[Esta historia es un regalo para Rex Reyes, uno de los artistas más talentosos del fandom de The Loud House y de otras series. Espero que te guste y deseo de todo corazón que nos sigas impresionando con tu gran talento. Y para todo aquel que desee seguirlo, su Twitter es RexReye36876945.]
[ADVERTENCIA: Esta historia contiene sexo explícito, lemon fuerte, algo de dominación masculina, incesto entre hermano y hermana, y bastante dulzura. Si eres menor de 16 años o te sientes incómodo con cualquiera de estos temas, te recomiendo encarecidamente que abandones la lectura. Por favor, recuerda que esto sólo es ficción, por lo que ciertas situaciones plasmadas aquí son fantasiosas y no buscan retratar una visión totalmente precisa de la realidad.]
Logro resistirlo todo, salvo la tentación.
—Oscar Wilde
I
El Pecaminoso Regalo del Amor
—¡Mmmph~! Haaa… Haaa… L-Lincoln… ¡Hyah~! ¡Oh, Lincoln~! M-Más… ¡Dame más!
—L-Lori… Ya estoy en mi límite…
—E-Está bien…, yo también lo estoy… ¡Mmmnnghh~! ¡Por eso quiero que lo hagamos juntos, Linky! ¡Aaahhhhhh~! ¡Quiero llegar a la cima junto a ti y que me des todo tu amor~!
—A-Ahhh… Ya me voy a…
—¡Hazlo dentro! ¡Mmm~! ¡No te separes ni un sólo segundo de mí! ¡Quiero sentirte por completo! ¡Ahhh, Lincoln~!
—Lori… Lori…
—¡Lori!
Y con aquel impetuoso llamado, la aludida despertó de golpe; estaba desorientada y se encontraba claramente confundida. Y mientras sus ojos intentaban acostumbrarse a la luz que se colaba por la ventana de su habitación, la mujer volteó varias veces a los lados, esperando encontrar a cierto hombre peliblanco que hace tan sólo unos instantes se encontraba entre sus brazos durante el momento más feliz de su vida; sin embargo, a la única persona a la que vio fue a su hermana menor Leni, vestida con un bonito camisón de seda color turquesa que se amoldaba perfectamente a su hermoso cuerpo, y quien la observaba con una expresión un tanto preocupada. Fue entonces que Lori se dio cuenta de que lo que acababa de pasar entre ella y su amado hermano menor había sido únicamente un sueño, por lo que su reacción no se hizo esperar.
—¿Qué quieres ahora, Leni? —preguntó la mayor de forma arisca, ciertamente molesta de que su hermoso mundo de fantasía fuera destruido en cuestión de segundos—. ¿Para qué me despertaste?
—Lo siento, Lori —se disculpó la menor—. Créeme cuando te digo que quería dejarte dormir un poco más, pero tras volver de la cocina escuché ruidos extraños viniendo de tu habitación; y, al entrar, te vi retorciéndote entre las sábanas y estabas sudando demasiado. Pensé que te sentías enferma o algo así.
Tras la explicación dada por su hermana menor, Lori se preocupó un poco y, con el rostro ardiendo en bermellón, decidió continuar con la plática.
—O-Oh… Y… ¿q-qué ruidos escuchaste?
—No lo sé —contestó Leni—. No sabría describírtelos. Eran como jadeos y parecía que te costaba respirar.
—¡V-Vaya! —tartamudeó Lori—. Bueno…, lo que pasa es que estaba teniendo una… ¡pesadilla! ¡Sí, eso! Pero no te preocupes, hermana, ya estoy mejor.
Leni dio un par de aplausos y, tras exclamar: «¡Qué bien!», se dispuso a salir de la habitación, feliz de haber salvado a su hermana mayor de quién sabe qué, pero antes de salir, se agarró del marco de la puerta y preguntó:
—Por cierto, ¿no le pasó nada malo a Linky?
Lori, al escuchar aquello, se atragantó con su propia saliva y le dio un violento acceso de tos, y Leni, al ver esto, corrió al lado de la mujer para darle unos golpecitos en la espalda para tratar de aliviarla un poco; y tras recuperarse de la sorpresa inicial, la rubia mayor habló.
—¿Q-Q-Qué? ¿A q-qué te refieres, L-Leni? ¿Q-Qué tiene que ver L-Lincoln en esto?
—Es que te escuché pronunciar su nombre varias veces mientras dormías. De hecho, hasta parecía como si te doliera decir su nombre.
El rostro de la mujer, si antes no estaba rojo, ahora definitivamente lo estaba; y su vergüenza era tal que hasta podría jurar que sus orejas emitían humo. «No, Leni… —pensó—. No era dolor…, sino todo lo contrario…»
—Lori, ¿estás segura de que te sientes bien? —preguntó Leni una vez más, mientras tocaba la frente de su hermana, buscando algún indicio de fiebre o de cualquier otra enfermedad—. Porque, de lo contrario, puedo marcarle a mamá y decirle que no podremos ir a casa el día de hoy.
Esta última frase captó la atención de Lori, quien, haciendo a un lado sus para nada santos pensamientos, preguntó:
—¿Eh? ¿A casa? ¿Por qué?
—¿Cómo? ¿No lo recuerdas? —preguntó Leni estupefacta—. ¡Si tú fuiste la que me estuvo recordando lo que pasaría el día de hoy toda la semana, a pesar de que te dije que no necesitabas hacerlo! —Entonces cruzó los brazos, infló las mejillas y, mirando hacia otro lado, murmuró para sí misma—: Sé que soy distraída, pero, como que, jamás me olvidaría del cumpleaños de mi Linky…
«El cumpleaños de mi Linky.» Esas simples palabras hicieron eco en la mente de Lori una y otra vez, como si se tratara de una especie de mantra que tenía el poder de regresarla lentamente a la realidad. ¡Era cierto! ¡Hoy, precisamente hoy, era el cumpleaños número diecinueve de su amado Lincoln! La rubia quiso darse un golpe en la frente por haberse olvidado de un día tan importante, pero se abstuvo de ello; después de todo, fue gracias a Leni que lo pudo recordar. Y, de no ser por el inmenso agradecimiento que sentía en ese momento, sin duda alguna le hubiera reclamado a su hermana el hecho de que hiciera tanto énfasis en el «mi» de la frase. Pero eso no tenía importancia…, por ahora.
La mujer le dio las gracias a la menor y comenzó a erguirse en su cama con la intención de prepararse para ese día tan especial, pero un llamado la detuvo.
—¡Espera! —exclamó Leni, con cierta determinación.
—¿Qué pasa? —preguntó Lori, mirándola con curiosidad.
—El día de hoy me gustaría usar el baño primero. ¡Debo verme perfecta para Linky el día de hoy y para eso necesito tiempo!
Lori se llevó dos dedos al puente nasal y, con la poca paciencia que pudo —y quiso— reunir, dijo:
—Leni, ¿cuántas veces tengo que repetirlo? Nuestro departamento tiene literalmente tres baños y uno de ellos está en tu habitación.
Los rosados y carnosos labios de Leni formaron una «O» perfecta ante tal revelación, y un segundo después, luego de haber procesado la información, comenzó a jugar con sus finos dedos.
—Tienes razón. Lo había olvidado. —Soltó una pequeña y avergonzada risa, pero antes de abandonar el cuarto miró a su compañera una última vez y dijo muy animada—: ¡Entonces me voy! ¡Gracias, Lori!
Y se fue, cerrando la puerta tras de sí.
Lori suspiró pesadamente y negó con la cabeza un par de veces, mas no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa ante las excentricidades de su hermana menor. Tomó las sábanas entre sus manos para, ahora sí, destaparse y salir de la cama, pero una extraña sensación hizo que se detuviera en el acto; movió un poco sus piernas y, al identificar de qué se trataba, toda la piel de su cuerpo se tiñó de un rojo tan intenso que hubiera lastimado la vista de cualquiera.
De una patada aventó las sábanas al piso y, al enfocar su vista en su entrepierna, la mujer se llevó una mano a la boca con una expresión avergonzada, mientras observaba cómo los shorts que utilizaba como pijama se encontraban completamente empapados por sus fluidos femeninos. Sin lugar a duda, concluyó, su sueño había sido más que magnífico.
Pero no queriendo perder más tiempo, Lori se levantó y se dirigió hasta su gran armario, del cual sacó una bata de baño color azul cielo y una toalla limpia. Entonces, sin salir de su habitación, se dirigió a su baño personal y entró; éste era pequeño, pero sumamente acogedor, siendo que los tonos cobres y negros de la regadera ayudaban a crear un elegante contraste con el resto de los elementos que tenían tonos clásicos. Cerró la puerta, abrió la llave de la regadera, y una vez que se encontró a sí misma en la absoluta soledad, siendo consciente de que no había nadie que perturbara su privacidad, comenzó a quitarse la ropa lentamente —dejando dobladas a un lado sus mojadas prendas inferiores— hasta quedar completamente desnuda y en su máximo esplendor.
Una vez que el vapor empezó a inundar todo el cuarto de baño y nubló su visión, la mujer se metió a la regadera y poco a poco se fue adentrando en el chorro de agua, hasta que por fin dejó que aquella lluvia caliente cayera libremente por todo su cuerpo, limpiándola, purificándola. El líquido vital se extendió por cada pequeño rincón de su cuerpo, otorgándole un brillo celestial a su cremosa e inmaculada piel de marfil, haciéndola relucir mucho más que una gema. Pero aquello no estaba tan alejado de la realidad, puesto que todo aquel que posaba sus ojos, aunque fuera una sola vez, sobre Lori Loud, se volvía defensor de una verdad omnímoda: ella era una mujer hermosa, poseedora de una belleza que podía ser comparable a la de una Diosa.
Después de todo, cada uno de sus finos y preciosos rasgos faciales se fusionaban en una perfecta obra de arte, cuya fuerza de atracción era sobrenatural: desde la forma de su rostro, hasta sus pómulos perfectamente definidos, los cuales servían para enmarcar su pequeña y respingada nariz; por otro lado, la ardiente sensualidad que emitían sus carnosos labios color rojo fresa contrastaba enormemente con el aura celestial de sus extraordinarios ojos azul zafiro, y cuya mirada podía oscilar entre la inocencia y la madurez; además, su reluciente y suave cabello, gracias al efecto del agua, se adhería a su cuerpo como miles de hebras de oro acrisolado, resaltando así, de manera exponencial, su divino cuerpo.
Y hablando de su divino cuerpo de reloj de arena, sería justo decir que éste era, por decir lo menos, la definición más certera de lo que era la sensualidad hecha mujer: sus firmes y voluminosos senos, los cuales poseían una forma atractiva y perfectamente redondeada, además de ser coronados por unos lindos pezones rosados, se sacudían hipnóticamente con cada movimiento de sus torneados brazos al frotar su suave y mojada piel; sus exuberantes y hermosas caderas, junto a su perfecto e increíblemente sexy trasero en forma de burbuja (características que definitivamente había heredado de su madre), se veían acentuadas de una manera excepcional por su estrecha cintura y su vientre plano; y cada una de las suaves curvas que componían la longitud de sus bien moldeadas piernas permitían apreciar cada ángulo de sus preciosos muslos, rodillas, tobillos y pies.
Era un hecho irrefutable: ella, Lori Loud, era una mujer muy hermosa, y lo sabía a la perfección. No por nada era capaz de advertir todas y cada una de las miradas que los hombres —y algunas mujeres— le dedicaban cuando la veían caminar por la calle, mientras la expresión de sus rostros se deformaba en una extraña mueca que combinaba deseo y vergüenza por no poder atreverse a hablarle o a pedir su número. Y aunque la situación nunca la incomodaba, tampoco la hacía sentir halagada, ya que su corazón, sus pensamientos y su cuerpo le pertenecían a una sola persona.
Entonces, como si una fuerza invisible se apoderara de ella una vez más, Lori alzó el rostro, mientras sus recuerdos —y deseos— volvían a tomar el control de su ser: la imagen de Lincoln se presentó ante ella como una visión tan clara y detallada que casi podía jurar que lo tenía enfrente; y la sensación de sus besos, sus caricias, su cuerpo, su pasión y su amor la embriagaron a tal punto que la necesidad de sentir placer empezó a arder de tal forma en su interior que la mujer no tuvo más remedio que hacer caso a la tentadora voz de su consciencia. Sus manos, las cuales aún tenían rastros de jabón y espuma, exploraron de manera lenta y tortuosa su hermoso cuerpo; sus finos dedos, luego de acariciar la tersa piel de sus brazos y su abdomen, se deslizaron hacia sus abundantes y firmes senos para apretarlos y acariciarlos con una extraña combinación de suavidad y desesperación que exigía satisfacer una ferviente necesidad de gozo; y como si ella misma hubiera perdido la paciencia, comenzó a jugar con sus rosados pezones, que ya se encontraban completamente erectos y listos para recibir la debida atención. Los apretaba, los jalaba, los retorcía, y se mordía los labios con una expresión de dolor y éxtasis pintada en el rostro.
Pero ella quería más. Ella necesitaba más.
Por ende, sin retirar su mano izquierda de sus preciosos y magníficos senos para seguir estimulándolos, deslizó los dedos de su mano derecha por toda la longitud de su vientre, hasta llegar a su suave y delicado monte de Venus; cada centímetro de piel en esa divina área se encontraba tan sensible y enardecido por la lujuria que Lori, con un sólo roce de sus yemas sobre su clítoris, tuvo un pequeño orgasmo que empapó su mano con su dulce y viscoso néctar femenino a tal punto que ya no sabía diferenciar el agua de sus propios fluidos. Y aunque Lori ya antes se había masturbado incontables veces en el pasado, ahora observó con cierta fascinación cómo los hilos cristalinos que colgaban entre sus dedos formaban la telaraña más lasciva y erótica de todas. Así que, sin perder ni un segundo más, la excitada mujer usó la mano que utilizaba para estimular sus senos para llevar uno de sus pezones directamente hacia sus labios y comenzó a chuparlo y mordisquearlo con pervertida necesidad, mientras que con la otra frotaba enérgicamente los labios mayores de su vagina, hasta que, finalmente, se atrevió a introducir una pequeña parte de su dedo medio en su apretada y cálida intimidad. Y aunque aquel gran placer fue fatal para Lori, ella todavía no podía igualar las sensaciones que había experimentado en su sueño, por lo que continuó con su sensual actividad y se entregó por completo a la lascivia.
Los minutos fueron pasando y la fuerza de sus piernas empezó a menguar, por lo que Lori no tuvo más remedio que apoyar su espalda contra la pared, y una vez que esto ocurrió, una sensación electrizante crispó las terminaciones nerviosas de su cuerpo, ya que su piel, al encontrarse tan sensible por toda la estimulación previa, sintió con mayor intensidad la fría sensación del porcelanato, el cual contrastaba enormemente con el chorro de agua caliente que seguía cayendo sobre ella. Pero a pesar de esto, la sensación le resultó inesperadamente maravillosa, por lo que, no pudiendo soportarlo más, siendo prisionera de sus deseos, y encontrándose en medio del frío y del calor, del placer y del dolor, Lori se mordió los labios y, ahogando un profundo gemido tras atacar por última vez su punto G, llegó al clímax. Su dulce y erótica miel fue expulsada con fuerza desde lo más profundo de su interior; sus piernas por fin se rindieron ante tan abrumadora experiencia, dejándola sentada sobre el piso de la regadera, y sufriendo aún de leves espasmos que la hacían mover de manera ligera e involuntaria sus extremidades inferiores y curvar los dedos de sus pies; y su rostro, completamente rojo, exhibía una lasciva expresión que sólo era acentuada por su respiración errática y pesada, la cual parecía emitir vapor con cada exhalación, y por los hilos de saliva que escurrían descuidadamente por su barbilla.
Pero a pesar de esto, Lori, quien se iba recuperando lentamente de su orgasmo y controlaba poco a poco los temblores que atacaban todo su cuerpo, concluyó, llena de decepción, que aún no se sentía satisfecha; su ser le exigía mucho más de lo que ella era capaz de darse a sí misma, pero también sabía perfectamente quién era el único que podría saciar todas sus necesidades carnales y emocionales.
