Volviendo a descubrirte... sufriendo y... ¿amándote?

Advertencia: Los personajes no me pertenecen, son de J. K. Rowling.

Capitulo 1:

Tuvo que retirarse para que pasara el lujoso automóvil negro, de línea elegante. El conductor aminoró un poco la marcha. Hermione pudo ver sus ojos de un gris azulado, fijos, descarados.

Era la séptima vez en un mes que se encontraba con aquellos ojos de hombre. Malhumorada consigo misma por inquietarse de aquel modo que no le atañía, aceleró el paso.

Al cruzar ante una cafetería, el hombre alto, fuerte, de mirada aguda, estaba allí. Hermione, nerviosísima, estuvo a punto de doblar por otra calle, pero su casa estaba a pocos metros y no era ella mujer que se intimidara ante una mirada descarada y una sonrisa de hombre.

Cruzó, pues, a paso ligero. Vio de reojo al hombre fuerte y alto, un poco mayor que ella, vestido de gris, que sin ningún remordimiento seguía mirándola fija y descaradamente.

Apuro el paso.

Llegó a la puerta de su casa y subió corriendo las escaleras. Eran las ocho de la noche. Una lenta y amarga sonrisa curvó sus labios. Estaba segura de encontrar a su padre allí, tirado en su cama, convertido en un borracho. La puerta de su cama estaba siempre abierta. Era inútil que ella la cerrara. Su padre la abría y gruñía ferozmente cuando la encontraba cerrada.

Empujó y penetró en el piso. Un piso pobre, casi miserable. Se estremeció. Siempre se estremecía ante aquel espectáculo desolador. Si su madre levantara la cabeza... Pero había muerto. Desgraciadamente había muerto, y jamás volvería al mundo para ampararla.

-Hermione –gritó la voz de Richard Granger. -¿Has vuelto?

La joven no contestó. Se recostó en el umbral de la habitación y se quedó quieta, mirando a su padre. Con los cabellos en desorden, la boca torcida, los ojos inyectados en sangre, las manos temblorosas, sentado al borde de la cama, más parecía un despojo que un auténtico ser humano.

-¿Por qué tardaste tanto? –gritó exasperado. -¿Traes dinero?

La joven se mordió los labios. ¿De dónde podía traer ella dinero si no trabajaba en ninguna parte? Doblegó una vez más su amargura. Ya no pensó en su madre muerta, sino en su vida futura. ¿Podría soportar aquella odiosa existencia junto a un hombre que era su padre, pero a quien apenas conocía? Además, era un alcohólico, un enfermo cruel y tirano, exigente y despiadado sin duda alguna.

-Ven aquí Hermione –gritó fuera de sí. -¿No te dije que buscaras dinero¿No te lo dije? –se puso en pie tambaleante y como la joven permaneciera inmóvil, fue hacia ella y sin previo aviso le cruzó el rostro de una bofetada. –Así para que aprendas a obedecer. ¿O es que has pensado que aún vives con tu maldita madre? –soltó una grosera risotada. -¿Qué hizo ella de ti¿De mi hija¿Qué hizo? –volvió a reír al tiempo de sacudirla, despectivo. –Una señorita tonta, una bruja sin sentido. Una muchacha sin energía. –Frenó su ironía y gritó descompuesto: -Te dije que vendieras tu ropa, Hermione. ¿Me has oído?

La muchacha estaba a punto de estallar. De buen gusto lo hubiera mandado al diablo y se hubiera ido para no regresar jamás a aquel infierno. Pero no podía. Era menor de edad. Cuando falleció su madre se vio sola, sin una libra, sola ante aquel hombre que inmediatamente se presentó a buscarla. Ya al verlo, sintió repulsión. Ella no tenía la culpa de no quererlo. Las pocas veces que fue a visitarla al bonito hogar que tenía con su madre, halló en él tantos defectos como su abuela Magdalena le enumerara. Desde muy pequeñita oyó hablar mal de su padre. Supo, cuando tuvo uso de razón, que abuela Magdalena se quedó corta al juzgarlo. Ella siempre decía: "Fue bien advertida tu madre antes de casarse con él. Era un estudiante borracho, pendenciero, sin ningún sentido común. No ofrecía ni la más pequeña seguridad para un futuro común. Pero tu madre se enamoró y mejor fue para ella darse cuenta y escapar de él cuando naciste tú. Si no tenía que trabajar para él y tu padre se pasaba la vida en la taberna. La golpeaba al volver a casa, cuando no tenía licor para beber. Por eso me apené de mi Clarisse y me quedé a vivir con ustedes, ayudándola contigo y protegiéndola del loco de tu padre. Él no se opuso cuando tu madre escapo de su casa, no la lloró ni te echo de menos a ti. Si algún día algo nos pasa huye de él querida mía. No vivas con él porque lo considero capaz de cualquier monstruosidad".

