«¿Final? No, el viaje no concluye aquí. La muerte es sólo otro sendero que recorreremos todos. El velo gris de este mundo se levanta y todo se convierte en plateado cristal. Es entonces cuando se ve... La blanca orilla. Y más all� la inmensa campiña verde tendida ante un fugaz amanecer.»
(El señor de los anillos, El retorno del rey: la película.)
¡Bienvenidos a la trigésimo primera entrega de MDUL! Acabados los exámenes¡vuelvo a vosotros! Y sigo entero...
Respondo "reviews":
–AYA K¡Hola¡Qué ganas tenía de hacer esto! Me refiero a responder los "reviews". El miércoles ya no podía más y me metí media hora en Internet para leer lo que me hubieseis puesto. Tenía el correo electrónico colapsado de mensajes (más de cien). Veo que sigues preocupada por la metafísica, y eso no es malo en absoluto, pero deberías ser más positiva, ya te lo dije en una ocasión anterior. Yo soy más de la faneroscopia (qué fuerte, no he hecho más que salir de un examen y ya estoy empleando la terminología usada). Gracias por no enfadarte por la extrema brevedad de mi anterior respuesta. ¡Fue terrible! Tenía sólo una hora para responderos a todos; si tardaba más, el ordenador central del aula de informática habría visto que había sobrepasado el tiempo permitido y ya no hubiera podido ni colgar el capítulo ni nada. No sé, vosotros os tomáis la molestia de leerme y yo lo menos que puedo hacer es pagároslo en la medida en que pueda. ¿Enamorado de la frase de Gandalf? Este comentario me hizo sonreír. No realmente. ¿De verdad la has visto escrita siete veces en una semana? O has debido de leer mucho o no sé... No sé, cada vez que veía El retorno del rey me parecía más apta para ponerla como cita de este capítulo, y también como resumen del mismo en el anterior. Gustarme sí me gusta, es de una plasticidad enorme; son frases de ese tipo las que hacen falta en el cine de hoy. El tópico se pierde por las palabras vagas, vacías. ¡Gracias, metáforas! Ya est� que me pongo estupendo. Es que no sé cuánto tiempo hace que no cojo el ordenador. ¡Ya tenía ganas! Esta tarde me pondré a escribir¡qué placer¡Ah! Me llego tu correo con el cuestionario. Lo guardé en un disquete, pero aún no lo he podido leer porque tengo la disquetera estropeada. Me pasaré esta tarde por casa de Elena para que me lo pase a un disco. Por cierto, también ella te manda saludos. Ya cuando eso, te enviaré mis respuestas. ¿Sabes? Ya he creado el personaje ideal para Sara. Se llamará igual que ella. Tiene una aparición breve, casi como todos (porque no puedo poneros de protagonistas, porque los protagonistas son Remus y Helen, lógicamente), pero es un personaje muy emotivo. Yo creo que va a hacer hasta que lloremos, porque yo, de sólo imaginarlo, creo que se me saltan las lágrimas. Lo de la foto aún tienes tiempo, pero cuanto antes lo hagas mejor. Que quién sabe, a lo mejor meto una carrera y me planto en tu personaje y me tengo que interrumpir porque no tengo la descripción. Si en lugar de foto quieres describirte tú misma, me da igual. Bueno, esto es todo por hoy, que en parte habrá podido compensar mi deficiente respuesta de la semana pasada. Besos.
–Luna Jane Lupin¡Hola¡Qué bueno volver a saber de ti! Creía que ya no me leías, pero veo que estaba equivocado. Quizá estabas liada y por eso no me has podido dejar ningún "review". No pasa nada. Lo importante es que hayas vuelto. Bueno, has dejado un "review" bastante corto, no sé qué contestarte. Sólo que me alegro que tengas tantas ganas de leer el capítulo de la muerte de los Potter. Ahora mismo (sabes que voy por delante, concretamente por el 53) estoy con uno que realmente es de los que te gustan: con mucha acción y todo eso. Y estoy preparando un argumento para la segunda parte que te dejaría boquiabierta. ¿Sigues interesada en que te confeccione un personaje? Muchos besos.
–Paula Y.¡Hola¿Que te he malacostumbrado con las respuestas largas? Ni te imaginas lo que me has hecho reír con ese comentario. Lo siento; hubiera querido escribir más por extenso la semana pasada, pero sólo disponía de una hora para responderos a todos. Tuve que hacerlo a la prisa y salió bastante mal. ¿Sabes qué? Te ha gustado una cosa que me festejó mucho Elena (la que inspira al personaje de Helen): Mandy y su comentario sobre el amor que se profesan Remus y Helen con una sola mirada. Quiere que la vuelva a sacar, pero lo cierto es que, aprovéchate, hoy es el último capítulo en que, hasta lo escrito hasta hoy, aparece Mandy Diggle. Los padrinos peleándose por coger a Harry también fue un cachondeo. Suerte que Remus estuvo veloz. Y sí, por esa época Peter ya estaría enterado de todo, y con lo cobardica que es el pobre... Así que te gustó lo de la última asamblea... Respecto a eso ha habido opiniones de todo tipo. Hoy por hoy, ya no escribo tantas cosas de ese tipo, tan fantasiosas. Me gusta más imbuirme en la mente de mis personajes, averiguar lo que piensen, lo que sienten, qué padecen. Tuviste mucha razón asemejándolo como un sueño. Esa asamblea fue tan rara... Quise ponerla explosiva, enigmática, y no sé si lo conseguí. No recuerdo muy bien el capítulo (yo no me los he leído veinte veces como Elena) pero no sé por qué dices que si Helen no quería que entrase. No recuerdo, pero Remus y ella tenían miedo de lo que pudiera pasar o decirse allí adentro. Eso es lo que quise, sin duda, reflejar. ¡Muchas gracias! Lo digo por el comentario "no me puedo perder ni un solo capítulo de esta magnífica historia". Me has hecho sonrojar. Te lo agradezco, pero, aunque parezca repetitivo, lo mejor queda aún por llegar. Ya he dicho que tengo que empezar a mostrar el "verdadero argumento" de MDUL. Por cierto, que tengo apuntadas todas tus peticiones para REMUS LUPIN AMA A HELEN NICKED. Las escribiré en cuanto disponga de tiempo. ¡Muchas gracias por todo tu apoyo! Espero no defraudarte ni como escritor ni como amigo. En cuanto a lo de tu personaje, no veas qué ganas tengo de que salga. ¿Torpeza? No, no creo que seas torpe porque no sepas colgar una foto. Yo también tuve mis problemas para averiguar cómo se colgaban las historias en "fanfiction" y tuve que pedir ayuda a una autora a quien le estoy muy agradecido. Pena que creo que ha dejado de escribir ya. Bien, te digo¿estás en "Story-Weavers"? Sí¿verdad? Entras en Imágenes y después en Retratos de los Miembros o algo así. Verás una opción para colgar tu fotografía y sigue los pasos que te indica. No tengo la página delante y por eso no te puedo ser más específico. Espero haberte sido de ayuda. En caso de no conseguirlo, no te agobies, aún queda tiempo y ya averiguaremos la forma en que vea tu lindo rostro para que sea capaz de dibujarlo con palabras. Muchos besos y espero verte de nuevo pronto. Por cierto, para nada me aburren tus largos "reviews". ¡Ah! Vi tu página personal porque me tenías como autor favorito o en alertas, no lo sé. No descubrí que eras tú hasta que vi el correo electrónico. ¡Qué sagaz eres!
–Padfoot Himura¡Hola! Por fin me pude leer tu capítulo cuarto. La historia va para adelante y ya te lee más gente que al principio, me alegro. Cierto que fue un poco corto, pero a mí también me sucede a veces (los próximos dos son... ¡la tira de breves!) y es normal. Sólo espero que te veas con inspiración pronto y lo puedas continuar. Gracias por los halagos de tu "review". ¿Por qué preguntas si odio a Sirius? En absoluto. ¿Acaso por qué lo pinto algo pantomímico? Hago lo mismo con el señor Nicked y ¡adoro a mi adorabilísimo señor Nicked! Sirius es un poco pegoso, porque madurará más tarde que los demás, pero lo quiero tanto como al resto de los personajes. Ahora irá a Azkaban y no saldrá hasta dentro de algún tiempo; cuando retorne, será un Sirius diferente. No un Sirius simplemente doce años mayor; será doce años más maduro. ¿Te gustó la pelea de Sirius y Helen? Me alegro, fue divertida. Oye, voy necesitando una descripción tuya para tu personaje, que está al aparecer muy pronto (para mí, para vosotros aún falta más semanas). Estás en "Story-Weavers"¿verdad¿Por qué no dejas una foto y así puedo verte y podré describirte con mayor exactitud, eh¿Te atreves? Avísame si lo has hecho o sobre lo que te parece¿de acuerdo? Muchos besos.
–Nayra¡Hola! Pues sí, ya estaba empezando a preocuparme porque no aparecías. Y además porque tenía muy buenas noticias. ¡Se me había ocurrido un personaje para ti y tú no aparecías! Sara. Aparecerás pronto, muy muy pronto. Tan pronto que necesito tu descripción a la mayor brevedad que me la puedes conceder. Puedes bien describirte tú misma, bien, preferiblemente, poner una foto tuya. ¿Conoces "Story-Weavers"? Es que ya no estoy muy seguro de quiénes andan por ahí. Bueno, AYA K sí lo conoce y te puede ayudar a entrar. Cuelga una foto tuya, por favor, en Retratos de miembros y me avisas para que pueda verte y dibujarte con palabras. Aparecerás en el siguiente capítulo (el siguiente al que estoy escribiendo ahora, claro est� no el 32). Sara, puede parecer que se lo digo a todos, pero tu personaje te va a hacer llorar. Yo creo que es muy emocionante. También te advierto que será una intervención breve, pero para incluiros a todos no puedo hacer otra cosa. Son más personajes de los que te crees, y los que aún están por llegar. Bueno, creo haberme enrollado mucho con el tema de tu personaje. Espero que no estés muy liada con los exámenes, razón por la cual no voy a ser yo quien te dé mucho la vara hoy. "Que sigas escribiendo igual de bien". ¡Muchas gracias! Aunque espero que mejor, porque hay que aprender a superarse. Dame una rápida respuesta sobre lo de tu personaje, por favor. Besos.
–Marce¡Hola, geóloga! Ya estoy libre de exámenes y de pesos extras. Te agradezco los comentarios de ánimo que me pusiste en tu último "review". Sobre todo me hizo sonreír aquél que decía que me divirtiera también. ¡Eso sobre todo! Pero si te gusta lo que haces, también te diviertes un poquito¿no? Gracias por felicitarme por el capítulo, por decir que ha quedado muy bien. Espero que éste te guste igualmente. Pero con lo que más me has hecho reír es con "¡me alegro que con la muerte de los Potter no se acabe tu historia!" Pero ¿de dónde has sacado esa idea? Si ahora mismo estoy escribiendo el capítulo 53 y tengo preparados, al menos, veinte capítulos más, más los que luego salgan. Imagino que os llegaré a aburrir, pero las memorias de un licántropo se hacen de cabo a rabo, desde el nacimiento de un licántropo hasta su muerte. Tengo preparadas muchas cosas interesantes. Por cierto¿me dijiste qué te gustaría, más o menos, que fuese tu personaje? Hay veces que os hago casos y otras no, pero normalmente me soléis dar pistas. Es que tengo las notas de vuestros "reviews" desordenadas y ahora mismo no lo recuerdo. Me has animado con eso de que seguro que me salía bien el capítulo de Dumbledore y Sirius. ¡Ojal� porque es algo más complejo de lo que nunca me hubiera propuesto escribir, pero saldré adelante; me lo he tomado como un reto. ¡Ah! También me hiciste reír con eso de pensase sobre su personaje pero no descuidase mis estudios. Pues ya no hay nadie por delante de ti, tranquila. A todos los que me habían pedido un personaje antes que tú ya les he proporcionado uno; el próximo que se me ocurra, para ti. Aunque normalmente quiero que sean cosas que tengan que ver con la persona en cuestión, y así pueda reflejar realmente no sólo su físico, sino también su espíritu. Por eso cuantas más conversaciones tengamos¡mejor! Y tranquila también, que en la época de exámenes, con el apasionamiento, es cuando se me ocurren las mejores cosas. Muchos besos y nos vemos pronto.