«Ahhh, Lincoln…», pensó Lori, abrazándose a sí misma y frotando sus muslos uno contra el otro, mientras su mente viajaba una vez más hacia el recuerdo del hombre que tanto amaba. Y por más extraño que le sonó el aceptar tan abiertamente —incluso para sí misma— que estaba enamorada de Lincoln («¡De tu propio hermano menor, por Dios!», le había recriminado su mente incontables veces en el pasado), ella ya no podía negar lo que toda su existencia sentía tan intensamente: lo amaba, lo adoraba, estaba loca por él, y deseaba volverse su mujer con una pasión ardiente que no tenía precedentes.
O quizá sí los había.
Pero aquello era algo que sólo Lori podía comprender.
Después de todo, cuando ella terminó con Bobby durante sus años universitarios, se había encontrado atrapada en un estado de desolación y vacío que le daba vergüenza encarar, pues la razón principal que puso fin a su relación fue el hecho de aceptar que jamás había amado al muchacho del mismo modo en que él lo hacía; y Lori sabía perfectamente que seguir a su lado sería algo injusto para él y sumamente egoísta de parte de ella. ¡Pero si algo podía decir con seguridad es que ella lo había intentado! ¡Realmente quiso que su relación funcionara! Sin embargo, nunca logró controlar su corazón ni ordenarle que albergara sentimientos por ese hombre; y se llegó a odiar por eso, porque ahora dudaba de todo lo que ella creía conocer de sí misma, de todo lo que sabía del mundo, y de todo lo que suponía que era el amor.
¿Qué era el amor? ¿Quién era el amor? ¿Acaso el amor tenía forma o algún rostro? ¿Era fácil de identificar o es que jamás lo llegaría a conocer? Miles de preguntas de esa índole rondaron por la mente de Lori por mucho tiempo, pero nunca lograba responderlas. O, mejor dicho, se rehusaba inconscientemente a responderlas, porque muchas veces, en medio del caótico maremoto de su atormentada consciencia, se presentó ante ella un cierto alguien que le resultaba extrañamente familiar, y el cual no sólo traía paz y felicidad para su corazón, sino que también respondía todas sus interrogantes de una forma u otra.
Así que se encerró en sí misma y siguió negando con una poderosa vehemencia lo que todo su ser ya sabía. Pero al final esto resultó en vano, porque para Lori la realidad se hizo presente en la forma de un muchacho de cabello blanco que la vino a salvar una noche de sus miedos y sus culpas, y que la hizo aceptar por fin la pecaminosa verdad que se encontraba arraigada a su existencia.
Estaba enamorada de Lincoln. De su querido Linky.
De su hermano menor.
Y por más que luchó contra sus indomables sentimientos y renegó de sus infernales deseos, Lori terminó cediendo ante la inquebrantable fuerza de aquel pecaminoso amor que tanto la angustiaba, pero que, a la vez, la hacía sentir tan viva. Porque, a pesar de todas las barreras y negativas que ella intentó erigir alrededor de su corazón, Lincoln, de una u otra forma, lograba destruirlas todas, hasta dejarla totalmente derrotada e indefensa.
«Pero ¿qué podía esperar? Después de todo, luché una batalla que estaba perdida desde un principio…»
Lori abrió los ojos, soltó una tierna risa y, tambaleándose un poco, se puso de pie. Permaneció un rato más en la regadera, hasta que terminó de bañarse; cerró la llave, secó su cuerpo con la toalla, la cual después utilizó para envolver su cabello, se colocó su bata y, con una nube de vapor detrás de ella, salió del baño completamente limpia.
Se dirigió una vez más hasta su armario, lista para ponerse la vestimenta que había dispuesto tres días antes para esta fecha tan especial y no perder tiempo valioso; abrió uno de sus cajones y sacó su ropa interior, la cual, al mirarla detenidamente, hizo que su rostro se pusiera colorado ante la imagen de prendas tan indecentes que seguramente la harían ver igual, pero su resolución no flaqueó. Llena de vergüenza, y con los ojos cerrados, se las puso lentamente, mientras sólo se enfocaba en recordar la imagen de su amado conejito. Hecho esto, se quitó la bata y la toalla, tomó su conjunto elegido de ropa —perfectamente planchado y con un agradable olor a suavizante— y se colocó su atuendo, el cual consistía en una blusa ajustada color beige que ayudaba a resaltar cada una de sus exuberantes curvas, una falda negra de tubo que se ajustaba maravillosamente a sus caderas, un par de medias de malla fina con encaje que cubrían sus piernas hasta la mitad de sus muslos y unos elegantes tacones negros.
La mujer dio una pequeña vuelta, soltó una risita, y se sentó frente a su tocador para iniciar con uno de los rituales más complejos en el ámbito de la belleza: maquillarse. Porque, aunque era naturalmente hermosa y no necesitaba utilizar cosméticos para hacerlo notar, su mente argumentó que no tenía nada de malo usar lo justo y necesario para acentuar aún más sus mejores cualidades, así que se puso un poco de rímel en sus largas y rizadas pestañas, se empolvó ligeramente el rostro, utilizó su clásica sombra de ojos azul claro y humectó sus apetitosos labios con un cautivador brillo labial con sabor a frutas. Después tomó el frasco de su perfume favorito y se roció a sí misma con una exquisita y seductora fragancia que combinaba a la perfección los dulces aromas del jazmín, del azahar y de la vainilla.
Y para finalizar, peinó con gran dedicación su dorada cabellera hasta que ésta quedo más suave que la seda y tan reluciente como una cascada de oro líquido. Se miró a sí misma una vez más y dio una leve inclinación con la cabeza, sintiéndose satisfecha con el resultado final. Estaba lista.
Lista para su muy amado Lincoln.
Lori soltó un largo y anhelante suspiro, a la vez que una expresión soñadora se extendía por todo su rostro; se llevó ambas manos a las mejillas, cerró los ojos y, con un sonrojo tiñendo su piel y una sonrisa pintada en los labios, comenzó a construir, de nuevo, su pequeño y hermoso mundo de fantasía.
—¡Lori, no encuentro mis gafas!
Mundo que, de nuevo, fue destruido por Leni.
La mayor se levantó de su asiento y salió de su habitación para ayudar a su hermana. Un rato después, luego de haber desayunado, las dos hermosas mujeres subieron a su vehículo, pero Lori, más determinada que nunca y con un único objetivo en mente, prendió el motor y condujo hacia su destino.
—¡Lana, ya te dije que yo soy la que se tomará primero una foto con Lincoln!
—Lo siento, Lola, pero yo tengo prioridad al ser la hermana mayor.
—¡Lo eres sólo por dos minutos! Además, la belleza está por encima de la edad.
—¡Oh! Si ése es el caso, entonces definitivamente yo debo ir primero.
—¡Ahhh, que te quites!
—¡Oblígame!
La escena con la que se encontró Lori al llegar a la casa Loud fue una a la que ella ya estaba acostumbrada: discordia absoluta. Sin embargo, y a pesar de que en cualquier momento podía terminar siendo una víctima desafortunada de la discusión de las gemelas, no se inmutó. Caminó a través del «campo de batalla», saludó a Lily con un beso en la mejilla, se negó a participar en uno de los experimentos de Lisa, se recuperó del casi infarto que Lucy le dio cuando ésta salió de la nada, y se sentó a platicar en unos de los grandes sofás de la sala con Lynn, Luan y Luna sobre sus distintos proyectos, mientras que Leni iba a la cocina para saludar a su madre.
El ambiente, si bien era un tanto caótico, le resultó tan acogedor a Lori que, por un instante, volvió a sentirse como una adolescente sin preocupaciones en la vida. Todo era casi perfecto. «Sólo falta…»
—¡Chicas, chicas, dejen de pelear! Me tomaré fotos con todas, pero si siguen así, ustedes se quedarán hasta el final.
Lori se levantó del sofá a una velocidad supersónica al escuchar la gruesa voz del muchacho, pero, guardando la debida compostura como la mujer hecha y derecha que era, se volteó en su dirección y, mirándolo a los ojos, caminó lentamente hacia él para saludarlo como lo haría una adulta. Pero…
—¡Linky! —chilló Leni, lanzándose directamente hacia sus brazos, para inmediatamente después cubrir todo su rostro con besos—. ¡Feliz cumpleaños! ¡Espero que hoy y siempre seas muy, muy, muy feliz, así como yo lo soy cada vez que estoy contigo!
La mayor se quedó petrificada en su lugar, mientras observaba sin expresión alguna todos los cariños que su hermana menor le estaba dando a su Lincoln, quien, además, como todo un descarado, mostraba una radiante y atractiva sonrisa y no hacía ningún esfuerzo por alejarla de su lado. Y cuando finalmente procesó lo que estaba pasando, su rostro se fue quebrando poco a poco hasta dejar únicamente una máscara de celos; infló las mejillas, un furioso rubor coloreó su piel, apretó los puños hasta que sus nudillos se volvieron completamente blancos, y, caminando con decisión en dirección de su hermano, se aferró a él en un posesivo abrazo.
Lincoln se quedó mirándola, pero al ver cómo su hermana guardaba silencio y se limitaba a acurrucar su cabeza contra su pecho como una gatita necesitada, envolvió sus hombros con uno de sus musculosos brazos para apretujarla más hacia él. Lori, al sentir la firmeza y calidez de su cuerpo, finalmente recuperó su sonrisa, por lo que levantó el rostro y, perdiéndose a sí misma en esos penetrantes ojos azules que tanto le encantaban, lo felicitó y le dio un tierno beso en la mejilla.
Las dos mujeres se separaron de aquel abrazo, luego de que Lincoln les dijera que necesitaba hacer algo importante en su cuarto. Leni, dando brinquitos, se dirigió al sofá para terminar de saludar al resto de sus hermanas, pero Lori, antes de poder seguir el ejemplo de su hermana, escuchó que la llamaban desde el piso de arriba.
—Lori, ¿puedes venir un minuto? Necesito tu ayuda con algo.
La rubia mayor puso su pie en el primer escalón y, haciendo caso omiso a las quejas de sus hermanas por no haber sido requeridas, empezó a subir, mientras sentía su corazón latir con más fuerza e intensidad con cada paso que daba. Cuando llegó al piso de arriba, Lori habría podido jurar que era capaz de escuchar sus propios latidos; sentía la cabeza ligera y todo le daba vueltas, pero, ignorando esas sensaciones, caminó por el largo pasillo, hasta quedar parada frente a la puerta de la habitación de su hermano. Tocó tres veces con los nudillos, tomó el picaporte con manos sudorosas y lo primero que vio al entrar fue a Lincoln sentado en el borde de la cama, mirándola fijamente con una expresión que sólo ella comprendía.
Cerró la puerta tras de sí, colocó el seguro y caminó hasta quedar parada frente a él.
—¿Y bien? —preguntó ella—. ¿Qué necesitas?
Los labios de Lincoln formaron una traviesa sonrisa.
—Lo sabes muy bien, Lori —dijo él, dedicándole una seductora mirada y estirando su brazo para tomar la mano de su hermana—. Ya no tenemos que contenernos, ¿sabes? Después de todo…, estamos solos…
A pesar de que la mujer se quedó quieta y no movió ni un sólo músculo, en realidad su mente estaba hecha un caos, pues las últimas palabras que salieron de la boca del hombre, como un peligroso hechizo, hacían eco en su consciencia una y otra vez, sin dar indicios de que llegarían a su fin. Pero era cierto…
Por fin estaban solos.
Así que, sin perder ni un segundo más, Lori se sentó en el regazo de Lincoln, tomó su apuesto rostro entre sus manos y, jadeando pesadamente, reclamó sus labios con hambrienta desesperación para unirse a él en un profundo beso que la llevó inmediatamente al éxtasis más puro del amor. La sensación, tal y como la había experimentado innumerables veces en el pasado, fue maravillosa, exquisita, insuperable en todos los sentidos: el contacto de sus labios era cálido y suave, pero sus movimientos poseían tal maestría y habilidad que cada pequeño empujón y contracción que éstos ejercían sobre los suyos hacían que ella gimiera deleitosamente y exhalara su dulce aliento dentro de la boca de su pareja. Entonces, aprovechando la pequeña brecha que se había abierto entre sus deliciosos labios como una compuerta que lo invitaba a conquistar hasta el último rincón de su ser, él deslizó su lengua con lentitud dentro de su boca y entró en contacto con la de ella para después enfrascarse en una erótica y húmeda danza cuyo único objetivo era doblegar la voluntad del otro y hacer que se rindiera ante el placer.
Pero Lincoln, no conforme con esto, decidió subir aún más el nivel de sus acciones, por lo que, siendo más atrevido, dejó que una de sus grandes manos descendiera lentamente por toda la espalda de Lori, acariciándola en todo momento, hasta llegar finalmente a su espectacular trasero. La sensación, como siempre, fue extraordinaria, totalmente fuera de este mundo, pues la firmeza, suavidad y abundancia de la carne de la mujer, aunada a la calidez de su cuerpo, era algo que no tenía comparación, era algo divino; y, por si fuera poco, con cada apretón que ejercía sobre ella, cual masajista experto, lograba escuchar la melodiosa y obscena sinfonía de los gemidos que ella desesperadamente trataba de amainar. Utilizó su otra mano para acariciar con ternura los mechones dorados de su cabeza y, posándola sobre su nuca, profundizó el beso.
Potentes descargas eléctricas recorrieron todo el cuerpo de Lori, desde la parte superior de la cabeza hasta la punta de los dedos de sus pies ante la apabullante fuerza de tan mágicas sensaciones. Sus enormes senos se presionaban provocativamente contra los cincelados pectorales de Lincoln, sus pezones erectos se pinchaban contra su ropa en un desesperado intento por salir de su prisión de tela y entrar en contacto con su piel, sus manos palpaban con descaro y asombro sus poderosos bíceps, y del centro de su feminidad comenzaban a brotar sus cálidos jugos como un pervertido manantial de lujuria cada vez que entraba en contacto con el masivo bulto que se frotaba ocasionalmente contra ella, causándole así un constante y placentero hormigueo.
Desafortunadamente, y siendo víctimas de su propia naturaleza como seres humanos, la falta de oxígeno en sus pulmones se hizo presente, por lo que, no pudiendo continuar, se separaron con un sonoro jadeo de cansancio y satisfacción, mientras un brillante y delgado hilo de saliva permanecía conectado a la punta de sus lenguas. Siguieron mirándose a los ojos por un par de segundos más, no queriendo que aquel maravilloso momento acabara, pues se encontraban tan inmersos el uno en el otro que daba la impresión de que se encontraban en un mundo totalmente ajeno al de los comunes, totalmente ajeno de todo lo que no fueran ellos dos. Sin embargo, sabiendo que tarde o temprano tendrían que volver a la realidad, rompieron por fin el silencio.
—Hey… —susurró Lincoln, apoyando su frente contra la de su hermana.
—Hey… —contestó Lori, acariciando con ternura la blanca cabellera de su hermano y jugando con unos cuantos mechones rebeldes.
—Me alegra ver que ya no estás enojada conmigo —declaró él con una pequeña carcajada.
—No estaba enojada… —dijo ella, desviando la mirada.
—Sí lo estabas.
—No es cierto.
—Lori…
—Ay, está bien —reconoció Lori tras soltar un pesado suspiro—. Admito que me molestó un poco que Leni se pusiera tan melosa contigo antes de que yo pudiera saludarte… ¡Pero la mayor parte de la culpa la tuviste tú!
—¿Eh? ¿Yo? —preguntó Lincoln evidentemente sorprendido—. ¿Y ahora qué hice yo?
