«La lectura es una conversación con los hombres más ilustres de los siglos pasados.»
(René Descartes)
¡Bienvenidos a la trigésimo quinta entrega de MDUL! Es increíble cómo se combinan la tristeza y la alegría en este momento para mí. Buah!
Respondo "reviews":
–AYA K. Hola. ¿Qué tal? Para que no nos hartemos, y sin que sirva de precedente, hoy no voy a hablar del tiempo que hace aquí, porque es que no tengo tiempo. Jaja... El primer día que escribo los "reviews" en casa de Elena y me doy cuenta de que es ingeniosa, qué descubrimiento. (Se ríe irónicamente, me amenaza con un capón). ¿Sus dibujos? Pues ya hay tres: un retrato de Remus, una imagen en la tienda de Ollivander y una escena en que aparece Tonks y otro personaje. Ya veremos cuando lo colgamos, que ahora mismo hay complicaciones. Nada, te vi de nuevo muy metafísica en tu "review": quizá has pasado la Semana Santa tan trágica como previste, aunque espero que te haya ido bien, no obstante. Lamento no poder contestarte más extensamente, pero se me ha escacharrado el ordenador y hoy mismo lo he llevado al técnico, y no debería abusar mucho de la confianza de Elena (y de su ordenador, que también hace cosas raras, me previene), la que, por cierto, aprovecha para mandarte saludos. Un beso.
–LEONITA. ¡Hola, sevillana¿Cuándo piensas venir? Es que siempre nos dejas con la intriga, me acaba de decir Elena que te diga, aquí presente. Es que eso del día D... ¡Parece fantasmagórico! Di reencuentro, o visita cultural patrocinada por "fanfiction" o yo qué sé, cualquier cosa, pero que suene mejor que eso, por favor. Qué mal sonaba. La explicación a mi nick la puedes encontrar en mi biografía, no tuve mejor cosa que poner. Me alegra que "ff" te haya readmitido. Con respecto a lo del capítulo de RLAAHN, tienes razón; aunque veo que te gustó mucho la escena "Helen N. Ama a Remus L." ¿Multifanfictico? Sí, quizá. Me ha gustado ese neologismo. Lamento no poder contestarte más extensamente, pero se me ha escacharrado el ordenador y hoy mismo lo he llevado al técnico, y no debería abusar mucho de la confianza de Elena (y de su ordenador, que también hace cosas raras, me previene), la que, por cierto, aprovecha para mandarte saludos. Un beso. Saludos a Pepe de nuestra parte. P.D.: Elena me mata si no te digo que el Viernes Santo casi perdemos la vida asfixiados (por intoxicación masiva de incienso) y aplastados (cuando el enoooooooooorme paso del Descendimiento se nos echó encima en la pequeñíiiiiiisima calle de la Judería. Tuvimos que salir corriendo hasta que una puerta abierta nos abrió el camino a la salvación. Algún día publicaré SALVANDO A KAICUDUMB y HELEN NICKED LUPIN.
–VALITA JACKSON LUPIN. Hola. Me alegra mucho saber que te has recuperado de tu enfermedad. Gracias por decir que MDUL siempre te hace feliz. ¿En serio? Gracias... (!) Fue suerte lo de definirte tan exactamente, pero la verdad es que me conduciste bien gracias a claras alusiones de tu personalidad y de tu carácter. ¿Fanfiction te odia? No eres la única. Le da por tiempos. Unas veces es a mí, otras a Leonita, ahora a ti... ¡Vaya! Tranquila por lo de tu personaje, que va muy bien, para adelante. Queda mucho tiempo, pero cuando quieras me puedes mandar la foto para ir haciéndome una idea de la descripción que he de poner. Puedes hacerlo por Story-Weavers o por correo electrónico. Tú decides. ¿Estás escribiendo una historia? Mucho ánimo, suerte y éxito. Lamento no poder contestarte más extensamente, pero se me ha escacharrado el ordenador y hoy mismo lo he llevado al técnico, y no debería abusar mucho de la confianza de Elena (y de su ordenador, que también hace cosas raras, me previene), la que, por cierto, aprovecha para mandarte saludos. Un beso.
–GWEN LUPIN. Hola. Ya he anotado los nombres para tu personaje, aunque Gwendolyn me parece muy bonito, pero suena demasiado a cuento de hadas. Gabriela también está muy bien, así que ya veré cuál es el que mejor concuerda con tu personaje. Gracias por ofrecerme la explicación del apagón, pero no te preocupes con lo de "tardona", no hace falta que autoflageles... Mírame a mí si no... Esta semana también me retrasaré... Buah! Me alegra saber que te he dejado en suspenso con el final del capítulo (ni te imaginas cómo sigue) y también con el avance general de Story-Weavers. Cuando se me ocurra tu personaje pondré un avance. Lamento no poder contestarte más extensamente, pero se me ha escacharrado el ordenador y hoy mismo lo he llevado al técnico, y no debería abusar mucho de la confianza de Elena (y de su ordenador, que también hace cosas raras, me previene), la que, por cierto, aprovecha para mandarte saludos. Un beso.
–PAULA YEMEROLY. Hola. Antes de nada, sí, te confirmo, estoy en la lejana España. Ahora que sacas a colación el asunto¿de dónde eres tú? Tanta confianza que nos tenemos ¡y no sabemos eso!... Por cierto¿qué es choco-consejos? Choco por Remus (?). Tu personaje, tranquila, que va a estar muy muy muy muy chulo, ni te lo vas a imaginas (y añade Elena "muy muy muy muy bien acompañado"... Quique la mira con cara de extrañado: "pero si no sabe mucho de ella", añade para sí). ¿Sabes, yo también estoy cogiendo confianzas contigo, como a un amigo, o incluso mucho más que amigos que tengo aquí. ¡Extraña lejanía! Y sí, estamos sentado uno frente al otro cuando nos escribimos y respondemos mutuamente, qué bonito... ¡Oye, no sé qué has pensado, pero no creo ser guapo (cosa que añades en tu "review"), ni ingenioso aunque simpático sí, una miaja, pero para tanto, como tú dices, no es. Me estás sacando los colores. ¡Ah¡Sí, el verdadero argumento. Pero es el segundo capítulo de este argumento: el primero fue el 29, el de "welcome". Lamento no poder contestarte más extensamente, pero se me ha escacharrado el ordenador y hoy mismo lo he llevado al técnico, y no debería abusar mucho de la confianza de Elena (y de su ordenador, que también hace cosas raras, me previene), la que, por cierto, aprovecha para mandarte saludos. Un beso.
–KALA FICTION. Hola. Gracias por decir que es otro capítulo que merece la pena leer. No pasa nada porque no quieras decirme tu nombre real por "fanfiction", lo comprendo; pero entiéndeme tú también a mí, me suena muy extraño imaginarme una persona, a las que siempre tengo que colocar un nombre designativo, que llame Kala. No te voy a negar que me extrañe al leer que tenías 30 años y que eras mam�, pero es, más que nada, porque me empiezo a dar cuenta de que, como quien no quiere la cosa, me estoy convirtiendo en el más pequeñito de la página. Te explico: Quique no es un pseudónimo, sino un hipocorístico (que quiere decir que es un diminutivo o un acortamiento afectivo de Enrique). Sí, me encantaría hablar contigo por algún chat para comentar de lo de tu personaje, como me indicaste, pero el problema es que no dispongo de Internet en casa y ésa es la razón por la que dije "reviews" y respuestas, porque seguro que los leeré los que me dejes. Pero ya sólo hace falta que me ayudes a pulirlo ¡porque ya se me ha ocurrido un personaje! Ya hablaremos en otra ocasión de él. Aunque necesitaría una foto para describirte y un nombre (aunque falso, si quieres) que necesitaría para el personaje en inglés. Ya hablaremos de ello, aunque faltan varios capítulos para escribirte. Gracias por decir que soy humilde. Ya he felicitado a Elena: le sorprendieron los motivos que especificaste y se sonrió. Lamento no poder contestarte más extensamente, pero se me ha escacharrado el ordenador y hoy mismo lo he llevado al técnico, y no debería abusar mucho de la confianza de Elena (y de su ordenador, que también hace cosas raras, me previene), la que, por cierto, aprovecha para mandarte saludos. Un beso.