–Leonita¡Ay, mi Anitilla¡Hola! La pobre, lo liada que está. Recuerdo los "reviews" del principio, cuando aún el curso no había empezado en su intensidad. Pero ya pasará todo, ya verás. Lo cierto es que tiene que ser un palo tener un plan tan antiguo y tener ocupado tanto tiempo con exámenes. Vamos, yo os he dicho que acabado pero no es cierto. A mediados de marzo tengo otro examen, pero no me va a robar tanto tiempo como el que he hecho hoy (según escribo). Bueno, la estación estival está a la vuelta de la esquina y entonces volveré a deleitarme con tus largos "reviews", no me cabe duda. Y Semana Santa es ya mismo. ¿No tienes ganas? Imagino que esa semana no colgaría, pero bueno... Para la siguiente sí, no cabe duda. ¿Que has estado con el corazón encogido mientras leías¡Qué risa, me hubiera gustado verte. Entonces no sé en éste. Aunque, la verdad, cuando escribía estos capítulos no sabía reflejar muy bien ni el dolor ni la alegría (los "pathos" extremos): lo más que hago es casi caricaturizarlos. Pero bueno... Me alegra que sigas tan sincera como siempre: eso de la escena de la asamblea como "rimbombante" he de decir tienes toda la razón. Por ahí también ha dicho que quedó onírico y superficial. Gracias por comentarios como ésos, que me ayudan a mejorar. Espero que sigas tranquila, que eres muy inteligente y lo vas a sacar todo con matrícula. Saludos a Pepe y saludos de parte de Elena. Por cierto, que si te gusta mi "yavoy" escucha el suyo.
–Joanne Distte¡Hola¡Qué bien cómo va "Story-Weavers"! Cada semana se me colapsa la bandeja de entrega de mensajes. Me alegro que siga adelante con éxito. Espero que, cuando cuente de nuevo con tiempo suficiente, pueda invitar en calidad de Relaciones Públicas a otro puñado de gente. Dile de mi parte a Mina que los "banners" están curradísimos, que ha sido una idea muy original esa de crear publicidad para los "fics". Yo os lo voy a agradecer enormemente, porque a ver si así entra por el ojo lo que no por la palabra. Me ha gustado muchísimo el tuyo que dice algo parecido a: "¿Cómo se pasa de niña a... asesina?" Me pareció muy expresivo. El de Mina también era muy expresivo. ¡Currados, como siempre! Nunca he pasado por muchos grupos de "hotmail", pero creo que de los de Harry Potter éste va, sin duda, a convertirse en uno de los mejores, un grupo de referencia. El otro día me comentaron que, ya que conozco a mucha gente, que hiciese publicidad también de otro grupo. Le dije que me pondría en contacto contigo para hacer eso de los "links" en cada uno de los grupos. Pero aún no he sabido nada de esa persona. Por cierto¿no seré demasiado pesado con lo del "banner", no? Lo último que quisiera es estar mareando a Mina, y como tampoco sé muy bien cómo se hacen esas cosas, quizá le puedo estar pidiendo algún imposible. Pasemos al lío cambiando de tercio. Me ha emocionado muchísimo eso de que apuntas las mejores escenas en tu agenda para luego releerlas en clase. No me habría podido imaginar que nadie hiciera nada parecido. Yo también lo haría, pero en mi clase que somos unos quince, ya me dirás... Y eso que es la facultad... Por cierto, ahora que ya estoy menos liado, espero poder acometer pronto algún otro de tus "fics". Gracias por decir que quedó muy natural lo de cómo se levantó Sirius, me ha animado; a veces pienso que las escenas quedan demasiado forzadas. Yo también comparto la idea de que quien los avisó fue Snape. Por cierto, que no te dije nada sobre el capítulo de "Hasta pronto". Me alegra saber que te lo habías imaginado exactamente así. Aún quedan muchas sorpresas, mi querida amiga. Volviendo a lo de "Story-Weavers", Elena y yo votamos en las encuestas; cierto que está eso un poco apagado. Hay veces que me entran ganas de mandarle un correo electrónico a todos los participantes para animarlos¿no te pasa igual? No sé si un día lo haría realmente. Bueno, besos.
(DEDICATORIA: Este capítulo se lo dedico a Lorien Lupin, quien hace muchísimo tiempo, tanto que no conseguiría decir cuánto, me dijo que tenía ganas de saber cómo había abordado la muerte de James y Lily. No sé si te habrá gustado más que la versión de los otros relatos, pero es mi versión y me place dedicártela.)
CAPÍTULO XXXI (LA NOCHE DE BRUJAS Y EL DÍA DE LOS MUERTOS)
Halloween...
Terrible Halloween...
–Hola, Helen querida –la saludó alegremente Mandy–. Bienvenida a esta tu casa otra vez. ¿Te apetece tomar algo¡Oh! Hola, Remus. ¿Qué tal?
–No, gracias, Mandy. Los niños ya se os han ido a la escuela¿verdad? –dijo Helen.
–Huy, sí –respondió entristecida–. Y no te imaginas lo mucho de menos que los estoy echando. Mis querubines... Me mandan lechuzas casi todos los días. Parece que, después de todo, nos echan de menos. –Sonrió.
–¡Qué demonios! –exclamó Dedalus–. ¡Claro que nos echan de menos! Aquí, en casa, los tratábamos demasiado bien. Ahora han descubierto lo que es una disciplina en condiciones.
–¿No los echas de menos ni un poco? –preguntó extrañado Remus.
–Un poco sí, para qué nos vamos a engañar –dijo–, pero ya los veremos en Navidad. También está bien que empiecen a ver las cosas con otra perspectiva, sin los padres siempre de por medio. Recuerdo mi primer año en Hogwarts. Aprendí más sobre mí mismo que hasta entonces en toda mi vida –concluyó riendo torpemente.
–Dedalus quería prepararos estatuas muy vívidas de fantasmas de colores y vampiros sin colmillos –siguió explicando Mandy a Helen–, pero yo me opuse en redondo. Estoy de acuerdo en que sea Halloween, pero no me gusta que se convierta en un pretexto para hacer burradas. Le he dejado que ponga una calabaza con una siniestra cara en la cocina. Se divirtió mucho haciéndola.
–En mi casa no solemos hacer nada de eso –mencionó Helen–. Si acaso una cena, pero que tampoco dista mucho de las convencionales, no creas.
–¿Y se sabe algo de los Potter? –preguntó Dedalus a Remus.
–Nada todavía –contestó Remus–. Dumbledore y Sirius se niegan a hablar.
–No dudo que el encantamiento ese, Figedio o como fuera...
–Fidelio –lo corrigió Remus.
–¡Eso, Fidelio! Pues eso, que no dudo de su efectividad, pero ¿qué hay de los pobres James y Lily? Recuerdo cuando Dumbledore te tenía a ti encerrado en Hogwarts, y ¿qué quieras que te diga, a mí me parecía mejor eso. Los tiene encerrados en sí mismos. ¡Necesitan sociabilizarse¿Hasta cuándo piensa tenerlos protegidos por Sirius? –se preguntó.
–Dumbledore no lo sabe ni dice si sabe algo –respondió Remus–. Se niega a responder.
–¿Quieres ver la calabaza? –le preguntó Mandy y llevó a Helen hasta la cocina–. ¿La ves? Horrorosa¿verdad?
–Bueno, tiene su gracia... –dijo–. No, tienes razón.
–¿Y qué, sabes algo de Lily? –preguntó Mandy.
–¿Cómo? –le espetó Helen–. ¿Cómo lo sabes?
–Se supone que no debería saber nada, lo sé –explicó la mujer sonriente–, pero es que mi marido no se calla ni debajo del agua. Tranquila, no estoy en contacto con Quien–Tú–Sabes como para decirle que vaya detrás del guardián para que lo linche. Eso sí que no lo sé, quién es, me refiero. Pero ¿has sabido algo?
–No –contestó tajantemente–. El guardián, muy de vez en cuando, nos trae mensajes de ellos. Se divierte haciéndolo. Se cree el centro de atención.
–Normal –dijo sonriendo Mandy–. Creo que Dedalus también lo haría.
–¡Pues yo se lo he dicho! –exclamó Dedalus–. Pero Dumbledore no atiende a razones. Le importa demasiado la seguridad, no sé si es su defecto o qué, pero prefiere hacer cosas que a otro no se le pasarían por la mente por el simple hecho de obtener una excelente seguridad.
–No me parece mal lo del Fidelio –repuso Remus sereno–, pero sí el que estén bajo el embrujo por tiempo indefinido. –Recordó lo mal que lo había pasado durante su cautiverio en Hogwarts–. Es lo peor que puede hacer, sin saber cuándo va a acabar todo.
–Aunque bien mirado –dijo Dedalus– mejor es eso que la muerte.
–Pero no entiendo ese repentino interés de Voldemort por James y Lily –dijo Remus frunciendo el ceño–. De acuerdo, se han entrometido en un par de ocasiones en sus asuntos, pero...
–¡Se han entrometido en ti! –lo interrumpió Dedalus–. Quiero decir, todas las veces que ellos dos han salido a la palestra y se han encontrado con Quien–Tú–Sabes ha sido por ti. Bueno, más bien todo lo que ha pasado últimamente ronda en torno a ti... –comentó con una sonrisita de suficiencia–. Pero no sólo estaban los Potter, sino también Sirius, los Longbottom, Peter... –Remus asintió enérgicamente–. El otro día estuve hablando de esta cuestión con Moody y con Dumbledore. Lo más gracioso fue que Dumbledore no dijo ni mu.
–¿Tú también lo has notado? –preguntó Remus con exaltación–. Dumbledore está en esto más callado que de costumbre¿verdad?
–Sí –corroboró Dedalus–, como si supiera algo que no nos pudiese decir... Pero no imagino qué puede ser.
–Y éste es el cuarto de los niños –explicó Mandy, dándole al interruptor de la luz, pero, en lugar de encenderse una lámpara, un par de hadas de pega comenzaron a volar en círculos por el techo ofreciendo una luz titilante–. Les gustaba dormir juntos, y por eso le dejamos el desván. Es la habitación más espaciosa para poner las camas y dejarles espacio para que jugasen y demás. ¿Te gusta?
–Sí, mucho –asintió Helen mirando hacia todas partes–. Está todo muy ordenado.