—¡No te hagas el inocente! Leni prácticamente te estaba devorando a besos y tú bien que te dejaste, a pesar de que yo estaba literalmente frente a ustedes dos. —Se cruzó de brazos y giró el rostro indignada, pero, murmurando para sí misma, añadió—: Y eso no es justo. Únicamente yo puedo hacer eso…, ya que hoy es tu cumpleaños… y nuestro aniversario…
Dicho esto, Lori guardó silencio, mientras reflexionaba sobre las implicaciones y el peso de sus palabras. Después de todo, Lincoln, su hermano, su propio hermano menor, también era su novio y hoy cumplían su primer año de aniversario. Las circunstancias que rodeaban la formalización de su pecaminosa relación eran, por decir lo menos, extrañas; pero, la verdad sea dicha, la naturaleza misma de su relación ya era una irregularidad.
Como Lori bien recordaba, fue un suplicio para ella el hecho de aceptar que estaba enamorada de su hermano —e incluso darse cuenta de que sus sentimientos databan de mucho antes de que hubiera terminado con Bobby—, pero el verdadero sufrimiento vino más adelante, cuando repentinamente todas las mujeres que rodeaban a Lincoln empezaron a mostrar interés en él: chicas de su edad, chicas un poco más jóvenes que él, y hasta chicas mayores que él. ¡Todas, absolutamente todas, estaban detrás de su amado Linky! ¡Todas se habían convertido en unas horrendas harpías-roba-hermanos que lo único que buscaban era apartarlo de su lado!
Querían robarle su amor…
Pero ella no se los iba a permitir…
Por esta razón, Lori intentó volverse mucho más unida que nunca a Lincoln; porque, aunque en ese entonces ella seguía luchando contra sus fieros sentimientos que parecían no dar tregua alguna, tampoco estaba dispuesta a dejar que una mujer cualquiera pretendiera llegar como si nada y le quitara a su hermano, quien parecía alejarse cada vez más de ella, pese a sus esfuerzos de acortar la distancia entre ellos. Sabía que no era bueno ser tan posesiva, pero no podía evitarlo; le avergonzaba ser así, pero no podía evitarlo. Es por eso por lo que Lincoln, quien desde ya hace un tiempo había advertido el cambio tan brusco en el comportamiento de su hermana, se atrevió a encararla en la noche de su decimoctavo cumpleaños para intentar aclarar las cosas con ella y saber el porqué de su actuar.
La conversación, al principio, parecía ir por buen camino, pero poco a poco ésta se fue acalorando hasta el punto de terminar en una discusión, pues, desde la perspectiva de ambos, ninguno parecía ser completamente honesto con el otro. Entonces, en un arranque de amor, adrenalina, furia y dolor, Lori, entre lágrimas, tomó a Lincoln del cuello de la camisa y le gritó en la cara que lo amaba con todo su corazón, que lo amaba más que a nadie en el mundo, y que, a pesar de considerarse a sí misma como un fenómeno por haberse enamorado de él, ya no podía soportar ni un segundo más la infernal y dolorosa sensación de seguir reprimiendo todo el amor que sentía por él.
Luego de esto, la mujer cayó de rodillas, se tapó el rostro con ambas manos y rompió en llanto, pues creía que ése sería el fin de su relación con su hermano; así que se alistó para recibir todo su desprecio y su repulsión, y se preparó para el inminente momento en que su corazón fuera completamente destruido. Sin embargo, lo que sucedió después fue algo para lo que Lori definitivamente no estaba preparada, y eso fue que Lincoln, quien se había arrodillado frente a ella para limpiar sus mejillas a pesar de que ahora él también se encontraba llorando, le confesó que sentía exactamente lo mismo por ella.
La amaba.
Y fue precisamente por ese inmenso amor que él había empezado a poner una distancia entre ellos, ya que prefería mil veces sufrir en soledad por un amor nunca declarado y cuya voz era silenciada de la manera más cruel posible a lastimar a su querida hermana con la egoísta confesión de sus inmorales sentimientos. Pero cuando todo estuvo dicho, lo único que pudieron hacer en medio de la tribulación que atravesaban sus corazones fue unir sus labios en el primer beso que habrían de compartir como pareja, sellando así el destino de un futuro incierto, pero que era, a la vez, esperanzador.
Sintiendo que una mano acariciaba con tortuosa lentitud la delicada piel de sus muslos, Lori soltó un pequeño jadeo de sorpresa, por lo que, volviendo a la realidad, clavó su mirada en Lincoln, quien parecía disfrutar de lo lindo su actividad manual.
—¿Q-Qué crees que estás haciendo? —preguntó ella con un furioso sonrojo adornando sus mejillas y apretando los dientes, tratando con todas sus fuerzas que su voz sonara firme.
—Estoy consintiendo a mi amada y hermosa novia, quien, por lo visto, sigue siendo una celosa de primera —contestó él, dedicándole la más traviesa de sus sonrisas.
—No necesito que me consientas… Y no estoy celosa.
—Sí, sí, claro. Lo que digas.
—Sabes, debería convertirte en un pretzel humano por faltarme el respeto de esa manera.
Lincoln rio ante lo dicho por su hermana, pero, queriendo ver qué tan lejos podía llegar, alzó su otra mano y, partiendo desde el vientre de Lori, la fue deslizando lentamente hacia arriba, hasta llegar a la parte inferior de sus enormes y voluptuosos senos, de los cuales tomó uno para comenzar a apretarlo y masajearlo ligeramente por encima de la ropa, disfrutando a plenitud de su peso y firmeza, así como de su suavidad y belleza.
—¡Mmm~! —gimió la rubia—. ¡Oh~! D-Detente…
—¿Por qué? —preguntó el peliblanco continuando con sus movimientos.
—P-Porque… me voy a enojar… s-si no lo haces… ¡A-Ahhh~!
—Oh, ¿en serio? Pues déjame decirte que no te creo —le susurró él al oído, dejando que su abrasador y cálido aliento se extendiera por cada centímetro de su sensible piel exterior y se adentrara en su canal auditivo—. Además…, si no te gustara lo que te estoy haciendo, no te estarías frotando contra mí con tanto entusiasmo como lo estás haciendo ahora mismo…
Lori, para vergüenza suya, se dio cuenta de que, efectivamente, sus caderas se movían enérgicamente en varias direcciones sobre el regazo de su hermano, como si se tratase de un erótico baile árabe; pero antes de que pudiera hacer algo al respecto, gimió con más intensidad al sentir cómo el contorno de su oído era lamido lascivamente por una hábil y mojada lengua, para después convertirse en víctima de sus dientes, los cuales empezaron a mordisquear suavemente su blando y redondeado lóbulo.
La pasión se acrecentaba dentro de ella a una peligrosa velocidad que rápidamente dejaba su mente en blanco. Los movimientos de sus caderas aumentaron, por lo que se vio en la necesidad de morderse fuertemente los labios para mitigar los lascivos sonidos de su voz. Pero, cuando volvieron a cruzar miradas y empezaron a acercar lentamente sus rostros para enfrascarse en una nueva sesión de besos, un llamado a la puerta los interrumpió.
—Linky, Lori, ¿están ahí? —dijo Lily desde el otro lado de la puerta.
Los dos amantes se detuvieron en ese mismo instante. Lori, quien tenía el rostro ardiendo de un intenso color rojo, abrió tanto los ojos que sintió que en cualquier momento éstos se saldrían de sus cuencas, a la vez que se tapó instintivamente la boca con ambas manos. Lincoln, por su parte, tragó un poco de saliva y, tratando de sonar lo más normal posible, habló.
—Sí, Lily, aquí estamos. ¿Pasa algo?
—No, nada. Es sólo que las chicas me mandaron para preguntarles por qué se están tardando tanto.
—Oh, eso. Lo que pasa es que le estaba contando a Lori un pequeño problema que he tenido con unas cuantas chicas de mi clase y quería pedirle su consejo.
No recibió una respuesta inmediata del otro lado de la puerta.
—… Y-Ya veo… —volvió a hablar Lily—. Con que chicas, ¿eh?
—Exacto —dijo Lincoln, un poco confundido por el pequeño cambio en el tono de voz de Lily—, pero ya casi terminamos. Bajaremos en un minuto, ¿de acuerdo?
—Sí, de acuerdo.
El muchacho escuchó que la niña dio un par de pasos en dirección contraria de su puerta, por lo que, antes de que se pudiera alejar más, exclamó:
—¡Muchas gracias por subir, hermanita! ¡Te quiero!
Hubo un pequeño silencio, después se sintió en el piso el retumbar de un par de saltitos de alegría, y al final se escucharon cada vez más lejanos los pasos de la niña, quien se fue trotando de ahí.
La pareja esperó en completo silencio por unos segundos más, hasta que estuvieron completamente seguros de que ya no había nadie más en el segundo piso. Lori soltó un profundo suspiro de alivio.
—Dios mío… —dijo ella, mientras se llevaba una mano al pecho para intentar apaciguar el desbocado latir de su corazón—. Pensé que me moriría en cualquier instante.
—Sí, yo igual —convino él. Entonces, como si se le hubiera ocurrido la mejor idea del mundo, sonrió igual que un gato travieso y, repitiendo exactamente las mismas palabras que su hermana, dijo—: Y la mayor parte de la culpa la tuviste tú.
—¿Eh? ¿Disculpa? —preguntó ella estupefacta.
—Lo que oíste, Lori. Quiero decir, ¿alguna vez te has escuchado gemir? Sin duda suenas bellísima, pero también debo decirte que no sabes contenerte bien. —Luego se acercó a su oído y, con una voz ronca, susurró—: Estabas a punto de gritar mi nombre, y eso que todavía no te hago nada.
La mujer quiso taparse el rostro para que él no fuera testigo de la vergüenza que sentía en ese momento, pero fue incapaz de hacerlo, ya que el hombre sobre el que ella estaba sentada inmovilizó sus muñecas.
—Pero no te preocupes, mi amor —continuó susurrando él, mientras rozaba suavemente el borde de su oreja con sus labios—, porque esta noche planeo hacerte completamente mía.
Dicho lo anterior, y con el rostro ardiéndole como nunca, Lori se bajó del regazo de Lincoln sin decir nada. Pero a pesar de esto, cuando se sentó al lado de su amante, volteó a verlo y sonrió, porque, si bien se sorprendió enormemente por escuchar esas palabras salir de su boca, también era una realidad que aquello era lo que ella más deseaba con todo su ser.
Ella quería hacer el amor con Lincoln.
Ella quería entregarse completamente a él.
Pero, sobre todo, ella quería convertirse en su mujer.
Y por esa misma razón fue que habían decidido que éste sería el día destinado en el que por fin se unirían.
Ambos se levantaron de la cama, se acomodaron la ropa para que no quedara evidencia alguna de lo que habían hecho y así no levantar sospechas, se dieron un último y corto beso en los labios y bajaron con el resto de la familia para celebrar finalmente el decimonoveno cumpleaños de Lincoln.
La celebración, como era de esperarse en la casa Loud, fue un rotundo éxito, y el cual, principalmente, se debió a la gran experiencia de Leni y Luan para organizar fiestas, sin mencionar los esfuerzos combinados del resto de la familia para asegurarse de que este día fuera muy especial para él. Además, todo se sintió mucho más íntimo, ya que sólo la familia más cercana había sido la que asistió a la fiesta por petición de Lincoln, quien argumentó que otro día celebraría su cumpleaños con sus amigos, y que por ahora únicamente deseaba pasar tiempo con su familia.
La comida —cortesía de Lynn Loud Sr., y quien, por razones de trabajo según sus palabras, no se encontraba presente— había sido, por decir lo menos, realmente deliciosa: preparó pizza napolitana, pizza de albahaca, ensalada Waldorf, y su famosa lasaña casera. Lo único que tuvieron que hacer fue recalentar la comida y disfrutar al máximo, pero sin llenarse completamente, ya que la joya de la corona fue el pastel de cuatro chocolates que Lincoln y Luan habían horneado juntos. Entonces, entre anécdotas, conversaciones y risas, la familia terminó cantándole al único hijo varón la tradicional canción de cumpleaños, mientras que todas las hermanas luchaban entre sí por ser la que estuviera más cerca del muchacho, quien se limitó a reír y, una vez que terminaron, apagó las velas con un largo soplido.
Y hablando de eso, Luna, quien lucía realmente emocionada, llevó a Lincoln de la mano hacia la sala de estar y, tomando una guitarra acústica, le dedicó un pequeño concierto de tres canciones completamente originales, las cuales hablaban exclusivamente de él, de lo mucho que significaba para ella, y de lo mucho que lo amaba. Entonces, una vez terminada la presentación, la rockera, con las mejillas sonrojadas, se dirigió a su hermano y le dio un dulce beso en la mejilla, haciendo que éste le dedicara una deslumbrante sonrisa y que las demás mujeres de la casa se enfadaran y, posteriormente, se abalanzaran sobre su hermano para también besarlo.
Y al final, como era de esperarse, llegó la hora de abrir los regalos, siendo todos éstos realmente afines a los gustos y pasatiempos del peliblanco, el cual agradeció con entusiasmo cada uno de ellos. Siguieron conversando y pasando un tiempo agradable juntos en familia, pero, para cuando dieron las cinco en punto de la tarde, Lincoln se levantó del sofá y anunció que él y Lori ya debían retirarse, y aunque todas las hermanas, sin excepción alguna, se quejaron en voz alta por lo dicho por su hermano, también entendieron que no podían detenerlo, ya que él, como una petición especial de cumpleaños, les había externado con antelación que le gustaría pasar una tarde especial con todas y cada una de ellas. Y a pesar de que a todas les hubiera gustado ser la primera, al final fue la mayor la que, una vez más, terminó obteniendo ese privilegio.
Así, pues, la pareja se despidió del resto de su familia y, subiéndose al vehículo de la mujer rubia, emprendieron el viaje hacia su tan anhelado destino, el cual no era otro lugar que el departamento de Lori y Leni. El trayecto fue silencioso, solemne, casi llegando a una extraña ceremoniosidad que no era propia de una pareja joven como lo eran ellos dos; y, sin embargo, a Lori esto no le incomodó en lo absoluto, pues, a pesar de encontrarse en medio de aquel espeso silencio, la reconfortante sensación de la mano de Lincoln sobre su pierna, acariciándola con gentileza con su pulgar, hacía que todo lo demás fuera intrascendente, ya que la persona que más amaba se encontraba junto a ella. Y para cuando menos lo esperaron, ya se encontraban aparcados en el estacionamiento exclusivo del edificio.
Lori, con una pequeña sonrisa, soltó un tímido: «Llegamos», y Lincoln, devolviéndole el gesto, le agradeció el viaje y le dio un fugaz beso en la punta de la nariz. Ambos bajaron del automóvil y, tomándose de las manos, caminaron a través de la recepción del edificio —la cual, para su buena fortuna, se encontraba completamente desierta—, se dirigieron hacia el elevador, subieron los pisos correspondientes sin decir nada y sin soltarse ni un sólo segundo, pero cuando finalmente se encontraron frente al departamento, tuvieron que separarse un momento para que la mujer pudiera abrir la puerta. Sacó las llaves de su bolso y fue entonces cuando se dio cuenta de lo mucho que estaba temblando; tenía las manos sudorosas (algo, pensó, que seguramente su hermano había advertido), su respiración era pesada e irregular, y su pulso cardíaco era tan intenso que habría podido jurar que era capaz de escuchar los latidos de su corazón. Pero a pesar de todo, no vaciló, por lo que, introduciendo la llave en el cerrojo, por fin abrió la puerta de su tan ansiada felicidad.
—¿T-Te gustaría tomar algo? —ofreció la mujer con cortesía, luego de entrar primero al departamento, mientras miraba el suelo avergonzada.
De repente, ella sintió que un par de fuertes y musculosos brazos envolvían su cintura por detrás, a la vez que una voz gruesa y sensual le susurraba al oído unas palabras que la hicieron estremecerse.
—Sí. A ti.