–LUNIS LUPIN. Hola. Pues sí, te extrañé. ¿Dónde te habías metido todo este tiempo? Ya he leído que no has tenido tiempo para estar con los "fics" y eso, pero bueno... No importa. Sólo espero que ya puedas acudir más a menudo. Gracias por pasarte por REMUS LUPIN AMA A HELEN NICKED. Espero que pronto puedas empezar a escribir el "fic" de tu papá. Elena me pregunta constantemente, y yo también lo hago, por qué siempre hablas de Remus como tu padre (ya me lo explicaste, lo sé) y aún no has escrito tu relato y poca gente te entiende; además, Helen Nicked dice que tú no eres hija suya (jajaja), que a ti no te ha conocido. ¿No le habrá sido infiel Remus? Lamento no poder contestarte más extensamente, pero se me ha escacharrado el ordenador y hoy mismo lo he llevado al técnico, y no debería abusar mucho de la confianza de Elena (y de su ordenador, que también hace cosas raras, me previene), la que, por cierto, aprovecha para mandarte saludos. Un beso.
–MARCE. Hola, excavadorcita. ¿qué tal¿Cómo te va por las profundidades de la tierra? De nuevo un "rr" cargado de sentimiento y muy sentido, me apasiona leerlos. No hay de qué por lo de dedicarte el capítulo, fue un placer. Me sorprendió saber que tu padre era filósofo; pero ¿lo dices porque se dedica a eso o porque es muy sabio? También fue apasionante que tuvieras la primera borrachera con él. Eso es increíble. No sé por qué mencionaste algo de inglés en Story-Weavers; desde aquí te digo que ese grupo es en castellano, que tendrá muchas cosas buenas. No he podido pasarme para ver si estás. Por cierto¿me has mandado la foto por correo electrónico? En tal caso no me ha llegado. Bueno, no lo sé. Por cierto, no digas que eres vieja con 23 añitos, que estás en la flor de la vida. Dice Elena que está deprimida y no ha llegado a los 20... La verdad es que la edad es algo traumático, lo sé, pero tomátela con filosofía, tu padre te podrá ayudar en eso. Lamento no poder contestarte más extensamente, pero se me ha escacharrado el ordenador y hoy mismo lo he llevado al técnico, y no debería abusar mucho de la confianza de Elena (y de su ordenador, que también hace cosas raras, me previene), la que, por cierto, aprovecha para mandarte saludos. Un beso.
–JOANNE DISTTE. Hola. No sé qué dices de los formatos, aunque ya me fijé que sí, que salieron algunos guiones. No, lo colgué como siempre, en formato html. Yo tampoco sé cómo me salieron los guiones. Me alegra que el juicio fuese lo que más te gustase, es evidente: lo único que no escribí yo (todo es de Rowling salvo algunas inclusiones mías), pero, también, es donde sale Bella. Aquí no sale tanto, pero en los nuevos capítulos que estoy escribiendo, sí. Me alegra saber que ya entendiste el juego de palabras de Fermín; es que las greguerías son muy importantes (tampoco es para tanto, sólo es una observación de un posible filólogo). Desde aquí te repito (ya lo dije en AMNESIA) que no puedo acceder a ciertos paneles del menú de "Story-Weavers". Buah! Asco de informática! Leí tu correo electrónico, el último que me mandaste antes de Semana Santa: estoy de acuerdo, aunque la votación sobre las calificaciones me hacía ilusión verla. Si me queda algo en el tintero, mañana (viernes) te mandó un correo, madrileñita. Lamento no poder contestarte más extensamente, pero se me ha escacharrado el ordenador y hoy mismo lo he llevado al técnico, y no debería abusar mucho de la confianza de Elena (y de su ordenador, que también hace cosas raras, me previene), la que, por cierto, aprovecha para mandarte saludos. Un beso. Saludos a Mina (Minita en broma, que me mata).
–LORIEN LUPIN. Hola. Me alegra saber que no te importa que sea tu nombre el del personaje, pero es que tiene que ser así. De esa forma nadie podrá discutir que Charo Castro, la personaje tal y cual, no seas tú. Tranquila, te daré todos los centímetros de altura que tú quieras. Me imaginaba un personaje bastante alto, de largas piernas como una modelo. ¿Te hace bien? Más o menos de la misma altura que Remus, pero los tacones hacen mucho. He comentado con Elena lo del dibujo y me ha dicho que quizá sea demasiado pequeño para colgarlo; ya te dije que lo realizó en el espacioso margen de un libro de texto del instituto. Lo intentar�, no obstante, aunque tendrá que borrar la leyenda que ha puesto debajo, pues revelaría todo lo que supone tu personaje, y eso es misterio, intriga absoluta. ¡Muajaja, qué malos somos! Hasta el capítulo... mmm... 59, creo, imagino tendrás que esperar. Tranquila, que no explicaré la extraña progenie que mencionas, pues tu personaje es pura peruana, pero sí me agradaría, personalmente, que un día, cuando quieras, me expliques esa intrincada ascendencia. ¿Tu otro yo se llama Débora¡Juajajaja! Es que próximamente aparecerá un personaje que se llama así, aunque en inglés: Deborah. Los nombres que me pusiste esta vez eran muy curiosos, en serio. Espero que tu ordenador se arregle pronto, que creo que las computadoras se han puesto en huelga últimamente. Lamento no poder contestarte más extensamente, pero se me ha escacharrado el ordenador y hoy mismo lo he llevado al técnico, y no debería abusar mucho de la confianza de Elena (y de su ordenador, que también hace cosas raras, me previene), la que, por cierto, aprovecha para mandarte saludos. Un beso.
–PADFOOT HIMURA. Hola, Karinita argentinita. Karen para los amigos. Creo que se me ha pegado la costumbre de usar diminutivos. No te preocupes con el LAZARILLO DE TORMES; a los españoles también nos resulta intrincada su lectura y el vocabulario poco tiene que ver con el actual, con lo que tenemos que estar constantemente leyendo pies de páginas y demás. Yo prefiero la literatura actual, aunque estoy con el puro medievo, eso sí que es complicado. Bueno, dejo de aburrirte con esta disertación. ¿Crees que el capítulo estuvo melodramático de más? Tal vez... Me alegra saber que por fin la Inspiración te visito, aunque lo curioso es que la describieses como yo, que iba a charlar contigo. Espero que pronto, pero cuando tú puedas, sin prisa, tengamos nuevo capítulo de la Tarta (no sé si te gustará esta abreviación, pero es un título demasiado largo; si no, fíjate en MDUL). Oye, hay una cosa que no entiendo¿qué es un jardín de infantes? No sé si lo dices por puro afán poético o es que, a lo mejor, allí tiene algún significado que aquí pasa desapercibido. Lamento no poder contestarte más extensamente, pero se me ha escacharrado el ordenador y hoy mismo lo he llevado al técnico, y no debería abusar mucho de la confianza de Elena (y de su ordenador, que también hace cosas raras, me previene), la que, por cierto, aprovecha para mandarte saludos. Un beso.
NAYRA. Hola. No pasa nada porque hayas dejado el "review" tan tarde, porque no es "tarde" como tú dices; no has podido antes porque te has ido a Sevilla y me alegro que te lo hayas pasado estupendamente. Cierto que lo de los costaleros es una burrada, pero es una buena tradición: aquí, en Córdoba, sólo hay un paso conducido por ruedas, Ánimas (mi favorito), pero desluce mucho su paso monótono, mientras que los costaleros confieren a las procesiones más lirismo. ¿No te parece? Yo, personalmente, tampoco me metería a costalero, pero ahí está la opción u opinión de cada persona. Eso, que espero que ya estés cómodamente en Asturias. Sí, el anterior fue un poco más largo; éste, mucho más. ¿Te deje con la intriga? Jeje... Ésa fue mi intención¡me encanta dejaros con la intriga! Lamento no poder contestarte más extensamente, pero se me ha escacharrado el ordenador y hoy mismo lo he llevado al técnico, y no debería abusar mucho de la confianza de Elena (y de su ordenador, que también hace cosas raras, me previene), la que, por cierto, aprovecha para mandarte saludos. Un beso.
