«Juegas al waterpolo en abril y di gracias, Hermue Ge».

Respondo "reviews":

SILENCE-MESSIAH. ¡Hola! Mi más cálida bienvenida a MDUL (siglas del título de este "fanfic", como habrás podido comprobar). Me satisface sobremanera, no te puedes hacer ni una idea, que al fin lo hayas leído. Llevaba mucho tiempo sabiendo de ti, ansiando conocerte, leyendo tu nombre con incertidumbre, pues en mi "Log in" podía ver que me tenías en "Autores favoritos" o en "Alertas", de manera que intuía que alguno de mis "fics" leías, pero no sabía cuál. Entiendo que éste es un relato muy largo y se necesita mucho tiempo para ponerse al día, pero lo importante es que lo has conseguido. Conque quedas disculpada completamente por no haberme dejado "reviews", de verdad. Bueno, voy a presentarme un poquito por si no sabes nada de mí: me llamo Quique Castillo y vivo en Córdoba, tengo 19 años recién cumplidos y estudio Filología Hispánica, a punto de iniciar segundo curso. Mis aficiones son leer y escribir, fundamentalmente, aunque hay de todo, claro está. Es una breve introducción, tampoco quiero amargarte. ¿Enamorada del "fic"? Creo que exageras, pero, bueno, como yo no puedo entrar dentro de tu corazón y saber lo que piensas o, mejor, sientes, te creeré. Sin embargo, aún queda por venir lo mejor. Te explico: tengo escrito hasta el capítulo 57, y estoy a punto de acabar el 58; esto me permite tener cierto espacio de tiempo, un colchón de comodidad, que, a su vez, me posibilita daros la fecha de aparición del próximo capítulo. Bueno, a lo que iba, los capítulos últimos que estoy escribiendo son mucho mejores que éstos que lees ahora; y lo digo simplemente para que no te aburras demasiado con ellos, que la acción está por venir. Y hablando de acción... ¿quieres formar parte de MDUL? Puedes. A los lectores más asiduos y participativos los recompenso con un personaje dentro de la trama argumentativa; ya han aparecido varios: Joanne Distte, Ann Thorny (sólo mencionada, su aparición estelar está aún por venir)... Si te apetece, me lo comentas y ya hablamos. Sabes, a razón de la reflexión que conllevó tu "review" me di cuenta de que tocaste un punto importante, los personajes realmente deben ser tenidos en un espacio importante de consideración a la hora de meditar sobre una historia, porque de ellos dependen muchas cosas; en lo sucesivo trataré de estudiar más en profundidad la personalidad de cada uno para que no haya dos iguales. Silence, muchísimas gracias por tu apoyo y espero que nos veamos pronto. Un beso de no un autor para una lectora, sino de un amigo para una amiga.

PADFOOT HIMURA. Hola, Karina. (Redoble de tambores). Preveo que para la semana que viene ya habré escrito la escena en que aparece tu personaje, a saber, Karina White. ¿Ansiosa? Creo que ambientaré su aparición en el mar, a la cálida bruma de un atardecer rojizo, con las olas rompiendo sobre unos pies de delicada piel... Y conocerás a... Bueno, ya sabes a quien conocerás. Creo que te lo dije, aparecerás en el capítulo 58. Sí, si voy algún día a Argentina a visitarte (no esperes que sea hoy ni mañana, pero nunca digas nunca), puedes prepararme lo que quieras. Nunca he probado el sabayón que comentas, pues será un producto típico de allá y aquí no lo he oído ni mentar, pero estaré dispuesto a probar cuantas exquisiteces salgan de tus manos. Aunque la torta de chocolate suena muy bien también. ¡Ah, Elena me ha pedido que te haga una aclaración; ya conoces a una persona a quien no le gusta el chocolate: a ella. ¡Qué fuerte! Enhorabuena por esa excelente nota que has sacado en Historia, qué cacho empollona. No sé si esta jerga se empleará igual en tu país, pero, como veo que tienes el DRAE y que, como yo, disfrutas buscando en él y aprendiendo de él, te dejo que lo averigües en ese caso. Al final el día de mi cumpleaños fue bastante típico, no sucedió nada anómalo, la verdad. Como la mayoría de mis amigos trabajan, iba a celebrarlo el domingo en la piscina, así que lo único que sucedió fue que recibí muchos mensajes en el móvil de felicitación y que salí a dar una vuelta un rato con Elena y otros, que no trabajan. Lo celebré el domingo en la piscina de un amigo. Elena me regaló un libro titulado "El influjo de la luna". ¡Muy típico! Y traía una vela con forma de luna incluso. Me entró la curiosidad de por qué te gustaría volver a tener la edad de cuatro años. Yo, si me plantearan retroceder a una edad en concreto, no sabría cuál escoger; la verdad es que ninguna fue mejor que otra. Seguro que escogería alguna antes de la adolescencia, eso sí. ¿Adivinaste que el bebé era de Sorensen? Entonces no hubo de tener gracia. Espero que en lo venidero pueda sorprenderte más y mejor. (Quique se sonríe cínicamente al recordar el capítulo primero de la segunda parte). Bueno, mi princesita, evocando tu dulce mirada que pronto habré de plasmar en palabras me despido, deseándote todo lo mejor en estas dos semanas de interdicción mutua que nos provocamos capítulo tras capítulo. Te mando muchos besos y saludos de parte de Elena.

ISAPOTTI. Hola, Isapotti. ¿Cómo me voy a olvidar de ti? La verdad que me asombraste diciendo que habías leído el relato en dos días (en dos tardes, más concretamente), y eso se queda grabado en la memoria a fuego. En segundo lugar, no me importa, en absoluto, que me escribas todo lo largos que quieras los "reviews", que yo los leo muy gustoso. Ya ves que yo, a excepción del anterior capítulo, por el que te pido renovadas disculpas, también suelo responder prolongadamente porque me gusta mucho hablar con vosotros. No siempre tienes la oportunidad de escribir algo y que muchas personas, todas muy lejanas entre sí, te lo lean y te den una valoración que nunca llega a ser coincidente y en la que siempre te ofrecen un punto de vista distinto. Es genial. Me recuerdas a Elena (una amiga mía, que me inspiró la idea de escribir sobre Remus y por quien Helen, antes Nicked, tiene el nombre que tiene), a ella también le gusta mucho Matt. Bien, te explico, yo cuelgo un capítulo nuevo cada dos semanas; al final del capítulo hay un interciso de dos renglones de equis; detrás de eso hay una "extensa" exposición en la que digo en qué fecha voy a poner el próximo capítulo y de qué trata grosso modo. Es que yo voy mucho más adelantado, es decir, que, aunque ahora mismo esté colgando el 48, en realidad en mi casa tengo hasta el 58, lo que me permite ofrecer una fecha para que todos sepáis cuándo lo he colgado. ¡Ah, y otra cosa! A todos los lectores asiduos y participativos les ofrezco la oportunidad, para agradecerles su ánimo, de formar parte de MDUL creándoles un personaje que se incluya dentro de la trama argumentativa. Si quieres participar, tan sólo tienes que decírmelo y ya hablaremos y lo pensaré largamente hasta que te encuentre el idóneo. Por cierto, tienes toda la razón con Tony; te la doy sin reparos. Harry aparecerá pronto, no desesperes. Bueno, para acabar, te vuelvo a dar la bienvenida a MDUL y, en tu caso, doble bienvenida, porque también te la doy a "fanfiction". Espero que esta página te reporte muchos buenos momentos y bonísimos amigos como a mí ha hecho. Un beso de tu amigo Quique.

LUNIS LUPIN. Hola, Lunis. Qué poquito queda ya para tu examen. No quería recordártelo, pero... Lo siento. Lo único que quería hacer es darte ánimos y apoyarte para que te sientas mejor; todos sabemos lo que son los nervios de los días de antes y por eso mismo te intento reconfortar. Debo añadir que eres la única que ha reparado, al menos en la justa medida como para agregarlo al texto del "review", en lo de «juegas al waterpolo en abril y di gracias, Hermue Ge». No pienses que me he fumado nada ni que he puesto esto porque ya no tenía originalidad para nada más. En este capítulo se averiguará, por fin, de qué se trata. Espero que te guste. ¡Vaya! Todos parece que habíais adivinado que el bebé era de Sorensen y no de Ryan. Espero que en lo sucesivo las incógnitas o las escenas de sorpresa no sean tan explícitas. (Quique también practica la danza alrededor de su silla al recordar, nostálgico, el primer capítulo de la segunda parte). ¡Qué ganas de que llegue ese capítulo, lo estoy deseando como a nada más en este mundo¡Ah! Y lo que el pito se le caía a cachos... es verdad. Veo que te hizo gracia. Recuerdo que Elena también se echó a reír. Te agradezco de su parte que hayas ido a ver su dibujo, eres muy amable. También te agradezco todos los correos electrónicos que he recibido últimamente de ti y que he leído puntualmente, decidiendo en todos los casos postergar su respuesta para estas líneas. Un besote enorme, guapísima, y lo dicho, mucha suerte con tu examen; ya me comentarás.

ANN THORNY. ¡Queridísima Ana! La verdad es que se estiman mucho más tus "reviews", por cortos que sean, cuando, tras una larga de escasear, florece uno de nuevo. Aunque lo cierto es que la mala suerte se regodea contigo; mira que escribir un "review" y borrársete. ¡Esas cosas sólo nos pasan a ti y a mí, que somos los grandes odiados de "fanfiction"! Aunque yo también he penado lo mío; saqué tu "review" en un disquete y va y el disquete se me estropea y me dice que no tiene formatos y no sé qué tonterías, de manera que no puedo abrirlo. Así que tendré que responderte recordando lo que he leído. Aunque tampoco es momento de hablar de MDUL, la verdad... Qué lástima que no te guste el trabajo donde te encuentras; trabajar a disgusto no puede ser bueno. Pero piensa que es una época de tu vida y que los principios nunca han sido buenos para nadie. Me equivoqué: tu personaje sale mucho antes del capítulo 56, creo que en el 54, de manera que ya le falta menos. No sé cómo pude pasarlo por alto; es que, verdaderamente, lo guapo, guapo, guapo, de tu personaje se ve en el 56, pero tu descripción y demás se encuentra en el 54; no obstante, te mantendré informada con un correo electrónico. ¡Ah! Y no pasa nada por los "reviews", en serio, aunque se te echa mucho de menos. Es comprensible que tendrás poco tiempo y que querrás pasarlo con tu familia, tus amigos y, sobre todo, con Pepe. Mándale saludos de parte de los vecinos provinciales, eh. Aunque tampoco importaría, si ése es el problema, que los mandes con retraso, ya que yo los leería al punto, cuando aparecieran, y los respondería al punto, en el último capítulo por aparecer. No obstante, muchas gracias por haberte pasado a comentar éste, ya que ése "review" ha sido el mejor, por ser el más ansiado, de cuantos me has dejado. Espero que algún día tu "fic" continúe, pero imagino que tendremos que esperar a que tú misma equilibres tu vida. Soy paciente, descuida. Sólo aprovecho la ocasión para mandarte un beso enorme y para dedicarte este capítulo junto a un montón de gente más. También besos de Elena.

