Respondo "reviews":

NAYRA. Hola, qué tal, paisana. Te interpelo así porque es así cómo tú has denominado a la señora Carney y me ha resultado tan sumamente gracioso que me he dicho que, si no lo ponía, reventaba. Imagino que para cuando leas esto ya estarás aburrida de mí porque ya te habrás leído mis "reviews"; en caso contrario, están ahí. Enhorabuena por tu "fanfic" y sigue adelante, que tienes talento. Sólo tienes que explotarlo, como una cantera a descubrir. Ánimo. Por eso mismo esta respuesta será algo breve, ya que no sé muy bien qué es lo que te voy a contar. Pero, de cualquier modo, todavía tengo algunas cosillas que responderte a tu "review", y lo haré gustoso. En primer lugar, no te preocupes por lo del sexto libro, en verdad no fue un gran adelanto el que me diste, sino más bien lo suficiente para ponerme los dientes largos y aguardarlo con más ganas. He conocido que sale para marzo. ¡Me toca esperar! Estaré gustoso de compartirlo contigo entonces. Dices que te gustaría encontrarte conmigo en el msn, y lo cierto es que es muy fácil; este verano estoy siguiendo un patrón repetitivo a la hora de conectarme: el viernes que cuelgo capítulo estoy una hora entre las once y las una de la mañana; al siguiente viernes, el que no cuelgo, ídem; el miércoles antes de colgar, ídem; y así sucesivamente. Encontrarme es muy fácil. Sí, Embrujadas me gustaba (reitero: gustaba; cuando estaba Prue era mucho mejor), pero quizá no recuerdes el capítulo tres de MDUL, cuando Helen aparece por primera vez. Al dejar a Remus sube a la torre para asistir a su primera sesión del Club de Adivinación, clase enseñada por Phoebe, quien aparece de repente y se carga un demonio. A razón de eso, poco más tarde, Helen le explica a Remus que a su abuelo lo habían matado en el granero unos demonios; sólo tenía que hacer concordar la historia. ¿Tú crees que el bebé de Ángela es de Sorensen? Y dices pobre¿quién es pobre? Bueno, ya me lo dirás. Vaya, ya mismito son tus exámenes, espero que tengas mucha suerte y que los apruebes todos. Seguro. Imagino que Eva estará igualmente preocupada, ésa ha de ser la razón por la que no la he visto por aquí desde hace un tiempo. Salúdala de mi parte y anímala también con estos humildes deseos. Un beso, Sara.

LUNIS LUPIN. Hola, querida Lunis. Qué gracia, leí tu correo electrónico y me eché a reír. Veo que mi poca afición por los cumpleaños es compartida por ti; lo encuentro acertado, no me gusta cumplir años. Es un día como otro cualquiera, la verdad, sólo soy un día mayor que ayer, pero me recuerda que no hace mucho tenía un año menos y que la rueda del mundo gira tan rápida e inexorablemente que yo apenas si me doy cuenta. Siento de verdad que no tengas ningún otro "fanfic" que leer hasta hoy, ello te habría ayudado a ocupar el tiempo ocioso; también siento que este "fanfic" ahora mismo sea tan deprimente. ¡Cuántas ganas tengo de que lleguen los capítulos finales de la primera parte y todos los de la segunda! Ésos sí que los he trabajado, y se nota la diferencia. Sobre el embarazo de Ángela no voy a decir nada, porque todo acabará cayendo por su propio peso, pero te veo con muchas ganas de descubrirlo, je. Me gustaría que me explicaras por qué serías una nacida de muggles; imagino que no lo harás por aquí porque no deseas que alguien puede leer tus intimidades, imagino, pero veo harto difícil que nos encontremos por el msn; la única vez que lo hicimos fue de casualidad. Hay muchas horas de diferencia entre nuestros diferentes lugares de procedencia y allí tiene que ser muy temprano y aquí muy tarde para que coincidamos. Pero la esperanza no se pierde. Yo tampoco pienso cambiar un ápice del relato al llegar al punto del Príncipe Mestizo; me he inventado un rollo al respecto y he escrito un capítulo alternativo al sexto libro, que a quien le guste bien y a quien no pues que me lo diga y punto, que yo acepto las críticas. Pero me costó mucho y prefiero dejarlo así, porque a mí ya me gusta cómo ha quedado. No sé, pero me da la impresión de que os oléis algo con respecto a los desenlaces de la familia; muchos creéis que Helen y Matt han de morir para que se explique la falta de humor de Remus en el tercer libro. Charo y tú, sobre todo, estáis empeñadas en eso. Ahora tendré que repetírtelo de nuevo, aunque imagino que no querrás que te lo recuerden, mucha suerte con tu examen, que ya se acerca peligrosamente; verás cómo sale bien y no te dejes apurar por los nervios. Eres una chica aplicada y muy tenaz y seguro que lo llevas todo más que bien aprendido. Suerte. Un besazo de mi parte y de la de Elena.

LORIEN LUPIN. ¡Charo! Si yo tuviera tu vida, qué mal lo pasaría. Me alegra que tú lo veas, dentro de lo que cabe, con buenos ojos y has aprendido a reírte de la adversidad. Piensa, no obstante, que es un episodio de tu vida y que pronto dispondrás de más libertad. La verdad es que es un horario apretado, conque te tengo que felicitar y agradecer tu tenacidad acercándote un poquito de vez en cuando para ver cómo voy. Es un gesto que dice mucho de ti. Es normal que estés impaciente con respecto a tu debut, pero ya hay fecha, o al menos capítulo: el cuarto de la segunda parte, que no sé muy bien si se va a titular C.I.M. o C.M.I.; siempre se me olvida; creo que es el primero, pero no estoy muy seguro. Ahora mismo estoy terminando el anterior, de manera que tu aparición pronto estará lista. Elena tiene muchas ganas de leer ese capítulo y me ha ayudado mucho a agilizarlo. Bueno, la primera parte acaba en el capítulo 55, de manera que ya puedes hacer cálculos aproximados; si lo piensas bien, no queda tan lejos. Muchas gracias por prometer silencio con respecto al sexto libro, qué respetuosos sois todos sin excepción. Bueno, chica, tú tranquila, que la vida es para disfrutar, de modo que tómatela con calma, y con estoicismo también, qué le vamos a hacer. Cuídate y apercibe multitud de confortantes besos de mi parte y de la de Elena, que espera, si cabe, más ansiosa que tú tu propia aparición.

MARCE. Hola. Qué extraño y qué bien que te pudieses aparecer tan pronto. Es lo bueno de estar en casa del padre de uno. Espero que tus problemas con tu ordenador se solucionen pronto, porque yo estuve una semana sin él hasta que tuve que comprarme el nuevo y se pasa extremadamente mal. ¿A qué horas lo has leído? Me hace gracia que casi todos aprovecháis las horas nocturnas para leerme, es curioso cuanto menos. A mí me gusta más escribir a la luz diurna, de manera que somos muy distintos. Pero leer es una cosa y escribir, otra. Sí, yo también consideré que era bueno saber un poco de la infancia de Helen para conocerla un poco mejor, de manera que introduje ese capítulo con mucho cariño; también estoy preparando un capítulo en el que se hable de la vida de Dumbledore antes de conocer a Remus, y es uno del que tengo muchas ganas de empezar. Sobre el embarazo, Sorensen no está todavía confundido porque no sabe nada, pero para cuando lo sepa... ¡Cómo habrán cambiado las cosas¿De verdad tenías mi fecha de cumpleaños anotada en un recordatorio? No recordaba haberla dado. Es posible; en invierno parece que falta tanto para el verano que no me importa en extremo hablar del asunto. Pero cuando hoy justamente (miércoles) falta una semana para cumplir diecinueve... Ay, qué cuesta arriba. Tienes razón, como siempre, pues tu actitud filosófica ayuda mucho, pero, aunque es cierto que es un año de sabiduría, al fin y al cabo no deja de ser un año más; y temo que pronto empiecen a pesar demasiado. Desvarío. Es lo malo de tener de amiga a Elena, que siempre me llena la cabeza de pesimismo... Seguro que este cumpleaños también me empieza a hablar de alguna fatalidad abrumadora. Ella es así; forma parte de su encanto. Un besín muy cariñín para ti tanto de mi amiga como mío.

