«En un beso, sabrás todo lo que he callado.» (Pablo Neruda, cedido por Laura (Piki), y lo añado porque viene bastante a propósito del capítulo y lo que Helen ha guardado en su interior, como un secreto).
Respondo "reviews" (fiel a mis principios, firme ante la adversidad):
PIKI. Hola, preciosa malagueña. En primer lugar, antes de pasar a cualquier otro asunto, quería confesarte que me hizo más que mucha o muchísima ilusión encontrarme contigo en el "messenger" y poder así mantener una conversación; aunque también hay que reconocer que no fue mucho el tiempo (lástima, me tuve que ir) compartido y, por lo tanto, las palabras quedaron como huecas. ¿No te dio a ti esa impresión? Quizá sólo sea cosa mía. Bueno, lo importante es que, sea como sea, siempre sabemos el uno del otro y eso es lo importante. A ver el día que yo vaya a Málaga o tú vengas a Córdoba, que entonces sí podríamos hablar sin límite inmediato y sin mediar estos chismes con los que no simpatizo mucho, la verdad. Mencionas en no sé qué parte de tu "review" que aprecio mucho a las personas que me leen y que me siguen con asiduidad; bueno, no es así realmente. Ya te dije que contigo fue especial; desde el primer "review" me di cuenta de que ibas a ser una lectora especial, más que eso: una amiga. Sí, me di cuenta de inmediato. Incluso en el mes largo que estuviste sin leer por problemas técnicos ajenos a tu competencia, aunque es obvio que no podías seguirme con la frecuencia con que solías, aunque no nos encontrábamos ni hablábamos, yo seguía conservando hacia ti ese cariño que ya te he expresado y que me satisface sobremanera que hayas confirmado que es correspondido. Bueno, después de esta larga perorata, con la que sólo quería explicar algo por dar a entender que no es sólo tu afán en leerme el que me hace tenerte ese aprecio, sino más bien cómo eres de simpática, de agradable, de comprometida... Sí, no puedo menos que estar más que de acuerdo contigo: eres muy mimosa y cuidadosa, y no me extrañaría que la gente (tus amigos y familiares) te quisiera mucho por ello, porque es un don ideal. También es cierto que acojo a todos los que os acercáis con los brazos abiertos, pero es lo menos que puedo hacer después de haberos tragado casi sin rechistar todo lo que he escrito a lo largo de una intrépida singladura de más de cuarenta capítulos. No sé, otros autores de esta página me parece que tienen un comportamiento muy frío limitándose a responderles sin llegar a dialogar realmente; no sé si me entiendes, pero yo quiero crear un vínculo con todos vosotros, dondequiera que estéis, cerca o lejos. No se presenta en la vida un oportunidad tan exquisita en la vida de conocer a personas tan dispares, con culturas y tradiciones tan distintas entre sí, al alcance de la mano todas juntas por un proyecto en común que, sí, quizá, lidere yo pues soy quien lo escribo, pero MDUL es de todos y tú puedes decir que es tuyo, y Paula puede decir que es suyo, y Laura y Ana y Eva y Sara y Marcela y Andrea y Angelina... ¡De todos! Todos me ayudáis a inspirarme, a sentirme motivado con lo que hago, y lo que escribo lo hago pensando en vosotros y por vosotros. Por eso mismo¿acaso me cuesta a mí diseñar personajes basados en vuestra personalidad (no siempre) y en vuestros aspectos? En absoluto. Pero me parece un hermoso regalo con el que pagaros vuestra entrega. Y, aún así, quisiera hacer más. Sí, también comparto que la mayoría de los autores de "fanfiction" son un poco más fríos porque conozco a muchos y porque también soy lector, pero es que esa flema no es propia de mí; y, si considero que algo realmente me importa y quiero luchar con ello, soy un perfecto león. Vaya si me he enrollado... Por cierto, lo de la fecha de nacimiento de Matt, evidentemente, es mera coincidencia, pero me alegra que surjan esas coincidencias. Estoy muy emocionado con saber que tú, a tu vez, también lo estás con tu personaje; no te quepa duda de que estoy trabajando mucho en él para que salga a pedir de boca. Espero que te encante. Deseándote lo mejor, que no pases mucho calor, que disfrutes del verano y de las vacaciones que lentamente se van consumiendo, te doy de nuevo mil gracias por el ánimo que me inspiras y por tus palabras alentadoras, te agradezco tu simpatía, y me despido mandándote fuertes besos de parte de Elena y, claro está, también mía, esperando asimismo que tú tampoco estés pasando mucho calor.
DRU. Hola, querida Dru. Es un corto "review" el tuyo de esta semana, pero trataré de darle una respuesta lo más digna posible para que no desluzca al lado de otros. En primer lugar, claro que espero que me avises si en un futuro próximo vuelves por aquí (por Córdoba, me refiero). No sé por qué no se te ocurrió avisarme ya entonces cuando viniste: quizá fue por falta de previsión o porque a lo mejor no recordabas exactamente que ésa era mi ciudad. Fuera lo que fuera, tampoco te guardo rencor, no vayamos a confundir términos, pero habríamos podido conocernos en persona, lo cual en muchos otros casos es más que un sueño. Pero, en fin, tampoco espero que vayas a venir de nuevo próximamente, conque podríamos hacer un tupido velo a esta conversación y pasar a comentar otros aspectos de nuestra relación de amistad y comentarios acerca del "fanfic". Acerca de éste tengo varias cosas que decir que están en relación con tu "review". Evidentemente, la primera es que algún día se descubrirá qué relación tienen Matt y la luz violeta y porque éste, aparentemente, quiere asesinarlo. En segundo lugar, ya os pedí paciencia en cuanto a lo del sótano, porque se darán muchas pistas en capítulos próximos, pero no se dice nada concreto hasta dentro de muchos de ellos. No puede ser de otro modo, ya que, si se desvela de golpe, se pierde la emoción. Además, todo tiene que aparecer en su justo momento y no pueden mezclarse acontecimientos. Tan sólo te puedo anunciar que el sótano es un lugar que tiene mucho que ver con Remus y que por él es él mismo. ¡Qué lioso! Nadie conoce sus secretos, sino sólo uno. La luz violeta también es Remus, puesto que todo lo que contiene ese sótano forma parte de él. ¡Todo! Y en el resto de la casa aún hay más secretos que desvelar... Por ejemplo, otras cámaras secretas. Pensarás que Remus se va a volver paranoico; pero no, siempre ha estado predestinado a vivir en ella. Bueno, tu "review" no dice mucho más y yo tampoco es que tenga mucho tiempo ni ganas de estar con el ordenador, porque se me ha estropeado el ratón (otro de los tantos problemas que me viene acarreando) y tengo que venir hasta aquí utilizando combinaciones de teclado y dejarlo todo cerrado y todo, todo, hacerlo con el teclado. Es lioso; suerte que de siempre me ha gustado más que el ratón y me conozco todas las combinaciones posibles. Pero imagino que tendré que arreglarlo. Bueno, un besote muy grande.
ATENEA217 (ANDREA B.). Hola, Andrea. Veo que te has cambiado el nombre, o quizá es que nunca te he visto ése. Estoy más acostumbrado al otro. Pero Atenea está igualmente bien. En primer lugar, bienvenida de nuevo y espero de la forma más insistente posible que tus exámenes, que te han mantenido un poco alejada, te hayan salido lo mejor posible y hayas triunfado con tus calificaciones. Espero que ahora puedas remontar un poco con MDUL, en el que también están sucediendo cosas de infarto (como los exámenes). En tu escueto "review" me hablas sobre tu personaje y es sobre eso de lo que te hablaré, si no te importa. En absoluto se me había olvidado el personaje de Andrea, el cual ya llevo bastante preparado. Sé cuándo aparecerá, aunque no sé todavía muy bien cuándo llegará ese capítulo. Te puedo decir que es un personaje de procedencia francesa que llega a Gran Bretaña para probarse a sí mismo. No sé cómo será Andrea en francés, pero considero que ése será tu nombre. Si quieres que te busque un apellido, me lo dices; y, si te lo quieres buscar tú, también, por favor. No sé si me está permitido decir mucho más sobre el personaje. Bueno, sí, que necesitaría una foto para poder describirte; la mayoría de la gente me la suele hacer llegar a través de Story-Weavers. Si tienes problemas, estoy aquí para ayudarte en todo lo que sea preciso. Paciencia con tu personaje, que no aparecerá hasta la segunda parte de MDUL, como todos los que estoy preparando en este momento. Pero seguro que satisfará porque aparece en un contexto envidiable y además tiene una cierta importancia. No te preocupes, y no te extrañes de que te dé un personaje porque, siempre que pueda, todos tendréis uno, y tú has leído mucho y me vienes acompañando en esta particular singladura desde hace mucho tiempo y ya venía siendo tu hora. Sólo espero que te agrade. Un beso muy fuerte, Andrea. (Añadido posterior en relación con tu último "review"). Hola de nuevo, Andrea. Te compadezco mucho por lo de tu pobre gata, en serio. Nunca he tenido una mascota y podrás pensar que no sé lo que se siente, pero, bueno, sí, tampoco soy un insensible; además, atropellada... ¡Qué maldad! Si al menos hubiera muerto de senectud, hubiera quedado la compasión de que su tiempo había llegado y ya era inevitable. Pero tampoco quiero agobiarte más, seguro que el recuerdo, si es que querías mucho a ese animal, ya es suficiente triste. Qué suerte que ya hayas acabado de leer todos los capítulos que te restaban, de lo que se deduce que tu novio al menos te ha dejado un poco de tiempo. Olé por él. Del 42 no te perdiste gran cosa, aunque me extraña que la página no dejase mostrar los últimos párrafos, nunca me había pasado, pero sólo se comenta en ese último pasaje que Remus ha perdido el trabajo, Helen cuenta cómo se enfrentó a Joanne Distte y Albus y Sorensen ríen y el licántropo acaba aceptando la homosexualidad del último porque le insinúa cuándo va a traerle un cuñado. Hay una cosa de tu "review" que aún hoy no he conseguido aclarar: "aunque quiero accin". ¿Qué es "accin"? Esperemos que me lo resuelvas próximamente. Un beso de nuevo y espero volverte a ver pronto.