Con un hábil y rápido movimiento, Lincoln hizo que Lori se girara hacia él y, sin darle tiempo a reaccionar, unió sus labios con los de ella en un profundo y erótico beso que, sin lugar a duda, poseía un gusto muy distinto al habitual, y el cual le generó un placer tan desconocido y prohibido como lo podía ser la más antigua de las tentaciones. Así que, levantando sus propios brazos para envolverlos alrededor de la ancha y corpulenta espalda de su amante, se dejó consumir por el poderoso fuego del amor que ardía con infernal vehemencia dentro de su ígneo corazón y permitió que todas sus emociones, instintos y deseos tomaran el control de su cuerpo.
—¡Mmmph~! ¡A-Ahhh~! ¡Mmm~! —gemía Lori desde lo más profundo de su garganta, mientras se dejaba llevar por las deliciosas e increíblemente placenteras sensaciones que su hermano, con el más pequeño y delicado de sus roces, lograba causarle.
Así que, en medio de la sala, continuaron con su apasionada sesión de besos y caricias, en la cual ambos dieron rienda suelta a todo el deseo que sentían por el otro, sin restricciones y sin dar tregua alguna: sus suaves y mullidos labios, los cuales se encontraban sellados a la perfección por los del peliblanco, eran constantemente masajeados con movimientos gentiles e igualmente firmes; y esto, aunado al hecho de que sus húmedas y flexibles lenguas se encontraban danzando en lenta y sensual sincronía, le generó a la mujer un indescriptible placer que logró amainar la fuerza de sus piernas, dejándolas temblorosas y sumamente sensibles. Entonces Lincoln, aprovechando su gran fuerza, tomó a Lori de las caderas y, deleitándose con la divina sensación de su cálida y suave carne contra sus palmas, la cargó de tal forma que ella instintivamente rodeó su cintura con sus extremidades inferiores y la llevó en esa posición hacia su habitación. Una vez dentro, él se sentó en el borde de la cama y, volviendo a unir su boca con la de ella, retomaron aquel dulce beso que, poco a poco, con cada tormentoso y eterno segundo que pasaba, se iba tornando cada vez más obsceno.
Ya no sólo usaban sus bocas, sino que ahora también usaban sus manos para recorrer con ellas el inexplorado terreno de sus cuerpos que se encontraban enardecidos por la lujuria máxima: la mujer, tal y como había hecho horas atrás, exploró con asombro y perversión el torso bien trabajado de su hermano, desde sus musculosos y amplios pectorales, los cuales le dieron la impresión de ser iguales a placas de metal templado, hasta sus sólidos abdominales rasgados, mismos que delineó lentamente con su dedo índice; y el hombre, desprendiéndose por completo de todos sus límites, empezó a darle un masaje de tejido profundo al firme e increíblemente sensual trasero de su amante, con el único objetivo de otorgarle el placer más puro que alguna vez hubiera recibido en toda su vida. Amasaba la carne, la apretaba, la soltaba, y se volvía a apoderar de ella inmediatamente después, y con cada acción de sus diestras manos, al igual que el musico más virtuoso de todos, él lograba componer una maravillosa sinfonía de gemidos que, desde su punto de vista, era la melodía más bella y erótica de todas.
Pero lo mejor de todo, lo que más le estaba gustando, es que ahora podía escucharla tanto como quisiera, puesto que ya no había necesidad alguna de contenerse. Entonces, decidido a intensificar y perfeccionar su lasciva composición, Lincoln llevó sus labios hacia el cremoso, esbelto y vulnerable cuello de Lori y comenzó a besarlo con tortuosa lentitud, mientras disfrutaba inmensamente del dulce sabor de su piel. La mujer gritó y, aferrándose a la blanca cabellera de su hermano, se permitió gozar de ese delicioso placer que inmediatamente hizo que se derritiera: al principio, su hábil y demandante lengua se movía de un lado a otro con gran seguridad, al igual que lo haría una perversa serpiente rosada, dejando tras de sí un húmedo y reluciente rastro de saliva caliente por toda la superficie de su erizada piel, la cual reaccionaba al instante a las electrizantes sensaciones que le provocaba el hecho de que él soplara aire frío sobre esa zona; pero después, sin previo aviso, se convirtió en la afortunada víctima de sus dientes, los cuales mordisqueaban suavemente su cuello exactamente en sus puntos más sensibles, logrando así que una lasciva expresión de éxtasis se le pintara en el rostro.
El hombre se separó de esa parte de su cuerpo y, subiendo directamente hasta su oído, volvió a invadir la parte más profunda del sensible canal auditivo de la mujer con su potente y abrasador aliento, e inmediatamente después, con ese tono de voz ronco y sensual que tanto le encantaba a ella, gruñó unas palabras que sonaron más bien como una orden.
—Quítate la ropa.
—D-De acuerdo… —articuló ella, apenas con un hilo de voz, mientras acataba obedientemente la sicalíptica orden de su hermano menor.
Al momento de levantarse del regazo de Lincoln, Lori, para vergüenza suya (y disfrute de él), se dio cuenta de que, en los pantalones del muchacho, se había formado una gran —y más que visible— mancha de humedad en la zona donde ella había estado sentada hace tan sólo unos instantes, luego de ser incapaz de contener las reacciones naturales de su cuerpo. Bajó la mirada con un intenso sonrojo adornando sus mejillas, y se llevó una mano a la entrepierna, mientras que, con el otro brazo, se abrazaba a sí misma.
Pero a pesar de esto, y sintiendo que la penetrante mirada del hombre no se despegaba ni un segundo de ella, cobró valor y comenzó a desvestirse lentamente, quedando así únicamente en ropa interior, la cual consistía en un conjunto de lencería increíblemente sexy de color azul cielo: el brasier con encaje apenas y lograba cubrir una tercera parte de la vasta amplitud de sus tentadores y suntuosos senos, sin mencionar que, a través de la tela, se podía vislumbrar el contorno de sus erectos pezones; y la mini tanga, cuyos bordes traseros se perdían en medio de la hendidura de sus enormes y firmes nalgas, ahora daban la impresión de ser traslúcidos, debido a que el área de su entrepierna se encontraba tan empapada que incluso se podían apreciar rastros de sus cálidos jugos escurriéndose eróticamente por la parte interna de sus muslos, hasta llegar a sus rodillas.
Una vez liberada de sus prendas, la mujer, quien se removía ansiosa en su lugar, por fin se atrevió a volver a mirar a su amante y, al hacerlo, una ola de adoración, placer, deseo y expectación la inundó por completo, pues lo único que se podía distinguir en los ojos de éste era el inmenso amor que sentía por ella, así como la insoportable y ardiente lujuria que lo quemaba por dentro. Estuvo a punto de tomar asiento una vez más sobre sus piernas, pero antes de poder hacerlo, el peliblanco se levantó, la tomó por la cintura y dijo:
—Ahora quítame la ropa.
Esta vez Lori ni siquiera contestó verbalmente: se limitó a tragar el nudo en su garganta y asintió; estiró sus temblorosas manos en dirección de su hermano, se dirigió al cuello de su camisa y comenzó a desabrocharle los botones. Uno a uno, éstos iban cediendo, y mientras más bajaba, más visible se volvía la tentadora imagen de sus bien trabajados músculos, hasta que, finalmente, su torso desnudo en forma de V se presentó ante ella en su total plenitud. Ahora no sólo se enfocó en apreciar la impresionante definición de sus abdominales rasgados y sus pectorales cincelados, sino que también se deleitó con la varonil imagen de sus anchos y fornidos hombros, así como con la de sus robustos y poderosos brazos.
Instintivamente, la rubia se pegó al cuerpo del peliblanco, acurrucó su cabeza contra su fuerte pecho e inhaló el embriagante aroma de su incomparable esencia masculina con pervertida necesidad, mientras se aferraba a su corpulenta espalda en un abrazo lleno de deseo. Entonces, decidiendo ser más atrevida, la rubia empezó a acariciar suavemente con las puntas de los dedos cada una de las líneas que dividían los músculos del hombre, mientras que, dedicándole una mirada llena de sensualidad, besaba y chupaba con moderada fuerza la piel de su tronco, haciéndolo suspirar con gozo y dejándole pequeñas marcas rojizas en el pecho y abdomen. Lori volvió a erguirse y, poniéndose de puntitas para rodear el cuello de Lincoln con sus brazos, pegó su cuerpo al suyo completamente, apretando lascivamente sus monumentales senos contra sus pectorales y moviéndolos tentadoramente de arriba hacia abajo.
No obstante, y antes de que pudiera unir sus labios con los de su amante una vez más, abrió sus hermosos ojos azules desmesuradamente, pues fue entonces que por fin lo sintió: un objeto colosal e impresionantemente duro que picaba sus piernas constantemente, como si intentara salir a la fuerza de su prisión de tela. No tuvo que bajar la mirada para saber exactamente de qué se trataba, pero el sólo pensamiento de saberse como la responsable de que su hermano se encontrara en ese estado la hizo sentir un primitivo placer femenino que la hizo morderse el labio inferior, mientras apretaba sus muslos uno contra el otro, buscando apaciguar de alguna manera el insoportable cosquilleo que provenía de su muy sensible y más que empapada intimidad, y de la cual continuaba manando su dulce miel.
No obstante, ahora se sentía mucho más ansiosa que antes, por lo que, cuando llevó sus manos a la hebilla de su cinturón y trató de quitárselo, le resultó muy difícil de lograr: sus manos, brazos y piernas temblaban como si estuviera expuesta a temperaturas de frío extremo, cuando en realidad sentía el calor más intenso que alguna vez hubiera experimentado en toda su vida; la cabeza le daba vueltas, pues le resultaba imposible concentrarse cada vez que le robaba miradas al apolíneo cuerpo de su hermano o a los cautivadores orbes azul cerúleo que él llamaba ojos; y su corazón retumbaba contra su pecho con tal potencia que llegó un punto en el que pensó que moriría de felicidad. Pero aquello era algo simplemente inaceptable, pensó Lori, pues todavía quedaba mucho por vivir, ser y hacer con Lincoln.
Así que, con un último esfuerzo, y algo de ayuda de su parte, la mujer logró quitarle los pantalones al hombre, quien se quedó únicamente con un par de calzoncillos ajustados de color negro, y cuya tela era estirada obscenamente por la gigantesca erección de su miembro viril. Además, la definición de sus musculosas piernas servía para completar y potenciar enormemente la varonil imagen que se presentaba ante ella.
Una mano la hizo levantar la mirada con delicadeza, y cuando se encontró con la traviesa sonrisa de Lincoln, sus mejillas se tiñeron de un bonito color carmesí. Entonces cerró los ojos y, sin dudarlo ni un instante, le ofreció sus labios a su hermano, quien los aceptó gustoso. Sin embargo, esta vez ninguno de ellos quiso acelerar las cosas y disfrutaron de un contacto lento y suave, cuya candidez no parecía propia de dos personas que estaban a punto de entregarse a sí mismos a la pasión más pura y desenfrenada de sus vidas, pero así fue; y aquel virginal beso les permitió recordar la liberadora sensación que experimentaron sus corazones cuando ambos supieron que su amor era correspondido, sin importar lo que pudieran decir los otros de ellos. Y es que, para muchos, la naturaleza de su pecaminosa relación podía ser catalogada como extraña e inmoral, pero para ellos, que habían luchado desesperadamente contra sus sentimientos por tanto tiempo, resultaba reconfortante y liberador ser capaces de finalmente vivirla cada día como si fuera el último.
Poco a poco, la infernal llama de la pasión que sentían el uno por el otro se reavivó con mucha más fuerza e intensidad que antes, por lo que ambos amantes se subieron a la cama; y Lincoln, recargándose contra la cabecera capitoneada, sentó a Lori entre sus piernas, acurrucó su rostro contra su nuca e inhaló el dulce aroma que desprendía su cabello. Usó los dedos de su mano izquierda para peinar unos cuantos mechones dorados que se interponían entre su rostro y el de ella para besar sus mejillas, mientras le susurraba al oído frases como: «Te amo tanto, Lori», «Me encanta todo de ti», y «Siempre estaré a tu lado, sin importar qué», las cuales hacían que la mujer se derritiera y la obligaran a luchar contra el impulso irrefrenable de llorar de alegría. Se dejó mimar un largo rato por sus besos inocentes y caricias dulces, hasta que, en un cierto momento, Lincoln le preguntó:
—¿Estás lista?
A lo que ella, con el corazón retumbándole en el pecho, pero sin dudar ni un segundo de lo que deseaba desde lo más profundo de su ser, se volteó para verlo, le dio un fugaz beso en los labios y, con la mayor honestidad del mundo, respondió:
—Sí.
E inmediatamente después, la mujer soltó un profundo suspiro de satisfacción, luego de que el hombre hundiera su rostro en su cuello y exhalara su abrasador aliento para que éste se extendiera por toda la superficie de su sensible piel como una potente ola de calor. Sin embargo, esto sólo sirvió como una pequeña prueba de lo que estaba por venir, pues sus grandes manos fueron subiendo lentamente desde su vientre bajo, pasando por su lindo ombligo, hasta llegar a la base de sus espectaculares senos, para así finalmente apoderarse de ellos, haciendo que un fuerte gemido femenino reverberara por toda la habitación. Masajeó con delicadeza los costados y la parte inferior de sus suaves montes, mientras se aseguraba en todo momento que sus movimientos —los cuales iba alternando constantemente entre caricias circulares y apretones suaves— fueran más que placenteros para su hermana, la cual sólo se limitaba a asentir y retorcerse entre sus brazos. Así que, decidiendo ser más atrevido, deslizó sus manos por debajo del brasier para amasar la esponjosa y firme carne con avidez, a la vez que se deleitaba con la sensación de sus duros e hinchados pezones contra sus palmas desnudas.
—¡A-Ahhh~! ¡Mmm~! ¡Aahhhh~!
Pero no conforme con esto, Lincoln tomó sus hermosos botones rosados, sabiendo perfectamente que se encontraban increíblemente sensibles, y los empezó a retorcer, pellizcar y jalar con sus dedos pulgar e índice como si buscara ordeñarla, mientras trazaba hábilmente con la punta de su mojada lengua todo el contorno de su oreja y mordisqueaba su redondeado lóbulo. Y aunque Lori se mordió fuertemente los labios para intentar no perder la cordura, de su garganta siguió emergiendo una secuencia de gemidos guturales que se iban intensificando conforme su amado hermano seguía estimulándola. Los segundos se convirtieron en minutos de éxtasis puro que parecían extenderse hasta la eternidad, pero que, al mismo tiempo, daban la impresión de irse en un suspiro. La pobre mujer ya no sabía si se encontraba en el cielo o en el infierno, pero, para ser honesta, eso ya no le importaba en lo más mínimo, pues el inenarrable placer que sentía en ese momento se presentaba ante ella como su única e inigualable realidad; y el deseo que invadía cada centímetro de su cuerpo y nublaba hasta el recóndito más profundo y oscuro de su mente la enardecía de tal modo que no era capaz de formar sus propios pensamientos.
Así que Lincoln, exhibiendo una deslumbrante y pícara sonrisa, siguió estimulando sus senos con una sola mano, mientras dejaba que la otra descendiera lentamente por todo su vientre, hasta llegar finalmente a la caliente intimidad de Lori, la cual acarició con un sólo dedo por encima de la empapada tela, haciendo que ella apretara los dientes, se aferrara con desesperación a las sábanas y soltara un potente chillido para evitar eyacular —cosa que, al final, logró con muchísimo esfuerzo—, ya que, aunque se sentía deseosa de llegar a la culminación, también estaba en juego su orgullo como mujer, pues, desde su perspectiva, no podía permitir que algo tan simple como ese simple roce la volviera loca de placer.
El peliblanco trazó varias veces con lentitud todo el contorno que podía verse perfectamente a través de la traslúcida prenda, levantó su dedo y observó con pervertida fascinación cómo un hilo de aquel abundante y viscoso fluido se adhería a la yema de su dedo como una brillante telaraña que seguía conectada al centro de su feminidad, hasta que ésta se rompió y quedó colgando de su dedo, agitándose lascivamente en el aire. El hombre se relamió los labios y, sin esperar a que la jadeante mujer abriera los ojos, volvió a dirigir su mano a su entrepierna; sólo que esta vez tomó la prenda con dos dedos, la hizo a un lado, y entró en contacto por primera vez con la suave y delicada piel desnuda de su monte de Venus.