AYA K. Hola, Eva. ¿Qué tal? Enhorabuena por haber acabado los exámenes y espero de todo corazón que los hayas aprobado. Te imagino ahora mismo en plan relax echada sobre la hierba viendo cómo transcurre el tiempo. ¡Eso es gozar la vida, sí señor! Aunque parezca lo contrario, no, no estoy enganchado a "Pasión de gavilanes", aunque "Amarte así, Frijolito" sí que la veo de vez en cuando, porque mi hermana es una adicta, y algo se ha de pegar. Ya me dijo Elena que esta escena iba a parecer el culebrón de la primera. La verdad, es un poco... ¡guau! Pero, bueno, espero que seáis condescendientes con mis arrebatos novelísticos de alma romántica (me refiero a propio del Romanticismo y no a otra acepción, seguramente en la primera que has reparado). No obstante, todavía quedan por venir unas cuantas cosas más que van a reafirmar esa idea de MDUL como culebrón. Qué le vamos a hacer, los culebrones enganchan. Aunque no quisiera ser conocido como el Corín Tellado de "fanfiction". No sé por qué dices que eres una pesada y cosas así en el "review", porque yo te he echado mucho de menos (y a tus conversaciones reflexivas también) todo este tiempo. No hay de qué por la dedicatoria. Imagino que por el tono fugaz de tus palabras he de interpretar que te queda un suspiro de vacaciones¿no? Yo hasta octubre puedo respirar tranquilo, pero, descuida, que me uniré a vuestra tristeza generalizada y me pondré melancólico también los primeros días de clase para vosotros. (Suena de fondo el "spot" publicitario de "La vuelta al cole" de El Corte Inglés; ¡como odio ese anuncio!). Bueno, Eva, te mando un besote muy fuerte, que te llegará en ese magnífico R-25 que ya os tiene casi logrado el campeonato a los asturianos y a los españoles en general. Un beso también de Elena.

NAYRA. Hola, Sara. ¿Cómo me iba a aburrir tu correo electrónico? Al contrario, lo leí de muy buen grado porque me hizo ilusión que pensases en mí para contarme todas esas buenas noticias que te han ocurrido. En verdad, disculpa que no te respondiera, pero, como nos encontramos por el "messenger" y charlamos un rato, decidí leerlo más tranquilamente en casa y respondértelo aquí sabiendo que esto lo lees fijo, así como yo las respuestas que dejas tú en tus capítulos. Sólo una aclaración: ya no me conecto a las una del mediodía, sino a las doce, razón por la que me voy a las una. Hasta nueva orden, ése será el procedimiento. ¡Ah, y no creo que te excitaras con Hermione ni quiero que te sonrojes, pero me dio la impresión de que, como viera que lo pintabas al muchacho tan apuesto, algo de morbo te estaba dando al imaginártelo. Pero, descuida, creo que eso nos pasa a todos. Con el tiempo lo único que haces es contenerte. ¡Qué fuerte, todos sabíais que el hijo era de Sorensen! La próxima vez tendré más cuidado de que no se sospeche nada. (Quique recuerda con cara de misticismo el primer capítulo de la segunda parte y se sonríe con cinismo, frotándose las manos). Tú descuida, volviendo a lo de antes, que mientras cuelgues capítulos los iré leyendo con la mayor puntualidad posible para que no se me atrasen. Y espero que no te moleste en serio que diga realmente lo que pienso; a mí me pesa, en serio, la hipocresía aun cuando son mis propios capítulos los que se critican. Si algo está mal, mal está. Ya te dije, por ejemplo, que estos capítulos que cuelgo ahora, bajo mi punto de vista, me parecen una mierda. También espero que me sigas avisando puntualmente cuando cuelgues, aunque de vez en cuando me paso por tu página para ver si has actualizado y se te ha pasado comentármelo. ¡Ay, sí, qué poco queda de vacaciones. Suerte que hasta octubre aún me queda un poco, pero ya no queda nada. Lo malo es que estoy agobiado con la cosa de los papeleos (maldita "burrocracia") y con escoger las optativas y asignaturas de libre configuración: ni te imaginas lo que es tener cuatro páginas de horarios y tener que estar oteando en busca de asignaturas que no te concuerden las horas entre sí. Un lío. Un beso también para ti y otro de parte de Elena. Y, para acabar, de nuevo enhorabuena por haber logrado lo que te proponías con tus exámenes.

MARCE. Hola, Marcela. ¡Vaya!... Has podido pasarte después de tan tremendo lío como se te presenta en la oficina. Qué sol eres. Espero que todo, de verdad, se arregle lo más pronto posible y se enmiende de acuerdo a tus necesidades, porque eres una gran persona y las grandes personas se merecen grandes cosas, en serio. Y haz caso a tu padre, no te preocupes en exceso; todo se acaba solucionando. Por todo ello te tengo que agradecer doblemente que hayas hecho el titánico esfuerzo, con las enormes preocupaciones que han de estar rondándote, de pasarte por aquí y leerme, así como también de haber ingresado en el RemusJohnLupinFanClub, del que me enorgullece ser administrador. Vi tu solicitud de ingreso y me alegró sobremanera, la acepté de inmediato pero no he vuelto a verte; la verdad es que no he podido pasar mucho tampoco, la verdad, con lo que no sé si es que no has podido dejar mensajes o qué. Si te interesa, soy el Gran Maestre (es decir, como el administrador, el mandamás) de la Orden Lupina; ingresa en ésta (pincha sobre "ADHIÉRETE") y en "ORDEN LUPINA" te haría ingresar en uno de los puestos que se concursan a público. No te preocupes por Remus y lo del trabajo, pronto se solucionará; lo estimo demasiado como para no arreglarle la vida decentemente al muchacho. (Quique mira con cara soñadora el horizonte recordando el capítulo primero de la segunda parte). Y sí, lo de Ángela y Sorensen, para bien o para mal, se solucionará hoy; y ése es el secreto (secreto entre comillas, la verdad) que tenía Sorensen¿era realmente "gay" o no? Era su cruz. Pero ¿cuántas cruces hay en el mundo? Espero que la tuya se te resuelva y para cuando volvamos a encontrarnos en esta página puedas traerme buenas noticias, lo que me alegraría muchísimo. Así lo deseo, guapa, y al mal tiempo, buena cara. Un saludo de Elena, quien también te agradece que te pasases a ver su dibujo.

ASTREA LOCKEEN. Ay, Andrea, Andrea... Suerte que hemos podido hablar por el Buzón de Voz, que si no... Aunque he de decirte que me ha disgustado mucho que me creyeses artífice de un ardid contra ti cuando, bien has podido verlo después de que hablásemos, yo soy completamente inocente. No te habría expulsado de grupo alguno porque ésa no es mi ética, y, si alguna vez me veo obligado a hacerlo, será porque quienquiera que sea habrá incurrido gravemente contra una norma indispensable. Seguiremos en contacto. Y como ya hablamos ayer por teléfono, pues como que no tengo mucho más que decir ahora mismo, la verdad, conque lo dejo aquí despidiéndome cortésmente.

AVISO: Por favor, NO SPOILERS del sexto libro! Tras estas palabras se esconde un insensato que todavía no ha leído ni media página.

(DEDICATORIA. Este capítulo se lo quería dedicar a varias personas, la verdad. En primer lugar, a Paula Yemeroly, que lleva ya varias semanas sin dar señales de vida a pesar de que le he mandado un correo que, bajo mi punto de vista, es bastante esclarecedor. Paula, si lees esto, recuerda lo que te dije. En segundo lugar, a Laura (Piki), que no me ha podido dejar "reviews" porque estaba de exámenes, pero, como yo no lo sabía, no pude ponerlo en la dedicatoria del capítulo anterior, conque lo compenso con éste; también a Lunis Lupin, quien todavía tiene unos días para repasar. ¡Suerte! A todas las personas que, como Sara (Nayra), al menos que tenga constancia, han logrado sus objetivos este septiembre. Y, por supuesto, a Silence-messiah y a Isapotti por haberse animado a leerme y por unirse a MDUL. Pero también dejo un huequito para Ann Thorny, quien ha reaparecido tras mucho tiempo, por lo que he valorado más que nunca su "review", y para Marce, a quien he encontrado en el RemusJohnLupinFanClub, grupo del que soy administrador y Gran Maestre de su Orden Lupina, sintiéndome muy satisfecho de haberla visto pasearse por allí en mi busca. Un saludo a todos los demás.)

CAPÍTULO XLVIII (DESEMPOLVANDO LOS RECUERDOS)

Ángela se quedó con la mirada fija en Ryan, con la boca ligeramente abierta, con la bofetada aún doliendo en su mejilla. «Resulta que soy estéril.» «Resulta que soy estéril.» «Resulta que soy estéril.»...

¿Cómo? El viejo recuerdo de un temor dormido afloró. ¿Y si el hijo no era de Ryan? Pero había matado aquella vana pregunta a base de repetirse que sólo había sido una noche. Sólo una...

Mark Simmons no era de Ryan. No era de él... Ángela no sabía qué responder. Miró a todos los reunidos a razón del aniversario de Helen y Remus, y todos la miraban confusos. Miró por último lugar a Sorensen...

Sorensen... ¡Éste estaba a punto de desfallecer! Respiraba entrecortadamente, oprimiéndose el pecho. Cerraba los ojos. Miró a Ángela un instante y bajó la cabeza.

–¿Me vas a responder o qué? –gritó Ryan.

Volvió a levantar la mano para atizar a su mujer, pero Remus también levantó su mano diestra y, haciendo magia sin empleo de la varita, paralizó el brazo de su tío postizo. Éste se volvió iracundo, pero Remus, aguerrido, le negó con la cabeza. Ryan hizo rechinar los dientes y bajó lentamente la mano.

–¿De quién es, eh¡Responde, maldita!

–¡Tranquilízate, Ryan! –gritó la señora Nicked–. Aquí debe de haber algún error¿no?

–No –respondió Ángela. Sorensen levantó la vista–. Estaba dudosa. Además de contigo, Ryan, he compartido cama con otro hombre...

Ryan se contuvo. Respiraba como un león famélico sobre su presa. Apretó los puños.

–¿Cómo? –inquirió la señora Nicked en un susurro.

–Sí –dijo Ángela–. Ciertamente estaba dudosa, porque sobre la fecha en que debí quedarme embarazada además de contigo...

Ryan sonrió, con la maliciosa risa del desaprensivo psicopata.

–¿Quién? –preguntó.

Ángela, asustada, bajó la cabeza. Le temblaban las rodillas. Tenía ganas de llorar. Toda su vida se había complicado en un segundo. «Entereza, Ángela, entereza», se dijo. Pero no se la veía por ningún sitio; su coraje había desaparecido.

–¿Quién, maldita sea? –repitió aún más enojado.

