seguro de que no te comes a las personas. Eres lo más parecido que he tenido a un padre nunca. Además de mi primo, claro está.

–¿Qué le pasa a tu padre? –preguntó Remus, recordando que aquella frase también le era familiar a él.

–Está muerto. Mamá dice que está en el Cielo, así que no me preocupo. Me gustaría verlo. Nunca llegué a conocerlo.

Remus lo abrazó instintivamente. Después, al separarse, se preguntó por qué lo había hecho. Ken le sonreía.

–Ahora sí que no me vas a impedir que te compre algo –dijo.

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx

Remus siguió encargándose de aquellas clases particulares, por denominarlas de alguna forma, que había iniciado con Ken, al mismo tiempo que estudiaba afanosamente sus últimos exámenes para sacarse la carrera. Muy a menudo Helen iba a visitarlo, y a veces también acudían sus amigos, por hacerle su estancia más grata, aunque la mayoría lo veía en la academia de aurores todas las mañanas.

Aquella tarde no iría Ken a visitarlo para sus acostumbradas clases, porque éste le había dicho que había quedado con Linda. Remus le dijo que le parecía fabuloso, pero no era así: sólo había visto una vez a Linda, pero con eso ya sabía que no era la persona idónea para Ken, aunque no quería decírselo a pesar de que tenía mucha confianza con el pequeño.

Se puso a repetir otra vez los apuntes en voz alta, como si al oírlos de su propia palabra se quedasen grabados en su mente para no olvidarlos jamás.

–Remus. Ven a mi despacho –clamó la voz de Dumbledore, proveniente de la chimenea.

Remus se volvió y vio que se extinguían lentamente las llamas provocadas por los polvos flu. Salió de su habitación con desánimo y recorrió medio castillo hasta llegar a su despacho, con la gárgola regia mirándolo desde su pétreo pedestal. Dijo la contraseña y subió las escaleras lentamente, llamando con incertidumbre a la puerta.

–Adelante –rugió Albus Dumbledore–. ¡Oh! Ya estás aquí –dijo una vez vio a Remus dentro.

–Sí, Dumbledore. ¿Pasa algo? –preguntó sonriendo tibiamente.

–Sí, Remus. Quería hablar contigo –dijo–. Siéntate, por favor.

Remus accedió.

–Tú dirás, Dumbledore –dijo.

–Quería disculparme, Remus –fue lo primero que dijo–. No me he portado muy bien contigo últimamente. No he sido lo suficientemente atento. Lo siento. He estado más ocupado de lo que hubiese imaginado en un principio. –Barrió la enorme cantidad de pergaminos de su escritorio hacia un lado–. Pero démonos un respiro, ¿no te parece? –Se quedó un rato callado, mirando fijamente a Remus, pero como viera que éste no le decía nada prosiguió:– ¿Estás enfadado conmigo, Remus?

–No –dijo y sonó tan convincente y sentido que Dumbledore rió.

–Me alegro. Creía que lo estabas. Te lo digo en serio, Remus: ¡he estado tan ocupado...!

–No pasa nada, Dumbledore.

Dumbledore se levantó y dio unos pasos de un lado a otro completamente erguido y con las manos unidas detrás de la espalda.

–Sí ocurre –añadió al punto–. Te he dejado solo. Te lo he prohibido todo –no se atrevió a mirarlo–, y ni siquiera he tenido tiempo para ti. Es muy decepcionante, lo sé.

–Pero si no... –repuso Remus.

–¡No me interrumpas! –le dijo–. Por favor. Quiero que me entiendas. Voldemort va detrás de ti y...

–Eso ya lo sé –dijo cansinamente Remus.

–Por favor –repitió Dumbledore mirándolo con intensidad y Remus no volvió a interrumpirlo–. Voldemort ha conseguido atacarte por más impedimentos que hemos ingeniado, pero en Hogwarts jamás se atrevería. Seguramente ya sepa que estés aquí. ¡Lo sabe todo el mundo! –Rió–. Pero no importa. No se atreverá igualmente. Pero esto no es vida, Remus... –comentó melancólicamente.

–Bueno, sí, lo sé –dijo triste Remus–, pero... ¿qué puedo hacer? Nada. Me tendré que conformar... Aunque, ¿esto será así todos los años, siempre, hasta que alguien frene al fin a Voldemort? ¿Eh?

–No lo sé, Remus –contestó escuetamente Dumbledore–. Sé demasiado –reconoció–, pero no todo. Ojalá. No obstante sí he discutido con la Orden del Fénix qué vamos a hacer contigo. Tu futuro... –Se calló un momento para ver si Remus decía o preguntaba algo–. No deberías volver con los Nicked... Lo comprendes, ¿verdad? –Remus asintió, triste, porque en aquel momento sentía más que nunca que su vida no le pertenecía–. ¿La orden?, pensamos. No lo sé, Remus. Ahora está medio vacía. Alastor se ha comprado una casa y ya no está casi nunca, salvo cuando hay alguna reunión importante. Arabella también se ha ido, consecuentemente; se ha comprado una casita muy mona en Little Whinging. ¿Sería conveniente, por tanto, convertir la orden en tu refugio? ¿Qué me dices a eso?

–No lo sé, Dumbledore.

–Ya lo sé. Todo es tan desconcertante... Lo siento. No es una vida fácil la que llevas, y yo voy y me olvido de eso y te dejo encerrado en un cuarto perdido en Hogwarts...

–No he estado solo –repuso Remus conciliador–. He conocido a algún chico interesante por aquí.