No pudo huir. No le dio tiempo. Su padre pasó a recogerla inmediatamente. Vendió cuanto quedaba en el piso y se guardó el dinero.

De ello hacía apenas un mes. De aquel dinero ya no quedaba nada y ahora él la obligaba a vender sus objetos personales. Sólo le faltaba vender el reloj y un anillo. Por nada en el mundo se desharía de esos objetos. Fueron los primeros regalos que le hizo abuela Mag.

Richard Granger, exasperado porque el ansia de beber le ahogaba, sacudió a su hija hasta desmelenarla.

-O me traes dinero dentro de media hora o te muelo a palos. A mí –gritó, enronquecida la voz –me importa un pito que tu madre te haya criado como una señorita. Me tiene muy sin cuidado tus supuestos poderes, tus modales distinguidos, tu belleza y tu juventud. Eres como tu madre cuando me case con ella. –Rió escandaloso, grosero, airado hasta la exasperación. –También era una joven distinguida. Ji. Hija de un ingeniero naval. Y a mi ¿qué? Yo era hijo de un médico y estudiaba medicina. Como si la vida fuera eterna –dio varias vueltas por el lugar, tambaleante. -¿Para qué estudiar? Si vivimos dos días. ¿Para qué molestarse? Tu madre se casó conmigo y su padre la desheredó. Bien¿qué tuvo que hacer? Trabajar. Todo el mundo trabaja, menos yo, naturalmente. Yo soy un tipo listo muchacha. Muy listo. Siempre tuve quién trabajara para mí. Cuando escapó tu madre, me casé de nuevo. Fue muy divertido. La segunda mujer murió a los dos años. Era una estúpida. Después volví a casarme y como no pude dominar a mi esposa, la mandé al diablo. Me divorcié. ¿Te das cuenta? Ahora tú eres mi hija y tendrás que trabajar.

Hermione ya no le escuchaba. Giró sobre si misma y horrorizada, se ocultó en su cuarto.

-Mira Fabrizzio ¿la conoces?

El secretario se acercó al ventanal. Miró hacia afuera.

-Es la hija del indeseable Richard. ¿No lo conoce usted? Anda siempre tirado por las tabernas. Bebe todo el tiempo, es un sinvergüenza.

Draco Malfoy arqueó una ceja. Era un hombre de aspecto rudo, ancho de hombros, alto, casi corpulento. Tenía el mentón cuadrado, grises azulados los ojos, de expresión aguda, penetrante. Era un tipo ampuloso que daba a las cosas el justo valor que tenían, a su modo de considerarlas, y casi nunca las consideraba bien. Constructor de obras, dominaba a todo el ramo de la construcción en Dover. Tenía canteras de piedra, una oficina donde todo el mundo temblaba cuando él llegaba y una cuentas corrientes en los bancos, impresionantes.

-Tráela aquí –decidió, como si el asunto estuviera solucionado.

Fabrizzio, que lo conocía, se estremeció a su pesar.

-¿A... quién?

-A esa joven. Quiero casarme con ella.

-¿Cómo?

Draco revolvía unos papeles como si fueran más importantes. Firmó algunos documentos, sin sentarse, apretó la pipa entre los dientes y gruñó:

-¿No has entendido? Es la primera vez desde que estás a mi servicio que no entiendes lo que digo. Quiero casarme con ella. ¿Está claro? –lo miró cegador. –Ya me has oído. Ve a buscarla. Se ha metido en la joyería. Sal a su paso antes que se vaya.

-Pero...

Draco descargó el puño sobre la mesa, de modo que todos los papeles que había sobre ella salieron volando.

Fabrizzio se menguó.

-¿Me has oído? La has visto como yo entrar en la joyería.

-Si, si. Si, señor.

-Pues andando. Tráela aquí. Lo del casorio se lo diré yo. No te asustes –soltó una risotada. –Pareces una gallina Fabrizzio.