LUNIS LUPIN. Hola, querida Lunis. ¿Qué tal estás? Me alegra muchísimo que el niño te gustase, aunque espero que reconsideres lo del nombre de Albus Lupin, porque tiene su gracia, je. Me ha encantado tu disertación sobre la conducta verbal de los pequeños, me ha parecido acertada y conveniente; aunque debo admitir que ya lo sé. Entonces, te preguntarás por qué no la he puesto en práctica¿verdad? Bueno, para cuando escribí el capítulo que colgué ayer estimo que sería alrededor de septiembre u octubre del año pasado, cuando mi conocimiento sobre las conductas pueriles era más que limitado. Pero este año he tenido que dar Lingüística y uno de los temarios era Psicolingüística, que incluía todo sobre la adquisición del lenguaje por parte de los niños y las etapas de su aprendizaje. Entonces¿por qué no lo apliqué en el capítulo, te volverás a preguntar. Pues porque no deseaba modificarlo, a pesar de que ya sabía que un niño de un año y medio no tiene esa verborrea que le he otorgado a éste. Bah, es un fallo sin importancia (qué digo, me pesa mucho, pero tampoco me pienso lapidar). En próximas ocasiones (si los Lupin tienen más hijos), pondré en práctica mis conocimientos y mis consejos. Pero se agradece muchísimo que te interesaras por adjudicarme tus conocimientos e instruirme al respecto; no sé si los demás también se han dado cuenta o qué, pues ninguno ha dicho nada, pero tú eres la única que me ha instruido. Cuando Elena leyó tu "review" dijo: «Bueno, es que Matt es un niño prodigio.» Pero no es una explicación que convenza. Gracias de nuevo. Sobre lo de Sorensen, mucho dará que hablar, pero tu ojo clínico sobre la homosexualidad sabrá decirte más que lo yo mismo podría explicarte. Dejaré que sea tu instinto quien intente reconocer todas las pruebas aprehensibles en el relato y trate de resolver el enigma antes de que MDUL ofrezca la respuesta; porque, claro está, después de esto se habrá de responder si Sorensen es gay o no. ¿Qué opinas? Sí, Harry está a punto de salir; sólo unas semanas más de atenta espera. Helen no le cuenta mucha de sus visiones a Remus (en especial una, que se hará realidad en el primer capítulo de la segunda parte) porque cree firmemente que es mejor dejar que sea el propio Destino quien le sorprenda, ya que ella es su mediadora y sabe lo que ha de pasar, él no. Sólo quiere no estropearle la emoción de los acontecimientos venideros. Aunque Albus también tiene algo que ver; hay muchas cosas que prefiere que se guarden aún en secreto, pues él mismo tiene muchos que ocultar. Sobre lo de por qué Remus no habla de Matt y Helen cuando llega a Hogwarts... no quiero reventar el argumento, pero está claramente preparado. La luz violeta quiere matar a Matt. ¿Lo conseguirá¿Sucumbirá Helen a alguna desgracia¿Por qué todos pensáis que morirán? Quizá porque Remus está muy triste en tercero. ¿Estáis en lo cierto sobre el destino de Helen y Matt y será ésa la causa de la terrible melancolía del licántropo? Me reservo la respuesta. Pero lo que no me reservo es mi más sincero ánimo para que se te dé bien ese examen que se presenta por el horizonte, el que seguro te estarás preparando fuerte y con ánimo. Aunque lejos, sabe que aquí yo te estoy apoyando mentalmente e, inconscientemente, sé que te saldrá perfecto. Un besote enorme.
PADFOOT HIMURA. Hola, querida Karina. Qué suerte que recibieras el correo y lo pudieras leer; temía que no te llegara (cosa que, por otro lado, nunca me ha sucedido, conque no era una de mis prioridades al pensar en ello) o que lo leyeras después de leer el capítulo y te preguntases "¿dónde demonios ha metido este niño mi respuesta?" Es que tuve bastante problemas con "fanfiction" para responderlos en el capítulo, ya que quise responderlos con posterioridad, pero, como ya te referí, me resulto imposible. No obstante, me satisface saber que no te molesto. ¿Sorensen seguros? Te aseguro que me he reído. Aquí las compañía de seguros tienen nombres raros, pero no llegan a ese extremo, aunque ya me gustaría a mí que hubiese una que se llamase así; estaría encantado de acordarme siempre que la viera de uno de mis personajes favoritos. Y, por lo que veo, para ti también. Sí, Matt también, es un cielo. Y de mayor, para mi gusto, es más cielo todavía. Elena está obstinada pensando que voy a ponerlo malo en un futuro sólo porque un amigo común de ambos le ha metido extrañas ideas sobre que es maligno y cosas parecidas. Pobre... Yo intento demostrarle que no será malo, pero hay ocasiones en que no logro demostrarle nada porque a nada se deja demostrar ella. Y sobre la luz violeta, de la que todavía ella no sabe nada pero de la que se huele algo, también está atemorizada, porque piensa, erróneamente, que quiso matar a Matt llevándolo hasta su padre transformado. Suerte que justo ahorita mismo voy a escribir ese episodio en que se resuelve qué es lo que quería hacer la luz violeta llevando a Matt al sótano de noche. Todo, absolutamente todo, se resuelve tarde o temprano en MDUL, te lo aseguro. Tu personaje... Sí, ya ha llegado la hora de hablar de él. Bien, ya he precisado cuándo aparece, cómo, las referencias de aparición, si conoce a quién, cómo llega, su personalidad... ¡Jaja! Todo. Creo que te gustará, o al menos eso espero. Ya sabes algo de él, con lo que la sorpresa no será muy grande en tu caso, pero espero poder emocionarte si está en mi mano el conseguirlo. No te preocupes por Química y Geografía; a mí la Química tampoco me gustaba mucho, la verdad. Aunque la Geografía sí, me gustaba mucho andarme con planos y andar trazando siempre delimitaciones de fronteras o poniendo leyendas para luego asociar las distintas naciones de acuerdo a un criterio común. Ya ves, una locura. Pero ánimo. Aquí sigo en vacaciones, y aún queda más de un mes (casi dos), conque trataré de aprovechar, que me da la impresión de que las semanas pasan aprisa y no me da tiempo a leerme todos los libros que me había previsto. Y sí, calor hace... ¡muchísima! En estos días parece que el tiempo se ha suavizado, pero de los cuarenta normalmente no bajamos. Si estás hastiada del frío, ven; sería como salir de la nevera para entrar en la cazuela. Bueno, creo que eso es todo, princesita, un beso muy fuerte que espero que te llegue en el momento en que leas esto. P.D.: Mi cumpleaños, satisfaciendo a tu pregunta, es el 31 de este mismo mes; te lo digo porque me has preguntado, que, en caso contrario, me lo habría reservado, ya que a mí no me gustan los cumpleaños. Siempre soy un año más viejo.