–Conmigo –contestó Sorensen firmemente.

Ryan se volvió hacia él con un nervio de la frente crispado. Su rostro se encendió y se tornó escarlata. Sus dientes relucían mientras los hacía rechinar.

El resto del mundo también se volvió hacia Sorensen, inauditos todos. Remus fue a decir algo, pero se había quedado sin palabras.

–¿Es eso cierto, Ángela? –preguntó Ryan manteniendo la calma.

Ésta asintió, como dando consentimiento a su pena capital.

–¿Con este marica de mierda? –insistió Ryan–. ¿Cómo has podido, eh? –Anduvo lentamente hasta Sorensen–. Tú... ¡Tú! –Lo cogió de las solapas de la túnica y lo levantó–. ¡Maldito! –Le dio un puñetazo con que lo tumbó en el suelo, de bruces, con la nariz sangrando–. ¡Vamos! –Enseñando los puños–. ¿No has sido tan hombre como para acostarte con mi mujer¡Vamos!

Sorensen se levantó lentamente. Se pasó el dorso de la mano por el reguero de sangre y la vio relucir en su mano. Se abalanzó sobre Ryan y le dio un puñetazo en el vientre. Éste gritó de dolor, pero se revolvió y le propino a Sorensen otro golpe en la cara. Aturdido un instante, Sorensen gruñó y se lanzó sobre él, aferrándose a su cuello.

Pero Sorensen sintió una sensación de empuje y cayó hacia atrás. Cuando se incorporó lentamente, con el trasero dolorido, vio que Ryan también se había caído, aunque para el lado contrario.

Dumbledore tenía la varita en la mano y el rostro contraído.

–Ya basta, señores –dijo, guardándosela en el bolsillo.

–¿Que baste el qué, eh, Dumbledore? –gritó Ryan–. Mi mujer me ha puesto los cuernos con un maricón de mierda, y encima ha tenido un niño con él. –Miró con asco el carrito del bebé–. Y encima me la ha estado pegando todo este tiempo... Ángela, no creía que pudieras ser tan retorcida. ¡Eres una maldita zorra!

Un tenso silencio se extendió por el restaurante entero.

–¿Por qué lo soy, eh, Ryan? –preguntó, sin levantar la vista–. ¡Estaba borracha! Y aún no estándolo. –Levantó la vista del suelo–. Me gusta. Me gusta Sorensen.

–¿Qué? –inquirió Ryan con cara de idiota.

–¿Qué? –preguntó también Sorensen, con el rostro iluminado de repente, a pesar de que su nariz seguía sangrando irremediablemente.

–Pero ¿cómo te puede gustar este miserable... marica? –preguntó Ryan.

–¡Porque él en una noche me dio más que tú en toda una vida de casados! –exclamó Ángela–. Porque es una persona sensible y porque es una persona capaz de amar. ¡No como tú, que tienes un ego enorme! –Se tranquilizó–. Y sería lo único que tienes enorme...

Ryan, dolido en su más profundo orgullo, le dio un golpe a un vaso de cristal y éste salió disparado hacia la pared, donde golpeó haciéndose añicos. Ryan avanzó hacia Ángela con el rostro contraído, con la sangre palpitándole deprisa en el pecho. Levantó la mano rápidamente y Ángela cerró los ojos.

Pero no le dio ningún golpe. Sorensen, desde detrás, había aferrado con fuerza el brazo de Ryan y éste no podía bajarlo. Miró quién lo sujetaba y gruñó. Se zafó de él y bajó la mano.

–Quiero que para esta noche te hayas llevado tus cosas de mi casa ¡y te largues para siempre! –le gritó a Ángela–. No quiero volverte a ver en mi vida. Ya te mandaré una lechuza con los papeles del divorcio.

Sacó su varita y la apuntó amenazadoramente hacia Sorensen. Después a sí mismo y se desapareció con un chasquido sordo. Al desaparecer Ryan, Sorensen y Ángela, que lo miraban, se quedaron con los ojos entrelazados.

–¿Un niño? Esto es muy fuerte para mí –dijo Tony–. A mí esto no me lo habías explicado antes, Soren. ¡Qué fuerte! Esto me sobrepasa. ¿Eres bisexual o qué? –Se levantó de la mesa y se secó la comisura de los labios con una servilleta–. Hemos cortado. Yo así no puedo estar con un hombre, compréndelo. –Se llegó hasta Sorensen y le dio un beso en los labios, pero éste se apartó–. ¿Qué? Adiós, Sorensen. –Se acercó a Remus–. ¿Y tú sigues sin querer nada con un "gay"?

–¡Fuera! –vociferó Remus señalando la dirección hacia la puerta.

Tony se marchó lentamente, hasta que se le perdió de vista.

Sorensen anduvo hasta el carrito donde dormía placidamente Mark, quien era inconsciente de que acababa de perder a un padre para conseguir otro. Lo miró confuso. Era su hijo. ¡Su propio hijo! Sintió una extraña sensación en el estómago, como si algo se expandiera y lo invadiera desde dentro. Creyó que era el cariño, el cariño paterno que él nunca había conocido.

–¿Puedo cogerlo? –le preguntó Sorensen a Ángela.

Ésta lo miró. Le sonrió.

–Es tu hijo, claro que puedes... –respondió.

El señor Nicked carraspeó.

–Bueno¿qué? –dijo el muggle–. ¿Comemos?

–¡Oh, cállate, Matthew! –exclamó la señora Nicked, propinándole una sonora colleja.

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Al día siguiente, Helen discurría en la mesa del desayuno con Remus aburrido mojando una galleta en la leche hasta la saciedad.

–¡Es que esto es inaudito! –exclamó, animada–. ¿Y ahora qué va a pasar? Tu hermano y mi tía se casarán¿no? –Remus se encogió de hombros, con la galleta medio derretida–. Entonces¡vaya! Ángela ya no sólo sería mi tía¡sino también mi cuñada! Pero lo más gracioso de todo es que Mark, además de mi primo, es mi sobrino político porque es hijo de mi cuñado, quien también sería mi tío postizo. Y Ángela dejaría de ser tu tía postiza. Bueno, no dejaría, sería tía postiza y cuñada también. Y con Mark te pasa como a mí: serías su primo político y su tío a la vez. A ver¿cómo lo vas a llamar?

–Mark estaría bien –se burló Remus.

–Pero es que piénsalo bien –prosiguió Helen sin escuchar a Remus–. Matt es primo hermano de Mark por tu parte, la paterna, pero por mi parte va a ser primo segundo, porque es hijo de mi tía. ¡Pero como también es de tu hermano¿Qué le vamos a explicar a Matt?

–Pues que Mark es su primo a secas –respondió sin ánimo–. ¿Para qué quiere saber nada más?

–¡Remus! –le regañó Helen–. No estoy hablando en broma.

–Ni yo tampoco, Helen –dijo–; pero es que me estás mareando con este árbol genealógico tan difícil que te me has puesto a explicar. Pues ya sé que todo se ha vuelto un poco raro de pronto, pero... Yo lo que no comprendo es que, si mi hermano decía que era "gay"¿cómo pudo acostarse con tu tía?

–¡Sí, eso, con mi tía! –exclamó Helen–. ¡Es que menudo lío de narices!... Sólo ha faltado que Mark les hubiera salido niña, imagínate que Matt y esa supuesta niña se hubieran emparejado y ya teníamos un relío de sangre de narices¿no?

–Con un imposible que se ha hecho realidad ya tenemos¿no crees, Helen? –preguntó Remus–. No es momento de inventarse más teorías sobre los extraños enlaces de las familias de Nicked y de Lupin. Al fin y al cabo, Sorensen es un Lupin. –Hizo una pausa–. Pero no me cabe... Él dijo que era "gay" desde que estaba en Hogwarts. ¡Vamos, si dijo que hasta le había gustado Lucius Malfoy! Y para que te guste ése, ya te tienen que gustar los hombres... No sé lo que le ha podido pasar.

–¿Por qué no vas y se lo preguntas? –propuso Helen con expresión de intrigada–. Podrías pasar por la biblioteca y tener una conversación con él de hombre a hombre.

–¿Cómo esperas que vaya y le pregunte sin más? –le inquirió Remus–. ¡Si aún estará él asumiéndolo! No hace ni un día que se enteró de que el niño que había estado viendo acurrucar cientos de veces Ryan no era de éste, sino suyo propio. Vamos, yo soy él y no voy a la biblioteca; la cierro por un día y me quedo en casa dándole vueltas a lo ocurrido.

–¡Pero Sorensen no! –dijo Helen–. No me lo imagino cerrando la biblioteca para darle vueltas a la cabeza. Bueno, en realidad no me lo imagino cerrando la biblioteca bajo ningún pretexto. ¡Así que ve! –Lo instó con las manos, poniéndose ansiosa–. Pregúntale, asédialo, y vuelve con todas nuestras intrigas bien contestadas –dijo.

–Ya voy, Helen... –dijo Remus poniéndose en pie lentamente–. Cualquiera diría que me estás echando. ¿Por qué tienes tanta prisa?

–Porque tengo curiosidad –respondió con una enigmática sonrisa–. ¡Vamos, anda!

Remus la miró dudoso, y por primera vez en su vida se le pasó por la mente un pensamiento que creyó una estupidez desde el momento mismo en que lo vislumbró: "asunto de cuernos". Pero lo cierto es que nadie, ni siquiera Remus, puede luchar contra los pensamientos infundados, y éste era uno de ellos. Pero ¿realmente sólo serían paranoias del hombre? Remus pensó que sí; o prefirió pensarlo. Era más fácil que devanarse los sesos por un asunto en que su mujer siempre le diría «no».

Con el desayuno tan reciente que aún lo paladeaba en la boca, Remus sacó su varita y se desapareció con una enorme simpleza, como si fuera un hábito natural de todos los días. Lo era. Apareció en el callejón Diagon, en la puerta de la biblioteca, bajo la inscripción en letras griegas. Había escarmentado por fin y había dejado de aparecerse en el interior de la biblioteca, pues su hermano Sorensen lo regañaba a causa de esto a menudo.

Entró. Anduvo silencioso por el largo y oscuro pasillo central de la biblioteca, pero sus pasos lo traicionaron, y reverberaban como en un silencioso museo de lustroso suelo. Algunos estudiantes, de ojos cansados, se volvieron hacia él, ansiosos de buscar cualquier excusa para levantar la vista de los apuntes.

Llegó hasta el escritorio del bibliotecario, donde estaba Sorensen. Estaba éste arrellanado en la silla, agachapado con el rostro fijo en el pergamino que leía, con el pelo todo revuelto, con ojeras.

Remus le zarandeó el hombro y Sorensen se asustó.

–Oh, perdona –dijo Remus–. No quería asustarte. No era mi intención.

–¡Oh, no es nada! –exclamó Sorensen con la voz aguda. Carraspeó. Algunos estudiantes lo miraban con ojos de desaprensión–. Es que estoy que salto –dijo bajando el tono de voz–, apenas si he dormido esta noche.