Pagaba bien. Mejor que nadie en la ciudad. Si no fuera así, hacía mucho tiempo que Fabrizzio no trabajaría para él. Todo lo compraba con dinero. Influencias, amigos, amantes...

-Andando Fabrizzio¿o quieres que te despida?

-Señor, esa joven es decente.

-¿Y a mi que me importa? –gritó exasperado. -¿Acaso voy a proponerle unas relaciones ilícitas? Sé muy bien con la gente que trato. Hace dos semanas vengo observando a esa joven. Me gusta. No se por qué, no me interesa comprarla para amante. Es joven, guapa y yo necesito casarme. Tengo demasiado dinero para legarlo todo a gente pobre. ¿Qué crees que era yo hace diez años? Un tipo londinense sin un centavo. Sabes muy bien porque me lo habrás oído decir –añadió expeliendo el humo de su pipa –que vivía donde mi padre era criado de un estúpido que se creía importante. No, amigo. Yo no valgo para servir a nadie. Así que huí del hogar a los dieciséis años y di muchas vueltas antes de hacer fortuna. ¿Qué esperas? –gritó furioso. –Quiero ver aquí a esa joven. Me gusta para madre de mis hijos. Es hija de un borracho indecente. Mejor. Más fácil de adquirir.

-Ella –titubeó Fabrizzio –es una joven bien educada.

-No me agradaría para madre de mis hijos una grosera. Conozco la historia de su padre, no hay nadie en la ciudad que la desconozca. Ve a buscarla.

-Es una joven fina. Vivió siempre con su madre.

-De acuerdo –se impacientó, propinando otro puñetazo a la mesa. –Estás acabando con mi paciencia Fabrizzio. Te digo que me traigas a esa joven. Yo le diré lo que deseo. Si no accede, es menor de edad aún. Su padre se encargará de venderla por unas cuantas libras. ¿Qué esperas¿Es que no me has entendido¿Ignoras acaso que hace más de un año que busco esposa?

Fabrizzio huyó hacia la puerta. Pero antes de abrirla, aún se atrevió a decir:

-En Dover hay muchas mujeres que darían algo por casarse con usted señor.

-A mi –gritó fuera de sí. –no me interesan esas mujeres. Sería el colmo que ellas me eligieran a mi. He elegido yo a esa. ¿Cómo se llama? No creo que me interese demasiado –siguió indiferente. –Ve a buscarla.

-Hermione, se llama Hermione. Y vivió toda su vida con su madre en muy buena posición.

-Eso me importa un pito –replicó Draco, mintiendo a medias.

-Le digo señor...

-Largo, maldito entrometido. Si no la traes aquí dentro de cinco minutos, quedas despedido.

Fabrizzio salió corriendo y Draco se quedó pensando si tendría que ver esa Hermione Granger con aquella bruja sabelotodo que conoció en Hogwarts. Pero descartó enseguida la idea de su cabeza, pensando que podría haber millones de Hermione Granger.

-¿Puedo pasar Draco?

Éste gruñó. Se encontraba sentado tras la gran mesa de despacho, esperando impaciente el regreso de su secretario.

-Pasa –respondió. -¿Qué quieres Alex?

El encargado de las obras entró y cerró tras de si. Era un hombre de aspecto respetable. Entrado en años, quizás no cumpliera aún los cuarenta y cinco. Sereno y objetivo, fue a sentarse frente a la mesa de su amigo.

-Te estuve escuchando.

-¿Si?

-No me mires de ese modo sardónico Draco. Si, te estuve escuchando. ¿Estás loco o lo finges?

Draco no contestó enseguida. No se había inmutado. Tenía rápidos cambios de humor. Ya no estaba exasperado, pero si burlón. Conocía a Alex Haydon desde que había llegado de Londres dispuesto a hacer fortuna. En aquel entonces, Haydon era un empleado de la empresa constructora donde él empezó a trabajar como peón. Alex le diferenció siempre de los demás. Fue él quién le hizo albañil y quien le dio la mano para el primer contrato. Cuando la compañía se arruinó meses después, debido a la competencia que les hizo él, se apresuró a buscar a Alex. Éste se resistió al principio. Como siempre, Draco dijo rotundo: "Triunfaré. Sólo me falta un año". En efecto, triunfó. La compañía terminó por cederle la oficina y los clientes. De cualquier forma que fuera, el londinense les había vencido. Draco Malfoy nunca fracasaba en nada. Se diría que tenía al diablo de su parte, porque pese a sus empresas diabólicas, jamás fracasaba.