NAYRA. Hola, querida Sarita. Me alegra (y no) saber que te has leído ya el sexto libro. ¿Acaso soy el único que no lo ha hecho aún? Parece ser que sí, qué desfasado. Sí, también aquí nos preguntamos cómo es posible que tengamos ánimo para aguantar hasta que salga en español, pero es fácil; para mí es como si el libro no hubiese salido, tan sencillo como eso. Harry Potter y el Príncipe mestizo para mí no existe. Y, aunque te resulte extraño o increíble, no me ha llegado todavía ni un rumor, hecho que agradezco encarecidamente. Sólo que se descubre (ejem... ejem...) quién mordió a Remus; pero eso no se puede tomar por un chivatazo, sino por una pista que alienta la lectura. El otro día pasé por el Carrefour con Elena (íbamos a comprarnos unas bicicletas para no tener que coger el autobús siempre que tuviéramos que salir por ahí) y, al pasar delante del libro en inglés, picado por la curiosidad, lo cogí. Qué necio mi inglés, a pesar de que lo sigo practicando. Entendí que Fudge estaba meditabundo en su despacho y que cogía un teléfono, no más (por favor, que esto no te dé pie a contarme nada... ¡Yo no quise enterarme de nada más ni quiero saber en qué termina esa escena!). Posibilidad de tomar una traducción de Internet, claro que tengo; pero no me satisfarían, lo sé, soy demasiado crítico. Conque no me queda otra que esperar. Y no te creas, lo hago de buen grado. Me satisface, en definitiva, que a ti te haya gustado y demás, porque es signo inequívoco de que va a suponer el mejor de los seis libros hasta ahora escritos, como muchos ya suponíamos. Ahora, al lío... Lo de qué le paso a Helen en su infancia viene ahora, detrás de todo esto que escribo ahora, conque no te anuncio nada. Sí te voy a hablar de por qué Helen nos oculta cosas; ya se lo he explicado a alguien más arriba, pero no me importa repetirlo: Helen es adivina, ya lo sabemos, y precisamente por eso mismo ella es capaz de presagiar cosas que están por venir, y no todas ellas han de ser malas; algunas son... ¡increíbles, y las prefiere ocultar, no revelarlas todavía, cuando incluso son más increíbles, para no fastidiar la posible sorpresa que puedan producir en el momento real. Un lío¿verdad? Lo cierto es que también hay muchas cosas que oculta porque Dumbledore se lo pide, otro que también guarda en su haber muchos secretos. Y quizá alguno de ellos esté relacionado con ese misterioso sótano. Tranquila, que Remus no matará a Matt, aunque a la luz violeta "ganas" (?) no le falten. Mi querida luz violeta, pronto escribiré por qué actúas de modo tan infame a los ojos de mis lectores. ¿Te entenderán? Y sobre Sorensen y Ángela... jejejejejejejeje. Yo también deseo encontrarme contigo en el "msn". Tú ten por seguro de que durante una hora, no sé cuál aproximadamente, estaré siempre conectado el día que preveo que cuelgo el capítulo¿vale? Bueno, un besote muy gordote también para ti que espero que te llegue en mi escoba Estrella Fugaz Ígnea, modelo que me acabo de inventar para insertar en MDUL. ¿Pega? Saludos a Eva (en el momento en que escribo no he sabido de ella, pero, si llego a recibir noticias, tampoco está mal que se los des).
MARCE. Hola, querida Marce. En primer lugar, qué bueno que te tomaste un ratito, pasaste a leer y también me dejaste unas cuantas palabras para que supiese de ti. Te echaba de menos. Aquí a mi lado está Elena, quien, excepcionalmente, me está ayudando a responder "reviews" (al menos el tuyo, y me acompaña sólo, aclara). Acaba de pedirme que te diga que Helen no es mala, que no lo creas. Yo, como no quiero dejar las cosas a medio explicar, haré una breve exposición de por qué parece que Dumbledore y la adivina le ocultan cosas a Remus. Más bien, he de corregir, no le ocultan; simplemente no se las revelan. ¿Por qué? Helen es adivina, ya, sabe que pasarán muchas cosas, cosa que destruye la posibilidad de alegrarse por el hecho en sí cuando suceda¿no?; porque no todo lo que profetiza ha de ser malo. Llegado a ese punto, y comprendido, es evidente que desee guardar ciertas cosas que ha adivinado que atañen a su marido para que éste se sorprenda cuando realmente pase, y no se medio sorprenda ahora cuando la tomaría por loca y le diría "tú estás mal de la perola" o algo parecido. Ella no se lo oculta porque quiera, sino porque lo cree su deber de esposa amantísima. Y, más concretamente, la conversación que estaban manteniendo estaba velada porque Dumbledore lo disponía así. ¿Secretos? No siempre que se oculta algo se ha de tomar como un secreto. Ambos saben que muchas cosas que ellos saben habrán de ser reveladas puntualmente a Remus, y ellos mismos serán quienes se lo digan, pero están buscando el momento adecuado, pues hay muchos misterios que sólo ellos conocen y son tan misteriosos y poderosos que no deben salir de la sombra de eco que les permite el sótano con cierta privacidad. ¿Lo comprendes? Espero que sí. No le tomes nada a mal lo de los secretillos a Helen, porque lo hace por bien de Remus. Al menos así se verá en el primer capítulo de la segunda parte (Rowling santa bendiga ese capítulo). Sí, éste era el secreto de Soren. Jeje... ¿Es gay, no? No es un secreto propiamente, pero sí es algo oscuro. O al menos él está a oscuras porque no ve ni sabe discernir con claridad. ¿Eres adivina, Marce? Jeje... Matt, me alegra que te guste, pero no cree que su padre sea un monstruo; se lo explicarán más adelante y va a ser muy comprensivo con la licantropía de su padre; pero ahora es demasiado pequeño como para que entienda que su padre, al que tanto quiere, es esa extraña criatura voraz que por poco se lo devora. ¡Y todo por la enigmática luz violeta! Bueno, creo que me he explanado demasiado, lo siento. Espero no haberte aburrido con mi disertación. Por cierto, te ha sentado muy mal que Ángela fuera casada y le pusiera los cuernos (sin querer, estaba borracha)al pobre Ryan¿no? Si es que todo encaja... Que eso, que me despido por hoy deseando que tu ordenador se solucione pronto y podamos conversar en otro momento, que ojalá sea próximamente. Un besito de Elena y otro de mi parte.
GWEN LUPIN. Hola, querida Gwen. Lo he buscado por mi correo, por si acaso, por "fanfiction" y no encuentro tu "review". No dudo que lo hayas escrito, pero, por razones que escapan a nuestro control, no ha llegado. ¡Qué fastidio! "Fanfiction" nos odia. En cualquier caso, gracias por preocuparte por si había llegado o no, razón que demuestra que, ante la adversidad, al menos deseabas hacerme entender que sí te habías puesto en contacto y me habías hablado. Si te acuerdas, sí puedes reseñarme un poco lo más característica del capítulo del pequeño Lupin porque me ilusionaría bastante; pero, si no puedes, lo comprendo enteramente. No obstante, como no hay nada más que explicar sino esto, y yo, si no, divagaría sobre MDUL o tu personaje y no querría aburrirte, me despido vehementemente mandándote un fuerte beso que espero que te llegue doquiera que estés y con el que espero que te encuentres un poco más relajada, porque no importa que se pierda un "review" ni cien mientras tú sigas ahí. Un besote, guapa.
AVISO. ¡Sí! Estoy loco, todavía no he leído HARRY POTTER Y EL PRÍNCIPE MESTIZO y no hay previsión de que lo vaya a hacer en breve. Por eso, perdonadme que me repita, pero no sé quién puede estar ya enterado de mi insistente mensaje, según el cual ruego con gesto de corderillo degollado que no me comuniquéis ningún acontecimiento relacionado con el libro a fin de fastidiarme el argumento. Repito: no lo digo por los que ya sabéis esto y me habéis prometido silencio, pero me veré obligado a ponerlo hasta que me lo lea para que, quien no lo haya leído, quede enterado. Gracias.
DEDICATORIA. Este capítulo se lo quisiera dedicar a Leonita, Ann Thorny, porque por fin he conseguido contactar con ella y he quedado prendado de tener de nuevo palabras de su parte. No te importe, estimada amiga, que falten tus "review", pues su número en nada importa; pero que nunca falten las palabras que animan siempre el corazón de los amigos.
CAPÍTULO XLVI (RECUERDO DE UNA TIERNA INFANCIA)
Al entrar en el pensadero, Remus y Helen aterrizaron en el salón de casa de los Nicked. Era idéntico, con su chimenea al frente, su escalera al piso superior, la puerta de la cocina al lado, pero a la vez tan distinto...
Las fotos de la señora Nicked, con sus marcos dorados o de madera brillante colgadas en la pared, habían desaparecido. Los artilugos extraños y variopintos, mágicos por supuesto, que el señor Nicked coleccionaba en la repisa encima de la chimenea habían desaparecido. El paragüero con forma de cabeza de dragón había desaparecido. Todo había desaparecido...
–¿Qué ha pasado aquí? –preguntó Remus mirando a su alrededor–. Es la casa de tus padres¿no? –Rio comedidamente–. Parece una casa muggle, así de... ¡poco decorada!
–Ésa era más o menos la intención –dijo gravemente Helen–. Éste era el primer recuerdo que quería enseñarte: la casa...
Remus asintió, atento. Esperó a que su mujer dijera algo, pero ésta nada más dijo. Se quedó entonces mirando en torno a sí, contemplando todos los pequeños detalles diferentes que hacían de aquel lugar casi una extraña escena.
–¿Por qué? –inquirió Remus en voz queda.
–¿Por qué qué? –inquirió a su vez Helen, mirándolo fijamente.
Remus se encogió de hombros, volviéndose, indeciso acerca de cómo comentarle lo que estaba pensando.
–¿Por qué esto, Helen? –preguntó–. ¿Por qué no había cosas mágicas antes, eh?
–Por mí –contestó lacónicamente.
–¿Cómo? –inquirió Remus–. ¿Por qué? No lo entiendo.
La chica suspiró hondo. Sonrió débilmente, mirando el suelo, y cerró los ojos. Como arrastrados por una brisa anacrónica, aparecieron sentados a la mesa un señor Nicked atrayantemente joven: pelo abundante, bigote rollizo y bien recortado y barriga menuda. Sentada sobre él, una niña de unos tres años y pico: era ésta preciosa como las sirenas del mar, con los ojos marrones y grandes como luceros, y el pelo como una catarata salvaje de agua negra, interrumpida por una felpa de vivos colores. ¿Y qué decir de su sonrisa? Una sonrisa infantil, inocente, ignorante. El señor Nicked tenía un bolígrafo en la mano y escribía lentamente en un periódico de papel grisáceo.