PADFOOT HIMURA. Hola, Karina. Tus clases de cine son desbordantes. ¿Cuánto gastas tú en ir al cine a lo largo del mes? La verdad es que ves muchas películas, más que yo, que no he ido al cine este mes ni una sola vez. La última vez que fui... ni lo recuerdo. Qué triste. Aunque sabes que siempre recibo encantado tus propuestas por si alguna es compartida. Elena también ha ido a ver con su hermano la de "Charlie y la fábrica de chocolate". También lo leyó en su infancia y, por lo tanto, le apetecía verla, aunque un amigo en común echó pestes sobre ella a pesar incluso de que no la había visto ni siquiera. En cuanto a tus pesadillas, espero que no se repita la que me contaste, porque debió de ser desagradable. Yo, por suerte o desgracia, no lo sé, duermo tan profundamente que, si acaso sueño, no lo recuerdo jamás. ¿A qué no sabes qué capítulo he empezado a escribir ya? Sí, sí, sí. El en el que apareces tú. Todavía lo estoy preparando para que no falte ni sobre nada, pero ya tengo más que menos fabricada tu aparición y el modo de encontrarte con ciertos personajes, tu conversación, incluso tu desparpajo. ¡Qué ganas! Imagino que te estaré poniendo los dientes largos, pero es que hasta yo mismo estoy emocionado de poder escribirlo. Soy así. ¡Ah! Disculpa por que mi "review" de hoy (miércoles) fuese tan corto, pero andaba escaso de tiempo y quería al menos mandártelo para hacerte saber que había visto el dibujo. ¿Es tuyo? Acepto encantado tu promesa, aunque yo también debería prometer un día viajar hasta Sudamérica y recorrer en singular singladura todos vuestros países de cabo a rabo, empezando por México al norte y acabando por Argentina, contigo, al sur. Quién sabe, quizá algún día lo haga. Nunca haré que el pavor de la realidad detenga mis sueños o mis esperanzas. Aunque, si tú vinieras, también podrías conocer todo esto. Oye, y si es con cincuenta años, pues mejor, seguro que seguimos siendo amigos con esa edad. Por cierto, los cumpleaños no tienen nada bueno, ni siquiera los regalos; éstos sólo sirven para eclipsar la realidad de que uno se está haciendo mayor. No soy demasiado acaparador ni posesivo con esas cosas. La costumbre de regalar en una fecha determinada me parece injusta; el regalo ha de venir cuando se requiera, cuando a uno le salga del corazón. Por eso yo ahora mismo, princesita, te voy a regalar un besito para que te acuerdes de mí hasta dentro de dos semanas. Espero lo conserves.

VALITA JACKSON LUPIN. Hola, queridísima Valen. "Mi querido Quique"... ¿Cómo puedes ser tan sol? Cada día descubro por cuanto me contáis que la vida es un fiasco; no te preocupes por la actitud de los profesores (te habla uno que espera en el futuro serlo, aunque no tan malvado, en serio), les gusta ser poco magnánimos, pero bien tiránicos, dominar y sentenciar, destrozar las adolescencias y las infancias. Son así. Tú tómatelo con filosofía. Si se puede... No te haces ni una idea de lo que me satisface que digas que MDUL e incluso que yo mismo ("amigable escritor", qué honor) te alegramos la vida. No sé si ése era mi propósito al principio, pero ahora no me cabe duda de que lo único que pretendo es satisfaceros a vosotros y satisfacerme a mí mismo. Tu reconocimiento me reconforta más de lo que crees. ¿Idolatras a tía Ángela? Al igual que Elena. Embarazada, sí... ¿Qué me cuento? No sé si es que quieres que te cuente mi vida o qué, porque la verdad es que es un poco simple últimamente; tengo más rutina en verano que en invierno. Por las mañanas doy clases particulares a dos niños de Matemáticas sobre todo y asignaturas varias. Es que ya acabé mis exámenes y así me gano unas pelillas. Luego, el resto del tiempo casi por entero lo ocupa MDUL... MDUL por aquí y MDUL por allá... ¿Te puedes creer que Elena y yo hemos confeccionado una B.S.O. para el relato de música celta que hemos recopilado de discos varios? Le hemos puesto hasta una portada (el dibujo lo acabo de colgar en Internet y, por si te interesa, más abajo se especifica dónde exactamente) y títulos a las pistas. ¿Quieres que te diga alguna? Muchas son muy significativas. La 10 del segundo disco se llama "Ánuldranh"; tengo muchas ganas de escribir ese capítulo. La 13, "El fin de la maldición"; Elena me está ayudando mucho con la psicología de éste. La 16, "Impotencia y lágrimas de Helen ante la aparición de Tim Wathelpun"... La 18, "Remus Lupin, el licántropo que pasó a la historia". Bueno, me detengo, que te voy a aburrir. Todos los que te he citado pertenecen a la segunda parte, conque tenlo como una especie de adelanto. Aunque de la primera parte hay "El Velo", "En Delfos están escritos los destinos de los hombres", "El futuro de Helen pasa por el sótano", "Poción amorosa de Severus"... ¡Cuántos capítulos que deseo ya que descubráis! Ves, ya me enrollé. En cuanto a los libros de misterio... sí me gustan, a medias. Pero no tienen que ser exclusivamente de misterio, sino que han de ser profundos, quiero decir, que tengan miga. No sé si me entenderás. La verdad es que me gustan todos los libros siempre que aporten algo medianamente aceptable. Dentro de lo que cabe se pueden aceptar tanto "El Código Da Vinci" como "El nombre de la rosa" de misterio, porque la intriga se considera como tal; y el principio me parece que no aporta nada de la esencia de la historia misma ni de sus personajes, sino que se limita a presentar, medianamente bien redactado, unos acontecimientos en el tiempo; mientras que la segunda te adentra en el argumento, el sentir de los personajes y participas con ellos de sus vivencias y sentimientos. Siempre que goce de todas esas características, un libro, sea de lo que sea, dispondrá de mi aprobación. Ahora va mi pregunta¿conoces "Los Pilares de la Tierra" (un libro)¿Qué libro estás leyendo ahora? Claro que usaré Valen para tu personaje, aunque se llamará Valentina en verdad; será un hipocorístico. Aún me queda mucho para que aparezca, pero estoy pensando nuevas cosas y estoy incluso contemplando la posibilidad de que disponga de un poco más de protagonismo en el capítulo en que aparece. Imagino que eso te satisfará. ¿Clases de piano? Tú sí que me tienes que contar cosas de ti. Un beso, guapa, y espero nos veamos pronto.

ATENEA217. Hola, Andrea. ¿Qué tal¿Conque sólo cobras derechos de imagen? Me va a salir muy caro, mejor no te saco... ¡Ja, qué es broma¿Cómo no te voy a poner tu personaje? Con las ganas que tengo. Y más ganas aún de decirte... en el contexto en que sale, pero tendré que comedirme. ¿Te dije ya que serías francesa? Qué ganas, qué ganas, qué ganas. Es que disfruto como un niño escribiendo sobre vosotros. Es como interactuar¿no te parece? Así MDUL, que tantas horas de lectura os ha robado, tendrá un poquito de vosotros, vuestra esencia. ¿Conque Baptista? Lo apuntaré a fin de que no se me olvide. Imagino que pondré Baptiste para que suene francés, aunque todavía no puedo dar nada por sentado. Muchas gracias por ir pensando lo de la foto, eres un sol; sólo espero que, para cuando la tengas, me avises y pueda recogerla. Si no, ni me entero. ¿Pobre Ryan? Pero... ¿y si el hijo es suyo? Es su marido, conque es natural que hagan el amor con cierta asiduidad. Me alegra que estos capítulos te hayan gustado, me satisface en extremo. Espero que los venideros, que, en mi humilde opinión, están mejor porque les dedique más tiempo, te gusten más. Aunque nada como la segunda parte... (Quique pone cara soñadora al imaginarse la cara de todos sus lectores cuando cuelgue el capítulo 56; si se sienten la mitad de orgullosos que él al escribirlo, estará más que contento). Pero tiempo al tiempo. Por hoy ya te voy a tener que dejar, con lo que me despido fervientemente deseándote todo lo mejor en estas semanas de intermedio y mandándote un beso que te supla para la ausencia. P.D.: Gracias por felicitarme, aunque me expresé mal; mi cumpleaños es el 31, pero lo puse allí porque aquél era el día límite para hablar del libro. Me expresé mal y mal os informé; lo lamento. No obstante, se agradece. Como también es de agradecer el que te pasaras por "Adiós" y me dejases un emotivo "review", muy sentido, que me puso muy optimista.