–Sí –dijo Mandy con lástima–, porque no hay nadie que lo desordene. Y eso es todo –exclamó más jovial–. Ya te he enseñado toda la casa. ¿Te apetece si vamos a la cocina y voy preparando un piscolabis? –propuso.
–En absoluto –asintió Helen con convencimiento–. Iremos, pero te ayudaré.
–No tienes por qué –le dijo Mandy tranquilamente.
–Ya sé que no tengo por qué –repuso Helen–, pero quiero hacerlo.
–Gracias, Helen –le dijo sonriendo.
–Hace un día perfecto –comunicó Dedalus mirando el cielo que se oscurecía lentamente–. Está encapotado, correcto, pero es un día excepcional. No corre ni una brisa, todo está en perfecto silencio... Todo está de tal forma como si todo el mundo estuviese esperando algo. ¿No te parece? –le preguntó a Remus.
–Sí, supongo –contestó éste indeciso. Lo cierto era que no le estaba prestando atención. Le caía bastante bien Dedalus, pero le fastidiaba cuando se ponía a divagar sin sentido; entonces era muy pesado–. Una noche muy perfecta –repitió, pero después volvió como de un trance y, cabeceando rápidamente, preguntó:– ¿Perfecta para qué?
–¡Y yo qué sé! –exclamó sonriente–. Para hacer una barbacoa, por ejemplo –comentó–. ¿Quieres que te traiga una cerveza de mantequilla?
–Sí, gracias –contestó.
–También hace un día perfecto para salir y sentarse en el jardín de la casa de uno –comentó orgulloso al regresar con dos cervezas en la mano. Se sentó en una silla plegable junto a Remus–. Es un día perfecto para todo el mundo¿no te parece?
–Claro, y le dije que me la devolviese, porque la había cogido yo primero –le explicaba pacientemente Mandy a Helen, que estaba sentada en un taburete en la cocina–. Pero la bruja se empeñó en que no y en que no pensaba dármela.
–¿Y qué hiciste? –inquirió Helen, atenta.
–¿Qué iba a hacer? Ceder. No tenía ganas de empezar una discusión. Aquella bruja estaba por la labor¡pero yo no! Soy una bruja de principios, pacifista. Mi varita sólo ha escupido maleficios en mis años de estudiante. No lo considero apropiado.
–Es tu forma de ver la vida –comentó Helen más seria–. Una vez que te has enfrentado al Mal en persona ves la cosa desde otra perspectiva.
–Bueno, tú lo ves todo desde todas las perspectivas posibles¿verdad?... –preguntó, pero al momento deseó no haberlo hecho, y se volvió a lo que hacía mostrándose despreocupada, pero en absoluto lo estaba.
–¿Qué has querido decir? –le espetó Helen.
–Lo siento, Helen, yo... –se trató de disculpar Mandy–. No debería haberlo dicho. He sido muy irrespetuosa.
–Pero es que no te he entendido –aclaró Helen.
–Vale, seré franca. Me refería con respecto a lo de ser adivina.
–¿Lo sabes? –preguntó Helen confusa y sorprendida.
–Dedalus me lo dijo –le aclaró.
–¡Pero Dedalus no lo sabe, o al menos eso pensaba, veo! Pero si él no estaba cuando lo tuve que decir.
–Pero estaba Arabella –explicó Mandy–, y no sabes lo peligrosa que es. Nunca le cuentes un secreto si no quieres que al medio segundo después ya esté todo el mundo especulando sobre ello.
Helen se quedó callada. Después preguntó:
–¿Conoces a Arabella?
–¡Por supuesto! –contestó decidida su anfitriona–. Y ya que he sido sincera antes, no sé si te importará que vuelva a serlo. Bien¿puedo hacerte una pregunta? –Helen negó con la cabeza–. ¿Qué tipo de visiones has tenido últimamente?
–¿Y cómo está la orden? –se interesó Dedalus–. ¿Es un buen sitio para vivir?
–No –respondió tajante Remus–. No es mejor que Hogwarts... No es un hogar. Yo querría vivir con los Nicked, pero Dumbledore no quiere.
Dedalus se echó a reír. Le dio un sorbo al largo cuello de su botella y dijo:
–Cualquiera diría que Dumbledore lo hace todo por fastidiar. Seguro que lo has pensado alguna vez¿verdad, Remus? –preguntó.
–Te mentiría si te dijese que no.
–Ya me lo temía. –Rió–. Pero hace muchos años que lo conozco, Remus, y aunque te parezca mentira, empiezo a entrever que es más listo que ningún otro mago que yo haya conocido antes, y que todo lo que hace, para bien o para mal, tiene algún sentido tarde o temprano.
La puerta del porche se abrió y apareció Mandy con una bandeja sobre la que llevaba en distintos platos todo un surtido para picar. Helen, que abrió la puerta inmediatamente detrás de ella, llevaba cuatro cervezas de mantequilla en las manos.
–¿Nos habéis echado de menos? –preguntó divertida Mandy mientras soltaba las cosas–. Coge, Remus.
El chico se adelantó y cogió una avellana. Se la llevó a la boca. Helen se sentó a su lado y lo miró cándidamente. Él no supo a qué venía aquello. Luego ella le puso la mano encima de la suya y Remus la miró de nuevo. Mandy, que miraba de reojo, se sonrió.
–¿Has leído lo último que ha salido en Corazón de bruja, Helen? –preguntó de pronto Mandy.
–No leo Corazón de bruja –repuso.
–¿Ah, no? –la espetó–. Pensé que sí. No es que sea una de esas cosas de las que no puedas pasar sin morirte, pero a veces es divertido leerla –comentó–. Sobre todo ahora, que Stuart y Malcolm se han ido y tengo mucho tiempo libre.
–¿Te parece bien si voy preparando la barbacoa? –le preguntó Dedalus a Mandy.
Ella dijo que le parecía una formidable idea, y él sacó, sin más, su varita y la blandió terriblemente en dirección al suelo. La misma barbacoa que la otra vez se elevó y todo surtido de carnicería se freía sobre un fuego tranquilo y reposado.
Siguieron hablando un buen rato más, hasta que la luna se asomó por el horizonte y los sorprendió comiendo.
–Esto está delicioso, Dedalus –comentó amablemente Helen.
–Gracias, chica –dijo éste con una gran sonrisa–. A mi mujer no le gusta que cocine, pero es bueno saber que alguien piensa que tengo maña de cocinero.
–¡Vaya, no te he preguntado! –clamó de pronto sobresaltada Mandy–. ¿Cómo te va este nuevo curso, Helen?
–Estupendamente –respondió sonriente–. Es el más difícil, sin duda, pero se lleva bien.
–A mí también me hubiera encantado ser sanadora –confesó Mandy–, pero mis padres no pudieron costearme una carrera. Sé muchos remedios para sanar, porque he leído mucho y he aprendido por mi cuenta, y con eso me siento realizada, no obstante. Antes de que tú te convirtieses en la enfermera de la orden era a mí a quien recurría Dumbledore si pasaba algo...
–Oh, yo lo siento... –se disculpó Helen–. No sabía que, por mi culpa...
–¡No! –Sonrió Mandy–. Tranquila, Helen. La verdad es que no tenía mucho quehacer, pero dos años antes de que tú llegases le había dicho a Dumbledore que quería encargarme de lleno a mis pequeños –explicó–. Como ves, yo ya no estaba cuando tú llegaste, así que no me quitaste el puesto ni nada, con lo que despreocúpate¿quieres? –le dijo ofreciéndole una alegre sonrisa.
–Sí, claro –respondió Helen.
Remus hizo amago de levantarse cogiendo su plato.
–Voy a por otro par de salchichas, si no os importa –dijo.
–¡Ya voy yo! –exclamó Helen levantándose de un salto. Remus se sentó de nuevo. No se opuso, porque Helen era la que más cerca estaba de la barbacoa. Cogió el plato de Remus y se lo llevó corriendo.
Pinchó con un tenedor las dos salchichas y las colocó en el plato. Desanduvo el camino, pero a mitad se quedó parada, con una extraña expresión de horror en su cara. Dejó caer el plato y éste cayó sin romperse sobre la hierba. Se desmayó. Las salchichas llegaron rodando hasta los pies de Remus.
–¡Helen! –gritó.
Se tiró a su lado y la cogió entre sus brazos. Le dio un par de palmadas en los mofletes y pronto vieron, para su tranquilidad, que la chica pestañeaba lentamente.
–Helen –la interpeló Remus más sereno–. ¿Me oyes?
–Remus –habló su novia–. ¡Remus!
–Sí, estoy aquí. Tranquila. –La abrazó–. Ha sido sólo un desmayo, tranquila...
Pero cuando estuvo completamente reconfortada trató de ponerse en pie. No obstante, no tenía fuerzas y las piernas le fallaron. Le acercaron una silla y se sentó. Remus le hizo aire con una mano. Estaba muy preocupado.
–Remus –no dejaba de repetir.
Aún no había abierto los ojos. Cuando los abrió, para sorpresa de Remus, estaban más brillantes que nunca, pero fue sólo un instante, y después no supo si se lo había imaginado o si realmente lo habían estado.
Helen se puso a llorar.
–¿Qué te pasa, Helen? –le preguntó Mandy, tratando de consolarla.
–¿Qué has visto? –preguntó Remus con voz grave, y Mandy se lo quedó mirando fijamente, como si lo estuviese reprendiendo.
–No he visto nada –explicó entre sollozos Helen.
Remus frunció el ceño. Mandy la abrazó para que remitiera aquella cascada de lágrimas. Dedalus rondaba alrededor sin saber qué hacer.
–No he visto nada –repitió Helen–, pero he escuchado.
Mandy se apartó rápidamente y se la quedó mirando con unos ojos que transmitían mucha fuerza.
–¿Qué has oído? –le inquirió sujetándola de los hombros.
–A Voldemort. –Y pronunció su nombre con tal sangre fría que a Mandy le recorrió entera un escalofrío–. Hablaba, pero no sé que era lo que decía. Sólo escuchaba su voz, silbante. Se acercaba hasta mí, y sé que me apuntaba con la varita. ¡Lo sé! Pronunció la maldición asesina y sentí un dolor terrible. Se me taponaron los oídos con un espeluznante grito y yo sentí un dolor inaguantable.
–¿Qué significa eso? –preguntó Mandy a punto de llorar–. ¿Qué quieres decir con eso de que se acercaba hasta ti¿Has visto tu propia muerte, quieres decir? –preguntó estallando ya en sollozos irrefrenables.
–No –contestó Helen más serena.
–El sueño¿verdad? –preguntó Remus con complicidad.
Helen se limitó a asentir.
–Me había olvidado por completo de él –explicó Helen–, pero hoy lo he vuelto a tener, y más vívido que nunca. Aún me duele todo el cuerpo, como si la maldición me hubiese dado a mí misma.
–¿Qué sueño? –inquirió Dedalus.
–Hace ya algún tiempo, Helen soñaba constantemente cada noche con Voldemort –explicó Remus con solemnidad.
–Se acercaba. Yo lo veía, con sus ojos rojos muy abiertos y apuntándome con la varita –dijo–. Me hablaba y se reía. Me lanzaba la maldición asesina... ¡Pero entonces no pasaba lo de hoy!
–Es muy raro –opinó Mandy–, pero lo mejor es que sigas comiendo. Estás muy débil¿no lo ves? Deberías comer algo.