–¿Ésa eres tú? –preguntó Remus con los ojos brillantes.
–Sí... –respondió Helen sonriendo–. Es el primer recuerdo que tengo. Desde muy pequeña, mi padre y yo nos entreteníamos en resolver los anagramas del periódico del domingo. –Sonrió–. Era muy feliz.
Remus también sonrió.
–Se nota –dijo–. Se nota...
–¡Bien, papá! –exclamó la niña Helen, y le dio un beso a su padre–. Ya lo hemos resuelto.
–Sí, sí, magnífico.
La niña se bajó de su regazo y se puso a pegar saltos con los brazos extendidos. Tenía un vestido verde escarlata, con una falda rematada en un gracioso remate de aderezo.
–Una carrera hasta mi cuarto, papá –propuso la pequeña.
–¡Estupendo! –exclamó el señor Nicked.
La niña, con aspavientos, echó a correr escaleras arriba, seguida del señor Nicked, que se retrasaba a fin de darle ventaja. Desaparecieron en la oscuridad del segundo piso y el salón quedó desierto, a excepción de los Helen y Remus del presente.
–Me hubiera encantado ver estas cosas mucho antes –comentó Remus emocionado–. Es precioso, en serio. Eras guapísima. Y tu padre... ¡Encantador, como siempre!
Helen sonrió halagada.
–Pues ésta era yo –dijo–. Era una niña que aún no conocía a Remus Lupin, el hombre de su vida. Una niña que no conocía muchas cosas... Y por eso podía tener amigos.
Volvió a cerrar los ojos. Remus sintió un escalofrío, ante sus ojos un torbellino de colores y sensaciones. La casa de los Nicked desapareció. Estaban en un descampado. Mullida hierba pisaba. Había columpios, y niños que gritaban de jolgorio. El hombre se volvió.
El señor Nicked llevaba de la mano a su hija, que tendría seis años a lo sumo. Por delante iba la señora Nicked, portando sobre el hombro una pesada cámara, y andando de espaldas lentamente, procurando no tropezar.
–Helen, mira a la cámara –le dijo el señor Nicked a su hija.
–¡Hola, mamá! –exclamó Helen saludando al objetivo.
–¿Estás grabando bien, palomita? –preguntó el muggle.
–¡Estupendamente, creo... –contestó la señora Nicked, medio ofendida, sin soltar el objetivo.
Helen salió corriendo y se unió a unas cuantas niñas que estaban jugando en los columpios del aquel parque. La señora Nicked la siguió con el objetivo.
–Hola, me llamo Helen –se presentó.
–¡Hola! –le contestó una chica rubia, muy desenvuelta. Tenía en la mano una muñeca que peinaba atareada–. ¿Cuántos años tienes?
–Seis –contestó.
–¡Yo tengo siete! –repuso altiva–. ¿Tienes una muñeca?
–Sí, en casa –respondió Helen tranquilamente.
El señor Nicked se acercó hasta las niñas y le preguntó a su hija si quería que la columpiara un rato. Helen miró un instante a las niñas de las muñecas, y volviéndose asintió a su padre. Se montó en un columpio y su padre la empujó durante al menos cinco minutos. En un instante en que la niña estuvo a punto de caerse, Remus se volvió hacia la Helen verdadera y le sonrió. La mujer le devolvió el gesto.
–Era entrañable¿verdad? –preguntó.
–Sí –dijo él.
La niña pegó un sato del columpio y salió corriendo. La señora Nicked la siguió con la cámara. La sillita del columpio volvió con mucha velocidad al señor Nicked, quien no se esperaba que su hija se fuera a bajar sin avisarlo, y le golpeó contundentemente en la cara.
–¡No corras, hija! –exclamó a gritos la señora Nicked.
La niña se montó en el tobogán y se deslizó.
–Es una escena preciosa –dijo Remus–. No sé por qué no me lo has querido enseñar antes. Aunque debo reconocer que esto ya lo había visto antes, pues tu padre me enseñó el vídeo que está grabando tu madre. –Señaló hacia el banco donde los señores Nicked conversaban mientras la cámara seguía enfocando las travesuras de la pequeña Helen.
–Sí –dijo Helen–, pero esto no es todo. Quedaba muy poco para que llegara el monstruo.
Remus la miró confuso. Volvió a mirar hacia el recuerdo de Helen. Observó cómo la chica con la que la niña había hablado antes, la rubia de siete años, se acercaba a Helen y le decía algo con mala cara. Helen, arrugando el ceño, le arrebató la muñeca de la mano, le arrancó la cabeza de cuajo a ésta y la tiró al suelo. La niña rubia se puso a llorar, tirándose a recoger la cabeza, mientras Helen se marchaba altiva, apartándose las otras niñas, asustadas.
–Eras un peligro –comentó guasón Remus–. ¿Qué es, es que has tenido alguna visión de que te iba a morder o qué? –le preguntó.
Helen sonrió débilmente, cabizbaja.
–Te dije que no tuve mi primera visión hasta los diez años –le recordó–. Ya lo verás...
Después de un buen rato, los padres de Helen decidieron regresar. Llamaron a Helen y ésta se hizo la remolona.
–Venga, vamos a casa a hacer crucigramas –le dijo el señor Nicked.
Y la pequeña Helen salió corriendo hacia ellos contenta.
Remus y Helen los siguieron, atentos en todo momento a la conversación que entre los tres llevaban. La pequeña Helen iba en medio de sus padres, sonriente, cogida por la mano a cada uno. Era una escena realmente tierna, que a Remus le recordó los buenos momentos que había pasado con su madre. Se sintió triste, pero alegre a la vez de ver a Helen tan feliz. Era una sensación verdaderamente extraña...
Llegaron a casa de los Nicked. Matthew abrió la puerta, entró su hija y por último su mujer. Remus y Helen entraron rápidamente, pues el muggle iba a cerrar la puerta.
–¡Qué buenos recuerdos! –comentó Remus con la voz medio ahogada, viendo cómo la pequeña Helen bajaba por la escalera con unos libros bajo el brazo, la señora Nicked preparaba la mesa tarareando y el señor Nicked consultaba un tomo de medicina–. Yo lo más que puedo recordar es a mi padre haciéndome la vida imposible y a mi madre –se le hizo un nudo en la garganta–, a mi madre que me quería y que, también por su culpa... Tuviste suerte.
–Sí, mucha –reconoció Helen–. Al menos hasta el momento. El plan de mis padres estaba saliendo a pedir de boca. Pero tenía un fallo con el que no habían contado.
–¿De qué plan estás hablando¿Cuál fallo? –preguntó Remus ansioso.
–Éste –dijo.
La mujer se volvió a tiempo de observar cómo una parda lechuza penetraba por la ventana abierta del salón. La pequeña Helen se la quedó mirando embobada, y el señor Nicked ahogó un grito desesperado.
–¡Palomita¡Palomita¡Ven¡Una lechuza¡Una lechuza!
La pequeña Helen reía, saliendo a correr para darle alcance. Su padre la llamaba, pero Helen no hacía caso. La lechuza ululaba, intentando zafarse de la niña.
–¡Déjala, Helen! –dijo la señora Nicked con voz firme.
La niña volvió a su libro, y se puso a escribir en un cuaderno al tiempo que consultaba el manual. El ave se acercó volando hasta el antebrazo alzado de la señora Nicked, donde se posó. Le mostró la pata derecha, que tenía un pergamino enrollado, y se lo quitó. La lechuza echó a volar de nuevo.
La señora Nicked leyó la carta atentamente.
–Helen¿puedes irte a hacer los deberes a tu cuarto, querida? –le preguntó su madre–. Quiero hablar a solas con tu padre.
La niña recogió los libros a regañadientes y subió los escalones hasta la segunda planta remarcando con fuerza las pisadas. Cuando la niña desapareció en lo alto, el salón se fue tiñendo de negro hasta que se envolvió en la más absoluta oscuridad. No obstante, en la negra masa envolvente, Remus y Helen se veían el uno al otro con total nitidez.
–¿Qué ha pasado? –preguntó Remus mirando en derredor.
–Que no tengo ningún recuerdo de lo que pasó abajo –explicó Helen–. Yo estaba arriba, haciendo las actividades.
–¿Y de quién era la carta? –preguntó también Remus.
–De mi abuela –respondió.
–¿De la señora Carney? –inquirió Remus con los ojos desorbitados–. ¿Y qué quería?
–Pues, según me explicó mi madre durante el almuerzo, venir a visitarnos. Al día siguiente, más concretamente.
–¡Vaya! –Rio Remus–. Eso me gustaría verlo.
–Vas a tener oportunidad...
La oscuridad fue dando paso lentamente de nuevo al salón de los Nicked. No había nadie, a excepción de la pequeña Helen, que estaba en el sofá, leyendo un libro.
–Era muy aplicada –dijo.
–Ya lo veo. –Sonrió Remus.