(DEDICATORIA. Quisiera dedicarle este capítulo a Helen Nicked Lupin, ya que sin su inestimable ayuda hubiera sido incapaz de inventar la historia del bibliotecario. ¿Recuerdas aquella tarde de jueves en que nos quedamos hasta las once y media charlando sobre el respecto? Y a la mañana siguiente¡más! Un beso.)
CAPÍTULO XXXV (UN LIBRO ABIERTO EN EL CAMINO)
Remus desayunaba en el salón, con un libro abierto que hojeaba despreocupadamente. Sorbía lentamente su café, con desinterés, y pasaba unas cuantas hojas. El día era calmado, con la monotonía propia de los días encapotados en que no se ve ni por un momento un rayo de sol y que las nubes parecen la suave y uniforme manta del cielo.
Pasó una hoja más del libro abierto en la mesa.
Lo cerró. Se aburría.
Le dio un sorbo a su taza y, habiéndola terminado, la dejó sobre su platillo. Se puso a mirar por la ventana, distraído.
El señor Nicked abrió la puerta y desvió la mirada. El muggle parecía radiante, sonriendo de oreja a oreja, con un cartón bajo el brazo.
–Hola, Remus –le saludó soltando el abrigo en el perchero de la entrada.
–Hola, Matthew –dijo tranquilamente.
–¿Qué haces, eh? –se interesó su suegro.
–Nada –contestó–. Acabo de desayunar.
El señor Nicked se asomó por encima de su taza del café y la observó con preocupación.
–No te queda nada –susurró–. ¿Ni una tostada?
–No he comido tostadas –explicó Remus pacientemente. Después miró aquello que llevaba el señor Nicked consigo y se lo quedó indagando curioso–. ¿Qué es?
–¿Esto? –preguntó estúpidamente–. Es el primer fascículo de una colección que vi anunciar ayer en la televisión de mi despacho.
Remus se sorprendió de pronto de saber que su suegro se comportase tanto como un muggle, con lo que él era con aquello de la magia, que parecía vivir sólo por y para ella, aunque fuera únicamente un muggle...
–¿Un fascículo de qué? –inquirió Remus.
El señor Nicked se mostró muy agradecido por aquel protagonismo que le brindaba su yerno. Se sentó a su lado y le quitó el plástico del envoltorio con teatralidad.
–Es una colección de magia... –contestó conciso.
Remus hojeó el pequeño fascículo que acompañaba, para cerciorarse de qué era aquello. Vio unas cuantas fotos y estuvo seguro. Repuso:
–Esto no es magia. He oído hablar de estas cosas de los muggles y yo prefiero llamarlo ilusionismo. De magia no tiene nada...
Su suegro se hizo el ofendido.
–¿Cómo puedes... decir eso? –le gritó–. Mira, me han dado esto para hacer magia a los escépticos como tú. Verás cómo puedo.
Se sacó del bolsillo un pequeño frasco, que parecía un cofre de juguete, y una pequeña bola roja. Sujetó cada objeto con una mano e hizo muchos aspavientos, como si fuese ciertamente un famoso mago de los que salen en la tele, guarándose el conejo en la chistera o utilizando el serrucho para cortar en pedazos a su guapa colaboradora.
–¿Estás preparado para descubir que soy un mago como no hay otro...? –preguntó el señor Nicked con voz grave–. Mira esto, muchacho, y me darás la razón. –Colocó el cofre en su mano derecha, que tenía completamente extendida–. Meto la bola y... –Cerró el diminuto cofre y lo agitó en su palma sin cerrar el puño. El cofre y la bola, aparentemente, seguían allí–. Ahora sólo tengo que decir las palabras mágicas... ¡Abracadabra, pata de cabra y pico de codorniz¡Haz desaparecer esta bola que en el cofre metí!
Remus estuvo a punto de aplaudir sólo con la sencilla rima que le había salido.
–¿Eso es un conjuro? –preguntó el chico.
–¡Silencio! –rogó el señor Nicked histriónico. Acercó la caja a la mesa y la depositó sin levantarla de la palma de su mano. Cerró el puño rápidamente y empezó a hacer rápidos movimientos con las manos–. ¡Ya est�! –Rió–. Ahora podrás comprobar, yogurín, que la bola roja ya no está en el cofre.
–No está –confirmó Remus, tranquilamente, sin levantar el cofre de juguete–. La tienes en tu mano.
–¡No! –gritó el muggle nervioso–. Ha desaparecido, sin más...
–No ha sido así –dijo Remus sonriendo–. La bola es de metal, con lo que pesa, mientras que el cofrecito a simple vista se ve que es de simple plástico. Se nota, por tanto, a la legua que el cofrecillo tiene una trampilla en la parte inferior que, del peso, se baja; la pieza está suelta... Así, a la hora de retirar el cofre de tu mano tan sólo tenías que hacerlo con cuidado de que no se te viese mucho... Has encorvado la mano y ya está. Has dejado el cofrecito sobre la mesa, pero la bola la tienes en tu mano.
El señor Nicked se lo quedó mirando con asco.
–Mentira –le dijo con la voz temblona.
–Enséñame tus manos, entonces –dijo Remus con suspicacia–. Supongo que no tendrás ningún problema en hacerlo¿verdad?
El señor Nicked cogió el cofrecillo, recogió el fascículo de encima de la mesa y se largó escaleras arriba con aire de persona ofendida en lo más íntimo de su persona.
–Pues ya no juego contigo... –farfullaba entre dientes mientras subía.
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A la tarde, mientras Remus ayudaba a Helen a estudiar, aunque no entendía ni palabra de su temario, apareció en la chimenea la blanca cabellera de Albus Dumbledore, así como sus ojos azules como el fondo del océano, donde habitan las sirenas.
–Hola, Dumbledore –lo saludó Remus tranquilamente, sin sobresaltarse.
–Hola –dijo él–. ¿Qué hacéis?
–Estudiar –respondió Helen–. Remus es mi profe.
–Pues creo que poco puede enseñarte de sanidad –comentó en un tono relajado–. Según tengo entendido, hizo la carrera de auror. Pero tampoco me vayas a creer, que a lo mejor estoy desvariando.
–¡No seas ingenuo! –le soltó Helen riendo–. Me está preguntando la lección, sólo es eso.
–Entonces, supongo que no querrás que te libre de tu novio por un rato... Quería hablar con él.
–¿Y eso? –intervino Remus–. ¿Es que ha pasado algo?
Dumbledore soltó una risita irónica.
–No, nada. Nada en absoluto –dijo–. Pero se me antojó que hacía un día encantador para dar un paseo...
Remus miró el tiempo que hacía por la ventana y pensó que, nublado, hacía tiempo para muchas cosas, pero aquélla no era precisamente su idea de un día excepcional para dar un largo y agradable paseo.
–¿Yo podría ir? –preguntó Helen–. Hace tanto tiempo que no salgo por ahí... Bueno, sólo con Remus.
–Pero ¿no tenías que estudiar? –le inquirió Dumbledore.
Helen se puso de pie de un salto.
–¡Pero puedo dejarlo para mañana! –exclamó–. También necesito que me dé un poco el aire¿no? Vamos, si puedo ir..., claro está.
Dumbledore se encogió de hombros.
–¿Tú vas a venir, Remus? –le preguntó Dumbledore.
Remus asintió lentamente.
–Perfecto –dijo–. Os estoy esperando en el Caldero Chorreante. Podríamos dar un paseo por el callejón Diagon¿no? –preguntó con inocencia.
Remus se encogió, permisivo, mientras que a Helen le pareció una excelente idea. Cuando Dumbledore se fue para esperarlos en la taberna del viejo Tom, Helen le comentó a su novio:
–Qué alegría, hacía mucho tiempo ya que no iba al callejón Diagon; desde que Alice y yo nos... –Se calló–. Lo pasaremos bien¿no? –preguntó afligida.
Remus asintió decidido.
Aparecieron en la taberna del Caldero Chorreante, a cuyo patio trasero salieron para poder acceder a la avenida más famosa de los magos en Londres.
–¡Oh, no sabía que hubiesen traído más gusarajos! –exclamó Helen al ver un saco entero–. Tal vez compre... Remus, no te veo muy animado –comentó.
