«Amigo no es aquél que te hace reír con grandes mentiras; amigo es aquél que te hace llorar con grandes verdades.» (Piki; como diría una antigua amiga mía: "qué sabia eres, Bea", pero en este caso, claro está, Laura. Esta frase me ha gustado mucho más que la anterior. La incluyo aquí porque para este capítulo no tenía preparada ninguna cita de paratexto y, además, así me ahorras el trabajo de buscarla. ¡Qué chica!).
¡Bienvenidos a la vigésimo novena entrega de MDUL!
Respondo "reviews":
–AYA K. Hola, Evita. Nada, estuve encantado de poder hablar contigo el último día, aunque me veo obligado a hacerte un apunte (o un par de ellos) sobre la conversación que mantuvimos: en primer lugar, ante el maremágnum de ventanas que se me cerraban y abrían al apagar leí tu críptico mensaje: "hasta dentro de un par de meses otra vez" (Quique se pone a llorar tipo personaje de dibujos animados y se encharca, aunque aquí está lloviendo y ya me he puesto chorreando). ¡Yo no tengo la culpa! Quisiera tener Internet en casa, pero no es así, y hay que conformarse. Por lo menos últimamente hemos hablado un par de veces, que hace unos meses resultaba imposible. Segundo apunte: cómo es eso de que Sara y tú hacéis competiciones para ver a quién dejo la respuesta más larga. Uff! Qué compromiso. Ya te dije que eso dependía de muchos factores, pero normalmente tú me dejas "reviews" más largos y me das más juego para saber qué responderte, cosa que no quiere decir que no os responda a todos con la misma amabilidad; como dice un sabio proverbio: no depende de la cantidad, sino de la cualidad. Sobre el "fic": claro, cómo no te iban a gustar a ti las paranoias de Remus... ¡Pues el pobre lo debió de pasar muy mal! Animalillo... ¡Ah! Perdón también por que la conversación sobre los vampiros fue un poco deprimente, pero es la última vez que me anuncio, porque por poco se me desborda el messenger (sabes que lo digo en broma, estoy encantado de poder hablar con todos, porque "para una vez cada dos meses que me conecto" ejem ejem...). Tenemos que hablar sobre ello más en profundidad algún otro día, si te apetece, claro. La verdad es que creo que puedes darme algunos puntos de vista. No sé qué me dijiste cuando te comenté lo del ajo y el sol y eso, pero parece que estás puesta en el tema. Quizá me seas de ayuda para visualizarlos un poco mejor. La verdad es que tengo ganas de ponerlos. Pero para esos capítulos tu personaje ya habrá salido... ¿Te vas a pasar a ver los dibujos de Elena? Sí, hay nuevos (!). Y tú sales en uno, aunque de lado. Pero está bien. Bueno, chica, un beso y dejad de comparar las respuestas entre vosotras que me ponéis en un serio aprieto moral.
–PIKI. Hola, Laura. Me alegro muchísimo de haber conseguido emocionarte con lo de tu personaje. Lo cierto es que era uno que tenía pensado desde hacía muchísimo tiempo, pero no le había puesto nombre ni personalidad hasta ahora. Lo tenía un poco, por así decirlo, ahí arrinconado, y eso que es un personaje con trascendencia. Hay que ver, qué cabeza la mía. Nada, chica; lo del grito lo probaría esta tarde mismo, pero está lloviendo a cántaros (imagino que por Málaga igual) y me mojaría (y ya he tenido suficiente con esta mañana, que me he puesto chorreando para ir a la facultad). Y ahora te preguntarás: "¿y a mí qué más me da?" Ya lo sé, es que a veces me voy por las ramas y empiezo a contar mi vida. Quizá es que eche de menos a Elena a Galega (una antigua lectora, casi pionera). Pero los tiempos se renuevan y en los nuevos tiempos estás tú. Lo siento, yo no soy para frases grandilocuentes. Quizá las haya en MDUL, rebuscando bien (en estos capítulos lo dudo; en los próximos tal vez, que están más sobraditos de estilo), pero las tuyas son fantásticas. Perdona, retomando el tema anterior, haberte dejado con la intriga, pero no puedo revelar muchas cosas de los personajes para no quitar intriga. Elena, a quien le he extendido tus saludos y los devuelve alegremente, sí lo sabe todo, y espero que te fíes de ella, que dice que es un personaje "very, very, very important". Y, chica, deja de lanzarme tantos elogios sobre el "fic" que me voy a poner colorado y voy a parecer un globo de feria. No, soy realista, y, vale, para mí MDUL es maravilloso (en "fanfiction" vivo por él), pero la opinión vuestra que más vale es la final, cuando todo haya sido escrito y todo por vosotros leído. Un besito, malagueña. ¡Ah! Lo del messenger... Perdón por no haberte incluido todavía. Si quieres, puedes hacerlo tú; mi correo lo puedes encontrar en mi biografía.
–NAYRA. Hola, Sara. Ya me contó Eva vuestra "disputa" sobre la longitud de las respuestas. Ayy! Nada, yo también disfruté mucho hablando contigo, aunque, la verdad, la conversación no dio para mucho. Aunque te debo muchas explicaciones que te prometí para que le puedas hacer chantaje a Eva. También creo que exagere un poco: tú (el personaje) sí puede que te sintieses atraída por Remus, pero Eva no. No sé, depende de cómo lo enfoque; como todavía no lo he escrito... Pero sí prometo decirte algo más, aunque no sé qué, porque le dije tanto a Eva que no me queda más que contaros los profundos secretos de vuestros personajes, sus misterios, sus anhelos, sus intrigas... Sobre todo del tuyo. ¡Ah! Y le comenté a Elena la posibilidad de que te hiciese un dibujo, ya que ella y había leído tu aparición, y está preparando un boceto que he visto y me parece muy bueno: sales tú junto a Remus en el lugar en que os conocéis. Yo creo que va a estar muy bien. Y es que Elena dibuja cada día mejor. En la próxima tanda de dibujos lo colgaremos, no te quepa duda. Imagino que te he vuelto a dejar con la duda, la intriga..., pero ¡qué malo soy! Lo siento, en veras no lo hago adrede. No eres la única que comenta lo de Deborah Hombres... (Quique pone cara de misterio). No, es que al principio llamé a la licántropa Deborah, pero luego se me ocurrió (pensando en el variopinto personaje de televisión) añadirle el apellido para hacer un hombre más peculiar, pero ha quedado de un burdo... No, Deborah no esconde nada... ejem ejem... Pero sí anticipo que volverá a salir. Y no te preocupes por no saber nunca qué decirme, con que estés me conformo. Un beso, Sara. Y espero que podamos volver a hablar pronto.
–GWEN LUPIN. Hola, Gwen. Me alegra que no fuera una carta suicida. Sólo espero que estés más relajada con tus pruebas y demás parafernalias académicas de las que tampoco yo quiero hablar porque se me están echando encima como un tigre con las fauces abiertas. Uff, no quiero! Espero, sin embargo, que eso no impida dedicarle un poquito de tiempo también a MDUL. Bueno, sí, en adelante ya colgaré los viernes, pues veo que para todos es el mejor día y para mí también lo es. ¿Remus una doble personalidad y en una de ellas fontanero? Ha quedado un poco rebuscado, la verdad. Sí tiene que ver con la trama verdadera de MDUL, pero todo a partir de ahora tiene que ver con el verdadero argumento de éste. Cualquier detalle, por nimio que te pueda parecer ahora, quizá dentro de equis capítulos tenga un significado. Si te dijera que aún hay cosas que explicar del primer capítulo... Misterios sin resolver... Cada día lo pienso más: MDUL es un gran enigma. Y en este enigma Remus está desempleado, es cierto. Yo le pondría empleo, en serio, pero en los libros dicen que no tuvo mucha suerte y yo me baso en éstos para hacer una historia vinculada a los libros de JK, como una versión alternativa pero sobre Remus Lupin. Pero, descuida, que Remus pronto tendrá trabajo. ¿Cuánto le durará? Sí, pronto tendrá que aceptar trabajos de bajo nivel, como el de la librería o cualquier otro... Dejemos que MDUL nos sorprenda. Un beso y cuídate.
–MARCE. Hola, Marcela. Antes que nada, para que no se me vaya el santo al cielo, respondo a tu pregunta: mi cumpleaños es el treinta y uno de agosto. Este próximo cumpliré diecinueve¡tampoco me llevo tantos con tu hermano! Bueno, sí, mejor dejemos la conversación filosófica al lado, y, si lo deseas, podemos retomar la política, sólo si quieres, que, en caso de compararlas entre sí, la prefiero y domino mejor. ¡Ah! Y claro que adiviné que no eras conservadora. Si es que tengo yo un ojo clínico... Y todos los países necesitan reforma, no te creas. Sobre el "fic"¿por qué me cambias ahora de opinión¿Pues no decías que Sorensen ocultaba algo? Ay... Sí, Soren oculta algo, pero el qué te permitiré que seas tú quien lo descubra. Y no habrá de pasar mucho tiempo, que sólo faltan unos capítulos para que se averigüe. Yo también detesto a Umbridge (grrr): por eso estoy preparando un encuentro entre Remus y ella¿qué podrá suceder? Ejem ejem. Vais a saltar de vuestros asientos (¿de rabia o regocijo?). Y veo que tampoco te cayó muy bien el tal Samuel... Quizá lo vuelva a sacar; sí, quizá sí... (Quique pone cara de sádico). Debo decir que tu "review" nos ha hecho reír a Elena y a mí mucho por una frase que leímos, y es lo que tiene estar mucho más adelantado que vosotros. Pero no te preocupes, al argumento futuro llegarás seguro. Bueno, me despido porque no creo que sea momento de ponerme a departir sobre política o cualquier otro tema; realmente estoy algo espeso. Un beso y tú también me cuidas. Saludos de Elena.
