«Todo se ha hecho siempre según tus designios y por siempre será así. No es, por tanto, de extrañar, ya que tú eres el Destino encarnado, el bondadoso y al mismo tiempo cruel hermano de Apolo, que a todos los hombres llevas prendidos de tus rizados cabellos de oro gobernándolos a tu antojo.» (MDUL, IIª parte, cap. 1, fol. 1).
(EL PRÓXIMO CAPÍTULO DE MDUL –EL PRIMERO DE LA SEGUNDA PARTE– APARECERÁ EN OTRO "FANFIC" DISTINTO DE ÉSTE. PODRÁ ENCONTRARSE BAJO EL TÍTULO DE MDUL (IIª PARTE) O MEMORIAS DE UN LICÁNTROPO (IIª PARTE) O SIMILAR EN EL HIPERVÍNCULO "KAICUDUMB" QUE HAY AL PRINCIPIO DE ESTA PÁGINA (dirección: tres uves dobles punto fanfiction punto net barra u barra 656260 barra) O EN LA PÁGINA PRINCIPAL DE FANFICTION ESCOGIENDO LAS OPCIONES ESPAÑOL Y REMUS LUPIN DE PERSONAJE PRINCIPAL. GRACIAS.)
SILENCE MESSIAH. Queridísima camarada, compañera, lectora y amiga Adriana. ¿Cómo te encuentras? Me he reído muchísimo con tu "review": esos ramalazos neuronales como tú dices, esos sablazos políticos, esos comentarios... ¡estupendos! Me ha recordado mucho a los que me solía dejar una antigua lectora que empleaba cerca de cuatro o cinco páginas en Word y me analizaba minuciosamente la actitud psicológica de cada personaje; teorizaba por qué se habían comportado de tal o cual manera y yo me reía mucho, la verdad. Tienes toda la razón con lo del sonsonete; a veces se me escapa, siempre involuntariamente (no busco con él ningún efecto colateral), pero intentaré corregirlo en adelante. Como ya imaginarás, ya he leído el sexto libro y ya sé quién muere (bueno, ya lo sabía antes, la verdad: es que hay gente para quien la palabra "spoiler" no figura en su memoria léxica), snif, snif, y quién es el Príncipe Mestizo; francamente, me gusta más mi versión; sobre todo porque todavía tiene que dar mucho juego. Por cierto¿de qué te habían operado? No me habías dicho nada. Ay¿que no hay confianza? Espero que te encuentres ya completamente recuperada; y no te enfades con tus padres (imagino que ellos son los generales metafóricos), que ellos lo hacen por tu bien. Sí, la anterior entrega tenía que ser un poquito filosófica, cómo no: Pettigrew iba a morir corajudamente por fin, Remus iba a entregar su vida para aniquilar a Voldemort y Sara, la sobrina de Dumbledore, también moriría de una forma atroz; eran motivos más que suficientes para poner un poquito de existencialismo, de la tragedia que se llama comúnmente "vivir" y soltar unas cuantas palabras al propósito (espero que no en exceso). Me preguntas sobre alguna experiencia que me haya llevado a tal estado y que subyazga como un intertexto en el capítulo y no sé qué responder: sí y no; pero prefiero no hablar sobre ello, en fin. Me satisface que no caigas en ese dogmatismo del destino; yo tampoco creo en él, pero, dado que éste un relato sumamente fantasioso e ideal, lo pongo porque me divierto y puedo así hacer aparecer mediante visiones algunas cosas que luego, más adelante, sucederán definitivamente, empíricamente; p. ej.: Wathelpun. ¿Qué, te ha gustado la libertad concedida para Sirius, eh? (Quique se sonríe cínicamente.) En el sexto libro no me gusta cómo se resuelve; me hubiera gustado ver, saber, interactuar como lector en el momento en que se hubiera dado a conocer la inocencia de Canuto y no que me la entregaran en bandeja, ya supuesta por Fudge, poco más tarde. Por cierto, muy gracioso el compararlo con Aznar; ahora, cada vez que leo alguna escena en que figure, no dejo de imaginármelo feo, con bigotillo absurdo y diciendo "mire usted, soy el ministro". También genial el "ramalazo" denominativo Voldemort-"nazi": es que me parto con tus comentarios; es como entrar en un parque temático de analogías históricas y comentarios sociopolíticos. Tenía que poner ambas cosas: Voldemort y Remus debían, y aun deberán, encontrarse una vez más, porque, antes de a por Harry, Voldemort quiso matar al licántropo; y debía hacer decir a alguno de sus mortífagos (Lucius era el idóneo, puesto que lo tenía por su mano aliada, ejem) que se estaba desviando de sus propósitos: eso lo conducirá a la ruina. Y, bueno, ya para acabar, y esperando no repetirme, que me parece que no te lo he dicho¿verdad, te anuncio que ya he encontrado un personaje para ti: faltará aún bastante para que figure, porque aparece en la época de Tim Wathelpun, pero yo creo que te gustará. Sólo que se me ha ocurrido hacer un giro con tu nombre, ya que, aunque Adriana está muy bien y me gusta, quería llamarlo de una manera más mística; por eso, se me ha ocurrido inventar un anagrama: Ariadna (tan sólo he tenido que mover una letra de sitio, la de). Te lo expongo para que me digas tu parecer en el próximo "review" o correo electrónico¿vale? Sin más dilación, que esto se está pasando de largo y te voy a aburrir, al parecer, un rato (toma sonsonete absurdo...), me despido enviándote yo también un fuerte, sonoro y comprometido beso desde Córdoba hasta las islas Canarias, guapa.
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JULYSS. Hola, Julyss. Muchas gracias por desearme suerte en mis exámenes, pero, por suerte, no eran finales sino parciales; los del primer tipo los tendré en mayo, junio y julio (no durante esos tres meses, sino en torno a esas fechas, a gusto del profesor). Quería hacerte una pregunta por curiosidad¿por qué saluda "holis"? Es que tengo otra lectora que hace lo mismo y no sé si se debe a una coincidencia, una particularidad conterránea, a la pertenencia a un mismo grupo del que habéis adquirido el hábito, etcétera. Ya he dicho que era mera curiosidad; si es una tontería lo que te he preguntado. Bueno, muchísimas gracias por las lisonjas, como siempre digo, exageradas; pero que, cómo no, te agradezco con mucho énfasis. Como sabía que no podrías esperar hasta el 16 de marzo, hala¡lo adelanto al 15! Qué malo; no, es que me ha surgido un contratiempo y prefiero adelantarlo un día a no poderlo actualizar el día señalado. Bueno, Julyss, como ya parece que te vas a convertir en habitual en MDUL, hecho que me satisface y por el que, de otra parte, y si no lo he hecho antes discúlpame, te doy la más intensa bienvenida a MDUL que puedas imaginar; decía, como ya parece que te vas a convertir en habitual en MDUL, me gustaría que nos conociésemos mutuamente, es decir, pregúntame lo que quieras sobre mí que yo te responderé gustoso. Por mi parte, quisiera saber quién se esconde tras tu nick, cuál es tu verdadero nombre o de dónde procedes, aparte de todo lo que quieras añadir de tu propia cosecha. Un beso muy fuerte.
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DRU. Hola, Dru. ¿De verdad piensas que este capítulo anterior merece más que toda lo escrito por JK o que supera incluso al bien hallado por mí capítulo 53? Si Elena supiera de esta última idea tuya, se reiría: aunque le gustan todos los capítulos que hasta el momento he escrito (es decir, hasta el capítulo 5 de la IIª parte)¡que no le quiten lo bailado al 53! Siempre que lee un capítulo nuevo sus expectativas son «¿superará al 53?». Para mí es una presión agradable. No obstante, gracias a ti aprecio que hay otras perspectivas y otras opiniones sobre los capítulos. Muchas gracias por el comentario. Un beso.
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AYA K. Hola, Eva. ¿Cómo te va la vida? Me alegra saber que tu simposio de exámenes va adelante y te dejan vivir; aunque conozco esa vaga impresión de que no te dejan pensar y que, en tu caso, es comprensible que hayas dejado de filosofar: los exámenes se comen la masa neuronal. A mí me ha ido bastante bien en este parcial: ya me he llevado algunas matriculillas de honor para no desmerecer y lo he aprobado todo, sólo que una profesora, que es pro feminismo, nos ha bajado (y muy mucho) la nota a mi compañero Rafa y a mí (sólo somos dos chicos en clase; es como digo yo: Rafa, yo y el harén); pero, bueno, es lo mejor que podría hacer... Como a veces mi compañero falta mucho, soy yo el único chico en la clase, y la mujer esta, al referirse a la clase, habla en femenino diciendo "vosotras" o "en vuestro caso, como sois mujeres", y yo entonces me empiezo a reír y las que están a mi lado también se descojonan vivas. Les he dicho que, como siga así, la voy a empezar a llamar doña Paco o Pepe, que verás cómo tampoco le gusta. Nada, esto es un desliz anecdótico; que me apetecía contártelo. Al final no nos disfrazamos, porque, además de los exámenes, en esas semanas tuve una boda, Elena un no sé qué también, y como los demás también y no íbamos a coincidir todos, decidimos pasar de buscar una fiesta y actuar como un sábado corriente. Por cierto¿hay fotos? No quiero perderme la ocasión de veros disfrazadas de samuráis. Sí, tuve que matar a Sara, pobrecilla. Que, por cierto¿qué le ocurre, está bien?; hace unos cuantos días que me conecto, pero no he sabido nada sobre ella desde hace tiempo, aparte de lo que tú me cuentas. ¡Y no, a todos no os voy a matar; mira, hay va un avance: al personaje Eva Rodríguez no lo voy a matar, toma castañas. Y mira que se va a enfrentar a un berenjenal de cuidado... Sí, es cierto que pertenece a una familia prestigiosa... Espero que no le haya molestado que la haya matado tan pronto: todavía tendrá que ser mencionada varias veces, ya que su muerte no fue un asunto baladí, en verdad. Y le haré un regalito, una ofrenda, en el primer capítulo de la segunda parte; porque, a fin de cuentas, fue un miembro, y muy valiente, de la Orden del Fénix. Ya he leído el sexto libro, como imaginarás, y ya imagino cuáles son las cosas que, según me dijiste, estropearían MDUL: el verdado príncipe mestizo y el que (jajajaja) Remus se líe con Tonks. Lo primero, a ser franco, me gusta más por mi versión, porque me ha desilusionado un poco la realidad sobre este personaje, el contexto místico que lo rodeaba; creía que el príncipe mestizo sería algo más emocionante; aparte de que Snape es un... (piiii). Por otra parte, y aunque parezca absurdo, yo ya sabía que Helen Nicked no existía en la saga HP¡que me la había inventado yo! Helen es un personaje mío y eso, a mi parecer, o para mí, es lo que lo hace tan especial; pero me alegra que Remus se haya enamorado de Tonks para que la gente se dé cuenta al fin de que no es homosexual, como muchos creían. Una tal Kakano (quizá te suene haberla visto por aquí) me dijo que no sabía leer entre líneas la relación Sirius-Remus; hace poco le mandé un correo diciéndole que quién era ahora el que no sabía leer entre líneas la relación y la llamé lady Kakanodura, jeje, imitando a los gemelos Weasley. Y, como dice Elena, Sirius cayó en el Velo y queda la duda sobre si sería gay o no. Y, antes de despedirme, es obligada una, al menos, mínima mención a la Fórmula 1¿no te parece¡Que ya ha empezado, por fin! No soy como esa gente que ha estado practicando la cuenta atrás, pero cierto que tenía ganas. Y, cómo no, Fernando no nos ha defraudado: ha vuelto a ganar. Si no fuese porque he abandonado las lindes líricas, volvería a componerle una oda, jeje, aunque fuese tan aburrida como la anterior. Va a ser un año emocionante. Y ahora sí: tras darte un beso enorme, me despido. Adiós, guapa.
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HPETA. Hola, Brenda. Perdona que me tome la libertad de llamarte por este nombre (HPeta, me refiero; o Brenda, da igual), que se me antoja más cariñoso que "Petita" por ser el primero por el que te conocí. Para que te hagas una idea, estas palabras las escribo el mismo día que dejo puesto en la Orden tu petición acerca de lo del báculo y demás; me tienes realmente intrigado, aunque imagino que para cuando tú leas esto ya se habrá resuelto mi enigma. Bueno, me alegro muchísimo de que hayas llegado ya al capítulo 10, del cual lo único que recuerdo, básicamente, es que aparecía el entrañable señor Nicked; poco a poco irás descubriendo que ese hombre es algo más que un mero muggle que divierte, sino un... ¡divertidísimo muggle! Sólo espero que realmente MDUL te esté gustando de verdad y que no lo estés leyendo por compromiso, puesto que, de ser así, te pediría que lo dejases, porque tú no tienes que demostrarme nada; yo ya te considero mi amiga, pase lo que pase. También debo agradecerte que me sigas leyendo entre exámenes (si es que sigues enfrascada en ellos; si no, me estoy equivocando). Espero que el señor Nicked te siga gustando, porque ese personaje, tanto me agradó a mí mismo, lo sigo haciendo aparecer en adelante; asimismo, he tenido que echar un vistazo de lo que había escrito para ver qué comentarte, ya que casi ni recuerdo nada de lo que yo mismo escribí en esos iniciales capítulos (realmente me va a hacer ilusión verte en los actuales, puesto que son los que más frescos tengo y los que, asimismo, más me fascinan, aunque quede mal decirlo uno mismo; pero el padre no puede desentenderse de sus hijos, aunque sean literarios...); puedo adelantarte que están por ocurrir sucesos oscuros, donde Voldemort y Remus se habrán de ver las caras (¿por qué Voldemort va detrás del licántropo?; la respuesta en la segunda parte), que una visita inesperada sorprenderá a Remus como no puedes ni imaginártelo, que... ¡Aunque, seguramente, para cuando leas esto ya habrás adelantado algunos capítulos!; mejor no te digo nada, y dejo que seas tú quien lo descubra todo. Muchas gracias, también, por los halagos; me ha emocionado eso que has dicho de que conecto con el lector y que transmito a éste un no sé qué que (por lo menos en tu caso) le mueve a continuar leyendo. Me alegra saber que te pareces un poco a Helen Nicked, la futura Helen Lupin, porque eso revela que te pareces a mi mejor amiga: Elena Mellado, la que inspira el personaje; puedes conocerla si te pasas por la Religión Lupina y hallas el apodo "Helen Nicked Lupin", e incluso ver sus dibujos ilustrativos de MDUL si pinchas sobre mi hipervínculo de autor aquí en "fanfiction" y, a su vez, en el hipervínculo que existe en mi resumen biográfico. Y hablando de esto¿te has dado cuenta de lo realmente poco que sabemos el uno del otro? Partiendo hacia otra idea, aunque llevo muchas semanas sin crear ningún personaje nuevo, como propongo en la síntesis del "fic", los mejores lectores serán compensados con un personaje en la trama; me comprometo a crear uno, darle tu nombre, apariencia y, quizá, y sólo quizá, tu perspectiva psicológica (ya que eso, normalmente, lo suelo dejar más a conveniencia del argumento). Por cierto¿puedo hacerte algunas preguntas sobre tu "review"¿Qué quieres decir con concurso de escoltas¿O qué es neta? No te angusties, lo demás lo comprendo todo perfectamente, pero nuestra lejanía geográfica provoca ciertos desajustes lingüísticos, tanto para uno como para otro, que será mejor que nos preguntemos para entendernos íntegramente. Y, volviendo a la idea anterior¡qué poco nos conocemos realmente!...: por eso me propongo que, desde aquí, nos conozcamos un poco mejor; empezaré yo. Mi nombre, como sospecharás, no es realmente KaicuDumb, que creé porque al principio sentía una verdadera admiración por Albus Dumbledore, sino Quique Castillo (Quique es el hipocorístico –una especie de "diminutivo" afectivo– de Enrique). Tengo 19 años (por poco pongo 18, y en eso comprenderás tal vez que no me guste crecer; detesto los cumpleaños). Estudio Filología Hispánica en Córdoba (España), la ciudad en que nací, crié y, como la cosa no se enderece mucho, moriré también; esa carrera, por si te lo preguntas, versa sobre el tratamiento textual de las obras literarias compuestas en lengua castellana, para lo cual he de estudiar literatura y lingüística, en todas sus variantes, que no preciso por no aburrirte. Soy alto, delgado, de pelo moreno y corto, ojos marrones escudados tras unas gafas a las que, al parecer, les queda poco de vida (Dios bendiga a las lentillas), boca pequeña y... ¿Se nota que no se me dan muy bien las descripciones?; máxime cuando es a mí mismo. Bah, si lo deseas, puedes encontrar una foto mía (¡horrible!...) en Story-Weavers, un grupo en el que participé antes de hacerlo en el que tú y yo nos conocimos. Comencé a escribir MDUL a propuesta de la citada Elena, a la que en un principio le pregunté si me veía tan loco como para embutirme en un proyecto así; para que veas, ahora tengo más de 1.100 páginas escritas a Word... Y, a razón de mi movimiento literario "harrypottérfilo" por Internet, acabé arribando al RJLFC, donde nos conocimos, donde claudiqué en tu favor y te convertí en mi sucesora, la inmortal Gran Maestre. Pero esa parte de la historia ya la conoces y, como esto se está pasando de largo y debo de estarte aburriendo cantidad (como si tuvieses ya poco con MDUL), mejor lo dejo por hoy. Te envío un beso dondequiera que estés (¿ves cómo apenas nos conocemos?). P.D.: Muy fuerte, pero ¡ya se me ha ocurrido un personaje para ti! No sé si ideal, pero ya lo acomodaré para que seas ¡tú! Creo que lo llamaré Brenda, que le va mejor que Petita o ninguno otro; aunque ya hablaremos sobre esto.
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MARCE. Hola, Marce. ¿Cómo estás? Me alegro que digas que bien, que yo lo creo así: tus palabras me revelan que es cierto cuanto dices, que vas mejorando, y yo me alegro con ello. Y también considero que tienes sumamente muchísima razón con respecto a la universidad. A mí me quedan todavía tres años y medio, más los que luego quiera echar haciendo otras cosas (tesis doctoral, o qué sé yo). Pero la vida de universitario no es siempre muy agradable; al menos en mi caso: mi clase es de esos armónicos campos de batalla en que nos lanzamos cuchillos y abundan las puñaladas traperas; es que hay varias muchachas que son muy porculeras (con perdón) y nos hacen la vida imposible. Yo lo paso peor que ninguno, o peor que otros, porque soy el delegado y tengo que hacerme frente de muchas de las pendencias y ver qué ha pasado aquí, allá y acullá. Pero, aparte de todo eso, tienes razón: lo sé. Aunque también tengo muchas ganas de ser profesor, ya que tengo numerosos proyectos así como ganas de educar a los chicos en esta especialidad con la que yo particularmente tanto disfruto; me gustaría contagiarlos de mi emoción. En cuanto al capítulo, no te preocupes por Sirius Black; del Velo no puedo sacarlo, pero ya veré si puedo hacer un homenaje o algo con que reivindique su memoria; me remito al primer capítulo de la segunda parte, donde, por cierto, aparecerá tu personaje: no quiero decirte mucho de él porque falta poco y no quiero quitarle ni un punto de intriga. Sólo te advierto que es una aparición relativamente fugaz, pero que aparecerás más tarde y más abundantemente en la época de Wathelpun; digamos que esto es una mera introducción. Descuida, que a Matt no se le ha olvidado Sirius, sólo que se le ha presentado Tonks también, ja. En cuanto a la niña¿qué le íbamos a hacer?; podrían haberla llamado Siriusina, pero no sé yo si esto a Canuto le hubiera gustado, la verdad. No obstante, me satisface saber que Nathalie te ha gustado. Y ¿qué le vamos a hacer: Mark es un pillo y tiene que seguir siéndolo; anda que no le da emoción ni nada a los capítulos. Al menos a mí me lo parece: yo por lo menos me divierto mucho cuando escribo sus pendencias; pero, si te preocupa, malo malo malo... no será; un poquito cabroncete, sí, toda su vida. Dicho esto, y con deseo de no aburrirte más, me despido por esta entrega, mandándote un fuerte beso que espero te reconforte y, como tú has dicho, que cruce todo el Atlántico para que llegue, aunque mojado, al otro lado del charco. Hasta pronto.
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KALA FICTION. Hola, María Angélica. Perdona que no te haya podido responder esta última semana, pero es que no he podido volver a conectarme, o, si lo he hecho, no con el tiempo suficiente como para disponer de unos minutos mediante los cuales responderte; no obstante, me satisface muchísimo que hayamos podido conversar mediante un tira y afloja de correos que hemos ido alternando estos últimos días. Que, por cierto, el dibujo es perfecto; tanto que lo había achacado a una verdadera profesional, que no es que me extrañara que pudiera ser tuyo, pero de ahí que te preguntase si lo habías hecho realmente tú. Agradezco mucho los últimos comentarios tuyos que me ofreciste en tu último correo electrónico, aunque sigo considerando que son hiperbólicos, que no me merezco tanto; pero si tú lo consideras así y te transmite tal energía MDUL que deseas seguir leyéndolo (como, de hecho, has demostrado venir haciendo más que sobradamente), yo me alegro por ello y te felicito por tu entrega y generosidad, que siempre has sido mi mamá literaria; y demasiado condescendiente: me estás malcriando; necesito que me digas lo malo. Por otra parte, no creo (es impensable) que Rowling haya tomado mi historia como base; más bien al contrario. Es imposible que la haya leído, aunque se haya aficionado a los "fanfictions", ya que los únicos que están a su alcance son los ingleses o franceses, lengua que también conoce. Por buenos o famosos que puedan ser otros escritos en otras lenguas (en los que no sé si incluirme), no creo que tenga contratado un plurilingüe que se los traduzca para su deleite. No, debe de reírse de lo que hacemos: distorsionar, fantasear, soñar, teniendo como base y cúpula su saga; de la que, por cierto, te recomiendo que leas el sexto libro, de verdad. No te voy a decir nada, porque yo también he aguantado hasta que ha salido editado en castellano y me hubiera fastidiado que me dijeran algo (por eso, cuando llegues abajo del todo y encuentres mi opinión sobre el sexto libro, con "spoilers", te recomiendo no lo leas). Pero lee el libro, de verdad, María Angélica, que es, para mí, el mejor; yo lo compré el primer día que salió a la venta y lo fulminé en un par de semanas, y hubieran sido menos de no ser que había hecho con Elena un pacto de que este libro nos duraría más que los anteriores, que los habíamos acabado en una noche. No sé si lo de la multiplicidad de sangres te ha quedado claro, por eso te lo voy a explicar sucintamente: la mágica de sus padres, la muggle de la tradición de su madre y la licántropo a causa de la mordedura del licántropo Peet; no obstante, aún quedan más sangres: me remito al capítulo vigente. Me ha hecho muchísima gracia que llames a la nueva parte de MDUL, la segunda, o a la información que contiene "novedades exclusivas"; la verdad es que es así, es todo lo que ha salido de mi cabeza y que ya nada tiene que ver con el universo de JK: es verdaderamente MEMORIAS DE UN LICÁNTROPO, original, porque me desligo completamente de los siete libros. Que ojalá lo pudieses leer ya, puesto que yo te lo enviaría de sumo agrado entero: pero, como no está acabado, es imposible; todavía lo estoy escribiendo, pero tengo las ideas muy claras acerca de lo que resta por pasar. ¡Ah, y no te preocupes si alguna vez no puedes dejar "review" (el que me preocupo soy yo, que pienso que ha ocurrido algo malo), que yo sé que, si alguna vez me dejases de leer porque te aburro, tú me lo comunicarías antes. Tú concéntrate en ti misma y preocúpate de tu hija y de salir adelante con tu enfermedad, que es ahora mismo lo más importante; ni MDUL, ni HP6, ni nada, lo importante es eso que acabo de referir. Y todo lo demás está en un segundo plano, aunque pendientes de ti. Cuídate mucho y, si alguna otra vez no puedes dejar un "review" porque estás en la playa, me alegraré por ti, ya que lo importante es que tú disfrutes. Un besazo enorme y no te preocupes: el proyecto «fotografía» va en camino.