Dumbledore no le prestó atención a aquel nuevo detalle.

–Nos vamos, Remus.

–¿Qué? ¿Adónde? –preguntó entrecortadamente.

–A mi casa –contestó.

–¡Pero aún quedan dos semanas de curso! –exclamó nervioso. Lo cierto es que no quería separarse de Ken.

–Ya lo sé, Remus. Pero yo no soy aquí imprescindible. McGonagall me sustituirá esas dos semanas y así podrás estar tranquilamente en mi casa este verano. Después ya veremos lo que hacemos. Ciertamente, no deseo que vuelvas a Hogwarts. Es tan lastimero el año que te he ofrecido...

–Ya te he dicho, Dumbledore...

–Lo siento, Remus.

–¡Pero si no hay nada que disculpar! –gritó–. Ya sé que lo has hecho todo por mi bien, ¡y lo entiendo! No estoy enfadado. No estoy de ninguna manera. Vale, quizás haya sido algo decepcionante estar aquí como desterrado, pero ya lo he asumido.

–Quizás pienses, Remus –habló Dumbledore–, que tu vida no tenga sentido. –Remus apartó la mirada y rastreó el suelo, no siendo capaz de aguantar aquellos intensos y fijos ojos azules–. Sí, quizás. Has sido desgraciado toda tu vida. A los cuatro años fuiste mordido por un licántropo; a los trece perdiste a tus padres, aunque me ganaste a mí –sonrió ligeramente–; a los diecisiete mataste a tu padre –a Remus le dolió recordarlo–; recientemente has vuelto a perder a tu madre, esta vez en fantasma. –Una lágrima se escapó por fin del ojo de Remus–. Sí, es suficiente para abrumar al más fuerte. Y tú has llevado esa carga con determinación. No dudo de que buena parte de esa energía te la haya facilitado Helen, ¿verdad?

»Pero no sólo es eso. Voldemort es el que ha destrozado tu vida. Por un mandato suyo murió tu madre, y por su influencia mataste, sin intención, a tu padre. Y no queda sólo ahí. –Remus estuvo tentado de pedirle que se callase–. Por su culpa no tienes vida, Remus. Por su culpa tienes que esconderte de la vida, Remus.

–Bueno, ya, pero...

–Pero algún día todo esto acabara, Remus, te lo aseguro. Quizás pienses ahora que la vida no tiene sentido y que estás en un punto muerto, sin destino, sin agallas... ¡Sin esperanzas! Sin esperanzas de dejar de esconderte de la vida. Pero yo te aseguro, Remus, que aún te quedan muchas cosas por vivir. Quizás consideres que todo te ha conducido a una única vía de desesperación, pero yo te aseguro que aún te quedan muchas aventuras por descubrir y que habrá mucha vida para ti. Aún quedarán sorpresas, agallas... ¡Esperanzas! No creas que ya lo has visto todo, Remus. Te aseguro que aún te queda por vivir lo más interesante, estoy seguro.

–Gracias, Dumbledore.

–No hay de qué –dijo–. Ahora vete y haz tu equipaje. Nos vamos a mi casa.

Salió a todo correr y buscó a Ken para despedirse de él.

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx

Quedaos con las cosas, que mucho de lo que ha pasado en este capítulo luego puede tener relevancia más tarde. Espero que éste os haya gustado, porque creo que de la casi treintena que llevo es uno de los mejores, al menos bajo mi opinión. Y aunque no creáis que pueda tener mucha relación con el argumento, sí la tiene; pero sobre todo lo he puesto, y sobre todo la perorata de Dumbledore para que sepáis que después de la muerte de los Potter aún habrá muchísimas aventuras, que todavía habrá muchísimas cosas que nos harán reír y llorar: sí, que aún le quedará mucha vida a Remus.

¡Vaya cómo pasan las semanas de rápido! Para el viernes, 4 de febrero intentaré teneros otro capitulito para que podáis leer. Espero veros por ahí. Ya sabéis que si, por ventura, ese día no pudiera colgarlo, a más tardar estaría al día siguiente; y si tampoco, me esforzaría cuanto pueda para que podáis leerlo a la mayor brevedad posible.

Aunque existen ciertos problemas técnicos: mi ordenador funciona cuando le da la gana, y hoy casi tengo que zurrarle para que arrancase. Quizá en el transcurso de esta semana empeore y tenga que llevarlo al médico de PCs, es decir, a Paco, su veterinario personal. Comprended que, en tal caso, no podría dejar capítulo alguno porque no podría extraer el capítulo, pero os dejaría una nota explicándoos que no puedo y si va para largo o no. Gracias por vuestra comprensión.

Avance del capítulo 28 (AURORES): Nuevos aurores. Ya han acabado la carrera, y sus diplomas penden de la pared de la Orden del Fénix. La vida laboral de Remus se extiende ante su vista, y nuevas dudas le asaltarán. Pero, sin embargo, el principal problema estribará en que él y Helen tendrán que ir a visitar a un pariente de la adivina. ¿Cómo reaccionarán todos? ¿Se caerán bien? Todo esto y mucho más en el próximo capítulo de MDUL.

Muchas gracias por vuestras atenciones, muchas gracias por vuestros pasados, presentes y futuros "reviews". Muchas gracias por estar ahí, por leer mis humildes palabras y tomarlas para vosotros, adueñándoos de ellas. Gracias. Un besote y estudiad y leed mucho. Quique o Qq, como me gusta abreviar para firmar informal.