La llevaron hasta la mesa, donde se sentó.
–No tengo hambre –repetía, sin embargo, una y otra vez–. Tengo el estómago cerrado.
Remus tampoco pudo probar ni bocado, no haciendo más que mirar constantemente a su novia con lástima. «¿Qué habría pasado?», se preguntaba.
Dedalus estuvo muy chistoso a partir de aquel momento, porque consideraba que con sus chistes levantaría el humor caído, cosa que era falsa. Mandy, más preocupada por Helen que él, le lanzaba constantemente miradas reprobadoras.
–Prueba a comer algo –le dijo Mandy–. Toma un bocado de hamburguesa.
–No, gracias –rechazó Helen–. De todos modos, ya sí puedo apoyar las piernas. –Con bastante esfuerzo consiguió ponerse en pie–. ¿Lo veis?
Pero todos seguían preocupados, como si interiormente intuyesen lo que había pasado pero no quisiesen creerlo.
La luna brillaba en lo alto del cielo con un tono pálido. Parecía como si los mirase desde lo alto del cielo con un par de ojos verdes que se despidiesen de ellos. «Adiós, amigos», parecían decir las estrellas. Pero todo estaba sumido en un mortal silencio. «Una noche perfecta», había dicho Dedalus.
–¿Quieres acostarte un rato? –le preguntó Mandy a Helen después de un buen rato de molesto mutismo–. No parece que tengas buena cara.
–Tranquila, estoy bien. Y gracias –dijo.
«Es una noche asquerosa», pensó Remus, a quien hasta el mismo aire se le antojaba pegajoso. No sabía por qué, pero sentía unas tremendas ganas de ver a Harry otra vez.
Como viera Dedalus que no comían nada más, se levantó y fue dándole a los platos ligeros golpes de varita para fregarlos. Helen se lo quedó mirando hacer, con la mirada vaga, perdida. «Es una noche asquerosa», se repitió Remus.
–¿Queréis tomar algo? –ofreció Mandy.
–No, gracias –rechazó Remus.
Helen negó con la cabeza.
Dedalus se volvió a sentar en su silla y se quedó mirando el cielo, en el que se dibujaba la silueta de un ave que planeaba, volando. Cayó en picado, batiendo la lechuza sus alas, y giró por encima de la mesa. Dio varias vueltas, con un sobre en el pico, y lo dejó finalmente sobre el regazo de Dedalus. Todos se lo quedaron mirando.
Éste levantó de nuevo la mirada para ver cómo desaparecía en la inmensidad del cielo una lechuza, cuando en eso otra más grande lo surcaba en dirección contraria.
–¿De quién es? –le preguntó su esposa.
Giró el sobre y vio que no tenía remitente. Lo volvió a girar y comprobó que los trazos de su nombre habían sido escritos con celeridad e impaciencia, pero que aquélla era, sin duda, la letra de Albus Dumbledore y distaba en mucho de ser su agradable caligrafía.
–Creo que de Dumbledore –dijo y rompió el sobre. Extrajo un diminuto pergamino–. Querido Dedalus. Me estoy poniendo en contacto con todos los miembros de la Orden del Fénix para comunicaros que, a día de hoy, treinta y uno de octubre de 1981, el hechicero más tenebroso de todos los tiempos, lord Voldemort –se estremeció al pronunciar su nombre leyendo ávidamente–, ha sido vencido.
–¿Qué? –preguntó Mandy con los ojos muy abiertos.
–Eso es imposible... –susurró Remus con un nudo en la garganta.
Dedalus se puso a dar saltos de alegría con el pergamino estrujado en su mano. Lo tiró en uno de aquellos saltos de felicidad y sacó su varita sin perder la sonrisa. La empuñó en dirección al firmamento y un chorro de cientos de estrellas comenzó a surcar el negro cielo, abriéndose las nubes para que todos pudiesen verlos. Más estrellas seguían cayendo, interminablemente, creando un espectáculo de estrellas fugaces.
Remus las miraba asombrado, incrédulo. Se le habían taponado los oídos, o eso creía al menos, porque no lograba escuchar nada. Sólo veía el rostro iluminado y profundamente feliz de Dedalus, con las estrellas reflejándose en sus ojos.
Mandy le arrebató la varita de un zarpazo a su marido y la lluvia cesó.
–¿Qué haces? –le preguntó colérica. Era la primera en que Remus la veía enfadada–. ¿Estás tonto o qué? Los muggles pueden verte.
Helen sintió que algo la invadía en el estómago y que se le nublaba la vista. Una voz en su interior, mientras ella se quedaba con los ojos en blanco, le decía: «Bueno, Ted, eso no lo sé, pero no sólo las lechuzas han tenido hoy una actitud extraña. Telespectadores de lugares tan apartados como Kent, Yorkshire y Dundee han telefoneado para decirme que en lugar de la lluvia que prometí ayer ¡tuvieron un chaparrón de estrellas fugaces! Tal vez la gente ha comenzado a celebrar antes de tiempo la Noche de las Hogueras. ¡Es la semana que viene, señores! Pero puedo prometerles una noche lluviosa.»
Nadie se dio cuenta de que había vuelto a tener una visión.
–No sabía que pudieses hacer una lluvia de estrellas como ésa –le dijo Mandy a su marido más como un halago que como una reprimenda.
–Yo tampoco –respondió él.
Remus recogió el pergamino del suelo y lo comenzó a leer.
–No lo has terminado de leer –dijo y movió los ojos de un lado a otro, recorriendo la vista por la tinta rápidamente. El pergamino se le escurrió de entre los dedos y una lágrima cayó en la hierba–. Los Potter no...
Por otro lado, los Potter también han sucumbido esta noche.
Hago constancia de la necesidad de una asamblea urgente para el día tres de noviembre, a las seis horas en la orden. Allí se revelarán todos los detalles.
Albus Dumbledore
P.D.: No le cuentes, bajo ningún concepto, a Remus lo de los Potter, por favor. Quiero ser yo quien se lo cuente en persona. Gracias.
–Muertos. ¡Están muertos! –gritó Remus cayendo de rodillas.
–¿Quién? –preguntó Mandy.
–¡Los Potter! –clamó elevando los brazos al cielo.
–¿Cómo? –inquirió Helen, y con la poca fuerza que tenía se lanzó sobre la carta que estaba estrujada en el suelo. La leyó y se echó a llorar.
–¿Qué ha pasado? –preguntó preocupada Mandy.
–Los Potter han muerto –explicó Remus sin guardar la compostura.
–Eso es imposible. –Dedalus recogió la carta y la terminó de leer–. ¡Imposible! –repitió–. Debe de ser una broma macabra, cuanto menos. Y la postdata... ¡No debías haberlo leído, Remus!
–¡Eso no importa ahora, joder! –exclamó.
–Tenemos que ir para allá y verlo con nuestros propios ojos, Remus –dijo Helen entre gimoteos de dolor–. Si no lo veo, no lo creo... ¡No lo creo!
–Lo mejor es que te prepare una tila –sugirió Mandy–, y de aquí no os movéis.
Remus y Helen se abrazaron, indefensos.
–Y Harry... –Recordó Remus–. Pobre Harry. ¿Qué culpa tenía él?
Pasó mucho rato hasta que se tranquilizaron.
–Pero ¿cómo puede haber pasado? –se preguntó Helen aún con lágrimas en los ojos–. ¿Cómo pueden haber muerto todos: Voldemort, Lily, James y Harry? No puede ser.
–Quizás alguno de los dos le hubiese echado una maldición asesina a Voldemort en el mismo momento en que éste le lanzaba otra, y ambos murieron –propuso Dedalus.
–No –negó Helen–. En mi visión Voldemort avanzaba y le lanzaba la maldición a alguien... Aquel grito debía ser el suyo propio. Nunca he escuchado gritar a Lily así. –Pero recordar a Lily le dolía y se puso de nuevo a llorar.
–¡Pobre Harry! –repetía Remus con monotonía–. Él no tenía culpa de nada, el pobre. Pero ¿cómo ha podido pasar todo, joder?
«Él no tenía culpa de nada, él no tenía culpa de nada, él no tenía culpa de nada...», reverberaban las palabras en la cabeza de Helen.
–No sé –repuso Dedalus, mirándolos con tristeza–. Si Sirius los protegía no sé cómo...
–¡Sirius! –Se levantó de un salto de la silla Remus.
–¿Qué pasa? –inquirió Mandy.
–Él los protegía –explicó el chico–. Él podrá explicarnos lo que ha pasado.
Se sacó la varita de un bolsillo de la túnica y se apuntó hacia sí.
–No. Espérame, Remus –le gritó Helen–. Yo también voy.
–No hasta que te hayas tomado toda la infusión –replicó Mandy–. Remus te esperará allí¿verdad, Remus? –Éste asintió–. Bébetelo todo –dijo.
–¡Voy a mandarle la lechuza a mis padres para contarles la caída de Quien–Vosotros–Sabéis! –comentó Dedalus sin poder reprimir su alegría.
–Te estaré esperando en casa de Sirius –le dijo Remus a Helen.
Ésta asintió.
Se desapareció.
¡PLAC!
Al instante siguiente estaba en el callejón de atrás de la casa de Sirius, donde creyó que no habría nadie, pero se equivocaba: un par de señoras muggles salían de un tugurio en el que habían dejado a sus maridos tomándose unas copas. Al ver aparecer a Remus de la nada ahogaron un grito. Éste se volvió veloz y las amenazó con la varita.
–No se muevan –les dijo sin potencia en la voz.
Una de ellas hizo amago de salir corriendo y Remus la apuntó:
–¡Impedimenta!
Sintió que lo miraba con los ojos crispados, muy abiertos. No se podía mover, pero tenía las pantorrillas, que estaban al descubierto, muy tensas y movía incansablemente los dedos de los pies que asomaban por unos zapatos de última moda.
–¿Qué es usted? –gritó con miedo la otra mujer.
Remus creyó que aquellos gritos recaudarían la atención de alguien, y decidió lanzarles sendos maleficios aturdidores. Sus cuerpos cayeron pesadamente sobre el suelo. Estuvo tentado de salir corriendo, huir, pero se las quedó mirando con tristeza y levantó la varita hacia el cielo.
Lanzó un puñado de chispas doradas que cayeron hacia todos lados, como las ramas de un sauce llorón, y se volatilizaron antes de rozar siquiera el suelo. Aquello era un aviso al Ministerio de Magia. Los magos honrados, en lugar de huir cuando muggles los habían visto practicar magia, practicaban aquel embrujo y el Ministerio sabía al instante dónde se había producido el altercado, con lo que podían actuar con mayor rapidez.
Dos funcionarios del Ministerio de Magia se aparecieron con unos chasquidos huecos. Uno era calvo y tenía cara de pocos amigos, mientras que el otro, alto y fornido, parecía de mejor talante.
El alto se fue hacia donde las mujeres, agachándose para inspeccionarlas, mientras que el otro, de mal humor, le preguntó:
–¿Cuál es su nombre?
–Remus Lupin –contestó.
–Bien, señor Lupin. Somos miembros del Cuartel General de Desmemorizadores. Estas dos muggles lo han visto practicar magia¿verdad?
–Es evidente –respondió Remus de muy mal modo.
–Tranquilo. ¿A qué vienen esos humos? –preguntó el hombre con una sonrisita irónica.