ISILLE BLACK. Antes que nada, hola. Y antes que ninguna otra cosa, discúlpame la brevedad, que te voy a responder muy rápido porque tengo que colgar el capítulo, acabo de leer tu "review" y tengo una clase dentro de un cuarto de hora, tendré que salir pitando. No me importa que empieces a leer a partir de la segunda parte y que sea a partir de entonces cuando me vayas dejando los "reviews"; pero te vas a dejar colgadas muchas cosas que, seguramente, no comprenderás. Como sé que las leerás de todas formas, veré si encuentro tiempo para hacerte un pequeño resumen de cada capítulo desde el que te quedaste colgada para que no pierdas la honda. Y no te preocupes: el ver que encuentras ese tipo de soluciones me demuestra que sigues al tanto y que te preocupa el que pueda pensar que me has abandonado. Aunque en absoluto es así.De ese modo, imagino que pronto nos veremos; e imagino que entonces ya podré escribirte más por extenso. Un besazo y muchísimas gracias por ponerte de nuevo en contacto, sol.
NAYRA. ¡Al fin! Cierto, tu "review" era el que en esta ocasión más ganas tenía que leer, puesto que no todos los días actualizo un capítulo en el que figure como personaje una de mis lectoras favoritas. Antes de proseguir adelante, espero que me disculpes (como yo, no te quepa duda, he disculpado tu tardanza) la brevedad con que te escribiré: dentro de cinco minutos ¡tengo una clase, y, aunque sé que llegaré un poco tarde, no podré extenderme tanto como sería mi gusto. ¿Qué le vamos a hacer? En fin, no importa, en serio, porque te hayas demorado un poco en dejar el "review", porque, por tarde que sea, siempre es bien aceptado. ¿Y cómo pensabas que iba a ser tan malo de ponerte de mortífaga, con lo que yo te aprecio... No, tenías que ser Sara Dumbledore, la sobrina de mi personaje favorito; eso es un honor viniendo de mí, la verdad. Lo cierto es que, aunque te haya matado (como imaginabas; es que de mí sólo se pueden esperar desgracias), todavía te mencionaré varias veces porque eres un personaje fugaz pero relevante: aquí vuelves a figurar, en el primero de la segunda parte y en el que estoy escribiendo actualmente. Espero que todos esos te gusten. ¿Que te he descrito como una reina? Tendré que releerlo, la verdad; en realidad, yo me limité a describir la foto que me pasaste. La virtud es tuya, no de mis palabras. Y yo sí creo que en la realidad, en el mundo de carne y hueso, serías capaz de hacer algo valeroso por aquellos que amas; quizá no tan arriesgado como esto, quizá, pero no te infravalores; lo que pasa es que, por fortuna, no has tenido el caso de que te pase nada parecido, y por ello no sabes si serás capaz. Me alegro, definitivamente, que no me hayas matado, ya que no eres mala, al contrario, y me alegra que tu personaje te haya gustado tanto como dices; para mí es todo un honor. Ahora sólo queda esperar el de Eva, je je. En fin, lamento la brevedad (en comparación con otras ocasiones), pero, aunque no me apetezca mucho ir a Semántica, debo ir; así, me despido fuertemente con un beso, guapetona.
(DEDICATORIA: El capítulo de hoy, no podía ser menos, se lo tenía que dedicar a Elena, que está en el hospital. Espero que te recuperes pronto, que te echo de menos y, como estás ansiando hacer, hay mucho por leer. Asimismo, tampoco puedo dejar de dedicároslo a todos los que estáis ahí detrás, que me habéis aguantado durante 55 capítulos. Os doy un aplauso desde mi escritorio.)
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CAPÍTULO LV (CICATRIZ)
Remus había enmudecido ante aquella revelación, tras conocer aquellos versos del druida Merlín con los que, en un principio, no supo ni quiso relacionarse. Huyó corriendo de la biblioteca dejando a Dumbledore en emotiva soledad pero satisfecho y a Sorensen asombrado de su actitud, y se perdió entre la deambulante muchedumbre del callejón Diagon. Horas más tarde se pasaría por el despacho del director en Hogwarts para disculparse, pero nada le habló de cuanto acababa de confesarle, y Dumbledore, por no perturbarlo, tampoco nada le dijo. El mutismo del licántropo fue extremo: llegó a pensar que, ocultándoselo hasta a Helen, conseguiría encubrirlo ante sus propios ojos, lograría crear un proyecto de ficción en que su nombre no se vería involucrado en ningún confuso vaticinio. Por suerte para él, Helen no llegó a sospechar ni por asomo lo que le ocultaba en aquel largo mes que sentía como que la estaba traicionando; sólo Matt llegó a preguntarle un día que se encontraban los dos solos, pues Helen y Tonks habían salido con la niña a dar un paseo, si iba a tener él que morir para salvar a Harry. Su padre lo contempló fijamente, casi sin pestañear, pero no le respondió. Estaba tan asombrado que no acertó a encontrar las palabras.
Pero la ansiedad oprimió al fin su corazón y, afligido, cuando el sol se desgranaba ya maduro como el grano en la espiga, acudió a conseguir de Dumbledore las respuestas que anhelaba y que sólo en él podría encontrar. El anciano lo aceptó amablemente a pesar de que Remus y él se habían visto poco últimamente, y lo invitó a sentarse. No sabía cómo iba a desarrollarse su debate, pero la actitud de Dumbledore favorecería mucho las cosas.
–¿Crees que yo soy realmente el príncipe mestizo? –le inquirió serio, sin preámbulos.
El anciano asintió silenciosamente.
–¿Hace mucho tiempo que lo sabes?
Volvió a asentir sin atreverse a decir nada más.
Remus hundió la vista en el suelo apesadumbrado. Por un momento no dijo nada, asentando sus cábalas en su cabeza, pero al hablar lo hizo de la forma más cruel posible, y mucho le pesó el resto de su vida aunque no tardase en arrepentirse:
–Entonces, todo ha sido una mentira, todo un hipócrita fingimiento. No te preocupas de las personas, aunque finges hacerlo, sino del destino. Me amas como amas a Harry: sólo por lo que soy, sólo por lo que implico. La noche que me mordió el licántropo no fueron tu compasión ni tu buena voluntad los que te condujeron a la cabecera de mi cama, sino el deseo de ganarte la voluntad del príncipe mestizo. Por eso me adoptaste.
Dumbledore alzó la voz para hablar aquella vez, con un potencial y gravedad que a Remus le seguían conmoviendo al recordarlo. Enojado por sus hipótesis infundadas, le rebatió así:
–¡Remus¿Así recompensas mi bondad? –Se dejó caer fatigado sobre su silla aunque no deseaba mostrar ni pizca de aflicción o pesadumbre. Al hablar de nuevo su voz era más sosegada–: Oh, Remus. Cuánto desconsuelo me crean en el día de hoy tus palabras. Deberías haberme preguntado primero antes de afirmar todo eso tan categóricamente. –Ya entonces Remus comenzó a sentirse mal–. No hace tantos años que creo que puedes serlo.
–En... Entonces ¿por qué decidiste apadrinarme con sólo cuatro años?
Dumbledore se mostró esquivo. Se levantó, se sirvió un trago de brandy y lo degustó un momento en los labios antes de tragarlo. Vuelto de espaldas al hombre, apoyando una mano contra la repisa de la chimenea, le respondió con una nueva pregunta:
–¿No te basta con lo que ya sabes: que le tenía un gran aprecio a tu madre, que fue alumna mía, y que tu padre me producía gran desconfianza?
Remus lo meditó un instante:
–No, no me basta. Nadie se hace cargo de otra persona, por incapacitada que sea, sólo por que le dé pena.
–¿Crees que fue la pena lo que me motivó a actuar como lo hice? –El licántropo acabó asintiendo–. La pena... –dijo Dumbledore para sí, como si lo meditase–. Naciste gravemente enfermo; no me mires así, sé que no lo sabes: tu madre prefirió no decirte nada. Ella temió por tu vida. Surgiste de su vientre redondo falto de sangre y menos quedaba cada vez a causa de las intensas hemorragias que sufrías interiormente casi a diario. Se hacía urgente una transfusión de sangre, los médicos lo sabían; pero, por desgracia, tu sangre es de una clase extraña, imposible de compatibilizar con la de casi todos los magos. Remus, hijo, mi sangre discurre dentro de ti desde que naciste. Yo hice anónimamente la donación, pero desde aquel día te vigilé más intensamente de lo que puedes imaginarte.
»No es de extrañar, por tanto, que, nada más conocer la noticia de tu mordedura, me personase yo mismo en el hospital para protegerte, para defenderte de tu padre, para consolar a Nathalie. Allí tumbado, tus ojos brillantes, tan inocentes, te parecías tanto a...
Aquella nueva revelación dejó a Remus momentáneamente mudo de la impresión. ¿Le quedaría acaso alguna más que confesarle, algo más que debería saber? En aquel momento no lo tuvo en consideración, pero, cuando los ojos se le cerraban, que ya se sabía de memoria los versos de Merlín, cayó en la cuenta de que, quizá, el penúltimo encerraba un significado que entonces le pasaba inadvertido. «Intra sus venas la magia de tres sangres en él mezcladas.» ¿Qué tendrían de especial las sangres muggle, mágica y licántropa que le conferían tal poder y que lo habían hecho objeto de un vaticinio que no había sucumbido al paso de los tiempos¿Y si todo ello lo ocasionó la sangre de Dumbledore...? «La magia de tres sangres...» «La magia...»
Pero ¿quién podía estar seguro de nada cuando veinte años más tarde el mismo Remus no podía saber a quién se refería exactamente el hechicero de «ánima mudada», si a lord Voldemort o a Tim Wathelpun?
Dumbledore hurgó en un cajón en busca de un pergamino que tendió a Remus. Le dijo que copiara y carraspeó preparándose. Le dictó el vaticino de Merlín demostrándole así que ya lo retenía en su memoria. Largo rato hablaron. Mucho tenía Dumbledore que explicarle.
«La oscuridad se cernirá sobre el orbe en días oscuros.» Desde el retorno de lord Voldemort, las tinieblas habían vuelto a apoderarse del cielo del mundo como ya lo hicieran en su primera monarquía de terror. Los días oscuros se habían desencadenado ya como una tormenta en las montañas.
«Un hechicero traerá el terror con su ánima mudada.» Lord Voldemort... Con su cuerpo semihumano, su alma ya no le pertenecía. Alma de serpiente que se muda tras cada nuevo asesinato. «Ánima mudada»...
«Príncipe mestizo será el omne con un poder que no ha ninguno.» Gran paciencia demostró Dumbledore ante la avalancha de preguntas con que el licántropo, tocando este punto, lo fustigó. Éste se preguntaba por qué tendría que ser él ese hombre, que qué poder poseía él que fuese digno de un príncipe. Pero había respuestas y Dumbledore las conocía: con ellas hizo entender a Remus que lo intuía todo desde que él tenía dieciocho años. Comenzó entonces a contemplar la posibilidad, cuando sus suegros le narraron la proeza. Obrar magia sin varita, sin ninguna ayuda de un agente externo: un gran poder, «un poder que no ha ninguno»; el mismo Voldemort, contra quien ya por entonces lidiaba Remus, le había reconocido que lo envidiaba por ello. A la hora de explicarle por qué Merlín había empleado la expresión "príncipe", el anciano se mostró más contundente que en ningún otro verso. Le sacó un grueso tomo de la librería y buscó un vocablo latino: «princeps», del que dijo proceder el actual de nuestra lengua. Constaba, claro está, el significado de "príncipe", pero, precediendo a éste, también "primero", "jefe" o incluso "guía". Remus asintió con firmeza sin saber si aquello dejaba de ser trascendente al final. Acabó de comentar aquel verso el director de Hogwarts diciéndole que él nunca antes había sospechado su prodigioso destino; que, al igual que con Harry, lo había querido y quería como se podía amar a una persona sin profecías de por medio. Y lo dijo con lágrimas en los ojos.
«Intra sus venas la magia de tres sangres en él mezcladas.» La mágica de su padre, la muggle de los ancestros de su madre y la licántropa mezcladas entre sí con la sangre de Dumbledore, que lo había devuelto a la vida. Mestiza era su sangre y su epíteto también lo era.
«Nadie, sino él, podrá salvar al predestinado a vencer el mal pues por su mano no ha de morir.»
Nadie, sino él...
–¿Eso qué significa? –le inquirió inquieto el licántropo con la voz quebrada.
–Literalmente lo que dice –le respondió Dumbledore poniéndose en pie–. Que sólo el príncipe mestizo podrá salvar al predestinado a vencer el mal, es decir, a Harry. Pues por su mano no ha de morir.
–Entonces, si yo soy, como dices, el príncipe mestizo, el vaticinio ya ha tenido lugar. –Dumbledore no sabía a qué se refería–. En nuestro último encuentro Voldemort quiso matar a Harry, pero yo se lo impedí. Ya lo he salvado.
–Yo lo salvé en el atrio del Ministerio de Magia el año pasado y hace dieciséis Lily ya lo hizo, y nadie ha hablado nunca de nosotros –le repuso–. Entiende "salvar" como socorrer o ayudar y lo comprenderás más fácilmente; «nadie, sino él, podrá "socorrer" al predestinado a vencer el mal pues por su mano no ha de morir.» Opino que aún te queda un importante papel que jugar.
–Pe... Pero –tartamudeó Remus releyendo sus apuntes– ¿qué quiere decir lo de que por su mano no ha de morir?
Dumbledore arqueó sus cejas y esbozó una amplia sonrisa, pero parecía que no fuera a decir nada.
–¿Qué crees tú que quiere decirnos? –Remus lo pensó un instante pero acabó encogiéndose de hombros, negando con la cabeza–. Por su mano no has de morir. –Sonrió–. Me temo que serás el real adversario de Voldemort pues eres el único al que no puede matar. Tu poder te avala. Y también, claro, las numerosas ocasiones en que os habéis enfrentado y tú has salido intacto lo han confirmado.
–Pero en la mayoría de las ocasiones no fue más que la suerte lo que me libró de él –se quejó.
–O no. Desengáñate, Remus amado; así como Harry es el único que puede matarlo, tú eres el único al que él no puede matar. Por eso te teme tanto.
–¿Cómo puedo estar seguro de eso?
–No puedes. Mi opinión es ésta: tú eres el príncipe mestizo –aseguró convincentemente–. Y Voldemort la comparte, cosa que no hace sino dar mayor credibilidad a mis argumentos. Pero ¿y tú¿Tú qué opinas?
–¿Yo? Pienso que puedo serlo, pero... Pero ¡a la vez me resulta tan increíble! No son opiniones lo que quiero.
–Hay quien, quizá, pueda darte esas respuesta que me pides y que yo no puedo ofrecerte. Yo ya te he dicho... todo lo que sé.
Remus aguardó impacientemente.
–¿Quién? –le espetó al fin, inquieto–. Dime.
–Yo mismo la visité nada más salir de Hogwarts. Me habló de muchas cosas: algunas que habían pasado, otras que sucedían y muchas que habrían todavía de ocurrir; éstas ya se han cumplido. –El rostro del anciano se estremeció de pesadumbre que se ocupó unos segundos en ocultar–. El Oráculo se camufla en lo alto de un monte de Grecia en la ciudad de Delfos desde tiempos remotos. La pitia, la adivina, habita en él desde su fundación, o al menos eso se cuenta. También se cuenta que es inmortal; para cuando yo fui a verla ya era vieja como un olmo a la orilla de un arroyo y todavía hoy sigue viviendo, pero son patrañas esas que las dicen habladurías insensatas, que yo bien lo sé. Visítala, ése es mi consejo. Quizá ella te sea de más ayuda que este pobre viejo. Mas debes tener cuidado: ni al Bien ni al Mal responde, sólo a aquél que implore su consejo; nada comprenderás de cuanto te diga, o al menos ésa será tu impresión. –Sonrió–. Ella me habló de ti, pero yo entonces no supe a qué se refería; me dijo cosas por las que uno habría de sentirse muy orgulloso. –Su rostro se ensombreció–. Pero también me habló de esta hora, de cuando Fawkes se tiñese de sangre.
–¿Me acompañarás a Delfos, Dumbledore?
–No, no debo. El viaje al Oráculo se entiende como una mirada contemplativa del ego a la sabiduría, un ascenso de la mediocridad al conocimiento. Es un peregrinaje de contemplación, Remus querido: habrás de ir solo. –Lo contempló un momento con una mixtura de angustia y regocijo en su clara mirada–. Escúchala bien, recuerda cuanto te diga, busca alguna posible ambigüedad en sus palabras; ante todo, pregúntale si algo no te queda claro, aunque ella se mostrará esquiva. Oh, Remus, si yo pudiese evitarte el sufrimiento... –Se puso en pie como accionado por un muelle–. Voy a buscarte un mapa, lo tengo que tener por casa. Aguárdame un instante. –Se acercó a la chimenea–. En el templo no hay chimeneas. Ni siquiera es tal templo. La casa de magos más cercana está a quince kilómetros. Tendrás que llegar andando.
Arrojó un pellizco de polvos flu sobre el piso de cenizas y se desapareció engullido por una centelleante lengua de fuego verde. Remus se quedó un momento apático, observando cómo el último resplandor de color esmeralda se perdía por el hueco de la pared devolviéndola a la oscuridad. Tamborileó los nudillos sobre el escritorio deseando perder aquel sentimiento de angustia que lo ahogaba. Su áurea mirada, melancólica, se perdió recorriendo los dorados terrenos de Hogwarts por los que se derramaban los últimos rayos de sol vespertino al ponerse en pie. Acodado sobre el alféizar, un temor infundado ganaba terreno en él devorándole las entrañas; un nuevo orden había resurgido en su vida donde su sino manejaba los hilos de sus extremidades como un títere. Inquieto, apoderado de un feroz desasosiego, se paseó de un lado a otro del despacho de Dumbledore retorciendo el sombrero con que distraía a sus nerviosas manos.
Al pasar junto a una estantería de abajo a arriba llena de libros, reparó en algo que, al entrar, no le había llamado la atención. Tomó con cuidado la caja prismática de madera de palisandro entre sus manos y la observó con asombro; pasó su tacto por el grabado, al parecer tallado a mano, y sintió un escalofrío al hacerlo: un lobo de perfil, de erizado pelaje, inscrito en el interior del círculo que dibujaba una serpiente que se mordía la cola. Probó a abrirla, pero estaba cerrada con llave.
–¿Qué haces? –le inquirió Dumbledore.
El licántropo se volvió sobresaltado y de sus manos a punto estuvo de caer el cofrecillo de madera. Lo dejó en su lugar rápidamente, sin atreverse siquiera a mirar a su mentor, que quizá estuviera enojado por haber traicionado su confianza al coger un objeto que allí tenía guardado. Pero Dumbledore no parecía que lo estuviese.
–Estate tranquilo, Remus. –Avanzó hasta él con un pergamino enrollado que dejó de paso sobre el escritorio y tomó la caja de madera que él acababa de devolver a su lugar–. Veo que esto ha llamado tu atención. Es lógico: todo lo que conlleva riesgo o peligro excita al hombre.
–¿Qué es? –le espetó vacilando, aproximándose para verlo más de cerca.
–El rabdonicio. Tu Rabdonicio. –El hombre no entendió a qué se refería, su rostro lo denotaba, pero Dumbledore no parecía dispuesto a permitirle que le preguntara–. No ha llegado todavía el día en que se despejen todas las incógnitas, ni siquiera consultando a la pitia de Delfos, eso me temo, mi querido hijo. Pero algún día otros abrirán esta caja y liberarán el poder que contiene: un emblema más que propio para un príncipe. Algo más maravilloso que la caja de Pandora: pues sólo contiene esperanza. Ahora ven, he de darte el mapa. –Remus se apartó mirando la caja con recelo una última vez; una caja con la que acabaría soñando algunas noches desde aquel día, a la que se aproximaba cauteloso y que conseguía abrir, pero, al descubrir su interior, un cegador reflejo plateado asomaba desde dentro y despertaba sobrecogido con la mano derecha engarrotada. Dumbledore dejó la caja en su sitio musitando: «Ya no queda ningún cabo suelto, estoy preparado», y lo condujo con su mano sobre su hombro hasta el escritorio–. Ten. Aquí tienes las indicaciones. Una vez te aparezcas en la aduana mágica de Grecia les solicitas ir a Delfos, a esta dirección. Después has de seguir el camino del mapa. Al final te esperará la luz; espero que la encuentres.
A Helen le sorprendió sobremanera la noticia del improvisado viaje que su marido había decidido haría solo. Lo ayudó a preparar su mochila en un silencio tan respetuoso como el que cualquiera habría guardado ante la noble figura de la anciana pitia, pero Helen no supo el motivo de su viaje hasta su regreso y su silencio sólo era rencor y rabia que reprimía. Lo acompañó, junto con el resto de la familia y Tonks, a la chimenea y lo despidió con un frío beso que sus labios apenas llegaron a imprimir sobre su mejilla.