Sorensen bajó la vista, cansado. Remus sintió conmiseración por él, pero ni la demostró ni dijo nada. A él le molestaba mucho cuando sentían pena por él.

–¿Estás bien, Soren? –se limitó a decir.

–¿Que si estoy bien? –repitió, con una risita extraña–. Cuando se lo diga a Ken no se lo va a creer. Ni mis abuelos. –Sonrió–. No sabía que el hijo de Ángela fuera mío. –Sonrió más pronunciadamente–. Ahora te entiendo, Remus; ahora entiendo esa felicidad que tenías cuando nació Matt. Ahora lo entiendo todo, veo el mundo con otros ojos. Y me veo a mí mismo diferente, Remus.

–De eso precisamente es lo de que quería hablar –dijo Remus pareciendo despreocupado, echándole un vistazo a los libros que, desparramados, tenía sobre el mostrador–. No me lo tomes a mal, Soren, pero hasta hace nada... tú... tú... ¡Tú eras "gay"!

–Chist –chistaron a Remus algunos estudiantes, pues su tono de voz se había excedido.

Sorensen se limitó a reír campechanamente.

–Ya lo sé –dijo, sin mirar a Remus a los ojos–. Ya lo sé... Es todo tan raro.

–Bueno, sí... –dijo Remus sonriendo torpemente. Sacó su varita y conjuró una silla. Se sentó–. Ha llegado el momento de hacer eso que hacen todos los hermanos, varones al menos: hablar de hombre a hombre. –Sorensen se rio comedidamente–. Hombre, Sorensen, no te rías, que le quitas seriedad al asunto. Y no quiero parecer melodramático, pero es que estás cambiando de parecer cada dos por tres... Y en eso¿quién sabe, a lo mejor un día te da por la zoofilia.

Sorensen rio otra vez. Cansado, sí, pero de muy buen humor.

–Ahora que dices eso de la zoofilia... –Rio–. Eso me ha recordado que pronto va a regresar a Inglaterra el hijo del famoso magizoólogo, Adam Scamander, y que debería mandarle una lechuza preguntándole si quiere dar una conferencia aquí, en la biblioteca. Es el mejor magizoólogo que existe, y se irá pronto de nuevo a África, esta vez para estar un año entero; estará tan sólo unos días aquí, y quiero aprovecharlo. –Cogió un pergamino y apuntó algo, mojando la pluma en un diminuto tarro de tinta. Levantó la vista y vio que Remus lo observaba con una ceja enarcada–. A ver¿qué quieres saber?

–¿Sonaría muy ansioso decirte que todo? –preguntó Remus. Sonrió–. No sé. En primer lugar, no sé... Creo que lo más nos ha impactado a todos es lo de tu noche galáctica con Ángela. Aunque, particularmente, lo que más me ha impactado es que no hubieras sido capaz de decirme nada. Soy tu hermano, y los hermanos estamos para esas cosas.

–¿Qué te iba a explicar? –Sorensen sonrió–. "Mira, Remus. Es que esta noche no sé lo que he sentido, me he emborrachado y me he tirado a la tía de tu mujer. ¿Tú cómo lo ves?"

–Bueno, así visto... –dijo–. Pero es que tampoco hay que exagerarlo tanto, Soren. Tú lo pones así muy difícil, pero si me lo explicas como algo normal, natural, pues yo lo entiendo. ¡Si es que es comprensible! Pero lo que no entiendo es que tú, ya sabes, después de tanto tiempo siendo... Ya sabes.

–¿"Gay"? –preguntó Sorensen burlón. Remus asintió y Sorensen, bajando la cabeza, sonrió, recordando–. La verdad es que es difícil de explicar, y aun más de comprender, incluso para mí mismo. –Hizo un esfuerzo–. Nunca tuve éxito con los hombres, ni con las mujeres; hubiera parecido que estaba destinado al fracaso amoroso. Ahora que me lo planteo, no sé si alguna vez llegué a tener clara mi identidad sexual.

–Pero... –lo interrumpió Remus.

–Ya que he cogido carrerilla –le dijo mirándole fijamente–¡no me interrumpas, que pierdo el hilo de lo que voy diciendo. Como decía, ahora que lo pienso, no sé si era homosexual o no. Sí, me he acostado con hombres, y sí me he acostado con Ángela, y ahora que puedo comparar me quedo con ella. Si eso significa que soy heterosexual, Remus, lo soy. –Como Sorensen viera que Remus iba a interrumpirlo de nuevo, se adelantó y dijo–. Y me vas a preguntar "¿cómo?"¿verdad? –Remus asintió. Sorensen dudó un momento–. Pues creo que todo ha sido porque nunca he sido "gay". –Remus puso cara de imbécil–. Creo que, como las chicas me daban de lado, me refugié en lo primero que pillé. Sam, mi compañero de cuarto en Ravenclaw, tabién era "gay". Digamos que era de esos "gays" que siempre está buscando polémica y luchando por sus derechos. Creo que me contagió. Con él perdí la virginidad, anal al menos... Pero, como te he dicho, no lo era, y la verdad permanece dentro de uno por más que se niegue a verla ahí. Y yo la vi. –Calló y Remus lo miró atentamente–. Sentí por Ángela algo que no había sentido nunca por nadie, ni por un hombre ni por una mujer. Si era el amor¡bien tarde se me presentaba! Pero sí, era amor, pronto me di cuenta, pues odiaba a Ryan por cada uno de aquellos besos que él podía darle; y yo me moría de ganas de hacerlo también. El día de mi cumpleaños nos emborrachamos. Como ya sabes, nos acostamos. No recuerdo nada, sólo que me desperté con una sonrisa. ¡Nunca me había levantado con una sonrisa! Y del resto sabes lo mismo que yo... Ahora eres tito. –Sonrió–. Ahora Matt tiene un primito... por partida doble.

Remus sonrió.

–Sí, es curioso cuanto menos –dijo–. Pero dime¿qué va a pasar con Ángela y contigo?

Sorensen lo miró extraño.

–¿Qué quieres que pase? –preguntó–. ¡Ah, entre nosotros! Pues... –Sonrió–. Como el cabrón de su ex marido la ha echado de casa, le he dicho que se vengan ella y Mark a vivir conmigo. No estarás pensando en si nos vamos a casar o no¿verdad? –Rio–. Todo ha sido muy precipitado. Quizá algún día, no sé, pero ahora vamos a convivir, rejuntados, ya entiendes. –Tosió–. Me dijo que iríamos al Ministerio tan pronto como pudiéramos para cambiarle el nombre al niño –sonrió–: Mark Fosworth. ¿A que nunca lo hubieras creído posible?

–No –respondió Remus sonriendo también–. Lo cierto es que me alegro muchísimo por ti, Soren. ¡Mucho! Me daba igual que fueras "gay", ya lo había asumido, pero con que seas feliz, yo lo soy.

–Gracias, Remus –dijo–. Echa ahí un abrazo. –Se levantó y se abrazó con su hermano–. Es que últimamente parece que todo nos sonríe, que todo son buenas noticias.

–Bueno, sólo eso de que eres padre y de que Ángela y tú os queréis –musitó Remus, con inocencia–. Lo demás sigue tan normal como siempre.

Sorensen se dio un golpe en la frente.

–¡Con las tonterías se me ha olvidado decírtelo! –exclamó.

–¿El qué? –preguntó curioso Remus.

–¿De verdad no te has enterado de nada? –inquirió Sorensen rebuscando en los cajones de su escritorio.

–Pero ¿de qué? –volvió a preguntar Remus, riéndose del nerviosismo de su hermano.

–A ver, dime –dijo Sorensen–. ¿No has visto el BOOM? –Remus puso cara de no comprender lo que le estaba diciendo–. ¿No sabes lo que es el BOOM¿Y eres hermano de un bibliotecario? –Cabeceó de un lado a otro, medio bromeando–. Es el Boletín Oficil del Orbe Mágico. Todas las noticias importantes de nuestra comunidad. Ten –dándole el boletín–, lee esto. Es la explicación de un invento muy reciente que te va a interesar.

Remus recogió el boletín con curiosidad.

–Tenía entendido –dijo antes de empezar a leer– que en estos boletines no ponían esa clase de cosas de inventos, sino otro tipo de asuntos, más relacionados con la Administración.

–Será una errata de imprenta¡a mí qué me cuentas! –exclamó Sorensen–. ¡Lee!

Los ojos de Remus desfilaron de línea a línea con rapidez. Su piel fue perdiendo el color. Su boca se fue abriendo ligeramente. Una media sonrisa se le escapó. Estaba con las lágrimas saltadas.

–Al parecer llevan intentándolo mucho tiempo en un laboratorio de Washington –explicó Sorensen al ver su rostro inefable–. Enhorabuena. ¿Ves cómo todo son buenas noticias?

–Poción de matalobos –susurró Remus–. Poción de matalobos...

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El sol se ponía con una eclosión de luz y tonos malvas. Las nubes, arremolinadas en torno al gran astro que desaparecía lentamente, destellaban reflejos anaranjados. El cielo se iba apagando. El sol desapareció.

Remus se separó de la ventana de la cocina y se quedó mirando a Helen, que movía el contenido de un caldero con una enorme cuchara de madera, sin saber qué decirle.

Los ojos de ambos brillaban. La cocina estaba llena de vapor de agua, de humo del fogón. Helen se secó el sudor de la frente.

–¿Quieres que te lo mueva yo un rato? –preguntó Remus, preocupado.

–¡En absoluto! –exclamó la mujer sin mirarlo–. Ya cuando tengamos más experiencia en hacer esta poción a lo mejor, pero ahora no. Es de las más complicadas que haya visto nunca. –Removió otro minuto en silencio el caldero–. Remus¿te importaría hacerme el favor de alargarme ese tarro de saliva de dragón?

–Oh, sí –respondió Remus dándosela en el acto–. Pero... ¿Eso lleva saliva de dragón?

–Así es. –Asintió Helen–. Dudo que tenga buen sabor, pero ello impedirá que salga la parte más negativa de ti. Ya me entiendes... Aunque eso no basta. Aún le quedan varios ingredientes importantes.

–¿Como cuál? –preguntó Remus, que de no ser por los buenos resultados que prometía, estaba comenzando a sentir aversión por aquella poción que aún no había probado.

–Como éste. –Se sacó la chica un tubito fino, cerrado con un corcho, que estaba lleno de una sustancia grumosa, plateada y brillante–. No te asustes...

–¿Que no me asuste por qué? –preguntó Remus–. ¿Qué es?

–Plata –contestó–. Nitrato de plata.

–¿Qué? –inquirió Remus sorprendido–. ¿Estás loca¿Cómo vas a echarme eso? La plata podría matarme.

–No seas tonto, Remus –lo regañó–. Sabes tan bien como yo que todos los hombres lobos no sois, por norma, alérgicos a la plata.