–ANN THORNY. Hola, Ana. ¿Qué tal? Imagino que para cuando leas esto ya estarás más relajada con relación a los exámenes, pero, como yo te lo escribo mientras estás enfrascada en ello, que sepas que te deseo lo mejor y mucha suerte. ¡Y claro que estarás ya licenciada en Derecho para cuando acabe la historia! Eso si no me entra el punto y acabo el "fic" la semana que viene. No, es broma, es broma... ¡Con los capítulos que quedan aún!... Además, si tú no te sacases la carrera, que eres la mejor¿quién lo hará? Además, que yo te quiero ver a ti en Hacienda ahí riendo como una energúmena mientras les quitas las propiedades a la gente, o quizá con tu vena quijotesca, quitando al rico para darlo al pobre. Qué mala época, a mí los exámenes también me afectan. Tienes razón sobre que el capítulo precedente al anterior era soso (yo mismo avisé de ello) y te agradezco los comentarios elogiosos sobre el de la reunión licántropa. Me apetecía escribir algo así. Creo que con lo de las "jornadas licántropas" me pasé... Sí, Deborah Humans es un nombre muy propio para una licántropo, pero, ahora visto desde la perspectiva¡vaya nombrecito más cutre que le puse a la pobrecilla! Menos mal que su hija (cosa que quiere decir que Deborah volverá) tendrá un nombre más ilustrado. ¿Papá Pitufo de licántropo? No me digas esas cosas, Ana, que me entra la risa tonta en medio del aula de informática se me queda todo el mundo mirándome y yo, colorado de la risa y de la vergüenza, no puedo contenerme de ese impulso hilarante. Vaya... Es que al releerlo casi estallo otra vez. ¡Te veo muy literaria, eh! Qué bien rodeada, qué envidia. Yo sólo me rodeo de literatos fiambres y sus obras que son tan antiguas como el polvo que recubre sus pergaminos. Por cierto, salúdame a Pepe y dile que me sigo acordando porque todos los días paso delante de la estatua de Séneca (verificado: hoy me acerqué y ponía "SENECA"; albergaba mis dudas...). ¡Ah! Y no pasa nada, claro que no, si no puedes dejar "review" esta semana, pero te echaré de menos, compréndelo. Por cierto, no me gustan las brevas, pero sí las manzanas, la manzana prohibida... Un beso, Ana, la chica del Ministerio.
–DRU. Hola, Andrea (ya son tres las que os llamáis así, espero no liarme: no es por contarte mi vida, pero qué vergüenza pasé la primera vez confundiéndolas...). ¿Has visto que ya he colgado el segundo capítulo de "Salvando a Sirius Black"? Es que el once se cumplieron los dos meses y hay que ser consecuente con las promesas que formula uno. Espero que te guste. Sí, debieron de revolucionar el Ministerio en unos segundos, al menos la planta. Imagínate toda la gente saliendo de sus oficinas para verlos pasar... Yo soy funcionario del Ministerio y me quedo con la cara a cuadros. Bien, colijo de tu comentario que eres de Valencia, y colijo nuevamente que vas a mudarte a Asturias, la cuna de Fernando Alonso (homólogo en hazañas al Cid) contra tu voluntad. No tengo mucha experiencia en eso de irte de un lugar a otro (la vez que me mudé fue al edificio de al lado, menudo cambio...). Sólo te digo que el destino siempre nos depara cosas buenas. ¡Ah! Y conozco a dos chicas que me leen que son de Asturias. Si quieres, te las presento. Tú no te preocupes por nada, guapa, un beso.
–PADFOOT HIMURA. Hola, Karina. Es increíble el cambio operado: te imagino (más o menos como en la foto que me mandaste) así frente a mí, sentada frente a mí, en el monitor del ordenador, como si estuviese charlando contigo mientras tomamos un café. Eso sí es soñar, pero fantasear no es malo de vez en cuando. Sí son buenas noticias lo de la "Tarta de Zapallo"; no es por meterte prisa, pero tienes a todos tus fanes en ascuas. Y ya que digo "en ascuas", expresión que no sé si allí se utilizará, paso a explicarte (espero que lo mejor posible) la expresión "meter caña" (y perdona por emplear expresiones de la jerga de aquí, que no pensé que no podríais entenderlo): significa algo así como vituperar a alguien forzándolo a hacer una cosa. Por ejemplo, "Elena me está metiendo todos los días caña para que escriba otro capítulo de MDUL"; quiere decir que está todos los días dándome la brasa (otra expresión propia de aquí), obligándome, poniéndome entre la espada y la pared. Espero que te haya quedado más claro. Si te surge cualquier otra duda, no lo dudes, pregúntame. Yo haré lo mismo porque también allí tenéis expresiones que me resultan... curiosas. ¡El otro día aprendí "baina"! Me alegra saber que te va bien con la Literatura Española. Yo que he leído tanto el Quijote como el Lazarillo te puedo confirmar que el primero es mucho más divertido, que te gustará más al final. Pero también es más denso (qué contrapartida). Me satisface que te agradara el capítulo. ¡Ánimo con tus relatos cortos que me comentaste! Un beso.
–KALA. Hola. En orden, voy poniendo algo de orden a cuanto voy a decirte y así no me lío: en primer lugar, ya te envíe la dirección del grupo de "Hotmail" en que podrás encontrar mi foto y la de Elena, así como bastantes dibujos hechos por ésta como ilustraciones de MDUL; hoy colgaré nueve dibujos más. Pásate si puedes a verlos y coméntame qué te parecen. Sí me conecté en el messenger a la hora especificada, pero creo que fue un problema de desajuste horario lo que no permitió que coincidiésemos. Realmente me gustaría que lo lográsemos y me empeñaría en ello, pero yo no podría por la noche porque no tengo Internet en casa y tengo que conectarme en lugares públicos. Ya veremos más adelante cómo nos las arreglamos. No importa que me hagas cuantas críticas constructivas quieras; cuantas más mejor. Ya te dije que tienen muchos fallos y yo podría sacar setecientos mil, pero me contengo porque tampoco es plan de que me empecéis a decir "huy, pues es verdad" y ya no os guste MDUL. Me refugio en la imaginación que tanto me elogias. Gracias. Sobre la foto, estaré encantado de recibir una fotografía tuya para imaginarte y poderte describir con mayor fidelidad en el relato una vez aparezca tu personaje. Y por lo de que no la muestre no te preocupes, que yo no hago esas cosas porque no me gustaría ser objeto de ellas, y, además, podría serlo en cualquier momento, porque mi fotografía también circula por ahí en "Story-Weavers"; una foto que, por cierto, tendría que actualizar. No te preocupes, soy un chico legal y te aseguro que, si me conocieses en persona, no dudarías al respecto. Por cierto¿se la podría mostrar a Elena? Vive en mi mismo edificio, conque no tendría ni que volverla a poner en circulación por correo ni nada parecido. No sé qué cosas quiere que desentrañe acerca de la muerte de los Potter y lo de Peter. Me gustaría que me lo aclarases. Y la verdad es que estoy poniendo a Remus muy mal... Pobre, es su destino (ejem ejem... Como se escape algo de los capítulos siguientes...). Ciertamente tuve que tomar una resolución sobre el futuro de Helen y Remus, y me costó mucho. ¿A ti qué te gustaría que sucediese? Cierto, Samuel es una víbora maligna. Hoy mismo se me ha ocurrido que podría volver a salir más adelante. Por cierto¿cómo está tu hijita¿Está mejor, sigue enferma? Espero que no. Un beso y cuidaos vosotras también.
(DEDICATORIA. Como no tengo nadie a quien dedicárselo, a todos os lo dedico: a los que me leéis, a los que me releéis, a los que me echáis sólo un vistazo, a los que me dejáis "reviews", a los que no... ¡A todos!)
CAPÍTULO XXXIX (FONTANERO SIN VOCACIÓN: VISITAS A DOMICILIO)
–¿Vas a ir a verlo ahora? –le preguntó Helen.
–No... ¡No! –dijo después de sopesarlo interiormente un instante–. He quedado con Sorensen.
–¿Cómo que has quedado con Sorensen? –le increpó Helen–. ¡Pero si no sabías a la hora a la que ibas a volver!
–Ya –contestó Remus–, pero Sorensen me dijo que en cuanto terminara la reunión de hombres lobo me fuese hacia la biblioteca. Quería que le explicase cómo me había ido todo.
–¿Y a mí no me lo vas a explicar? –inquirió la chica dolida.
–¿Y a mí no me vas a explicar tu visión? –la imitó Remus histriónico.
Helen sonrió con desparpajo.
–Mejor será que te vayas –le dijo–, si no quieres que te convierta en un escarabajo.
–¿Podrías? –le preguntó Remus burlón.
–La pregunta no es si podría, Remus Lupin, sino si querría, y ahora mismo te aseguro que te transformaría hasta en un cangrejo.
Remus sacó la varita y se apuntó a sí mismo.
–No –dijo antes de desaparecerse–. Conociéndolo, tu padre me cocinaría por error.
Se desapareció mientras Helen le daba un prolongado beso en la boca. La chica se quedó insuflando el aire que se acababa de amontonar delante de ella. Sonrió.