GWEN LUPIN. Hola, Gwen. ¿Cómo te encuentras? Antes de nada me voy a tener que disculpar porque preveo que mi respuesta va a ser más lacónica que lo que acostumbra, ya que he encontrado tu "review" el último día y venía con el tiempo casi justo para colgarlo. Pero no puedo dejar de ponerte unas palabras porque tú así lo has hecho para comentarme el capítulo y estoy enardeciendo por hablar contigo, aunque el tiempo no me permita que sea tanto como yo quisiera. La luz... La luz... ¿Por qué a todos os da miedo? A Elena también le daba miedo. Ahora, en los capítulos que está leyendo, los nuevos, como se están viendo nuevas cosas, lo está tomando con otra perspectiva; pero, aun así, sigue espantada. La verdad es que esa luz violácea es un misterio. ¿Tía Ángela violando a Sorensen? Jajaja! No me digas tú también que soy malo que me lo voy a empezar a creer. (Quique solloza). ¿Te has leído el Cid? Yo también. Me encanta. Aunque yo tuve una asignatura entera de Literatura Medieval, con lo que me tuve que manejar mejor con el castellano antiguo. Es fácil después de un poco de práctica. Y sí, detesto cumplir años, es el día más aborrecible, porque los demás no tienen nada de especial, y eso me recuerda que voy para viejo. Lo siento, soy muy raro. Pero gracias por animarme. Repito: perdón por la brevedad. Ahora me despido mandándote un beso y deseándote lo mejor hasta tu retorno.

PIKI. Ya creía que no venías. Hola. Perdón que hoy vaya a ser muy breve, pero es que estoy leyendo tu "review" en el último momento, antes de colgar el capi y no puedo demorarme porque sólo me han dado una hora y tengo que hacer muchas cosas. Imagino que lo comprenderás. Como siempre, eres un sol. Aunque estoy interesado en saber qué te ha pasado; imagino que ha sido a causa de la feria de Málaga, que te tiene trastornada. Espero que la hayas disfrutado. Oh, creía que te había llegado el mensaje con tu apellido; yo lo puse y después me fui. Qué tonto fui. Bueno, aquí va: vas a ser Laura Black. Imagino que la expectación crecerá ahora. Risas en este punto. Claro que te leo como un amigo, y no como el escritor de MDUL; la verdad es que no me lo tengo tan creído como para pensar que venís y me léis por el relato; pienso que lo hacéis porque sois mis amigos. En caso contrario, haría ya bastante que me habríais abandonado. O eso pienso. Descuida, y yo también espero que me leas como amigo y no como un personajillo lleno de papeles y apuntes que no deja de escribir para contentaros. Y claro que MDUL es de todos. Si fuera sólo mío, qué egoísta. Me gusta compartirlo. Gracias por animarme y felicitarme. ¿Un "review" corto? Qué va. Mi respuesta sí que ha sido corta, lo siento. Intentaré enmendarlo dentro de dos semanas. ¡Ah! Has puesto una frase de mi idolatrado Cervantes. Eres una máquina. Un besín, Laura, y no te preocupes, que me estoy esforzando mucho para que todos los personajes y la trama de la segunda parte sean la bomba. Hasta pronto.

ISAPOTTI. ¡Bienvenida¿Dos días? Me parece sorprendente que te lo hayas podido leer tan rápido, en serio; pero te creo. Aquí en "fanfiction" sois la mar de rápidos. Espero que la historia te siga gustando en adelante. Te doy la más cálida bienvenida a MDUL. No sé si habrás leído que me gusta introducir a los lectores como protagonistas; si te interesa, dímelo. Bueno, espero ser más locuaz en adelante cuando nos conozcamos mejor. Un beso.

AVISO: "Maldito, Quique", tenéis que estar pensando. "¡Sí, ya me he enterado de que no ha leído, aunque ya es hora de que lo fuera haciendo!" No obstante, por si hay algún rezagado, sigo rogando que no se me anuncie ningún "spolier" hasta que no me haya leído el sexto libro. Agradezco también encarecidamente a todos aquéllos que están cumpliéndolo con una fidelidad digna de elogio. ¡Sois los mejores!

(DEDICATORIA: Este capítulo se lo quería dedicar a muchas personas. A Elena, Eva, Lunis y Sara, por orden alfabético, porque DESEO que aprobéis vuestros exámenes que se avecinan y que no sólo os conforméis con eso, sino también obtengáis unas calificaciones dignas de elogio. Suerte, que también se emplea.)

CAPÍTULO XLVII (DESEO)

–Nada, nada –dijo con un brillo especial en los ojos–. Sólo quería comunicaros que... ¡estoy embarazada!

–¿Qué? –inquirió Helen sorprendida y emocionada–. Pero... ¡Eso es maravilloso!

–¡Enhorabuena, Ángela! –exclamó Remus–. Ryan tiene que estar loco de alegría.

–Técnicamente no –dijo seria–. Aún no se lo he contado. No sé cómo hacerlo. –Sonrió.

–¡Pero esto es maravilloso! –repitió Helen con lágrimas en los ojos–. Qué buena noticia, tita. Pero sal de la chimenea, anda. Vuelve para atrás y te vienes en cuerpo completo, que nos lo tienes que contar todo¡con pelos y señales!

–¿Qué quieres que te cuente? –Rio Ángela–. ¿Que tengo un retraso de dos semanas, que he ido al médico y me lo ha confirmado, que para junio tenemos un niño más en la familia?... –Se quedó con la mirada perdida–. Era mi sueño. Lo que más quería en el mundo era ser madre..., y por fin lo he conseguido.

–Vamos, ven –dijo Helen, sonriendo ampliamente–. Tienes que tomarte una taza de café con nosotros.

–Vale –consintió Ángela–, pero baja en cafeína, que hay que ir pensando ya en el niño... Que luego no se agarra al endometrio¡y a tomar por saco! –Rio–. Voy en seguida.

Y metió la cabeza hacia dentro.

Helen se incorporó, y Remus también.

–¡Qué contenta estoy, Remus! –exclamó–. Sabía la ilusión que le hacía a tía Ángela tener un niño. ¡Qué bien! –Se puso a pegar saltos de alegría–. ¡Qué bien, qué bien, qué bien!

Remus sonrió.

–Y lo mejor de todo es... –dijo, pero se interrumpió.

–¿Qué? –inquirió Helen.

–Lo mejor de todo es, Helen, que ya Matt va a tener un niño con quien crecer y jugar. Y no habrá peligro de que le diga que es un mago, porque el niño de Ángela también lo será.

Helen sonrió, mirando el suelo. De pronto estaba tan contenta.

–Bueno, sí... –dijo radiante–. Pero se llevarán tres años y pico. Casi cuatro.

–Da igual –dijo Remus encogiéndose de hombros, también exultante–. Yo crecí solo y aquí me ves¡de una pieza! Al menos tendrá alguien con quien jugar. Alguien como un hermanito pequeño.

Helen asintió, feliz.

Por fin se elevaron altas las llamas verdes que transportaron a Ángela a la casa de los Lupin. Los dos la abrazaron, la felicitaron sendas veces, y la hicieron sentar. Helen preparó, a toque de varita, un juego de café, y lo repartió entre los tres.

–Toma, tía Ángela –dijo dándole su taza–. ¿Y cuándo fuiste al médico?

–Ayer –respondió–. Me han dado los resutados esta misma mañana. Tenía que contárselo a alguien. ¿Y a quiénes mejor que a mis sobrinos del alma?

Remus sonrió, mirando a su tía postiza y sorbiendo su café.

–¡Pero podrías haberme pedido que te acompañara! –exclamó Helen–. ¡Podrías habérmelo contado antes! –Se quedó pensativa un momento–. He de suponer, por lo que has dicho, que mi madre aún no lo sabe¿verdad?

–Así es –dijo Ángela poniendo cara de misterio–. Estoy pensando organizar una cena para explicárselo a todos. Incluido Ryan. ¡Se llevará una sorpresa enorme! Él también estaba deseando tener un hijo. Era lo que nos faltaba... –Suspiró–. Así que vosotros seréis mis confidentes¿de acuerdo? –Ambos chicos asintieron–. Perfecto. Estoy tan emocionada...

Helen y Remus sonrieron. Faltaban las palabras, pero las sensaciones que vivieron durante aquel café, con aquella noticia tan impactante y regocijadora sobrevolando sobre ellos, eran más que suficientes. Remus recordó durante un instante lo feliz que él había sido durante el embarazo de Matt, lo feliz que había sido ante la idea de convertirse en padre, lo feliz que era con su hijo a su lado. Miraba a Ángela y veía la misma felicidad en sus ojos.

–¡Qué bien! –exclamó Helen–. Te podré pasar cientos de cosas del bebé. La cuna, las sábanas de lino, los bordados de mamá, la colección de biberones...

–¡Quita, quita! –exclamó Ángela–. Te estoy muy agradecida, Helen. Pero ¿y tú qué sabes si aún puedes tener otro bebé?

Helen y Remus se echaron a reír al mismo tiempo.

Pero Helen fue perdiendo las ganas de reír. Su mente se embotaba. Se llenaba de la acostumbrada niebla que precedía a una visión. Preparada, cerró los ojos y un aluvión de imágenes y sonidos extraños inundó su cabeza: «Escuchó el sonido del mar, de las olas cuando rompen, espumeantes, en la línea de costa.» «Vio unos grandes ojos marrones claros extremadamente desorbitados.» «Vio una figura indefinida en el sótano.» «La visión concluía con una cegadora tormenta de luz violeta y un grito que escindía el aire y reverberaba en los tímpanos.»