Se quedaron callados. Remus estaba expectante, aguardando que de un momento a otro sucediese algo que valiera la pena. Miraba la chimenea, esperando ver aparecer de ella a la señora Nicked.
Pero aguardó en vano. Se escuchó un crujido. Después un silbido extraño. Y, a continuación, la puerta de la entrada se abrió fantasmagóricamente. Helen cerró el libro y lo soltó sobre el sofá. Se levantó y anduvo despacio hasta la puerta.
Rápidamente entró la señora Carney, con el mismo aspecto con que Remus la recordaba, aunque más joven: con color en el pelo, menos palidez en la piel y menor número de arrugas.
–Hola, querida –dijo.
–¿Quién eres tú? –preguntó la chica arriesgada.
–¡Oh! –La anciana se echó a reír. Se quitó el abrigó y lo puso en el perchero–. Soy tu abuela. ¿Es que ya no me recuerdas? Eras tan pequeña. ¿Dónde está tu mamá, cielo?
–Estoy aquí.
Remus vio aparecer a la señora Nicked bajando decidida la escalera.
–Huy, hija querida, que estropeada estás últimamente. Deberías cuidarte más. ¿O es que te has olvidado ya de las pociones casi milagrosas que existen para el cutis, eh, querida?
–No, mamá –dijo con voz férrea.
–¿Y qué habéis hecho? –preguntó con voz dura–. ¡Menuda vergüenza!
–¿De qué hablas? –preguntó la señora Nicked, aunque en su mirada había un brillo de temor.
El señor Nicked vino atraído por los gritos y exclamaciones.
–¡Oh, el que faltaba! –exclamó la señora Carney–. Pues me refiero, hija mía, a lo de que no esté registrada tu chimenea en la Red Flu. ¿En qué estabas pensando? He tenido que aparecerme en el jardín, como una don nadie. Seguro que esto ha sido idea de él –señalando al señor Nicked–¿verdad?
–Eso no es así –rebatió la señora Nicked firme–. Helen, querida¿te importaría subir a tu cuarto mientras la abuela y yo charlamos un momento?
Helen asintió y subió cabizbaja los escalones. La Helen actual la siguió, y Remus también, retomándole el paso. Entraron en el cuarto de la pequeña, que estaba sepultado bajo un número ingente de osos de peluche.
–¿Qué está pasando? –preguntó Remus sin comprender–. No he entendido nada. ¿Por qué no teníais la chimenea conectada a la red¿Qué pasa?
–Pues lo que te dije antes, Remus –le dijo, volviéndose hacia él–. Matt vive rodeado de artilugios mágicos, y yo pienso: "¿eso es bueno para él?" Ésa fue la misma pregunta que se hizo mi madre, y la conclusión a la que llegó fue bien diferente. Remus, yo misma fui criada como una muggle. –Remus se quedó idiotizado. Se quedó mirando a la pequeña Helen que tenía ante sí y vio todo lo que había en ella: la ignorancia, el desconocimiento, la incomprensión, la duda... Miró a Helen y le asintió, no supo por qué. Todo era muy raro, sintió–. Mamá consideró que si era educada como una muggle podría crecer con otros niños. Tenía razón: me salía a jugar con los chicos al fútbol y con las chhicas a las muñecas y a las casitas; fui al colegio... Hasta que tuve diez años no supe que era una bruja.
–Vaya... –dijo Remus, sintiéndose completamente estúpido por no saber decir nada más inteligente–. Bueno, es una opción buena¿no? Si a ti te valió.
–Pero es eso lo que quería decirte, Remus –dijo Helen–, que nuestro hijo va por el mismo camino... Está solo.
–Ya, Helen, pero ¿qué podemos hacer ya? No podemos hacerle olvidar que es un mago¿no?
–No, ya –dijo–, pero así nunca llegará a tener amigos. Crecerá sólo contigo y conmigo.
–Y con tu padre –añadió Remus burlón–. ¿Qué más quiere? Tiene a su lado al hombre más gracioso de toda Inglaterra. –Se quedó callado–. ¡Claro! Ya entiendo cómo de siempre sabías tanto sobre los muggles, por qué tu abuela te lanzaba pullas constantemente cuando estuvimos en Nueva York. Ya lo entiendo todo...
–Mi abuela... –repitió Helen irónicamente–. Mi abuela... Las pullas que me lanzó en Nueva York no son nada comparadas con las que le lanzó a ella –señalándose a sí misma, pero a su recuerdo–. Te lo puedo mostrar.
–Ciertamente me gustaría –dijo Remus serio.
Helen cerró los ojos de nuevo y la niña sentada en el escritorio desapareció. Alrededor de Remus reapareció la decoración del salón, sus paredes, la chimenea. Remus no sabía cuánto tiempo había pasado con relación al último recuerdo visto.
–Es la hora de cenar –explicó Helen.
En ese instante apareció la pequeña Helen pegando saltos por la escalera. Se sentó en el sofá y encendió la televisión. Remus se fijó mejor. ¡Era la televisión que el señor Nicked tenía en su despacho! Recordó mejor el momento en que había estado en el cuarto aquel del muggle, y recordó que muchos de los objetos allí presentes se guardaban ahora en su despacho: la tele, el vídeo...
Fue a comentárselo a Helen cuando apareció la señora Carney por la escalera. Andaba altiva, meciendo los hombros al son de su paso, bajando con marcha casi militar. Se detuvo a un metro de su nieta y se la quedó mirando con el ceño arrugado; a ella y a la televisión, indistintamente, las miraba.
–¿Qué haces? –preguntó la bruja.
–Ver la tele –contestó inocentemente la pequeña.
–¡Apágala! –ordenó la anciana, sentándose a la mesa–. A nuestro grupo no nos gustan esas cosas. ¡Te he dicho que la apagues!
–¡No! –exclamó Helen–. Estoy viendo los dibujos animados y ésta es mi serie favorita.
La señora Carney levantó la mano y la pantalla del televisor se tornó negra. Helen la miró sorprendida y escandalizada. Volvió a blandir el mando y la tele se encendió de nuevo.
La señora Carney se levantó contundentemente y le quitó el mando a distancia de un zarpazo. Pulsó todos los botones, con lo que cambió de canal sin voluntad, le dio volumen, conectó el teletexto, etcétera. Helen estaba a punto de berrear. La anciana levantó otra vez la mano y la tele se apagó. Se guardó el mando en el bolsillo y se sentó.
–¡Pon la tele! –le ordenó Helen de mal humor.
–¡Cállate, niña! –exclamó la señora Carney arrugando el gesto–. Eres una malcriada.
La pequeña Helen arrugó el ceño, arrebatadoramente enojada, y la abuela se la quedó mirando de forma tal que parecía que la estuviese provocando. La niña parecía que fuera a saltar sobre la yugular de su abuela, y la anciana parecía atenta para meterle un empujón en tal caso.
–¿Qué hace? –preguntó Remus.
–Probándome –dijo Helen saliendo de su mutismo–. Quería enfadarme para ver si hacía magia involuntariamente. –Sonrió–. A estas alturas tenía sus serias dudas sobre si yo era realmente una bruja o si mamá la estaba mintiendo.
Remus miró un instante a Helen y volvió la mirada a la escena. Helen se hartó, enfurruñada, y se tiró sobre el sofá, desplomada, con los brazos cruzados.
La señora Nicked entró en ese instante con los platos en la mano.
–Esta niña tuya es una squib¿verdad? –inquirió la bruja de mal talante–. Es eso lo que me estáis ocultando¿verdad? –elevando el tono–. ¡Esta niña es squib!
–Pero ¿de qué estás hablando, eh, mamá? –preguntó la señora Nicked aparentando calma.
–¡Lo que estás oyendo, Helen! –exclamó–. Y si esta niña es squib¡mi nieta no es¡Nieta mía no es! –repitió–. Será de quién quiera ser¡pero mía no!
–¡Deja de decir estupideces, mamá! –exclamó la señora Nicked de mal tono.
–No estoy diciendo estupideces, hija –dijo–. ¿Y quieres dejar de poner la mesa así?
Se metió la mano en el bolsillo, pero la señora Nicked, más rápida, soltó los platos de golpe y gritó:
–¡Nada de eso en esta casa¿me has oído?
La señora Carney sacó la mano lentamente, vacía. La varita seguía en el interior de su bolsillo.
–Yo pongo la mesa como a mí me dé la gana –dijo la señora Nicked marchándose para la cocina.
La señora Carney soltó un bufido. Se volvió hacia su nieta y dijo:
–Tu padre la ha corrompido. Mi Helen no era antes así. Era un cachito de pan. ¡Un cachito de pan! Si es lo que yo digo –más hablando para sí, pero en alta voz, que con su nieta–¡que quien se junta con muggles, mal acaba!
La señora Nicked regresó con los cubiertos, y los fue ordenando sin mirar siquiera a su madre.
–Y dime, hija, querida... ¿Cuándo se lo vais a explicar todo¿Cuándo le llegue la carta? –preguntó la señora Carney.
–Ya te he dicho, mamá, que eso a ti no te importa. No quiero ser maleducada, pero si has venido sólo para echarme en cara eso¡ya te puedes estar marchando!