–Es que ya vine ayer... –explicó con desgana.
–¿Cómo? –le inquirió su chica–. ¿Te vas y no me dices nada?
Dumbledore se puso a ver un escaparate próximo, para desinteresarse de la conversación y dejarlos hablar tranquilamente.
–La vida de una persona parada –explicó Remus– es muy aburrida. Compréndelo –le dijo–. Me voy de vez en cuando. Estoy muy contento de estar en tu casa, sí, porque me siento libre, pero a veces me doy cuenta de que estoy más atado que nunca. La verdad es que desearía que la orden existiese todavía...
A Helen se le pasó el enfado.
–Ya he ido a dos entrevistas de trabajo y...
–¿Qué? –chilló Helen–. ¡No me habías dicho nada!
–Sí, y cuando te van a contratar y sacan los papeles, la misma pregunta estúpida de siempre. "¿Tiene algún problema, enfermedad o error biológico que debiéramos saber?"
–¡Pues no se lo digas! –le contestó Helen–. Miénteles.
–¿Que les mienta? –repitió–. No entiendes¿verdad? Los contratos se los pasan luego al Ministerio de Magia, y allí estoy registrado como una criatura mágica. –Bajó el tono de voz–. Soy un licántropo, Helen, no puedo mentir.
Dumbledore se acercó por fin y les preguntó si habían terminado ya de discutir. Asintieron, sin estar muy seguros, y siguieron avenida adelante. Se detuvieron en el escaparate de Artículos de Calidad para el Juego del Quidditch porque Dumbledore tenía intención de cambiar el material que Hogwarts disponía para la asignatura de Vuelo. Después se pararon a tomar un helado, al que Dumbledore, amablemente, los invitó. Tras darle la última chupada entraron en la librería, Florish y Blotts, también porque el anciano mago tenía interés en comprarse un libro que, de buenos modos, el mago le dijo que no existía o que, al menos, no tenía constancia de él.
–Menudo fastidio –bufó Dumbledore cuando salieron–. Tenía mucho interés en leer ese libro.
–¿Por qué? –inquirió Remus, siempre curioso.
–Porque he leído buenas críticas –contestó.
–Pues qué raro que no lo tengan... –dijo Helen.
–No tan raro –comentó Dumbledore con enfado–. Aunque quizá sí haya un sitio donde pueda leerlo. –Echó a andar–. Seguidme.
Recorrieron medio callejón Diagon, el que no habían visitado aún, a un paso frenético, que no les permitía ver nada en absoluto. Remus y Helen seguían a Dumbledore, que para la edad que tenía andaba como una gacela, jadeantes.
Por fin se detuvo ante una puerta de aspecto ridículo y mezquino que se alzaba medio escondida al fondo del callejón.
–Nunca la había visto –reconoció Helen. Levantó la vista y vio sobre la puerta una inscripción en un extraño alfabeto: «Ο σοφος ανθρωπος την αρετην διωκει και την αδικιαν φευγει.»–. ¿Qué es? –le preguntó a Dumbledore, que lo miraba con consternación.
–Mi griego es bastante pésimo –contestó airadamente–. Se lee "jo" "sofos" "ánzropos" "ten" "areten" "dioquei" "cai" "ten" "adiquían" "feugei". Pero no sé lo que significa. Luego podríamos preguntárselo a Sorensen.
Y abrió la puerta. Remus y Helen lo siguieron, adentrándose en lo desconocido.
Los ojos de Remus tuvieron que acostumbrarse a la profunda oscuridad que allí reinaba. La pequeña puerta daba lugar a un diminuto vestíbulo, del que surgía una endeble escalera que llevaba al lugar en sí: una enorme sala con estanterías por todos lados repletas de libros.
–¿Dónde estamos? –preguntó Helen, y Dumbledore la chistó–. Perdón.
–Esto es la biblioteca del mundo mágico –explicó.
–¿Hay una? –preguntó Remus atónito–. No tenía ni idea.
–Ya lo sé –explicó Dumbledore con amargura–. La mitad de los magos no lo saben. A nadie le importa mucho, la verdad.
–Es una lástima –dijo Helen–. Si lo hubiera sabido, me hubiera apuntado –comentó.
Anduvieron un largo rato hasta el mostrador que había al fondo, un vasto escritorio con una lámpara de pie.
–Es muy grande... –dijo Remus.
–Sí –corroboró Dumbledore–. La biblioteca es subterránea. Lo que tenemos encima de nuestras cabezas –Remus y Helen miraron instintivamente– son las tiendas y el propio callejón mágico.
–Pero está muy oscuro... –repuso Helen.
–Es cierto –confirmó el director–, pero nadie te expulsará por utilizar el encantamiento lumos. Es más, es lo que hay que hacer si no quieres darte de bruces contra una estantería. –Sacó su varita y pronunció el conjuro–. El bibliotecario, Sorensen, considera que la luz afecta a los libros, y no creo que esté exento de razón.
Llegaron al escritorio y se quedaron plantados delante de él, observándolo con detenimiento, con curiosidad. El bibliotecario no parecía que fuese a aparecer nunca. ¿Dónde estaría, se preguntaban los tres.
–Hola –dijo una alegre voz a sus espaldas.
Los tres se volvieron rápidamente y vieron, gracias a la débil y anaranjada luz de la varita de Dumbledore, a un hombre alto y de sonrisa simpática. Tenía el pelo de color entre rubio y castaño, alegremente ensortijado en bucles, y unos abiertos ojos negros, que irradiaban confianza. Llevaba varios libros, polvorientos y gastados, amontonados en una pila sobre sus brazos.
Remus se lo quedó observando con gran descortesía, de arriba abajo, porque había algo en él, no sabía qué, que le resultaba familiar.
–¿Les puedo ayudar en algo? –dijo.
Dumbledore se apuntó el rostro con su varita y el bibliotecario cambió de expresión.
–¡Dumbledore! –exclamó–. ¿Cómo usted por aquí?
Dejó los libros en el suelo y lo abrazó.
–Una curiosa sorpresa del destino –comentó Dumbledore con sorna–. ¿Cómo te va la vida, mi querido Sorensen?
–Bien, bien –repuso sin efusividad. Recogió los libros y los dejó sobre su escritorio. Encendió la lamparilla de pie y una agradable luz los rodeó. Dumbledore apagó su varita–. Ya ve, rodeado de libros, como usted ya me conoce.
–Sí, sí –asintió Dumbledore–. Igual que en Hogwarts... Siempre rodeado de libros. Siempre en la biblioteca. Fuiste un gran estudiante.
El bibliotecario se sintió halagado y sonrió.
–Hablando de Hogwarts –dijo éste–, con la buena biblioteca que tienen allí¿qué le trae por aquí?
–Pero háblame de tú, por favor, Sorensen... Ya hay confianza¿no? Ya hace años que dejé de ser tu profesor –comentó–. Y a lo de qué hago aquí, querido Sorensen, me remito a que, como bien sabes, eres el único que tienes una colección tan estupenda de clásicos muggles. Al Ministerio no le parece oportuno que los estudiantes los lean... Los creen flojos de talento mágico... –Soltó una risita floja, que Sorensen imitó.
–Tampoco el Ministerio parece muy interesado en seguir manteniendo la Biblioteca Pública de la Comunidad Mágica –comentó. Desvió la mirada un momento a Remus, porque éste lo seguía mirando con fijeza–. Hace tiempo que no pasa fondos suficientes como para seguir manteniéndola como en la época pasada. Y tampoco se le puede discutir –dijo con tristeza–, porque tampoco es éste un servicio que admiren mucho los magos.
–Siempre han estado equivocadas las personas que han pensado que huir de un libro ha sido su mejor victoria –dijo Dumbledore.
–Me parece muy lógico –aprobó el bibliotecario–. Pero dime, Dumbledore¿qué libro estabas buscando?
–Quizá no lo tengas –le previno–. Es uno de publicación reciente, según tengo entendido. Se titula "Cien años de soledad", de un celebérrimo autor español...
–No es español, sino colombiano –lo corrigió educadamente el joven–. Y ya hace años que salió, sí, pero como ya le he dicho, escasean los fondos... –Resopló–. No lo tengo.