Helen abrió los ojos fatigada. Miró a Remus y a Ángela, pero ninguno se había dado cuenta de lo ocurrido. Tomó un sorbo de café. Le temblaba la barbilla, la mano, intentó tranquilizarse. ¿Qué demonios había sido aquello? Cada vez comprendía menos...

Una lechuza entró volando por la ventana del salón y los tres se la quedaron mirando. Descendió en picado sobre la mesa. Patizamba, anduvo lentamente hasta Remus. Extendió su ala derecha y el hombre pudo ver que, bajo ésta, el ave tenía un bolsillo en cuyo interior, plegado, se guardaba un pergamino amarillento. Le desprendió la carta y la lechuza echó a volar de nuevo.

Remus leyó la carta atentamente.

–Vaya... –dijo al poco.

–¿Qué pasa? –inquirió preocupada Helen–. ¿Ha ocurrido algo?

–No –contestó Remus–. Pero... Ángela¿tenías pensado invitar a esa cena a Sorensen? –Ángela mirando a Remus con los ojos entrecerrados un momento, acabó asintiendo–. Sólo lo digo porque, según esto, no irá solo.

–¿Qué quieres decir? –preguntó Ángela de mal talante.

–Pues... ¡eso! Que no va a ir solo. Lleva una semana saliendo con un chico, y la cosa parece formal. Nos lo quiere presentar.

Ángela no supo qué responder a aquello.

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La noche anterior a la cena que Ángela propuso fue luna llena. Remus bajó lentamente hasta el sótano. Como casi siempre de un tiempo a esta parte, al traspasar la puerta se quedaba mirando la trampilla por la que un día pasó Matt y fue razón suficiente por la que a punto estuvo de devorar a su propio hijo.

Desde entonces, hace ya casi dos años, Remus pasaba sus noches licántropas intranquilo, mordiéndose las uñas, estresado y ojeroso. Incluso el pelo se le había comenzado a vetear de plateado.

Y es que era mucho el miedo que pasaba por temor a que su hijo traspasase otra vez el hueco de la puerta y Helen no tuviera una visión que lo remediase. «Tiene tres años y medio; no creo que cupiese ya por el estrecho hueco». Aquellas palabras de Helen eran su único consuelo en la antesala de su dolorosa transformación.

Se quitó la ropa y la pasó por la trampilla de la puerta, rogando a Rowling que aquello fuera lo único que traspasase aquella noche de un lado a otro.

Pero aunque aquella noche tampoco pasó nada, Remus no podía evitar ni controlar su miedo; y su pelo, a causa del estrés, seguiría envejeciendo lentamente, a pesar de que su rostro revelaba una juventud maldita.

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–Estoy deseando ver la cara que pone Ryan cuando tía Ángela le diga que está embarazada –dijo Helen mientras se peinaba ante el espejo–. Seguro que se desmaya.

–No creo... –dijo Remus asomando la cabeza por entre las cortinas de la ducha–. Tu tío no es que sea un insensible, ya me entiendes, pero no es de ésos que se emocionan con facilidad.

–¡Remus! –le reprendió Helen–. Que no estamos hablando de un pego cualquiera; ¡estamos hablando de que va a tener un bebé! –Volvió a preocuparse en su peinado–. Y mi madre tampoco lo sabe. ¡Seguro que se lleva otro patatús!

–Pásame la toalla, por favor, Helen –le rogó Remus.

–¿Me estás escuchando? –le preguntó mientras se la pasaba metiéndola entre las cortinas–. ¿Eh?

–Que sí, Helen, que sí –dijo Remus secándose la espalda–. Pero ¿qué quieres que diga? No sé cómo va a reaccionar tu madre. Ni tu padre. Ni Ryan. ¡Ni nadie! Imagino que se les quedará la misma cara de empanados que a nosotros, pero eso es muy relativo.

Remus descorrió las cortinas y salió con la toalla liada en torno a la cintura. En ese momento pasó corriendo como una exhalación por la puerta del cuarto de baño Matt en cueros.

–¡Matt! –gritó Helen–. ¡Matt! Y este niño... –dijo a Remus, cabeceando de un lado a otro–. No sé qué le ha dado ahora por quitarse los calzoncillos y correr por la casa en pelota picada.

Remus rio, cogiendo otra toalla y secándose el pelo, que resbalaba por la piel de sus mejillas con graciosas perlas de agua.

–Es que ha salido al padre –comentó Remus burlón, acercándose a Helen por detrás y abrazándola.

–¡Remus! –le gritó–. ¡Que estás medio mojado! Anda, vístete y después coge al niño y lo vistes también¿quieres?

Obedeció. Se puso una de sus mejores túnicas, negra y larga, y después cogió al pequeño y lo llevó a su cuarto. Lo sentó en la silla, desnudo, y abrió la puerta del armario.

–Veamos... ¿Qué te quires poner hoy? –le preguntó Remus.

–Mmm –pensó–. El traje verde.

–No, el traje verde no, que te lo pusiste la última vez –le dijo Remus.

–¡Ah! –exclamó Matt dramático–. Pues el azul.

–¿El azul? –se preguntó Remus–. Bueno, venga, el azul. –Lo sacó con la percha–. Bien. –Separó las distintas partes y las fue colocando sobre la cama–. Pero, Matt, que sea la última vez que te quitas la ropa y vas por la casa como mamá te trajo al mundo¿vale?

–Pero... Es que se está más fresquito –contestó Matt.

Remus pensó rápidamente.

–Bien, muy bien. Pero ¿tú nos ves a tu madre y a mí andando desnudos por ahí? –preguntó. Matt negó con la cabeza–. ¿Lo ves? –Matt puso cara de pena–. Y si sigues yendo por ahí sin ropa, se te va a caer el pito a cachos. –Matt puso ahora cara de miedo–. Si no, mira a tu tío Sorensen, que le pasó lo mismo.

–¿Y por eso no tiene mujer? –preguntó Matt, un chico bastante despierto.

–Así es –dijo Remus, satisfecho de la forma en que había evitado preguntas insidiosas sobre la actitud sexual de su tío a tan temprana edad. ¿Cómo iba a decirle: "tú tío Sorensen es homosexual"?–. Así es. ¡Qué listo eres, ay, Matt! –Le revolvió el pelo, que cada vez más iba perdiendo su tonalidad rubia para acentuarse el color castaño oscuro, mezcla de ambos padres–. Venga, toma. Ponte las cosas tú solo, que ya eres grande. Yo estoy observándote¿vale, y si tienes algún problema, me lo dices.

Helen entró subrepticiamente en el dormitorio del niño y sonrió al ver a su hijo tan guapo. No hizo otro tanto con su marido, Remus, a quien, nada más verlo, le dijo en tono de recriminación:

–¿Otra vez esa túnica, Remus¿Por qué no te compras otra? Ésa es más antigua que Nicolás Flamel.

A razón de este personaje, Helen no sabía entonces que era suya la anciana cara que se le apareció en una visión tiempo ha. Pero pronto lo descubriría, y Dumbledore tomaría las medidas de seguridad apropiadas para evitar que lord Voldemort se hiciera con la Piedra Filosofal.

Cuando todos hubieron terminado de arreglarse, utilizaron la chimenea para aparecerse en la casa de Ángela y Ryan. Los recibió este último, inconsciente entonces de la grave noticia que recibiría en breve. Le estrechó la mano a Remus y besó a Helen, éstos ambos cuidadosos de no escapársele nada.

Matt se soltó de la mano de Remus gritando:

–¡Abuelito!

El señor Nicked lo recibió en cuclillas, con los brazos abiertos. El muggle lo estrechó entre sí, y el pequeño lo apretaba con sus reducidas fuerzas, demostrándole su capacidad de cariño.

Sorensen se acercó lentamente hacia Remus y Helen, y Remus exclamó un "¡oh!" improvisado porque no se esperaba que fuera a estar ya allí.

–Hola, Soren –dijo Remus sonriente.

–¡Hola, hermano! Helen. ¿Qué tal? –Le estrechó la mano, caballeroso–. Tengo que presentaros a alguien.

–No digas más –susurró Remus–. Ya me imagino quién es.

Se aproximaron hasta un chico, de aproximadamente tres años más que ellos, al que ni Helen ni Remus conocían. De atractivo aspecto, guapete y musculoso, barba de varios días y piel de color mestiza, se puso en pie al ver que Sorensen se acercaba acompañado.

–Éste es Tony –dijo Sorensen muy contento–. Tony, te presento a mi hermano, Remus.