Apareció en el interior de la biblioteca pública, ante el despacho del bibliotecario. Para su sorpresa, encontró a alguien más aparte de Sorensen. Lucius Malfoy, con un travieso chiquillo de dos años...
–Te he dicho que me devuelvas el carné, idiota –le espetó Lucius apretando los dientes con rabia.
–Ya te he dicho, Malfoy –Sorensen parecía igualmente enojado–, que hasta dentro de un mes no podrás volver a tener el carné bibliotecario de socio.
Lucius soltó la mano de su rubio hijo y cogió vehemente a Sorensen del cuello de la camisa. Discutían tan acaloradamente que no se habían dado cuenta de la inminente aparición de Remus.
–Te he dicho que me devuelvas el carné de la biblioteca... –dijo sin soltarlo y pronunciando las palabras lentamente, con furia.
–Y yo te digo ahora que lo sueltes.
Lucius Malfoy se volvió violentamente. Soltó a Sorensen y se encontró a Remus, con las mandíbulas apretadas, blandiendo la varita ante él. El hombre rubio se metió la mano rápidamente en el bolsillo y se sacó una varita negra como el carbón. También apuntó a Remus.
–¿Lo defiendes? A este... A este... A este... –Miraba a Sorensen de reojo, con asco–. ¡No hay adjetivos en el mundo para describirte, Fosworth! Me das asco.
Sorensen se puso en pie.
–¡Fuera de mi biblioteca! –vociferó.
Lucius se echó el pelo hacia atrás.
–Ya me encargaré yo personalmente de que cierren este localucho de mala muerte –dijo con los labios morados.
–¿Ah, sí? –inquirió Sorensen. Remus aún no había bajado la varita, aunque Malfoy sí–. ¿Y cómo vas a hacerlo, eh, Malfoy? Tú que estás llevando ahora todas esas obras caritativas para lavar tu imagen... ¿cómo vas a eliminar la cultura gratuita, eh? –Rio–. Querría saberlo.
–Fudge consentirá poner aquí un hospital u otra cosa cualquiera. –Su sonrisa era tiránica–. Yo lo financiaré. ¿Qué crees que preferirá: una biblioteca que le supone un gasto inútil o un centro de salud que yo mismo le financie, eh? –Sorensen tragó saliva. Aunque Lucius callara él no iba a responder–. Métete el carné por donde a ti te gusta. Pero recuerda mi cara, Fosworth. Yo voy a acabar con tu puesto de bibliotecario¿me has oído?
Y se fue dando grandes zancadas. Cogió a su hijito y se lo llevó en brazos.
Sorensen se sentó pesadamente. Estaba cansado. Remus, bajando la varita con lentitud, se dio cuenta de que su hermano sudaba. ¿Estaría preocupado?
–¿Estás bien? –preguntó Remus.
Sorensen no contestó. Se pasó la mano por el pelo y se lo restregó. Luego se frotó los ojos. Remus creía que estaba llorando, pero cuando apartó las manos se dio cuenta de que estaba equivocado. Sorensen estaría preocupando, pero no iba a llorar.
–¿Qué ha pasado? –inquirió Remus.
–Ya lo has visto –dijo Sorensen en voz queda–. Gracias por salir en mi auxilio.
–¿Qué querías que hiciera –sonrió–, estarme de brazos cruzados? Perdona que te diga, pero no. ¿Así que ése era Lucius Malfoy?
Sorensen asintió, preocupado.
–Bueno, no le des más importancia de la que tiene –dijo Remus.
–¡Claro que se la doy! –exclamó Sorensen–. Se nota que no conoces a Malfoy. Es un hombre muy ambicioso, que consigue lo que se propone. ¡Y está forrado de oro mágico! Además, me odia...
–¿Por qué? –preguntó Remus.
–Porque sí –contestó lacónicamente–. ¿O es que tú nunca te llevaste mal con nadie en Hogwarts?
Pensó rápidamente en Severus Snape, pero realmente no era odio lo que sentía por él. Los cuatro amigos se divertían gastándole bromas¡eso era todo!
–Sí... –contestó Remus–, pero yo nunca llegué a odiar a nadie.
–¡Pues él me odia! –exclamó con desesperación–. Cerrará la biblioteca. Lo conseguirá.
–Me opondré. –Sorensen levantó la vista sorprendido–. Y Dumbledore también.
Sorensen sonrió lentamente.
–Bien, así me gusta –dijo Remus–. Y ahora voy a buscar el libro Hocico peludo, corazón humano.
–¿Te gustó ese libro, verdad? –Sonrió Sorensen.
–Así es –respondió Remus.
Sorensen levantó su varita y lo convocó. El libro llegó volando hasta sus manos. Le dio un golpe con la varita y se lo entregó a Remus.
–Se supone que no se pueden convocar los libros... –explicó Sorensen melancólicamente–. Pero como no hay nadie... –Remus pensó si debía decirle algo a su hermano, si debía consolarlo–. No será difícil que Malfoy consiga cerrar la biblioteca.
–Pero... –intentó decir Remus.
–Es un hombre muy ambicioso –dijo Sorensen en voz queda.
Remus empezaba a estar preocupado por su hermano.
–Lo mejor es que te vayas –le saltó Sorensen a Remus–. Quiero estar solo.
–¡No! –gruñó Remus–. No te encuentras bien.
–¡Estoy bien! –exclamó Sorensen, harto de que le hablaran como si fuese un niño pequeño–. Lo siento, Remus, pero quiero dormir mi enojo solo. ¿Te importa? –Remus negó con la cabeza–. Gracias. ¡Ah! –Se acordó de pronto de algo–. Dumbledore me pidió que te diese esto.
Se sacó de la túnica un diminuto frasco de cristal.
–¿Qué es esto? –preguntó Remus.
–Dumbledore me dijo que no eras muy bueno en Pociones –explicó–. La he preparado yo. Es poción multijugos. Contiene un pelo mío. Toma.
–Pero... ¿qué hago yo con esto? –inquirió.
Sorensen se encogió de hombros.
–Tú sabrás. Dumbledore me pidió que te la diera –dijo–. Me dijo que confiara en él, que no la ibas a utilizar para nada malo. Yo confío en ambos, así que ten¡cógelo!
Remus tomó el frasco, lo inspeccionó sin comprender y se lo guardó.
–¿Cuánto hace que te lo pidió? –le preguntó.
–Cerca de un mes –explicó Sorensen.
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–¿Qué lees? –le preguntó Helen a Remus entrando en su cuarto.
El chico le mostró la cubierta del libro.
–¿Hocico peludo, corazón humano¿Por qué te estás leyendo otra vez ese libro?
–Porque me aburro –le contestó.
–¿Y por qué no lees otra cosa? –le inquirió Helen.
–Porque el libro este está muy bien. Podrías intentar leerlo –le sugirió.
La chica resopló.
–Suficientes cosas tengo yo ya como para leerme el libro ese –explicó–. Quiero leerme Venenos y remedios del mundo entero, pero aún sigue prestado en la biblioteca. Sorensen me ha dicho que ya me lo ha reservado. Es que hace dos semanas llevaron al hospital un mago del Somalia al que le habían gastado una broma unos enemigos suyos enviándole un frasco con aire de África, pero lo más que tenía era un poco de aliento de... de... No me acuerdo cómo se llamaba.
–Se murió¿verdad? –preguntó Remus.
–Sí¿cómo lo sabes? –inquirió Helen sorprendida.
–¿Debía ser un nundu, no?
–¡Sí, eso era! –Recordó al oírlo–. ¿Cómo lo sabes?
–Ya te dije que como adivina no valías ni un knut –dijo Remus en broma–. No, sólo es que me gustaba mucho la asignatura de Cuidado de Criaturas Mágicas. Nunca he visto un nundu¡ni quiero, pero algo así sólo podría hacerlo uno.
–Qué listo, chico –dijo Helen con envidia–. Pues por eso mismo, quiero saber muchas cosas por si vienen magos de otros continentes. En la carrera se centran, más que nada, en los de Europa. Me parece injusto ahora que estamos en la época de la globalización. ¿No te parece?
–Ni me parece ni me deja de parecer –contestó Remus indiferente.
–¿Qué te pasa, Remus? –le saltó la chica–. Estás últimamente que saltas con nada... ¡Hay que ver! Por cierto¿has ido ya a ver a Dumbledore?
Remus hizo que leía el libro y no dijo nada.
–¿Hola? –preguntó Helen con sorna–. ¿Hay alguien ahí? –Agitando la mano por delante de los ojos de Remus.
–No, no he ido –dijo.
–¿Y eso? –le inquirió exaltada.
–¿Ves? Sabía yo que te ibas a enfadar.
–¡Pero es que hace dos días que te mandó la carta! –exclamó.
–Sí –confirmó Remus, sereno–, y un mes que le pidió a Sorensen que me preparara una poción multijugos para dármela. –Sacó el frasco con la pócima del cajón y se lo mostró–. ¿Lo ves? Ahora¿serías tan inteligente para decirme qué demonios pretende Dumbledore?
–¡Mira, no soy adivina! –dijo burlonamente. Remus se la quedó mirando con expresividad, esperando que dijese algo más inteligente–. No lo sé, Remus. ¿Cómo quieres que lo sepa¿Por qué no vas a Hogwarts, a su despacho, hablas con él, y sales de dudas?
–¡Porque le pidió a Sorensen que confiara en mí! –gritó–. Porque a saber cuál es la misión esa tan importante que me tiene preparada Dumbledore.