–Ya lo sé, Helen –dijo–. Pero tampoco quiero tentar a la suerte. Y tú también sabes tan bien como yo que la plata líquida es muchísimo más peligrosa que la sólida, y si encima tengo que tragármela... No pienso tomarme esa poción, tú verás.

–¡Remus! –exclamó Helen–. Deja de decir tonterías¿quieres? Te estás comportando peor que Matt. Vale, de acuerdo, el nitrato de plata es más nocivo, pero no si se administra en una cantidad recomendada –explicó–. Y lo he pesado ya cincuenta veces por lo menos, así que no pasa nada. –Destapó el corcho de la probeta con plata y echó ésta en el interior de la olla. Dejó el tubito a un lado, como desafiando a Remus–. ¿No eras tú quien decías que darías un brazo por dejar de ser licántropo?

–Sí, Helen, sí –reconoció–; ¡pero una cosa es un brazo y otra la vida entera!

–Huy, Remus –dijo Helen, nerviosa–. Deja de decir tonterías. Comprendo que estés intranquilo, pero tengo que ponerle nitrato de plata, quieras o no, y te lo vas a tomar, quieras o no. ¿Me he explicado?

–Bastante –respondió Remus sin ánimo. Consultó el reloj de la cocina–. Helen, queda una hora para que salga la luna.

–Esto estará ya mismo...

La noche espesó como la poción. La oscuridad reinaba fuera, negra como la más completa tiniebla, esperando a que la gran dama de la noche subiera al firmamento y los gobernase. Pero los licántropos serían gobernados como nadie¡sus perfectos vasallos, que despertarían con sed de sangre! Pero aquella noche Remus se rebelaría.

Llegó el momento de probar si Helen tenía razón o no. Le apartó una copa dorada con la poción de matalobos, en cuya elaboración había empleado casi tres horas. Helen y Matt, sentados en el salón, lo miraban dudar, con la copa en la mano. Acercó los labios al dorado cristal y volteó el recipiente. Sintió una amarga sensación de dolor. Recordó su valentía dormida, al Sombrero Seleccionador gritando "¡Gryffindor!" con decisión, y volcó sobre su boca la copa con arrebato. Tragó.

Le supo asqueroso, pero ya lo había hecho. Sentía bajar la poción por su esófago hasta el estómago. Abrasaba en su interior. Se asustó¿sería cosa de la plata? En efecto creía que se derretía por dentro. Le faltaba el aire.

Todo acabó en un segundo. Miró a Helen y a Matt y les sonrió. Mareado, les dijo que se encontraba bien, que no le había hecho efecto de ningún tipo.

–Pero pienso acometer mi transformación abajo –dijo señalando el pasillo oscuro que conducía al sótano–. Puede que haya salido algo mal, y no quiero poner vuestra vida en peligro, otra vez... Ni tampoco quiero que él lo vea –dijo bajando la voz.

–Perfecto, Remus –dijo una sonriente Helen–. Tú hazlo como quieras.

Remus asintió, y le sonrió. Se dio la vuelta, pero, aún mareado, tropezó, y a punto estuvo de caer de bruces. Helen, emitiendo un grito, saltó de la silla para ayudarlo.

–¿Estás bien? –le preguntó una vez llegó a su lado.

–Sí, sí –respondió Remus sonriéndole–. Sólo he tropezado, tranquila, que no me voy a morir. Supongo que la plata te deja un poco atontado. –Rio.

–Bueno, pues nada –dijo Helen decidida–. Te ayudaré a bajar al sótano.

–Pero...

–Remus, voy a ir –dijo tajante, pero mirándolo candorosamente–. Vamos, apóyate en mi brazo.

Éste obró de buena gana, y juntos, a paso lento, avanzaron hacia el pasillo oscuro que descendía hasta el sótano, con la vaga mirada de Matt que los veía alejarse de su lado.

Remus bajó los escalones con lentitud, ayudado en todo momento por Helen. Llegó abajo del todo y se comenzó a desvestir.

–¿Qué haces? –preguntó Helen con tranquilidad.

–Quitarme la ropa aquí que puedes ayudarme –dijo–. Si me la quito dentro, tal y como estoy, podría caerme.

Helen le sonrió. Lo ayudó a pasar las perneras del pantalón sin perder el equilibrio, a quitarse la túnica. Le abrió la puerta del sótano y Remus se separó de ella.

–¿Qué haces, Remus? –preguntó Helen con extrañeza.

–Pues... –mirándola confuso–. Pues entrar en el sótano¿no lo ves?

–¡Voy contigo, Remus! –dijo decidida–. No quiero que te caigas.

–Pero...

–Prefiero ver alguna cosa terrible o a un niño paseándose por el sótano que a ti tirado por el suelo sin poderte levantar –dijo.

Remus le sonrió.

Se aferró a su brazo y entraron juntos, Remus adelantándose porque no cogían uno al lado de otro. Cuando Helen entró, miró las paredes y se extrañó. Esperó ver aparecer algo de un momento a otro, pero llevaba dos pasos y aún no había aparecido nada ni nadie.

–Siéntate, Remus –dijo Helen, dejándolo apoyado junto a la pared.

Cuando Helen soltó la mano de Remus, el sótano se iluminó con un brillo violáceo que sorprendió a Helen. Todo su alrededor era una tormenta de colores fucsias y rojos. Sintió su corazón palpitar con fuerza en su pecho.

La luz violeta se apagó, pero el sótano era diferente: era enorme, con un extraño mobiliario. Escuchó voces, pero no veía a quiénes las producían. Levantó la vista y ahogó un grito; una cabeza cortada de un lobo colgaba con rostro amenazador en la pared, obra de un taxidermista.

Le entraron ganas de llorar. Cerró los ojos, para no ver nada cerró los ojos.

Un dolor tan fuerte en su cabeza sintió que tuvo que gritar. Escuchó a Remus que la hablaba, pero no supo qué le dijo. Veía ante sí, con total nitidez, el mensaje de «juegas al waterpolo en abril y di gracias, Hermue Ge».

Abrió los ojos y ya no estaba en el mismo sótano de antes, sino en una extraña dimensión de reflejos rojizos. Los reflejos se arremolinaron ante su figura, y apareció ella misma, mirándose, cual un vivo reflejo en tres dimensiones. Su reflejo extendió la mano para darle algo, pero Helen no veía lo que era. Fue a cogerlo, pero seguía sin verlo. Y cuando el reflejo se lo puso en la mano, sin poderlo ver inexplicablemente, Helen sintió un dolor insoportable, un dolor que se le antojaba le iba a partir la cabeza en dos. Al mismo tiempo, escuchaba en su cabeza "juegas al waterpolo en abril y di gracias, Hermue Ge" sin interrupción.

Soltó el objeto de forma indefinida que tenía aún en la mano, y el dolor y las voces cesaron. Sólo ahora, en forma de eco, escuchaba en su corazón: «¡Bien, papá! Ya lo hemos resuelto.» «Sí, sí, magnífico».

Miró a Remus y, sin despedirse, se levantó del suelo, pues había caído de rodillas, y cerró la puerta del sótano con un portazo.

Remus la había visto restregarse por los suelos, gritar, pero no podía levantarse. Deseó que aquello fuera más liviano en posteriores ocasiones, y que sólo fuese el dolor producto de la primera vez (como realmente llegaría a ser), pues ni siquiera podía levantarse.

Cerró los ojos.

Lo sintió. Su piel comenzó a temblar. Escuchó la llamada de la luna llena, que acababa de asomar su redonda figura por el horizonte. Todo era oscuro a su alrededor, pero Remus, aun con los ojos cerrados, podía ver en su cabeza la plateada luna llena.

Sintió más dolor que con la poción. Se puso en pie. Se le arqueó la espalda. Gritó. Se convulsionó en el suelo, dando vueltas sin parar. Se arañó la cara, gruñendo, rabiando de dolor. La mandíbula comenzó a hacérsele protuberante, y los colmillos asomaban temibles en su boca.

Se le arquearon las extremidades, con gran estrépito de huesos y articulaciones, que se reconstruían. Las garras se ensancharon, saliendo disparadas sus uñas humanas.

Su piel comenzó a ocultarse bajo una capa gruesa de pelaje gris que crecía rápidamente.

Y sus ojos, hasta entonces doradas estrellas en medio de su cara, se tornaron plateados durante su transmutación, hasta que, concluida ésta, se apagaron y fueron negros como la noche misma.

Pero había algo diferente en aquella ocasión, y Remus lo sentía. Dentro de su cabeza lobuna bullían sus pensamientos, allí estaba él: era consciente de todo. Sonrió, aunque el lobo no pudo contraer su rostro en un gesto similar; pero Remus, en su interior, se sonrió.

Era feliz.

Se arrellanó en el suelo, cansado, y se durmió tranquilamente. Sus ojos negros se cerraron y durmió, y no sintió cómo una luz violeta salía de no sé sabe muy bien dónde para acariciarle su precioso pelaje gris.

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Una tenue luz iluminó un rostro humano que dormía pacidamente en el suelo del sótano, acurrucado. Con la luz incidiendo por el hueco apaisado a ras de suelo en el exterior, Remus se despertó. Supo que era bastante temprano.

Salió del sótano con una extraña sensación de, a un tiempo, regocijo y vacío en el estómago. Sintió ganas de pegar saltos de júbilo: la poción de matalobos había funcionado con un éxito inmejorable.

Se examinó cuidadosamente mientras se vestía, pero más por hábito que por necesidad. Gracias al autocontrol que sobre la criatura había ejercido su propia mente, fortalecida con la poción, el licántropo que había en su interior no había podido herirlo; ni rastro de marcas profundas o infectadas en su piel. Aquello ya pertenecía al pasado. Sí, no obstante, sentía una pesada sensación de cansancio; pero aquello era normal: sus transformaciones, fuera él o no consciente de ellas, siempre resultaban dolorosas, y, lo quisiera él o no, se estaba haciendo mayor para aquel ajetreo mensual. Ya no eran ningún joven veinteañero.

Al entrar en la cocina se encontró a Helen con aspecto de cansada sentada a la mesa, mordisqueando un cruasán apenas sin apetito. Remus la observó un instante refugiado bajo el marco de la puerta y, a pesar de que estaba ojerosa y despeinada, tal era su gozo que sintió un gran amor por ella.

–Buenos días, preciosa –le dijo sentándose a su lado y cogiéndole la mano–. ¡Ay, Rowling! Estás helada.

–Bueno, sí –respondió sin énfasis, con la boca llena–. Esta noche ha hecho frío. Tú no te habrás enterado con tu mantita de piel natural, pero ha hecho una rasca... –Le pegó otro mordisco al cruasán–. Bueno¿qué¿Ha funcionado la poción de matalobos?

–¿Que si ha funcionado? –inquirió con los ojos brillantes y a punto de saltar de refocilo–. Te parecerá increíble, pero es la primera vez que me he visto a mí mismo en una noche de luna llena. Podía contemplarme: mis garras, las patas, el lomo... Nunca antes había tenido conciencia de mí mismo durante una transformación. Ya no hay peligro. Aunque para no correr riesgo, aunque tome la poción de matalobos, me seguiré transformando abajo, en el sótano.