Llegado a la casa de la que partiría para el templo de Delfos, el anciano matrimonio que en ella vivía, una agradable pareja rural con que apenas pudo ni supo comunicarse, lo invitó a queso y a leche que le mostraron satisfechos. Pero Remus, inquieto por los designios que Delfos le depararían, decidió partir aprisa. Les agradeció, usándose de trabada mímica y extraños aspavientos, su generosidad y les donó un galeón de oro por haber usado su chimenea, agradecido.
Tomó el camino que indicaba el mapa y que el mismo matrimonio le había señalado, una senda sin pérdida que atravesaba un bosquecillo y ascendía por donde el horizonte ya no permitía ver más. Transcurridos unos pocos kilómetros, el licántropo decidió hacer un alto, refrescarse y tomar algo con lo que aumentar sus fuerzas, pues hacía un rato tan solamente su mente se le había comenzado a nublar al recordar el jugoso y fresco queso que la senil pareja griega le había ofrecido. Sacó una colorada manzana de su mochila y la mordisqueó con apetito. Oteó en busca de una larga rama seca sobre la que apoyarse y reemprendió la marcha. A sus espaldas, alto se iba levantando el disco dorado de fuego.
Había concluido ya de asentar el astro su trono de oro en el cenit de la bóveda celestial cuando Remus coronó la cima del monte de Delfos. Una larga fila serpenteaba por el camino, aguardando, desde donde él llegaba hasta lo más alto, donde un frondoso árbol, el más grande de cuantos hubiera visto el licántropo en su vida, protegía a la anciana adivina del sofocante calor al que él no estaba acostumbrado. Poco pudo ver a la distancia que se encontraba: a la pitia sentada con las piernas cruzadas sobre el suelo, tan quieta como la estatua arcillosa de un majestuoso escriba egipcio; a sus siervos semidesnudos, bronceados sus cuerpos, que recogían frutos del árbol que sobrevivía a los tiempos y se los conducían a la mujer sobre brillantes bandejas que dejaban a su lado.
Soltó la mochila sobre un pedazo de seca hierba y se sentó a su lado, usando su mano a modo de visera para contemplar el largo paisaje árido y terroso del Fócida que se extendía en derredor de él. Entonces descubrió que quien le precedía en la cola era un japonés parlanchín, de sonrisa y asentimientos constantes, que pretendía hacerse entender con un mago musulmán que trataba de practicar su rígido rito de oración. ¿Cómo lograría comunicarse con la pitia, cayó en la cuenta. Los gestos ni las muecas le servirían para expresar la profundidad de sus cuitas. Por un rato aquello lo preocupó, pero, al cabo de las dos horas, fijo todavía en el sitio sobre el que se había dejado caer, sin más ropa que poder quitarse para desprenderse del asfixiante calor, hambriento, abandonó aquellos pensamientos al fin. No sabía cuánto tiempo más habría de aguardar hasta encontrarse finalmente ante la pitia, pero pensó que el mejor método era armarse de abundante paciencia.
La noche no lo sorprendió al caer pues largo rato llevaba esperando su venida. Hastiado, pensó que sólo unas decenas de metros había adelantado. Preparaba un incómodo cojín sobre el que reposaría su cabeza dispuesto a dormir unas horas cuando el japonés lo invitó a un mendrugo de pan. Remus le mostró su mochila para hacerle comprender que ya tenía comida. Sin embargo, el asiático insistió y Remus acabó aceptándolo. Se lo comió en silencio, devolviendo de cuando en cuando al japonés las sonrisas que éste le ofrecía. Una vez lo hubo acabado, se tumbó y el cansancio que tenía lo sumió pronto en un aletargado sueño.
El canto matinal lo despertó cuando el sol, rojo y grandioso, no había hecho sino despuntar. Recogió sus cosas, las introdujo en su hatillo y se puso en pie. Hubo de frotarse los ojos un par de veces antes de cerciorarse de lo que veía: al parecer, durante la noche, la pitia no había tomado descanso alguno y la fila había seguido avanzando; sólo unos metros lo distanciaban ya del inicio de la misma, unos metros que todavía hubieron de convertirse en varias horas de paciencia.
Al llegar su turno, recogió sus cosas y avanzó hasta el pie mismo del tronco milenario. La pitia, cuyas facciones arrugadas recogían la sabiduría de sus largos años de vida, lo esperaba con la cabeza gacha, con las manos sobre su regazo, sobre su rugoso manto de viejo esparto que la semejaba una honda raíz de la tierra. A cada momento echaba mano de los frutos que sus criados disponían a su alrededor conque nunca faltaba un bocado en su boca. Al apostarse frente a ella titubeó, dudó, mas la anciana, sin levantar siquiera la vista, le habló con un inglés muy cuidado y correcto desde su profunda voz, pozo de conocimiento.
–Remus Lupin. Ya tenía yo ganas de conocerte, cuitado muchacho. Remus Lupin de Inglaterra. El hombre que provocará el cisma en su casa y en la casa de sus padres. Mas me intriga por qué has acudido a mí cuando tu hermosa y docta mujer, Helen Lupin, es también sierva del destino. Cuida tu próximo encuentro con ella, que podría ser el último, de tan exitoso: tus palabras escuchará con emotiva excitación y de nuevo producirán en ella mella. –Se tomó una pausa–. Pregunta cuanto quieras, mas conoce de antemano que yo ya sé todo lo que te pesa y aflige, todo lo que me piensas inquirir.
–¿Por qué¿Acaso es cierto que el destino está escrito?
–En efecto, así es. Rubricado con letras de oro sobre la faz del disco solar, que Apolo, mi padre, mandó colocar en el tejado del universo para iluminar nuestras sendas. Mas nadie sabe leerlo ni siquiera se atreve, pues temen perder algo con lo que creen que no verán. –Levantó el rostro y sus grises ojos, medio entornados, no lo miraban, pues la pitia era ciega–. Empero, ten en cuenta que tu sino no se ha escrito sino sobre tus acciones, teniendo en cuenta cada una de tus decisiones. Tú, sólo tú puedes construir tu destino, piedra a piedra, conque conócete a ti mismo, aunque habrá decisiones más altas que nadie pueda soslayar, ni tú ni yo: la decisión del prójimo, la construcción de su propio destino. Tus ojos te devoran, muchacho de la noche; no sigas su consejo, por fiel que parezca, pues sólo mienten. Es a tu corazón, al que mandas callar, al que debes escuchar. Y en él están las respuestas que yo sólo puedo interpretar. Vive en la oscuridad y por doquier encontrarás la luz.
»Pero, pobre criatura, tú ya habitas en la oscuridad y la penumbra reina en tu alma, y no hay luz que te consuele ni que te alumbre, sólo soledad. ¿Qué astro habrá de gobernar sobre ti sino el disco argentado, reina de las estrellas? Un impulso más fuerte que el hambre y la sed, un instinto más afilado que el deseo; la madre de tus sufrimientos o, al menos, eso crees. Tu mordedura estaba predicha en el primer capítulo del sol de tu tierra, pues no en todas partes el rey de fuego áureo alumbra igual. A ella achacas tu carestía laboral. Y sufres, todo lo padeces. Muchacho, tu negra alma que confinas a la soledad pronto será expuesta a la luz. Pero no habrás de dejar de padecer cuantos días te restan de vida. En verdad te digo que no se cumplirá un año desde la fecha de hoy sin que antes experimentes un nuevo dolor.
–¿De qué se trata¿Qué es?
–Las ruedas se han accionado, mi pequeño muchacho, las ruedas de la diosa Fortuna. Nadie las puede detener, ni aun conociendo lo que está por ocurrir. Su lento discurrir ha derramado su sangre, ya lo he vaticinado antes. Pero, en viviendo en la luz, la oscuridad no se cernirá sobre los cuerpos cuando sus ojos se eclipsen. Tenlo siempre presente: vive en la luz en todo momento y centellearás sobre la oscuridad de los demás, opaca e irascible. Mas cuando creas que toda luz es sólo el reflejo del sol sobre tus lágrimas, cuando creas que has abandonado la luz para caminar entre tinieblas por la casa de tus padres, cuando creas que tus profundas raíces se infestan a causa de la podredumbre que ocupa tus ramas, entonces más que nunca busca la luz, busca la verdad, y comprende que no es sino la pobreza de la tierra que te dio vida la que cubre de corrupción tus miembros.
–No entiendo nada de lo que me está refiriendo –repuso.
–Pero, ya antes de venir, el joven maestro Dumbledore te previno sobre esto. Te alertó para que estuvieras muy atento. Mas no esperabas que tu destino fuese a ser el más complejo de cuantos me he visto obligada a hablar. Lo que quiero decir, muchachito, es que, llegado el momento que se antojara de aflicción y desesperación, no te contentes con lo que tus ojos maldicientes te digan; busca la verdad. Halla la verdad que se encuentra por debajo de la carne, en el lugar más recóndito de nuestro ser, donde los ojos no pueden ver, sino sólo el corazón. Y, cuando la encuentres, un par de ojos volverán a apreciar la luz después de que la sombra de la oscuridad lo ocupara durante diez años. –La anciana sonrió, con su invidente mirada perdida en lo infinito–. Hechos estos preámbulos, hazme tu consulta. Dime qué te ha traído aquí.
–No sé si lo sabrá, pero el druida Merlín escribió unos versos en un libro autobiográfico suyo en que habla de un tal príncipe mestizo y Dumbledore opina...
–¡Oh, sí, lo recuerdo! –exclamó emocionada–. El hombre con un poder que no tiene ninguno –recitó–. ¿Así que Dumbledore te lo ha contado al fin? –Dibujó la anciana una sonrisa–. Ya le dije yo la tarde que me visitó que dos serían las profecías que él resolvería. Empero, él te ha mentido: antes incluso de que tú cumplieses la mayoría de edad ya llegó él a sospechar que podías ser el príncipe mestizo, mas no tenía ninguna prueba con que la luz pudiese ganarle lugar a la oscuridad, sólo hasta que confesaste tu increíble poder al poco tiempo de salir de la escuela de magia. Mas no por ello fue una falacia el cariño que te ofreció, pues hijo podía llamarte sin que su corazón titubeara, porque, como él mismo te ha confesado, ya te amaba antes de esa noche de luna llena en que tu destino se cumplió.
–Entonces ¿por qué me ha mentido?
–Por temor a que no lo creyeses, pues injustamente lo atacaste antes de que pudiera siquiera explicarse. ¿Me equivoco? –Se sonrió levemente–. Y por ser tan humilde como es, que hombre más noble no se ha conocido, que guardará silencio hasta su muerte a fin de que lo que los hombres han olvidado no te haga verlo con otros ojos, con otra luz, aunque vivas en oscuridad. Y por una aflicción que lo atormenta similar en parte a una que tú vivirás dentro de muchos años.
»Pero, lindo efebo, no es a eso a lo que has venido. Es para saber si eres o no el príncipe mestizo. –Remus asintió con vehemencia–. Y ¿qué importa eso¿Qué nueva luz te ofrecerá¿Qué oscuridad disipará?
–Pero... –masculló el licántropo.
–¿Acaso negarías tu ayuda al niño Potter por no ser el mencionado príncipe¿Eh? –Remus cabeceó. La pitia, a pesar de no ver, se sonrió–. El conocer ese designio te abriría las puertas a nuevas revelaciones y tus ojos no estarían preparados para la luz que, de pronto, entraría, cegándolos. Cuatro sangres fluyen por ti; tres en tu esencia, la cuarta añadida, pero real. –Enarcó las cejas tomando una honda bocanada de aire–. Cinco veces has escapado de las manos del gobernador de las tinieblas, suficientes para que cualquiera se viese bajo una nueva luz. Mas tú no terminas de confiar en ti mismo.
La anciana pitia se puso en pie y Remus la imitó. Se acercó la adivina hasta el licántropo y apoyó sus delicadas manos rugosas como un viejo papel estrujado sobre sus hombros.
–Muchacho, crees ahora que ésa es la mayor y más trascendente preocupación que has tenido nunca¡y que has incluso de tener! Esto será una trivialidad en la nueva andadura que comenzarás al bajar esta colina. Lo esencial: buscar la verdad, pues todo la tiene, escondida a mayor profundidad o no, pero existe.
»Ahora márchate. Vuelve a tu hogar. Sé que piensas que nada te he resuelto, que te marchas sumido en las sombras, pero no es así. Un día, toda tu cabeza cubierta de nieve, abrirás los ojos y recordarás mis palabras y verás la luz y todo, al fin, habrá pasado. Todas las respuestas están a tu alcance, ante tus ojos. Incluso la de si eres ciertamente o no el príncipe mestizo. Merlín dijo toda la verdad, oculta en la primera letra de cada verso. Ahora vete, Remus de Inglaterra. Algún día volveré a escuchar tu nombre, lo sé.
Remus recogió su mochila, se la echó al hombro y le susurró a la pitia un trémulo adiós al oído antes de descender el monte. Pasó junto a sus compañeros de fila sin mirarlos casi, sin despegar apenas la vista del suelo, arrastrando los pies y levantando una cortina de polvo a casa paso. Algunos le dieron palmadas de despedida en la espalda, otros lo miraban sin más. Mas descendía por inercia sin pensar en que, en cómo o por dónde lo hacía, ya que su mente la había dejado atrás conversando aún con la pitia, repasando los puntos de su parlamento. Recordaba vagamente lo que le había dicho, unas vagas frases conservaba. Aunque no hacía más que unos minutos que la había visto, que la había dejado, una gran confusión lo embargaba. Se preguntaba qué habría querido decir la anciana pitia con toda aquella parafernalia de símbolos e imágenes que él no podía comprender y que no creía fuera a ser capaz de entender nunca.
Harto de darle vueltas en la mente sin fundamento, decidió poner en práctica su última sugerencia. Sin detenerse en el camino, rememoró, recitó los versos del druida Merlín para constatar la primera letra de cada uno de ellos. «Reescrivo estos uersos ca por perdidos los primeros tengo»: "R"; «en el incendio que mis enimigos prouocaron en mi casa»: "E"; «me asaltó durmiendo ha quince annos ya un suenno»: "M"; «un vaticinio qui fizo en mí grant confusión grand mannana»: "U"; «siete días e siete noches nítido su rostro pude ver»: "S"; «la oscuridad se cernirá sobre el orbe en días oscuros»: "L"; «un hechicero traerá el terror con su ánima mudada»: "U"; «príncipe mestizo será el omne con un poder que no ha ninguno»: "P"; «intra sus venas la magia de tres sangres en él mezcladas»: "I"; «nadie, sino él, podrá salvar al predestinado a vencer el mal pues por su mano no ha de morir»: "N"... Remus Lupin... «Príncipe mestizo será el omne», Remus Lupin, «con un poder que no ha ninguno.»
Remus se sorprendió de que, cuando al fin la intriga había dado paso a la certeza, ningún temor albergara su pecho inflamado de incertidumbre.
Cuando llegó a casa tras dos días fuera del hogar, lejos de su casa y de la de sus padres, lo primero que hizo fue besar los rostros rubicundos, las mejillas sonrosadas de sus hijos. Su mujer lo recibió con una sonrisa frágil y quebradiza que se tornó en angustia cuando el licántropo la abrazó con fuerza y derramó sobre su hombro las lágrimas que el peso de la responsabilidad que aceptaba libremente, del cargo de conciencia que pesaba sobre él por haberle ocultado aquel secreto aquellas largas semanas, le habían hecho al fin estallar.
–¿Qué te pasa, oh, Remus? No soporto verte así.
–Helen. –Sus cálidas manos abrazaron sus mejillas por las que, cual una catarata, se derramaba el agua de sus abiertos ojos con el gran sufrimiento que verlo llorar le causaba–. Tengo algo que contarte.
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Al día siguiente de su retorno, sin demora, visitó el licántropo a Dumbledore en su despacho de Hogwarts. Corto fue su disgusto y fugaz su ira para con el amable anciano, ya que había aprendido que daban igual los motivos por los que éste le hubiera ofrecido su cariño, que lo hubiera engañado, que él sabía que bajo su aliento había sido amado y protegido entre sus manos como en nadie, sólo en su madre. La pitia le había dicho que él lo había querido incluso antes de ser mordido y Remus lo sabía: el amor, si es ficticio, no deja la huella que en su corazón tenía ya marcada, honda e imborrable, para siempre. El anciano de larga barba blanca lo recibió con una grata sonrisa, ajeno a los pensamientos que agolpaban la cabeza de Remus mientras atravesaba la puerta. Le refirió ante su ansia de saber las revelaciones de la pitia como buenamente pudo recordarlas, aunque sin tanta palabrería ni ocultamiento, pero al llegar al punto en que habían hablado de él, sonriendo, omitió el pasaje y continuó adelante.
–Así que ¿nada más te dijo? Vaya... Y tampoco queda duda ya de que tú eres el príncipe mestizo.
–Eso parece. Por ello, Dumbledore, quisiera pedirte un favor.
–Pide por esa boca.
–Que me permitas que Harry pase este verano en mi casa.
Dumbledore, reclinándose hacia atrás, lo sopesó con aspecto de meditación.
A los pocos días aguardaba Remus en el andén nueve y tres cuartos que Harry bajara del expreso de Hogwarts. Nada le había dicho al chico de su decisión, quien esperaría encontrarse en la estación con sus abominables tíos muggles, a quienes el licántropo les había enviado una lechuza con la que, imaginaba, los había hecho los hombres más felices del mundo: deseaba ver la cara que Harry pondría al verlo allí. Se apeó del vagón con rostro huraño y ojos enrojecidos, mezcla de la alegría que le producía compartir aquellos últimos momentos con sus mejores amigos y la aflicción de tener que regresar a Privet Drive; aún no había descubierto entre la sonriente multitud a Remus esperándolo.
–¡Estamos aquí, Ron! –vociferó la señora Weasley–. ¿Qué tal, Harry querido?
–Bien. Disculpa¿has visto a mis tíos?
Alguien rozó su hombro y el chico se volvió.
–¡Remus! –exclamó y lo abrazó pues no lo había vuelto a ver desde que partiera de su casa–. ¿Qué haces tú aquí?
–Ayudarte con tu equipaje. Aún no sé muy bien cómo lo vamos a hacer con Tonks en casa, pero podrías instalarte en el sofá-cama si quieres; es muy cómodo, mágicamente cómodo diría yo. Si quieres pasar el verano en mi casa, claro.
Que no le salieran las palabras a Harry a Remus no le importó; la luz que inundó sus facciones de improviso fue suficiente gratificación. Lo ayudó a montar el baúl sobre el carrito que había solicitado y empujó de él al tiempo que discurrían por la estación conversando con los Weasley y con los tímidos padres de Hermione, con una mano sobre su hombro como solía hacer con su hijo.
Al salir, cuando ya se encontraban los dos solos, Harry, sin pretender parecer ingrato, le preguntó cómo estaría a salvo en su caso si Dumbledore le había dicho que Voldemort exclusivamente no podía atacarlo en el hogar de su tía. Remus, observándolo cómplicemente, le ofreció por única respuesta:
–Tranquilo, yo te salvaré.
Helen lo recibió como una madre que acoge a su hijo, más que como la madrina que para él representaba. Lo estrechó entre sus cálidos brazos y besó sus ruborizadas mejillas con sus labios de ternura. La eufórica Tonks lo recibió con semejante muestra de afecto y Harry, un poco desbordado, dijo que iba a la cocina a beber un vaso de agua. Allí, sin más compañía que la de su soledad, sonriéndose, se felicitó a sí mismo por su suerte cuando un rato atrás creía que a aquellas horas estaría con los Dursley, solo y melancólico. Al saber Matt de su llegada, corrió a su encuentro y asaltó su agradecida soledad en la cocina considerando que había regresado su compañero de juegos del mes anterior. Lo sorprendió con un hondo y abarcador abrazo. Después sacó a la pequeñita y preciosa Nathalie de la cunita y también la abrazó sosteniéndola entre sus brazos.
La pequeña criatura, el pequeño rayo de luz de esperanza, se había convertido en uno de los pilares sobre el que Remus sostenía su fortaleza, pues al lado de sus grandes ojos castaños y ovalados como avellanas, al lado de su nariz respingona, al lado de sus labios que se despegaban para producir sus primeros sonidos, de los que ella misma se sorprendía y emocionaba, al lado de sus simpáticas manos de deditos cortos y rechonchitos que ascendían inquietas como atrapando un sueño, al lado de sus pies sabrosos que se llevaba a la boca en su flexibilidad pueril, el licántropo conseguía incluso olvidar el nuevo cargo de responsabilidad que sobre él había caído.
El señor Nicked no podía separarse ni por un momento de ella, la observaba ensimismado, tanto la quería, que en ella había reemplazado a la adorada princesita que su yerno le había conseguido hurtar, como Paris había raptado a Helena de manos de su esposo Menelao, aunque, bien es cierto, no era el mismo vínculo de unión el del muggle con su hija que el de la espartana con el hermano del ambicioso Agamenón que permitan hacer tal parangón. Le ofrecía su grueso dedo índice y la inocente Nathalie lo oprimía entre su puñito con una fuerza que a él se le antojaba inusitada para su edad («¡esto es cosa de magia!») y agitaba la mano para que lo soltara, pero, cual unas pinzas, cual un cangrejo que no dejase de reír, el bebé no lo soltaba y Matthew gritaba y lloraba pataleando hasta que la niña, compungida y asustada, rompía en llanto también y lo liberaba al fin. Corría entonces la señora Nicked para ver qué había pasado y, cuando su marido le explicaba con gran sofoco y numerosos aspavientos lo ocurrido, ella se iba tras haberle propinado una sonora colleja maldiciendo:
–¡Oh, cállate, tremendísimo muggle!
Al momento el abuelo se reconciliaba con la nieta, que no podía atender sus carcajadas solitarias sin participar de sus juegos, sin agitar sus sonajeros ni hacerle pedorretas en el vientre; mas, con la última, tanta agitación le dio a la niña que le proporcionó al muggle una menuda patada en todo el morro y éste corrió por toda la casa agitando los brazos, llevándose las manos a la boca al tiempo que gritaba que su nieta lo había agredido, que le había echado todos los dientes abajo; corrió de nuevo la señora Nicked presta a atenderlo, pero al ver su dentadura tan íntegra como siempre se marchó enfadada, vociferando. El señor Nicked volvía a aproximarse al carrito, tentando a la suerte, y, reconciliado de nuevo con ella, reanudaban sus juegos: se tapaba la cara con sus grandes manos y exclamaba "¿dónde estás?" y se descubría para regocijo de la niña, que batía las manos loca de excitación. Pero, a la cuarta vez que lo hizo, Nathalie lo agarró del espeso bigote y tiró de él con todas sus fuerzas, produciendo un nuevo alarido en el muggle que en el bebé fueron carcajadas hilarantes.