–Te lo puedo repetir más alto, pero no más claro –le dijo su novia–: vas, hablas con él¡y sales de dudas!
–¿Pero no te parece sospechoso? –le preguntó Remus.
–Bastante –respondió Helen–, pero Dumbledore es la persona más misteriosa que hayamos conocido¿no te parece? No querrá nada malo. Te quiere como a un hijo. No te expondrá a ningún peligro ni te pedirá que hagas nada ilegal, me supongo.
–¿Por qué no me echas el tarot y salimos de dudas? –le propuso Remus–. Ya que no estás teniendo ninguna visión...
–¡No! –contestó indignada Helen–. Si parece que vivas más tú por las visiones que yo. Además, ya has visto que el tarot es de poco fiar. No te va a decir nada concluyente. Dumbledore sí.
–¡Me debes una visión! –exclamó Remus–. La de anteayer te la perdoné, y por eso me debes un favor.
–Adiós, Remus –dijo Helen con expresividad y salió del cuarto.
Remus dejó el ejemplar de la biblioteca sobre el escritorio y se puso a dar paseos por la habitación. Era cierto, le picaba ya suficiente la curiosidad como para ir a visitar a Dumbledore.
En efecto, era el momento...
Anduvo a grandes zancadas y salió al pasillo. Pasó como un bólido por delante de la puerta de Helen y ésta se volvió sobresaltada.
–¿Adónde vas? –le preguntó.
–¡A hablar con Dumbledore! –fue la respuesta.
–Eso me parece bien –gritó porque Remus ya iba por las escaleras–. ¿Quieres que te acompañe?
–¡No hace falta! –exclamó Remus.
Se detuvo ante el hueco en la pared y cogió un puñado de polvos flu. Los echó en los rescoldos apagados de la noche anterior y se introdujo en la chimenea. «¡Despacho de Albus Dumbledore en Hogwarts!»
–¿Qué te propones mandándole a Sorensen que...? –preguntó rápidamente Remus nada más llegar a su despacho. Pero...–. ¿Dumbledore?
No estaba. Remus estaba solo en el despacho. Algunos antiguos directores de Hogwarts se volvieron curiosos hacia él desde sus cuadros.
–¿Quién eres? –le preguntó uno.
–¡Yo sé quién es! –soltó otro, de aspecto elegante y tieso–. Era amigo de mi tataranieto. Remus Lupin¿verdad? –Remus asintió tontamente. Phineas Nigellus sonreía con descaro–. Te hemos visto más de una vez por aquí¿no es así? Dumbledore te protege demasiado. En más de una ocasión ha montado aquí con sus amigos aurores las reuniones de la Orden del Fénix; hablaban constantemente de ti y de protegerte. –Puso cara de enternecimiento–. He visto pocas veces a Sirius en este despacho; a menos que estuviera en mi otro cuadro, sólo dos: cuando Dumbledore les descubrió a tus amigos que eras un hombre lobo, y cuando os hizo ingresar en la Orden del Fénix, el día de vuestra graduación en séptimo curso. Aunque luego volvió para no sé qué de un cursillo extraescolar... ¿Qué te trae hoy por aquí, Remus?
El chico se encogió de hombros.
–No lo sé –dijo–. Dumbledore me tiene que decir algo. ¿Sabes dónde está?
Phineas también se encogió de hombros. Remus se sentía imbécil hablando con un cuadro parlante, a pesar de que estaba acostumbrado a que los cuadros de Hogwarts, y en general todos los del mundo mágico, hablaran. Se lo quedó mirando fijamente y preguntó:
–¿Me ha dicho que Sirius es su tataranieto?
–Ajá –respondió Phineas.
–Entonces¿está al corriente de que Sirius es un...?
–¿Un asesino? –terminó por él la frase el personaje del cuadro–. Sí, estoy enterado de todo. Dumbledore me lo explicó de inmediato. –Remus observó también con descaro a Phineas, sin preguntar nada–. ¿Qué quieres?
–Nada –dijo Remus–. ¿De verdad no saben dónde está Dumbledore¿Ninguno?
Muchos cuadros negaron con la cabeza.
–Hay veces que se va sin avisar –explicó Phineas despreocupado–. Tampoco tenemos que estar al corriente de adónde va o viene¿no te parece?
–Ya, bueno... –se excusó Remus–, pero es que...
–Entonces, nada, chico –lo interrumpió Phineas–. No es momento para chácharas. Siéntate en su escritorio y espéralo¿quieres? Como sigas así vas a despertar a Dippet. –Señaló a un director que roncaba durmiendo a pierna suelta.
Remus lo obedeció, aunque se sentía incómodo por que un cuadro le diese órdenes¡y más si aquel cuadro era ascendiente de Sirius Black! Tal y como hablaba de su tataranieto, Phineas Nigellus parecía muy orgulloso del último eslabón de su prole.
Consultó su reloj. Quizá hubiera sido mejor idea mandarle una lechuza y concertar una cita con él. Lo hubiera dejado todo por hablar con Remus, pero si se presentaba sin avisar... Era normal; al fin y al cabo era el director de Hogwarts y eso requería todo el tiempo del mundo.
Remus se puso en pie.
–¿Adónde crees que vas, muchacho? –Phineas lo observaba atentamente.
–¿Podrá decirle a Dumbledore que estoy aquí, en el castillo? –le preguntó.
Phineas asintió sin ganas.
–¿Qué piensas hacer? –le inquirió el cuadro–. ¿Adónde piensas ir?
–A ver a un viejo amigo –respondió–. Ken Fosworth.
–¡Oh, sí! –Sonrió Phineas–. Otro elemento... Hace cinco días también estuvo aquí. Dumbledore es demasiado permisivo, se lo he dicho cientos de veces. Es demasiado condescendiente con los Gryffindors, porque ésa fue su casa cuando él fue estudiante de este colegio. ¿O es que no te has dado cuenta? Todos los alumnos a los que invitó a ingresar en la Orden del Fénix eran Gryffindors. Dejó atrás a aquellos dos estudiantes para auror Hufflepuffs por el mero hecho de que eran Hufflepuffs.
–Eso no es cierto –repuso Remus aparentando calma.
–¿Ah, no? –le inquirió Phineas.
–No. Él aprecia a Gryffindors y Hufflepuffs por igual –dijo Remus–. Y también Ravenclaws y Slytherins. Él sabe que la casa no es únicamente un distintivo que señale a las personas.
–¿Ah, no? –volvió a decir Phineas–. ¿Crees, por lo que acabas de decir, que un Slytherin piensa igual que un Hufflepuff, por ejemplo?
Remus lo meditó un momento. Al cabo de un instante respondió:
–No. Un Slytherin nunca llegará a ser tan inteligente como un Hufflepuff.
Phineas se echó a reír. Era una risa pura, descontaminada. Remus pensó que Phineas debía creer que él era muy divertido, porque no paraba de reírse.
–¿Qué te pasa? –le preguntó al fin Remus.
–No había escuchado un chiste tan bueno desde hacía cincuenta años, por lo menos –dijo Phineas apretándose las costillas.
–No era un chiste –repuso Remus, despreocupado.
–Bueno¿no ibas a buscar a tu amiguito ese? –preguntó el tatarabuelo de Sirius–. Las clases se reanudarán a la una; si no te das prisa, no vas a llegar.
Remus consultó la hora. Le agradeció a Phineas el consejo y salió corriendo. Atropelló a McGonagall por el corredor.
–¡Remus! –dijo ésta con sorpresa–. ¿Cómo tú por aquí?
–He venido a ver a Dumbledore –dijo jadeante–. Pero no está...
–¡Oh, claro! –asintió la profesora–. Volverá dentro de un rato. Ha ido a Hogsmeade con el ministro, Fudge. Tiene que tratar con él algunos asuntos relacionados con el colegio. ¿Por qué corres?
–Estaba buscando a Ken Fosworth –explicó Remus con tranquilidad.
–¿Sí? –le inquirió McGonagall–. Lo encontrarás en el campo de quidditch. El equipo de Gryffindor está entrenando a fondo esta mañana. Tenemos que ganar la copa. –Puso cara de nostalgia–. ¿Aún recuerdas cuando Potter jugaba? Qué tiempos... Aún sangra la herida¿verdad?
–Sí –dijo Remus sin ánimo.
–Lo entiendo. –Sonrió McGonagall sin ganas–. Todos estamos muy mal. –Suspiró–. Ah¿y cómo está Helen?
–Muy bien –respondió el chico–. Ha empezado a trabajar ya en San Mungo.
–¡Estupendo! –aprobó la profesora–. Le va muy bien, entonces. ¿Y tú?
–Digamos que voy tirando.
McGonagall sonrió.
–¿Me permite la indiscreción de hacerle una pregunta? –dijo Remus.
–Sí¿cuál?
–¿Sabe usted para que me ha llamado Dumbledore? –le inquirió.
–Algo he oído –contestó seria–, pero deberá ser él quien te lo cuente, Lupin. No soy la persona más idónea para contártelo. Él quiere explicártelo en persona y, como comprenderás, yo no me voy a oponer.
Remus le respondió afablemente con una tímida sonrisa.
–Bueno, me voy a ver a Ken –dijo.
–Dile que se aplique –le comentó McGonagall–, a ver si a ti te hace caso.
Remus, sin correr aunque andando rápido, salió del castillo y anduvo por los terrenos próximos. Los recorrió hasta alcanzar el campo del quidditch. Ascendió por las gradas y se sentó. Veía las motitas rojas de los jugadores de Gryffindor planear de un lado a otro. Volaban bastante bien. Los observó más detenidamente, intentando averiguar cuál de aquellos puntos móviles era Ken, pero era imposible.