–Me alegro de que todo te haya ido tan bien... –dijo Helen sin ánimo. Le dio otro bocado al cruasán–. Lo digo en serio –masticando con la boca llena.

–¿Te pasa algo, Helen? –preguntó Remus–. No sé... Te veo desganada.

–¿A mí? –Rio–. Si tengo una alegría encima que para qué¿no me ves? Estoy exultante. He dormido de maravilla. Ha sido un puro placer.

–Estás fingiendo, Helen... –dijo Remus en voz queda.

–¡Pues claro que estoy fingiendo! –exclamó–. Ha sido una noche asquerosa. No lo digo por ti, cariño. Lo siento. Me alegro de que todo te haya ido genial, pero yo lo he pasado fatal. ¡Un asco! No he pegado ni ojo.

Remus la miró con ojos comprensivos, y le acarició la mano con ternura. Después cogió un cruasán de la caja y se lo llevó a la boca.

–¿Tiene que ver algo con los estremecimientos que te vi hacer anoche cuando bajaste al sótano? –Helen asintió, sin muchas ganas de hablar del tema–. Cada vez es peor¿verdad? –Helen volvió a asentir con la cabeza–. ¿No quieres hablar de ello?

Helen vaciló. Se quedó callada, masticando lentamente el pedazo de cruasán que tenía en la boca. No sabía si se atrevería a contarlo. Compartir aquellas vivencias con Remus le permitía suavizar la carga que suponían para ella, pero también sabía que Remus tenía sus propios problemas y no siempre iba corriendo en su auxilio, sino que les hacía frente con entereza. Dudó.

Remus le acarició de nuevo la mano, sonriéndole, con un brillo maravilloso en los ojos, y Helen sonrió. Eran aquel tipo de cosas, tan simples, las que le recordaban porque tenía confianza absoluta en Remus.

–¿Puedo hacerte una pregunta? –Remus asintió, con el ceño fruncido, extrañado–. ¿No conocerás por casualidad a una tal Hermue Ge?

–¿Hermue Ge? –repitió Remus. Sonrió, pues pensaba que ya le habían vuelto a entrar las paranoias de celos a su mujer–. ¿Acaso debería?

Helen negó con la cabeza.

–No, no tenías por qué –dijo. Se apagó lentamente, perdiendo la fuerza y el coraje que había recibido con el gesto de Remus–. No es nada, Remus.

–¡Helen! –le recriminó duramente–. Ya me lo puedes estar contando.

Ella levantó la vista y vio que la miraba directamente, sin vacilar. Asintió, como si su clara y sincera mirada produjeran en ella una hipnosis imposible de combatir.

–Desde hace mucho tiempo, alrededor del verano creo, o así –explicó–, todas las noches tengo una visión muy extraña. –Remus la escuchaba atentamente y eso animó a Helen a seguir–. No sé qué quiere decir. Es bastante extraña. Aparecen letras, salteadas, sin ningún orden concreto, pero conforme van terminando de aparecer ves que conforman un mensaje.

–¿Qué mensaje? –preguntó Remus enfático.

–Juegas al waterpolo en abril y di gracias, Hermue Ge –respondió–. ¿Por eso te he preguntado si la conocías? Es que es muy extraño. –Hizo una pausa. Remus no supo qué decir–. Y anoche fue horrible. En el sótano vi cosas que no entendí de ninguna forma. Y sentí un gran dolor en la cabeza. –Se llevó una mano a la frente, rememorando aquel horrible dolor que había dado con ella en el suelo–. No pude conciliar el sueño.

–Qué raro –exclamó Remus–. ¿Y dices que sentiste un fuerte dolor? –Se quedó pensativo–. Lo único que puedo decirte es que bajo ningún motivo vuelvas a bajar al sótano. Una cosa es que veas a los niños pasearse tranquilos por el sótano y otra muy diferente que te ataquen. ¿Me has oído? A partir de ahora el sótano está vetado para ti.

–Vamos, tampoco es que yo tenga muchas intenciones de bajar –dijo Helen con tristeza.

–¿Juegas al waterpolo en mayo y di gracias, Hermue Ge? –repitió Remus terminándose de comer el cruasán–. No sé...

–No, es "en abril" –lo corrigió Helen–. "En abril".

–No sé –dijo Remus–. A mí me recuerda a un juego de niños.

Helen escuchó una risa clara e inocente que le era francamente familiar. Giró la cabeza para todos lados, pero no lo había escuchado sino en su cabeza.

–No le des muchas más vueltas –dijo Remus–. Ya lo descubrirás. También te mareó durante un tiempo la visión de Voldemort, y un día cesó. Espero que algún día descubramos qué es lo que pasa.

–Yo también –dijo Helen sin energías–, porque me veo en vela hasta que eso ocurra.

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–Oh, hola, Helen –dijo Ángela–. Creía que ibais a venir antes. ¿Qué tal, Remus?

–Perfectamente –dijo, sujetando mejor a Matt en sus brazos, que se escurría–. ¿Y tú?

–¿Cómo crees? –Sonrió–. Liberada por fin. Ya soy de nuevo Ángela Carney, y pronto señora de Fosworth. Pero no adelantemos acontecimientos... –Viendo a Matt–. ¿Y este niño tan guapo quién es?

–Soy Matt, tita –dijo el niño graciosamente.

Los tres rieron.

–¿Y no eres ya muy mayor como par ir en los brazos de tu padre, eh? –preguntó divertida Ángela–. Éste, como el dicho: encaramado en los brazos de su padre hasta que pueda encaramarse en los de sus hijos. –Rio–. Bueno, venga, pasad, no os quedéis ahí, bajo el hueco de la chimenea¿no? –Susurró–: Sorensen está preparando el café. Él es muy femenino para la cocina, pero es lo que tiene haber sido treinta y cinco años un marica crónico. –Rio–. Pero yo lo he curado. –Mirando a Matt–. ¡Huy, yo no he dicho marica! He dicho... "marca". Que es que tu papá, Matt, ahí donde lo ves tan mocetón y tan hombre, no sabe marcar goles en quidditch. ¡Ay, Remus!

Helen y Remus se rieron. Se sentaron en el sofá.

–Es que estoy muy comprometida con los niños –dijo–. Ahora que tengo el mío propio... –Rio–. Bueno, va a quedar todo en familia¿verdad? Tu hermano con la tía de tu mujer¿no, Remus?

–Sí, nos hemos dado cuenta, tía Ángela –respondió Helen vehemente.

Sorensen entró en el salón de su estrecho piso londinense con una bandeja y el juego de café encima. Los repartió, después de saludarlos, y, cogiendo el azucarero, se echó dos cucharadas colmadas en su café.

–¿Sabes qué, Soren? –le inquirió Remus–. Ahora tengo una profunda curiosidad.

–¿Cuál? –preguntó Sorensen, confuso.

–Pues en qué se transformaría tu boggart¿qué va a ser si no? –preguntó burlón–. Digamos que ya lo más parecido que puedes temer es que el armario te persiga, ahora que has salido y lo has quemado.

Sorensen sonrió, pero no comentó nada.

–No saquemos viejos trapos sucios –comentó Helen diplomática–. Por fin en la vida todo va de maravilla: hay estabilidad, armonía, y todos tenéis lo que estabais buscando. Eso me hace tan feliz... Pero, dime, tía Ángela¿qué va a pasar con Ryan?

–¡Ja! –Helen había metido el dedo en la llaga–. ¿Qué quieres que pase? Después de la que me montó... Además, ya lo dije: yo quiero a Sorensen, y si lo quería cuando era "gay", ahora que sé que está loco por mis huesos... –Le sonrió–. Ryan es un largo capítulo en mi vida, pero acabado. Además es una higuera seca que ya no puede dar frutos¡que se joda! Huy, perdón, Matt... –llevándose una mano a la boca–. Si a mi madre no le permití que me diera una bofetada¡a él menos! –Se tranquilizó–. Hace tiempo que no lo veo, además. Me mandó una postal de felicitación en Navidad, pero la quemé. Para mí que tenía un conjuro espiatorio...

–Eres muy mal pensada, Ángela –le dijo Sorensen–. Ya te lo dije. A lo mejor sólo quiere armonía y paz entre vosotros, que no me parece extraño; habéis estado siendo esposos mucho tiempo. Y piensa que él ahora está solo... Yo sé por experiencia lo que es la soledad.

–¿Y por qué no te vas tú con él, eh? –le gritó Ángela–. Yo a Ryan¡ni en pintura lo vuelvo a ver!

Se produjo un tenso silencio, durante el cual Remus y Helen se miraron con sonrisas torcidas. Helen se tapó la boca, sonriendo, y cerró los ojos para concentrarse. Remus, arrugando la frente, se preguntó qué haría.

No tuvo que esperar mucho para descubrirlo: Helen era capaz de enviarle visiones únicamente a él, cosa de lo que Remus, en su íntimo silencio, se sentía muy orgulloso. Se le nubló la vista, como siempre en las pocos veces que había sentido aquella experiencia.

La escena que Helen había imaginado y, posteriormente, le había enviado a Remus era una en la que Ángela y Sorensen estaban discutiendo acaloradamente, vehementes, pero de pronto, en el encendimiento de la discusión, se abrazaban el uno al otro y se besaban con pasión.

Remus sonrió.

–¿Qué te pasa? –preguntó Sorensen sorbiendo con sutileza su café.

–Nada, nada –respondió Remus sintiéndose avergonzado.

–Yo quiero hacerte una pregunta, tito Soren –dijo Matt. El bibliotecario se volvió a él con adoración, como siempre que hablaba con su sobrino–. Pero ¿cómo puedes estar con tita Ángela si es mi tita y tú también, y además se te cayó el pito a cachos?

–¡Huy, el pito a cachos! –Rio tontamente Ángela–. A cachos dice, y lo tiene más entero y más... –Se volvió a reír–. Huy.

–Es que... Me lo arreglaron, Matt, me lo arreglaron –explicó Sorensen–. Ahora con magia se arregla cualquier cosa. –Y dirigiéndose en voz baja a su hermano:– Anda que ya te vale. ¡Haberle puesto otro ejemplo al niño, que ahora la tiene cogida conmigo!

–Que la tiene cogida... –Rio Ángela–. ¿Contigo? Qué mal suena. Que la tiene cogida contigo... –Se rio otra vez–. Vaya, vaya. –Le entró de nuevo la risa tonta–. Es que aquí hay que medir las palabras con cuentagotas, que hay cada mal pensado. –Sonrió.

Helen se levantó y le quito de las manos a su tía la taza de café. La olisqueó y poniendo cara de rancia le preguntó a Sorensen:

–¿Le has echado algo a tía Ángela en el café?

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–Estoy harta –exclamó Helen un día cualquiera del mes de junio. Hacía calor y estaba de los nervios–. ¡Harta¿Me has oído, Remus?