—¡Hyah~! ¡Mmmnnghh~! ¡Aaahhhhhh~! —gimió Lori con más fuerza e intensidad que nunca, mientras dejaba que su hermano masajeara hábilmente sus tiernos labios mayores con sus dedos anular e índice y acariciara con delicadeza sus lubricados labios menores con el dedo medio.
—No te contengas, Lori —gruñó Lincoln, luego de pellizcar uno de los pezones de su hermana, mientras aumentaba poco a poco la velocidad de la masturbación—. Déjalo salir.
Entonces, sin dar previo aviso y sin esperar una respuesta de su parte, Lincoln mordió su cremoso cuello y atacó sin piedad alguna su palpitante clítoris, dándole caricias circulares y uno que otro empujón que, finalmente, llevaron a su amante al límite de su resistencia. Una poderosa corriente eléctrica recorrió su cuerpo en un instante, crispando todas y cada una de sus terminaciones nerviosas, haciendo que los espasmos musculares se extendieran por toda su zona pélvica, y logrando así que Lori explotara en un intenso y placentero orgasmo que la hizo soltar un estridente grito, mientras expulsaba violentamente sus cálidos jugos, empapando por completo la mano de su hermano, a la vez que una enorme mancha se formaba sobre las sábanas.
Sin embargo, Lincoln, poseído por el espíritu de la lujuria —mismo que fue potenciado a niveles exorbitantes en el preciso momento en que vio el rostro extasiado de su hermana—, adquirió una actitud que hasta él mismo denominaría como «cruel», por lo que, no permitiendo que Lori asimilara todas las maravillosas sensaciones que su cuerpo y su mente se encontraban experimentando en medio de su alucinante clímax, insertó una parte de su dedo medio en su apretada, caliente y húmeda vagina y comenzó a penetrarla dulcemente, entrando en contacto una y otra vez con su punto G, mientras que, con el dedo pulgar, seguía frotando su pequeño botoncillo rosado.
—¡Nnnnnnggghhh~! ¡No, Lincoln~! ¡Hyaahhhh~! ¡Espera, por favor~! ¡Aún estoy muy sensible~! ¡Aaaahhhhhhhh~!
Así que, alcanzando la cúspide una vez más —pero sin habérsele permitido bajar del todo de ella—, Lori arqueó la espalda hasta el límite, dobló los dedos de los pies y, con una erótica expresión pintada en el rostro, sin importarle en lo más mínimo que lágrimas corrieran libres por sus mejillas y que un largo hilo de saliva colgara desvergonzadamente de la punta de su lengua, echó la cabeza para atrás y eyaculó con más ímpetu e intensidad que la primera vez, mientras sus paredes vaginales se aferraban con eufórica fuerza al dedo que seguía profanando su intimidad.
Un minuto después, el peliblanco retiró su dedo del interior de la agotada rubia, quien se había desplomado sobre su pecho, retorciéndose entre sus brazos, sin ser capaz de controlar las constantes contracciones involuntarias de sus piernas, mientras respiraba erráticamente, luchando por llenar sus pulmones de oxígeno y dando la impresión de que con cada exhalación salía vapor de su boca. La erizada piel de todo su cuerpo se encontraba cubierta por una fina capa de sudor que le otorgaba un tenue brillo nacarado, pero que no se comparaba con el interior de sus muslos, que se encontraban glaseados casi en su totalidad por su dulce almíbar femenino, y el cual Lincoln no pudo evitar comparar con la miel más apetitosa del mundo. Se relamió los labios, redirigió su atención a su mano, la cual se encontraba en el mismo estado, la levantó y deslizó sus pegajosos dedos dentro de su boca, degustando por fin el exquisito sabor de su amada hermana, quien, al ver esto, sintió un placentero escalofrío recorrer su columna vertebral.
—Mmm… —ronroneó Lincoln con una sonrisa gatuna plasmada en su atractivo rostro y lamió una última vez las yemas de sus dedos—. Eres deliciosa, hermanita.
—P-Por favor, no lo digas de esa forma —suplicó Lori, sintiendo la sangre correr a sus mejillas.
—¿Por qué no? Sólo digo la verdad —respondió él, mientras acariciaba la sensible piel de sus muslos y luego añadió—: Después de todo, aún no he tenido suficiente de ti.
Dicho esto, Lincoln tomó a Lori con firmeza y, aprovechándose de las escasas fuerzas que le quedaban a la mujer en ese momento, cambió la postura en la que se encontraban con un sólo movimiento, dejándola acostada junto a él, haciendo que se tomara un momento para deleitarse con la preciosa imagen de su amada hermana mirándolo fijamente, a pesar de encontrarse sumamente avergonzada y con las mejillas teñidas de un bonito color carmín, pues ella pensó que su novio reanudaría su ataque de inmediato para acabarla completamente, pero no fue así, ya que él, dedicándole una deslumbrante sonrisa que hizo brincar su corazón, acarició con ternura sus mejillas para después besar cada una de las hermosas facciones de su rostro; y aunque esto al principio la sorprendió, se dio cuenta casi de inmediato que la intención de su hermano al hacer esto era dejarla descansar, por lo que cerró los ojos y, agradeciéndole internamente su amable gesto, se dejó consentir un largo rato por el dulce y suave roce de sus labios sobre su rostro y el de sus diestras manos sobre su cuerpo, las cuales terminaron por quitarle las últimas prendas que cubrían su desnudez, con excepción de sus medias, dejándola así en su máximo esplendor.
Sin embargo, pasado el tiempo pertinente y sintiéndose lista para lo que vendría, Lori levantó su mano derecha para peinar la larga cabellera blanca de Lincoln, quien, al observar el rostro de su novia y analizar su expresión, supo que podía continuar. Gateó sobre ella con la misma habilidad con la que lo haría un depredador que se encontraba frente a su presa para quedar cara a cara y, dándole un último y casto beso en la boca, prosiguió con su labor. Fijó su mirada una vez más en sus enormes y firmes senos, principalmente en sus apetecibles y erectos pezones, los cuales parecían temblar y endurecerse aún más con su penetrante mirada, por lo que acercó poco a poco sus labios a esos blancos y cremosos montes para besarlos, logrando arrancarle un ruidoso gemido a la dueña de éstos, y alimentando la lujuria que embriagaba sus sentidos. Con la punta de su húmeda lengua trazó varios círculos alrededor de las areolas, disfrutando de cada momento y de cada reacción, sin apresurar las cosas, hasta que, en un cierto momento, motivado por un deseo primitivo, decidió atrapar entre sus labios uno de sus tentadores botones rosados para succionarlo con intensidad.
—¡Mmmph~! ¡Kgh~! ¡Ohhh, Linkyyyy~!
Mientras se dedicaba a lamer, chupar y mordisquear el sensible pezón de uno de sus senos, casi como si esperara que en cualquier momento empezara a brotar deliciosa leche materna de éstos, amasaba con fruición el otro, siempre asegurándose de estimular cada centímetro de su cremosa piel; y cada vez que alternaba sus movimientos para cambiar de objetivo, le daba una último y profundo beso al duro pezón que sus dientes liberaban, y el cual terminaba cubierto en su totalidad por una brillante capa de saliva caliente que servía a la perfección para potenciar la estimulación, ya que él soplaba una corriente de aire frío sobre éste.
Lori se encontraba en medio de un placentero trance que nublaba sus sentidos y acrecentaba su ardiente necesidad por unirse a Lincoln; pero a pesar de esto, y como si hubiera recobrado el control de sí misma, por su mente transitó una ola de los recuerdos más felices de su infancia, siendo la llegada de su hermano el más alegre de todos. Recordó a sus padres entrar por la puerta principal con un hermoso bebé de cabello blanco como el de su abuelo entre sus brazos, así como recordó la primera vez que lo cargó, la primera vez que jugó con él, y la primera vez que lo escuchó reír. Todos y cada uno de esos recuerdos los guardaba con amor dentro de su corazón, pues el protagonista de éstos era su hermano, su novio, su amante, su todo.
Y ahora esperaba que juntos siguieran creando hermosos recuerdos en el camino.
Porque ellos escribirían su propia historia y, en un futuro, crearían su propia familia.
Lori volvió a la realidad y se permitió disfrutar a su gusto de todo lo que Lincoln le seguía haciendo. Minutos después, cuando él se separó de sus bellos montes con una enorme sonrisa de satisfacción pintada en el rostro, cruzaron sus miradas, lo cual la hizo temblar con anticipación, pues ella pudo ver claramente reflejadas las intenciones del hombre en sus ojos y supo perfectamente lo que vendría a continuación. Su cuerpo entero ardió en llamas cuando él comenzó a trazar un camino ininterrumpido de besos húmedos que iban desde la parte inferior de sus pechos, atravesaban toda la línea media de su vientre, y pasaban lentamente por su ombligo hasta llegar al monte de Venus.
Lincoln, incapaz de contener su asombro y excitación, soltó un jadeo al quedar a escasos centímetros de la gloriosa compuerta de su amada novia e inhaló el fresco aroma femenino que perfumaba el aire de la habitación como una seductora fragancia que nublaba su juicio como si se tratase de un poderoso afrodisíaco. Entonces, haciéndole caso a sus instintos, hizo el rostro para adelante y besó profundamente la suave y tierna piel de la vulva de Lori, quien soltó un estridente grito que la hizo llevarse ambas manos a la cabeza y tomarse desesperadamente del cabello para evitar perder la cordura al sentir los labios que cubrían y marcaban cada pequeño rincón de su zona púbica, pero siempre evitando a propósito la entrada de su vagina. Así estuvieron por un par de tortuosos minutos que a la mujer se le hicieron eternos e insoportablemente lentos, pero cuando la tensión llegó a su punto máximo y ella estuvo a punto de suplicarle a su pareja que dejara de atormentarla de ese modo, que le diera por fin la liberación sexual que tanto necesitaba, que hiciera con su cuerpo lo que le plazca y la llevara una vez más al cielo, él dirigió su boca al centro de su feminidad y, luego de exhalar una gran ola de su abrasador aliento sobre la apetitosa y rosada carne, le dio un largo lengüetazo. Y tras tomarse un segundo para degustar su maravilloso y dulce sabor, uno al que se volvería inminentemente adicto, comenzó a practicarle una intensa sesión de sexo oral.
—¡Hyaahhhh~! ¡Mmmnnghh~! ¡Aaahhhhhh~! —gemía Lori como una desquiciada, ya no importándole en lo más mínimo el contenerse. No obstante, la cuestión aquí es que, incluso si ella hubiera podido contenerse, incluso si hubiera encontrado la manera de controlar su cuerpo para no entregarse por completo al placer sobrenatural que ahora mismo se encontraba experimentando, no lo habría hecho. Es más, ni siquiera lo hubiera intentado, pues su mente y su cuerpo ahora mismo se encontraban en un plano que iba más allá de lo que alguna vez hubiera podido imaginar.
Lincoln continuó lamiéndola enérgicamente, disfrutando de cada espasmo, cada gimoteo y cada reacción que lograba arrancarle a su hermana, mientras apresaba sus largas piernas entre sus brazos, ya que ella no dejaba de patalear y retorcerse en la cama debido al inmenso placer que nunca había experimentado y al que definitivamente no estaba acostumbrada. «Afortunada o desafortunadamente para ti, Lori, esto apenas comienza», pensó él con una lujuria como ninguna otra, aumentando la velocidad de los movimientos de su lengua, y sintiendo cómo el sudor le bajaba lentamente por la espalda. Fue entonces que abrió la boca, devoró su vulva por completo y, aplicando cierta succión en la húmeda cavidad de su vagina, continuó trazando con la lengua de arriba hacia abajo la extensión de su abertura, dándole ocasionales empujones a su clítoris con la punta de ésta, para después penetrar su interior con lentitud.
Las calientes y resbaladizas paredes vaginales se cerraron sobre su órgano rosado con eufórica fuerza, comprimiéndola en su totalidad con cada pliegue de su palpitante carne que parecía contraerse más y más con cada empuje y caricia que él ejercía en ella. Y gracias a esto, Lori se encontraba delirando, disfrutando de un placer tan inenarrable que no le permitía controlar su cuerpo ni pensar con claridad para hilar tan siquiera una sola palabra coherente, ya que de su garganta únicamente emergía una intensa secuencia de gemidos guturales que se combinaban con un incoherente balbuceo; sus ojos rodaban en todas direcciones y pequeños hilos de saliva se escurrían descuidadamente por su barbilla, sirviendo como prueba visual del estado en el que se encontraba. Sin embargo, en el momento en que sintió que Lincoln volvía a entrar en contacto con su punto G brincó en su lugar y, con una expresión de sorpresa máxima, se le erizó toda la piel como si le hubieran echado un balde de agua helada, pero que, a la vez, parecía elevar peligrosamente la temperatura de su cuerpo. Ambos cruzaron miradas, y cuando los labios del hombre se fueron curvando poco a poco hasta formar una depredadora sonrisa, la mujer supo que estaba acabada.
Él reanudó su ataque inmediatamente, pero esta vez éste poseía una energía diferente a la que había utilizado hace tan sólo unos segundos, luciendo ahora como un prisionero de una lujuria animal que invadía cada célula de su cuerpo, convirtiéndolo en un instrumento que cuyo único propósito y deseo era proporcionarle placer a su pareja. Y eso es precisamente lo que estaba logrando con creces. Lo que había comenzado como una melodiosa sinfonía de gemidos y suplicas que iban in crescendo se convirtió en una caótica cacofonía de estridentes alaridos, dignos de una mujer que había abierto la caja de Pandora y ahora se encontraba maravillada por su prohibido contenido. Él siguió atacando su punto dulce con la punta de su lengua, aumentando la fuerza y velocidad de sus movimientos con cada segundo que pasaba y, como cereza sobre el pastel, deseando llevar a su amante al paroxismo del placer, llevó su dedo pulgar a su hinchado e impresionantemente sensible clítoris para frotarlo enérgicamente de forma circular. Hasta el último nervio de Lori se crispó, enviando impulsos eléctricos que se extendieron por cada rincón de su cuerpo, tensando cada uno de sus músculos. Ella se aferró con gran desesperación a la blanca cabellera de Lincoln y, sintiendo cómo cada pensamiento, cada anhelo y cada elemento que la convertían en una mujer se unían en perfecta sincronía para crear y liberar el orgasmo más poderoso que haya tenido en su vida hasta ahora, curvó los dedos de los pies, echó la cabeza para atrás y, con la expresión más erótica y obscena de todas pintada en su extasiado rostro, acompañada por lágrimas que corrían libremente por sus mejillas, con todas sus fuerzas aulló:
—¡ME VEEENGOOOOOO~!
Con sus paredes vaginales contrayéndose con antinatural fuerza, y sintiendo cómo las deliciosas contracciones orgásmicas que comenzaban desde su pelvis se extendían por todo su cuerpo a una velocidad vertiginosa, Lori eyaculó desde lo más profundo de su ser, mientras se sacudía una y otra vez sobre la cama. Los dulces jugos femeninos salieron disparados desde su cálido interior con la misma potencia e intensidad de un géiser, mismos que Lincoln, sin pensárselo ni una sola vez, bebió con una avidez digna de un vagabundo que por fin había encontrado un oasis en medio del desierto; y aunque los había consumido casi en su totalidad, los chorros que no entraron en su sistema azotaron el aire y salpicaron el colchón, el pie de cama, e incluso algunas gotas llegaron hasta el suelo. Y para cuando su alucinante orgasmo llegó a su fin un par de minutos después, Lori quedó hecha un desastre sobre la cama: su cuerpo seguía sufriendo de ocasionales espasmos que la hacían mover ligeramente sus extremidades como si le estuvieran aplicando leves descargas eléctricas, y su lengua quedó colgando lascivamente fuera de su boca, mientras que sobre la almohada donde se encontraba apoyada su cabeza empezaba a formarse una gran mancha húmeda que combinaba sus lágrimas y su saliva.