–Qué lástima –exclamó Dumbledore.
–¿No querrás, quizás, ningún otro? –le sugirió–. ¿Tiene que ser una obra muggle? Me acaba de llegar el primer tratado sobre Harry Potter¿sabe?
–¿Ah, sí? –preguntó Dumbledore con emoción.
El chico asintió vehemente. Se puso en pie.
–¿Quiere que se lo muestre? –Se metió por una trampilla en el suelo y regresó al momento con un libro de cuero que tenía un rayo como única decoración de la cubierta–. Todos suponíamos que escribirían un libro sobre el niño que vivió, pero yo no me imaginaba que lo harían tan pronto. Aún no se lo ha llevado nadie... ¿Querrás leerlo?
Dumbledore se quedó mirando el tomo con embelesamiento y después, como un autómata, asintió.
–Estupendo –exclamó el joven bibliotecario–. Yo ya lo he leído y me parece muy esclarecedor. Déjame un momento el libro, por favor –le rogó. Le dio un golpe con la varita y miró un largo pergamino que tenía sobre su escritorio, lleno de líneas de púrpura tinta–. Bien. Lo tiene por plazo de un mes.
–Muchas gracias, Sorensen –le dijo Dumbledore.
El bibliotecario se volvió a quedar mirando a Remus, porque éste lo seguía observando de arriba abajo con el ceño fruncido. Dumbledore se dio cuenta y dijo:
–Oh, vaya. No te he presentado a mis jóvenes acompañantes. Ésta es Helen Nicked, estudiante para sanadora –dijo y Sorensen le estrechó la mano. «Encantado», le dijo–. Y éste de aquí es Remus –le presentó secamente–. Este joven tan simpático es Sorensen Fosworth.
–Encantado, Remus. –Le estrechó la mano Sorensen.
Remus se dio cuenta de que tenía más fuerza de la que aparentaba.
–El gusto es mío –contestó el chico.
–¿Podemos hacernos los carnés de socios? –preguntó Helen interesada.
–¡Sí, con mucho gusto! –exclamó el joven de buen humor.
–Otro día –lo rechazó Dumbledore inmediatamente–. Ahora tengo prisa.
–Pero ellos pueden quedarse –protestó Sorensen.
–No, me están acompañando –se excusó.
–Como quieras –aceptó el bibliotecario con una dulce sonrisa.
–Por cierto –saltó Dumbledore de improviso–, ya que hace tanto tiempo que no nos veíamos, querido Sorensen, podríamos quedar esta noche para cenar. Nos podrían acompañar estos dos callados acompañantes míos, que últimamente, y por desgracia, tienen muy poca vida social –sugirió.
Sorensen movió la cabeza hacia delante con interés.
–¿Esta noche? –repitió Remus–. Huy, pues la verdad es que me viene realmente mal...
Dumbledore le lanzó una rápida mirada y lo comprendió todo al momento.
–Cierto, ya no me acordaba –dijo–. No pasa nada. Pues mañana. ¿Os parece bien? –Remus se encogió de hombros–. Sorensen, en mi casa¿te parece? A las ocho y media.
–Iré muy gustoso, Dumbledore –comentó sonriente.
–Pues hasta entonces –dijo Dumbledore girándose para irse. Pero de pronto se acordó de algo y se volvió otra vez–. Por cierto, Sorensen¿sabes por casualidad el significado que tiene la inscripción esa que hay en la puerta?
–¿La que está en griego? –preguntó a su vez–. Por supuesto. El griego es una de mis lenguas antiguas favoritas. Yo mismo puse esa inscripción en la entrada. Es una frase muy célebre. Significa: «El hombre sabio busca la virtud y huye de la injusticia.»
Dumbledore se quedó un momento pensando.
–Y tiene toda la razón –le dijo y por fin se marcharon.
Al salir, Remus se quedó mirando un instante la inscripción en griego y dejó ya a partir de ese momento de preguntarse a qué le recordaba aquel hombre, algo que había en su mirada, o en su rostro, que le era familiar.
Helen se lo quedó mirando, mientras Dumbledore se alejaba, sin darse cuenta de que se habían quedado rezagados.
–Ese hombre... –dijo.
–Entonces¿tú también te has dado cuenta? –preguntó Helen muy contenta, y Remus se preguntó que de qué–. A mí también me ha dado muy mala espina.
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El Departamento de Regulación de las Criaturas Mágicas le enviaba anualmente a Remus un calendario lunar con las horas exactas en que la luna aparecería por el horizonte y que supondría, por tanto, el génesis de su desaparición delante de humanos. No obstante, lejos de pensar bien del trabajo del Ministerio, se escondía un poco antes de la hora indicada, fuese a ser que la transformación tuviera lugar mientras aún seguía próximo a sus seres más queridos.
La señora Nicked había ingeniado, inteligentemente, una forma muy sutil de esconder a Remus y, a la vez, de protegerlo del resto de seres humanos, incluyéndolos a ellos también. El sótano era una habitación desordenada sin tino, con antiguos armarios llenos de ropa desfasada o de la época climática que no era, o cajas con chismes que Remus nunca se había atrevido a fisgonear. Sin embargo, cuando, empuñando la varita hacia el agujero de la cerradura, se pronunciaban las palabras «securus latibulum», al abrir la puerta el sótano aparecía completamente vacío, sin muebles ni cajas ni nada de nada. Ahora la puerta sólo podía abrirse desde fuera y, una vez cerrada con alguien dentro, alguien debería abrirla desde fuera para que esa persona pudiese quedar liberada; no así si esa persona era un mago y se llevaba la varita, pero Remus nunca la tenía consigo durante una transformación. Quería demasiado la suya como para arriesgarse a partirla en pedazos.
Aquella tarde entró vestido, como siempre, y se desnudó en el sótano hueco, donde reverberaban sus palabras. Se quedó como su madre, Nathalie Lupin, que descansa en paz, suponemos, lo trajo al mundo. La puerta, que, activada bajo el encantamiento "securus latibulum", adoptaba las propiedades requeridas para que alguien se pudiese ocultar sin correr peligro, también había adoptado una trampilla en la parte inferior, como la que utilizan los animales de compañía en las casas muggles para salir y entrar en la casa con total libertad. Por allí dejaba Remus su ropa, para que no pudiese destrozarla cuando la luna llena imbuyese en su subconsciente; pero el hueco era tan sumamente minúsculo que Remus no podría caber jamás una vez se transformara en hombre lobo.
Con todas aquellas medidas, los Nicked se sintieron seguros la primera noche en que Remus se transformó bajo su techo en la criatura que escondía en su pecho, en su corazón. No obstante, Helen madre e hija adoptaron la conveniencia de dejar bien próximas a ellas, en la mesita de noche, por ejemplo, sus varitas mágicas.
Los aullidos de Remus no cesaron, y el señor Nicked, asustado, no pegó ni ojo.
A las siete de la mañana, la señora Nicked, ojerosa, se levantó de la cama. Arropó a su marido hasta el cuello y le dio un beso en la frente del que él no se dio cuenta. Se asomó a la ventana y vio que estaba completamente nublado. Salió al pasillo y, justamente cuando pasó al lado de la puerta de su hija, la puerta del dormitorio de ésta se abrió y salió con la bata liada.
–Buenos días, mamá –dijo con impaciencia.
–¿Qué tal, querida? –le preguntó su madre en un susurro–. ¿Has dormido bien?
–Psss –contestó–. ¿Vas a desayunar?
–Claro.
–Te acompaño. –Se le unió.
Llegaron hasta la cocina. Helen alegó que iba a devolverle la ropa a Remus y se marchó. Apuntó hacia el picaporte de la puerta del sótano con su varita, pues, después de que Remus hubiese entrado, a Helen y a su madre les pareció oportuno encantar la puerta para que su padre no pudiese abrirla, fuese a hacer una de esas gracias que a él le parecen tan divertidas...
Abrió la puerta y una luz cristalina inundó el suelo del sótano. Helen aguzó la vista, pero no vio a Remus.
–¿Remus? –preguntó con voz cándida–. ¿Dónde estás?