–Si no te gusta mi bigote –le dijo en un susurro, como si temiera que lo estuvieran escuchando–, lo siento; no me lo pienso afeitar.
Y la niña volvió a sonreír, gesto que se torció en mueca hasta que se puso roja como un tomate.
–¡Helen! –llamó a voces el muggle a su esposa–. Alguien se ha hecho caquita, y no he sido yo. Ups, cómo huele.
El día que cumplió cinco meses, mientras dormía tranquila ajena al mundo, se produjo el ataque. Remus no llegó a saber nunca cómo la Orden Tenebrosa había acabado por descubrir el paradero de Harry: quizá sus mortífagos lo habían vuelto a espiar, quizá la intuición los había conducido correctamente a la madriguera donde el conejito asustado, el perseguido, estaría más a salvo bajo la protección de la madre loba que lo había adoptado. Helen, mientras atravesaba la sala de estar con Nathalie llorando en sus brazos y Matt sollozando cogido de su mano, precedida por Tonks que, muy seria, protegía a Harry con su propio cuerpo, supo qué debía de haber sentido su difunta amiga Lily la madrugada que lord Voldemort usurpó con su pérfida sombra la calma del valle de Godric; también hubiera sacrificado su propia vida si el malvado hechicero hubiera puesto en peligro la de sus dos hijos. En el salón accionó hacia abajo, como se tira de una palanca, la argolla de aderezo del muro de la chimenea, tal como Dumbledore le había explicado que se hacía. Con el ruido hueco que produce algo al ser succionado, surgió una puerta de roble arquitrabada en medio de la pared, desapareciendo la susodicha argolla, que Helen empujó con prisa, impaciente. Tonks hizo pasar a Harry, después a Matt, que descendió a saltitos las escaleras, nervioso, que nacían del tranco mismo de la puerta recién aparecida y se perdían en la oscuridad del estrecho pasillo de piedra por el que habían de bajar; presionó a Helen para que bajase, pues el pensamiento de ésta había retornado de sus hijos a Remus al dejar a los primeros a salvo y quería volver a socorrerlo. Tonks la agarró del brazo impidiéndoselo.
–Baja, Helen –le imploró procurando bajar la voz–. Remus nos ha dicho que nos pongamos a salvo. Baja, por favor...
Dubitativa, traspasó al fin el umbral. Tonks, no sin antes echar un último vistazo por encima del hombro, accedió al interior del refugio y sepultó la entrada. Fuera, al cerrar la joven auror el grueso portón de roble, se disolvió éste como una mancha bajo el agua y blanca volvía a relucir toda la pared sin señal alguna que evidenciara que sólo un instante atrás se abría una puerta en ella, sólo la oscura argolla de adorno que pasaba de nuevo casi desapercibida.
El licántropo estaba en la habitación del matrimonio gestionando unos papeleos cuando se produjo el ataque. Tomó al bebé en brazos, que dormía en su cunita y que se había puesto a llorar de improviso, y salió con él al pasillo. Al mismo tiempo salió Helen del cuarto anexo y su marido le tendió a Nathalie sin dirigirle ni una palabra.
–¿Qué ha sido ese temblor? –le espetó la mujer–. ¿Adónde se supone que vas?
–Es lord Voldemort –le respondió–. Baja al jardín y alerta a Harry. Tonks y Matt están con él. –Una mirada roja como la sangre se apareció en el cuarto de invitados. Al verlo ya allí, Remus gritó–: No te expongas. ¡Corre, haz lo que te he dicho! Salvaos.
–¿Y tú? –tartamudeó con lágrimas en los ojos.
–Yo estaré bien, recuerda lo que te dije.
La mujer asintió y se refugió en el cuarto del que Remus había salido para conjurar un traslador con que poderse desaparecer con la niña pues bajar la escalera no podía al tenerse que exponer ante Voldemort ni tampoco desaparecerse con Nathalie en sus brazos.
El hechicero avanzó blandiendo en su mirada una ira y un terror indefinibles al tiempo que en su varita, una amenaza de color verde. Remus se parapetó tras un escudo de plata que al punto pudo conjurar, escudo que se resquebrajó en miles de brillantes pedazos que cayeron como estrellas; pero la maldición se había desvanecido ya. Alerta, el licántropo pronunció un maleficio nada más se deshizo el escudo ante él, pero Voldemort, que no estaba desprevenido como su contrario imaginaba, se desapareció justo a tiempo, apareciéndose al instante detrás de él. Los rayos que ambos lanzaron chocaron entre sí y salieron despedidos rebotando contra los muros.
–Nadie usurpa en mi casa y sale impune, ni siquiera tú, lord Voldemort.
–Ésta no es tu casa ni la casa de tus padres –exclamó furioso, lanzándole una nueva maldición de la que Remus consiguió defenderse a tiempo–. Ni la has heredado ni te pertenece, así como tampoco el poder que en ella habita.
–No existe más poder que el que en mí existe.
Voldemort, al escuchar aquellas palabras, abrió mucho los ojos, tanto que parecían dos culebras de fuego que cobraran vida. Extendió su varita y surgió de ella un viento huracando que se extendió por el corredor como una corriente electrificada de muerte y de miedo, que golpeó el pecho del licántropo y lo lanzó por la escalera, por donde rodó como sin fin. Aprovechando que se encontraba en el suelo desorientado y magullado, el hechicero tenebroso le lanzó una maldición desde lo alto de la escalera, pero el licántropo se desapareció a tiempo, reapareciendo, como había hecho el otro hacía un instante, detrás de él, tan sólo a unos centímetros, conque pudo empujarlo por las escaleras a tiempo que le susurró con saña:
–No puedes matarme. Por tu mano no habré de morir.
De bruces caía Voldemort contra los escalones, pero su cuerpo quedó en nada, su túnica se hizo viento y sus ojos desaparecieron para volverse a manifestar en el centro del salón. Sonriendo con autosuficiencia dijo:
–Tampoco tú puedes matarme a mí. No has sido predestinado para ello.
Corriendo bajó el mago las escaleras.
–Pero sí lo he sido para salvar al que nos librará de ti. Juntos podremos.
Ningún descanso tuvieron sus varitas, que seguían lidiando como dos agresivas serpientes ignívomas que iban adquiriendo calor del mismo fuego que escupían conscientes de que ninguna podría ser envenenada por el mordisco de la otra. Pero eran sus voces, sus palabras, mucho más afiladas, las que ciertamente queríanse envenenar.
–Ya veo que el viejo Dumbledore te ha contado al fin los secretos del antiguo druida Merlín. Pero ¿acaso crees que te ha revelado todos sus misterios, todos los secretos que aún mantiene bajo su apariencia de amable anciano? Pero ¿acaso crees que has de ser necesariamente tú el príncipe mestizo? Habrías de ser un gran iluso.
–Confío más en la seguridad de la pitia de Delfos que en los intentos de distraerme de una estúpida cobra.
Una sombra reptaba por el suelo, una sombra de luz, de luz violeta, aparentemente sin vida, cuya morada había abandonado para lanzar uno de sus últimos ataques a fin de proteger el mundo del que procedía. Silenciosa, pasando por detrás de los muebles con el fin de pasar inadvertida, su brillo aumentaba al acercarse al foco que le dio vida y al que había pretendido hacérsela perder. Bajo su estampado malva, unos brillantes ojos transparentes que se abrían al mundo como los de un bebé al salir del útero materno, ojos que no existían antes y que habían despertado con el nacimiento de su poder. Su lento transcurrir la acercó al fin al centro de la lucha, cuyos rayos resplandecían sobre su superficie como una tormenta plateada. De un salto, la luz se encaramó al brazo del hechicero, al que oprimía como muerde a su presa un can, y éste no pudo librarse de su lazo por más que agitó su miembro; la violácea luz recubría el antebrazo de Voldemort, que observaba atónito aquel prodigio sin poder hacer nada por impedirlo, llegando al fin hasta los largos y afilados dedos que sostenían su varita. Cuando su brillo rozó su madera, lord Voldemort supo que algo tendría que hacer, que, de lo contrario, su varita estallaría en miles de astillas y su arma se consumiría aquella mañana cualquiera sin más gloria que la que un canto épico le podría devolver. Mas la luz lo devoraba; nada quedaba por hacer, sólo huir. En un último intento desesperado, alocado, blandió su brazo poseído gritando: "¡cruciatus!", pero la luz se convirtió en escudo, en trampa mortal, impidiendo que la maldición saliese, haciéndola rebotar; como el más ácido veneno, por su brazo se extendió el daño que él mismo había producido y que se fue apoderando de su cuerpo con la velocidad del aguijonazo del alacrán mientras su varita se escurría entre sus dedos absorbida por la luz. El dolor remitió cuando, en un último instante de lucidez, sus dedos consiguieron con firmeza sostener un momento su varita y pudo desaparecerse, precipitándose contra el suelo la luz como una masa informa de fugaces estrellas que parecieron separarse entre sí al chocar contra el suelo. Como un charco de agua que no tiene tiempo para esperar a secarse, la luz se filtró por entre las juntas de las lozas de camino a su refugio, de vuelta a la tabla suelta del sótano.
Asombrado, incrédulo, el licántropo había quedado petrificado, con la varita levantada en actitud de ataque, aún no repuesto de lo acaecido, esperando todavía poder alcanzar a su enemigo invisible, fugado del dolor y de la adversidad. Entendiendo que podía regresar de un momento a otro y podría atacarlo por sorpresa, no guardó su varita ni en un rato osó librar a su familia, que a varios metros por debajo del suelo comenzaba a temerse lo peor al no recibir ninguna respuesta, por no querer Remus manifestar la ubicación del refugio secreto y poner en peligro a Harry y al resto. Y es que éste temía que Voldemort pudiera sorprenderlo con la puerta secreta del muro abierta o accionando la argolla suspendida de la pared.
Pero al rato se dejó arrastrar por la evidencia. Su enemigo no regresaría, pues grande era el temor que comenzaba a empollar en su pecho; y él deseaba estrechar a los suyos de nuevo entre sus brazos después del ingente miedo que había sentido, además de para tranquilizarlos. Echó mano de la argolla de hierro y esta vez ante sus ojos la puerta de roble volvió a aparecer. La abrió y un velo de oscuridad le salió al encuentro.
–¡Lumos!
Puso un pie sobre el primer escalón reflectando sobre los muros de piedra un intenso haz de luz blanquecina. Sus pasos se perdían por una espiral que se le antojaba infinita. A cada poco un nuevo requiebro en su descenso, un torcer que deseaba el último para poderse reencontrar con su familia, y tras cada uno de ellos, una nueva sombra que él disipaba blandiendo ante sí el haz de luz que desprendía su varita. Sus pasos reverberaban fantasmagóricamente. Arrastrándose por el impulso gritó:
–¿Helen?
Una voz ahogada, visiblemente emocionada, como rota en lágrimas de felicidad, respondió más abajo:
–¡Remus¿Estás bien, Remus¡Oh, Remus! Ya subimos, espéranos.
El licántropo oyó pasos precipitados, pasos que se aproximaban. A la primera que vio fue a Helen con Nathalie en sus brazos, que lo estrechó contra su pecho y acarició su pelo como si hiciese muchísimo tiempo desde que se separaron. Seguidamente venían los otros, que también mostraron grandes señas de afecto hacia el licántropo. Harry, por su parte, parecía desfallecido, pues sus manos y su rostro tenía faltos de color.
–Oh, cariño¿por qué te has demorado tanto? Me has tenido tan preocupada. Pero ¿estás bien, no¿No te ha pasado nada, no?
–No, no...
–¿Qué ha pasado con Quién–Tú–Sabes? –le espetó Tonks con ansiedad.
–Lo ha atacado la luz violeta del sótano.
–¿La luz violeta? –repitió Helen.
El hombre asintió.
–Y ¿le has lanzado alguna maldición a Voldemort? –le preguntó su esposa–. ¿La maldición de la tortura, por ejemplo?
–No, yo no fui –contestó–. Fue él a sí mismo porque... Pero ¿cómo sabes tú eso?
–Por Harry –explicó Tonks.
Todas las miradas se desplazaron hacia Harry, especialmente la de Remus, que contempló cómo la entrecortada respiración del muchacho iba dejado espacio a las palabras.
–Lo vi –refirió–. Creía que mi cicatriz iba a estallar, me retorcí de dolor. Por un momento dejé de ver nada, pero no fue así: te vi a ti, Remus, y la luz que trepaba por mi brazo y sentí cómo me retorcía contra ella y contra el dolor de la maldición. La conexión... ¡Cada vez es más intensa!
–No te preocupes, Harry –le dijo Remus refugiándolo en su abrazo–. Yo estoy aquí para salvarte. Nada malo te va a pasar.
El chico quiso sentirse un poco mejor, pero no lo consiguió.
–Quizá haya llegado el momento de explicarle lo que sabes sobre el príncipe mestizo –opinó Helen. Harry los observó con candente mirada, bien inocente–. Sabes que no es conveniente ocultarle las profecías que circulan sobre él.
–Claro, lo haré –consintió Remus–, pero antes debería ir a hablar con Dumbledore; debería referirle con urgencia cuanto ha pasado aquí.
Helen se mostró de acuerdo.
Llegaron por fin al término de la pétrea escalera en espiral y Remus abrió la puerta de roble, que apareció nítida y palpable al otro lado para dejarlos pasar. El hombre sostuvo la puerta hasta que todos la hubieron traspasado y después la cerró, haciéndola desaparecer de nuevo.
–¿Qué había allí abajo, en el refugio? –preguntó curioso a su mujer.
–Nada, telarañas sobre todo y cosas viejas. Antiquísimos muebles cubiertos de polvo y lienzos rajados. De los cuadros provenía un llanto casi inaudible, como maldito; que te diga Tonks si no. Debieron de pertenecer a los últimos propietarios. No sé, era todo muy extraño.
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Harry disimuló durante el resto del mes su miedo, su ansiedad, el desasosiego con que se levantaba cada mañana y que le hacía vagar por la casa de Remus como un fantasma. Seguía pesando sobre él el ataque del once de agosto; la carita de pena que se acentuaba en el pequeño Matt, el llanto de Nathalie que en su alma había hecho un desgarro vivo. Temía que pudiera volver su temible enemigo para poner fin a aquella traba que tanto se le resistía, pero Voldemort creía haber despertado el dormido poder de aquella casa, un poder que tanto recelaba pero con el que, a un tiempo, tanto había soñado. Nadie le hablaba ya sobre el ataque, nadie osaba decir nada de lord Voldemort, y Harry se refugiaba en su propio silencio, consciente de que seguiría poniendo en peligro más y más vidas ajenas hasta que no arriesgara la suya propia.
Se pensaba el muchacho que dejaría la melancolía, su malestar, como se olvida una capa al embarcarse en un largo viaje, al tomar el uno de septiembre el expreso camino de Hogwarts por última vez. Mas no sabía Harry que ni la ociosidad del castillo ni la continuada presencia de sus mejores amigos conseguiría aliviar su ánimo afectado, que en su interior había comenzado a germinar como una especie de maldición que lo sumiría en pesar y lo conduciría a su propia destrucción.
Al principio tan sólo Remus iba a acompañarlo a King's Cross, pero Helen decidió unírseles y, para ello, le cambió el turno a una compañera de planta. Mas, a última hora, también Matt decidió acudir pues, además de querer despedir a su amigo, al que lo habían hecho querer como a un primo, como un "primo merodeador" le habían dicho, muy triste de que no pudiese estar para su próxima fiesta de cumpleaños, ansiaba ver el extraño funcionamiento de la entrada al andén nueve y tres cuartos de la estación por la que, al año siguiente, también él cruzaría para no regresar hasta dentro de unos meses.
–Te vendrás a casa en Navidad –le dijo Remus a Harry–. Y no te preocupes por nada, Dumbledore está allí. Y, mientras no me digas lo contrario o cambies la hora, nos seguiremos viendo los jueves; si quieres, claro está.
Lo ayudaron a subir el baúl al vagón y lo despidieron agitando sus manos desde el andén, a un paso del raíl que les arrebataba al que era como su tercer hijo, el más desdichado por entonces de los magos de su mundo que no encontraría paz más que en lo inevitable. Harry los despidió con la cabeza asomada por la ventanilla estirando mucho el brazo para hacerse ver. Remus comprendió entonces cuánto le costaba despegarse de él.
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Cuando Remus descubrió que su hijo pequeño dejaba de serlo para entrar en la edad adulta, éste había cumplido los diez años recientemente y se regocijaba de que su edad tuviera ya dos cifras, signo que indicaba, o eso al menos pensaba el chico, que ya era "mayor". Sin embargo, el que hubiera cumplido los diez años era para el licántropo signo de que había comenzado la forzosa cuenta atrás de los meses que restaban aún, cada vez menos, para que Matt se fuese a estudiar a Hogwarts y ya sólo lo viesen durante las que se le antojaban, ahora más que nunca, unas escasas vacaciones. El mago estaba en el dormitorio con la niña sobre la cama, boca arriba, y Matt a su lado arrodillado sobre el suelo con los brazos apoyados en el filo del colchón. Nathalie se había hecho caca, le había explicado papá, y era necesario cambiarla; y él, que era un chico bien curioso, le expresó su intención de acompañarlo. Remus le quitó el pañal y la niña, como liberada de improviso, rompió a reír como acostumbraba tapándose su boquita con sus blanquitas manitas de muñeca de porcelana. Matt dijo "qué asco" y Remus rio también.
–Anda, Matt –le dijo–, alárgame los polvos de talco para que se los eche a tu hermana.
Se los dio y el licántropo procedió, muy atento Matt en todo momento, que no despegaba la vista, curioso, con el ceño algo fruncido. Y cuando su padre tomó el pañal limpio y lo colocó debajo del bebé para ajustárselo a la cintura, Matt preguntó de golpe la duda que lo estaba sumiendo en una tortura interna de incomprensión, temiendo que, ocultándolo a su vista, también tuviera él que ocultar su vacilación.
–Papá.
–¿Sí, Matt?
–¿Por qué Nathalie no tiene pito?
El licántropo rio tan estruendorosamente que Matt deseó no haber preguntado nada, encogiéndose todo sonrosado. Remus le acarició el pelo de tal modo que lo despeinó por completo y dijo para sí:
–Hubiera sido conveniente que, en lugar de tanta Lengua, Matemáticas e Historia, le hubiéramos dedicado algo de tiempo a la Anatomía. Los niños, Matt, tienen pito, como tú; y las niñas, como Nathalie, no, sino vulva. Es así.
–Y ¿por qué es así? –inquirió de nuevo el chicuelo, más suelto.
–Pues... ¡Pues porque sí! –contestó menos divertido, rehusando encontrarse con su expectante mirada de ojos inocentes.
Terminó de pegar las tiras adhesivas del pañal de la niña y la dejó en la cuna pues había llegado la hora de su sueño. Entretanto, Matt lo siguió con los ojos, pensando que, tal vez, aquél que le había planteado era uno de aquellos enigmas universales a los que ni niños ni mayores eran capaces de dar una respuesta razonable; sólo «porque sí». Pero Remus, a su vez, consideraba que si su hijo le había hecho aquella pregunta era porque realmente estaba preparado para conocer las respuestas, que había llegado a la etapa observadora de todo niño y que con respuestas esquivas como habían empleado siempre no iban a conseguir que dejase de preocuparse por ello o que no lo fuese a preguntar más. Ni tampoco quería el licántropo que descubriese aquello por otras bocas que no fuesen la suya, que él recordaba como, por temor o pensando que era innecesario, ni su madre ni su padre le habían hablado del sexo nunca y, al tener aquella conversación con un joven e inexperimentado pero alto en conocimientos Sirius, pensó durante algún tiempo que aquél era un acto morboso e insano. Decidido pues, al dejar a su hija en la cuna se acuclilló ante Matt y le sonrió. Éste le devolvió amablemente el gesto.
–¿Aún sigues preocupado con por qué los niños tienen pito y las niñas no? –le espetó.
Matt asintió algo serio.
Remus volvió a sonreírle, le extendió una mano y lo ayudó a ponerse en pie. Se sentó en el borde de su lecho marital y acomodó a su hijo sobre él.
–¡Oh, cuánto pesas ya! –exclamó–. No me había dado cuenta.
–Es que ya soy mayor, papá. Ya tengo diez años.
–Sí, ya lo sé, Matt; ya sé que eres mayor. Y por eso te voy a contar algo que los niños no saben ni deben saber, porque pronto empezarás a escuchar muchas cosas y es preferible que esto te lo cuente algún adulto para que lo veas como algo normal y natural. Porque, cuando tú seas más mayor que ahora, también lo harás, y debes estar preparado.
–Pero ¿cuándo será eso? –le preguntó poniéndole morritos.
Remus se sobresaltó.
–¿Cuándo será qué? –le inquirió a su vez, en un susurro, pensando que debía referirse a otra cosa y no a lo que se pensaba él.
–¿Cuándo seré todavía más mayor que ahora? –repitió preocupado.
Remus soltó una carcajada y Matt se encogió.
–Pero ¿por qué te vuelve a preocupar ahora eso¿No decías hace un momento que ya eras mayor, eh?
–Sí... –contestó sin convicción–. Porque, comparado con Nathalie... Pero aún no me parezco a ti. Tú, papá, eres más alto, más fuerte y... Y, además... ¡Y, además, yo tengo el pito pequeño!
Remus no pudo contener una nueva carcajada explosiva que reprimió al comprobar que el color rojizo de las mejillas de su hijo pasaban de lo normal. Acarició nuevamente su cabello para tranquilizarlo y le preguntó:
–¿Por qué piensas que tienes el pito pequeño? Las veces que yo te he bañado tienes un pito normal, acorde a tu edad. ¿Quién te ha metido esa idea absurda en la cabeza?
Matt rehusó mirarlo a la cara.
–Es que el otro día, cuando Tonks había salido con Harry a dar una vuelta, mamá dejó la puerta del cuarto de baño abierta y... y... y, cuando saliste de la ducha, te vi sin querer. ¡Pero yo no te quería espiar! –aclaró aprisa, agachando la cabeza, presto a derramar sendas lágrimas si su padre lo hubiera regañado, pero éste lo escuchaba divertido–. Y tu pito es mucho más grande que el mío.