Por eso les unía aquella amistad. Alex había enriquecido junto a Draco. Eso no podía olvidarlo.

-¿Por qué crees que estoy loco? Siempre dices las mismas cosas cuando emprendo una tarea atrevida. Si, voy a casarme. ¿No lo sabías? Supongo que si. Me has oído decir muchas veces en el transcurso de este año, que trato de hallar una mujer a mi gusto.

-Pero no así, conquístala.

Draco se echó a reír de aquel modo que parecía que se le iban a partir las mandíbulas.

-Muchacho –exclamó. -¿Crees que tengo tiempo para tan cosa? Sería indigno de mí perder el tiempo en la conquista de una chica. Ni hablar. Fabrizzio se encargará de todo.

-Temo que no.

-¿No?

-Eso he dicho. Cierto que Richard Granger es un indeseable. Un borracho indecente, que hizo que su primer mujer huyera, que mató a su segunda mujer se disgustos y destrozó la vida de la tercera. Pero su hija no se crió con él, Draco. Yo conocí lo suficiente a su madre. Educó a esa joven con modales, la envió a un buen colegio. Es una muchacha espiritual y sensible.

-Ta, ta. A mi con cuentos de ese tipo no, Alex.

-No son cuentos. Tu navegas por un mundo diferente, pero te aseguro que existe otro y ese no se paga con dinero.

Draco aplastó la mano sobre la mesa y golpeó el tablero con ella extendida, de modo que sonó como una bofetada.

-No hay nada –gritó –que no se pague con dinero. ¿Recuerdas cuando pretendieron multarme por cometer una infracción¿Qué crees que paso? Y como ese día hubo muchos otros. Nadie me molestó jamás en ningún sentido. Una libra y la boca se cierra como muerta. ¿Cuántas amantes crees que he tenido? Docenas. ¿Me han molestado? Cuando me cansé de ellas, les pagué y listo.

-Es que esta vez, Draco, hijo mío –apuntó parsimoniosamente Alex –no compras una amante. Lo que tratas de comprar es una esposa.

-Y lo conseguiré.

-Humm...

En aquel instante entró Fabrizzio desolado, con expresión temerosa.

Alex no se movió, pero Draco se puso en pie de un salto y bramó:

-¿Dónde está ella?

-Señor.

-¿Dónde?

-Señor, yo...

-Te pregunto donde, maldito estúpido.

-Draco –regañó Alex –cálmate.

-Tú te callas –gritó, clavando en él sus ojos chispeantes. Miró de nuevo al aturdido secretario. -¿Dónde la has dejado?

-No quiso venir señor.

-Pero... –se descargó con un puñetazo en el aire. -¿Qué le has dicho, estúpido idiota?

-Draco.

-Te callas o te vas Alex –se exasperó. –Dime Fabrizzio –pidió, más calmado -¿Qué le has dicho?

-Que usted quería que subiera un momento. No le dije para qué, señor.

-Y se negó.

-Rotundamente, señor. De cerca –dijo Fabrizzio a lo simple, poniendo los ojos en blanco -es mucho más guapa.

-Te prohíbo que te fije en ella –gritó Draco, de nuevo fuera de sí. –Eso sólo podré decirlo yo. Sal de nuevo. Ve inmediatamente a casa de Richard. Dile al borracho que venga a verme. Tengo un buen puñado de libras para él.

Alex se puso en pie.

-Draco, así no llegarás a ninguna parte –advirtió mansamente, pues ya sabía que con irritación no conseguía nada de aquel arrogante. –Lo mejor que puedes hacer ya te lo dije. Conquístala, dile que la amas.

Draco lo miró espantado.

-¿Amarla? No me hagas reír, Alex. ¿Qué es eso¿Amor¿Pero crees que soy un colegial? Me gusta. Es, ni más ni menos, la mujer que deseo para madre de mis hijos. Estoy seguro que la haré feliz, que yo lo seré a su lado. Pero no creo que eso se llame amor.

Alex no respondió. Con ademán cansado pasó los dedos por la frente y se dirigió a su oficina. Ya estaba visto que aquel hombre era un desastre.

Draco no se preocupó siquiera en despedirle. Siguió mirando al asustado Fabrizzio con expresión furiosa.

-Ve ahora mismo y tráeme al borracho.