Un par de chicas también ascendieron por las gradas y se sentaron delante de Remus. Se pusieron a hablar e, inevitablemente, Remus las escuchó. A una le gustaba Ken y por eso iba a todos los entrenamientos, por ver si él se fijaba en ella. Se enteró de ese modo tan poco ortodoxo de que el chico jugaba de cazador, aunque su habilidad, según decían, era evitar las bludgers: era todo un maestro.
Los jugadores del equipo de Gryffindor descendieron en picado en fila india hasta alcanzar el suelo del terreno de juego. Anduvieron hasta los vestuarios. Remus seguía sin saber cuál era Ken. Estaban tan lejos... Se puso en pie. Aguzó la vista y¡bum, para su sorpresa el suelo se acercó vertiginosamente a su cara y vio a Ken con toda claridad andando hasta los vestuarios, en la cuarta posición. Pestañeó rápidamente y ya lo volvía a ver como antes... Se frotó los ojos. ¿Qué demonios había pasado?
Se fijó en un jirón de nube que flotaba por el aire, con parsimonia. Concentró de nuevo los ojos y su vista planeó con toda rapidez. Era como si fueran ahora sus ojos unos prismáticos; podía ver a una distancia increíble...
Se preguntó si aquello se debía a un efecto secundario de su licantropía.
Se sentó, mareado. Las chicas de la fila de delante se habían marchado. Estuvo a punto de vomitar, sentía náuseas. Estaba indeciso, confuso. ¿Qué demonios...?
Se puso en pie con lentitud. No estaba cansado, más bien impresionado. Sí le dolían un poco los ojos. Anduvo con paso lento y bajó los escalones de las gradas con parsimonia, agarrándose a la baranda con mano trémula.
Cuando llegó a la mullida hierba de los terrenos del castillo se encontró de bruces con Ken Fosworth, que salía casualmente en ese momento de los vestuarios de Gryffindor.
–¡Remus! –exclamó el chiquillo, contento, abalanzándose para abrazarlo–. ¿Qué haces tú aquí?
–He venido a hacer una visita –respondió Remus escuetamente–. ¿Cómo te va? –Ken se encogió de hombros–. Veo que has entrado en el equipo de tu casa.
–¡Sí! –contestó Ken, emocionado–. ¿No es increíble?
–¿Por qué no me dijiste nada? –le preguntó Remus.
–Se me olvidó –dijo el chico sin darle mayor importancia–. Soy el cazador del extremo derecha.
–Me parece genial –dijo Remus sin ánimo. Aún estaba confuso.
–Bueno, tengo que irme –dijo Ken en voz queda–. Tengo clase de Transformaciones ahora. –Remus asintió rápidamente, disculpándolo–. No deberíamos haber entrenado hasta la tarde, pero Bailey, el capitán, quiere que estemos sobre las escobas el mayor tiempo posible. Si por él fuera comeríamos montados en las escobas, dormiríamos encima de las escobas e iríamos a clase volando por los pasillos.
El chico rió y Remus también lo hizo, por cortesía.
–Bueno, que te vaya bien en clase de Transformaciones –dijo Remus sin querer parecer aprensivo.
Ken echó a correr y Remus se quedó solo. Desde aquella posición veía el despacho de Dumbledore; desde su situación divisaba por completo su ventana. ¿Podría hacerlo una tercera vez? Aguzó los ojos y su vista planeó como un halcón. La ventana, hasta hace un momento a un kilómetro de distancia, aparecía ahora tan nítida que pensase que con sólo extender su mano podría tocarla. Divisó a través de ella. Allí estaba Dumbledore, paseándose de un lado a otro con las manos detrás de la espalda.
Remus pestañeó y su vista volvió a ser tan normal como siempre. Miró un instante a su alrededor, todavía extrañado, y echó a correr. Subió por los corredores y escaleras, pensando que era una enorme suerte que no se hubiese tropezado todavía con los profesores Snape o Trelawney: no le apetecía nada verlos.
De un salto se plantó delante de la gárgola que ocultaba el despacho del profesor Dumbledore y entonces se percató¡no sabía la contraseña! Había sido un error salir del despacho. Era inútil quedarse esperando a que Dumbledore saliera: podría hacerlo o no. Estaba tranquilamente paseando de una pared a otra, divagando consigo mismo.
¡Necesitaba una chimenea!...
Echó a correr, sin rumbo. Recordó que Ken estaba en clase de Transformaciones, con la profesora McGonagall. Si McGonagall estaba en clase, quizá no le importara que Remus utilizara la chimenea de su despacho...
Los pasillos estaban vacíos. Ni siquiera Peeves o un fantasma cualquiera. Nadie...
Llegó a la puerta del despacho y forcejeó con el pomo.
–¡Maldición! –gritó Remus.
Estaba cerrada bajo encantamiento. Probó con algunos hechizos, pero McGonagall la había sellado a conciencia.
Se quedó un momento pensativo. Si quizá iba y hablaba con la profesora McGonagall, aunque tuviera que interrumpirle un minuto su clase, quizá ella lo ayudase. No, si le interrumpía una de sus clases lo mataría. Pensó volver ante la gárgola; podría intentar explicárselo a la estatua de piedra. Quizá lo entendiese. No. «Las gárgolas no piensan.»
–¡Pero los retratos sí! –exclamó.
Echó a correr con celeridad. Subió por varias escaleras y accedió a un corredor ancho y bien iluminado. Anduvo decidido hasta el retrato de la Señora Gorda.
–Hola. ¿Qué quieres? –preguntó amablemente la mujer regordeta.
–Pasar –explicó Remus con aspecto de aflicción–. Tengo que utilizar con urgencia una chimenea...
–¡No puedo dejarte pasar! –dijo la Dama Gorda indignada–, a menos que me digas la contraseña...
–¡No la sé! –exclamó Remus perdiendo los nervios–. Ya te he dicho que sólo necesito una chimenea. ¿O es que no me recuerdas? Soy Remus Lupin. Hace cinco años que dejé la escuela.
–Sí, sí, sí –dijo el retrato con prisa–, pero ésa no es excusa. Tengo terminantemente prohibido por mandato expreso del señor director que...
–¡A él es precisamente a quien quiero ver! –dijo Remus impaciente.
La Señora Gorda se calló, aunque se quedó con la boca ligeramente abierta. Sin quitar esta horrenda expresión de su rostro miró al muchacho de arriba abajo con una ceja enarcada.
–Claro... –dijo reticente–. ¿Y por qué no vas a su despacho en lugar de molestarme a mí, eh? –le increpó de mal humor.
–Porque... ¡Bah! –Remus estaba cansado–. ¿Me vas a dejar pasar o no?
Pero el retrato no respondió. El marco se deslizó ligeramente dejando paso a una obertura diminuta para el paso de los estudiantes a la sala común de Gryffindor. Pero no había sido la Señora Gorda la que, al final, había dejado a Remus pasar, sino que alguien había abierto la entrada secreta desde dentro: Ken Fosworth...
–¡Remus! –exclamó sorprendido el chico.
–Creía que estabas en clase, Ken –dijo Remus con tranquilidad.
–¡Cierra el cuadro, muchacho! –gritaba la Señora Gorda–. ¡Este chico se quiere colar!
–Oh, cállate –le mandó Ken malhumorado–. ¿Me estás espiando, Remus?
–En absoluto –dijo Remus ofendido–. Aunque si me pagasen por ello aceptaría el trabajo. No, no es eso. Es que necesitaba una chimenea, y pensé que la Señora Gorda me dejaría amablemente pasar. –Ken arqueó una ceja–. ¿No me crees? Yo no soy tu madre para andar detrás tuya para ver si vas a clase o no. Creo que ya eres lo suficientemente mayorcito como para pensar por ti solo.
–¡Un sermón muy acertado! –clamó el retrato–. ¡Pero franquea la entrada a la torre, chico!
–Pasa –dijo Ken con aspereza–. Nos va a dejar sordos con estos gritos...
Remus atravesó la entrada y vio cómo unos cuantos alumnos de Gryffindor se lo quedaban mirando con aprensión y sorpresa. Él, cabizbajo, evitó sus miradas, porque se sentía observado, el centro de atención, y aquello le disgustaba.
–¿Qué estáis haciendo? –preguntó Remus en voz queda a Ken–. ¿Por qué no habéis ido a clase?
Ken no respondió. Acompañó a Remus hasta la chimenea y se apoyó sobre su respisa.
–Aquí tienes –le dijo–. Si es cierto que ibas a hablar con Dumbledore, quiero verte con mis propios ojos.
Remus se lo quedó mirando con sorpresa.
–¿Cómo puedes sugerir que te estoy mintiendo? –le increpó–. Yo...
–Lo digo –repuso Ken tranquilamente– porque hace poco también estuvo Sorensen por aquí. Si el director os está pidiendo que me hagáis guardia, como tú has dicho, sé cuidarme solito.
–¿Que Sorensen ha estado por aquí? –preguntó Remus, más sereno ya.
–Sí. Dijo lo mismo que tú, que Dumbledore lo había llamado. ¡Pero los dos me perseguís! –repuso sonriendo irónicamente.
–No te he perseguido –explicó Remus enojado. Estaban llamando la atención del resto de alumnos de la sala común–. Dumbledore no estaba y he salido para hablar un rato contigo.