Remus se sonrió. Matt, por el contrario, no se atrevía a intercambiar una mirada con él y su padre le acarició con la yema del dedo pulgar una mejilla con suavidad para hacerle ver que no estaba enfadado.
–Matt, mírame –le rogó con dulce voz.
El chico no lo hacía.
–¿Vas a reñirme? –preguntó sin voz casi.
–Pues claro que no, tonto. –Sonrió–. Pero anda, mírame, por favor. –Matt le obedeció al fin–. ¿Por qué tendría que regañarte? –El pequeño se encogió de hombros graciosamente–. Es normal que a esta edad empieces a sentir curiosidad por tu cuerpo y que busques algún referente. Pero tampoco te voy a decir que apruebo eso de esconderse y mirar a hurtadillas. Si tienes alguna duda, como ahora, algún problema, nos preguntas a mamá y a mí y ya está.
Matt asintió y quedó momentáneamente en silencio.
–Te he dicho que yo no quería mirarte –repitió con voz aguda. Pero para lo próximo que dijo puso cara de querubín–: Pero, como tú acabas de decir, sentí curiosidad. –Como Remus no dijera nada, el chico siguió hablando–: Y tienes pelo por todo el cuerpo –concluyó con asombro.
–¡Jo, Matt! –exclamó Remus conteniendo las ganas de reír–. Menos mal que aquí sólo está tu hermana, que si te estuviera escuchando alguien... ¿No te das cuentas de que con comentarios como ése alimentas el tópico de los hombres lobo? Yo tengo el mismo pelo que cualquier hombre adulto.
Matt, serio, negó con la cabeza.
–No –dijo–. Tienes pelo en la cara, que por eso te afeitas todas las mañanas y la cara te pincha cuando me das besos, mientras que a mamá no. Y, cuando te vi salir de la ducha, también tienes pelos en las tetas, en los sobacos, en la barriga... ¡Mira, mira! –exclamó–. Levántate la camisa. –El licántropo lo hizo por no decepcionarlo y Matt lo señaló y palpó con gran asombro–. ¿Ves? Tienes pelos en el ombligo. –El niño se levantó su propia camisa y comparó–. ¿Y ves? Yo no tengo. Y también tienes en las piernas y en los brazos y... Y también alrededor del pito. Sí, tienes, yo lo vi.
Remus terminó sonriendo ante tan larga enumeración.
–Vas a conseguir que empiece a preocuparme –bromeó el licántropo–. ¡Y yo que creía que era un hombre normal! –Sonrió–. Pero ¿tu abuelo también tiene pelo en la cara, a que sí? –Matt asintió–. Es más, hasta tiene bigote. Y tito Sorensen también tiene barba, es algo normal. Y pelos en los brazos tienes hasta tú. ¿O no?
–Pero son más pequeñillos y más rubiascos –se defendió.
–Pero eso es porque tienes diez años –le explicó–. Cuando tengas unos cuantos más también los tendrás así en los brazos y te saldrán en las piernas, en las axilas... Hasta alrededor del pito que tanto te preocupa. Te tendré que enseñar a afeitarte y también puede que te salgan en el pecho. Es normal y es lo que quería explicarte, Matt. Cuando tú mismo te des cuenta de que se han producido esos cambios en tu cuerpo es que eres sexualmente maduro.
–¿Y eso qué es? –preguntó con asombro.
Remus sonrió.
–Veamos, Matt. ¿Tú de dónde crees que vienen los niños pequeños?
–El abuelo me dijo cuando nació Nathalie que los niños los trae un mago más viejo que el comer, sí, eso dijo, con sombrero picudo lleno de estrellas escondidos bajo su capa, y que tenía diecisiete tetas para poderlos amamantar a todos. Y que luego se monta en una escoba voladora, pero de verdad, no como la mía de juguete, y a la casa que le toque¡premio! Como la Rueda de la Fortuna.
–Digamos que tu abuelo tiene un poco de imaginación. Creo que incluso no le importaría que eso fuese así: se quedaría horas y horas mirando por la ventana esperando a ver si un brujo de ancha capa le tira un bebé por la chimenea. No, el abuelo te dijo eso porque creía que no eras lo suficientemente listo como para conocer la verdad. Pero ¿seguro que me vas a prestas mucha atención, a que sí?
Matt asintió con vehemencia.
–Vale, entonces atento. Como te he dicho, dentro de dos años, tal vez tres, alcanzarás la pubertad. Es decir, que serás sexualmente maduro. Lo que quiere decir, a su vez, que ya estarás capacitado para tener hijos.
–¿Para tener hijos? –La sola idea hizo reír a Matt–. Pero yo no quiero tener un bebé como Nathalie.
–¡Oh, claro, claro que no quieres! Tu cuerpo está preparado para tenerlos, pero tu cabeza no. Pero eso es lo que conlleva ese cambio y debes comprenderlo. Cuando alcances la pubertad sufrirás toda clase de cambios, y no sólo me refiero a la aparición de vello donde antes no lo tenías, sino que tu cuerpo se adaptará y abandonará la forma del niño asexual: te cambiará la voz, se te ensancharán los hombros, fomentarás tu desarrollo muscular y, claro está, desarrollarás tus órganos genitales: el pito y los testículos –aclaró viendo la expresión de anonadamiento de su hijo–. Y, aunque ahora pienses lo contrario, cambiarás de la forma más brutal: tu humor, tu forma de pensar e incluso tus amigos. Desearás liberar tu apetito corporal, cosa que no debe humillarte, porque todo ello, en conjunto, significará que ya eres un hombre.
–Que ya puedo tener hijos –agregó Matt.
–Sí, sí, pero eso dentro de muchos años –precisó nervioso–. Además, eso no sólo cuenta de tu parte. Porque ¿a ti te ha gustado alguna vez alguna chica, eh?
–Sí¿por qué? –contestó sumisamente.
El licántropo contuvo las ganas de preguntarle quién, pues no era aquél momento de hacerlo enrojecer y que se avergonzara de nuevo.
–No, nada; sólo porque hay personas a las que les gustan individuos de su mismo sexo. Pero ésa es otra historia, hijo; eso que te lo cuente tito Sorensen. Algún día descubrirás a una chica que te guste mucho y te enamorarás y te casarás con ella como yo me casé con tu madre. Entonces es el mejor momento para tener hijos, cuando podáis darles una estructura familiar consolidada. Y, como estás muy enamorado de esa chica, practicaréis el sexo, que es el modo en que se tienen los bebés, y no por cigüeñas, cartas a París o las nuevas invenciones del abuelo.
»Y ahora viene lo más complicado. Como te he dicho antes, Matt, sentirás deseos carnales y por eso mantendrás relaciones con las chicas, porque comprobarás que te atraerán. Pero ¿qué clase de relaciones? Bueno, es una especie de juego; sí, como un juego, uno para adultos. Al hacer el sexo, el hombre y la mujer se excitan y se desnudan.
–Qué vergüenza¿no?
–No, no, porque están enamorados. A ellos no les importa desnudarse porque se quieren. Y porque se quieren se dan muchos besitos y se acuestan juntos. Y en la cama hacen el amor, que a los adultos les gusta mucho porque conlleva placer. Pero, cuando se está enamorado, no es malo. Se acercan mucho y juntan sus cuerpos. A los hombres, cuando nos excitamos, el pito nos aumento un poco de tamaño. Para hacer el amor, lo introducimos en el orificio de la vulva de la mujer y participamos con ella del gozo.
–Qué asco¿no?
–¡No, no! –exclamó Remus acalorado–. Ya te he dicho antes que es algo normal, que todas las personas adultas lo hacen cuando están enamoradas. Y, así, el hombre introduce su semilla en el vientre de mamá y ésta cuida del bebé durante nueve meses. ¿Lo has comprendido todo?
El niño asintió inseguro.
–Pues ésa es la historia, hijo. Debes saber dos cosas muy bien: que el sexo es algo natural, propio de todas las especies; y que no es cosa que se practique hasta que llegue el momento adecuado, y este momento llega cuando ya no se tienen dudas al respecto. Y ahora, Matt, deja de preocuparte, en la medida de lo posible, de tu cuerpo o del tamaño de tu pito, que crecer te crecerá seguro. Preocúpate mejor de esto –y se apuntó con su dedo la frente– y también de esto. –Y le apuntó el corazón–. Tu cuerpo ya lo tienes, pero tu alma has de ganártela. Y será también durante la pubertad, cuando estés desarrollando el primero, cuando habrás de configurar el tipo de persona que serás toda tu vida. Recuerda que se puede vivir sin atener a las apetencias del cuerpo, pero no así con las de la cabeza y el corazón.
»Y ahora vete a ver qué está haciendo Tonks, que de pronto me han entrado ganas de ir a... hablar con tu madre.
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Todos estaban almorzando en la cocina, todos excepto Helen, que hacía sólo unas horas había marchado a San Mungo a cumplir su turno. Remus estaba fregando, los brazos remangados y los estrechos guantes verdes de goma ajustados a sus dedos; Nathalie, reina de su alta trona, después de haberse comido su papilla, jugaba con los juguetes que su padre le había puesto por delante y, cuando se hartaba de ellos, los arrojaba al suelo y estallaba en risas; Tonks se los recogía y los volvía a disponer delante de ella y, luego, habiendo hecho esto, recogía los platos de la mesa y se los dejaba al licántropo a mano al tiempo que hacía levitar los pedazos en que había cortado su manzana hasta su boca; y Matt comía con desgana, hundiendo el tenedor y reventando la yema de su huevo sin llegar a comérselo. Su padre, que comenzaba a enfadarse de verlo que no acababa, se volvió haciendo saltar espuma y lo riñó:
–Matt. ¿Quieres comerte ya tu huevo? Que quiero acabar ya.
–Pero... es que no tengo mucha hambre –dijo en voz queda con las orejas coloradas.
Tonks se rio de pronto y Remus, sin ánimo lúdico, le preguntó qué le pasaba; ella respondió:
–Pero ¿qué más te da lo que tarde el chico?
–¿Cómo que qué más me da? –inquirió él a su vez.
–Sí, deja que tarde lo que necesite. ¿Qué más te da¿O es que en esta casa no se puede hacer magia? Conjura los platos para que se frieguen solos y vete a hacer lo que tengas que hacer.
El licántropo y la joven continuaron un rato intercambiando sus argumentos, pero a Matt le daba igual, que no por ello aligeraba él su ritmo comiendo. Es más, si cabe, aun se quedó un momento en suspenso. Y es que ver a Tonks defendiéndolo no lo dejaba indiferente. La miraba con sus ojillos de cordero enamorados, con la boca entreabierta, y ya no se entretenía en reventar la yema del huevo, antojándosele un ángel de oscuros cabellos caído del mismo cielo. Y su corazón le latía con gran fuerza, tan intenso que hasta su oído lo sentía, y temía que pudiera no ser el único que lo pudiese percibir, y sus mejillas se encendieron y sus ojos a puntos de lagrimar estaban temeroso de que alguien pudiese descubrir el amor secreto que el chico tenía hacia la joven auror.
–Pues porque los niños son pequeños, Tonks, y tengo que educarlos. ¿Y qué clase de padre sería si les transmitiera que el único modo de hacer las cosas es empleando la magia?
–No, si yo no te digo cómo tienes que educar a tus hijos, Rem –arguyó la chica–. Pero, por una vez que uses la magia, no va a pasar nada.
Algo iba a responderle el hombre, pero un aleteo suave mas repentino y un ulular triste lo interrumpieron. La lechuza, que había entrado por una de las ventanas, planeó por encima de sus cabezas unos segundos hasta que dejó caer la carta que sostenía entre sus garras describiendo círculos como un tirabuzón terminando sobre el barreño lleno de espuma en que Remus fregaba. El licántropo se apresuró a rescatarla antes de que se mojase por completo, refunfuñando al tiempo que meneaba la cabeza contra la boba ave.
–¿Para quién es? –le preguntó Tonks cambiando el tono de voz que hacía un momento había empleado.
–Para Helen –respondió observando el envío con anhelo–. Y pone que es urgente.
Se quitó los guantes y el mandil y se secó las manos en un paño seco.
–Voy al hospital a dársela –anunció serio–. Debe de ser algo importante; si no, no pondría urgente. Tonks, acuesta a Nathalie y después pones a Matt bien viendo la televisión, bien haciendo sus deberes. Y esto... Esto déjalo; ya lo recogeré yo cuando vuelva.
–Claro, Remus –aceptó–. Pero por la cocina no te preocupes, que esto ya lo acabo yo. Anda, vete, llévasela; puede que le haga falta.
El hombre asintió. Se sacó su varita y se desapareció allí mismo para gran regocijo de su hija, que aplaudió divertida. Atravesó la sala de espera de San Mungo con pasos rápidos y pasó junto al mostrador de recepción sin decir nada ni siquiera detenerse; sabía adónde tenía que ir: la planta de heridas provocadas por criaturas mágicas, donde trabajaba Helen. Lo complicado allí sería encontrar a su esposa, pero en eso ni los encargados de recepción podrían indicarle. Recorrió varios pasillos sin éxito con lo que, finalmente, detuvo a una bella sanadora con quien se topó.
–Perdone. ¿Sabe dónde está la sanadora Helen Lupin? –le preguntó.
–No, lo siento, hace media hora que no la he visto.
Detuvo a un par de sanadores más con el mismo objetivo y, al abandonar al último con idénticos resultados, chocó con un hombre elegante de unos cincuenta años de porte galante al que a punto estuvo de tirar al suelo. Al recuperar su digno talante, el hombre dirigió una amenazadora mirada al licántropo.
–¿Dónde tiene usted los ojos? –le preguntó con su grave voz atronadora–. Debería tener un poco más de cuidado¿lo sabe?
–Lo siento, discúlpeme. No lo he visto...
–Pues, como tuviésemos que llevarnos por delante a todo el que no vemos¡no quedaría nadie en el mundo! Tenga un poco más de cuidado¿me ha oído?
Cuando el hombre estaba a punto de marcharse, Remus lo interrumpió tocándole el hombre. Éste se volvió violentamente, molesto, malhumorado. El licántropo le preguntó:
–Disculpe de nuevo. ¿Conoce a Helen Lupin? –El hombre asintió con solemnidad, serio–. ¿Podría indicarme dónde se encuentra ahora mismo?
Soltó una risita poco agradable.
–Si tuviera que saber dónde se encuentran todos mis sanadores en cada momento... –respondió sonriendo con burla.
–¿Es usted el encargado de alguna planta? –le espetó.
–No, mi muy señor mío. Soy el director de todo este hospital –contestó con suficiencia, visiblemente orgulloso de sí mismo.
–Ah... Oh... No lo sabía. ¿Podría entonces hacerme un favor¿Podría darle esta carta cuando la vea? Es importante.
–Disculpe, señor –dijo socarronamente–¿acaso me ha visto cara de recadero?
–No, pero pensé... Pensé que podría ayudarme. Entonces, da igual, la seguiré buscando yo.
–Disculpe de nuevo, señor... Lupin, imagino. No lo veo adoleciendo ninguna enfermedad. ¿Sabe que no puede estar aquí si no?
–No... Bueno, ya... Pero sólo la estaba buscando. Es por un asunto urgente.
–Oh, claro. Una carta... –ironizó con un hondo reproche–. ¿Por qué no se deja de tonterías, señor Lupin, se va, deja de interrumpir a mi personal y le da esa maldita misiva cuando la señora Lupin llegue a su casa?
–Pero...
–No me haga perder más tiempo, señor Lupin. Márchese. ¡Vamos! Saque su varita y desaparézcase antes de que me vea obligado a avisar a seguridad.
Remus, refunfuñando por lo bajo, hurgó en busca de su varita, pero no con el fin que el director de San Mungo esperaba. Apuntó rápidamente en dirección a la carta y pronunció el conjuro relaxo, y ésta salió de su mano atravesando el aire y los pasillos, seguro de que llegaría hasta su mujer estuviera donde estuviese. Seguidamente se desapareció de inmediato antes de que el director le pudiese echar el guante, quedando éste profundamente iracundo.
Al regresar la adivina de cumplir su labor, refirió cuanto le había pasado con ingente admiración a su marido: cómo estando ella practicando las curas a un hombre atacado por una plaga de duendecillos le vino hasta sus manos, para su sorpresa, como caída de los cielos, una carta. Entonces éste le explicó todo lo que había pasado agregando lo antipático que le había parecido su jefe, el director de San Mungo, y la mujer lo escuchó perpleja. Por último, el licántropo le preguntó de quién era la carta, que él no la había abierto por no entrometerse en sus asuntos, y Helen, tranquila, respondió con tiento:
–De la pitia de Delfos. Yo también necesitaba su consejo, sólo que yo no puedo hacer como tú y dejarlo todo y visitarla en persona. Nos carteamos a menudo. Sólo que en esta ocasión le dije que necesitaba su consejo aprisa, que era algo importante, y por eso habrá puesto que era urgente, imagino. ¡Ah! Me ha dado esto para ti. –Se la alargó en la mano y Remus la cogió–. Es una hoja de olivo. Dice que te dará suerte, mas le aflige que no paz, ni por fuera ni por dentro; eso ponía la carta.
Remus alzó la vista y la miró directamente a los ojos sosteniendo la liviana hoja.
–¿Qué le preguntaste? –le inquirió.
–Nada, una tontería que me rondaba en la cabeza –rehusó responder.
La carta de la pitia de casualidad fue encontrada por Remus una gris mañana en el cajón de la ropa interior de la mujer entre sus calcetines. Al rozar sus dedos el apergaminado papel, las nubes se abrieron y un tímido sol apareció por la ventana y sus rayos golpearon los ojos del hombre, y entonces comprendió también que, si la había hallado, era porque el destino, o tal vez la pitia, así lo había querido, y no le pesó leerla. Mas, al haberlo hecho, nuevas dudas lo asaltaron, pero nada le preguntó a su mujer por no tener que confesarle que había encontrado la carta y la había leído; pues ésta así decía: «Ante la duda, si temes perder lo que más amas, sigue tu instinto, el dictamen de tu corazón. Desobedécelo.»
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Pocos días antes de las vacaciones de Navidad, Remus le envió una escueta epístola a Harry; en ella le recordaba que estaba invitado a pasar las últimas vacaciones del año con ellos y que estarían encantados de recibirlo de nuevo. Desde que el primero de septiembre se lo confirmaran no había vuelto a pensar mucho en ello, pero conforme se caían los días del calendario como las hojas de los árboles en aquel otoño el recuerdo fue tomando peso en su memoria. Al principio, a causa de su decaimiento, era indiferencia lo que sentía al pensar en aquella Navidad. Pero Ron y Hermione ya habían hecho planes y él no deseaba quedarse solo en el castillo durante tan señaladas fechas. Pero, en tanto la efeméride se aproximaba, sus deseos de reencontrarse con la familia Lupin, de pasar con ellos la cena del veinticinco de diciembre, se acrecentaron.
Harry no tomaría el mismo tren de retorno que el resto de sus compañeros. Dumbledore, siempre atento a despistar a su eterno archienemigo, acompañó al muchacho junto con el pequeño profesor de Encantamientos a la estación de Hogsmeade horas más tarde después que sus compañeros hubieran partido de allí. Hasta la salida del siguiente tren lo había acogido el director en su despacho y había conversado largo y tendido con él, aunque Harry parecía algo despistado. Subió en el expreso con Flitwick, que velaría por su seguridad durante el trayecto, y observó desde la ventanilla a Dumbledore despidiéndolo impasible con sólo una mano levantada.
El señor Nicked, al enterarse de que Harry volvía a la casa de su hija, propuso que la cena de Navidad se realizase en su casa, y la señora Nicked, su mujer, para una buena idea que se le había ocurrido, lo apoyó. Remus, el primero en conocer la propuesta de sus suegros, opinó que era una magnífica sugerencia y así habrían de pensar todos hasta el último día, que el muggle anhelaba conocer al chico y no había quien lo pudiera hacer cambiar de idea, aunque no hubiera por qué.
Parecía inquieto al atravesar la chimenea de los señores Nicked, pero, desde el momento en que el muggle fue hasta él corriendo dando interrumpidos saltitos para presentarse, el ánimo del chico se vio de pronto bruscamente truncado. Le pareció una criatura maravillosa tan sólo desde que le dijera con los ojos iluminados y apresando su mano sin dejarla de agitar:
–¿Harry... Harry Potter? Yo soy... ¿Sabes quién soy? Matthew, Matthew Nicked, el papá de Helen. Encantado. ¿Sabes? Esto es... ¡magnífico! Mira, te presento a mi mujer, Helen Nicked.
La señora Nicked se acercó algo más tranquila.
–Encantada de volverte a ver, Harry. La última vez eras un gracioso bebé.
–¿En serio?
–¿Sabes, chicuelo? –inquirió el señor Nicked apartando a su esposa para hacerse de notar–. Yo también me enfrenté al mago malo ese que te odia. Un día iba a coger un avión pero...
La señora Nicked le propinó a su marido una sonora colleja y éste se volvió hacia ella con las lágrimas saltadas.
–¡Palomita! –le reprochó.
–Ni palomita ni palomo muerto. Perdónalo, Harry, que el pobre es un loco muggle. ¡Es Navidad, Matthew! No es momento de que saques esos temas, conque cállate. Siéntate, Harry, cariño. Ahora mismo te traigo algo para beber. Y tú, Matt, contente, por el amor de Rowling.
El muggle, sin embargo, no aguardó ni un minuto a hacer la pregunta obligada:
–¿Y tú, chico, Harry, también tienes varita?
–Claro –respondió conteniendo la risa.
Se la enseñó.
–Yo también tenía –explicó el hombre resueltamente–. Era de Helen. Pero me la quitó porque se la arrojé a mi suegra. Y ya no me la ha vuelto a querer devolver. Si te comprases una nueva¿tú me darías ésa? Es que a la familia ya la ha prevenido y no me dejan que me acerque a sus varitas. Ni que fuera un cleptómano. ¿Tú me ves cara de cleptómano? Vamos, faltaría más.
–Se la daría más que encantado –dijo probando a estar serio–. Pero no creo que vaya a cambiar mi varita; le tengo demasiado cariño a ésta. –El señor Nicked puso un mohín pueril–. Pero, descuide –dijo cuanto éste deseaba oír–, que, si de casualidad algún día cambiase de opinión, se la daría gustoso.