–A que acabo de enterarme de que he perdido a mis dos mejores amigos –repuso con sangre fría.
–Tranquilo –le dijo–. Todo el mundo se pelea.
–¡Han muerto! –gritó Remus desviando su ira hacia él.
En ese momento un par de "obliviates" iluminaron el callejón y las mujeres siguieron tumbadas en el suelo sin que el hombre alto mostrase ningún interés por despertarlas.
–Lo siento –dijo el hombre calvo, pero se le notaba a distancia que nada más cierto de la realidad–. Sin embargo, eso no le excusa para practicar magia delante de muggles. Se ha aparecido sin ningún tiento en una aquella muggle. ¡Y lo han visto, señor! –Fue aumentando el tono paulatinamente–. ¡Lo han visto!
–Vamos, cálmate, Tommy –le dijo el otro hombre, el alto–. Lo han visto un par de muggles ¿y qué? Eso le puede pasar a cualquiera. Además nos ha avisado de inmediato. No es que se haya ido corriendo para librarse de nosotros. Y además si dice que... se han muerto sus amigos... Lo siento, señor... ¿Lupin?
–Tendrá que acompañarnos al Ministerio de Magia –informó el calvo–. Tendrá que firmar algunos papeles y hacer efectivo el pago de una multa.
–Irrisoria –le dijo sonriendo el mago alto y fornido–. Son sólo dos galeones, no se preocupe.
–Acompáñenos –insistió el mago calvo.
–Pero... –se excusó Remus.
–Acompáñenos –reiteró.
–¡Pero yo quería hablar con este hombre! –Señaló la casa de Sirius Black–. Permítanme llamarlo y si est� descuiden, nos iremos ambos. Tengo que hablar con él ¡ahora! Es urgente. Les acompañaré con él.
–Entendido –dijo rápidamente el alto para aplastar las palabras recriminatorias que estaba a punto de decir su compañero.
Los dos magos siguieron a Remus hasta el pequeño porche de entrada. Éste llamó al timbre sin vacilación. Aguardó cinco, diez, quince, veinte¡treinta segundos!
–No está –dijo el mago calvo–. ¿Es que no lo ve?
–Tengo que hablar con él –insistió obstinado Remus. Salió corriendo y se asomó a una ventana.
Los dos magos corrieron para capturarlo, pero al verlo detenido en la ventana se lo quedaron mirando con desconfianza. Remus avanzó lentamente y pasó por delante de la puerta del garaje de la casa de Canuto. ¡Estaba abierta!
–Es algo descuidado su amigo –dijo el mago alto.
–La moto...
–¿Qué ha dicho? –le espetó el calvo groseramente.
–Se ha ido...
–Entonces¿nos vamos nosotros también? –preguntó el calvo.
Remus no ofreció oposición. Cogió el traslador que le tendieron y se embutió en un torbellino del que pronto salió, encontrándose en el vestíbulo del Ministerio de Magia, con la Fuente de los Hermanos Mágicos erguida ante él. La miró, levantando la cabeza, y se dio cuenta de que aquellas estatuas no tenían sentido en su mundo en aquel momento ni nunca.
Un chasquido a cada lado le anunció que los funcionarios del Cuartel General de Desmemorizadores se habían aparecido a su lado.
–¿Qué pasa aquí? –preguntó el alto.
Remus se volvió entonces, y vio a una turba de gente inquieta que corría de un lado para otro. Todos parecían muy nerviosos, pero no había ninguno que estuviese desanimado.
–Voldemort ha muerto –contestó con dureza Remus.
El mago calvo se lo quedó mirando.
–¿Está loco? Ha pronunciado su nombre. ¿Y qué demonios ha dicho?
–La verdad. Él se habrá llevado a los Potter consigo¡pero ha muerto también! –Pero se calló, porque sintió una sensación que lo desagradaba. Al poco cayó en la cuenta–. ¡Mi novia!
–¿Qué pasa con ella? –le preguntó el mago alto.
–¡Había quedado con ella en casa de Sirius Black! –gritó intentando zafarse de su compañía.
–No se puede ir –le dijo apretando los dientes el hombre calvo–. Ya se irá cuando vea que no está. Si se da prisa tardará poco.
–¿No pueden avisarla? –les preguntó con lástima. No le contestaron–. Está afligida... Se pondrá peor si no me ve. Ha visto la caída de Voldemort y está desquiciada porque su mejor amiga y su hijo han muerto.
–¡Deje de decir necedades! –le espetó el mago calvo–. Ya me gustaría a mí ver a Quien–Usted–Sabe entre rejas en Azkaban, o mejor¡a punto de recibir la pena máxima! Pero me gustaría también saber quién es el guapo que lo iba a conseguir. Se necesitaría a alguien de dos por dos y con unos poderes increíbles para frenar a Quien–Usted–Ya–Sabe.
Lo acompañaron hasta los ascensores y tomaron uno.
–Avísenla –rogaba Remus encarecidamente todavía, pero hasta el mago alto y fornido lo ignoraba. Seguro que pensaba a estas alturas que era un pobre demente o que estaba trastornado ante la idea de sus amigos muertos–, por favor...
Se cerró la puerta. Había entrado muchísima más gente con ellos en la cabina. Una voz gélida surgió de la nada:
–Séptima planta, Departamento de Deportes y Juegos Mágicos, que incluye el Cuartel General de la Liga de Quidditch de Gran Bretaña e Irlanda, el Club Oficial de Gobstones y la Oficina de Patentes Descabelladas.
No se bajó nadie.
–Sexta planta, Departamento de Transportes Mágicos, que incluye la Dirección de Red Flu, el Consejo Regulador de Escobas, la Oficina de Trasladores y el Centro Examinador de Aparición.
No se bajó nadie, aunque Remus creyó que aquella planta sería su destino, para hacerlo comparecer de nuevo ante el Centro Examinador de Aparición, a fin de decidir si era necesario, incluso, retirarle el carné.
–Quinta planta, Departamento de Cooperación Mágica Internacional, que incluye el Organismo Internacional de Normas de Instrucción Mágica, la Oficina Internacional de Magos, Sede Británica.
Sólo se apeó una bruja de aspecto cantarín.
–Cuarta planta, Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas, que incluye las Divisiones de Bestias, Seres y Espíritus, la Oficina de Coordinación de los Duendes y la Agencia Consultiva de Plagas.
No se bajó nadie, aunque a Remus, con el miedo bien metido en el cuerpo, se le pasó la idea de que quizá lo bajasen allí para decapitarlo por ser un hombre lobo que se aparecía bastante deficientemente.
–Tercera planta, Departamento de Accidentes y Catástrofes en el Mundo de la Magia, que incluye el Equipo de Reversión de Accidentes Mágicos, el Cuartel General de Desmemorizadores y el Comité de Excusas para los Muggles.
Los dos magos que lo franqueaban obligaron a Remus a bajarse allí. Nadie más se apeó, y las puertas se cerraron de nuevo. Lo condujeron por la planta hasta que llegaron al Cuartel General de Desmemorizadores, donde le hicieron pasar.
–Éste es nuestro cuartel –explicó el mago alto.
Era una pequeña habitación con muchos sillones por todos lados, ocupados por magos que leían, con aspecto aburrido, periodicuchos y revistas. Varias lechuzas revoloteaban alrededor, aburridas.
–Aquí esperamos a recibir algún aviso –le dijo–. Es muy aburrido cuando no pasa nada, y muy cansino cuando no paramos aquí.
Aún no se imaginaba que aquella noche se iba a convertir en uno de esos días.
–Pero pase a nuestra oficina –le ordenó el calvo, sin asomo de amabilidad alguna.
Atravesaron la estancia y llegaron a un pasillo con varios cuartuchos desordenados y con enormes estanterias repletas de pilas de amarillentos pergaminos que parecían a punto de caer. Lo hicieron entrar en uno de aquellos despachos y lo obligaron a sentarse ante el escritorio, que estaba manchado de excrementos de lechuza. Los dos se sentaron detrás del mueble y sacaron sendos pergaminos y plumas.
–Tenemos que redactar un informe –explicó conciso el mago alto, sin borrar su divertida sonrisa de la cara.
–¿Qué hacía exactamente a las dos veinticuatro horas de esta noche apareciéndose en aquel callejón? –le espetó el calvo en un tono desagradable y sin mirarlo.
–¿Qué hacía? –reiteró Remus–. Iba a visitar a Sirius Black.
–¿Por qué se apareció en el callejón de atrás? –continuó indagando.
–Porque me pareció más seguro que en la avenida principal¿no le parece? –saltó Remus irritado.
El mago fornido soltó una risita graciosa, pero se calló inmediatamente cuando vio a su compañero furibundo.
–¡Aquí las preguntas las hacemos nosotros! –exclamó.
–Es que era una situación urgente –explicó Remus apresuradamente.
–¿Urgente? –repitió el calvo–. Su amigo vive inmerso en una población muggle. Sabe que está prohibido aparecerse en zonas frecuentadas por muggles¿verdad?
–Nos dio el aviso, Tommy –volvió a decir su compañero tozudamente.
–¡Ya sé que nos dio el aviso, Andy, pero lo han visto dos muggles y nosotros tenemos que redactar el informe! Así que déjame en paz¿quieres? –El otro ni rechistó–. Bien¿cuál era la razón esa tan importante como para tener que aparecerse inmediatamente en la calle muggle para ver a su amigo, eh¿No podía haber utilizado la chimenea? Supongo que su amigo tendría chimenea¿no?
Remus no respondió nada. Sabía que aquello era lo que debía haber hecho, pero aquella noche estaba siendo tan extraña y repugnante que no se le ofrecía oportunidad de pensar ni obrar correctamente.
–No caí en la cuenta –se disculpó.
–¿No cayó? –repitió con asco el mago calvo.
–Tommy, no seas malo con él... –le pidió Andy–. Haz el maldito informe y déjalo que se vaya. La multa ya es suficiente¿no te parece?
–¡Nos ha hecho perder el tiempo! –le espetó–. Porque, claro, como no se le ocurrió utilizar la jodida chimenea...
–¡Ya le he dicho que...! –intentó excusarse Remus, enfadado. Le molestaba que precisamente aquella noche tuviese que estar retenido en el Cuartel General de Desmemorizadores mientras redactaban un absurdo e insignificante informe.
Varios desmemorizadores pasaron por delante de la puerta, conversando al parecer muy animadamente.
–Harry, sí. Eso es lo que he oído... –dijo uno.
–¿Harry Potter? –preguntó uno de ellos.
Remus pegó un salto en su asiento. Se los quedó mirando pasar un segundo por la puerta. ¿Qué demonios era aquello¿Acaso estaba delirando? Se levantó de su asiento.
–¿Adónde cree que va? –le espetó el mago calvo–. Siéntese.
–¡No! –gritó Remus–. Lord Voldemort ha muerto; los Potter también. Tengo que hacer muchas preguntas esta noche.
–Ya le he dicho que no diga tonterías –dijo el calvo sin variar en nada el tono corriente de su voz–. Tengo que acabar el informe. ¿Me dice su profesión?
Remus, sin sentarse, contestó:
–Auror.
–¿Auror? –inquirió el alto que se llamaba Andy–. ¿Ejerce la profesión?
–Ajá –contestó Remus desquiciado, mirando hacia la puerta constantemente, como si esperase volver a oír el nombre de Harry Potter.