El peliblanco acercó sus labios una vez más a la palpitante vagina de la rubia, y le dio un último pero apasionado beso que la hizo soltar un sonido que se asemejaba al maullido de una gatita cansada, lo cual hizo que él no pudiera evitar soltar una risita por la ternura que le provocó esa linda reacción. Él se irguió y volvió a gatear sobre ella, pero con la enorme diferencia de que la mujer no se dio cuenta de esto, hasta que sus rostros quedaron a escasos milímetros de tocarse.
—A-Ahhh… L-L-Linky… Y-Yo… —balbuceó ella, perdiéndose a sí misma en el profundo azul cerúleo de sus ojos y sintiéndose algo desorientada.
—Shh… —la interrumpió él, dándole una serie de tiernos besos en la frente, las mejillas, las pestañas y la nariz—. No tienes que decir nada, ¿de acuerdo? Sólo relájate y deja que te consienta un poco.
Luego de decir esto, Lincoln se recostó junto a Lori, la envolvió entre sus brazos y se dedicó a acariciar suavemente su dorada cabellera, mientras le susurraba al oído lo hermosa que era y lo encantadora que se veía llegando al clímax. Y aunque esto le fascinaba a la mujer, pues se sentía tan especial, tan protegida, y tan amada por el hombre al que ella amaba —y que, de habérsele presentado la oportunidad, se habría quedado a vivir por siempre en su pecho—, aún había algo que no se sentía correcto, que la hacía sentir incómoda, por lo que, antes de que él pudiera besarla una vez más, ella detuvo sus labios con delicadeza.
—¿Qué pasa? —preguntó él.
—N-No… —articuló ella, en un hilo de voz.
—¿Mmm?
—No es justo… que sólo sea yo… la que recibe todas tus atenciones…
Lincoln entendió a lo que ella se refería y soltó una pequeña carcajada.
—Lori, no te preocupes. A mí me encanta hacer esto por ti. Es mi placer.
—Lo sé…, pero… ahora soy yo la que desea hacerte sentir bien…
Dicho lo anterior, Lori se montó sobre Lincoln y ahora fue ella la que intentó gatear seductoramente encima de él, a pesar de que sus movimientos fueran algo torpes por los constantes temblores que seguían atacando sus piernas. Está de más decir que ver los ojos llenos de lujuria y deseo de su amante no hicieron otra cosa que excitar aún más a la mujer, quien desvió su propia mirada hacia el más que bien trabajado torso que se exhibía frente a ella; acercó su rostro hacia sus músculos, los cuales poseían un tenue brillo nacarado por la fina capa de sudor que los cubría, y comenzó a lamer y chupar sus pectorales, disfrutando enormemente del sabor de su cálida piel, para después deslizarse lentamente por sus abdominales (a los que les dio un beso a cada uno), hasta encontrarse finalmente con la única prenda que apenas lograba contener su masculinidad.
El rostro de Lori ardió con tanta intensidad que toda la piel de su rostro había adquirido un profundo color carmesí y su respiración se hizo cada vez más pesada, pues había tomado el resorte de su bóxer con sus temblorosos dedos, pero nunca se atrevió a quitárselos, y conforme pasaban los segundos, más nerviosa se ponía. Pero Lincoln, quien acarició su cabellera con comprensión, tomó su mentón para que ella lo viera a los ojos y le susurró que se arrodillara. La mujer así lo hizo con lentitud para evitar caer de bruces contra el suelo, y cuando hubo asegurado sus rodillas firmemente sobre el piso, alzó la mirada para encontrarse únicamente con la imponente y sensual figura de su hermano parado frente a ella. El hombre tomó el pliegue de su prenda y, sin romper en ningún momento el contacto visual con su hermana, comenzó a tirar lentamente de ella, hasta quedar completamente desnudo.
Y si hay algo que se tenga que decir al respecto, es que Lori se encontraba más que sorprendida con la irreal imagen que se presentaba ante ella, ya que, a pesar de haberse intentado hacer una idea de cuál era el tamaño de su hermano, ahora podía decir con seguridad que jamás se habría acercado a la obscena verdad: su pene no era grande, era enorme. Tanto que, inconscientemente, se mordió el labio inferior, mientras frotaba sus empapados muslos uno contra el otro.
—D-Dios… —susurró ella, soltando un tembloroso suspiro, pues, a pesar de sentir su cuerpo arder con una lujuria infernal que avivaba la llama de sus más profundos deseos, se llegó a preguntar en un fugaz segundo si realmente sería capaz de soportar todo… aquello.
A lo largo y ancho de su tronco se podían apreciar las gruesas venas que se extendían por toda la superficie de su piel en recorridos sinuosos que atraían su mirada hacia la hinchada y enrojecida punta que coronaba su erección, sin mencionar los dos enormes testículos que colgaban pesadamente debajo de su entrepierna. Sin embargo, sintiéndose como si estuviera en medio de un sueño febril, Lori estiró su mano derecha instintivamente hacia adelante y envolvió sus finos dedos alrededor del monumental miembro viril, el cual era tan caliente, duro y grueso que simplemente no pudo evitar soltar un jadeo de impresión al compararlo con una barra de acero ardiente; además, su grosor era tal que la punta de su dedo medio y el pulgar no llegaban a tocarse en ningún momento.
Con cierta virginal timidez, empezó a mover su mano de arriba hacia abajo, deslizándose a lo largo del rígido tronco, y sintiendo cómo cada cierto tiempo éste palpitaba en su mano como respuesta a sus atenciones. Se sentía nerviosa, insegura de su habilidad para complacer a su hermano, pero en el momento en que escuchó a Lincoln soltar un profundo suspiro de gozo fue que un primitivo placer femenino se apoderó de sus sentidos y tomó el control de sus acciones, ya que, si de algo estaba segura, es que quería ser la responsable del placer de su amado hermano. Lori afianzó su agarre, y aunque no se preocupó por acelerar el ritmo de sus movimientos de inmediato, éstos definitivamente habían cambiado, pues ahora eran mucho más eróticos y provocativos que hace unos momentos. Unos cuantos minutos después, decidió utilizar su otra mano, poniéndola encima de la otra, para seguir masturbándolo; pero a pesar de hacer esto, ella se dio cuenta al instante de que ni haciendo esto podría cubrir la totalidad de su pene. Así continuó por un buen rato, hasta que sus esfuerzos parecieron rendir frutos cuando de la uretra de su novio empezó a gotear una copiosa cantidad de brillante líquido preseminal, llegando hasta sus manos y lubricando sus palmas. De repente, él la obligó a levantar la mirada, y al hacerlo se encontró con una pícara sonrisa que hizo brincar a su corazón.
—¿Qué pasa? —preguntó ella, sin detener los movimientos de sus brazos.
—Te ves tan endemoniadamente sexy ahora mismo, Lori —afirmó él, soltando otro suspiro de satisfacción.
—G-Gracias —contestó ella, sintiéndose repentinamente avergonzada por ese simple cumplido, creando así un irónico contraste entre su pequeño sonrojo y su obscena manualidad.
—Sin embargo —continuó él—, creo que ya es tiempo de subir el nivel de las cosas.
—¿Eh? ¿A qué te refieres?
La sonrisa de Lincoln se ensanchó.
—¿A qué crees tú que me refiero?
La única respuesta de Lori ante aquella insinuación fue otro tembloroso suspiro que escapó de sus labios, ya que, aunque no lo pareciera, su mente se encontraba hecha un caos total. Y no era porque no quisiera complacer a Lincoln, sino que simplemente no creía que fuera capaz de hacerlo. Después de todo, ¿cómo demonios se suponía que abriera la boca de esa manera? ¡Era imposible! ¡Impensable! Sin embargo, sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando sintió un espasmo entre sus manos y vio hipnotizada cómo otra gran gota de sus viscosos fluidos brotaba de la punta, quedando así colgada de ésta, mientras se balanceaba lascivamente de atrás hacia adelante frente a ella. Sin pensarlo, la mujer acercó su rostro hacia la apetitosa red y, relamiéndose los labios, la atrapó con su lengua. «Es tan bueno…», pensó ella, disfrutando enormemente del sabor de su hermano, mientras sus ojos se iban oscureciendo por la lujuria. «Pero ahora… quiero mucho más…»
Sus labios se dirigieron directamente hacia el hinchado glande y, sintiendo cómo un almizclado e intoxicante aroma masculino inundaba sus fosas nasales, privándola de toda su racionalidad, invadiendo su mente y potenciando sus deseos, le dio un amoroso beso, para después adherirse firmemente a él, aplicando una gentil succión que le permitía degustar a su gusto su adictivo líquido preseminal directamente de la fuente. El sabor parecía explotar en sus papilas gustativas, y con cada segundo que pasaba, de su empapada vagina también goteaba abundantemente su dulce néctar femenino sobre el piso, formando así un diminuto charco debajo de ella.
Con su húmeda lengua recorrió toda la longitud de su carnoso tronco con movimientos zigzagueantes que ocasionalmente eran acompañados por besos de sus suaves y mullidos labios. Pero siendo consciente de que esto simplemente no sería suficiente, Lori le dio un par de largas caricias más con sus palmas sudorosas para prepararse mentalmente, se posicionó frente a la cabeza de su pene y, abriendo su boca tanto como podía, comenzó a engullir lentamente una parte del masivo miembro viril. Como era de esperarse, sintió un pequeño e incómodo dolor en la mandíbula que, con el pasar de los segundos, se fue desvaneciendo poco a poco; sus manos se aferraron a los musculosos muslos de su hermano y, cerrando los ojos, se mantuvo quieta por unos cuantos momentos para intentar acostumbrarse a su tamaño y grosor. No obstante, cuando escuchó a Lincoln gruñir con una voz ronca que no denotaba otra cosa más que placer, inmediatamente comenzó a balancear su cabeza de atrás hacia adelante, su único objetivo siendo complacer a su amado hermano y seguir escuchando esos sonidos que la volvían loca de deseo.
Sus primeros movimientos fueron lentos y cautelosos, pero a medida que su confianza aumentaba, también lo hacía su ritmo, yendo cada vez más rápido, más fuerte, más profundo, embistiendo impetuosamente su cabeza de atrás hacia adelante, completamente enajenada de la realidad, como si nada fuera más importante que lo que estaba haciendo en ese preciso momento. Con sus carnosos labios color rojo fresa acariciaba dulcemente el engrasado tallo —todavía masturbando la parte que simplemente no podía meterse a la boca—, mientras que con su hábil órgano rosado recorría de manera circular su glande, a la vez que le daba pequeñas lamidas al frenillo, logrando así que un abundante chorro de burbujeante líquido preseminal rezumara de la uretra y se extendiera por toda su lengua.
—¡Mmmmmm~! —ronroneó Lori, disfrutando enormemente de su adictivo e inigualable sabor y sin dejar de practicarle esa placentera felación que saturaba el interior de su cavidad oral con una mezcla de su saliva y sus fluidos masculinos al punto en que, además de lubricar a la perfección la cabeza de su pene, éstos se escurrían de la comisura de sus labios.
La mujer llevó una de sus manos al escroto de Lincoln, del cual colgaban varios hilos plateados de saliva que ondeaban lascivamente en el aire en respuesta a sus movimientos, para masajear sus grandes y pesados testículos, esperando que de este modo se potenciara el placer que le estaba proporcionando. Los espasmos que sintió dentro de su boca sin duda actuaron como una respuesta positiva a sus acciones, lo cual la animó a chupar con mucha más pasión e intensidad que antes, llenando la habitación de indecentes sonidos de succión, mientras utilizaba su paladar y el interior de sus ahuecadas mejillas para masajear la punta.
Sin embargo, luego de encontrarse un largo tiempo en esa misma posición, Lori, sintiéndose cansada y derrotada, se retiró poco a poco de su masivo miembro viril, con sus labios aun aferrándose a su grueso tronco, hasta que, con un chasquido húmedo, soltaron la gorda cabeza, haciendo que toda la superficie de su barbilla quedara empapada por una mezcla espumosa de líquido preseminal y saliva que se escurría lentamente por su cuello. Se encontraba jadeando pesadamente, con sus senos subiendo y bajando a un ritmo irregular al tratar de controlar su entrecortada respiración. No obstante, en vez de tomarse un minuto para descansar, la mujer, cuyo juicio se encontraba nublado por completo por una espesa e intoxicante neblina sexual que no le permitía pensar en nada que no fuera su hermano, levantó el rostro para verlo directamente a los ojos, y una vez que cruzaron sus miradas, le dedicó una pícara sonrisa que sirvió como preámbulo de su próxima acción.
Lori llevó sus dos manos a la parte inferior de sus exuberantes montes y los levantó, haciendo resaltar su forma y tamaño de una manera tan hermosa que simplemente ella lucía irresistible; así que fue inclinándose lentamente hacia adelante, hasta que el pene de Lincoln finalmente quedó envuelto en medio del valle de sus senos, con una parte de su tronco sobresaliendo a través de su escote, dejando así la roja e hinchada punta a escasos centímetros de su boca; y aunque él ya se encontraba lo suficientemente lubricado como para que ella empezara a moverse, igual frunció sus labios un par de veces y dejó caer una abundante cantidad de saliva sobre su pene para recubrirlo aún más con una viscosa y reluciente capa de baba.
Sintiéndose satisfecha, ella comenzó a mover sus monumentales senos de arriba hacia abajo a lo largo del enorme miembro viril que palpitaba con cada roce de su suave y esponjosa piel. Y conforme los gruñidos de Lincoln aumentaban tanto en cantidad como en volumen, también lo hacían la intensidad de sus movimientos, los cuales emitían sonidos pegajosos e indecentes que agregaban mucho más erotismo a la pervertida escena. Entonces, sin dar previo aviso y sin que nadie se lo pidiera, Lori volvió a abrir la boca tanto como podía y comenzó a chupar con vehemencia su glande.
—¡Ahhh, sí! —exclamó el peliblanco, echando la cabeza para atrás y acariciando la dorada cabellera de su hermana para que continuara—. No te detengas. Lo estás haciendo increíble. ¡Oh, sigue chupando, Lori!
Escuchar la ronca voz del hombre felicitándola le produjo a la mujer una indescriptible felicidad que aumentó su lujuria y su afán por complacerlo, siendo ése su principal objetivo. El placer aumentaba conforme pasaban los minutos, así como lo hacían las contracciones, volviéndose más frecuentes y potentes. Y entonces, no pudiendo soportarlo más, apretando con fuerza sus dientes y tensando todos los músculos de su cuerpo, Lincoln dejó salir un rugido animal y eyaculó con una fuerza sin precedentes que dejó pasmada a Lori, quien dejó de envolver su pene con sus senos y se aferró una vez más a sus caderas, ya que no podía creer que éste pudiera expandirse de tal forma, otorgándole un tamaño aún más impresionante.
La primera y voluminosa descarga de su perlado semen salió disparada con gran fuerza directamente en el fondo de su garganta, inundando completamente su boca, y haciendo que ella abriera tanto los ojos que daba la impresión de que éstos se saldrían de sus cuencas en cualquier momento. Lágrimas de éxtasis se aglomeraron en sus ojos, mientras se dedicaba a tragar desesperadamente su espesa y cremosa dádiva; pero antes de que pudiera terminar de hacerlo, él disparó su segunda descarga, la cual era igual o quizá más abundante que la anterior, deshaciendo todo su trabajo y llenando sus mejillas mucho más que antes. Varios riachuelos de semen que habían escapado por las comisuras de sus carnosos labios, los cuales seguían rodeando eróticamente el palpitante y enorme pene de su hermano, fluían libremente por su barbilla, para después recorrer su terso cuello, y finalmente llegar a sus firmes y suntuosos senos, escurriéndose así en varias direcciones hasta quedar colgando como perladas gotas de sus rosados y duros pezones, o hasta deslizarse y perderse en el profundo valle de su escote.