–Las varitas no se desechan –habló una voz detrás de él. El chico se giró bruscamente y vio a un hombre alto sacudirse el polvo de la chimenea–. El fabricante de varitas de cada país, aquí Ollivander, se encarga de su destrucción para que no caigan en malas manos. Ésa es la legislación que rige desde que hace doscientos años los fabricantes se congregasen en un Consejo de Varitas; para conservarla como recuerdo hay que conseguir un permiso especial. ¿Harry Potter? –Sus sonrientes ojos se pasearon hasta su frente, donde tímida asomaba su cicatriz entre su cabello–. Yo soy Sorensen Fosworth, el hermano de Remus. Éste me ha hablado mucho de ti. Aunque no hacía falta para que ya hubiera oído tu nombre.
–Remus también me ha hablado mucho de usted.
–Espero que bien –bromeó–. ¡Oh! Te presento a mi mujer, Ángela Carney. Y este chico tan revoltoso es mi travieso hijo Mark. Mira, hijo, éste es el famoso Harry Potter.
Se sentaron a la mesa y la comida se dispuso.
–Dumbledore me ha contado que estás obrando un esfuerzo titánico en Defensa contra las Artes Oscuras –refirió Remus a Harry–. Todos sabemos que es tu asignatura favorita, pero ¿qué te propones? Tampoco es plan de que te dejes los cuernos. –Rio.
–No, sólo es que quiero obtener una buena calificación en Defensa para los ÉXTASIS –explicó–. Para compensar el desastroso resultado que, de seguro, obtendré en Pociones.
–Mi hija sí que sabe hacer bien las pócimas –saltó de pronto el señor Nicked–. ¿Por qué no te enseña? A mí me hizo una vez una para quitarme la jaqueca y me la alivió por completo, sí. Lo malo es que no recuerda muy bien las contraindicaciones y se me cayó el pelo del bigote.
–¡Papá, deja de decir tonterías! –chilló Helen súbitamente crispada–. Te dije que después de ingerirla nada de leche en dos horas. ¡Dos horas! Y, cuando bajé a los cinco minutos, te encontré dándole el pico al cartón de leche; que, de llegar a tener una vaca a mano, te hubiera faltado tiempo para engancharte a la ubre. Y luego bien que te lamentaste y gritaste y maldijiste y lloraste.
–Sí, sí –corroboró el muggle fehacientemente–, tanto que me volvió a entrar jaqueca. Pero ¿qué le hago yo, hijita mía, si soy un drogodependiente de la leche¿Qué si yo escuché que no bebiera JB?
–¡JB¡JB! –exclamó la señora Nicked contemplándolo con aprensión–. ¡Oh, cállate, Matt! Tú escuchaste lo que a ti te dio la gana, lo que a ti te convenía escuchar. Que el día que tu madre dejó de darte teta debió de ser para ti el día más negro de tu vida.
–¿Cuánto tiempo hacía que no vivíamos una Navidad a lo Nicked en condiciones? –susurró el licántropo al oído de la adivina.
–Es que hoy tenemos un invitado de honor, a Harry, y mi padre tiene que lucirse.
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¿Cuánto tiempo habría de transcurrir para que el tiempo mismo decidiese? Poco, sin duda. ¿Cuánto para que la Muerte escogiera entre los dos hombres hermanados y confabulados bajo la misma estrella, cuánto para que se decidiese el destino de cuatro magos? Cuatro meses, sólo cuatro, uno por cada uno; meses en que crecía una amenaza y un pavor que se enroscaban por entre las entrañas de Harry produciéndole un temor del que sólo el destino, aquella tarde de abril, lo curaría, que ascendía por todo su cuerpo hasta su cabeza, hasta su cicatriz, y allí reptaba y silbaba con más excitación que nunca, deseosa de que el chico moviese su pieza primero a fin de resolver la profecía que a ella también incumbía y poderlo apresar entre su cuerpo rugoso de escamas. Pero hasta entonces ¿qué habría de pasar¿Qué acontecimientos habríanse de señalar de estos cuatro meses, cuatro como cuatro hombres y cuatro destinos? Además del sentimiento que nacía de Harry, relevante era el que en marzo, cuando las primeras flores se abren con los más tibios rayos de sol, Helen anunciara al licántropo su tercer embarazo, que aprendió a esperar y a desear como si fuera el primero; y asimismo Remus, que la abrazó y estrechó entre sus brazos loco de amor. Pero a éste no habría de haber pillado por sorpresa, que la pitia ya se lo había pronosticado: «Cuida tu próximo encuentro con ella, que podría ser el último, de tan exitoso: tus palabras escuchará con emotiva excitación y de nuevo producirán en ella mella.»
Las muertes con las vidas se compensan...
La tarde caía y el sol moría. La luz iba desapareciendo tan aprisa como la oscuridad malva iba ganando lugar en el firmamento y aquella noche se produciría la maldición antaño predicha, mientras que en todos los corazones florecía la reinante primavera pero en uno solo el malestar que lo acosaba para su destruir. Dumbledore apareció con el rostro rebosante de preocupación y, sin saludar a ninguno, ni abrazar siquiera a su ahijado, con los ojos fuera de sus órbitas y las facciones desencajadas preguntó:
–¿Harry está aquí?
–No. ¿Habría de estarlo? –refutó la adivina.
El anciano bufó con ira.
–Se ha escapado entonces. O lo han secuestrado...
–¿Estás seguro? –le inquirió el licántropo–. ¿Te has asegurado de mirar hasta en el último rincón del castillo?
Dumbledore miró a su hijo con dolorosa intensidad, sin casi pestañear.
–La duda ofende. Ron y Hermione me han ayudado, y Fawkes también. Ningún retrato lo ha visto. No está por ninguna parte. Ha desaparecido.
–Pero ¿adónde? –preguntó Helen atónita.
–No lo sé –respondió en voz queda–. Pero existe un modo de resolverlo. Y vosotros tenéis que ayudarme. ¡Seguidme, aprisa!
Sus pasos fueron veloces como el rayo. Se remangó el faldón de su túnica de raso con extremo de brocado para descender por la tortuosa y escasamente iluminada escalera que conducía al sótano que tanto conocía. A su alrededor mirando como si fuese la primera vez que bajara aguardó al hombre y a la mujer. Una vez hubieron llegado y se situaron en derredor de él, el anciano dio una palmada y una trémula luz violeta inundó el suelo y sus ojos brillaron ante tan asombrosa aparición.
–Venidos somos, como bien sabéis, a la más poderosa habitación de esta casa. Ambos os habéis beneficiado del poder que en ella muere para consumirse para siempre. Ahora os ruego que empleemos esa fuerza para hallar a Harry.
–¿Cómo? –inquirió Remus.
–Este cubículo aumentó tus visiones, mi querida Helen. Las perdiste paulatinamente con la intensidad con que aquí a ti asomaban porque te acostumbraste al poder que por entonces también hacías tuyo, parte de ti y de los de ti. Pero no ha desaparecido; en absoluto.
–No puedo tener las visiones cuando yo quiera, Dumbledore, ya lo sabes –protestó lastimeramente.
–Hace seis años ya demostraste que ésas eran patrañas: el arte de la adivinación reside en ti y no tú en susodicho arte. Tú lo dominas, lo sabes, y tu poder es aún grande e inmenso, que, de lo contrario, ella no te habría escogido a ti. Este sótano te ayudará. Concéntrate, por favor. Por Harry...
La mujer asintió despacio. Se apartó unos pasos de los dos hombres y cerró los ojos, notando cómo el pálpito de su pulso golpeaba contra su sien. Oscuridad. ¿Qué esperaba ver? Duda e incertidumbre: miedo al fracaso. Velados sus ojos, bien apretados sus párpados, su poder ni ningún otro lo asistía. Se llevó una mano a la frente para ayudarse a concentrar. Pero la penumbra la envolvía por fuera y por dentro y nada asomaba a sus cerrados ojos.
–Vamos, Helen, tú puedes –la envalentonó Remus.
–No, no puedo... –se repetía ésta concentrando sus facciones hasta límites insospechados.
Remus se aproximó hasta ella aunque Dumbledore intentó impedírselo y el licántropo cogió una mano de su mujer. Y entonces ocurrió, como desprendidas las imágenes como por ensalmo, así, una tras otra, más intensas que nunca, pues no sólo imágenes se abrían a su vista sino percepciones y sentimientos también, las vio, y su corazón se oprimió como apresado en un puño. Pues vio una alta torre negra que se alzaba sobre ella regia, pero precipitose tan aprisa que creía que aquél era su fin; y entre los escombros vio una máscara blanca de facciones grotescas que una ráfaga de álgido viento aproximó hasta ella y sintió la traición de una cárcel y a sí misma hecha presa de ella; y vio el rostro de Sirius, su viejo amigo muerto, que abrió sus intensos ojos y su boca y apresaba una bocanada de tibio aire; y vio a un alto hechicero, a Wathelpun, lanzando a un chico moreno contra la pared con una fuerza y un poder difíciles de creer posibles en un mago de tan joven apostura; y creyó que la cabeza se le abría cuando el joven golpeó contra el muro y durante un segundo percibió un rayo verde y un grito, y ya no le dolía, ya no sentía nada; y vio al hechicero luchando contra Remus en la alta torre cuando el cisma ya se había efectuado; y vio a un dragón que desplegaba las alas y extendía sus patas dispuestas a apresarla y sintió una fuerza en ella que se oponía, un poder sepultado que resucitaba, pero al final un resplandor rojo como una llama se llevó a la voladora criatura y lucharon en el aire, y sintió paz, paz eterna; y la mancha roja se extendió ante sus ojos y cegada quedó por una intensa luz violeta que no parecía de este mundo, y entre ella creyó ver una mirada que se le antojaba la suya propia, pero desapareció en seguida al surgir de entre la luz una varita sin dueño; y de la varita, un resplandor de color verde, y nada sintió de nuevo, nada en absoluto, y la luz violeta desapareció, aunque en vano tratara de resistirse contra el nuevo resplandor; y después vio el rostro de Dumbledore, sus facciones impasibles, con los ojos grises, y a través de su pupila, a la que se acercaba más y más al punto de colarse por ella, descubrió al fin a Harry, reflejado en ella, que corría sin descanso, y sintió la desesperanza y el anhelo que embargaban su corazón.
Y, habiendo acabado su visión, la mujer abrió los ojos con lentitud, como si la escasa luz violeta brillante del piso la molestase, y rápidamente soltó la mano de su marido, como si su tacto la abrasase.
–¿Has tenido la visión cuando Remus te ha agarrado la mano? –preguntó Dumbledore con suavidad, como si temiera la respuesta.
–Sí –respondió la mujer–¿por qué¿Qué quiere decir eso?
–Que ha llegado la hora.
–¿La hora de qué? –inquirió Remus bruscamente, con dureza.
–La hora de poner fin a muchas cosas y comienzo a otras. El poder acude al príncipe mestizo. Pero, dime¿dónde está Harry¿Lo has visto?
–Sí –dijo ella nerviosa. El suspense se derramaba de los ojos del anhelante anciano cual un veneno–. Ha ido a buscar a Voldemort. Ha decidido poner fin a su maldición.
–Ya me lo temía –refirió Dumbledore expresando más tristeza que enojo–. Debemos ir a ayudarlo, Remus, tú más que nadie lo sabes. No a hacerlo cambiar de idea; si ha elegido poner un final hoy a su profecía, cualquiera que sea, nadie somos nosotros para impedírselo. Pero no dejaremos que corra en campo enemigo sin que alguien le proteja sus pasos. Hasta la guarida de Voldemort nos hemos de desaparecer; y yo sé dónde está, mi sobrina Sara me lo dijo. Bajo Londres, de las alcantarillas ha hecho su mugriento hogar y entre la humedad y laberíntica distribución se refugia.
–Pero ¿no podemos solucionarlo de ninguna otra manera? –cuestionó Remus–. Como cuando me hicisteis desaparecer de su guarida usándoos del poder del sótano. ¿Acaso no podemos traerlo aquí del mismo modo?
–Mas ¿es que todavía no lo comprendes, Remus, eh? –ansioso le preguntó el anciano–. Lo que monté aquí entonces no fue más que una pantomimíca farsa, hijo, más que una burda trampa para no tener que ser yo quien me justificase entonces. Pues ¿no ves que tuyos has hechos estos cimientos, que tú mismo estás bajo este suelo? Sólo a ti podría rescatársete, pero sólo en momento propicio. Y me temo que ese momento ha pasado. Y nadie más que Helen pudo hace año y medio rescatarte de las garras del infierno, que si a los demás traje sólo fue por que Helen no me hiciese las preguntas de las que tanto me veo acongojado a tener que responder fuera de tiempo, pues sólo ella fue capaz de traerte entonces y sólo con ella hubiera bastado, pero ni ya ahora se podría.
»No, Remus, no: ha llegado el día tan ansiado, tanto por un bando como por otro. La profecía se decidirá hoy; si Voldemort vive o muere.
–¡Pero Harry no es más que un niño! –exclamó el licántropo fuera de sí.
–Sí, es cierto. Y por eso tú lo ayudarás, por eso tú has sido escogido para compensar el desnivel. Démonos prisa, Remus, hijo amado. Esta noche estaré muy orgulloso de ti.
–Venga, vayámonos –imprecó la adivina–. No hay tiempo que perder.
–No, tú no vas –le ordenó Remus–. Estás embarazada. No voy a permitir que pongas tu vida en peligro ni la del bebé.
–¡Estoy sólo de un mes, no estoy impedida! Y ¿qué hay contigo, acaso tú no te vas a jugar la vida, eh?
Remus fue a decir algo, pero Dumbledore se interpuso:
–Remus tiene razón –dijo–. Esta noche vamos a lidiar contra la más temible de las amenazas pues es el fin de una u otra orden. Alguien tendrá además que alertar al resto de la orden. Diles que en Londres, bajo el suelo...
–No hagas nada, Helen. Volveré, te lo prometo.
Le dio un beso que se prologó muchos segundos y, al separarse, anciano y joven se desaparecieron. Helen salió corriendo hasta llegar al salón. Echó un puñado de polvos flu en la chimenea e introdujo la cabeza.
Remus y Dumbledore corrieron por un largo corredor de piedra sorteando goteras y se detuvieron al encontrar en su camino un recodo. El anciano, que había llegado primero, extendió una mano hacia atrás para que el hombre se detuviera. El director asomó su barbada cabeza y la hizo retroceder con celeridad.
–¿Qué pasa? –le susurró Remus.
–Hay una puerta; está cerrada. Puede que los mortífagos estén dentro. –Dumbledore contempló intensamente a su hijo a los ojos, con arrebato–. Utiliza tu oído licántropo. ¿Qué, escuchas algo?
Remus se adelantó unos pasos e imperó silencio al anciano Dumbledore llevándose un dedo a los labios. Al principio sólo escuchó rumor de agua y sus propias respiraciones y sus latidos impacientes, pero después percibió un paso, lento, conciso, pero suficiente; y más respiraciones y más latidos, que muchos eran. Se volvió el licántropo hacia su mentor y muy bajo le dijo:
–Sí, allí están.
–Vayamos pues –decidido sentenció Dumbledore dando un paso al frente y sacando su varita.
El licántropo lo agarró de un hombro para detenerlo.
–¿Qué dices¿Estás loco? –le inquirió con voz aguda–. ¿No esperas al resto? Tú y yo solos no podremos hacerles frente.
El anciano se giró con una amplia sonrisa y le puso su mano libre sobre un hombro de él. Lo apretó con vehemencia, envalentonándolo.
–Hijo. ¡Hijo! Derribaremos esa puerta y tú y yo lucharemos codo con codo. No habría cosa ahora que me resultase más satisfactoria que morir a tu lado, guerreando como en los viejos tiempos. No existe mago en el mundo en quien confíe más que en ti, pues sólo a ti te he dado toda mi vida. ¡Con coraje, Remus¡Con coraje y valor!
Remus no pudo reprimir una lágrima que se perdió en las comisuras acentuadas de su sonrisa.
–Por Harry.
–¡Por Harry! –reiteró Dumbledore.
Remus sacó su varita al tiempo que avanzaban a grandes pasos, el corazón saltándoles en el pecho, gritando para animarse. El director de Hogwarts agitó su varita y la gruesa puerta de roble salió de sus goznes cayendo al suelo con gran estrépito al tiempo que los dos hombres franqueaban la entrada y sorprendían al numeroso grupo de mortífagos que en la sala se refugiaba. Remus, sin contemplación, lanzó a Dolohov por los aires y paralizó una silla que Macnair le arrojó nervioso, intentando ganar tiempo para sacar su varita.
–Alertad al Señor Tenebroso –gritó una irritante voz femenina–. ¡Nos atacan!
El licántropo corrió hacia ella, corrió hacia Bellatrix, y le lanzó un maleficio, pero la joven lo esquivó con agilidad. Se remangó la negra túnica y se sacó la varita con limpieza del liguero y corrió al encuentro de Remus también arrojándole maldiciones de las que éste se parapetaba. Cuando al final sus rayos se encontraron, sus varitas rechinaron unos instantes mientras hacían todo lo posible por mantener la conexión, pero al final salieron despedidos con fuerza rebotando contra los muros.
–Hoy no se te ha invitado, Lupin. ¿Qué demonios haces aquí?
–Vengar la muerte de tu primo –contestó apretando los dientes.
La chica fue corriendo hasta él y rápida lo agarró por la muñeca de la mano que sostenía su varita, y él, para que ella no pudiese atacarlo mientras forcejeaban, también agarró la mano de la chica.
–Hoy no saldrás de aquí con vida, licántropo.
–Tampoco Voldemort.
La chica se tensó y forcejeó con violencia para liberarse, pero el licántropo se resistía al tiempo que hacía idénticos esfuerzos. Bellatrix, desesperada, intentó morderlo y él, atónito, apartó su cuerpo sin dejar de agarrarla; pero consiguió morder con furia la mano con que él la sujetaba y se retorció de dolor sin dejar por ello de mantenerla sujeta. Recuperando su brío la mantuvo con más fuerza y le propinó cabezazo tal que la tumbó en el suelo mareada. Aturdirla quiso, pero Goyle se le abalanzó como una fiera corrupia y hubo de interceptarlo en el aire. Aquello la mortífaga lo aprovechó para lanzarle una nueva maldición asesina que Dumbledore, en un tiro certero, interceptó a tiempo haciendo que golpeara en el muro, cerca de una plateada hacha de brillante filo que pendía de él en la que Remus, por primera vez, reparó.
–Gracias, Dumbledore.
–Es todo un placer.
Bellatrix se puso rápidamente en pie blandiendo de nuevo su varita. El licántropo, mirándola francamente, aguardó a que atacase primero. Ella, por su parte, no parecía dispuesta a acometer la primera embestida, con lo que Remus hizo amago de lanzarle un maleficio y ella se refugió tras un oscuro escudo, aprovechando así el hombre para poderla lacerar cuando éste se deshiciera; pero la chica se apartó aprisa y no consiguió darle.
–Has cometido un error viniendo esta noche, Lupin.
–Tú vives en un error desde hace muchos años, Bella. Y ya no hay cabida para el perdón.
–¿Perdón¿Quién quiere perdón cuando tengo todo lo que deseo?
–A partir de esta noche no. Los dementores regresarán a Azkaban y tú, a tu celda. Arrepiéntete esta noche al menos o te lamentarás de tu necedad el resto de tu vida.
Bella le lanzó una maldición del dolor y el hombre, sin inmutarse, se cubrió.
–He dicho.
Una panzuda serpiente que arrastraba por el suelo su escamoso cuerpo, retorcedor de cadáveres, surgió de la oscuridad y silbó con emoción al traspasar la puerta derribada, como si se pensase que aquella noche tenía un festín garantizado. Nagini era su nombre, la fiel sierva de lord Voldemort que a éste había amamantado como a un hijo. Serpenteando su vil cuerpo se unió a la batalla esperando poder capturar sus presas.
–¡Muere, Lupin! –gritó Bella instantes antes de lanzar su ataque final.
Pero la chica quedó en suspenso un breve momento, así como su contrincante y cuantos había en aquella sala, pues los integrantes de la Orden del Fénix llegaron al fin y la pugna se igualó. Cientos de haces de luces que se quebraban y voces y gritos que ascendían en espiral.
–¡Que alguien avise al resto! –gritó Bella–. ¡Que alguien traiga refuerzos!
–Estáis perdidos –musitó Remus.
Y la mortífaga arremetió contra él con más virulencia que antes, defendiéndose Remus con sobrados reflejos.
Dumbledore desarmó a su contrincante y seguidamente lo aturdió y obró alrededor de él unas cuerdas irrompibles para inmovilizarlo. Después salió corriendo hacia Moody, a quien le dijo al pasar a su lado:
–Voy a buscar a Harry. Quédate tú al control de la situación, Alastor. Si tardo en volver, manda a Remus.
–Suerte, viejo amigo –deseó el consumido auror.
–Mejor suerte espero tengas tú.
Y se marchó no sin antes dirigir una rapidísima mirada a Remus, que seguía combatiendo contra Bellatrix con una intensidad inefable.
–Di tus últimas palabras, licántropo.
–¡Impedimenta! –exclamó éste.
–Me refiero a un discurso de verdad, algo memorable que todos recuerden como tus últimas palabras antes de que yo te matase. Aunque ¿quién te recordará a ti¿Quién? –Rio–. Caerás en el olvido pues no eres más que un insignificante lobo.
–Al menos habré amado y habré sido correspondido –dijo lanzándole una nueva maldición–; no como tú, que vives en malicia y crueldad, olvidada de todos, y nadie te quiere ni eres imprescindible. Tú serás la que esta noche caiga en un recuerdo muerto, pues los únicos que podrían rememorar tu rostro enloquecerán a tu lado o estarán muertos.
Alguno gritó, capturado en el abrazo de Nagini, sobresaltando al licántropo y haciéndole volverse para mirar. Bellatrix aprovechó su descuido para lacerarlo con una maldición que le provocó en el cuello una profunda herida por la que derramó mucha sangre. Se llevó una mano para contener la hemorragia a la altura de la yugular y se vio toda su palma empapada de roja sangre. Después contempló a su enemiga, que sonreía con malicia.
–Te mueres –masculló en voz queda.
El licántropo asintió con indiferencia, parsimoniosamente.
–Consumes tus últimos minutos de vida –volvió a referir.
–Sí...
Su varita cayó de entre sus dedos y sus extremos golpearon varias veces el suelo antes de que saliera finalmente rodando. Ya no sentía dolor cuando sus ojos se comenzaron a nublar. Ya no sentía nada, ni rencor siquiera; sólo la sangre resbalando por su cuello bajo la atenta mirada de Bellatrix. Se llevó de nuevo la mano a la herida y cerró los ojos y ya no sintió nada en absoluto, realmente nada.