Tony sonrió, asintió una vez, pero más para mirarlo de arriba abajo que otra cosa, y se apresuró a estrecharle la mano con rapidez, varias veces consecutivas.

–Encantado, encantado –dijo–. Soy Tony. Usted es "gay"¿verdad? –Remus enarcó una ceja y su boca se fue descolgando lentamente–. Mire que yo para eso tengo un ojo muy bueno. Usted fijo que es "gay"; tiene esa sabrosura de los homosexuales, y esos ojos tan picantes...

Sorensen carraspeó. Prosiguió:

–Y ésta, Tony, es su mujer, Helen.

Tony se volvió confuso hacia ella. Le estrechó la mano con cordialidad, sin decir nada.

–Bueno... –Sonrió Sorensen–. Éste es mi novio. ¿A que es guapo?

–Sí, y muy majo... –dijo Remus con el labio crispado.

–Gracias –dijo el mestizo con acento sureño–, usted que me ve con buenos ojos. ¿Me permite que lo tutee? –Sin esperar que le respondiera–. Gracias.

–Bueno, creo que vamos a ir a ver a mi tía Ángela –dijo Helen pegando un tirón del brazo a Remus–. Acabamos de llegar y no la hemos visto. –Sonrió hipócritamente–. Hay que saludarla, como comprenderéis.

Sorensen los vio alejarse. Helen miraba atrás varias veces, y se enojaba. Se puso detrás de Remus al entrar en la cocina y Tony dejó de mirarle el culo al licántropo.

Alguien tiró de la manga derecha a Sorensen.

–¡Oh! –exclamó el bibliotecario–. A este campeón no te lo he presentado todavía, Tony. Es mi sobrino, se llama Matt. Dile hola a este hombre tan guapo. –Matt se lo quedó mirando sin decir nada. Sorensen rio estúpidamente–. Normalmente es más espabilado. Mira, Matt, este chico es mi novio, y nos queremos, porque somos homosexuales, es decir, invertidos, aunque no me gusta esa palabra. Quiero decir, que a ti te gustan las niñas... ¡Bueno, qué demonios te van a gustar las niñas si sólo tienes tres años! Bueno, Matt... Cuando llegues a la pubertad, empezarás a sentir un extraño cosquilleo cada vez que veas una chica, y esas mariposas que creerás tener en tu estómago significan que te has enamorado. –Se quedó pensativo un momento–. Aunque a lo mejor has salido a mí y eres "gay", y en ese supuesto te atraerían los chicos...

–Sí, sí... –dijo Tony asintiendo bruscamente–. Este niño tiene toda la cara de ser homosexual. Mira que yo me parecía a él cuando pequeño, que tengo muchas fotos para atestiguarlo.

Matt miraba a uno y otro con cara de pena, sin escucharlos mucho ni siquiera.

–¿Qué te pasa, Matt? –preguntó Sorensen.

–Que mi papá me lo ha dicho todo –explicó–. Me ha dicho que tú no tienes una mujer porque de pequeño se te cayó el pito a cachos, como me va a pasar a mí si sigo andando por la casa en cueros.

Sorensen se quedó inaudito. Le temblaba la barbilla, no sabía qué responder. ¿Qué diantre acababa de decir su sobrino? Miró de soslayo a Tony y éste se encogía de hombros estúpidamente.

–Yo te entiendo, tito Soren –dijo Matt dándole gopecitos en la espalda–. Yo también sé lo que es que se te caiga el pito a cachos.

Y se fue tan tranquilo.

Cuando Remus y Helen entraron en la cocina, Ángela, muy atareada, preparaba la cena, con la ayuda de la señora Nicked, que le prestaba su servicio de todo corazón.

–¡Oh¿estáis aquí? –exclamó Ángela.

–Sí, eso parece, tita –dijo Helen–. ¿Cómo estás de lo tuyo?

–Perdonad que no me acerque a daros un beso –dijo–, pero es que se me va a pegar el calabacín. Y de lo mío¡ay, si yo te contara... Esta mañana me he levantado con unos mareos. Pero son normales¿no?

–Sí, yo los tenía cada dos por tres –dijo Helen, que se regocijaba de parecer experta en algo.

La señora Nicked se rio.

–¿De qué habláis? –preguntó–. Ni que estuvieras embarazada... –Ángela se volvió y se la quedó mirando muy seria–. Ay, Rowling del cielo... ¿No me digas que...? –La abrazó, y Ángela a ella, y dio igual si se pegó el calabacín o no, porque estuvieron entrelazadas un buen rato–. ¡Cuánto me alegro, hermanita¡Cuánto! Qué contenta tienes que estar. Pero no te lo perdono¡no te lo perdono! –dijo poniéndose grave–. Mira que decírselo antes a mi hija que a mí¡anda que...! Y dime¿Ryan lo sabe?

–¿Que lo va a saber? –exclamó Ángela riendo–. Y mira que le he soltado indirectas desde que lo sé. Pues nada, todos estos días venga a pedirle que bajara a por una tarrina de helado. Y es que me ha entrado el antojo, y no lo puedo remediar, pero él no sabe lo que es un antojo¡no lo sabe! Se queja, pero baja, y nada, vuelve a bajar. Pero de imaginárselo¡nada de nada!

Se callaron. Ángela se volvió hacia la olla del calabacín, pero ya no había nada que hacer. Lo tiró al cubo de la basura.

–Bueno, y otra cosa –dijo de pronto Helen, sentándose en un taburete–. ¿Habéis visto al novio de Sorensen, eh?

–¡Claro que lo he visto, hija! –exclamó la señora Nicked apesadumbrada–. A mí no me gusta para tu hermano, Remus, que tu hermano es muy buen chico y no se merece un chaval así. ¿No que se me acerca y me pregunta si yo soy lesbiana? Pero ¡habrase visto! –Ángela murmuró algo mientras movía con enorme esfuerzo el nuevo calabacín que había echado–. ¿Y tú qué dices, eh, Ángela?

–¡A mí qué me va a importar –gritó–, eh, a mí qué me va a importar!

Los tres se quedaron callados, mirándola. Remus enarcó una ceja, y Ángela, mirándolo, vio que se había extralimitado y añadió:

–Nada, eso. Que lo que estaba diciendo es que a mí también me lo ha preguntado, pero a mí qué me va a importar. –Rio–. Es que me he acalorado. Y ya sabéis, cuando a mí me da un arranque...

–Pues ten cuidado –dijo la señora Nicked–, que otro más como ése y a nosotros nos da un infarto, o bien el niño te sale satánico perdido.

Salieron los cuatro (Remus, Helen, Ángela y la señora Nicked) cuando la cena estuvo preparada. Entre los cuatro fueron colocando las cosas sobre la mesa, y pronto se reunieron todos en ella.

Empezaron a comer con ánimo. Tal era el bullicio que apenas si se hacían oír con los que tenían en frente, y a duras penas se entendían con los de al lado.

Sorensen se puso en pie y todos se lo quedaron mirando. En la mano tenía una copa de vino.

–¿Qué hay de nuestra tradición de en cada cena o fiesta hacer un brindis, eh? –Algunos rieron, entre ellos Dumbledore, que estaba sentado junto a Ángela, aunque el anciano mago miraba de reojo a Tony–. Bien, yo quisiera encabezar este brindis dándole gracias a santa Rowling que me ha traído un novio tan guapo y simpático, Tony. –Éste sonrió jactancioso, saludando a unos y otros. Casi nadie lo miró con buenos ojos–. Ya era hora de conocer el amor por fin. –Rio–. Y también quisiera brindar por cada uno de vosotros: por ti, Remus –levantó su copa–, que has sido la ilusión que casi nadie tiene a los treinta años; por su hermosa mujer, Helen, que es la persona con el corazón más grande que haya conocido en la vida; por mi sobrinito, Matt, que es un diablo de cuidado; por los señores Nicked, que son algo así como mis segundos padres –a la señora Nicked se le escapó un suspiro y una lágrima, sonriendo–; por Dumbledore, para quien no hay palabras más que de alabanza; por Ryan, a cuya mesa me siento hoy y se lo agradezco; y por Ángela –plantó en ella sus negros ojos y ella se lo quedó mirando también. Dumbledore entrecerró los ojos al observarlos–, que es una gran mujer. ¡Y por Tony, que es... –se quedó un momento con la mirada perdida en Ángela–... que es lo mejor que me ha pasado nunca!

–¡Por Tony! –corearon Ryan y el señor Nicked, pero se habían quedado solos. Los demás estaban callados.

Sorensen dio gracias y se sentó. Volvieron a elevarse las voces.

Ángela pinchaba con desánimo el tenedor. Se metió un trozo de calabacín en la boca y otro de carne y los masticó con expresión de asqueada. Dumbledore la miraba, sonriente. Ella se dio cuenta de improviso y pegó un brinco en el asiento.