–Tu madre de mal humor... –Rio Remus–. Lo raro es que sea con tu abuela. Creía que la había aguantado muy bien hasta aquella navidad en que nos reunimos todos. ¿Te acuerdas? Mi primera Navidad a lo Nicked.
–Sí¿cómo no me voy a acordar? –dijo Helen.
El señor Nicked bajó la escalera pasando la mano lentamente por la baranda. Iba silbando, de bastante buen humor. Pasó al lado de su suegra sin decirle nada y se sentó en la mesa.
–Qué bien huele, palomita –dijo–. Estupendo.
La señora Carney emitió un gruñido, aunque sin venir a cuento.
La señora Nicked trajo la sartén con la comida y la fue repartiendo en los platos. El muggle se relamía de gusto mientras su suegra lo miraba con desagrado.
–Fue una cena muy tirante –explicó Helen a Remus.
–Ya lo veo –dijo éste.
Comieron durante unos minutos en silencio, hasta que la anciana bruja volvió a emitir un desagradable bufido.
–¿Qué te pasa, mamá? –preguntó la señora Nicked conciliadora–. ¿No te gusta la comida¿Quieres que te prepare otra cosa?
–No seas tonta, hija –dijo la señora Carney desagradablemente–. Si quisiera comer otra cosa me la podría preparar yo en un santiamén.
Rio ampliamente, pero de un modo tan hipócrita que desagradó a Remus. Le pareció por un momento que la señora Carney estaba viva, pero luego recordó que no, que ya criaba malvas, y aunque se arrepentía del hecho de haberse alegrado al recordarlo, se había alegrado.
–Mamá –habló la pequeña Helen con su aguda e inocente voz de despreocupación–. Esta tarde me ha llamado Julia y me ha preguntado si quería irme mañana a su casa con sus otras amigas para merendar y jugar a las muñecas.
–Claro, cómo no –dijo la señora Nicked esbozando una simpática sonrisa.
Remus no la había visto sonreír de esa manera, tan tierna. Sintió un gran respeto por su suegra en aquel momento.
–¿Muñecas? –preguntó con su voz chirriante la señora Carney–. ¿Qué son las muñecas? Yo a tu edad jugaba a los gobstones. –La pequeña Helen puso cara de incredulidad–. ¿Es que ni siquiera sabe lo que son los malditos gobstones¿Y el quidditch? –Helen arrugó más aún el ceño–. ¡Santa madre de Rowling! –Se quedó callada–. ¿Y de Rowling?... Le habréis hablado al menos de Rowling¿no? –Helen se encogió de hombros y la abuela ahogó un grito–. ¿Qué es esto¿En qué te has convertido, eh, Helen? –dirigiéndose a su propia hija–. ¿Dónde están los valores que te enseñé cuando eras pequeña, eh¿O es que acaso este... muggle te ha contagiado su necedad?
–Un respeto, señora –dijo el señor Nicked tranquilamente–. Aunque... ¿podría decirme qué son los gobstones¿Y el quidditch? Qué cosas más raras¿no, palomita?
–Cállate, Matt –le dijo la señora Nicked–. Y deja de emplear nuestra jerga, mamá.
–¿Jerga? –repitió la señora Carney espantada–. ¿A qué llamas jerga, eh, hija¿A nuestro mundo¿Al mundo de tu hija¿De mi nieta? Menos mal que Mark no ha podido venir. Si no, tu padre estaría muy defraudado contigo, Helen Carney.
–No soy Helen Carney; me llamo Helen Nicked –la corrigió.
–Dudaba que los muggles tuvieran apellidos –dijo la señora Carney–. Tendrás que decírselo antes de que yo me vaya de esta casa. ¡Ya es mayorcita!
–¡Su madre soy yo, no tú! –exclamó la señora Nicked–. Pudiste mangonearme a mí, y puedes seguir haciéndolo con Ángela, pero Helen es mi hija. ¡Mi hija! Sólo yo decido sobre ella.
–¡Hay estatutos! –exclamó la señora Carney apasionadamente, blandiendo el tenedor–. Acudiré al Ministerio, al mismísimo Ministro de Inglaterra si hiciera falta. Hay que poner un poco de cordura en este asunto. ¡Y aquí hace falta!
–No digas tonterías, mamá –dijo la señora Nicked resueltamente–. Todos me darían la razón a mí. No estoy haciendo las cosas sino correctamente. ¡Es mi hija! Lo sabrá cuando llegue el momento...
–Pero, mamá... –musitó la pequeña Helen.
Todos se callaron. El tono de la discusión había alcanzado tal clímax que ya no parecían recordar siquiera que Helen seguía allí, presente.
–No me enteré de nada en absoluto –explicó Helen a Remus–. ¿Quién se iba a poder imaginar que estaban hablando de que yo era una bruja? Los niños normalmente somos imaginativos, pero no tanto...
Remus sonrió, triste.
–Yo también hubiera deseado desconocer la magia por completo hasta los once años. Pero con tu edad ya llevaba transformándome cada mes en un lobo... Para mí la magia no pasaba inadvertida.
Helen lo miró amorosamente y aquellos tristes pensamientos se disiparon de la mente de Remus como la niebla al mediodía.
–No quiero que vuelvas a sacar este tema de conversación –dijo la señora Nicked tranquilamente, comiendo despacio–. No me importa lo que pienses. Matthew y yo estamos de acuerdo, y tú no puedes hacer nada.
–¡Matthew! –exclamó con odio–. Lo que quiere es educarla conforme a sus tradiciones. ¡Y tú te has dejado engañar como una necia! Te creía mucho más inteligente, Helen¡mucho más! Pero tienes que mantenerte firme y fiel a tus principios, porque tu hija no es como él, sino como tú¿no?
–¡Cállate, mamá! –exclamó la señora Nicked furibunda y la señora Carney se asustó, quedándose mirando a su hija embobada–. Yo fui quien se lo propuso a Matthew. ¿O acaso no te acuerdas de mi infancia? Siempre rodeada de protecciones antitenebrosas, con papá dándome recomendaciones de cómo evitar los ataques. Sabía demasiado, y era tan pequeña... No podía salir a la calle. Tú temías más que nadie que pudiera revelárselo al resto de los niños. ¡Me decías que eran escoria, que nosotros éramos superiores a ellos, una raza especial, mejorada¿En qué, eh? Me los quedaba observando por la ventana de mi habitación; los veía jugar y divertirse, mientras yo estaba sola. ¿Era eso lo que querías que le diera a Helen, eh¿Era eso?
La señora Carney terminó de comer en silencio. Se levantó del asiento y fue hacia la escalera. Se agarró al pasamanos y dijo:
–Buenas noches.
Se marchó escaleras arriba.
Los Nicked terminaron de cenar lentamente, sin decir nada.
–He visitado este recuerdo cientos de veces desde que sé que soy bruja –explicó Helen–. No les guardo ningún rencor a mis padres. Lo hicieron por mi bien. Veo a mi madre explicar por qué le hizo y se me pone el vello de punta. –Una lágrima resbaló por su mejilla–. Le guardo tanto amor a mi madre... Lo hizo por mí, por mi bien. No me importa haber estado diez años de mi vida desconociendo que era una bruja. Fui feliz.
Remus le secó la lágrima con un dedo y la abrazó. Helen cerró los ojos y el recuerdo se esfumó. Su alrededor se tornó en densa oscuridad. Se separaron.
–Pero aún te queda por ver lo mejor... –ironizó–. Al día siguiente mi abuela me propuso llevarme a dar un paseo. Le dijo a mi madre que quería resarcirse de todo lo que había dicho la noche anterior.
Remus asintió.
La oscuridad dejó paso lentamente a un haz de luz que resplandecía, que aumentaba progresivamente. Remus pudo ver a lo lejos las figuras de la señora Carney y su nieta, yendo esta última cogida a su mano.
–Acerquémonos –propuso Helen.
Y echaron a andar a paso veloz hasta que las alcanzaron. No mediaban palabra entre ellas, con lo que la tensión casi se respiraba. Remus se sentía incómodo, pues tal era el silencio, que aunque sabía que sólo eran un recuerdo, pensaba que incluso podrían escuchar sus pisadas.
–¿Adónde vamos, abuela? –preguntó Helen con tono sepulcral.
–¿Adónde? –repitió con un gritito–. Pues ¿adónde va a ser¡A algún sitio donde te eduquen como lo que eres, una bruja!
–¿Como qué? –inquirió Helen–. Quiero volver a casa.
–¡No! –exclamó la abuela–. Te vas a venir conmigo a los Estados Unidos. Ya verás, te llevarás muy bien con tu tía Ángela. En esa casa te estaban malcriando.
La pequeña Helen intentó forcejear, zafarse de la mano que le oprimía la suya.
–¡Suéltame! –gritó–. Quiero volver a casa. ¡Suéltame!
–¡Estate quieta, mocosa! –vociferó la señora Carney–. Iremos a una calle menos concurrida y encantaré un traslador.
–¡No, suéltame! –gritaba la pequeña Helen, arrastrando los pies para evitar que continuara llevándola contra su voluntad–. Quiero volver a casa. ¡Mamá¡Mamá!