«Te mueres. Consumes tus últimos minutos de vida.»
Abrió los ojos y volvía a sentirse vital, su mirada más de oro que nunca. Se retiró la mano para descubrir que ya no quedaba sangre ni herida ni cicatriz ni señal alguna que evidenciase el ataque que recientemente le había infringido. Y Bella parecía sorprendida, tanto que no supo cómo reaccionar.
–¿Có... Cómo¿Cómo has hecho eso?
Y el licántropo ni respondió porque ni él mismo lo sabía.
Pero el asombro no le duró mucho a la mortífaga, pues elevó nuevamente su varita y a Remus apuntó con ella. Éste, sin más ideas a mano, desprendió el hacha que adornaba la pared y la blandió a fin de amenazar a su adversaria. Pero a ésta no amedrentó un arma sin propiedades mágicas.
–Ahora ya no hay escapatoria. Te convertiré en un despojo humano y después morirás y bailaré alrededor de tu cadáver y escupiré sobre tu rostro y te insultaré, y el Señor Tenebroso me compensará más que a nadie. Comencemos por impedirte.
Y le lanzó un rayo tan mordaz que parecía que mordía. Mas Remus golpeó el rayo con la refulgente superficie del hacha, como si de un bate de béisbol se tratase, y golpeó a su emisora justamente en el pecho haciéndola caer al suelo sin conocimiento. Y paralítica habría de quedar Bella cuanto de vida le quedase.
Iba a maniatarla para que, cuando despertara, también de manos estuviera impedida, pero escuchó un silbido a sus espaldas y se volvió acongojado. Nagini lo observaba con sus grandes ojos inyectados en sangre, presta a atacarlo y aguijonearlo con sus largos colmillos que mostraba indolente. El licántropo, que en cuclillas se encontraba, se levantó lentamente agarrando con ambas manos el asa del hacha y se concienció para el ataque y la defensa que de él se desprendería. Fue la serpiente la primera que se arrojó para morderlo y Remus tuvo que dar un salto atrás, pero el cuerpo reptil del ingente ofidio siguió abalanzándose hacia el frente y Remus debió cubrirse con el hacha para impedir su ataque; notó el arma completa vibrar y cayó al suelo al perder el equilibrio. El animal se acercó lentamente mostrando su lengua viperina como si fuese una sonrisa mordaz. El licántropo, presa del pánico, cuando la sintió encima ya y con las fauces abiertas para inyectarle su veneno, interpuso el hacha y de un tajo limpio rebanó la cabeza de la serpiente, que le cayó encima inundándolo de oscura sangre.
Se puso en pie apoyándose en el hacha, que, inmediatamente, arrojó a un lado.
–¡Remus! –gritó Moody, que acababa de conseguir desarmar a Malfoy–. Ve en busca de Dumbledore. Esto está controlado. Tu lugar no está aquí. ¡Cumple tu labor!
Remus asintió y, tras recuperar su varita, echó a correr.
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Albus Dumbledore no sabía por dónde comenzar a buscar a Harry. Aunque interiormente no era al chico a quien deseaba encontrar, sino al terrible hechicero tenebroso. Y se hizo conforme a sus deseos: al torcer una esquina de tantas con que tropezó en su camino, de bruces fue a dar con su más terrible enemigo, quien, por el rostro que puso, no parecía enterado del asalto a su refugio, pero no dejó que el asombro lo poseyera. Anduvo tranquilamente hacia el anciano, que frenó su carrera en brusco, sin sacar ni su varita, sólo mostrando su maliciosa sonrisa, sus rojos ojos abiertos de perplejidad.
–Dumbledore... –masculló entre dientes–. Intuía que acabarías viniendo algún día aquí, aunque nadie conocía dónde nos ocultábamos; pero ¿quién lo habría podido averiguar si no tú mandando hasta nosotros un enviado de tu parte que te sirviese de ojos y oído a mi lado?
–Sí¡y la mataste! –exclamó sacando con rabia su varita–. ¡Asesinaste sin compasión a mi sobrina!
Voldemort también se hizo rápidamente con su varita y se protegió.
–Compasión... ¿habría de tenerla? –Rio–. Y ¿sobrina has dicho? –En carcajadas estalló–. De haberlo sabido la hubiera tratado como se merece. Y yo mismo hubiera sido quien su sangre hubiera hecho derramar sobre mis manos.
Dumbledore le arremetió con más furia si cabe y Voldemort se cubrió con su capa para que el rayo se escindiera en ella. Al descubrirse ya no estaba: había desaparecido; pero amortiguada aún se escuchaba su risa entre las piedras, y Dumbledore, serio y enojado, se mantuvo alerta.
–Dijiste un día que la muerte no era la peor humillación que ha de conocer el hombre –le oyó decir sin saber de dónde provenía su aguda voz serpentinesca–, que existían todavía estados más profundos que temer que ése. Mas me pregunto yo cuál, Dumbledore, cuando toda tu vida ves pasar ante tus ojos y llega el término de tu era.
–No te escondas, Tom. ¡Date a ver y lucha como un hombre!
Una ráfaga de viento zumbó el oído del anciano y la capa del Señor de las Tinieblas se apareció detrás de él. Dumbledore se desapareció a tiempo de que su rayo lo alcanzase.
–¿Qué has venido a defender hoy aquí, Dumbledore? O ¿acaso vienes a aceptar mis peticiones que pondrán fin a nuestra pugna y a la pugna de nuestros hombres? –Dumbledore le respondió intentándolo atrapar en una rueda de fuego que conjuró–. Entrégame el emblema de Ánuldranh y cesarán las hostilidades por mi parte.
–El emblema no existe. Se destruyó.
–No me tomes por necio –le espetó fustigándolo con una maldición de larga cola que Dumbledore esquivó con maestría–. Sabes tan bien como yo que nadie puede destruirlo, ni tan siquiera tú. –El hechicero sonrió un instante entre la incesante amenaza de fuego y luces–. Ya veo tus intenciones. Se lo darás a Lupin, el "príncipe mestizo".
–Sólo a él pertenece.
–Ya has debido de ponerlo en el camino, claro. Pues nadie lo poseerá entonces si yo no lo he de tener; y al licántropo y a ti mataré. Y, en habiendo acabado contigo y con tus secretos, Ánuldranh morirá.
–¡Ánuldranh lleva muerto más de quinientos años!
–¡Como todos vosotros!
Y el hechizo con que lo atacó le laceró profundamente el brazo.
–Nunca podrás matar a Remus y lo sabes, pues él ha sido elegido para contemplar tu cadáver y brindar sobre tu tumba. Y, aunque a otros arrastres contigo, aunque a mí me arrastres, nada me importa si él sobrevive. Y nada a mí me sobrecoge si no estoy aquí, pues a él dejo en mi lugar. Pues Harry, que con nosotros ha venido –Voldemort abrió tanto los ojos de sorpresa que por poco de sus órbitas se salieron, demostrando con ello que de nada de cuanto estaba sucediendo en sus dominios estaba enterado–, te matará esta noche y te sacará los ojos para derramar su negro veneno.
Furioso, Voldemort le lanzó la maldición definitiva, de la que el afligido anciano se defendió blandiendo una llama de diversos y vivos colores. Pero, al hacerlo, parecía fatigado, y su rostro irradiaba desesperanza, agarrándose con fuerza el miembro herido del que manaba tanta sangre como una fuente.
–Ya veremos quién da muerte esta noche a quién –lo amenazó mostrándole sus afilados incisivos como colmillos de culebra.
Sus pasos precipitados delataron su rápida llegada. Por un corredor paralelo Harry apareció, con el cabello y el rostro todo sudados, y la aflicción y miedo de sus facciones se convirtieron en festivo refocilo al ver a Dumbledore allí, luchando contra su mortal enemigo; al ver a la persona, junto con Remus, y también Sirius y sus padres, en quien más había pensado aquella larga tarde. Pero su repentina alegría tornó en desesperación cuando, sin poder él remediarlo, el anciano se giró bruscamente para verlo aparecer a él, para contemplar a su protegido sano y salvo y poder resoplar aliviado, aprovechando el malvado hechicero para lanzarle su maldición envenenada y atacarlo por la espalda.
Un grito se elevó tan fuerte que a los mismos muros hizo estremecer y, bañado en lágrimas, habría de ser la más intensa elegía de cuantas manos de poetas compondrían a razón de aquella noche durante luengos siglos. Un grito, un clamor desesperado proferido por el licántropo que insufló unos segundos de vida en el corazón de Dumbledore, que se apagaba. Cayó de rodillas, vuelto de nuevo a su enemigo, que sonreía despiadadamente, atónito del estúpido modo en que le había dado muerte al fin. Harry había salido huyendo con grandes surcos de agua salada como acantilados descarpados en sus mejillas antes de que Remus llegara, creyéndose causante de una nueva muerte cuando su vida, pensaba, no valía nada comparada con la de aquellos que habían derramado su sangre por él; pero huía, lejos, incapaz ahora de enfrentarse al peligro que había venido a buscar. Y Dumbledore contemplaba a Remus por encima de los hombros de Voldemort batientes de risa mientras él aguzaba su vista, entreviendo poco con sus claros ojos en los que todo parecía derrumbarse; pero a Remus descubría nítido aún, con los brazos caídos, pujantes su mirada y sus lágrimas, su boca abierta en una grotesca mueca de desesperación. Y todavía de sonreír fue capaz. Una sonrisa; una última sonrisa...
–Remus... –sin voz habló–. Harry... –le imperó con el alma fuera de sí–. Hijo... amado...
El licántropo dio un paso al frente, decidido a pasar junto al hechicero y socorrer al anciano Dumbledore, cuya vida expiraba.
–Ánuldranh... –masculló con el apabullante anhelo de revelar en la frontera del abismo lo que en tierra firme siempre había postergado.
Pero Voldemort, interrumpiendo su impertinente e ininterrumpida risotada, se adelantó al licántropo y volvió a atravesar el pecho del anciano con una segunda maldición. De bruces finalmente fue a dar el rostro de éste contra el suelo, muertos ya sus ojos, donde el claro azul había diluido como su vida para dejar paso al gris, al fin. Pero aún tuvo oportunidad de escuchar un nuevo grito, enérgico planto sin palabras, con el que Remus se armó de todo su valor para abalanzarse sobre Voldemort, quien en seguida se había vuelto hacia él con la varita enhiesta.
–Siempre supuse que sería difícil de matar –le refirió sin escrúpulos–. No es de extrañar.
Pero su expresión adusta se torció y reprimió nuevos insidiosos comentarios cuando el licántropo, con rabia descontrolada, lo lanzó contra el muro. Se desapareció antes de que la maldición asesina que éste, para su sorpresa, le había lanzado le alcanzara para reaparecer detrás de él, pero el licántropo extendió su mano y el hechicero experimentó un agudo dolor que no cesó hasta que Remus, sañudo, cerró su puño, acabando la maldición de la tortura; que no había barreras ni límites que el licántropo temiera ahora atravesar cuando el dolor corroía sus más internas entrañas, un dolor que devolvería multiplicado y que con la muerte suavizaría.
Voldemort levantó su varita pero Remus lo desarmó con un rápido movimiento.
–Yo mismo te mataré.
–¡Tú no puedes matarme! –le gritó sin pavor.
Remus, apretando la quijada, le golpeó con el puño cerrado y Voldemort besó el polvo del suelo escupiendo sangre por su boca y tosiendo se arrastró como una serpiente moribunda. Remus extendió su mano y la varita hasta ella planeó.
–Lupin –musitó–. Yo no tengo nada contra ti –dijo sin parar de reptar hacia él como suplicándole perdón–. Nada. Siento mucho lo de Dumbledore, pero él fue quien comenzó, y profunda era nuestra enemistad desde los primeros tiempos.
–¡Cállate! –le ordenó amenazándolo con su varita, pero aquello no pareció importar al hechicero–. ¡Cállate o acabaré con esto ya!
–Sí, acaba –respondió con saña, incorporándose ágilmente y sonriendo con burla pues hasta su varita había gateado y, en habiéndola recobrado, listo estaba para proseguir.
Puesto en pie, la tendió ante sí, hacia el licántropo, y pronunció la maldición asesina que a sus labios tan acostumbrados tenía, pillando a éste tan de sorpresa que sólo pudo protegerse interponiendo su mano izquierda. Pero fue suficiente: que el devorador rayo de verde llama se detuvo a un centímetro de su estriada palma y ante ella parecía consumirse pese a los vanos intentos de Voldemort por incrementar su fuerza.
–Tú tampoco puedes matarme –murmulló apartando la mano sin que por ello el rayo de su contrario se moviese un ápice, sin que por ello dejase de controlarlo, y lo rodeó con su aguerrida mano de fuertes dedos solidificándose bajo su tacto con la apariencia de una retorcida serpiente de llamativo verde que estranguló con ira.
Voldemort, más asombrado de lo que puede explicarse, retrocedió espantado, presto a escapar.
–Te arrepentirás –le gritó el licántropo mientras huía apuntándolo con su varita y, del otro lado, con su poderosa mano–. Veremos ahora cómo de invulnerable eres a mí. ¡Avada kedavra! –conjuró con cuanta concentración pudo reunir y de uno y otro miembro dos largos relámpagos verdes como cometas salieron en dirección al hechicero, que se protegió con su varita espantado.
El escudo que apareció ante él no fue suficiente y así lo vio con sus rojos ojos desorbitados. Los dos rayos lo laceraban cuales serpientes que intentasen aguijonear sobre él su oscuro veneno y haces de luz que desprendían al contacto del escudo golpeaban contra Voldemort con intensa fuerza. Y al fin su escudo se quebró y ambos rayos, sin llegar a matarlo, lo golpearon contra el muro opuesto con tal vehemencia que sus huesos creyó depositar allí. Pero aún pudo ponerse en pie una vez más para terminar finalmente huyendo por donde Harry lo había hecho ya un momento atrás. Pero Remus no lo persiguió, pues dolor suficiente le había causado con que hubiera concedido una baza en favor de Harry.
El licántropo corrió hasta el cuerpo de su mentor, volteándolo, y lo estrechó entre sus brazos mientras renovadas lágrimas caían por su rostro. Como a un hijo, su cabeza apoyada sobre su regazo, lo balanceaba entre sí como esperando despertarlo de un mal sueño.
–Dumbledore... ¡Oh, Dumbledore! No me dejes solo¡no ahora! Vuelve. Por favor... No estás muerto. ¡No puedes estarlo! Dumbledore, oh Dumbledore. Despierta. ¡Albus! Albus, no puedes estarlo, no, aún no. –Acarició su rostro y su mesada barba sin dejar de llorar–. No, no lo estás. Albus, no... Yo... te quiero... y no quiero perderte a ti también. No me abandones, Albus, no, no lo hagas. Papá, por favor, papá... No...
Y hundió su inundado rostro en su pecho.
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Tonks se arrastraba por el suelo a causa de un maleficio de piernas unidas que aún no se había roto. Buscaba por doquier su varita perdida, o acaso alguna que a nadie ya pertenecería nunca más, para obrar el contramaleficio, pero su búsqueda estaba resultando inútil. Llamaba la atención de sus camaradas pero la lucha fraguada estaba resultando tan violenta que ni sus gritos escuchaban.
–¡Alastor! –interpeló al auror.
Pero su cuerpo yacía sin vida y le respondió con el silencio de la muerte.
Pronta a llegar a la puerta, otras manos la sostuvieron de los pies deteniéndola y, al girarse en redondo, vio a Bella, inválida, que acodándose sobre el suelo reptaba como una alimaña en cuyos ojos no había desaparecido el brillo de la malicia.
–Grita ahora –le dijo con maldad–. ¿Quién habrá que pueda salvarte?
La apuntó a los ojos con su arma y Tonks, acongojada, reprimiendo un exabrupto, los cerró. Pero fue otra voz la que gritó: Bellatrix, interceptada por un maleficio más rápido que el suyo, surcó la sala casi de lado a lado emitiendo un profundo alarido y perdiendo su varita en el vuelo. La causante, Helen, liberó a su amiga de su maleficio y la ayudó a ponerse en pie. Para entonces la mortífaga, recuperada ya del duro golpe, había incorporado su cuerpo hábilmente y se había hecho con la plateada hacha con que topó su mano, en cuyo mango resbalaba la negruzca sangre de la serpiente. Con una sola mano pero con fuerza la blandió para lanzársela a la mujer del licántropo, pero ésta, que se percató de sus intenciones antes de que lo hiciera, la apuntó con su varita y trató de aturdirla. Bellatrix se cubrió con la afilada arma, en cuya brillante superficie rebotó el rayo; pero, al hacerlo, de la intensidad con que le fue enviado y lo resbaloso del asa el brillante filo del hacha se le clavó en el pecho. Cayó lentamente, ahogando una aguda exclamación que reflejaba todo su dolor mientras sus ojos fenecían contemplando sañuda a Helen, que, impertérrita, le devolvía la mirada con altivez. El suelo se empapó de sangre sobre la que la mortífaga habría de de yacer.
Helen, quien en absoluto se amedrentó por lo ocurrido, se volvió hacia Tonks, convocó su varita, se la entregó y, con gran impaciencia, le preguntó:
–¿Dónde está Remus, lo has visto?
–No lo sé –contestó la otra–. Se fue y no lo he vuelto a ver.
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Sólo muertes había conocido, pensaba Remus mientras su cara de lágrimas empañada hundía en la barba de su maestro, de su mentor, de aquél que había sido para él más que un padre. Sólo escasas alegrías; pero ¿quién podía pensar en ellas cuando un hondo dolor ascendía en espiral desde su bazo o más abajo incluso? Sus ojos clareados¿dónde brillarían ahora? Su tranquilizadora sonrisa¿a quién aliviaría ya¿A quién ayudarían sus consejos cuando sus labios no parecían dispuestos a despegarse ya jamás? Y egoístamente el licántropo lloraba considerando que ni un paso más podría dar hacia el frente si su hado protector no sentía próximo, más incluso si no estaba vivo, en lugar de pensar la gran pérdida que para el mundo entero aquella noche se había producido. Y derramaba sobre él sus lágrimas y, entre sollozos e hipidos, mesaba su larga barba blanca sabiendo cuánto lo añoraría, pero sin poderse apartar de su lado. Y le susurraba al oído palabras que estaba seguro las estaría escuchando. Pero, como viera que nada le respondía, que su voz se había consumido para siempre, sus ojos se inundaban de nuevo y nada veía ni nada deseaba ver, pues una gran y virulenta desesperación inflamaba su corazón encogido como una larga llama.
Se incorporó lentamente, un beso le dio en su arrugada frente y cerró sus grises ojos en los que todo asomo de vida pasada había huido. Y se levantó. Pues había recordado la insistencia y el anhelo de Dumbledore por convencerlo de que él era el príncipe mestizo y creyó que no habría de dar su obra por terminada hasta salvar a Harry, que solo había huido y solo ahora tendría que estar escapando del amenazador puño envenenado de la Orden Tenebrosa. Como la última voluntad de Albus Dumbledore lo tomó y, aunque le costó separarse de su lado, finalmente lo hizo y aprisa corrió, sin saber por dónde ir ni adónde llegar, pero ahora le apremiaba un nuevo deseo: salvar a Harry Potter, cual era su destino, y, de no conseguirlo, maldita creería aquella noche y vano todo cuanto habría hecho, y ahogado en sus propios lamentos moriría.
Los gritos procedían de una amplia sala en la que raudo penetró el licántropo, pero su impresión le hizo detenerse en seco sin saber qué hacer: Voldemort y Harry, solos y aguerridos, combatían en pugna sin igual en el interior de una campana de grueso cristal que Remus pretendió romper mediante un maleficio; pero el rayo golpeó contra el vidrio y salió despedido con una furia inusitada, y ni un rasguño se había hecho en el cristal. Pero gracias a ello consiguió llamar su atención y los combatientes supieron que Remus Lupin, el príncipe mestizo, ya estaba allí. Corrió hasta la campana sin intentar perpetrarla de nuevo ni siquiera aparecerse dentro, pues Voldemort la habría conjurado para que nadie se pudiera inmiscuir, ni mortífago ni enemigo, y el fin de uno u otro se decidiese definitivamente, conque supo que sería inútil.
–¡Remus! –gritó Harry sin detener la pugna–. Voldemort ha conjurado la barrera. No puedes destruirla, sólo él.
El hechicero le lanzó una maldición asesina que éste evitó agachándose.
–Lo sé. No te distraigas, Harry –le imploró el licántropo. Y volviéndose hacia el enemigo de ambos–: Déjame entrar. Desaparece esta barrera y enfréntate a alguien de tu tamaño.
–Sólo él y yo formamos parte de nuestra profecía. Me da igual en cuantas salgas tú, estúpido entrometido. ¡Lárgate, licántropo, que, en acabando con su vida, tú serás el próximo en morir.
Y Remus rechinó los dientes conteniendo las ganas de estrangularlo ya que se había de limitar a ver cuanto sucedía.
Harry se cubrió de la nueva maldición que le lanzó con un escudo que se hizo pedazos al cumplir el cometido por que fue conjurado. Sin tregua, otra Voldemort le envió y el muchacho se protegió de ella desapareciéndose. Para cuando reapareció detrás del hechicero, éste ya lo apuntaba con su varita y, antes de matarlo, cosa que creía harto segura, disfrutó torturándolo. Y Harry cayó al suelo quebrado de dolor, con las extremidades entumecidas, pero aún reunió fuerzas para una última escaramuza y, levantando su propia varita, consiguió que la maldición golpease contra el mismo Voldemort, que profirió un grito desgarrador; pero ni entonces consiguió Harry librarse del dolor, pues uno más fuerte y terrible que el que acababa de sufrir lo azotó desde la cicatriz y sus ojos se nublaron.
Y aunque aún hubo de atacar con numerosos maleficios, que en su poderosa varita cobraban una fuerza espectacular, asombrado Remus de sus progresos, y aunque aún hubo de cubrirse de tantos ataques con que fue fustigado con requiebros que al malvado hechicero impacientaban, Harry empezó a conocer en su corazón el remedio para tanto mal, pero el temor frenaba su mano a cada momento. Por cuanto había venido a hacer ahora sentía un apabullante terror. Y sus miembros le temblaban. Y sus pies trastabillaban. Pero él sabía lo que tenía que hacer. Y, aunque fuera presa del pánico, él sabía que lo haría, pues ¿qué valía más su vida que la de sus padres, Sirius o Dumbledore? Conque, cuando al fin logró reunir toda su valentía, que era mucha, levantó su propia varita aprovechando un momento en que Voldemort se cubría de un maleficio suyo; y se la llevó a su cicatriz, donde directamente se apuntó. Y diera igual que Remus gritara, atónito, desde fuera de la campaniforme barrera, que Harry profirió el cruel hechizo de la maldición asesina y un rayo verde le atravesó la cabeza y su luz le hizo tanto mal en los ojos que los hubo de cerrar.