El mago calvo soltó un bufido.
–¿Y estaba trabajando en el momento en que lo encontramos? –le preguntó Andy.
–Sí –mintió Remus; aunque, en cierto modo, era una mentira relativa: la Orden del Fénix era una ocupación a jornada completa, y la misión que lo llevaba era más indagadora que de otro tipo.
–¿Y por qué no lo dijo antes, amigo? –le preguntó entre nervioso y divertido Andy–. ¿Hemos interferido en su trabajo?
–Sí –respondió Remus lacónico. Intuía que acababan de girar las tornas.
–Lo sentimos mucho –dijo muy efusivo el mago alto–. ¡Puede marcharse ya, inmediatamente! Y olvídese de la multa. Lo sentimos mucho.
No era aquella la reacción que esperaba Remus, pero le satisfizo enormemente.
–¿Puedo irme? –se cercioró.
–Eso le hemos dicho¿no? –le saltó el hombre calvo, visiblemente irritado.
Remus no dijo nada más y salió corriendo. Atravesó la planta girando por entre los corredores y chocando con mutitud de personas. Llegó hasta los ascensores y se montó en uno en el que había un hueco, pues todos estaban a rebosar.
Todos hablaban animados. Tan alto y tan alegres que unas palabras aplastaban a otras y de nada se enteraba Remus, a excepción de una conversación a su lado:
–Sí, eso es lo que me ha dicho Perkins.
–¿Y quién se lo ha dicho a él?
–Un amigo suyo del Wizengamot. En esa planta están desquiciados. He tenido que ir hace un momento y está a rebote.
–Es increíble¿verdad? Quién lo iba a decir.
–¿Quién? –repitió el otro.
Llegaron, por fin, al vestíbulo, que estaba más lleno incluso que antes. Salió y se hizo paso entre la multitud para llegar hasta la puerta de salida.
–Sí, eso dicen. El hijo de los Potter... –escuchó a su lado.
Se volvió violentamente, pero no se atrevió a preguntar. Pensó que estaba demasiado dolido y que incluso creía escuchar cosas aquella noche.
Avanzó.
–¿Me permite? –le dijo a un mago de aspecto viejísimo.
–¡Por supuesto! –le contestó éste muy feliz.
Una mano sobre el hombro de Remus. Éste se detuvo.
–Remus. –La voz de Albus Dumbledore.
Remus se volvió rápidamente.
–¡Dumbledore! –exclamó.
–¿Qué haces aquí? –le preguntó éste nervioso.
–Me aparecí en una calle muggle y me vieron dos. Me han traído dos desmemorizadores... Pero...
–¿Qué has oído? –preguntó Dumbledore, interrumpiéndole.
–¡No es qué he oído, sino qué sé! –le soltó enfadado–. ¿Por qué diantre no me podía contar nadie que Voldemort ha matado a los Potter, eh?
Dumbledore se calló. Parecía muy afligido, y a Remus le sintió mal, de pronto, haberle gritado.
–Lo siento –dijo.
–Quería decírtelo yo. Eso es todo –le explicó.
–Pero ¿cómo...? –empezó Remus.
–No, Remus. Aquí no –lo interrumpió–. Esto no es un lugar muy tranquilo como para explicarte nada. Bajemos hasta los Servicios Administrativos del Wizengamot. Allí tengo un despacho en el que podremos hablar tranquilamente.
Lo siguió hasta los ascensores. A su paso, muchos magos se quedaban mirando al director de Hogwarts como si hubiese ganado algún trofeo memorable o algo parecido. Análogamente sucedió a la hora de tomar el ascensor. Todo el mundo le cedió el sitio a Albus Dumbledore, y éste bajó solo con Remus en el compartimento.
–¿Quién ha matado a Voldemort? –preguntó Remus sin poderse aguantar.
–En mi despacho. –dijo sin parecer demasiado aprensivo.
–Segunda planta, Departamento de Seguridad Mágica, que incluye la Oficina contra el Uso Indebido de la Magia, el Cuartel General de Aurores y los Servicios Administrativos del Wizengamot.
Se apearon, aunque con notable dificultad. Había tanta gente que no se podía estar, y todos aguardaban en los pasillos, hablando a grandes voces para entenderse unos con otros.
–Sígueme, Remus –le ordenó Dumbledore.
Avanzaron fácilmente, a pesar de todo, porque la gente abría paso servicialmente a Dumbledore. Algunos hasta llegaron a aplaudirlo.
Pasaron por delante de la puerta del Cuartel General de Aurores y Remus se asomó, distraído. Nunca había estado allí, aunque había oído hablar de ella. Para él no existía más cuartel que la Orden del Fénix. Pero... Acababa de caer en la cuenta¿qué pasaría ahora con la orden?
Un mago con barba negra como el carbón les entregaba unos pergaminos a unos jóvenes que estaban sentados sobre sendos sofás.
–Éste es el objetivo –les dijo–. Hay que atraparlo de inmediato. Es peligroso. Y ahora que acababa de caer Quien–Vosotros–Sabés, no sabemos qué tonterías puede hacer.
Durante un instante una chica se volvió para hablar con otra muchacha y la foto se volvió hacia Remus. Se frotó los ojos. Creyó haber visto a Sirius Black mirándole desde el pergamino. Aquella noche estaba alucinando, sin duda...
–¡Vamos, Remus! –lo llamó Dumbledore, porque se había quedado rezagado.
Anduvieron unos minutos hasta que por fin llegaron a un corredor de cuyo techo pendía un letrero: «Servicios Administrativos del Wizengamot.» Dumbledore abrió una puerta, su despacho, e hizo pasar a Remus dentro.
–Siéntate –le ofreció. Cuando lo hizo:– ¿Cómo te has enterado de todo?
–Estaba en casa de Diggle –explicó–. ¡Leí la carta!
–No lo sabía... –repuso Dumbledore con nostalgia–. Lo siento, Remus. Era una forma bastante brusca de enterarse de todo, lo sé. Helen también estaba, me imagino.
–Sí –respondió–. Está destrozada...
–Es comprensible.
–Ella ha visto esta noche el fin de Voldemort –comentó Remus.
–¿Qué?
–Ha tenido una premonición. Supongo que a tiempo real. –Hizo una larga pausa–. ¿Qué ha pasado, Dumbledore?
–Lo que más o menos te imaginas, Remus. Voldemort se ha acercado esta noche hasta el Valle de Godric y ha matado a los Potter.
Remus asintió, compungido.
–Eso ya lo sé –repuso sin voz–. Pero ¿cómo ha podido Voldemort... desaparecer¿Quién lo ha matado si James y Lily –le costaba pronunciar sus nombres– también están muertos?
–No estoy muy seguro. –Y sonrió abiertamente. Aquel gesto le dolió a Remus, pero no porque a Remus le molestase la actitud de Dumbledore, sino porque él podía intuirla también en sí mismo: estaba afligido por los Potter, pero no podía dejar de sentir una cierta felicidad porque lord Voldemort hubiese desaparecido finalmente–. Llegó al Valle de Godric, se encontró a los Potter y...
–Pero ¡estaban protegidos! –exclamó Remus–. Sirius los protegía.
Dumbledore se quedó mirando un momento a Remus fijamente.
–¿Qué? –inquirió Remus.
–He comunicado de inmediato al Ministerio de Magia, muy especialmente al Wizengamot y al Cuartel General de Aurores, todo lo que ha pasado últimamente en la Orden del Fénix, es decir, cuáles eran los últimos planes secretos. Entiéndelo, Remus. Se acaba de dar la orden de capturar a Sirius Black, vivo o muerto.
–¿Qué? –repitió Remus aún más fuerte.
–Él era el guardián secreto –explicó Dumbledore–, y tal lo he testificado. Si Voldemort encontró a James y a Lily es porque él le dijo que los tenía. Piénsalo detenidamente, Remus –le propuso–: Sirius Black es un fiel aliado de Voldemort. O era, por fortuna.
–Eso no puede ser. –No daba crédito a lo que le decía–. ¡Es imposible! Sirius era su amigo. ¿Cómo iba a entregarle a Voldemort a James¡James era su mejor amigo! –gritó.
–Lo ha hecho –dijo sin más–. Esta noche yo estaba preocupado, porque aún sigo teniendo espías que me resultan de una gran labor, y fui a casa de Sirius para hablar con él y alentarlo para que fuera fuerte. No estaba. Me temí lo peor. Y ha pasado.
–¿Cómo puedes estar tan seguro de que Voldemort ha caído¿Lo has visto?
–Lo sé –dijo Dumbledore sin dar más explicaciones–. Es suficiente. Ha muerto, Remus. Esta noche ha caído, por fin. –Y sonrió otra vez.
–¿Cómo estás tan seguro? –preguntó Remus.
–Porque alguien ha sobrevivido esta noche –dijo. Remus se lo quedó mirando confuso–. Voldemort ha matado a James y a Lily, pero, cuando se dispuso a matar a Harry, no pudo.
–¿No? –inquirió Remus más tranquilo–. Tal vez no fuese su objetivo.
Dumbledore lo miró de nuevo intensamente y sonrió, pero no dijo más acerca de supuestos objetivos.
–Ha intentado matarlo –explicó Dumbledore–, pero lo cierto es que no ha podido. Por la razón que fuere, Harry Potter no ha muerto.
–¿Cómo? –le espetó Remus con los ojos muy abiertos.
–No lo sé –se limitó a decir–. Tengo algunas hipótesis, pero me temo que nunca llegaremos a saberlo con exactitud. Lo único que podemos afirmar es que Harry Potter ha sobrevivido, y que la maldición ha rebotado contra su invocador, despojándolo de todo poder y de vida. Ése es el final de lord Voldemort, Remus –concluyó.
–Entonces Harry está vivo¿no? –preguntó Remus.
–En efecto –respondió muy sonriente Dumbledore–. Esta noche lo ha señalado, como a un igual, y ha sobrevivido. Rubeus ya debe de haberlo recogido. Le he pedido que fuese a por él mientras yo arreglaba estos asuntos en el Ministerio.
Remus se quedó un momento callado, tratando de asimilarlo todo. Al cabo de un rato preguntó:
–¿Se sabe ya por qué Voldemort quería matar a James y a Lily?
Dumbledore lo miró un momento. Se mordió un labio y desvió un instante los ojos hacia la puerta. Después dijo un rotundo:
–No.
Remus bajó los ojos al suelo.
–Así que Sirius era el traidor y Harry Potter es un héroe sin saberlo –dijo.
–Eso parece –asintió Dumbledore–. Hoy ha sido una noche muy extraña, pero la vida es así, a veces buena y otras mala. Nadie quería que los Potter muriesen, pero nada se ha podido hacer –repuso–. Igualmente a otros muchos mató Voldemort. –Hizo una ligera pausa–. La culpa es mía. Debería haberle dicho a James y a Lily que yo fuese el guardián. No sé por qué al final les dejé que fuese Sirius.
–No es culpa tuya, Dumbledore –dijo Remus–. No te eches culpas que no te corresponden. Nadie podía imaginarse que él fuese a ser el lugarteniente de Voldemort, y que fuese a entregarlos¿verdad? Aún no lo creo. Lo digo y, mentalmente, pienso que es mentira, que no puede ser cierto, que no están muertos... –Tomó aire–. ¿Y dónde está Sirius ahora?