–Sí, harta –dijo éste sin convicción, mientras se abanicaba con la mano–. Uf, qué calor. –Pasó una hoja del periódico–. Y encima me ponen aquí un maldito anuncio de helados. Qué pinta más buena tienen...

–Pero es que estoy harta, Remus¡harta! –volvió a decir–. Es que te estoy mirando a ti y veo letras. ¡Veo las letras¡Maldito "juegas al waterpolo en abril y di gracias, Hermue Ge"! Hace casi un año que es todas las noches lo mismo, y de unas semanas a esta parte, se está acentuando. Hoy más que ningún día. Cierro los ojos y lo veo. ¡Menudo fastidio!

–Sí, te entiendo –dijo Remus–. Yo también cierro los ojos y veo un helado que se derrite en mi boca... Y yo me relamo de gusto.

–¡Remus! –lo recriminó a voces–. ¿Dónde va a parar¡Lo mío es muchísimo más crítico! –Hizo fingidos amagos de lloriquear–. Estoy desesperada.

–¿Y por qué no avisas a Dumbedore? –sugirió Remus.

–¿Qué? –inquirió Helen.

–No, nada, que podrías decirle a Dumbledore que viniese y te echara un cable¿no te parece? –propuso con una ceja arqueada–. Así tenemos una excusa para verlo, que hace cerca de dos semanas que lo vimos por última vez. ¡Fue entonces cuando debiste comentárselo! Él conoce a mucha gente; quizás conozca a esa tal Hermue...

–Pss –dudó Helen–. Lo cierto es que, lo haga del modo en que lo haga, siempre tiene una explicación para todo. Y, quieras que no, él tiene más recursos y puede averiguar por ahí quién esa Hermue y por qué juega al waterpolo en abril y por qué demonios tiene que dar las gracias.

–Entonces –dijo Remus–¿le escribo una carta?

Helen le dijo que sí, que le parecía bien. Remus llamó a Hatter, la lechuza de la familia que había sido el regalo de bodas de Ángela y el entonces su marido Ryan Simmons.

La lechuza se quedó muy tiesa mientras Remus escribía el conciso mensaje en un trozo mal cortado de pergamino. Se lo enrolló alrededor de la pata diestra y la condujo hasta la ventana. Desde ahí le dio impulso y el ave emprendió el vuelo batiendo sus largas alas.

–¿Qué le has puesto? –preguntó Helen.

–Nada, que estabas ansiosa, que casi te subías por las paredes, y que necesitabas su consejo. Le he dicho que se pase por aquí, es lo mejor, y a la mayor brevedad posible, si podía ser –contestó.

Helen calló. Le pareció acertado, pero aquello sólo consiguió suavizar sus nervios durante unos minutos. La realidad es que ella seguía viendo las letras allí donde mirara. ¡Estaba obsesionada con encontrar a esa Hermue! Es que ahora mismo se cruzaba con ella y la mataba...

La respuesta de Dumbledore llegó caída la noche. Fue el fénix del mago, Fawkes, quien trajo el mensaje, que así decía: «Me alegra que recurráis a mí. Intentaré ir en cuanto tenga un minuto. No me encuentro en Hogwarts, sino en el Ministerio, donde acabo de llegar para resolver unos asuntos. Os pediría que me esperarais en mi despacho, pero están revisando la Red Flu del castillo. Iré volando en un santiamén. Es más, dejaré esos importantes asuntos para otro momento. No soporto la idea de una Helen sulfurada... A. Dumbledore.»

–¡Vaya! –exclamó Helen–. Maldita sea. ¿No podía requerirlo el Ministerio otro día cualquiera que no fuera éste, eh¿Es que soy la única adivina de Inglaterra? Bueno, aparte de esa incompetente de Sybill. ¡Para un maldito día que me hace falta ver a Dumbledore con urgencia...! –Se tranquilizó–. Ahora que lo pienso, podrías haberle dicho en la carta lo de la tal Hermue, para que le fuera dando vueltas montadito en la escoba.

Se escucharon ladridos de perro en alguna parte, pero tan próximos que extrañaron a Remus y a Helen. Había perros, en efecto, en el pueblo, pero no tan cerca de ellos. Sin duda, alguno se habría extraviado o estaría vagando por el entorno.

–Bueno, a esperar –dijo Helen sentándose en el sofá con el mentón abrazado por sus manos y los codos sobre las rodillas.

Pero no podía. Cada vez eran más intensas sus percepciones. «Pe», «e», «ele», «i»... Pero luego se hacía tan rápido que Helen no era capaz de recordar el orden de aparición de las letras. «Orden.» Aquella palabra se repitió en su mente como un resorte.

Y subyaciendo de un interior olvidado, acaso dormido, oyó la voz de su padre cuando ella tenía tres años, cuando tenían delante el periódico, cuando resolvían los crucigramas los domingos: «La diversión de los anagramas consiste en ordenar las letras hasta que conformen el mensaje real, el escondido. La palabra clave es "orden".»

Helen se puso en pie de un salto. Remus se asustó.

–¡Ya está! –exclamó.

–¿Qué pasa? –preguntó Remus.

–¡Lo he descubierto! –contestó.

–¿Que has descubierto qué? –dijo–. ¿Has visto quién es esa tal Hermue? –preguntó.

–No –dijo Helen–. No ha hecho falta. –Anduvo hasta la chimenea, cogió un puñado de polvos flu de una maceta vacía y se introdujo en el hueco de la chimenea–. No ha hecho falta. Lo cierto es que era más fácil de lo que me creía. No sé cómo no lo he descubierto antes.

–Pero ¿me vas a decir qué es? –preguntó Remus.

Pero Helen no respondió. Había soltado el puñado de polvos flu y había pronunciado claramente "casa de los Nicked". ¿Para qué habría ido allí, se preguntó Remus.

Se encogió de hombros. Helen era así, imprevisible.

Llamas verde como una arbolada se alzaron en el interior de la chimenea. De su espesura ardiente surgieron Helen y su padre, el señor Nicked.

–¿Tu padre? –inquirió Remus cada vez comprendiendo menos–. ¿Es que él va a saber quién es Hermue Ge?

–Seguramente no –respondió Helen–, pero no es necesario. No creo que exista esa tal Hermue Ge... Hay que descifrar el mensaje. –Se volvió, asustadada; la espesa planta trepadora del exterior se había descolgado de la pared, y por la ventana se vio caer como si estuviera viva–. Qué susto, madre de Rowling. –Volviéndose a Remus–. ¿Has entendido? "Juegas al waterpolo en abril y di gracias, Hermue Ge" es un anagrama.

–¿Un anagrama? –preguntó Remus confuso.

–Sí –dijo Helen–. Te expliqué lo que eran cuando estuvimos en el interior de mi pensadero. –Cogió un pergamino y escribió con la perfilada punta mojada en tinta la frase–. Es una frase de la que, si desordenamos sus letras, obtenemos un nuevo mensaje, el verdadero.

El señor Nicked recogió el pergamino con la frase anotada que le pasaba su hija y la leyó para sí.

–Sí, sí –asintió–. Como en los viejos tiempos¿verdad? Eso es magnífico. –Arrugó la frente–. Aunque es complicado...

–¿Queréis que os ayude? –se prestó Remus.

–No, gracias –dijo Helen sonriendo–. No te ofendas, pero no es momento de hacer indicaciones sobre cómo se resuelve un anagrama¿entiendes?

Remus se volvió. Los miró pensar, concentrarse. Sabía la frase de memoria¡cuántas veces la habría oído ya, así que se puso a darle vueltas en la cabeza; pero aquello de cambiar las letras de orden resultaba muy difícil, y como no sacara nada en claro lo dejó.

–¡Ha vuelto Hatter! –gritó Matt desde el piso superior–. ¡Ha vuelto!

La lechuza batía las alas. Tenía algo en el pico, una pieza plateada: una llave carcomida. Volaba con su peculiar gracia. Matt la perseguía, montado en su escoba voladora de juguete, diciendo a voces que tenía una llave oxidada en el pico y que se la quería quitar.

–¡Matt, silencio! –gritó Helen–. Tu abuelo y yo estamos intentando concentrarnos. Baja de ahí, que te vas a caer, y entretente con cualquier otra cosa¿quieres?

Matt dejó la escoba en el suelo, permitió que la lechuza, Hatter, escapase con la llave oxidada de color plata en el pico, y subió cabizbajo las escaleras hasta la segunda planta.

–Sólo tengo las primeras cuatro letras... –comentó Helen.

–Dímelas –exclamó el señor Nicked apasionado.

–Pe, e, ele, i... –deletreó–. Pero no tengo más. Es el anagrama más difícil que haya visto en toda mi vida.

–Bueno, algo es algo –dijo el señor Nicked cabeceando de un lado a otro. Remus se sorprendió de lo calmado que podía llegar a estar–. Y recuerda, hija, que todos los anagramas son difíciles. Eso es lo que los hace tan interesantes.

–Bueno, creo... ¡Sí! –exclamó Helen contenta–. Esta uve doble me lleva desconcertando un rato –dijo–, pero podría pertenecer a "Wathelpun". Están todas las letras, podría pertenecer sin duda.

«Incorrecto», habló una voz grave en su cabeza.

–Vaya, no es... –dijo–. ¡Maldición! Si se me va a decir si es correcto o no, se me podría decir lo que es y no tengo que estar aquí perdiendo el tiempo como una tonta.

–¡Mira lo que he encontrado, papá! –exclamó Matt bajando los escalones de dos en dos–. ¿Qué es?

Llevaba un tablero de ajedrez en las manos.

–Oh, haz menos ruido, por favor, Matt –le rogó Helen–. Tu abuelo y yo estamos resolviendo algo muy importante.

–Anda, ven –dijo Remus. El pequeño, que estaba a punto de cumplir los cinco, se acercó y su padre le revolvió el pelo–. Te enseñaré a jugar. Esto es un tablero de ajedrez, y es un entretenimiento muy bueno. Ya verás.

Helen se concentró. Cerró los ojos. Los cerró tan fuerte que la oscuridad se hizo profunda en ellos. Y nada vio. La mente se vació de cualquier otro pensamiento, y lo vio. Lo vio.

–¡Oh! –gritó. Remus y su padre la miraron asustados–. Lo he resuelto.

–¿Qué es? –inquirió Remus.

–«Peligro en la escuela Hogwarts de magia y brujería» –musitó.

Y nada más dijo aquellas palabras, como si su mente lo estuviera esperando, recibió un aluvión de imágenes, una visión ingente que dejó a Helen desconcertada: vio a Harry Potter, parecidísimo a James, acercándose temiblemente a una criatura infernal y enorme, un perro de tres cabezas, con una flauta en la mano; a Harry y otros dos chicos cayendo sobre una mullida planta que los aprisionó; a los tres volando sobre sendas escobas persiguiendo una llave con alas; a ellos jugando en un tablero de ajedrez de dimensiones increíbles; a un trol enorme derribado en el suelo con una herida sangrante en la cabeza; una fila de botellas de formas diversas; y, finalmente, el rostro de lord Voldemort en la nuca de su fiel vasallo. Helen sintió un dolor tan pronunciado como la noche que bajó con Remus al sótano; sintió que la frente se le iba a partir en dos. Y cuando el dolor cesó, la vio, roja y brillante, la Piedra Filosofal...