–¡Oh! –se disculpó Dumbledore–. No quería ser indiscreto.

–Oh, no pasa nada, no pasa nada –dijo Ángela.

Dumbledore sonrió.

–Es que... –dijo el anciano–. No me atrevo a decirlo, no tenemos confianza suficiente.

–¡No diga necedades, Dumbledore! –exclamó alegremente Ángela–. Que no fuera a Hogwarts porque estuviese en Estados Unidos no quiere decir que no llevemos ya tiempo usted y yo de conocernos. ¿Qué le ronda por la mente?

–Vas a pensar que soy un viejo entrometido. –Rio–. Pero parece –bajó el tono de voz para que sólo ella pudiera oírlo– que en el fondo te molestase que Sorensen haya rehecho su vida con Tony.

Le sonrió. Ángela, azorada, intentó dar una explicación, pero se trababa y nada dijo, con la lengua hecha un lío. Dumbledore le guiñó un ojo.

Aún no repuesta del todo, Ángela recibió por debajo de la mesa una patadita de Helen, a la que tenía en frente. Ésta, utilizando más el lenguaje de símbolos que otra cosa, señalando con la cabeza a Ryan y abriendo la boca pero sin decir nada, la instó a que dijera ya lo de su embarazo. Ángela asintió, sin mucho ánimo.

Se puso en pie.

–Yo también quisiera proponer un brindis –dijo seria–. Por Ryan Simmons, la persona a la que más amo en el mundo y a la que le seré fiel todos los días de mi vida hasta que me muera, y aun muerta le seguiré amando. –La señora Nicked susurró: «Qué bonito...». Dumbledore, por su parte, miró de reojo a Sorensen, que apretaba las mandíbulas–. Ryan, tengo que confesarte algo... –Hizo la acostumbrada pausa de vilo–. ¡Estoy embarazada!

Todos estallaron en exclamaciones y en saltos, incluso los que ya lo sabían, animados por el jolgorio. Ryan, recuperado de la primera impresión, corrió a abrazar a su esposa, a quien besó, abrazó y volvió a besar.

–¡Esto se merece una copita! –exclamó Ryan loco de alegría–. Tú no, querida, que estás embarazada. Rowling bendita del cielo, quién me lo iba a decir a mí.

Dumbedore se acercó por detrás a Sorensen, que seguía sentado en la silla, con la mirada perdida, serio. Al recibir el cálido gesto del anciano, el joven salió de su ensimismamiento y miró al mago, que le sonreía.

–¿No te alegras? –preguntó Dumbledore.

–Sí, oh, mucho –respondió fingiendo una amplia sonrisa.

–Entonces¿por qué no te levantas y nos tomamos una copita de chinchón? –propuso Dumbledore sonriendo, loco de ganas de tomarse un trago–. Mira a tu pareja, Tony. –Se lo señaló–. Éste se lo pasa mucho mejor que tú...

Así era, en efecto. No se sabe si tarumba o bebido, el chico de piel mestiza bailaba exageradamente, llamando la atención de todo el mundo.

Sorensen recibió en la mano una copita de chinchón que Dumbledore le alargó. La bebió de un trago, sin ganas, sin ánimo. Sintió la sensación cálida y abrasadora del líquido bajando por su gaznate, recayendo en su estómago; se le encendieron las mejillas, arrebatadas por un furor desconocido.

–Dumbledore –lo interpeló Remus–. ¿Podrías vigilar un momento a Matt? –preguntó–. Es que tengo que ir al servicio.

–Mmm –pensó–. ¿Y Helen, no puede hacerlo ella?

–Lo tienes ahí al lado –dijo Remus–. ¿Qué más te da? Si quieres se lo digo a Helen, pero... a fin de cuentas¿no es como un nieto para ti, eh?

Dumbledore rio. Asintió serio y Remus salió en carrerilla.

Helen se acercó a raudo paso hasta Sorensen. Malhumorada, lo asió del brazo y lo apartó unos metros del bullicio.

–¿Quieres decirle a tu novio que deje de mirarle a Remus el culo? –inquirió Helen.

–¿Qué? –preguntó estúpidamente Sorensen–. ¿Dices que le estaba mirando el culo?

–¡Mirarlo es poco! –exclamó la bruja–. Se lo estaba comiendo con la mirada. No es por meter bulla entre vosotros, Sorensen, tú lo sabes bien, pero o acaba esto, o... o... ¡Dile que no le mire más el culo¿quieres, que me siento violenta.

Sorensen asintió. Rellenó su copa de chincón. Se lo bebió de un trago de nuevo.

Se quedó mirando el suelo, entristecido, aunque no sabía por qué estaba tan melancólico de pronto. Miró a Tony, que había cogido por banda a Dumbedore y se había puesto a bailar con éste, aunque se veía que el anciano mago estaba intentando zafarse de él.

Rellenó su copa de chinchón.

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Sorensen no le dijo a Tony que dejara de mirar a Remus, y ésa fue quizás la razón por la que su noviazgo se extendió en el tiempo: pasados ocho meses, la pareja seguía feliz. ¿Feliz? La pareja seguía, simplemente. Tony apenas si conocía a Sorensen, apenas si hacían el amor, apenas si salían juntos a dar un romántico paseo bajo la luna; lo único que deseaba Tony hacer era cenar con la familia de Sorensen, y a éste se le antojaba que era una excusa para poder ver libremente a Remus, su hermano.

El cuatro de junio, Sorensen, mientras colocaba en su estantería el libro de La estabilidad matrimonial en la biblioteca, se decidió a hablar sinceramente con Tony al día siguiente.

Pero no hubo oportunidad. A las dos y media de la mañana del cinco de junio de 1991 nació un bebé precioso, de grandes ojos negros, muy parecido a Ángela, y por tanto muy parecido también a su prima Helen Lupin. Estaba completamente sano.

El día se desarrolló en San Mungo. Todos fueron a visitar al recién nacido, un chico vigoroso, de pelo espeso y negro como el carbón, y con los ojos negros como una noche de luna llena. Ángela decía a todos muy feliz que lo llamaría Mark en honor de su padre, el esposo auror de la señora Carney. Mark Simmons.

–Mira tu primito, Matt –decía Remus aupando a su pequeño por encima de la cuna–. ¿A que es guapo? Se parece muchísimo a ti, Ángela.

Y era cierto.

–¡Es una monada! –exclamó la señora Nicked–. ¡Qué sobrino más guapo tengo!

Había nacido.

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Remus, en calzoncillos, bajó la escalera de su casa. Nada se veía, todo era oscuro, pues la noche reinaba fuera. En su mano derecha tenía su varita. Un resplandor de luz inundaba la habitación ahora. Abrió la puerta.

Salió fuera, al porche. En el horizonte despuntaba una tímida luna menguante que el licántropo se quedó mirando con ojos entornados. Se abrazó a sí mismo, pues, aunque era verano, el relente le sacudía la piel como un martillo helado.

–Estoy aquí –susurró una voz.

Remus miró en aquella dirección. Cualquiera hubiera quedado desorientado, pero no así Remus, el licántropo, que gracias a su oído meticuloso pudo dirigirse sin problema a la persona que lo interpelaba.

–¿Llevas esperando mucho rato? –preguntó la voz desconocida.

–No –respondió Remus.

Apuntó con su varita al suelo y pronunció el encantamiento "lumos". Un resplandor luminoso los inundó sin incedirles directamente a los ojos. Los ojos... Sus ojos se miraban con un brillo enamorado.

Remus clavó una rodilla en el suelo. Seguidamente la otra. Se quedó mirando a la otra persona con los labios despegados, con la boca sedienta, con la sangre palpitando entre sus piernas.

–¿Tenías ganas de verme? –preguntó la voz.

–Sabes que sí –contestó Remus–. No lo he podido disimular por más tiempo. Me gustas.

–Tú también a mí, Remus.

Y lentamente Remus, cerrando los ojos, acercó más y más la cara hasta la de Tony, hasta que sus labios entraron en contacto en un apasionado beso. Se abrazaron, entrecruzados, bañados por la mezquina luz plateada de la luna.

Tony, recobrando la respiración, se separó de Remus. Después, en un arrebato, cogiéndolo de la nuca, acercó su cara hasta sus labios, y lo volvió a besar. Se separó de nuevo, y bajó el rostro, recorriendo su torso desnudo. Llegó hasta su cintura, y le bajó delicadamente el calzoncillo hasta el fondo de las rodillas. Acercó su boca lentamente.

–¡Nooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo!

Sorensen se despertó en mitad de la noche con el rostro sudoroso. Se incorporó lentamente, respirando rápida y entrecortadamente, y se sentó en el filo de la cama, apoyando los codos en sus muslos.

Miró a través de la ventana. La luna llena brillaba fantasmagórica.