–Entonces –indagó–¿por qué no has vuelto al despacho en lugar de seguirme hasta aquí?
A Remus, inconscientemente, se le descolgó lentamente la mandíbula inferior.
–¿Crees que te estoy siguiendo, Ken? –le inquirió–. Por favor... ¡Qué cosa más estúpida¿Tienes polvos flu? Tengo que hablar con Dumbledore.
–No tengo, pero sé quien los tiene –dijo lentamente, como si saboreara el tiempo que estaban empleando en aquella conversación–. Y te los daré si me consientes una condición que te voy a poner. –«¿Cuál?», preguntó Remus esperándose cualquier disparate de adolescente–. Que me dejes que te dé una gota de Veritaserum para que compruebe que no mientes.
–¿Qué? –saltó Remus, echándose hacia atrás–. ¡Ni loco! Si quieres creerme, me crees, y si no... ¡Yo no tengo que convencerte de nada!
Ken meditó aquella respuesta un instante. Después se volvió hacia un compañero que debía estar, por su aspecto, en séptimo, y le pidió algo que éste rebuscó toscamente en su mochila. Se lo pasó en la mano a Ken y éste volvió con Remus.
–¿Tienes ya los polvos flu? –le preguntó Remus procurando que su voz fuese algo más suave que hacía un momento.
Ken asintió. Remus se metió en la chimenea y extendió la mano para que le diese los polvos, pero Ken negó con la cabeza.
–Irás al despacho de Dumbledore –dijo. Remus aún se preguntaba cómo era posible que no lo creyera. Ken vació los polvos sobre los rescoldos y se elevó una alta llamarada de color verde sobre Remus–. ¡Despacho de Dumbledore! –gritó el chico.
Tras un instante corto de sensación de mareo, Remus llegó de nuevo al despacho de Dumbledore, pero se tropezó con el escalón y cayó de bruces contra el suelo.
–¿Ve como era cierto que se había pasado por aquí el chico ese, eh, director?
Remus levantó la vista y vio a Phineas mirándolo despreocupadamente, echado sobre el marco de su cuadro.
–Levántate, Remus –le pidió Dumbledore y le dio un fuerte empujón para levantarlo del suelo. Le sacudió las cenizas mientras Remus se dejaba hacer de buen talante–. Señor ministro, le presento a mi hijo adoptivo, Remus Lupin.
Remus se volvió rápidamente. Sentado en una silla, sonriente, con una pierna cruzada, estaba el Ministro de Magia. Sin levantarse siquiera de su asiento le extendió una fría mano a Remus que éste se vio obligado a estrechar. No le caía muy bien Fudge. En realidad ya no le caía bien el Ministerio de Magia desde su fugaz encuentro en la Oficina de Servicio de Apoyo para los Hombres Lobo. Opinaba que el Ministerio necesitaba una reforma, y consideraba que Cornelius Fudge no era la persona más apropiada para acometerla. Era petulante, presuntuoso, jactancioso...
–Encantado de saludarte, Remus –dijo Fudge sin mirarlo siquiera. Miraba a Dumbledore, como si aquel gesto pudiera complacer más al director que al propio Remus–. Espero que no te importe esperar un rato; los mayores estamos hablando. –Remus enarcó una ceja–. Dumbledore y yo tenemos muchos asuntos que tratar¿verdad, señor director?
–Así es –asintió meloso Dumbledore–, pero no ahora. –El gesto de Fudge se transformó en absoluta contrariedad–. Podemos terminar esta reunión en cualquier otro momento¿no le parece? Ahora me gustaría intercambiar unas palabras con Remus, si le parece.
–Pero... –repuso Fudge con la voz quebrada.
–¡Si le parece!... –dijo Dumbledore más alto que antes, aunque sin variar su sonrisa cándida y abierta.
–Por supuesto, Dumbledore –dijo visiblemente enojado–. Ya dispondré yo nuestro próximo encuentro. Las funciones de ministro son muy extensas, entiéndalo.
–Me hago cargo –susurró Dumbledore.
–¡Y hasta puede que le tenga que enviar un secretario! –dijo–. Yo no quiero perder demasiado el tiempo¿no le parece?
–Si me envía un ayudante lo entenderé –dijo Dumbledore de buen talante–. Lo trataré igual o mejor que a usted, si eso es posible.
Fudge se quedó mirando a Dumbledore de arriba abajo, sin saber qué responder. Avanzó hasta la chimenea y se paró a un paso de ella. Se quitó su sombrero picudo y dijo:
–Que tengan un buen día, señores.
Y se marchó.
Dumbledore anduvo hasta sentarse detrás del escritorio. Sonreía.
–Buenos días, Remus –dijo alegremente–. ¿Quieres sentarte?
Remus se sentó pesadamente en el asiento vacío, sin responderle al saludo. Dumbledore se lo quedó mirando entre extrañado y divertido, sin disimular su amplia sonrisa de satisfacción. Se echó hacia delante, sin dejar de escudriñar el rostro de Remus, cada ápice de sus ojos.
–¿Tengo algo en la cara? –preguntó Remus abiertamente, sin asomo de escrúpulos.
Dumbledore se echó a reír frenéticamente, como un hombre enloquecido. Su carcajada era limpia, y la barba se movía de arriba abajo con vehemencia. Hacía gracia verlo, pero Remus se contuvo de sumarse a la risa.
–Veo que no estás de humor –dijo Dumbledore, sereno.
–Pues no –afirmó Remus–. Lo cierto es que no mucho...
–Puedo entonces suponer que Sorensen ya te ha dado la poción multijugos. ¿Me equivoco? –Remus asintió, sonriendo irónicamente. Dumbledore intentó ponerse algo más serio–. No es para nada malo, Remus, créeme. Es para la misión que...
–¡Sí, esa misteriosa misión de la carta! –exclamó Remus impaciente–. ¿Qué demonios es?
Dumbledore sonrió.
–Es una tontería, Remus –dijo con aspecto grave–, pero a la par es algo sumamente importante. Al menos para mí... No quiero haberme equivocado.
–¿Por qué lo dices? –preguntó Remus.
–Remus –se puso muy serio el director–¿entiendes algo de fontanería?
La cara de Remus era un poema. En verdad no había escuchado esa palabra en su vida, y aunque la hubiera escuchado la pregunta no era menos estúpida. ¡Él era un mago! No había visto una cañería ni por casualidad...
–¿"Fontanería"? –repitió Remus–. ¿Qué diantre es eso?
–Es tu misión, Remus –explicó Dumbledore pacientemente–. No importa si no sabes nada.
–Pero ¿qué demonios es la "fontanería"? –insistió Remus.
–Es una práctica muggle –dijo Dumbledore–. En tu casa habrás visto el grifo y el fregadero en la cocina¿no es así? –Remus asintió, visualizándolo todo lo mejor que podía–. Al igual que el grifo, por las paredes hay unas tuberías que traen el agua a las casas. Tan sólo tendrás que arreglar una cañería.
–¿Cómo? –preguntó escandalizado–. Nunca me he parado a ver las tuberías de casa de los Nicked. No sé cómo se arreglan...
Dumbledore sonrió pronunciadamente.
–Muy fácil –dijo–. Te estuve enseñando aquí siete años. Espero que sepas hacer algo.
Había algo a Remus que no le cuadraba. ¿Había querido decir con magia¿Quería Dumbledore que Remus le arreglara las cañerías de su casa? Remus no recordaba que Dumbledore tuviera agua corriente. ¿Quería el director que le hiciera algún favor a alguien?...
–Mira, Dumbledore –se excusó–, yo no entiendo de nada de eso. ¿Cómo quieres que lo haga¿Dónde¿No me irás a decir que ésa era la importante misión que me ibas a conferir, verdad? Entonces¿para qué la poción multijugos?
Dumbledore volvió a sonreír.
–En cuanto salgas de este despacho activaré los mecanismos para llevar a cabo la misión. Lo harás mágicamente, como es lógico; aunque deberás ser cauto, porque actuarás en una casa muggle. –Remus se asombraba más a cada momento–. Por eso la poción multijugos es muy importante.
–Pero ¿por qué? –inquirió Remus–. ¿Es que tengo cara de mago y Sorensen no?
–No, no es eso –dijo Dumbledore sonriendo–. Es que a ti te conocen y a Sorensen no. –Remus no repuso nada. Estaba esperando que el anciano brujo lo dijera todo de un golpe. Interrumpirlo era peor: acababa yéndose por las ramas–. Irás a la casa de Harry Potter.
–¿Cómo? –inquirió Remus sin comprender–. ¿Por qué?
–Porque hay que vigilar atentamente a Harry –explicó Dumbledore sin inmutarse–. Todas las noches me aparezco en su diminuta habitación, una simple alacena que le han dejado, cuando él está dormido. Me quedó un rato observándolo mientras él sueña. –Remus lo escuchó cautivado. No sabía que Dumbledore se introdujese a escondidas en casa de los Dursley–. Durante día y noche, Fawkes, mi fénix, sobrevuela la casa para vigilar al pequeño. –Remus desvió instintivamente la mirada hacia la percha, y se dio cuenta por primera vez de que el fénix no estaba–. Si Harry Potter está en peligro, me alertaría. ¿Entiendes? –Remus asintió, aunque no sabía exactamente a qué se refería con aquello de si entendía–. Hay que vigilar al pequeño.
–¿Por qué? –preguntó Remus impaciente.
Dumbledore se calló, bajó la mirada y tragó saliva.