No obstante, Lori no se dio cuenta de nada de esto, pues su mente se hallaba en un lugar muy apartado de la realidad, su juicio se había visto obnubilado por la concupiscente naturaleza de sus acciones y las reacciones que éstas conllevaban, y su corazón se encontraba rebosante de sentimientos y pasiones que nunca creyó que podría experimentar. Lo único en lo que podía pensar, sin embargo, era Lincoln. Y para cuando él disparó su tercera descarga, haciendo que su sabor, su textura y su esencia invadieran todos sus sentidos como una intoxicante neblina que poseía una poderosa energía sexual, arrancándole la última pizca de cordura que le quedaba, dejándola ebria de placer, la mujer curvó los dedos de los pies y llegó al clímax.
—¡MMMNNGHH~! —gimió Lori con los ojos desorbitados por el éxtasis, mientras una nueva ola de su dulce néctar femenino manaba desde las profundidades de su vagina, empapando sus muslos, rodillas y pantorrillas, dejando el suelo debajo de ella completamente mojado.
Pero a pesar de esto, el musculoso hombre siguió eyaculando, liberando descarga tras descarga de su cremoso semen dentro de la desbordante boca de su hermana, quien, a pesar de haber tosido un par de veces porque le resultaba imposible consumir todo lo que él le ofrecía sin atragantarse, todavía se encontraba en la cumbre de su propio orgasmo. Y para cuando aquella monumental experiencia llegó a su fin, Lincoln fue retirando lentamente su masivo miembro viril de la boca de la mujer, deleitándose con la suave sensación de sus carnosos labios aferrándose a su grueso tronco, dejándolo reluciente con una mezcla de su plateada saliva y su albo esperma, hasta que éstos soltaron la enorme punta con un húmedo sonido de chasquido.
A Lori le tomó unos cuantos momentos recuperarse del suceso, pero cuando lo hizo, levantó la mirada, la cual se encontraba nublada por la lujuria y exhibió lascivamente el semen que aún quedaba dentro de su boca, exhalando pesadamente su cálido aliento, dando la impresión de que éste emitía vapor. Y cualquiera que hubiera visto los despampanantes ojos azul zafiro de la mujer habría podido jurar que sus pupilas se habían convertido en corazones.
—Haaa… Haaa… E-Eso fue… Eso… Vaya… —jadeó ella, luego de tragar un par de veces más su abundante semilla masculina, hasta no dejar ni una sola gota.
—Lo sé. Se sintió tan jodidamente bien —concordó él con una seductora sonrisa, mientras acariciaba tiernamente la dorada cabellera de la mujer con su mano y observaba cómo un par de largas hebras de sus fluidos combinados seguían uniendo sus labios a la abultada cabeza de su pene.
Y un minuto después, luego de ponerse de pie con ayuda de Lincoln, pues sus piernas temblaban como una hoja que se encontraba a merced del viento, ambos amantes terminaron acostados sobre la cama, con ella encima de él, y se enfrascaron una vez más en una apasionada sesión de besos, en la cual exploraban sin reservas sus desnudos y sudorosos cuerpos con sus manos. Las palmas de Lincoln se sentían como fuego contra su sensible piel, erizándola por completo; sus firmes y esponjosos senos se presionaban lascivamente contra sus fuertes y duros pectorales, frotando así una y otra vez sus erectos pezones contra él; la carne de sus enormes y espectaculares nalgas estaba siendo masajeada y estrujada con una prodigiosa habilidad; y su empapada vagina se frotaba lentamente contra su ardiente pene, recorriendo de arriba hacia abajo toda la longitud del sólido tronco con sus suaves labios mayores, dejando en él un rastro de sus viscosos fluidos, y haciéndola gemir deleitosamente dentro de su boca cada vez que su glande estimulaba su palpitante clítoris.
Los dos se encontraban completamente inmersos en el placer que se proporcionaban mutuamente, siendo incapaces de pensar, sentir o concentrarse en algo que no fueran ellos. Y aunque Lincoln se sentía deseoso por hacer suya a su querida hermana en ese preciso momento, a la mujer que lo volvía loco de amor y lograba despertar en él pasiones desenfrenadas que iban más allá del entendimiento humano, decidió tomarse las cosas con calma para disfrutar de este divino momento al máximo. Después de todo, lo único que él realmente poseía era el presente y no planeaba desperdiciar ni un sólo segundo de éste cuando se encontraba junto a su Lori. Porque, aunque ellos dos siempre habían estado juntos desde el principio, condenados por el destino como si se tratara de una cruel broma el hecho de que tuvieran que compartir la misma sangre con la persona que más amaban, él lucharía para que ambos permanecieran juntos para toda la eternidad.
—Te amo, Lori —declaró él, una vez que se separó de esos deliciosos labios que tanto le encantaban, mientras veía con satisfacción cómo el brillante hilo de saliva que seguía conectando sus lenguas se iba alargando poco a poco, hasta que éste finalmente se rompió.
—Y yo te amo a ti, Lincoln —respondió ella con los ojos cristalizados, mientras observaba con adoración su atractivo rostro y acariciaba gentilmente su cabellera blanca—. Te amo como no tienes una idea…, pero…
—¿Pero? —preguntó él, utilizando el tono de voz más tranquilo de todos, a pesar de sentir que un miedo añejo, aunque bastante conocido para él, comenzaba a rodear con sus frías garras su alterado corazón.
La mujer desvió el rostro un momento, soltó un apesadumbrado suspiro y, cuando volvió a mirar a su amado hermano a los ojos, no pudo evitar que dos pequeñas perlitas de agua se deslizaran lentamente por sus mejillas.
—Pero tengo miedo…
—¿Miedo? ¿Miedo de qué?
—De que todo esto sea un sueño, de que todo esto termine en cualquier momento —confesó ella con voz temblorosa, compartiendo por fin uno de sus más grandes temores en este mundo. Entonces, recargando su cabeza sobre su hombro, se permitió seguir derramando lágrimas y continuó—: Cada momento que paso junto a ti es como una bendición, pero siempre me agobia la idea de que alguien venga y destruya nuestro pequeño mundo, ése que tanto nos costó construir a ti y a mí. Eso siempre suele suceder cuando las cosas van bien y no quiero que eso nos pase a nosotros, no quiero que mi felicidad contigo acabe nunca. Te amo tanto que el mero pensamiento de estar separada de ti me destroza el alma… ¡Eres lo mejor que me ha pasado en la vida, Lincoln!
Un denso silencio inundó la habitación, haciendo el ambiente cada vez más pesado para Lori, quien volvía a sentir el peso del mundo caer sobre sus hombros. Pero antes de que pudiera recostarse sobre el hombro de Lincoln para sollozar silenciosamente, éste tomó su hermoso rostro entre sus manos y la hizo verlo directamente a los ojos, en los cuales únicamente podía ver reflejado un inmenso amor que la conmovió de tal forma que, por un instante, olvidó por completo todas y cada una de sus inseguridades y temores.
—No tienes nada que temer —susurró él, limpiando sus encharcadas mejillas con sus pulgares, mientras besaba con ternura su frente y sus pestañas, buscando transmitirle de algún modo la seguridad que tanto necesitaba—. Porque, aunque este momento te parezca un sueño, puedo asegurarte de que es muy real. Mi cuerpo, mi voz, mi corazón, ¿no los sientes? Yo soy real, y el amor que siento por ti lo es aún más. Es por eso por lo que quiero que sepas que siempre estaré contigo, pase lo que pase. No estoy dispuesto a perderte, por lo que jamás me separaré de tu lado. Tú eres mi mundo, y mientras estés conmigo, no me importa lo que otros puedan decir o pensar sobre mí. Te amo, Lori, y eso es algo que nunca va a cambiar.
Con esa última declaración, el hombre guardó silencio y se quedó contemplando el rostro de Lori como si éste fuera el paisaje más bello del mundo; pero cuando menos lo esperó, su hermana inclinó la cabeza hacia adelante y, en un instante, se apoderó de sus labios para besarlo como si no hubiera un mañana. Y aunque el sabor de sus besos ahora poseía un gusto ligeramente salado debido a las lágrimas que brotaban de los ojos de la mujer con mucha más intensidad que antes, Lincoln llegó a la conclusión de que ahora mismo se encontraba saboreando el momento más dulce de su vida. Y con eso, la llama de la pasión que ardía con tanta intensidad dentro de sus corazones finalmente explotó, convirtiéndose en una marea de fuego que los consumió por completo.
—Linky… —jadeó Lori, utilizando el tono de voz más amoroso y necesitado que había utilizado en toda su vida, mientras sus vidriosos ojos le dedicaban una mirada llena de deseo y en la que únicamente se podía ver reflejada la lujuria en su estado más puro—, por favor…, hazme tuya…
Sin esperar a que se lo repitieran, Lincoln, de un sólo movimiento, manipuló a Lori en la cama, dejándola debajo de él; y aunque le hubiera gustado tomarse mucho más tiempo para admirar la divina belleza de su novia, pues ésta se veía mucho más encantadora y sensual que nunca, ya no podía contenerse ni un segundo más. Sus instintos más salvajes tomaron el control de sus acciones y, en lugar de rendirle culto a la Diosa que se presentaba ante él, decidió que él se convertiría en el mortal que la reclamaría y la haría completamente suya.
Ella, por su parte, abrió sus piernas por cuenta propia y, como si se encontrara en un trance, observó embelesada cómo las caderas de su novio se encontraban bastante alejadas de las suyas, a la vez que él alineaba la lubricada punta de su colosal pene con la entrada de su empapada vagina. Y aunque cualquier otra mujer se habría sentido intimidada por lo que estaba a punto de pasar, preguntándose una y otra vez si realmente podría ser capaz de soportar todo lo que el hombre que se presentaba ante ella pretendía darle sin volverse loca, Lori, en su mente, suplicaba a los cielos que él la penetrara de una buena vez. Ya no pensaba en nada que no fuera él, ya no le importaba nada que no fuera él, porque, en ese preciso momento, lo único que deseaba era volverse una con su muy amado Lincoln.
Él empujó sus caderas, y una vez que la punta entró con algo de esfuerzo, comenzó a adentrarse lentamente en la más que apretada, caliente y húmeda cavidad. Sin embargo, no llegó muy lejos, ya que algo se interpuso en su camino; específicamente, una fina membrana que servía como barrera. Lincoln abrió los ojos a más no poder y, con el corazón retumbándole en el pecho, soltó un tembloroso suspiro.
—L-Lori…, ¿acaso tú eres…?
La susodicha le dedicó una dulce sonrisa con los ojos cristalizados, extendió sus brazos para abrazar su cuello y, como si le estuviera confesando un secreto, susurró:
—Feliz cumpleaños, mi conejito…
Y como si ella hubiera pronunciado las palabras más hermosas del mundo, Lincoln, comprendiendo la verdadera magnitud e importancia del acto que estaban a punto de consumar y lo significativo que esto era para ella, inclinó su cuerpo hacia adelante y, tomando el rostro de su amada hermana entre sus manos, la besó con el mismo anhelo con el que lo hizo la primera vez que confesaron sus sentimientos. Entonces la embistió, desgarrando así su himen y apoderándose de su virginidad, a la vez que el pequeño hilo de sangre que fluía de su vagina sellaba para siempre el destino que ambos habían elegido en nombre del amor.
Lori se aferró a la parte superior de su musculosa espalda y, mientras le enterraba las uñas en la carne, soltó un estridente gemido que provenía desde lo más profundo de su ser, el cual combinaba el dolor de sentir su tesoro atravesado por la masculinidad de su hermano junto con el inenarrable placer de finalmente haberse entregado a él. Pero a pesar de esto, Lincoln siguió introduciéndose cada vez más profundo dentro de ella, entrando en contacto con todos los puntos sensibles de los que ella tenía conocimiento y con los que ni siquiera sabía que tenía, estirándola como nunca creyó que fuera posible, y llevándola al paroxismo del placer cuando él alcanzó el lugar más profundo de su feminidad y presionó su esponjosa cérvix con su hinchada cabeza.
El campo de visión de la mujer fue inmediatamente invadido por una lluvia de estrellas que parecía no tener fin al ser incapaz de procesar el sobrenatural placer que crispó todas y cada una de sus terminaciones nerviosas, enviando así sensaciones pulsantes por todo su cuerpo como una poderosa corriente eléctrica que no daba tregua alguna y haciendo que todos los músculos de su cuerpo se tensaran. Y aunque ella envolvió inconscientemente la cintura de su amante con sus temblorosas piernas en un vano intento por conservar la cordura y recuperar el control de sí misma, ya no lo pudo soportar más y su devastada vagina comenzó a convulsionarse violentamente.
—¡HYYAAAAHHHHHHHH~! —gritó Lori con lágrimas de éxtasis corriendo libremente por sus mejillas, mientras sus abrasadoras paredes vaginales se contraían con fuerza alrededor del duro pene de Lincoln, impregnando cada centímetro de él con su dulce y erótica miel femenina, y sintiendo cómo todo su ser se estremecía al experimentar el orgasmo de su vida.
Sin embargo, antes de que la rubia pudiera descender de aquella maravillosa cumbre, el peliblanco movió sus caderas hacia atrás, retirándose lentamente de su interior, para inmediatamente después, con un único y firme empujón, volver a hundirse hasta el fondo y a la misma velocidad en su lugar más sagrado, logrando prolongar e incluso intensificar su alucinante clímax al aumentar exponencialmente su placer.
Lincoln repitió esta misma acción una y otra vez durante diez minutos para intentar que la mujer se acostumbrara de algún modo a su impresionante tamaño, moviendo constantemente sus caderas de atrás hacia adelante, y asegurándose de que sus estocadas fueran largas y profundas para disfrutar completamente de la tierna y resbaladiza sensación de su interior. La fina capa de sudor que cubría hasta el último centímetro de sus pieles les brindó un brillo nacarado que, además de producir sonidos húmedos y pegajosos que resonaban por toda la habitación cada vez que chocaban una contra la otra, también parecía evaporarse a medida que la temperatura de sus cuerpos enardecidos aumentaba. Entonces Lori, ostentando la expresión más lasciva de todas plasmada en el rostro, empezó a mover torpemente sus propias caderas con el afán de sincronizar su tempo con el de su hombre y así enfrascarse durante un largo tiempo en la danza más antigua de la humanidad.
—Estás muy apretada, Lori —gruñó él, sintiéndose como el dueño del paraíso, mientras besaba y lamía la tersa piel de su esbelto cuello.
—¡Aaahhhhhh~! ¡Mmmnnghh~! ¡Ohhh~! ¡Y tú eres demasiado grandeeeee~! —chilló ella con los dientes fuertemente apretados y sin ser capaz de pensar con claridad.
Al peliblanco se le formó una oscura sonrisa en los labios luego de observar la extasiada expresión de su hermana, la cual le pareció más encantadora y erótica que nunca, por lo que, actuando con una malicia de la que no se arrepentiría, le asestó una poderosa estocada que golpeó directamente contra su cérvix con tal intensidad que la rubia, por un instante, se olvidó de todo: de cómo gritar, cómo respirar y cómo reaccionar. Su mente se puso en blanco y su cuerpo entero se estremeció ante aquella nueva e inigualable sensación que la hicieron derretirse por completo.
—¿L-L-Linky?
—Lo siento, Lori —se disculpó él sin sentirlo realmente, luego de darle un casto beso en la mejilla—, pero ya no puedo contenerme por mucho más tiempo.
—¿A q-qué te r-refieres?
El hombre se acercó a su oído, exhaló su aliento para que éste se adentrara en su canal auditivo y, con una voz dominante que estaba llena de deseo, susurró:
—A que llegó la hora de ponerme serio, querida.