–No se sabe. Ha escapado –explicó Dumbledore–. El Cuartel General de Aurores y el Grupo de Operaciones Mágicas Especiales han salido en busca de su pista. –Resopló–. Ha demostrado su lealtad a Voldemort en el momento más inadecuado, me temo.
–Yo soy auror –dijo Remus–. Quiero ir con los demás.
–No, Remus –se obstinó Dumbledore–. No actuarías con sangre fría.
–Pero... –empezó Remus.
–Olvídate de ello, Remus.
–¿Le darán el beso? –preguntó con un deje nervioso en la voz.
–No lo sé.
–¡Pobre Harry! –se lamentó–. No tiene más que un año...
–Sí, pobre –dijo Dumbledore intranquilo.
–¿Qué será de él? –preguntó Remus.
–Me temo que ya está decidido –dijo Dumbledore, y Remus sintió que lo afirmaba del modo aquel en que no admitía más preguntas al respecto.
Se proujo un incómodo silencio durante el cual Dumbledore se puso a rebuscar unos papeles en un cajón del escritorio.
–Harry... –repitió Remus–. Se hará famoso¿verdad?
–No me extrañaría –contestó Dumbledore sin interés–. Helen debe estar echándote de menos. –Consultó su reloj de pulsera–. Son las cuatro de la madrugada. Debe estar preocupada por ti.
–Sí, es cierto –dijo Remus–. Lo mejor es que me vaya. ¿Yo también debo ir a la reunión de pasado mañana? –preguntó.
–Es fundamental –dijo vehemente Dumbledore.
–Hasta entonces –le dijo entristecido.
–Adiós, Remus. Y no busques a Sirius Black.
Mentiría si dijese que no se le había ocurrido aquella idea, pero desistió. Estaba cansado. Le dolía la cabeza.
«Sirius, su amigo, asesino.» «Sirius, su amigo, el traidor que había derramado la sangre de sus propios amigos.» «Sirius, su ex amigo, el lugarteniente de lord Voldemort.»
«Harry Potter, el vencedor de lord Voldemort.» «Harry Potter, desamparado y huérfano, sin padres, que acababan de morir.» «Harry Potter, el niño que sobrevivió.»
Tomó un ascensor. Estaba tan mareado que no se dio cuenta de quién más había o de qué hablaban. Se bajó mecánicamente en el vestíbulo y se abrió paso hasta la puerta de salida. Se desapareció con un chasquido.
–¡Remus! –exclamó Helen.
Estaba sentada en el jardín de los Diggle, con un montón de vasos de tila vacíos sobre la mesa.
–¿Dónde demonios os habíais metido? –le preguntó–. He ido a casa de Sirius –tenía una tila entre sus manos y el vaso de cristal temblaba–, y ya os habíais ido. ¿Adónde?
–¿Has averiguado algo? –inquirió Dedalus.
–¿Y Mandy? –preguntó a su vez Remus, mirando hacia todos lados.
–Está preparando otra tila para Helen –explicó Dedalus–. Tu novia está muy nerviosa.
–¿Dónde habéis ido Sirius y tú? –le preguntó–. ¿Qué has averiguado?
–¡No he ido con Sirius a ninguna parte! –dijo Remus por fin–. No lo he visto siquiera. Ha huido.
–¿Qué quieres decir con que ha huido? –preguntó Dedalus.
En ese momento salió Mandy con otro vaso de tila.
–Con que se ha dado a la fuga, se ha pirado, se ha largado¡ha escapado! –exclamó Remus nervioso.
–¿Por qué? –preguntó Helen con lágrimas en los ojos.
–Porque él ha entregado a James y a Lily a Voldemort –dijo.
Dedalus se estremeció, no se sabe si por la afirmación o por el mero hecho de pronunciar el nombre del recién vencido Señor Tenebroso.
–¿Es un traidor? –inquirió Helen, hipando, sin querer creerlo.
–Sí –afirmó Remus rotundamente.
–¿Cómo es posible? –preguntó Dedalus.
–Es un mortífago, al parecer. Al convertirse en el guardián secreto, ha abierto su mente a Voldemort cuando ha querido... –explicó Remus tranquilamente–. Se los ha entregado para que los matara. Pero no contaba con que su señor iba a morir esta noche.
–¿Y cómo? –preguntó Helen aún más ansiosa.
–¡Harry! –exclamó Remus–. Él no está muerto.
–¿Harry está bien? –preguntó Helen soltando una carcajada temblorosa.
–Él ha sido quien ha vencido a Voldemort –explicó Remus, consciente de lo raro que debía sonar.
–¿Qué? –inquirió la, hasta el momento, silenciosa Mandy.
–Voldemort se propuso matarlo, pero no ha podido. Algo lo ha evitado, y Dumbledore no sabe lo que es. La maldición ha rebotado contra Voldemort y ha perdido su poder. Pero Harry está vivo...
–Pero ¿dónde te has metido todo este rato? –le espetó Helen nerviosa–. ¿Quién te ha contado todo eso?
–Dumbledore –respondió–. Me aparecí mal y me vieron un par de mujeres muggles. Tuvieron que trasladarme al Ministerio de Magia para redactar un informe, y allí me encontré con Dumbledore, que estaba compareciendo ante el Wizengamot. Él me lo acaba de explicar todo –terminó de explicar.
–No es posible... –repetía Helen–. ¡Esto es un sueño, una pesadilla! Parece increíble. James y Lily muertos... Sirius un asesino... Harry el que ha vencido a Voldemort... ¡Después de que durante once años nadie ha conseguido plantarle cara! Un niño... Sólo un niño... Sólo tiene un año. ¿Cómo ha podido?
–No se sabe –contestó Remus–. Pero me tengo que ir.
–¿Adónde? –preguntó Helen azorada.
–Al Ministerio de Magia.
–¿A qué? –siguió indagando su novia, sorprendida y medio indignada.
–Quiero unirme a los esfuerzos del Cuartel General de Aurores para encontrar a Sirius –explicó sin más.
–Yo también –dijo Dedalus–. Hay que encontrarlo de inmediato. Estará nervioso. ¡Sabe Rowling lo que querrá hacer!
–Es peligroso¡me niego! –gritó obstinada Helen.
–Helen, ha matado a James y a Lily ¡y no dudo que él mismo hubiese matado a Harry sin pestañear! El niño hubiera muerto esta noche si no es por el extraordinario acontecimiento que ha tenido lugar hoy. Helen –dijo más tranquilamente–, quiero vengar a James y a Lily.
–¿Quieres matarlo? –preguntó escandalizada Mandy.
–No. Quiero que esté toda su vida encerrado en Azkaban. ¿Te acuerdas cuándo él intentó hacer pensar a todo el mundo que yo era el traidor? Y pensar que lo estaba haciendo únicamente para cubrirse las espaldas... –Hizo una larga pausa–. ¿Me acompañas, Dedalus?
–Por supuesto –asintió éste.
Y se desaparecieron.
Avanzaron por el vestíbulo del Ministerio con dificultad. Llegaron hasta los ascensores y entraron en uno. Bajaron hasta la segunda planta y anduvieron por los corredores hasta encontrarse ante la puerta del Cuartel General de Aurores.
La puerta estaba abierta. Remus se asomó. Ya no había la considerable muchedumbre de antes, sino sólo el barbudo, el líder, que miraba con determinación una pizarra con un mapa de Inglaterra en el que se veían distintos puntos luminosos. Hablaba solo, consigo mismo, mientras rozaba algunas de aquellas señales. Remus llamó a la puerta con los nudillos.
–¿Se puede? –preguntó.
El hombre se volvió y se los quedó mirando.
–¿Sí? –dijo intransigente y con la mirada perforadora.
–Veníamos para ofrecernos voluntarios en la captura de Sirius Black –contestó–. Somos aurores.
–No basta con eso. Mi equipo está muy especializado. Lo siento, en absoluto pienso dejarlos –se negó.
–Pero debe dejarnos –insistió Remus–. Somos aurores especializados. Con experiencia. ¡Yo soy...¡Era amigo de Sirius Black! Tal vez pueda encontrarlo...
–¿Era amigo de Black? –preguntó el hombre barbudo–. Estupendo. Sí, quédense aquí. Me será de utilidad. ¡Pero nada de salir a la calle! Sería peligroso añadir a la operación otros peones que no han sido entrenados con el resto...
–¡Tiene que dejarnos! –exclamó Remus–. Le podríamos ayudar más fuera que frente a un mapa.
–No puedo –dijo reticente.
–Somos de la Orden del Fénix –dijo Dedalus sencillamente.
El mago auror se quedó callado, mirando a uno y otro con los ojos muy abiertos.
–¿En serio? –pudo decir al fin–. ¿Son de la legendaria Orden del Fénix?
–Creía que era secreta... –dijo Remus mirando al hombre aquel y a Dedalus a un tiempo.
–Los aurores del Ministerio –explicó el mago– hemos oído muchas cosas increíbles sobre la Orden del Fénix. A todos les encantaría formar parte de ella. ¡Incluso a mí mismo, qué narices! No sabía que hubiese magos tan jóvenes en ella –comentó mirando a Remus de arriba abajo.
–Pues los hay –dijo Remus tajantemente–. Bueno¿qué va a pasar?
–¿Qué va a pasar de qué¡Ah, sí! Si quieren ir ¡yo no se lo voy a impedir! Ustedes dos están más acostumbrados a cosas de este tipo que mis hombres. No me extrañaría que algún miembro de la Orden del Fénix, por ejemplo, ustedes dos, lo encontrará antes que alguno de mi equipo. Están mejor entrenados ¡con diferencia! –Remus se sintió extrañamente halagado–. Voy a buscar el material. –Salió y regresó al momento con algunas cosas en las manos–. Esto se coloca en la varita –les dijo mostrándoles una goma elástica–, y mientras siga así puesta podré visualizarlos en la pizarra. Gracias a eso podré hablar con ustedes. Pulsaré su indicación en el mapa y me escucharán con este cachivache. –Les dio dos pinganillos para el oído–. Se pone dentro del pabellón auditivo y me escucharán con toda nitidez. Para responderme, ustedes tan sólo tendrán que apuntarse la varita a la boca y hablar. ¿Entendido? –Remus y Dedalus asintieron–. ¡Aún no puedo creer que tenga en el equipo esta noche a dos miembros de la Orden del Fénix! Vayan al vestíbulo y desaparézcanse. Si encuentran a Sirius, conjuren el hechizo "Invenientum" rápidamente¿entendido? De esa forma podré mandarles inmediatamente al resto del equipo para acorralarlo. ¡Suerte! –les deseó.
–¿Adónde vas a ir? –le preguntó Dedalus a Remus una vez salieron.
–La verdad es que no lo sé –dijo–. Lo conozco, pero en todos los sitios donde lo he visto no se va a esconder, me supongo. Ya se me ocurrirá. Por si acaso me pasaré por la Orden del Fénix.
–¿Para qué? –inquirió Dedalus.
–Sería como que el conejillo se encerrase en su propia madriguera, pero quizá esté en su habitación. Como nadie sabe su contraseña...
–Hay un modo de seguridad –explicó Dedalus–. No sé exactamente cómo funciona, pero Dumbledore mencionó en una ocasión que la puerta se activa en algunas ocasiones por un módulo de seguridad.
–Gracias, Dedalus –contestó Remus–. Intentaré averiguarlo.