Alguien, oculto en un rincón, la chistó.
–¿Por qué estás escondido? –le preguntó Helen inquisitiva.
–Estoy desnudo –respondió con voz desfallecida–. Déjame la ropa aquí para que me vista.
–¡Pero si te he visto un montón de veces! –se defendió la chica–. ¿A qué viene esa vergüenza ahora? Además, te tengo que mirar las heridas... –Remus no contestó nada–. Si te has vuelto tan puritano, aquí te dejo los calzoncillos –dijo señalándolos–. Pero lo demás luego, que tengo que vértelo antes para curártelo¿entiendes?
Helen salió rápidamente y cerró la puerta. Remus salió corriendo y se puso con manos débiles la prenda que le había dado. Cuando aún no había terinado de ponérsela, Helen entró de nuevo y Remus se subió rápidamente los calzoncillos.
–A ver, déjame que te vea –dijo–. Lumos. –Lo apuntó con la varita y ahogó un grito–. ¡Madre del amor hermoso!
–Ya –dijo Remus con voz afligida–. Sé que me he hecho un arañazo muy feo...
–¿Feo? –reiteró Helen–. ¡Lo tienes hasta infectado! Vamos arriba.
–Pero ¡espera que me vista! –exclamó Remus apresuradamente.
–¡No! –se negó ella y lo arrastró escaleras arriba hasta la planta baja. Lo obligó a ir hasta la cocina, contra su voluntad, apuntándolo con la varita de vez en cuando, cuando estaba a punto de escapársele–. Mira, mamá.
La señora Nicked se volvió y se le derramó el cazuelo en el que calentaba la leche sobre el fogón. Se quedó boquiabierta y la mirada se le fue, sin querer, al paquete del chico, que éste bien se afanaba en ocultar tapándose con ambas manos. Estaba colorado de la vergüenza tan espantosa que estaba pasando.
–Está herido por todas partes –le explicó Helen con dolor.
–A ver, hija¿qué esperabas? –le espetó su madre, dejando de secar la leche derramada con una bayeta–. Veamos, Remus. Siéntate, por favor.
Remus, andando con las piernas encogidas, se sentó en la silla más cercana. La señora Nicked, que ya no mostraba interés ninguno por su cuerpo semidesnudo, comenzó a inspeccionarle los arañazos de la cara, del torso, de las piernas, y aquella horrorosa herida que tenía infectada en la espalda.
–Pero ¿cómo has podido llegar para arañarte aquí atrás? –le preguntó su suegra con preocupación–. Madre de Rowling, nunca había visto nada tan doloroso. Bueno, sí, sólo es un decir... Tranquilo, Remus. Los arañazos estos de la cara, los brazos y el pecho te los quito en un momento y dejarán de escocerte, pero el de la espalda, la de ésa será más lenta su recuperación.
–Nada, nada –dijo Remus quitándole importancia al asunto.
El señor Nicked entró en la cocina bostezando. Pero se interrumpió a mitad el bostezo porque se acababa de dar cuenta de que su yerno, Remus, estaba en calzoncillos en la cocina delante de su hija y su propia mujer. A pesar de lo variopinto de la escena, el muggle se relajó y pasó por delante para prepararse el desayuno.
–Nada, no es nada –se dijo–. Estos magos, cada día más locos...
–¡Levántate, Matt! –le ordenó su mujer–. ¿Es que no ves que Remus está pasando una vergüenza horrible?
–No pasa nada –dijo Remus apenas sin voz.
–Sí pasa –repuso su suegra–. Nos vamos fuera. Termina de curarlo tú, hija. Tú sabes cómo hacerlo, no me cabe duda. En las heridas más superficiales le pones una chispa de poción cicatrizadora, pero no te pases, que se le puede hinchar¿vale? –le indicó–. Cuando termines, ponle unos pantalones al pobre –Remus agachó aún más la cabeza, avergonzado– y me llamas para que yo le cure la herida de la espalda¿vale? –le preguntó. Helen asintió y la señora Nicked, asiendo del brazo a su marido, se dispuso a salir–. Por cierto, Remus¿siempre son así tus transformaciones, o mejor dicho, tus postransformaciones?...
Remus, sin retirar las manos con el fin de seguir ocultando aquello, asintió débilmente.
–¡Madre del amor hermoso! –gritó la señora Nicked.
Salieron.
Helen le dijo a Remus que no se preocupase, que aquello no iba a dolerle. Le obligó que subiese el rostro, que mirase al techo, para que ella pudiese untarle la poción en la cara.
–Escuece un poco –le dijo Remus en un susurro.
–No te quejes –le indicó–. Piensa que esto es nada comparado con lo que mi madre te tendrá que hacer en la espalda.
Remus tragó saliva.
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Era noche cerrada. Y tronaba.
La casa de Dumbledore olía a moras silvestres y a vainilla, olores ambos que hicieron henchir los agujeros de la nariz a Helen de puro placer. El salón lo había decorado para la ocasión, sacando el mantel de lino blanco, que Remus bien sabía sólo usaba con las visitas, y poniendo un par de candelabros en la mesa, que junto con un centenar de velas que flotaban en el aire, a imitación del Gran Comedor de Hogwarts, eran la única iluminación que tenían, algo trémula y misteriosa.
Remus y Helen, que habían llegado con diez minutos de adelanto, observaban por la ventana del salón cómo el agua de lluvia azotaba los cristales. Largas serpientes eléctricas dibujaban los rayos, y los truenos las seguían con monótona fidelidad. Rayos por todos lados.
–¿Es una señal de mal augurio una noche de tormenta? –preguntó Remus a Helen con misterio.
Helen se lo quedó mirando sonriente y contestó:
–No lo sé.
Dumbledore se paseaba de la cocina al salón, y viceversa. Eran platos realmente magníficos y suculentos los que había preparado aquella noche, pero era su varita la que les daba el último toque, lista a prepararlos para un certamen de cocina.
–Eso está para chuparse los dedos –comentó Helen aduladora.
–Sí, Dumbledore –afirmó Remus–. ¿Por qué te esfuerzas tanto?
Dumbledore se encogió de hombros.
–Hacía tiempo que no preparaba una cena –dijo.
Un rayo muy intenso bañó las paredes de una luz cristalina y plateada, casi surrealista, acompañado de un ensordecedor trueno que no se hizo de esperar. Concluido éste, en el hueco de la chimenea les sonreía Sorensen Fosworth, el bibliotecario. Iba vestido con una elegante túnica celeste y se había alisado el pelo.
–Bienvenido, Sorensen.
–Muchas gracias, Dumbledore –le dijo–. ¡Vaya!... Una comida estupenda, profesor...
–Llámame sólo Dumbledore –le pidió–. Nada de profesor, que ya no te doy clase¿vale? –Sorensen sonrió–. Pero siéntate¿quieres? Hoy eres mi invitado de honor.
–Vaya, es un placer –dijo Sorensen sin perder, ni por asomo, su alegre sonrisa–. Oh, vaya, no os he saludado, chicos. ¿Qué tal? Remus, Helen...
–Todo muy bien, Fosworth –comentó Remus con frialdad. Helen asintió complacida para devolverle el saludo.
Dumbledore se los quedó mirando un momento, sonriendo, y seguidamente se fue a la cocina, pretextando que le faltaban los cubiertos.
–Bueno... –dijo Sorensen mirando en torno de sí, a las paredes. Lo cierto es que le incomodaba un poco la situación de quedarse solo con aquellos dos desconocidos que eran Remus y Helen para él.
Helen se lo quedó observando, buscándole la mirada. Esperaba encontrarse directamente con ella y ver su personalidad a través de ella gracias a sus tímidos conocimientos en Legeremancia.
–¿Y a qué te dedicas, Remus? –se atrevió a romper el hielo Sorensen–. Dumbledore no lo dijo.
–Soy auror –contestó sin pasión–. Pero no ejerzo.
–Ah... –exclamó Sorensen. No sabía si había podido tocar un punto delicado.
–¿Y de qué os conocéis vosotros dos? –volvió a preguntar sin parecer insolente.
–Somos novios –explicó Helen mucho más cordial.
–¡Ah! –exclamó Sorensen más alegre–. ¡Qué bien! Y... ¿de qué conocéis a Dumbledore?