La conexión que los unía en vida en muerte habría de hacer igual. A través de ella fluyó, como un veneno, la maldición proferida por labios inocentes, y a sí misma la conexión se destruiría cuando las dos altas torres que entrelazaba fuesen derruidas. Y Voldemort, consciente del grandioso poder que los sacrificios tienen, se supo morir cuando el más agudo de los daños laceró su frente, como en ella ardiente mil clavos. Y la cabeza sujetó con ambas manos mientras de hinojos caía contra el suelo, gritando de sufrimiento y dolor, pero a ninguno sus alaridos conmovían. Porque el día tan ansiado había llegado. Y allí estaba Remus, presa del pánico, del temor, de la sorpresa, del asombro y de la inanición. Pues Harry sucumbía también y nada podía hacer él; y lord Voldemort también caía, que ¿quién hubiera podido pensar que sirviese para eso al fin la cicatriz? Y, aunque golpeara la campana de cristal Remus con vehemencia, nada conseguía, cosa ya harto probada, pues era inútil hacerlo y lo sabía. Y la luz se iba haciendo oscuridad. Voldemort se apretaba la sien retorcido con las rodillas en el suelo clavadas y en sus ojos se iba entreviendo la verde luz de la maldición, y en su abierta boca por la que escapaban sus largos gritos, pues dentro de su cabeza la conexión le iba trayendo su mal. Y su frente se partió como un rayo y por ella se filtró la luz que el hechicero trató de taponar con sus manos, y por entre sus dedos ahora se escapaba. Y su voz se ahogaba pues por dentro la maldición lo devoraba. Y, prolongando su chillido cruel, implosionó de modo que su poder en sí mismo se consumió. Y ni cuerpo ni sangre dejó porque su fin para siempre había sido, que no se pudiera jamás por malas artes postergar su tenebrismo, y la campana se hundió en la onda expansiva que su muerte había provocado y su poder acabó para siempre y con él la Orden Tenebrosa y el temor de nuevo renacidos también habían fenecidos.
Remus, al ver rota su barrera, corrió al encuentro de Harry a tiempo de sostenerlo en sus brazos porque al suelo caía. Se escurrieron juntos y, medio tumbado, el licántropo, abrazándolo, hubiera deseado salvarlo. Pero el chico ya había sentenciado su fin sin posibilidad para Remus de cumplir su propio vaticinio.
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Oscuridad. Un resplandor verde y un haz de luz blanca al fondo. Se encaminó hacia ella.
–Hola, Harry –dijo una delicada voz que no supo de dónde le llegaba.
–¿Quién eres¿Qué pasa¿Dónde estoy? –inquirió.
–En ninguna parte y en muchos sitios. Nada ves, pequeño mío, pero en el interior de algo parecido a lo que contiene una cámara hermética del Departamento de Misterios del Ministerio te encuentras, reflejo de lo que tu corazón alberga, que pudiera incluso decirse que dentro de éste te encontrases. Pero todo es penumbra porque tu vida has sacrificado en pro de la salvación de muchas otras, hijo mío.
–¿Mamá?
–No, Harry. Soy el reflejo del amor con que te marcó tu madre al salvarte entregando su propia existencia. Un icono invisible, pero más hondo y penetrante que una cicatriz. Soy lo que te he conectado todo este tiempo con ella, quien ha velado por tu seguridad todos estos años. Pero ya no puedo hacer nada más, pues Voldemort ha fenecido al fin al conjurar tú tu propia muerte. A la luz debes encaminarte atravesando la negra oscuridad.
Harry se quedó mirando la enigmática luz mortecina y rectangular como una puerta abierta sin atreverse a dar un paso hacia ella.
–¿Qué encontraré tras ella? –preguntó.
–Ni yo puedo decirte eso. Sólo soy el cristalino reflejo del más profundo amor, de aquél que la que te encarnó te dirigió a ti. Pero hasta nosotros tenemos necesidad de un descanso, de yacer por fin sin recuerdos que mantener. El amor de tu madre sepultado en tus venas, su sacrificio, te ha salvado hoy de nuevo, pero no ha sido suficiente. Porque tú mismo has querido fenecer. Una etapa pones fin hoy, amado Harry, y otra nueva has de comenzar; a otro poder, más antiguo que el mago mismo en sí, y a otro amor te debes hermanar, y por él habrás de ser salvado.
Una voz más alta que las suyas propias, como si la sintiese en el mismo oído, provino del umbral de luz, gritando con desesperación:
–¡Harry¿Me oyes, Harry? No te mueras; tú no te mueras. Tú también no...
Era Remus.
Harry, su corazón tan opaco y encogido como la oscuridad que lo cercaba, dudó. Escuchaba nítidos sus gritos y sus lamentos y su llanto, y algo hondo en el pecho lo movía a afligirse. El amor de su madre permaneció un rato en silencio y siguió oyendo:
–No puede ser que todo se resuelva al fin así. ¡Así no! Yo tenía que ayudarte. ¡No puedes morir!
El muchacho sintió un súbito calor en la mano diestra, como si, muy lejos, alguien se la estuviese estrechando muy fuerte, y notó el pecho de su camisa como si abultadas lágrimas estuviesen siendo derramadas sobre él. Y un ardor se encendió en su garganta que lo conmovió profundamente. Pero se mantuvo quieto, sin saber lo que hacer.
–También él ha sacrificado mucho por ti y más aquél a quien él sucede. Sólo Remus es poseedor de un poder capaz de salvarte, un poder que en él hay por el amor que sobre él también se ha depositado, y que, por el amor que a ti profesa, será capaz de salvarte al final. Sólo tienes que abandonarme para ir a él, pues mucho tiempo has vivido ansiando retornar al recuerdo cuando es tu propia vida, día a día, la que tienes que aspirar.
Harry se quedó en suspenso entreviendo la luz lejana que a él parecía ver menguar. Y, al mismo tiempo, creyó que la voz del sacrificio materno disminuía también, pero la de Remus seguía tan clara e intensa como siempre, y era persistente llegando a conmover a todo el que hubiera podido escucharla.
–Harry, sé que aún puedes oírme –le decía en un susurro plagado de dolor–. Sé que aún estás vivo; ¡tienes pulso, aunque bajo. Harry, por favor. Si tú partes también, ya no quedará nada con lo que justificar nuestra larga pugna. ¡Sobrevive, Harry, lucha! Yo aquí permaneceré, a tu lado, hasta que fuerza en tus dedos vuelva a sentir. Fuerza que ojalá yo pudiera transmitirte. Pues si yo pudiera hacer algo... ¡Ay!
–¿No lo ves? –preguntó la voz sin rostro–. No te estoy pidiendo que olvides ni a tu madre ni su sacrificio, pero sí que pases página al fin y vivas tu vida. Pues, Remus, he aquí tu hijo; Harry, he ahí a tu padre. Y la unión que entre ambos existe hará que te salves.
–¡Harry! –gritó el licántropo desgarrándose las vestiduras y llorando vivas lágrimas, derrotado.
Y el chico, bombeando su corazón de nuevo con ímpetu, echó a correr hacia la blanca luz y la oscuridad se fue disipando a su lado como un remolino, y abrió los ojos y apretó la mano de Remus pues sus dedos volvían a estar llenos de esa vida que el licátropo le reivindicaba. Y se apagó, hasta entonces muy brillante, su cicatriz.
(EL PRÓXIMO CAPÍTULO DE MDUL –EL PRIMERO DE LA SEGUNDA PARTE– APARECERÁ EN OTRO "FANFIC" DISTINTO DE ÉSTE. PODRÁ ENCONTRARSE BAJO EL TÍTULO DE MDUL (IIª PARTE) O MEMORIAS DE UN LICÁNTROPO (IIª PARTE) O SIMILAR EN EL HIPERVÍNCULO "KAICUDUMB" QUE HAY AL PRINCIPIO DE ESTA PÁGINA (dirección: tres uves dobles punto fanfiction punto net barra u barra 656260 barra) O EN LA PÁGINA PRINCIPAL DE FANFICTION ESCOGIENDO LAS OPCIONES ESPAÑOL Y REMUS LUPIN DE PERSONAJE PRINCIPAL. GRACIAS.)
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¿QUIÉN DIJO QUE SEGUNDAS PARTES NUNCA FUERON BUENAS? A lo que a mí me toca, al menos, y dejo a vuestro libre albedrío el creerme, considero que nada queda en la ya conocida primera parte que sorprenda más que la menor cosa de las que están próximamente por aparecer; y, si deseáis comprobar que es cierto cuanto digo, pasaos por el primer capítulo de MDUL (IIª PARTE), el cual actualizaré el martes, 18 de abril, justo después de la Semana Santa. ¡Aunque ojalá fuese antes! Claro está, no obligo a nadie a leerlo; quien quiera dejarlo, puede tener en la primera parte una globalidad textual y semántica (huy, que me he puesto estupendo); aunque se quedará sin saber a qué hacían referencia las profecías y, a mi parecer, como ya he dicho, las mejores escenas y aventuras. Y, para abriros el apetito, aquí va esto:
AVANCE DE LA SEGUNDA PARTE:
–Una edad se ha cumplido en este mundo; una era esta de vaticinios y profecías, de terror y maldiciones, de cicatrices... La era de duda y pesar para Ánuldranh, diría yo. Pero incluso eso ya ha pasado. Comienza una nueva edad de los Hombres. xxx MEMORIAS DE UN LICÁNTROPO (IIª parte) xxx LAS PROFECÍAS QUE EN UN DÍA SE ESCRIBIERON, EN EL TIEMPO QUE AHORA VIVIMOS SE CUMPLIRÁN... xxx –¿Recuerdas el día –dirá Helen a Remus– que tuviste un encuentro con otros licántropos en el Ministerio en la Oficina de Servicio de Apoyo para Hombres Lobo? Cuando volviste te dije que había tenido una visión. Vi esto... xxx AUN DE LA SOMBRA RETORNARÁN LOS IDOS... xxx –No es posible... xxx –¿Cómo has sabido que me encontrarías aquí? –Me lo dijo Nathalie. –¿Cómo podía saberlo mi madre? –No, tu madre no; tu hija. xxx OTRO MÁS SE VERÁ OBLIGADO A CRUZAR LA NEGRA CURVA DE MUERTE... xxx –Ciegamente. xxx LA LUZ VIOLETA SE REVUELVE INQUIETA PUES CON OTRO SER COMPARTE HACIENDA Y NICHO... xxx –Tú liberarás los cuerpos, despojarás las almas y lo barrerás del mundo con un soplo de pureza –le habló la anciana voz de la pitia–. Consuélate, que aún hay esperanza para Matthew si tu corazón la alberga, luz violeta. xxx PUES LA SOMBRA CAMPA A SU VOLUNTAD... xxx –¡Ahhhh! –¿Qué ha ocurrido? xxx Y EL MAL TIENDE A APARECER EN TODAS SUS FORMAS PARA INQUIETAR A REMUS Y A SU FAMILIA... xxx –Tiene once primaveras; y se las deshojaremos todas de un hachazo. xxx PUES OTRO HAY POR EL QUE PUGNAN... xxx –No soy un hechicero ni un mortífago ni nada que se le parezca. Ni siquiera vengo enviado por ese Tim como se llame. xxx AUNQUE, EN EL FONDO, EN SU ESENCIA, HABITA UNA VERDAD INSONDABLE, QUE DIFERENCIA ENTRE LAS FORMAS... xxx Ánuldranh... xxx Y POR ELLA SERÁN ENFRENTADOS TODOS LOS SERES... xxx PUES EL PODER CORROMPE xxx Nos volveremos a encontrar. Firmado: Tim Wathelpun. xxx YA QUE EL PODER DE UNO SERÁ CODICIADO POR EL OTRO... xxx –Debe marcharse de aquí, Lupin –le suplicó Ann Thorny con lágrimas en los ojos–. Mucho depende de usted. xxx PERO EL DESTINO AUN DEL MISMO MUNDO SERÁ RESUELTO EL POSTREMERO DÍA, CUANDO LOS OJOS DEL FUTURO SEMEJEN HABERSE APAGADO... xxx –¿Alguno pensó alguna vez que moriría de esta forma? –inquirió con tono firme Sorensen fijando la vista sobre la yerma extensión cubierta sólo de hostiles miradas. xxx Y LA LUZ SE ENFRENTARÁ A LA SOMBRA... xxx –¡Desmaius! –¡Avada kedavra! xxx Y EN LA TORRE SE DECIDIRÁ EL DESTINO DE TRES HOMBRES xxx –Así es –confirmó la pitia–, el destino está escrito, rubricado con letras de oro sobre la faz del disco solar. xxx Y SE DESENCADENARÁ UN HORROR MAYOR QUE CUANTOS LE HAN PRECEDIDO... xxx –Lo ha revelado –musitó anonadada la señora Nicked. xxx –¡Tú lo sabes¡Lo sabes todo! –gritó el licántropo señalando con el dedo el lienzo–. Lo sabes y dices que no puedes revelarme nada. –Sí, sé cuál es la verdadera identidad de Tim Wathelpun. xxx –El mal existe en el mundo con el fin de que coexista el bien, Albus –explicó a éste en su juventud la pitia–. Si tú, que disfrutarás de la privilegiada revelación de seres únicos, alteras el curso del destino, privarás al mundo de las ventajas que el mal, sin saberlo, traerá consigo. xxx –¡Nathalie! –gritó entusiasmada Hermione tras larga reflexión. xxx La luz violeta estalló con gran estrépito en el sótano y engulló a aquellas dos personas, introduciéndolas en la tabla suelta en que vivía. Alfa y omega. xxx –El tiempo me ha reportado mejores cosas –explicará Wathelpun a Helen–. Ahora tengo todo lo que deseo. xxx –¡Remus, Wathelpun no debe conocer la existencia de ese medallón y ese anillo! Protégelos con tu vida. xxx –¡Debemos colaborar! –elevó la voz Eva Rodríguez. –¿Le parece poco estropicio el daño ya causado, señora Rodríguez? –la espetó desilusionado Sullivan. xxx –¡No os marchéis! –les suplicó a voces el licántropo–. O marchaos si lo deseáis –rectificó–; pero yo les haré frente. xxx Una vaharada de fuego se elevó por encima del Bosque Prohibido, engulléndolo. xxx La luna llena se eclipsó y el suelo comenzó a temblar con enorme furia. –¿De dónde lo has sacado? –le inquirió Sorensen con gran asombro–. Llegué a creer que era una mera fábula. xxx –Oh, sí, yo sustraje la varita. Su poderoso núcleo añadido al mediocre del mío me confiere un poder arrollador. xxx –¡Expecto patronum! –La sustancia plateada salió disparada de la vara hasta cubrirlos como una espesa niebla. xxx –¿Entonces, es por eso por lo que el sótano es tan enigmáticamente mágico? xxx –Lo más curioso de todo es que no me hayas reconocido –comentó despreocupadamente el hechicero. xxx –Ya está, lo habéis conseguido –habló el espectro–. El muchacho ha muerto. xxx –Te vi..., y no pude hacerlo –sollozó. xxx El licántropo desveló el objeto que, largo tiempo atrás, escondió bajo la tabla suelta del sótano, y se lo entregó a su poseedora. xxx –¡Desmaius! –¡Avada kedavra! xxx Luz en conexión con la sombra. xxx MEMORIAS DE UN LICÁNTROPO (IIª parte)
(EL PRÓXIMO CAPÍTULO DE MDUL –EL PRIMERO DE LA SEGUNDA PARTE– APARECERÁ EN OTRO "FANFIC" DISTINTO DE ÉSTE. PODRÁ ENCONTRARSE BAJO EL TÍTULO DE MDUL (IIª PARTE) O MEMORIAS DE UN LICÁNTROPO (IIª PARTE) O SIMILAR EN EL HIPERVÍNCULO "KAICUDUMB" QUE HAY AL PRINCIPIO DE ESTA PÁGINA (dirección: tres uves dobles punto fanfiction punto net barra u barra 656260 barra) O EN LA PÁGINA PRINCIPAL DE FANFICTION ESCOGIENDO LAS OPCIONES ESPAÑOL Y REMUS LUPIN DE PERSONAJE PRINCIPAL. GRACIAS.)
Hago aquí una relación de los nicks de todas aquellas personas que han contribuido a crear MDUL, que ayudaron en la medida de sus posibilidades o que siguen ayudando, que forman parte de cuanto él implica, que aparecen entre sus líneas, que me dicen o han dicho que lo disfrutan y, yo, al saberlo, también con ellos: que son, en definitiva, MDUL, pues MDUL no es nada sin todos ellos. ¡Gracias!
xxx ALBA-LLOPIN xxx ANTHONY DARK xxx ARYBLACK xxx ASTREA LOCKEEN xxx ATENEA217 xxx AYA K xxx BLYTHE.NAURIN xxx CAFEME PHOBY xxx COULTER xxx D.MO xxx DRU xxx ELENA A GALEGA xxx EMILY WOLEN xxx GWEN LUPIN xxx HELEN NICKED LUPIN xxx HERM xxx IDRIL ISIL GILGALAD xxx ISA xxx ISABELLE BLACK xxx JOANNE DISTTE xxx JULYS! xxx KALA FICTION xxx LENA HIYASAKI xxx LEO BLACK LE-FAY xxx LEONITA xxx LORIEN LUPIN xxx LUCY-FIRESOUL xxx LUNIS LUPIN xxx MARCE xxx MINETTE VAN WITCH LOVETTE xxx NABIKY POTTER 8 xxx NAVLEU xxx NAYRA xxx NESSA xxx NIMMY xxx PADFOOT HIMURA xxx PAULA YEMEROLY xxx PETITA xxx PIKI xxx SAKURA-DIANA-BLACK xxx SILENCE-MESSIAH xxx VALITA JACKSON LUPIN
(EL PRÓXIMO CAPÍTULO DE MDUL –EL PRIMERO DE LA SEGUNDA PARTE– APARECERÁ EN OTRO "FANFIC" DISTINTO DE ÉSTE. PODRÁ ENCONTRARSE BAJO EL TÍTULO DE MDUL (IIª PARTE) O MEMORIAS DE UN LICÁNTROPO (IIª PARTE) O SIMILAR EN EL HIPERVÍNCULO "KAICUDUMB" QUE HAY AL PRINCIPIO DE ESTA PÁGINA (dirección: tres uves dobles punto fanfiction punto net barra u barra 656260 barra) O EN LA PÁGINA PRINCIPAL DE FANFICTION ESCOGIENDO LAS OPCIONES ESPAÑOL Y REMUS LUPIN DE PERSONAJE PRINCIPAL. GRACIAS.)
MIS COMENTARIOS SOBRE HP6 (claro está, contiene "SPOILERS"–me consta que aún hay gente entre mis lectores que no lo ha leído–); ¡CREÍA QUE NUNCA LO DIRÍA!
Al fin, amigos, lo he leído; y he examinado lo más minuciosamente que he podido para comentároslo. He preferido escribirlo aquí en general para no tener que ponéroslo a todos aquéllos que me habéis pedido opinión sobre HP6. Por desgracia (y lo confieso ahora porque no deseaba hablar sobre ello), ya sabía que moriría Dumbledore y que sería a manos de Snape: hay nefastos grupos en que se desconoce la palabra "spoiler", y, además, los administradores no castigan severamente a tan grandes ignorantes. Esto, no obstante, no le ha quitado ni pizca de emoción; aunque ha sido horrible. Creo que hasta se me saltaron las lágrimas y todo. La muerte más horrible, sin lugar a dudas (es que a mí la de Sirius ni fu ni fa, aunque suene cruel). Hasta creo que me va a costar no matar a Snape en MDUL...¡lo odio!
Hablando de Sirius, Elena y yo estamos muy enfadados con él, porque ¿cómo ese miserable le entrega toda su fortuna, íntegra, a Harry, que ya es rico de por sí, y no le da ni una migaja a Remus, que sí que pasa penurias? No tenéis por qué sentir lo mismo, pero creo que es un desagradecido y que no se ha comportado como un amigo.
Hablando de Remus¡hurra! Por fin se demuestra que los que pensábamos que Remus es heterosexual tenemos razón. A ver si eso refrena un poco la oleada slash, aunque no lo creo. La verdad es que, para mí, es una pareja bonita y todas esas cosas, pero como que no me lo imaginaba, la verdad.
Lo del Príncipe Mestizo no me ha gustado en absoluto (además de que odio a Snape, por supuesto); creo que (y, sí, es que soy así y me ha costado mucho inventarlo) hasta me gusta más mi versión ("la no oficial", como llamo ahora a los capítulos 54 y 55; suerte que Wathelpun es otra historia). Creo que ha puesto algo llamativo, con intriga, para ponerlo como título del libro (aunque en Salamandra la hayan pifiado, que estoy hasta por recoger firmas o mandarles una carta), pero la forma en que se resuelve al final no me gusta.
¡Oh, me acabo de acordar cómo bordeaba Albus la almena de la torre y se me ha erizado el vello. Qué terrible muerte. Todos lo echaremos de menos. Me ha encantado, por cierto, el funeral; se merecía algo así (yo ya me imaginaba algo así para el de Remus, puesto que, claro, tenéis que estar atentos que, ahora en la segunda parte, cualquier momento es bueno para que muera y se acabe la historia, que yo no voy a avisar).
Lo de los Horrocruxes me ha parecido fantástico (hasta lo medité para Wathelpun, pero, además de que no quería vincularlo mucho a Voldemort, Wathelpun ya se basta consigo mismo para sobrevivir). Me encantan esas inclusiones de argumentos anteriores (me refiero al diario del segundo libro); o las visitas al pasado. Creo que es mi libro favorito por eso mismo. ¡Todo eso ha sido genial! Aunque ya queda más que claro qué va a ocurrir en el siguiente, lo que no le quita ni pizca de emoción; al contrario.
Bueno, esto es a grandes rasgos; otros aspectos más concretos los comentaré individualmente y si surge el caso. Muchas gracias por atender a mis comentarios; ahora yo atenderé gustoso a los vuestros.