Llegaron al vestíbulo y Dedalus se desapareció. Remus fue hasta la pared y miró las chimeneas. Se acercó hasta el guardia de seguridad y le pidió polvos flu.
–¿Polvos flu? –preguntó–. Lo siento, no estoy capacitado para darlos.
–¡No fastidies! –le espetó Remus–. Soy auror. Estoy inmerso en una importante misión del Ministerio.
–En tal caso... –se defendió el mago y le dio un puñado en la mano–. Buena suerte, amigo.
–Gracias –le contestó. Se acercó hasta una chimenea. Había mucha gente al lado, pero tenía que decirlo–. ¡Orden del Fénix!
Vio algunos rostros desencajados que se volvieron hacia él en el mismo momento en que una fuerza succionadora lo engullía. Tras varias vueltas sobre sí mismo acabó en la orden, en la amplia sala común; en su hogar... Miró en derredor de sí y dio varios pasos.
–¿Canuto? –preguntó. Todo estaba en penumbra. Sacó su varita–. ¡Lumos¿Sirius¿Estás aquí?
Cuando se cercioró de que no, avanzó hasta la puerta mágica. Empuñó el pomo. Estuvo así un rato, sin pronunciar ningún lugar.
–¿Qué quieres? –preguntó la voz femenina de costumbre.
–Que me dejes entrar a una habitación sin contraseña –dijo Remus.
–Lo siento. No puedo. Son las normas –le explicó.
–Quiero entrar en el cuarto de Sirius Black... ¡Se ha convertido en un asesino! –trató de convencerla.
–No puedo dejarte pasar, lo siento –volvió a decir.
Entonces Remus cayó en la cuenta:
–¿Sirius Black está aquí dentro, en su habitación? Al menos podrás decirme eso¿no? –preguntó muy nervioso.
–No hay nadie en la Orden del Fénix –contestó la mujer con su voz gélida–. Sólo tú y yo.
–Gracias –dijo Remus soltando el picaporte, decepcionado.
¿Cómo podía haber sido tan tonto de pensar que Sirius se iba a esconder en la boca del lobo?
–¡La boca del lobo! –exclamó. Agarró de nuevo el pomo de la puerta–. ¡Salida!
Una vez fuera se desapareció de inmediato. Estaba en el interior de la Casa de los Gritos, toda oscura y cochambrosa. «¡Lumos!» Algo se movió y lo apuntó directamente: una rata que corría asustada de la luz. No estaba... ¿Dónde podría estar? Remus empuñó la varita y dijo:
–Dime la hora que es.
Eran las cinco y cuarto. Pronto amanecería.
Entonces cayó en la cuenta. Sirius era un animago, como Peter y como James. ¿Se atrevería a decirlo? Dumbledore le haría preguntas, y lo acabaría descubriendo todo. Siempre lo hacía. No. Intentaría encontrarlo sin tener que confesarlo. Después, si no quedaba más remedio...
Remus se volvió a apuntar con su varita y apareció en cuclillas en el tejado de su antigua casa en Hogsmeade. Miró durante una fracción de segundo el bosque donde lo habían mordido y sintió nostalgia del pasado. Alzó la cara hacia el cielo y respiró hondamente.
En el horizonte se dibujaba una franja anaranjada.
–¡El cielo! –exclamó Remus. Se apuntó a la boca–. ¿Me oye¿Oiga?
–Sí –escuchó en su pinganillo–. ¿Lo has encontrado¿Por qué no has dado el aviso?
–No, no lo he encontrado –explicó Remus–, pero me acabo de acordar de una cosa fundamental.
–¿El qué? –preguntó el otro mago.
–Sirius Black tiene una moto que vuela. Antes fui a su casa y no la tiene. Se la tiene que haber llevado con él.
–Mandaré inmediatamente que rastreen el aire –dijo el hombre con un deje de alegría en la voz–. ¿Algo más que debamos saber?
Pensó un instante si se atrevería a decir: «Sí, es un animago», pero...
–No, nada más –contestó finalmente.
–Estupendo, chaval –le saltó desde el Ministerio de Magia–. Corto y cierro.
Remus se volvió a desaparecer y rastreó algunos de los lugares que Sirius podría haber utilizado porque los creyese buenos escondites. Nada... Después se apareció en su propia casa, intentando buscar alguna pista.
En la mesa, con los restos de la comida todavía, había una foto de Harry Potter. Remus la cogió y se la quedó mirando. Depués, furibundo, la arrojó contra la pared y se hizo añicos el marco y el cristal.
–¡Traidor¡Traidor! –se puso a gritar, llorando–. ¿Cómo has podido vender a James y a Lily¡Eran tus amigos!
Se sentó en un sillón y a la media hora consiguió tranquilizarse del todo. Rastreó el resto de la casa, pero no había ni rastro de Sirius, y menos aún de una pista que indicase dónde podía estar en aquel momento exacto.
Abrió la puerta de la calle y salió fuera. Había amanecido ya por completo. Los pájaros piaban tranquilamente y la brisa matutina traía una fresca humedad por el relente. Todo parecía explicar que aquella era una mañana tranquila, cualquiera, pero no: aquella había sido la peor noche de Remus Lupin. Ojeroso, cansado, estaba persiguiendo a uno de sus amigos por haber matado a dos más y haber intentado asesinar al hijo de éstos también. Le dolía la cabeza. Tenía ganas de desmayarse...
Miró el cielo de nuevo, que ya estaba ribeteado débilmente de azul. Se preguntó si ya habría aurores que lo recorriesen de un lado a otro sobre rápidas escobas voladoras a fin de encontrarlo.
–¿Hola? –escuchó en su pinganillo.
–¿Sí? –reaccionó lentamente Remus.
–¿Qué pasa? –le preguntó–. Llevas más de una hora en esa posición.
–Estoy en la casa de Sirius Black –explicó–, buscando alguna pista posible. Pero nada...
–Pues ve a otro lado¿quieres? –le indicó–. Corto y cierro.
Remus estaba tentado de tirar el pinganillo, pero lo dejó donde estaba. No se movió de aquella casa. Le entraron ganas de hacerla explotar, de destrozar toda la ropa de Sirius, sus fotos... ¡Todo!
Una iglesia próxima hizo sonar sus campanas con alegre repiqueteo. Una, dos, tres... Hasta siete campanadas. «Las siete...» Se desapareció. Surgió en el tejado de la casa de los Nicked, lo más parecido que había tenido a un auténtico hogar, con padre y madre... ¡Ahora sí que sentía nostalgia!
Miró un rato, sentado, pero desistió de esperar encontrarse a Sirius Black paseándose tranquilamente por allí. «Un perro, debe estar transformado en perro.» Pero ¿cómo iba él solo a descubrir a Sirius entre tantos chuchos como había siempre en la calle? Estaba desquiciado.
–¡Oh, cállate, Matt! –escuchó, y se le escapó una sonrisita entre una lágrima que se le caía.
–¡Eh, eh! –escuchó en el oído–. Atención todo el grupo. Sirius Black ha sido localizado... –Remus casi se cae del tejado–. Lo ha encontrado el Grupo de Operaciones Mágicas Especiales en Norwich.
Remus se apuntó con la varita y se desapareció inmediatamente.
Norwich...
Apareció en una calle desolada. Había un enorme cráter en el centro de la calzada y las alcantarillas estaban reventadas. Muggles corrían de un lado para otro mientras miembros de seguridad mágica los perseguían para interrogarlos o desmemorizarlos.
–¿Qué ha pasado? –Se acercó Remus hasta un mago bajito–. Soy auror.
–Ah, bien, bien. Soy subsecretario del Departamento de Catástrofes en el Mundo de la Magia, Cornelius Fudge. –Le alargó la mano.
–Remus Lupin, auror –dijo simplemente, estrechándosela–. ¿Quién ha hecho todo esto? –preguntó, aunque conocía la respuesta.
–Sirius Black. Ha matado a unos cuantos muggles. Estamos averiguando a cuántos exactamente, pero todo parece indicar que más de una decena.
–No puede ser... –dijo Remus amargamente–. No lo reconozco...
–¡Ah¿Conocía a Sirius Black? –le preguntó Fudge–. Entonces quizá conozca también al mago que acaba de asesinar.
–¿Un mago? –preguntó apresuradamente Remus.
–Sí –contestó Fudge asintiendo varias veces–. Ha hecho explotar la calle para matarlo y ha alcanzado a unos cuantos muggles. El Comité de Excusas para los Muggles va a tener que hacer horas extras, me temo –dijo–. Algunos testigos, muggles por supuesto, dicen haberlo oído decir: «¡A Lily y a James, Sirius¿Cómo pudiste...?» Dicen que en ese momento sacó su varita, pero no le dio tiempo a nada: explotó y desapareció. Black debía de ser mucho mejor en duelos que él.
–¿Sirius ha sido besado por los dementores? –preguntó Remus impaciente.
–No. Lo meterán en Azkaban directamente. Ahora mismo lo llevaban hacia allí. Pero volvamos a lo del mago...
–¿Dónde est�? –preguntó Remus.
–Ha explotado –contestó Fudge como si aquello fuese obvio–. Sólo quedan unos trozos de su cuerpo... –Le señaló el cráter.
Remus corrió hacia allí. Vio un trémulo y sangrante dedo que había sobrevivido. Estaba al inicio del cráter, cerca de una alcantarilla que había perdurado a la explosión.
–¿Conoce a alguien que viviese en Norwich? –preguntó Fudge.
Remus sintió un escalofrío.
–¿Le han descrito cómo era? –preguntó.
–Sí. Me han dicho que bajito y rechoncho. Que tenía el pelo entre castaño y rubio y que hablaba entrecortadamente. ¿Le suena?
Remus cayó de rodillas mirando con los ojos empañados el dedo.
–Es Peter Pettigrew... –reconoció.
–¿Pettigrew? –preguntó Fudge.
Remus asintió con las lágrimas cayendo silenciosamente.
Fudge se alejó dejándolo respetuosamente.
–Ojalá te pudras en Azkaban, Canuto –susurró Remus con todo el dolor de su corazón.
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Ya está. Han muerto. R.I.P.
Pero la vida sigue. Sí, sigue. Me ha hecho gracia ver que Marce pensaba que con la muerte de los Potter acababa mi historia. ¡Qué va! Hay historia para rato; ya lo dijo Dumbledore: "Remus, aún queda mucha vida para ti". Y esa vida seguir� como siempre, la semana que viene. Os espero con muchísimas ganas el día 4 de marzo. Por cierto, aviso que los dos próximos capítulos son excesivamente cortos; espero que me disculpéis por la brevedad, pero es que no estaba muy inspirado. Ahora me he hecho la prometa de que todos deben superar las quince páginas.
Avance del capítulo 32 (EL LLANTO DEL FÉNIX): Los Potter han muerto. ¡Qué desgracia! Acudiremos a su sepelio. Acudiremos a la última reunión de la Orden del Fénix, donde se darán todas las explicaciones, las últimas, y Dumbledore tendrá que mentir en más de una ocasión. La orden arderá. Y Remus será libre... por fin. ¿Dónde decidirá vivir ahora?
Un enorme saludo para todos aquellos que me seguís. ¿Qué¿Que todavía no me has dejado ningún "review"¿Así cómo vas a querer que te cree un personaje? Todo lector tendrá un personaje mientras haya argumento. Besos y abrazos de Quique.