–En Hogwarts, obviamente –contestó Remus irónicamente.
–Ya me imaginaba que en Hogwarts... –se excusó–, pero yo me refería que cómo es que parece que os lleváis tan bien.
–Hemos compartido muchas cosas –explicó Helen–. Hemos tenido algunos problemas en común, puede decirse.
–Ah, vaya... –contestó de nuevo Sorensen echando un fugaz vistazo a la puerta por la que Dumbledore había desaparecido.
Helen lanzó una inquisitiva mirada hacia Remus. Se preguntaba por qué no le explicaba al amable bibliotecario el que él vivía con Dumbledore desde hacía bastante tiempo, pero Remus parecía que no estuviese por la labor. Éste, a su vez, se preguntaba cómo Helen había podido cambiar tan repentinamente de opinión sobre el desconocido.
–Dumbledore está tardando bastante –comentó Sorensen– para ir a buscar unos simples cubiertos...
En ese momento emergió de las sombras la alta figura del director, esbozando una amplia sonrisa. Se sentó en uno de los extremos de la mesa rectangular. Helen ocupó el otro, con lo que Sorensen y Remus quedaron frente a frente, nariz con nariz.
–Bueno... –dijo tímidamente Dumbledore–. ¿Sabes qué, Sorensen? Ya me he leído el libro sobre Harry Potter...
–¿Le ha gustado? –le preguntó rápidamente, secándose las comisuras de los labios con la servilleta.
–Digamos que discrepo en algunos puntos con la visión del autor –comentó superficialmente Dumbledore–. Ha sido muy rápido en la ejecución del libro, pero tal vez hubiera debido contrastar mejor la inforación que manejaba.
–No sé... –dijo Sorensen–. Yo no sé nada sobre Harry Potter. El libro parecía tan fiable...
–Para fiable la versión de estos chicos. –Dumbledore señaló a Remus y a Helen–. Ellos conocieron a Harry Potter en persona.
–¿En serio? –preguntó Sorensen muy animado.
–Bueno, Dumbledore también. –Se evadió Remus–. Él es el que más sabe sobre la noche en que Voldemort desapareció.
Sorensen no se estremeció ni hizo mueca alguna cuando Remus pronunció el nombre del hechichero más tenebroso de todos los tiempos.
–¿No le importa que haya pronunciado su nombre? –preguntó Remus con suficiencia.
Sorensen negó con la cabeza.
–Si quieres hacerlo¿por qué habría de importarme? –preguntó–. Sé que hay gente que lo hace, y me parece estupendo, pero espero también que comprendáis que yo prefiero llamarlo Quien–Vosotros–Sabéis. Es más seguro...
–Es una opinión –comentó Dumbledore en voz baja.
Durante unos minutos sólo se escucharon los roces de los tenedores con los platos.
–¿Cómo están tus abuelos? –preguntó de pronto Dumbledore.
Sorensen levantó la cabeza de su plato y se lo quedó mirando fijamente.
–Bien... –contestó sin interés.
–Pues dales un saludo de mi parte cuando los veas –dijo Dumbledore–. Hace tiempo que no los veo.
–No salen mucho –explicó Sorensen sin mirarle–. Están mayores.
Dumbledore sonrió.
–Nunca se está lo suficiente mayor como para quedarse en casa –dijo.
–Ya conoces a mis abuelos –repuso Sorensen con calma–. Nunca han sido muy sociables.
Dumbledore asintió lentamente y bajó la cabeza hasta contemplar su plato. Después la levantó bastante más animado.
–Tu primo es un remolino –comentó el director de Hogwarts, divertido–. Se ha metido en bastantes problemas últimamente.
A Sorensen no parecía hacerle gracia.
–Podría ser más aplicado, pero no... –comentó el bibliotecario desairado.
–Es muy inteligente –dijo el anciano mago, sonriente–, pero muy travieso también. Esta semana lo ha castigado Argus Filch al encontrárselo vagando por los pasillos de noche.
–¿Qué se propondr�? –se preguntó Sorensen con enojo–. Creo que hasta que no lo expulsen no parará. A su madre la trae loca.
–No lo expulsarán –dijo Dumbledore enigmático–. Recuerda que yo soy el director del colegio. Nunca se expulsará a nadie porque se le haya encontrado dando un paseo por la noche. Hay gente que siente esa necesidad... –Y lanzó una mirada rápida a Remus, que no se dio cuenta.
–Pero es que esa seguridad que ha obtenido últimamente... –explicó Sorensen con desánimo–¿de dónde diantre la ha sacado¡Sólo está en quinto! Yo, cuando tenía su edad, no salía del dormitorio de noche para absolutamente nada –dijo con rabia–. Él sabe a lo que se arriesga... Sí, sólo empecé a salir cuando me nombraste prefecto.
Dumbledore soltó una risita tímida.
–¡Vaya! –Dio una palmada–. Si parece que tenemos aquí una concentración de antiguos prefectos de Hogwarts –comentó burlón–. Remus y Helen también fueron nombrados prefectos de sus casas. Helen pertenecía a Ravenclaw, como tú; supongo que te acordarás de ella...
Helen entrecerró los ojos, sin comprender. Sorensen se la quedó mirando y, de pronto, sus ojos se iluminaron.
–¡Sí! –exclamó–. ¿Cómo no he caído antes? Era la chica callada, la que siempre estaba estudiando en el rincón de la sala común.
Helen sonrió tímidamente. Ella no se acordaba en absoluto de él, pero, sin duda, lo que más gracia le había hecho, había sido la forma de describirla.
–Yo no me acuerdo –tartamudeó Helen.
–¡Oh, sí! –asintió fuertemente Sorensen–. Si mal no recuerdo, cuando ingresasteis en la escuela yo estaba en... ¡sexto curso! Sí, eso era¿verdad? –Se quedó mirando a Dumbledore y vio que éste sonreía complacido.
–Remus, por su parte –explicó Dumbledore–, perteneció a Gryffindor.
Sorensen se lo quedó mirando ahora a él con firaldad y acabó diciendo que no se acordaba de él en absoluto. Dumbledore chascó la lengua.
–Remus ha sido uno de los Gryffindors más valientes que ha tenido la noble casa de Godric últimamente –continuó hablando Dumbledore–. ¿No lo sabías, Sorensen? Se ha enfrentado varias veces nada menos que a Voldemort en persona, y ha salido victorioso en todas.
Sorensen se lo volvió a quedar mirando, pero con mucha más curiosidad que antes. Remus sintió que se avergonzaba y que sus mejillas se llenaban de un rubor rojizo.
–Pero su historia también es un triste cuento de hadas –comentó Dumbledore de pasada–. Como la tuya, Sorensen...
Remus también se quedó mirando a Sorensen ahora y ya no sentía ningún sentimiento adverso hacia él. Lo contemplaba como a un igual.
–Pero, si cabe –habló Dumbledore–, la de Sorensen es algo peor, porque no hubo cabida para la felicidad en ningún momento, pues ya nació en una cruda realidad que, me temo, con un poquito de esfuerzo por parte de muchas personas, se habría podido superar...
–Sí, sí –dijo Sorensen en tono cortante para que acabase con aquella conversación. Parecía de súbito muy tirante.
–Tu madre, Emma Fosworth, tuvo la desgracia de no tomar las precacuciones necesarias en una relación que tuvo en sexto curso, a los dieciséis años, y quedó encinta, de cuyo, feliz en otro caso, acontecimiento naciste tú, Sorensen... –explicó pausadamente Dumbledore.
–Ya sé todo eso –dijo Sorensen irritado, deseando que dejase de hablar de aquello.
Pero Dumbledore no parecía tener intención de hacerlo:
–Insistí mucho a tu madre, Emma –dijo–, pero fue en balde. No me reveló quién había sido él, porque yo le insistí, ya que el chico, al enterarse, la había abandonado y ella estaba decidida a pasar su embarazo y a cuidar del bebé sola, sin ayuda de ningún hombre. –Sorensen parecía de pronto muy afligido–. Pero no hizo falta que me lo dijera. Tengo algunas capacidades que ella desconocía por entonces, y lo averigüé.