–¿Confías en mí? –preguntó. Remus se lo quedó mirando sin entender y asintió débilmente, una única vez–. Sé cosas que, por el momento, prefiero saber sólo yo. Él sabe que lo sé y por eso hay que vigilar a Harry.
–¿Él¿Quién? –inquirió Remus.
Pero Dumbledore lo miró tan fijamente que Remus prefirió no insistir en aquel punto.
–No puedo aparecerme a pleno sol en la casa de los Dursley –siguió explicando Dumbledore–, por lo que ésa será tu misión, Remus. Quiero que te percates del trato que le conceden a Harry sus tíos y me lo comuniques.
–¿Y por qué no vas tú mismo? –preguntó Remus tranquilamente, sin parecer grosero–. O Sorensen... Te puedo dar la poción y tú te convertirías en Sorensen¿no?
Dumbledore le sonrió, divertido.
–¿Es que no quieres aceptar este trabajo, Remus? –preguntó Dumbledore enarcando ambas cejas–. ¿No quieres los veinte galeones que te voy a pagar por él?
–¿Cómo? –inquirió Remus–. No hace falta que me pagues por esa tontería. No tengo que hacer nada. Bueno, sí, aprender un poco sobre "fontanería"...¡pero ya está!
–Remus, te voy a pagar –dijo Dumbledore en un tono de voz que no admitía réplicas–. Ahora mismo llamaré a Arabella y le diré que eche la poción que le di por la alcantarilla de casa de los Dursley. –Dumbledore suspiró–. Harry es aún muy pequeño para que lo dejen con Arabella¿sabes, Remus? Es una suerte que no se acuerden de ella de la boda de Lily y James. Arabella me ha dicho que se ha encontrado con Petunia en varias ocasiones en el supermercado y que le habla con absoluta normalidad. Bien... –Se distrajo con algo que había en la ventana–. Llamaré a Mundungus para que pinche la línea de teléfono del fontanero.
–¿Para hacer qué? –inquirió Remus.
Dumbledore sonrió.
–Ya te avisaré para hacer tu parte –le dijo–. Tómate la poción en la puerta de su casa. Sabes que sólo tienes una hora.
Remus se levantó, asintiendo. De pronto se detuvo y se atrevió a preguntarle a Dumbledore algo de lo que se acababa de acordar, de pronto:
–¿Puede ser que haga cosas raras porque sea un licántropo?
Dumbledore lo miró un instante, sorprendido por la pregunta. Después asintió.
–Sí. Eres un hombre lobo adulto. Puede que estés desarrollando ciertos sextos sentidos: olfato, vista, oído... ¿O es que ya no recuerdas lo que haces con tu varita, eso de lanzar los rayos a metros de distancia, porque escuchas el rasgueo en la punta de la varita de tu adversario? Es normal. ¡Ah! –exclamó Dumbledore, cuando Remus andaba solemnemente hasta la chimenea–. Pídele a Matthew que te explique unas cuantas cosas sobre fontanería. Necesitarás tener una idea...
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Sorensen se sacó la varita y le dio un toque leve al volante. La furgoneta, de color gris, se detuvo ante la puerta del número cuatro de Privet Drive. Remus tragó saliva.
–Tranquilo, Remus –dijo amablemente Sorensen–. Lo harás bien. Tu suegro te ha explicado muchas cosas, y espero que el libro que te saqué de la biblioteca te sirva de algo...
Remus asintió. No le salían las palabras.
Se sacó la botellita del mono azul marino, con peto incluido, que llevaba puesto y se tapó la nariz. Se animó a sí mismo y se bebió todo el contenido, hasta la última gota, aunque estaba repulsivo.
–¡Qué asco!... –bufó con una mueca de repugnancia.
Y Sorensen se quedó mirando a Remus, sentado a su izquierda. Su rostro se fue diluyendo como la tinta bajo la lluvia. Sus ojos castaños se colorearon y su iris se hizo tan oscuro como el de Sorensen, herencia paterna del padre de ambos. El pelo de Remus se estiró y aclaró, y las puntas se curvaron en bucles ociosos. La piel se le blanqueó. Sorensen miró a Remus, y se encontró a sí mismo, que se devolvía la mirada, como si se estuviera mirando en un espejo. Sonrió; era una escena bastante atípica y divertida.
–Tienes una hora –le recordó Sorensen–. ¿Llevas el móvil? –Remus se toqueteó hasta encontrarlo en un hondo bolsillo y asintió–. Bien. Cuando falten cinco minutos te aviso¿vale? Te acordarás de cómo cogerlo¿no? –Remus asintió, aunque estaba tan nervioso que no estaba seguro. Sorensen blandió su varita y aparecieron varios números en el parachoques, números que iban hacia atrás: Remus se percató de que era la cuenta atrás; ¡le quedaban cincuenta y ocho minutos!–. Todo saldrá bien, Remus. Tranquilo.
Sorensen le abrió a Remus la puerta de la furgoneta y el chico se bajó. El sol de la mañana lo deslumbró un momento, pues le dio de lleno. Elevó la vista, utilizando la mano como visera, y contempló el iluminado cielo azul. Vio un punto insignificante que parecía moverse allí en lo alto. No se veía lo que era. Escuchó un graznido: era el canto de un fénix...
Remus se volvió para ver si Sorensen también lo había oído, pero, al parecer, sólo él se había dado cuenta. Aquello debía haber sido su oído... El oído aguzado de un licántropo...
Avanzó hasta la puerta. Cogió el aldabón con su mano derecha, aunque aquélla no era su mano. No se acostumbraba a ser Sorensen. Llamó.
–¡Ya va! –gritaron desde dentro.
Abrió la señora Dursley, con una redecilla en la cabeza. Seguía como Remus la recordaba. Lo invitó a pasar y lo condujo hasta la cocina.
–Es ahí –dijo señalando el mueble del fregadero.
Pero Remus no miraba el mueble, sino el niño que jugueteaba sentado en su alta silla de bebé. Era Harry Potter... Había crecido bastante, aunque estaba menos regordete que cuando bebé. Jugaba distraído, sin devolverle la atención que Remus le prestaba.
–Disculpe –dijo Petunia enfadada–. Ha venido a arreglar el fregadero¡no a contemplar al niño! –gritó–. Si me presta atención...
–Lo siento, discúlpeme usted –dijo Remus sin fingir la voz de Sorensen, que era mucho menos grave que la suya, porque no era necesario.
Después de soltarle una verborrea sobre los problemas que últimamente les estaba dando el fregadero y las razones por las que, según ella estimaba, debía estar ocurriendo, la señora Dursley le dijo que se iba al piso de arriba a cambiar a su hijo, que lo dejaba trabajar tranquilamente y que la avisara en caso de que tuviese el más mínimo problema.
Pasó de largo delante de Harry, sin hacerle una carantoña ni nada.
Se habían quedado solos...
–Hola, Harry –susurró Remus sonriente–. ¿Qué haces?
Se acercó y acarició la cabeza del pequeño. Le apartó el pelo de la frente y contempló la voluminosa cicatriz en forma de rayo. El chiquillo no le prestaba atención.
–¿Quieres una gragea? –preguntó Remus.
Harry se volvió hacia él con sus ojos verdes completamente iluminados y dijo sí sendas veces. Remus se sacó del bolsillo una gragea de color roja.
–Es de fresa –le explicó–. Por el color temí que pudiese ser sabor a sangre, pero le di una chupadita pequeñita para ver si me equivocaba y no, es fresa.
Harry cogió la gragea y se la metió en la boca, relamiéndose de gusto. Le hacía un voluminoso montículo en el carrillo.
Remus se sonrió. No parecía del todo mal, aunque la ropa le quedaba algo ancha y estaba bastante más escuálido que cualquier niño de esa edad. Además, por la cara que estaba poniendo con la gragea parecía que no lo mimaban mucho...
Pero ahora continuaría con sus pesquisas. Miró el reloj que colgaba de la pared de la cocina y vio cómo el secundero avanzaba sin pausa. Abrió la doble puerta del mueble que había bajo el fregadero y se encontró con las tuberías que huían, escondidas, por la pared.
(Inicio del flashback) El señor Nicked le abrió la puerta del fregadero. Le dijo a Remus que se acercara y activó el grifo.
–¿Lo ves? –le dijo–. El agua sale por este agujerito, recorre todo este largo tubo y va al gran tubo de todas las casas. De ahí va a la depuradora, porque¿sabes, por ese gran tubo también van las caquitas de todas las casas y de todas las personas¡y a veces hasta de las mascotas más limpias!
–Matthew¡al grano! –le rogó Remus–. A mí qué más me da la depuradora o el tubo grande. Yo quiero saber qué tengo que arreglar aquí.
–Pues depende de lo que se haya roto –dijo delicadamente–. Yo no soy un gran experto, pero siempre que se ha atrancado el fregadero lo he solucionado sin tener que llamar al fontanero. –Empezó a quitar piezas del tubo–. ¿Lo ves? Mira, tú sacas. Y ahora no puedes darle al agua, por ejemplo –dijo hablando como un experto–, porque si lo haces... –Abrió la llave del grifo. El agua se coló por el fregadero y se derramó por el suelo de la cocina–. ¿Lo has visto? Ya no hay tubo por donde corra el agua... Que esto no es como la magia, muchacho. ¡Aquí hay que usar la lógica! –Remus asintió–. Luego, quitas este otro tubo y ¿ves? Ahí está el quid de la cuestión. –Le explicó otras cuantas cosas más–. Y ahora¡a montarlo¿Esto dónde iba? –le preguntó a Remus, que se encogió de hombros–. Vamos, chaval, tienes que acordarte.