–¡Hogwarts está en peigro! –gritó Helen alarmada.

–Ya lo sabemos –dijo Remus que respiraba con dificultad y se había puesto a su lado, aunque ella no recordaba que se hubiese levantado de la mesa–. Te lo llevamos preguntando un rato, pero tú has entrado en una especie de trance o no sé.

Helen dudó. Estaba mareada, le dolía de forma inimaginable la cabeza y tenía ganas de vomitar. Pero no podía esperar. ¡Voldemort iba a robar la piedra!

–¿Qué ha pasado? –inquirió Remus.

Helen alzó la vista y se encontró con los dorados y brilantes ojos de su marido, que la miraban con confianza y le transmitieron aquella seguridad que hacía que Helen nunca vacilara ante él. La mujer asintió.

–Hace ya algún tiempo tuve una visión: avisé a Dumbledore que corría el riesgo de que Voldemort robara a Flamel la Piedra Filosofal para poder recuperar no sólo su cuerpo, sino también obtener la inmortalidad, la vida perpetua. Juntos, Dumbledore y yo ideamos un plan de trampas imposibles para que nadie pudiera hacerse con la piedra. Pero Voldemort ha conseguido llegar hasta el último nivel... Y Harry Potter está a punto de encontrarse con él.

Remus había escuchado el discurso con atención. Pero no pudo reprimir una exclamación de sorpresa al conocer que Harry Potter estaba a punto de encontrarse con Voldemort. ¡Y en el mismo Hogwarts¿Cómo iba a pensar Dumbedore que la fortaleza escolar iba a resultar la trampa perfecta para el niño que sobrevivió? Peor aún¿y si Voldemort se hacía con la piedra...?

–Hay que hacer algo –dijo Remus con más ánimo que convicción.

–Pero ¿qué? –inquirió Helen con la voz vacilante.

–Nosotros no podemos hacer nada –dijo Remus con rabia–. ¡En mal momento revisan la Red Flu! De ninguna manera podemos llegar a Hogwarts. –Miró a Helen con los ojos más brillantes y abiertos que nunca–. Pero Dumbledore sí... No debe de estar muy lejos del colegio. Podría dar media vuelta y...

–¡Remus! –Lo calló Helen–. Eso es absurdo. Dumbledore estará volando ahora mismo. ¡Una lechuza no llegaría a tiempo¡Y Harry está a punto de encontrarse con lord Voldemort!

–Pero ¿quién ha dicho que le envíemos una lechuza, eh?

–Yo no –dijo el señor Nicked.

Helen se lo quedó mirando a Remus sin comprender, y éste le guiñó un ojo.

–¿Qué quieres¡No te entiendo! –dijo.

–¡Envíale una visión! Conmigo lo has hecho un montón de veces. ¿Por qué no ibas a poder con él? –preguntó.

–Ya te lo he explicado también muchas veces a ti, Remus –dijo bajando el tono de voz hasta convertirlo en un lamento–: sólo puedo enviarte visiones a ti. Nunca he podido.

–Nunca has tenido tanta necesidad como ahora –dijo Remus abriendo mucho los ojos, y Helen lo miró dudosa–. Vamos, tranquila. Eres una bruja excepcional. ¡Ya es hora de que se desarrolle tu poder de adivinación! Inténtalo.

–Remus, yo...

–Inténtalo –dijo en un susurro.

Y Helen, no supo por qué, asintió. Cerró los ojos. Se concentró. Vio de nuevo la visión. Se concentró. Se imaginó la alta y robusta figura de Dumbledore, con su enorme barba plateada pillada en el cinto. La miraba, con sus ojos celestes brillando, mirándola dulcemente a través de sus gafas de media luna. Se lo imaginaba tan nítidamente que pareciera que lo tuviera allí mismo, delante. Dumbledore agachó la cabeza y la miró por encima de sus gafas, con una sonrisa misteriosa; le guiñó un ojo, cómplice.

Helen sintió una sensación de fuga, de vacío en el estómago. Se desinflaba como un globo recién explotado. Su mente, con los ojos velados, voló por encima de bosques y prados, de ciudades y montañas, viendo las estrellas relucir a un centímetro de sus manos. Una figura encorvada apareció volando sobre una escoba raquítica. Se detuvo en seco, con los ojos entornados. Dumbledore puso una cara que Helen nunca le había visto, pero en la que se mezclaban un odio y una ira inexplicables. Giró el palo de la escoba y aceleró la marcha, rumbo a Hogwarts.

Helen abrió los ojos, parpadeando lentamente.

–Ya está –dijo–. Dumbledore ya lo sabe.

Remus le sonrió, emocionado.

–Sabía que podías hacerlo, Helen –dijo–; lo sabía. Estaba convencido.

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A la mañana siguiente, Helen y Remus desayunaban en la mesa de la cocina silenciosos. Helen por fin había podido dormir una noche desde hacía mucho tiempo sin soñar con aquel anagrama que tantos quebraderos de cabeza le había supuesto.

La mujer se sentó con su taza de café, y Remus le sonrió.

–Ayer lo hiciste genial –dijo–. ¡Estoy muy orgulloso!

Helen se sonrojó, y aquello hizo que su rostro pareciera más inocente y juvenil que nunca. Remus le sonrió de nuevo y mojó su cruasán en la leche.

–Harry está a salvo –explicó el licántropo–. Dumbledore envió una lechuza no hiciste más que acostarte. Quería darte las gracias.

–¡Oh! –exclamó Helen, quitándole importancia–. Cualquiera hubiera hecho lo mismo en mi lugar¿no¿O acaso tú hubieras dejado que Harry llegara hasta Voldemort sin hacer nada? No hay nada que agradecer.

–Pero demostraste un enorme coraje –dijo Remus–. Cualquier otro se hubiera dado por vencido, pero tú no. Te superaste hasta un límite insospechado. ¡Desarrollaste tu propio poder!... ¿Acaso eso no es valentía? Si te pusieras ahora el Sombrero Seleccionador, seguro que te diría que eres muy inteligente, pero que eres una perfecta gryffindor. Más que algunos... Como el cobarde de Sirius Black, que su valentía se tornó en miseria y chantaje... –Sonrió, pensando en cosas más felices–. Dumbledore ponía en la carta que Harry se está pareciendo no te imaginas cómo a James. Dice que, a pesar de que nadie lo creyó, reunió a dos de sus amigos con el fin de proteger la piedra de Voldemort. ¡Ah! –Rió–. Y su amiga se llama Hermione Granger. No creo que "Hermue Ge" fuera una casualidad.

Helen sonrió.

–Eres la mejor –dijo Remus–. Dame un beso.

Se levantaron de sus respetivos asientos y se dieron un estoico beso en los labios. Los interrumpió un débil ululato. Se volvieron, con los labios cruzados, y una lechuza común se interpuso.

–¿Puedes cogerle tú la carta? –le preguntó Helen–. Tengo las manos ocupadas.

Remus se limpió las manos en la servilleta y le cogió el diminuto trozo de pergamino a la lechuza. Ésta echó a volar de nuevo, saliendo por la ventana abierta.

–Está dirigida a los dos –dijo Remus señalando a un tiempo a su esposa, que tenía enfrente, y a sí mismo.

–¿De quién es? –preguntó Helen con la boca llena.

Remus leyó en silencio, con el entrecejo fruncido. Nada dijo, nada explicó, a pesar de que Helen lo miraba con impaciencia. El hombre apartó la carta lentamente y levantó los ojos despacio. Miró a su mujer y le sonrió con ternura.

–¿Qué pasa? –preguntó Helen, inquieta.

–Nada –dijo–. Sólo que ha llegado la hora de desempolvar los recuerdos.

Cuando terminaron de tomarse el opulento desayuno, Remus acompañó a Helen hasta el dormitorio de ambos. Pasaron silenciosos ante la puerta del de Matt, quien aún dormía tranquilo.

Remus cerró la puerta del dormitorio de matrimonio e hizo sentar a Helen en el filo de la cama que tantas noches habían compartido. Se sentó a su lado y le sonrió.

–La carta era de Hagrid –explicó–. Dice que quiere hacerle un regalo al pequeño Harry, y que se le ha ocurrido preparar un álbum de fotos de sus padres. Ha pensado que nosotros tendríamos muchas fotos que le podríamos dar.

Helen sonrió mostrando todas sus perlas relucientes.

–Me parece una idea soberbia –dijo–. El grandullón por fin ha tenido una idea de admirar. ¿Dónde están los álbumes? –preguntó.

–En el baúl –respondió Remus.

Helen se levantó y se arrodilló ante el baúl que había a los pies de su cama. De hinojos, levantó paulatinamente la tapa de mimbre. Como un ramillete, aparecieron sus recuerdos depositados tiempo atrás: el velo de Helen, el primer pijama de Matt... A Helen se le escapó una sonrisa al verlo todo, al recordarlo todo.

Sacó el álbum de fotos y se lo pasó a Remus.

–Toma –le dijo con lo ojos brillantes–. Coge las que quieras y se las mandas.

–Pero... ¿No me vas a ayudar? –preguntó Remus.

–Sólo he destapado últimamente mis recuerdos una única vez, y fue para compartirlos contigo, Remus –explicó la mujer–. No quiero volver a ver a Lily. No podría soportarlo...

–Que si no quieres –dijo Remus–, no le envío las fotos.

–No es eso¡en absoluto! –explicó Helen, intentando sonreír–. Envíale todas las que quieras. Nosotros tenemos nuestros recuerdos, pero Harry ni siquiera eso. Las fotos le harán mucha ilusión. Envíaselas.

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¿Para cuándo el próximo capítulo, os estaréis preguntando. Pues, como siempre, dentro de dos semanas. Para entonces en España ya habrán comenzado mucho las clases del nuevo curso y los ánimos estarán decaídos. Qué lástima. El capítulo puede que aún los haga decaer un poco más. Bueno, pues lo dicho, dos semanas, es decir, el viernes, 23 de septiembre tengo una cita con todos vosotros; una cita tenebrosa.

Avance del capítulo 49 (A LA DECIMOTERCERA CAMPANADA): Una campana; dos; tres; cuatro; cinco; seis; siete; ocho; nueve; diez; once; doce... ¡La decimotercera será siniestra! Cuanto conocíamos se derrumbará y cuanto desconocíamos se hará patente. Tañidos en la oscuridad. Nostálgicos tañidos que conforman trece lamentos, trece lágrimas. Nada volverá a ser lo mismo.

¡YA QUEDA MENOS PARA EL PRIMER CAPÍTULO DE LA SEGUNDA PARTE! Qué ganas. ¿Estáis ansiosos de leer los secretos que esconde?

Un saludo para todos y un beso fuertote.