–¡Cállate! –gritó la anciana volviéndose hacia su nieta–. Cállate... –repitió–. Lo están haciendo mal. Tu abuelo Mark y yo podremos hacerlo mucho mejor... Ya dije yo que educarte con un muggle no era buena idea.
–¡Suéltame, cascarrabias! –exclamó Helen–. Suéltame ya. Quiero volver a casa.
–No me hagas enojar, pequeña, que no me conoces cuando me enfado...
La pequeña Helen dejó de forcejar y acercó su boca a la mano de su abuela que la aferraba con firmeza. La mordió y la anciana bruja profirió un grito desalmado. Helen, libre, echó a correr calle arriba. La anciana la siguió, levantándose el bajo de la falda para no pisarlo.
–¡Vuelve aquí, Helen! –exclamaba.
Pero la pequeña Helen seguía corriendo.
La señora Carney se metió la mano en el bolsillo y sacó su varita.
–¡Vuelve inmediatamente si no...!
La pequeña Helen, asustada, corría infatigablemente. A lo lejos se dibujó una figura de formas conocidas, y Helen corrió hasta ella, gritando:
–¡Mamá!
–¡Hija! –exclamó la señora Nicked cuando su hija llegó hasta ella y se abrazaron.
La señora Carney llegó lentamente y se detuvo con cara de amargura. Matthew también venía corriendo. Se paró al lado de su mujer, con una dura mirada que Remus nunca le había visto.
–Me quería llevar con ella –explicó Helen llorando.
La señora Nicked la abrazó, mirando a su madre despiadadamente.
–¿Qué tienes que decir a eso, eh, mamá? –preguntó cuando se separó de su hija–. ¿Acaso pensabas llevarte a Helen a los Estados Unidos, contigo?
–¡Pues sí! –exclamó–. ¿Pasa algo?
–¡Y hasta pregunta si pasa algo! –Se rio el señor Nicked–. ¡Vieja arpía!
–¡Tú, cállate, asqueroso y maloliente muggle! Nadie te ha dado vela en este entierro.
–Ni a ti tampoco¡así que cállate! –le espetó la señora Nicked–. ¡Cállate de una vez por fin, mamá! Estoy harta de tus imposiciones, de tus mandatos. A partir de hoy se ha acabado todo. Helen es mi hija y yo la educo como me da la gana.
–Tú verás, hija –dijo la señora Carney ofendida–. Pero la culpa la tiene este muggle¡este asqueroso y repugnante muggle¡Todos sois iguales! –Lo zarandeó–. ¡Todos!
–¡Deja a mi papá! –gritó Helen y le pegó un patada en la espinilla a su abuela.
Ésta se estuvo quejando del dolor un buen rato. Cuando se recuperó, echó a andar pesadamente. Llegó a la casa de su hija y subió hasta el cuarto de invitados. Recogió sus cosas y las metió en su diminuta bolsa de equipaje.
–Me voy –dijo al bajar–. Helen –hablándole a su hija–, no te reconozco.
Se metió la mano en el bolsillo y comenzó a hurgar en su interior.
–Yo, por desgracia, a ti sí –le dijo ésta a su vez–. Y lo que vayas a hacer, lo haces fuera. En esta casa no se hace lo que empieza por eme hasta que llegue el momento.
–¡Ya te mandaré una lehuza si te perdono! –exclamó la bruja abriendo la puerta y cerrándola de un portazo.
Los Nicked se quedaron solos, callados, mirándose entre ellos con expresión de cansados.
Helen cerró los ojos y se hizo la oscuridad. Miró a Remus, pero éste estaba callado, analizando cuidadosamente lo que acababa de ver. ¡Era todo tan sorprendente! No le extrañaba que Helen le tuviera tanto odio a su abuela. ¡Si a punto había estado de secuestrarla!
–Ésa era mi abuela... –dijo Helen.
–Sí –rio Remus–, tal y como la recuerdo. Tan tierna y amable como acostumbraba –ironizó–. Ahora comprendo que no quisieras volverla a ver cuando nos pidió que fuéramos a hacerle una visita en Nueva York.
Helen sonrió.
–Ya que estamos –dijo–, podría enseñarte alguna cosa más¿no?
–Sí, por favor... –pidió Remus uniendo las manos.
–A ver¿qué puede ser?... –pensó Helen–. ¡Ah, claro¿Cómo no? Mi primera visión. Iremos al treinta y uno de mayo de 1970.
–¿El día de tu cumpleaños? –inquirió Remus.
–Sí –asintió Helen–, el día que cumplía diez años.
Cerró los ojos. Aparecieron en la habitación de Helen. La mayor parte de los peluches había desaparecido. En la ventana se podía ver cómo rayaba el alba. Helen estaba arrebujada bajo las mantas. Remus se acercó hasta ella. Estaba preciosa, durmiendo tranquilamente. En aquella niña ya se dibujaban los rasgos mujeriles presentes en su esposa. Ya se le parecía muchísimo...
Cuando se retiró, la muchacha comenzó a agitarse. Se volvió. Gemía. Apretó el rostro. Murmuró: «No...»
–¿Qué le pasa? –preguntó Remus.
–Estoy teniendo la visión –explicó Helen–. El pensadero no las recoge, pero yo sí puedo enviártelas.
¡Oh, era cierto! Remus no recordaba ya que Helen tenía la capacidad de enviarle visiones exclusivamente a él.
La mujer se concentró y Remus sintió de nuevo aquella sensación de vacío que tan ajena le parecía. Su mente se llenó de blanca niebla, y una serie de imágenes se desarrolló en su mente:
«Un hombre vestido con una larga chaqueta de cuero le hizo una señal con la mano a unos cuantos hombres que lo acompañaban, que parecían subordinados a él. Les señaló un granero. Era de noche. Uno encendió una linterna y abrieron la puerta. "¿Quién hay ahí?", preguntó un hombre cegado por el haz de luz. Uno de los hombres hizo aparecer una bola de energía en su mano y la lanzó contra un montón de paja, que explotó. El hombre exclamó sorprendido. Las llamas que comenzaron a prender lentamente el granero a causa de la explosión iluminaron los rostros de las personas que se acercaban lentamente al señor Carney. "¿Quiénes sois, eh?", preguntó de nuevo el brujo, sacando su varita, que le temblaba en la mano. "Somos demonios", respondió el que parecía el líder. Y todos hicieron aparecer sendas bolas de fuego en sus manos, que lanzaron al mago a un tiempo. La visión se interrumpió con el grito atroz del señor Carney.»
Cuando Remus abrió los ojos, concluida la visión, la Helen que dormía los abrió también, ahogando un grito, respirando entrecortadamente.
–¡Mamá! –gritó.
La señora Nicked vino al instante, atándose una bata.
–¿Qué te pasa, hija? –preguntó–. ¿Qué ha sido, una pesadilla? –Helen asintió, sudando–. Vamos, tranquila. –Le pasó la mano por el pelo para tranquilizarla–. Sólo ha sido un sueño. Nada más que un sueño... Dime¿qué has visto?
–Al abuelo, lo mataban –explicó Helen–. Unos demonios.
–¿Unos demonios? –inquirió la señora Carney sorprendida–. ¿Cómo diantre sabes lo que es un demonio¿Qué hicieron?
–Le lanzaban unas bolas de no sé qué al abuelo... –La señora Nicked ahogó un grito–. Lo mataban.
La señora Nicked la abrazó, aunque ahora era ella la que se temía lo peor. Temblaba, preocupada. No podía imaginarse cómo su hija había podido descubrir la forma en que tenían de actuar los demonios. Se temía lo peor.
–Tengo que irme un momento, hija –dijo la señora Nicked.
Helen se quedó sola, volviendo a arrebujarse lentamente en las mantas. Paulatinamente se le iba pasando el horror de la experiencia.
–Mamá fue a Estados Unidos –explicó Helen–. No lo supe hasta un rato después. Se desapareció. Volvió llorosa al cabo de un rato, sin importarle aparecerse en medio del salón, donde yo desayunaba tranquilamente. –Sonrió para romper el hielo, nerviosa–. Ella, gracias a lo que le había dicho, había descubierto al abuelo muerto en el granero.
–Lo siento... –dijo Remus, tremendamente nostálgico–. Tuviste que pasarlo muy mal.
–Pues sí –dijo–. No me dejaron ir al funeral. Pretextaron que era lo suficientemente pequeña aún como para dejarme secuelas psicológicas. Papá tampoco fue. Mamá lo acordó así porque me vio demasiado paranoica. Le pidió que me lo explicara todo.
–¿Tu padre te explicó que eras una bruja? –inquirió Remus.
–Sí –respondió Helen–, y es por momentos como ése por lo que le tengo tanto cariño a mi padre, a pesar de cómo es, porque sé que puede llegar a ser muy sensible si se lo propone.
Remus sonrió. Él también opinaba que el señor Nicked podía ser muy sensible si se lo proponía, pero el caso era que se lo proponía las menos de las veces.
Helen suspiró hondo.
–El día que cumplí los diez años lo averigüé todo –dijo–. Por suerte era lo suficientemente madura entonces como para poder seguir manteniendo mis amistades muggles sin revelarles lo que era. Ya había aprendido a comportarme como una auténtica muggle. –Sonrió–. A decir verdad, tampoco me creía una bruja. Todo parecía tan surrealista. Ésa fue la única visión que tuve, al menos hasta el verano siguiente. Te veía continuamente en mis sueños. A ti y el sauce boxeador...