-Si, señor.

-Si no lo encuentras en su casa, es seguro que andará por algún boliche buscando quien le pague una copa. Espero aquí, tienes quince minutos, coge el auto y márchate.

-Si, señor.

-Rápido¿qué esperas?

Fabrizzio salió disparado, como si lo persiguiera el mismo demonio.

Una vez se cerró la puerta, Draco se enfrascó en su trabajo, olvidado ya de su deseo. Sabía que Fabrizzio , por la cuenta que le tenía, llevaría su encargo a buen fin.

¿Amor? Era como para morirse de risa. Alex era un sentimental. Por eso no llegó jamás adonde llegó él, teniendo como tenía más elementos a su favor. Era un simplón. Estaba casado y gastaba más caprichos en su esposa que si ésta fuera una amante elegante.

Tonterías. Él nunca sería así. Una esposa está para servir al marido. Eso únicamente. Además, bastante suerte tendría la mujer que se casara con él. Ahí es nada, convertida de pronto en millonaria.

Llegado a este punto, olvidó el asunto.

Diez minutos después, Fabrizzio pidió permiso para entrar. Draco volvió a recordar lo que pretendía, y alzó la mirada. Era una expresión aguda y apremiante. Fabrizzio entró empujando a un hombre mal vestido, tambaleante y sucio. De pronto, Draco sintió repulsión, pero inmediatamente recordó a la joven esbelta, de hermoso rostro, que veía pasar todos los días ante la cafetería con expresión ausente. Era hermosa, si. Endemoniadamente hermosa.

-Aquí está Richard, señor.

-Pasa –ordenó Draco. –Y tu retirate, Fabrizzio. Te llamaré cuando te necesite.

-Si señor.

-Siéntate Richard¿quieres una copa de whisky?

Richard mojó sus labios con la lengua. Sus pequeños ojos ratoniles brillaron de un modo increíble.

-Si, si, señor –dijo atragantado. –Tengo la lengua seca. No he bebido nada aún.

Draco pensó que eran las ocho y media de la noche. Por lo visto aquel tipo, además de vicioso era un mentiroso. Estaba totalmente borracho, apenas si se sostenía sobre sus piernas.

-Te dije que tomaras asiento –gruñó –Te daré la botella entera, pero tómala lejos de aquí.

Le entregó la botella con desprecio y Richard la tomó y la apretó contra su pecho.

-Gracias señor. ¿A quién debo matar?

Draco abrió mucho los ojos. Era la primera vez que un tipo indeseable le desconcertaba.

-¿Matar?

-Supongo que no me dará esto –mostró la botella como si fuera un tesoro –sólo por simpatía.

Draco entendió y en sus finos labios se dibujó una sutil sonrisa.

-No siento simpatía alguna hacia ti –contestó con sinceridad. –Sólo deseo casarme con tu hija Hermione.

Eso si que no lo esperaba Richard. Se puso en pie de un salto y estuvo a punto de tirar la botella por la ventana. Si aquel millonario se casaba con su hija, tendría sin duda, toneles de alcohol.

-¿Con... –tartamudeó –con mi hija?

-Eso he dicho –y como si el asunto le cansara, añadió, dando fin a la conversación: -tráemela mañana por aquí.

-Claro que si. Pero... ¿va a casarse usted con ella señor?

-Eso he dicho.

-Oh!

-Ahora lárgate.

-Si, si señor.

-Ya lo sabes, mañana a los once, los espero.

-No faltaremos¡oh, claro que no!

-Ahora, vete.

-Señor... ¿no podría darme... una libra?

-Aún no eres mi suegro, Richard –gritó, furioso. –No soy fácil de saquear.

-Yo... creí que... sería más fácil con una libra convencer a mi hija...

Se la tiró a la cara. Richard la tomó en el aire, con ese ademán ambicioso del hambriento.

-No eres diplomático Richard. No creo que a tu hija le amargue un dulce.

-Si, si señor. Hasta mañana pues.

Ya en la puerta se detuvo. Se volvió a medias y con acento cínico murmuró:

-Si me diera un habano... Debo celebrarlo¿sabe usted?

Por toda respuesta, Draco salió tras la mesa, le dio un empujón y le echó fuera.

-Largo de aquí! –gritó. –Largo, aprovechado miserable.

Richard echó a correr, apretando la botella bajo el brazo.

: Los personajes no me pertenecen, son de J. K. Rowling.