Había sido una pesadilla. Sólo una maldita y estresante pesadilla...

Su hermano era heterosexual. Y aun no siéndolo¿cómo iba a atreverse a robarle su pareja a su hermano¡Diantre de sueño! Lo había desvelado. Lo había dejado entristecido.

Pero no era en Tony en quien pensaba.

A decir verdad¡Tony le importaba un rábano!

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Helen bajó lentamente la maliciosa escalera que daba al sótano. Llevaba la varita en ristre, y el rostro concentrado. Chirriaba cada uno de sus pasos, cada uno chirriaba. Llamó a la puerta.

–Remus –dijo–. ¡Despierta, Remus!

Nada ni nadie respondió.

Helen obró una floritura ante el picaporte y éste giró mágicamente. La penumbra fue lo único que recibió en un principio a Helen, ésta sin dar un paso en el interior; pero cuando sus ojos se fueron acostumbrando lentamente a la oscuridad, vio en el suelo, hecho un ovillo, a Remus desnudo.

–¡Remus! –lo llamó. Éste movió espasmódicamente una pierna–. ¡Levanta, Remus! Ven que te cure antes de que me vaya a San Mungo¿quieres?

–Déjame un ratito más... –susurró.

–¡Nada de eso! –exclamó avigorada–. ¡Arriba!

Remus se puso en pie torpemente. Andando impúdicamente, salió al encuentro de su esposa sin reparar en su desnudez. Recogió la ropa de suelo y subió desnudo hasta el salón, donde se vistió. Entretanto, Helen pudo observar que su marido tenía una horrorosa marca en el torso, que le cubría de parte a parte.

Lo condujo hasta la cocina, donde ya tenía diseminadas sobre la mesa las pócimas más útiles. Le pidió a Remus que se subiera ciertas partes de la túnica y le fue embadurnando con las pociones.

–Remus, he pensado que el niño va a tener cuatro años ya mismo –dijo Helen.

–Sí, eso también lo he pensado yo –le dijo el otro bostezando, cansado.

–No, no es eso lo que quería decir –agregó Helen–. Es que he pensado que deberíamos ir enseñándole a leer y a escribir¿no crees? Y las demás cosas básicas.

–¡Oh, claro! –exclamó Remus–. Como no tengo trabajo¡como no tengo nunca trabajo, yo me encargaré de ello¿te parece?

–Sí, era precisamente lo que te iba a proponer.

Remus sonrió, con los ojos entornados y la mirada perdida.

–Aún recuerdo cuando mi madre me enseñó a a leer y a escribir. La quería tanto...

–Yo no tuve esa suerte –comentó Helen–. Ya sabes, fui a la escuela. No corría el riesgo que tú, por ejemplo, de contarle a mis compañeros que mi madre hacía cosas raras con un palo de madera, porque, como sabes, bien se cuidaba de hacer magia delante de mí.

Remus sonrió de nuevo.

–No te preocupes –dijo–. Empezaré poco a poco, pero enseñaré a Matt a leer.

–¡Gracias, Remus! –Lo besó.

Un ululato débil. Una lechuza entró por la ventana, abriendo las alas cuan largas eran. Planeó a lo largo de la cocina y descendió hacia Remus, batiendo las alas. Dejó sobre su regazo un pergamino doblado y salió de la casa con el mismo vuelo raso.

El hombre abrió intrigado la misiva, y más aún cuando vio que estaba lacrada con un sello administrativo. Leyó:

Señor Remus J. Lupin:

En relación con su currículum expedido a nuestra empresa a fecha de 5 de noviembre de 1988, le comunicamos que, a razón de una vacante, puede ser contratado cuando guste. Le solicitamos que responda a la mayor brevedad y se pase por nuestras oficinas a fin de firmar el contrato.

Muy atentamente,

Ann Thorny

Secretaria del Jefe del Departamento de Recursos Humanos de "Transporfácil".

–¡Vaya! –exclamó Remus, pero bajó el tono, porque al ir a dar un salto de júbilo le dio un fuerte dolor en el costillar–. Me han contratado, Helen. ¡Me han contratado!

–Y seguro que es de noche ese oficio¿verdad? –se burló. A punto estuvo de tropezar con el gato–. ¡Aparta de en medio, Maullidos!

–No, Helen, es... –Se calló. Sonrió–. Pero descuida, que yo me sigo encargando de enseñarle todo a Matt. Ya me había hecho ilusión la idea de verme como su profesor.

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Dumbledore consultaba su pensadero abstraído. Era un día muy especial para él. Recordaba todos los años el 31 de julio como un día de júbilo, y aquel año no iba a ser menos; era el recuerdo de una profecía dormida que le traía a la memoria la importancia de nacer a finales del séptimo mes.

Sorprendido, en un torbellino de colores Remus apareció en mitad del despacho. Iba vestido con una túnica azul, en cuya espalda había unas luminosas letras publicitarias.

–Queridísimo Remus –dijo Dumbledore abriendo los brazos–. ¿Cuánto hacía que no te veía por aquí? Deberías venirme a visitar más a menudo. No estás tan ocupado para desentenderte de mí. –Sonrió.

–Es cierto, Dumbledore –respondió–. Pero tampoco hoy he venido porque lo desee. –Dumbedore puso cara de extrañeza–. Quiero decir... –Se dio la vuelta, y Dumbledore pudo leer el eslogan de la túnica de Remus, en la que rezaba: «Transporfácil: todos sus objetos preciados, difíciles de transportar en chimeneas o trasladores, "Transporfácil" se los traslada sin condiciones. A módico precio.» Dumbledore rio–. Sí, es un poco insulso. Pero a ver... No es que me contraten para muchos oficios interesantes en mi vida, donde pueda escoger.

–Ya veo, ya veo. –Sonrió el profesor–. He de suponer que me has traído algo. –Lo miró por encima de sus gafas de media luna–. ¿Sabes lo que es?

–No, a decir verdad –dijo Remus–. No me gusta cotillear más de lo estrictamente necesario.

Sacó un jarrón diminuto y lo frotó por la panza inflada. De su interior comenzó a salir un aire polvoriento, blancuzco, e inmediatamente entre ellos se materializó un espejo enorme, de motivos arabescos y dorados en el marco.

Dumbledore se acercó lentamente hasta él, acariciando el filo, y se puso frente al espejo, reflejándose en él.

–Oesed –dijo.

–¿Qué es –preguntó Remus–, es que quieres redecorar el despacho?

Dumbledore rio campechanamente.

–No, en absoluto –contestó–. En absoluto. Este espejo no es un espejo cualquiera, Remus. Es el deseo materializado.

–¿El deseo? –inquirió Remus.

–¡Sí, el deseo! –exclamó Dumbledore como si aquello se tratase de un juego–. Ponte frente a él. –Así hizo y Dumbedore se apartó–. Dime qué ves.

Remus sonrió, sintiéndose tremendamente estúpido.

–¿Qué tengo que ver¡Pues me veo a mí mismo!

Dumbledore no dijo nada. Aguardaba. Remus siguió mirándose, esperando también, sin saber si tenía que hacer algo o qué. Aguardó. Aguardó hasta que una masa neblinosa apareció al lado de su cabeza, a la derecha. Se volvió bruscamente, pero nada había junto a él. Dumbledore sonreía. En el reflejo las nubes se apartaban y aparecía inmensa y plateada la luna llena.

–¿Qué ves? –preguntó Dumbledore.

Remus se sorprendió. Tan obnubilado estaba que ni recordaba ya siquiera que el mago seguía allí.

–He visto... He visto aparecer la luna llena –explicó–. Unas nubes se apartaban y aparecía. Pero nada más.

–¿Nada más? –preguntó con ironía Dumbledore–. ¿Estás seguro? –Remus asintió sin ánimo–. ¿Y tú te has transformado en lobo? –Remus negó con la cabeza, pensativo–. Así que, Remus, la cosa que más deseas en el mundo es ser una persona normal las noches de luna llena. –Sonrió–. Un espejo muy especial este, sí señor. –Le dio una palmadita a Remus en la espalda–. Un espejo muy importante.

Dumbledore se sentó pesadamente en la silla de detrás de su escritorio.

–Y dime –dijo–. ¿Tienes mucho lío normalmente?

–Pues... –iba a decir, pero se calló al ver entrar una lechuza blanca como la nieve y grande como una nube por la ventana.

Se detuvo en el escritorio de Dumbledore, mostrándole recta una carta en su pata izquiera. El director se la quitó y el ave emprendió el vuelo de nuevo. El mago la desenrolló con manos nerviosas.

–¡Oh! –Ahogó una exclamación–. Así que se ha vendido la segunda varita... –Sus ojos se abrieron desorbitadamente–. Y nada menos que a... –Sonrió. Plegó la carta y la guardó en un cajón–. ¿Y bien, Remus?