Dicho esto, y asestándole otra estocada igual a la anterior —que esta vez sí la hizo gritar— para reafirmar su postura, él reanudó los movimientos de sus caderas, pero con la gran diferencia de que ahora éstos poseían una energía muy diferente a la anterior, una energía tan primitiva y animal que era impulsada por la lujuria en su estado más puro. Con su masivo, grueso y duro pene estiró como nunca las abrasadoras, aterciopeladas y empapadas paredes vaginales de Lori, llenándola por completo y estimulando así todos sus puntos débiles: cada vez que se retraía, masajeaba intensamente su punto G con su enorme glande, y al hundirse hasta el fondo, golpeaba la puerta de su cérvix con tal fuerza que parecía que ésta cedería en cualquier momento y llegaría a tocar su tembloroso útero. Y con cada segundo que pasaba, él iba yendo cada vez más fuerte, más rápido, y más profundo dentro de ella, convirtiéndola así en una esclava del placer más intenso y auténtico que alguna vez hubiera sentido en toda su vida, lo cual la llevó a presenciar el cielo y el infierno al mismo tiempo.
—¡AAAARRRGGGHHHH~! ¡VAS A ROMPERMEEEEEEE~! —aulló Lori a todo pulmón como una desquiciada que se encontraba inmersa en un estado de frenesí sin igual tras experimentar de nueva cuenta otro feroz orgasmo de los tantos que ya le habían arrebatado el aliento y la capacidad de pensar con claridad, mientras que las pupilas de sus ojos se iban transformando en pequeños corazones en cuyo centro únicamente se podía vislumbrar el atractivo rostro de su amado hermano.
El éxtasis producido por el descomunal placer que la subyugaba una y otra vez no le permitía abandonar la cúspide de su clímax ni registrar todas y cada una de las deliciosas sensaciones que él le provocaba. Y Lincoln, sintiéndose fuertemente atraído por el hipnótico espectáculo de los grandes y jugosos senos de Lori rebotando de arriba hacia abajo, llevó su mano derecha a uno de sus cremosos y esponjosos montes para amasarlo a su antojo, dejando que el otro se balanceara libremente en el aire como un péndulo y disfrutando al mismo tiempo de la asombrosa sensación de su erecto pezón frotándose contra el centro de su palma desnuda, mientras que con su mano izquierda acariciaba licenciosamente la longitud de una de sus largas y sensuales piernas. Así estuvieron durante un largo, largo tiempo, haciendo que el vaivén de sus anhelantes cuerpos se volviera incluso más salvaje que antes, con sus enormes testículos chocando con fuerza contra la firme carne de sus espectaculares nalgas cada vez que la embestía.
—Estoy a punto de venirme, Lori —declaró él con el sudor bajándole por la frente y sintiendo cómo su zona pélvica comenzaba a tensarse. No obstante, inmediatamente después de ver que con esas palabras logró captar la atención de su hermana y sacarla de su placentero trance, se le formó una pícara sonrisa y añadió—: Y planeo hacerlo dentro de ti.
Esas simples palabras fueron más que suficientes para convertir la frágil consciencia de Lori en un caos total: su rostro ardió como nunca de un intenso color rojo carmesí, ya que era incapaz de procesar adecuadamente lo que su hermano le acababa de decir. ¿Acaso se había vuelto loco? ¡Él definitivamente no podía hacer eso! Porque, si lo hacía, indudablemente quedaría embarazada. Y si eso llegara a pasar, ¿cómo se lo explicarían a su familia? Tenían que planear mejor las cosas, pensar con la cabeza fría. Después de todo, no importaba lo mucho que deseaba convertirse en la madre de los hijos de Lincoln, ni las incontables noches con las que soñó con que este maravilloso momento sucediera, ni mucho menos la cantidad de veces que se masturbó al imaginarse cómo sería vivir esa experiencia. Tenía que tomar la decisión correcta. Y por eso era imprescindible que dejara de mover sus caderas con la lujuriosa intensidad con la que lo estaba haciendo ahora mismo, que dejara de abrazar con desesperada necesidad la ancha espalda de su amante con sus brazos como si le aterrara el simple hecho de separarse de él y que dejara de envolver con tanta fuerza su cintura con sus piernas como si quisiera evitar a toda costa que él saliera de ella. ¡Ella tenía que dejar de desearlo! Y sin embargo…
«¡¿Por qué tiene que ser tan jodidamente difícil?!», pensó la mujer completamente histérica, sintiendo cómo el ya de por sí enorme pene del hombre empezaba a inflamarse dentro de su pequeña y extremadamente apretada vagina hasta el punto en que parecía haber alcanzado el doble de su tamaño.
Pero Lincoln, a pesar de encontrarse al borde del orgasmo, decidió aprovechar su estado actual y empezó a rotar sus caderas cada vez que la penetraba para así frotar deliciosamente sus más que estiradas paredes vaginales con su masivo miembro viril, lo cual llevó a Lori a la cúspide del placer y la hizo replantearse en un fugaz instante si realmente era tan malo dejar que él eyaculara dentro de ella. Porque, aunque ella sabía que no debía pensar de esa manera y que era algo escandaloso, tampoco podía luchar contra los infernales deseos que se apoderaban de su determinación y que la hacían anhelar desde lo más profundo de su alma el recibir su apetecible y fértil semilla dentro de su ser.
Las palpitaciones se volvieron cada vez más intensas, y cuando él finalmente llegó a su límite máximo, Lincoln se hundió hasta el punto más profundo de su interior para empujar con ímpetu su esponjosa cérvix y soltó un potente rugido animal que sorprendió a Lori y la mantuvo plenamente consciente del momento exacto en que él quebraba su voluntad y expulsaba el primer monumental y aparentemente interminable chorro de su caliente, espeso y cremoso semen dentro de su devastada vagina. La segunda descarga, la cual fue tan inmensa como la anterior, fue más que suficiente para terminar de llenar su útero hasta el borde, haciéndola chillar y rechinar los dientes, mientras le enterraba las uñas en la carne con tanta fuerza que un par de ellas lograron sacarle sangre. Y para cuando él disparó su tercera descarga, Lori, sintiéndose como una mujer en toda la extensión de la palabra, echó la cabeza para atrás, formó un arco perfecto con su espalda, curvó los dedos de los pies, y con la expresión más erótica y obscena de todas plasmada en su precioso rostro, la cual era acentuada por las lágrimas de éxtasis puro que corrían libremente por sus mejillas y por la babeante lengua que quedó colgando lascivamente fuera de su boca con un largo hilo de saliva que pendía desvergonzadamente desde la punta, soltó el grito más ruidoso y ensordecedor que alguna vez haya escapado de su boca, mientras sus poderosos músculos vaginales se contraían con todas sus fuerzas alrededor de toda la longitud de su gigantesco pene, exprimiéndolo y bañando cada centímetro de él con su dulce y viscoso néctar femenino.
—¡ME VEEEEEENNNGGOOOOOOOOOOOO~!
Entonces Lori, no pudiendo soportar por mucho más tiempo la bestial magnitud del sobrenatural clímax que la llevó al paraíso, se aferró a su amante como si su vida dependiera de ello y terminó desmayándose entre sus fuertes brazos, pero con una tonta sonrisa pintada en los labios, mientras que él seguía eyaculando dentro de ella, inundándola mucho más allá de su capacidad. Y para cuando el extraordinario orgasmo de Lincoln había llegado a su fin, él soltó un gruñido de satisfacción al entrar y salir un par de veces más del interior de su hermana, logrando sacarle unos cuantos maullidos cansados de placer, mientras admiraba lujuriosamente el indecente espectáculo de sus desbordantes fluidos combinados que se escurrían lentamente por su grueso tronco y por sus voluminosos testículos, hasta derramarse sobre las más que empapadas sábanas, formando así un espeso y visible charco debajo de sus sudorosos cuerpos.
Un par de minutos después, la mujer recobró el conocimiento luego de sentir unos suaves y mullidos labios que acariciaban la tersa piel de su rostro y besaban dulcemente sus mejillas, pómulos, frente, nariz y párpados; y a pesar de que se encontraba totalmente exhausta, su cuerpo entero se sentía sumamente ligero. Ella también comenzó a devolver sus besos y sus caricias con toda la ternura del mundo, buscando transmitirle de alguna manera todo el amor y la devoción que sentía únicamente por él. Sin embargo, no pudo evitar soltar un lindo gimoteo al sentir cómo su intimidad seguía estando empalada por la sólida virilidad del apuesto hombre.
—¡Mmmph~! O-Ohhh, Linky… ¡Ah~! ¿C-Cómo es posible que aún puedas continuar? —preguntó ella, sintiéndose ligeramente intimidada por la hambrienta mirada que él le dedicaba.
—Ay, Lori…, esto es sólo el principio —declaró él con un tono de voz ronco, oscuro y muy atractivo.
El peliblanco manipuló con gran habilidad y maestría el cuerpo de la rubia, quien no tuvo tiempo de reaccionar, y la puso de manos y rodillas sobre la cama sin necesidad de desconectarse de ella, haciéndola exhibir de este modo su magnífico e increíblemente sexy trasero en forma de burbuja.
—Aparte —continuó él, relamiéndose los labios, mientras masajeaba religiosamente la suntuosa carne de sus firmes nalgas hasta el punto en que sus dedos parecían hundirse en ella—, recuerdo haberte dicho que te haría completamente mía… Bueno…, eso es precisamente lo que voy a hacer, mi amor. Así que vete preparando.
Y con esa última declaración, Lincoln fue retirándose lentamente del interior de Lori hasta dejar sólo la gorda cabeza dentro de ella; pero antes de hacer cualquier cosa, se quedó quieto por un momento para disfrutar de las deliciosas sensaciones que ejercían sus tiernos, palpitantes e hinchados labios mayores y menores sobre él, como si, inconscientemente, lo instaran a entrar una vez más. Entonces él, no pudiendo —ni queriendo— esperar más, se dejó llevar por sus más bajos instintos y, utilizando su propio semen como lubricante extra, le asestó a su hermana una brutal y poderosa estocada que chocó violentamente contra la frágil puerta de su cérvix, haciendo que ella perdiera el equilibrio de sus brazos, dejando así su rostro aplastado contra la almohada, y soltara un estridente alarido, mientras sus tórridas paredes vaginales se ceñían arrebatadamente a él por enésima vez.
Pero a diferencia de su primera ronda de sexo, esta vez Lincoln, sin perder ni un segundo, comenzó a bombearla vigorosamente, causando que sus cálidos y ricos jugos brotaran abundantemente de ella como una cascada con cada una de sus embestidas. Además, una de sus grandes manos se deslizó por debajo de su cintura para explorar su entrepierna y estimular su enardecido y sensible clítoris, obligando a Lori a morder las sábanas, quien trataba inútilmente de amainar la disonante cacofonía de sus gemidos salvajes, mientras que los fuertes sonidos de aplausos producidos por sus enormes nalgas al chocar con su abdomen bajo, aunados a los sonidos de chapoteo que provenían de su abusada y chorreante vagina, resonaban por toda la habitación como una erótica balada que musicalizaba su unión carnal y su incestuoso amor. Y aunque su consciencia desde hace mucho que había ascendido al nirvana para cederle todo el control de sus acciones a su cuerpo e intentar seguirle el ritmo, Lori supo, en un destello de claridad, que absolutamente todo de ella le pertenecía únicamente a su amado Linky: su corazón, su cuerpo, y su alma. Se había convertido en su mujer, su amante, su todo. Pero, así como ella ahora le pertenecía, él también se entregó por completo a la Diosa que tanto amaba y por la que estaba dispuesto a enfrentar al mundo entero para poder adorarla hasta el último día de su vida.
Y por las próximas largas e interminables horas, los dos amantes se olvidaron del resto de la existencia y se dejaron llevar por la lujuria para entregarse al placer más puro que alguna vez hubieran sentido en sus vidas, mientras la infernal llama de la pasión que seguía ardiendo vehementemente dentro de sus ígneos corazones fundía sus cuerpos para volverlos uno sólo.
Cuando terminaron, Lincoln tomó el lánguido cuerpo de la fatigada mujer entre sus brazos, quien se encontraba respirando pesadamente y balbuceando incoherencias, y la acostó sobre su pecho para dejarla descansar, mientras peinaba tiernamente los sedosos mechones de su larga cabellera. Con su otra mano tomó las sábanas, cuya tela estaba desgarrada en varios sectores gracias a ella, y los cubrió a ambos; pero en lugar de dejarse arrullar por los brazos de Morfeo e ir al mundo de los sueños, ella, sorprendentemente, se quedó despierta para seguir recibiendo sus mimos llena de gusto, mientras él admiraba su divina belleza. Entonces, en medio de la noche estrellada, siendo iluminados por la argentada luz de la Luna que se colaba por la ventana, Lincoln se levantó para tomar una cajita de terciopelo azul del bolsillo de su pantalón, la abrió para mostrar que el contenido era un bonito anillo de oro amarillo con un diamante que era enmarcado por dos pequeños zafiros, y se lo colocó en el dedo anular de la mano izquierda a una Lori que había comenzado a derramar lágrimas de absoluta e infinita felicidad, mientras repetía una y otra vez: «Sí, acepto». Luego de eso, nadie dijo nada y lo único que hicieron fue besarse dulcemente hasta la saciedad, sintiéndose como los seres humanos más dichosos de la Tierra.
En una enorme y linda mansión que se encontraba algo apartada de la ciudad, cubierta por frondosos e imponentes árboles que le daban un aire encantador, una preciosa niña rubia jugaba en el gran jardín delantero, el cual estaba repleto de flores de muchos colores. Corría, gritaba y reía, mientras sus padres, un apuesto hombre peliblanco y una hermosa mujer igualmente rubia, la veían llenos de amor. Sin embargo, sabiendo que tenían que irse pronto, la llamaron.
—Cariño, ¿puedes venir un momento por favor? —pidió la mujer con un tono de voz dulce y maternal.
—Sí, mami, ¿qué necesitas? —preguntó la niña, luego de trotar en dirección de los adultos.
—Tu papi y yo ya nos vamos para celebrar nuestro aniversario, por lo que quiero pedirte que seas una buena niña y obedezcas a tus tías, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
La mujer asintió satisfecha y, luego de darle varias instrucciones e indicaciones a su hija para mantener el orden, se arrodilló para darle un beso y un abrazo. El hombre hizo lo mismo inmediatamente después, con la diferencia de que éste le susurró al oído que él le daba permiso de jugar cuanto quisiera con su nueva consola de videojuegos, haciéndola sonreír y pegar un brinquito de alegría, para después felicitarlo por su cumpleaños. Luego de despedir a la pareja y perder su auto de vista, la niña tomó a su gatito negro en brazos y entró a su casa, lista para jugar con sus primas.
Por su parte, Lincoln y Lori hablaban, reían y coqueteaban el uno con el otro como una pareja de adolescentes, mientras se disponían a hacer de este día que significaba tanto para ellos uno tan especial como el de todos los años anteriores. Y aunque habían enfrentado incontables obstáculos en el camino, debido a la naturaleza de su relación, su amor siempre les permitió salir adelante y superar cada prueba para estar juntos. Durante un semáforo en rojo, la mujer tomó el rostro de su esposo y le dio un corto pero apasionado beso en los labios, mientras le dedicaba una mirada que únicamente le pertenecía a él y a nadie más. El hombre acarició su suave mejilla, sonrió, y esta vez él se inclinó para darle otro beso a su esposa, quien estaba lista para entregarse hoy y siempre a él.
Porque ella, Lori Loud, siempre le entregaría a su amado Linky El Pecaminoso Regalo del Amor.
Y bueno, amigos, espero de todo corazón que esta historia les haya gustado y hayan pasado un momento más que agradable leyéndola. Espero que mi prolongada ausencia no haya oxidado mis habilidades y que haya podido mejorar, aunque sea un poco, como escritor. Después de todo, escribir esta historia me tomo muchísimo más tiempo del que creí (más de 6,700 minutos, según Word). Esta vez fue el turno de la hermosa y candente Lori Loud de brillar junto a su hermano en esta historia que, ahora sí, tiene un dulce gusto a vainilla que me fascina.
Si así lo desean, por favor denle fav, follow, y comenten, ya que me hace muy feliz leerlos a ustedes.
Sin nada más que decir, me despido.
Dark Dragon Of Creation