–Porque le prometí a mi madre que no lo buscaría, que si no... ¡lo mataba! –exclamó Sorensen–. ¡Ese maldito cabrón de...!
–Tranquilo, tranquilo –lo interrumpió Dumbledore–. No sueltes tal batiburrillo de insultos en mi casa, por favor... –le pidió–. Hablé con el chico, un irresponsable y maleducado Slytherin, pero no consintió. Por otro lado, como el deseo de Emma, que aún seguía enamorada de él, era mantener en secreto la identidad del padre, debí callármelo. Por eso te puso su propio apellido. –Sorensen resopló–. Tu madre ya estaba desmesuradamente grávida para el término de aquel año, y los rumores en Hogwarts no se hicieron de rogar; a los alumnos les daba igual la prohibición de hablar sobre el respecto, pues siempre había grupos de confidencias que hablaban sobre ello, como se deduce del gran número de castigos que los profesores por entonces pusieron al alumnado. –Sorensen continuó comiendo en silencio, escuchando con tristeza–. Los peores comentarios que haya oído nunca, Sorensen... A tu madre la afectaron, sin duda. Yo, en persona, llegué a escuchar a algunos asegurar que tu abuelo había violado a tu madre...
–¡Dumbledore! –le recriminó Helen.
El anciano miró donde ella le señalaba y vio a Sorensen llorando silenciosamente, con la cabeza muy baja y el mentón pegado al pecho.
–Lo siento, Sorensen –se disculpó Dumbledore–. En serio que lo siento. Tu vida no ha sido nada fácil. Viviste con tu madre, que te cuidó como buenamente pudo, pero no resistió mucho... –Las lágrimas del joven, aunque se esforzaba por evitarlas, caían en tropel por sus mejillas–. Cuando tenías diez años murió, antes de que entrases en Hogwarts. A partir de ese momento te cuidaron tus abuelos, que, en la medida de sus posibilidades, han hecho lo que buenamente han podido. Hasta ahora... –concluyó.
Sorensen levantó la cabeza y se secó los ojos con la servilleta de papel. Cuando le preguntaron dijo que se encontraba bien y que sólo había sido un bajón, que estaba completamente bien.
–La historia de Remus es igualmente compleja. –Remus se giró con violencia hacia Dumbledore, inspeccionándolo con la mirada, esperando averiguar si éste querría también contar todo su pasado hasta obligarlo a romper en llanto–. Tanto la más olvidada como la más vívida. Actualmente, además de las continuas presiones que ha ejercido en su vida la permanente alerta hacia lord Voldemort, también ha perdido a todos sus amigos: la mayoría muertos o enloquecidos por el hado maligno, mientras que sólo uno, que no debería recibir ese calificativo, fue el causante de todos esos desavenidos acontecimientos, Sirius Black. –Remus ya comenzó a sentir un dolor, una sensación ardorosa en la garganta que le impedía pronunciar ni una palabra–. Pero puedo decir, Remus, que sí tuviste una época de completa felicidad hasta los trece años; y completa, absolutamente completa, hasta los cuatro. –Remus se preguntó si sería capaz de confesar su licantropía sin su consentimiento, aunque, dado el caso de que parecía un chico joven y que también había sufrido lo suyo Sorensen, quizás lo comprendería...–. A la edad de cuatro años fue mordido por un licántropo –explicó Dumbledore a Sorensen y éste se puso lívido, aunque intentó sonreír– y a partir de aquel momento fue rechazado hasta por su propio padre. No obstante, la vida, diurna al menos, siguió siendo igual, con sus padres a su lado, apoyándolo, y conmigo también ahí para protegerlo de las posibles garras de sus enemigos, mucho más afiladas que las suyas propias. Consiguió ingresar en Hogwarts, a pesar de que en un principio todos lo dudáramos. Pero a los trece años, ya nada volvió a ser como antes... Tu madre murió, aunque volvió poco más tarde como espíritu, aunque tampoco tuvo un destino mucho más afortunado esta vez, según creo porque Sirius Black tuvo que encantarla o algo parecido, por raro que parezca que un mago se atreva a oponerse a un fantasma. –Sorensen miraba a Remus embobado, como diciéndose interiormente que, por vez primera, había escuchado una historia aún más triste que la suya propia. Al menos así lo imaginaba Remus–. Bueno, más bien no. Tu madre no murió. Fue asesinada. Y a los diecisiete también murió tu padre, aunque en un acto mucho más sufrido: lo devoraste cuando el instinto animal del licántropo surgió ante el resplandor de la luna llena. –Sorensen miró a Remus con los ojos desorbitados–. Pero no queda ahí la cosa, Sorensen... –Se dirigió al bibliotecario–. Aún es más triste la historia. Fue una suerte que Remus devorase a su padre, porque, de lo contrario, hubiese sido Remus quien muriera a manos de él.
–¿Cómo? –exclamó Sorensen.
–Sí, Sorensen. –Remus estaba a punto de gritarle que se callase y al otro, al bibliotecario, que dejara de mirarlo–. Su padre quería matarlo, como ya había hecho con su esposa.
–¿Por qué? –preguntó Sorensen, consciente de que aquello era aún más grave que el que él no conociese a su padre y éste hubiese dejado encinta a su madre y la hubiese abandonado.
–Porque su padre, Sorensen –dijo gesticulando con las manos–, era un partidario de lord Voldemort, un mortífago.
Sorensen intentó asimilarlo. Se dirigió a Remus:
–¿Tu padre era un mortífago?
–No –contestó decidido Dumbledore y Remus lo miró preguntándose por qué mentía ahora–. Vuestro padre...
–¿Qué? –preguntó Helen.
Remus y Sorensen no reaccionaron, sólo parpadearon estúpidamente.
–Sorensen –dijo Dumbledore–, su padre era Julius Lupin...
Sorensen, el bibliotecario, respiraba con dificultad. Se volvió hacia Remus, con el rostro desencajado, y le preguntó, por cerciorarse:
–¿Tu padre era Julius Lupin?
Remus asintió automáticamente.
–Sois hermanos por parte de padre –explicó Dumbledore–. Hermanastros... Perdonad que no os lo haya dicho antes –Helen rompió a llorar–, pero es que he tenido demasiadas cosas en la cabeza. Y antes no pude.Lo siento...
–¿Tengo un hermano? –preguntó Remus mirando a Sorensen con los ojos empañados.
Sorensen y Remus se abrazaron, llorando. ¡Tenían un hermano!
Aquello era sorprendente...
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Vaya... Qué ocurrencias de Elena, jeje. Sorensen es "made by Helen" (Ana, tienes toda la razón: esto era la telenovela de la primera); mientras que tía Ángela es toda mía (ya la veréis en el próximo capítulo). El próximo capítulo... Buah! Como tengo el ordenador estropeado, desde hoy sepultado entre la maquinaria del técnico (espero que no sufra), no sé para cuándo podré colgar el siguiente capítulo. Por lo tanto, no hay fecha para el siguiente capítulo, el 36. Por ende, os prevengo que miréis a menudo hasta que lo encontréis o, mejor, disponéis de la opción de alertas para saber cuando se cuelga un nuevo capítulo; para avisarte te mandan un correo electrónico a tu cuenta personal.
Avance del capítulo 36 (NAVIDAD A LO NICKED). Pues eso, navidad a lo Nicked. Y, por eso, hay mucho pero que muuucho señor Nicked, para rato. Además, viene toda la familia Nicked al completo. Conoceremos, al fin, a la querida tía de Helen. Y tendremos visitas inesperadas... ¡Ah! Claro, Remus pasará estas fechas tan señaladas con su hermano.
(). Pues eso, navidad a lo Nicked. Y, por eso, hay mucho pero que muuucho señor Nicked, para rato. Además, viene toda la familia Nicked al completo. Conoceremos, al fin, a la querida tía de Helen. Y tendremos visitas inesperadas... ¡Ah! Claro, Remus pasará estas fechas tan señaladas con su hermano.Me despido por esta semana con el deseo (frustrado, aunque espero que no por mucho) de colgar tan rápido como se pueda. Rezad por mi ordenador tan fervientemente como yo lo estaré haciendo.
Un saludo fortísimo de
KaicuDumb.