–Me voy a tener que ir, Dumbledore –dijo Remus–. Estoy algo liado esta mañana. Tengo que hacer muchas visitas esta mañana antes de volver a casa. Por cierto –se acordó de algo de pronto–, hoy es el cumpleaños de Harry¿no?

–Así es –dijo Dumbledore sonriente–. Once años. Dentro de un mes lo tendremos bajo este castillo, y todo habrá salido a pedir de boca. –Sonrió.

–Me voy, Dumbledore. Hasta luego.

En efecto, muchas más entregas tuvo que hacer Remus aquella mañana. Pero el día tornó pronto a su fin, como un suspiro, sin darse cuenta de que ya se había acabado. Remus le deseó buenas noches a su esposa, y ésta a Remus. Se durmieron. Se durmieron... Se durmieron...

Era un fondo blanco, resquebrajado y macilento como un pergamino. Apareció aproximadamente en el centro una pe. A su altura, mucho más a la izquierda, apartada, apareció con un baño de tinta una e. Entre la e y la pe, curvada, una ele se escribió de la nada. A la derecha de la pe surgió una i. Así, esparcidas, sin tino, fueron apareciendo lentamente un puñado de letras, hasta que conformaron el mensaje: «Juegas al waterpolo en abril y di gracias, Hermue Ge».

Helen saltó como un resorte de la cama, asombrada de tan extraña visión, e inconsciente entonces de que tendría que pasar por ese mismo trance todas las noches durante algún tiempo.

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Por todos sabido, la fecha del 31 de agosto es una fecha especial para Remus y Helen, recuerdo de su feliz enlace. Siempre que llegaba ese día, Helen y Remus se despertaban abrazados, con la piel caliente por el contacto de sus cuerpos desnudos recién hecho el amor.

Pero Helen no podía evitar el desagradable recuerdo de otro extraño acontecimiento que también había ocurrido aquel día, el día de su boda: en el vestíbulo del restaurante muggle habían aparecido una niña bruja y un lobo, y después de luchar encarnecidamente, se habían desaparecido con el soplo de la brisa. Aún había noches que soñaba con aquello.

Pero ya suficiente quebradero de cabeza tenía con el explícito mensaje de «juegas al waterpolo en abril y di gracias, Hermue Ge», del que nada en absoluto había comentado a Remus, que suficiente tenía ya con haber perdido también el empleo en "Transporfácil"; no le consintieron faltar el día de luna llena, y lo despidieron.

Aquel 31 de agosto, en el que se rememoraba, por tanto, el octavo aniversario de su enlace, Remus y Helen decidieron celebrarlo ofreciendo un suntuoso almuerzo para toda la familia en un restaurante precioso del callejón Diagon.

–¡Magnífico! –exclamó el señor Nicked, observando todo su alrededor en el interior del restaurante–. ¿Por qué no habíamos venido antes por aquí, palomita, eh?

–Precisamente por eso –dijo bajando la cabeza–, porque estoy pasando una vergüenza horrible con tus gritos de muggle desalmado. Deja de asombrarte por todo¿quieres?

Tony se acercó lentamente hasta Remus y le echó un brazo por encima del cuello.

–Entonces¿no me vas a decir si eres "gay" o no? Mira que yo soy muy discreto, aunque parezca lo contrario. No es por nada, tu hermano me gusta mucho y todo eso, pero tú estás... Vamos, que yo no quiero romper un lindo matrimonio, pero no consiento que la gente se quede encerrada en el armario. ¡Sal y date un paseo, amigo!

–Tony –dijo amablemente Remus–¿por qué no me haces el favor de perderte un rato¿Eh, quieres?

Ángela iba con Mark Simmons paseándolo en su carrito. La mujer andaba muy contenta. Sorensen se acercó distraído hasta ella.

–¡Oh, Ángela, perdón –dijo Sorensen–. No quería tropezar contigo. ¿Te he hecho daño?

–No, en absoluto –respondió sonriente. Miró a Sorensen fijamente y dejó de sonreír al ver la expresión del hombre.

–Sé que es tarde¡lo sé, y sé que deberíamos haber hablado de ello mucho antes, pero lo que pasó entre nosotros aquel día...

–¿Qué día? –lo interrumpió Ángela–. Lo siento, Sorensen. Ahora soy madre. Estoy feliz como estoy, y no quiero más complicaciones. Lo que pasó aquel día fue un error, se mire por donde se mire. Tú eres "gay", sólo estabas bebido, y yo soy una mujer casada. –Sorensen asintió–. No hay nada más que hablar, nada en absoluto.

–Claro. –Sonrió Sorensen–. Sólo es que... Quería disculparme. Aquel día fui muy deshonesto. Tú no me atraías en absoluto. –Ángela se volvió rápidamente, se lo quedó mirando fijamente y Sorensen vaciló–. Tú lo has dicho, fue un error. Olvidémoslo¿vale? –Ángela asintió–. Y tu marido... Ryan¿dónde está?

–¿Ryan? –repitió–. Está en San Mungo. Ha ido a recoger los resultados de un chequeo que se ha hecho –explicó–. Es que ha pasado por una enfermedad muy rara, y decidieron hacerle un chequeo completo para ver de qué se trataba.

–¡Ah!... –dijo Sorensen. Se retiró asintiendo, y se fue a hablar con Tony. Ángela lo vio alejarse, pero casi inmediatamente se puso a juguetear con Mark.

–Ya mismo llegáis a las bodas de plata –dijo la señora Nicked mientras comían.

–Sí, de aquí al mes que viene¡no te joroba! –soltó Ángela–. ¡Pues no les queda ni nada!

–Mientras lleguen, que es lo importante... –comentó Dumbledore.

Remus le sonrió. Y en eso vio que el anciano mago estaba nervioso, parecía distraído. Recordó que al día siguiente era uno de septiembre, primer día de clase de Harry Potter, y creyó comprender su estado de ánimo.

–¡Pues tú y yo ya mismo nos casamos! –exclamó Sorensen violentamente.

–Más tranquilo –dijo Helen, a quien no le parecía que las intenciones de Tony para con Sorensen fueran muy honestas–. Antes tenéis que estar seguros de que estáis enamorados el uno del otro. –Y añadió:– Y yo no estoy muy segura... –en un susurro.

Al fondo apareció una alta figura, conocida por todos. Ángela la vio desde lejos; en realidad hacía rato que la estaba esperando. La vio acercarse poco a poco. Ryan se aproximó hasta ella, sin sonreír. Ángela levantó la mano y le saludó.

Ryan levantó la mano y le pegó una sonora bofetada en la mejilla a Ángela, cuya cara se giró bruscamente. Todos contuvieron la respiración. La señora Nicked, intimidadora y sorprendida, se puso en pie; también Remus y Sorensen.

–Zorra... –masculló entre dientes Ryan.

Ángela lo miró con expresión dura, inflexible.

–¡Ya basta, Ryan! –gritó la señora Nicked sacando lentamente su varita.

Todo el restaurante los observaba con atención.

Ryan se metió la mano en el interior de la chaqueta y sacó un pergamino plegado que le tiró a la cara a su esposa.

–Acaban de darme los resultados del chequeo –dijo–, y resulta que soy estéril. –Apretó la quijada–. ¿Me vas a decir de quién demonios es este niño¿Eh?

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(¡NUEVO DIBUJO DE ELENA! El mejor de cuantos yo haya visto, sin duda. ¡NUEVA PORTADA PARA MDUL! Pasaos a verla porque es lo mejor que yo le haya visto dibujar jamás. Por si alguno hasta el momento ha tenido problema para encontrar los dibujos o quieres mejor accesibilidad, anuncio que he abierto un enlace directo, aún está por ver si me sale, no obstante,a la página donde tiene colgados sus dibujos en mi biografía. Véase "Dibujos de Elena". No obstante, aviso de antemano que hay que pulsar sobre la lista desplegable o sobre "Siguiente" para que se vean las últimas adquisiciones.

¡Qué fuerte, qué fuerte, qué fuerte! En qué acabará esto. Seguro que en nada bueno. En cualquier caso, yo no voy a adelantar nada. Para eso ya está el próximo día, que será el 9 de septiembre. Espero que nos encontremos pronto, en el msn, en algún grupo de "hotmail" o, en última instancia, aquí mismo.

Avance del capítulo 48 (DESEMPOLVANDO LOS RECUERDOS): Asistiremos al desenlace de esta truculenta escena. ¿Es Sorensen gay? La poción de matalobos pronto bullirá de sus calderos. «Juegas al waterpolo en abril y di gracias, Hermue Ge.» Enigmas en la oscuridad del sótano. El destino de la piedra está en sus manos. Y la felicidad de Harry también.

Un saludo a todos.