–No, en serio –replicó Remus.
–¡Joder! –exclamó el señor Nicked intentando encajarlo en cualquier sitio. Al final se hartó y desparramó las piezas por el suelo–. Si te pregunta mi mujer, le dices que ha sido Helen. ¿Vale? (Fin del flashback)
Remus comprendió que no estaba aún lo suficientemente familiarizado como para probar a hacerlo al modo muggle. Se sacó la varita del bolsillo y apuntó con ella al fregadero. En un tono de voz medio convocó:
–Reparo.
Un rayo de luz grisácea salió de la varita de Remus, dando a parar en el mueble. Harry, que degustaba con agrado su gragea, aplaudió maravillado por el juego de luces. Remus se acercó al fregadero y abrió el grifo. Lentamente el agua fue desapareciendo por el agujero de fuga. Estaba solucionado; Petunia le había dicho que el agua se quedaba atrancada y había que desatascarla.
Remus se giró y se volvió con Harry. Le acercó su caballito de juguete, un desgastado caballo de madera al que le faltaba media pata y que tenía la mitad de las crines arrancadas, y se puso a jugar con él. Imitó el sonido del relincho y las herraduras de las patas cuando corren.
–Particularmente –dijo, más para sí mismo, porque el pequeño no lo iba a entender–, a mí me gustan más los hipogrifos, que también tienen alas. Son más prácticos, porque vuelan.
–¡Volar! –exclamó Harry con emoción y señaló el techo–. Una moto...
Remus miró hacia arriba pero no vio nada. Estaba a punto de preguntarle a Harry qué había querido decir, cuando escuchó pasos. ¡Petunia! Corrió hacia el fregadero y metió medio cuerpo en el mueble. Hizo como que se afanaba en su trabajo, resoplando de vez en cuando por la extenuada fatiga que fingía realizar.
–¿Cómo va eso? –preguntó Petunia en tono de superioridad.
–Bien, bien –dijo Remus asomando media cara–. Ya está casi listo. Es una cosa sin importancia.
–¿Sin importancia? –repitió Petunia recriminitoriamente–. Esperemos, entonces, que el precio también sea "sin importancia".
Cogió Petunia a Harry y lo sacó de la silla de bebé. Lo sentó en una silla de las normales que había alrededor de la mesa de la cocina. Cogió a su hijo, Dudley, que era rubio y gordo como una pelota de sebo y lo sentó en la silla de bebé en la que hasta hacía un momento había estado Harry. Se dirigió a éste y le quitó el caballito; se lo entregó a su hijo, que se puso a jugar con él y enseguida le arrancó la cabeza en un golpe brusco contra la mesa. Harry se echó a reír.
–Pórtate bien, Potter –dijo Petunia como si hablase con un delincuente al que dejaba al cargo de su objeto más preciado. Agarró la silla y la desplazó hasta ponerla junto a la alta de su primo–. ¿Le importa que me ponga a cocinar algo¿Le estorbaría? –preguntó a Remus.
–¡En absoluto! –exclamó. En realidad él no estaba haciendo nada de nada, así que poco podía molestarlo–. Esto está casi ya.
Dudley cogió el caballito y le dio con él un golpe a Harry en la cabeza. El pequeño y delicado Harry se puso a llorar, berreando a gritos. Petunia se volvió enojada.
–¡Harry, cállate! –bramó–. ¡Deja de molestar a tu primito Dudders!
–Pero si no ha sido él –repuso Remus sorprendido–. El chico rubio le ha dado con el caballo en la cabeza.
Petunia se volvió hacia él con los ojos irradiando una fuerza y una furia indescriptibles.
–¿Le digo yo a usted como tiene que criar a sus hijos? –gritó–. Y no se supone que está trabajando. ¡Vuelva al fregadero y deje lo que los niños están haciendo a los niños!
Remus, que volvió a fingir que arreglaba el fregadero, dando de vez en cuando golpes sordos para que pareciera que quitaba y movía tubos, se preguntó de nuevo cómo Dumbledore había tenido la sangre fría y poca inteligencia de dejar a Harry en aquella casa. Hasta Helen y él lo hubieran cuidado mejor.
Ya estaba harto de estar metido allí en aquel mueble, bajo el fregadero. Le hubiera gustado que Petunia se hubiese quedado con el niño gordo y rubio arriba para poderse quedar él hablando con Harry. Hacía tanto tiempo que no lo veía... Y además se había tumbado en una posición muy incómoda. Le chillaban las costillas y los riñones parecía que fueran a explotar de dolor.
–¿Y qué tiene exactamente el fregadero? –preguntó Petunia mientras freía algo en el fogón.
Remus se quedó un momento indeciso. ¿Qué iba a decir?
–Está atrancado –dijo simplemente.
–Eso es lo mismo que le había dicho yo... –le dijo Petunia sin ser aprensiva. Más bien parecía orgullosa de haberlo adivinado.
Algo le vibró en el bolsillo. Remus se asustó y dio un brinco. Se pegó un cabezazo con el fregadero y vio las estrellas.
–¿Qué le pasa? –preguntó Petunia alarmada.
Para entonces el volumen del timbre del móvil ya era completamente audible y Remus salió. Se sacó el móvil del bolsillo y se lo enseñó a la señora Dursley.
–Me están llamando –dijo. Tanteó un momento sobre las teclas hasta que recordó que debía pulsar la de color verde–. ¿Sí?
«Soy yo¡Sorensen! Debes salir inmediatamente de ahí. Faltan dos minutos.»
–¿Qué? –le gritó–. ¿Por qué no me has avisado antes?
«Lo siento. Me he peleado con una vecina vieja y cascarrabias de la señora Dursley. Me ha dicho que era una zona residencial¡que me fuera a aparcar a otra parte! Me ha amenazado con llamar a la policía.»
–¿A quién?
«¡Una especie de aurores muggles! Pero tienes que salir inmediatamente de ahí. Un minuto y medio...»
–Vale, entendido –dijo Remus–. Cuelga tú este chisme.
Se guardó el móvil y se dirigió hacia la señora Dursley impacientemente.
–Me tengo que ir –le dijo apresuradamente–. El fregadero está como nuevo.
Y echó a correr, camino de la puerta.
–¡Espere, espere! –La señora Dursley lo acompañó hasta la puerta–. ¿Cuánto es?
–¡Nada, nada! –exclamó–. Ya le he dicho que ha sido una cosa sin importancia, una tontería. –Abrió la puerta–. Hasta otro día.
–¿Se encuentra bien? –preguntó–. Oiga¿qué le pasa a su pelo¿Le ha dado el sol y se ha vuelto más oscuro?
Remus se quedó de piedra. Pronto se empezarían a encoger los cabellos.
–Buenos días, señora –dijo y echó a correr hasta esconderse en el interior de la furgoneta. A salvo.
–¿Cómo está Harry Potter? –le preguntó Sorensen mientras el cambio de aspecto de Remus se acentuaba.
–Fatal –contestó Remus sin aliento–. Pero arranca, no quiero que su tía se acerque y vea que ya no soy el mismo que hace un minuto.
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Remus salió del despacho de Dumbledore con treinta galeones en el bolsillo. A la hora de pagarle, aunque Remus se había vuelto a oponer, Dumbledore había opinado que veinte galeones era poco, así que aumentó la cifra con diez más.
Ahora se preguntaba qué iba a hacer con ellos. Tenía una ligera idea. Tenía veintidós años; era hora de emplear ese dinero para algo útil. Sonrió. Era hora de emplear el dinero.
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(MÁS ILUSTRACIONES DE ELENA SOBRE MDUL COMO SIEMPRE EN "STORY-WEAVERS": nueve fantásticos dibujos nuevos los que sus dotes artísticos se mejoran y la encumbran a unos grados de perfección que merecen toda clase de elogios por mi parte. Y, cosa aún más importante, APARECEN LOS PRIMEROS LECTORES-PERSONAJES DIBUJADOS, aspecto que agregará intriga sobre qué serán en MDUL: en concreto, Ann Thorny, Eva Rodríguez, Joanne Distte y Rosario Castro –bajo el más estricto orden alfabético–. Y muchos más aparecerán en próximas entregas... ¡También esperamos sugerencias!).
(NUEVO CAPÍTULO DE SALVANDO A SIRIUS BLACK: "Final 3 (cap. 1)").
Vaya, otro capítulo liquidado. Cuán poco falta ya para que lleguen mis capítulos favoritos, para que lleguen los lectores-personajes. ¿No tenéis ganas? Yo, por el contrario, sí: lo estoy deseando. Y me gustaría ver vuestras caras para saber qué expresiones más variopintas adoptan, la verdad. Pero me conformo con poderlas ver el próximo capítulo, que sí, esta vez sí, colgaré dentro de una semana. El viernes, 20 de mayo colgaré el próximo capítulo, día éste en que comienza la feria en mi ciudad. Qué pena que esté asfixiado de exámenes.
Avance del capítulo 40 (HELEN NICKED YA NO EXISTE): Planto de estrellas. ¿Por qué llorar cuando allá abajo se celebra una fiesta? Una decisión difícil de tomar que quebrará la relación tal como la conocíamos hasta el momento y esto se concluirá con un final realmente atípico: la niña y el lobo.
La niña y el lobo... Verdadero argumento de MDUL, algún día todos te conocerán. Pero, hasta entonces, sólo sabrán de ti indicios.
Un saludo a todos muy FUERTE de KaicuDumb (exigidamente conocido como Quique).