Remus rio.
–Sí, recuerdo que me lo dijiste –comentó–. Por eso me encontraste en el sauce boxeador cuando salía de mi primera transformación. ¡Eso sí que fue surrealista! –Rio–. Creía que me habías seguido. –Se quedó meditabundo un segundo–. ¡Qué miedo pasé! Piensa que creía que me habías descubierto. Qué miedo...
–Sí –rió Helen–, aunque para mí fue muy divertido. Recuerdo lo primero que hice cuando llegue a Hogwarts.
–¿Qué fue? –inquirió Remus–. ¿Mirar hacia el sauce boxeador?
–No –respondió–. Buscarte.
La escena se volatilizó como una gota de rocío al primer rayo de sol de la mañana. Aparecieron tonos dorados y grisáceos en una enorme estancia repleta de gente. Remus se giró lentamente y vio alta, pero algo más joven que en la actualidad, a la profesora McGonagall, subida sobre un escabel, con un largo pergamino en la mano.
–Os iré llamando uno a uno y vendréis aquí. –Señaló el taburete sobre el que había un sombrero ajado–. Os pondré el sombrero sobre la cabeza y... seréis seleccionados para una casa, a saber, Gryffindor, Ravenclaw, Hufflepuff y... Slytherin. –Echó un vistazo al pergamino–. Alley, Wendy.
Una chica de pelo rubio subió lentamente los escalones, con aspecto de asustada. Se sentó y fue inmediatamente seleccionada para «¡Hufflepuff!» Salió corriendo hacia su mesa irradiando felicidad.
–Baldwin, Paul –llamó McGonagall.
–Allí estoy yo –dijo Helen a Remus.
La mujer le señalaba una preadolescente respingona que miraba curiosa a todas partes. Estaba de puntillas, casi apoyándose en la chica de al lado, una atenta y sonriente Sybill Trelawney.
–Eras un poco descarada –dijo Remus–. Me estabas buscando a mí¿verdad? –Helen asintió, sonriendo–. Vaya faena. No me di cuenta de nada.
–La selección no me importaba mucho –reconoció Helen–. Ya sabía que iba a caer en Ravenclaw. Sólo tenía ganas de verte a ti y saber en qué casa caías.
–¡Sí que eras descarada! –exclamó Remus riendo–. Menudo golpe le has dado a Trelawney. No sabes ni guardar el equilibrio...
Sin darse cuenta, la visión había llegado a un punto concluyente:
–¡Lupin, Remus! –exclamó McGonagall.
Remus se vio a sí mismo subir despacio los escalones, bajo la atenta mirada de Dumbledore, que contenía la respiración. Después miró de reojo a la adolescente Helen, y vio que ahogaba un grito de sorpresa y emoción al verlo; después, contemplándolo de arriba abajo, se mordía el labio inferior, arrebatada.
Remus se sentó en el taburete. McGonagall bajó el Sombrero Seleccionador rápidamente, y éste no hizo más que rozar el cabello de Remus cuando exclamó:
–¡Gryffindor!
Una salva de aplausos recibió a Remus mientras corría a su mesa, donde se reunió con Sirius y con Frank Longbottom, y pronto con James y con Peter.
–A veces pienso que Dumbledore intimidó al sombrero para que fuera a Gryffindor –dijo Remus sonriendo.
–¿Por qué? –le increpó Helen–. ¿Qué te dijo el sombrero?
–Nada, no me dijo absolutamente nada –respondió–. ¿O es que no lo has visto? No le dio tiempo ni a respirar. No hizo más que ponerlo McGonagall sobre mi cabeza cuando ya oí retumbar en el Gran Comedor el nombre de la casa.
Entretanto, McGonagall ya había llegado a Nicked, Helen, a quien acababa de llamar. La chica subía apesadumbrada, como quien conocía su sino de antemano y estaba dispuesta a aceptarlo.
–Hum –dijo el sombrero en el interior de la cabeza de Helen, pero Remus y la mujer lo escuchaban, porque estaban en el interior de su pensadero–. Difícil. Mucho valor. Sí, demasiado. Lo cierto es que harías un gran papel en cualquier casa. ¿Dónde te pondré? Hum, tienes la cabeza bien amueblada. Serías una buena gryffindor, pero no... Mejor que estés en ¡Ravenclaw!
La visión de Helen concluyó. Remus miró a su mujer fijamente, sonriéndole. Le emocionaba ver de nuevo cosas de su pasado. Parecía que hubieran pasado hacía una eternidad.
–Ha estado bien –dijo Remus–. Pero hay otra cosa. Una que me dijiste hace mucho tiempo y que me haría gracia ver, si es posibe. Recuerdo cuando me dijiste que tu madre te decía que tus visiones eran un don del cielo. Fue bonito.
–Sí –reconoció Helen–. La primera vez que me lo dijo sucedió pasados dos días de mi primera visión.
Cerró los ojos y aparecieron en el salón. Helen estaba sentada en el sofá y su madre, a su lado, le agarraba las manos con arrebato. La señora Nicked tenía los ojos rojos, como de haber llorado intensamente.
–¿Por qué no me dijiste antes que era una bruja, mamá? –preguntó Helen.
La señora Nicked sonrió haciendo un enorme esfuerzo. Apretó aún más fuerte las manos de su hermosa hija.
–No lo hice porque quería que crecieras siendo una niñita normal, que pudieras tener amigos y amigas... Todo aquello que me faltó a mí –explicó.
–Pero... –fue a decir algo, pero se calló–. ¿Y el abuelo¿Yo maté al abuelo?
–¡En absoluto! –exclamó la señora Nicked cabeceando rotundamente–. Fueron unos demonios, Helen. Tú no. Tu corazón es noble. –Hizo una pausa–. Lo único que tienes que saber, Helen, es que en el mundo mágico ocurre como en el muggle: hay personas buenas y malas. Tú no tienes la culpa de las malas, pero sí de tus propias acciones. Pronto aprenderás a dominar tus poderes, pero empléalos para el bien.
Helen sonrió.
–Pero mis visiones... –dijo–. ¿Todos los magos tenemos visiones?
–No, Helen –respondió su madre–. Es un poder poco habitual. Es un don del cielo, querida mía. Podrás ver cosas malas, como ahora, pero es un don que te ha sido concedido por alguna razón, hijita. Es un regalo de los ángeles. Y ellos te pedirán que lo uses para cosas buenas. Nunca lo olvides.
–Bueno, creo que es hora de irse –dijo Helen a Remus, y éste la miró saliendo de su ensimismamiento. Helen se sonrió, viendo que su marido tenía los ojos vidriosos–. Hemos dejado ya mucho tiempo solo a Matt. Debemos regresar.
Con un torbellino de luz y color sintieron una sensación vertiginosa. Estaban de regreso en el dormitorio, y Helen tenía el pensadero en la mano. Remus le sonrió.
–Ojalá me hubieras enseñado esto antes, Helen –dijo–. Me hubiera ayudado a comprenderte mucho mejor. Ya verás cómo nos las arreglaremos para que Matt crezca feliz.
La abrazó. La abrazó no supo cuánto tiempo. Parecía que el tiempo se había detenido entre ambos.
Pero se separaron súbitamente cuando escucharon un grito proveniente del piso inferior:
–¡Helen¡Chicos¡Helen¿Hay alguien?
Remus arrugó el ceño.
–¿No es tu tía Ángela? –preguntó.
Bajaron aprisa. Helen se asomó un instante a la habitación de Matt y vio que seguía entretenido jugando con sus menudencias mágicas. Saltaron los escalones de dos en dos y hasta de tres en tres. La cabeza de Ángela estaba en la chimenea, entre llamas verdes.
–¿Qué pasa? –preguntó Helen arrodillándose frente a ella, Remus a su lado.
–Nada, nada –dijo con un brillo especial en los ojos–. Sólo quería comunicaros que... ¡estoy embarazada!
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Embarazada, ay... ¿Por qué tengo que dejar los capítulos tan en suspenso, os estaréis preguntando. Lo siento. No obstante, sabed que siempre traigo puntual mi continuación para que la intriga sea satisfecha y podáis entreteneros como vuestros "reviews" me explican que estos capítulos hacen. La fecha que expongo para el siguiente capítulo será ésta que expongo a continuación: viernes, 26 de agosto, próxima a una fecha señalada para mí pero que no revelaré porque detesto cumplir años.
Avance del capítulo 46 (DESEO): Un extraño título para un extraño capítulo. Al fin y al cabo, todo él ronda sobre el deseo. El deseo de Ángela se cumple. También uno de los deseos de Remus, que es trabajar. Sorensen también cree haber cumplido uno de sus mayores deseos. Pero lo cierto es que este capítulo será vital para entender su tendencia sexual. Y, detrás de todo esto, seguiremos asistiendo a los desvaríos y extraños acontecimientos de una familia sin par.
Hasta la semana que viene. Un saludo.
Seguid aguardando impacientes el primer capítulo de la segunda parte de MDUL, pues nunca conocisteis acontecimiento igual.
