Volviendo a descubrirte... sufriendo y... ¿amándote?

Advertencia: Los personajes no me pertenecen, son de J. K. Rowling.

Capitulo 2:

Contra lo que podría suponerse, Richard no se emborrachó aquella noche. Aunque poco, conocía algo a su hija. Lo suficiente para saber que necesitaba sangre fría y las mejores palabras para convencerla. Sabía asimismo, que a Hermione le era muy indiferente la riqueza y también sabía que era una sentimental soñadora e ingenua.

Así pues, no del todo sereno, pues él jamás lo estaba, llegó a su casa luego de volver de la oficina del Señor Malfoy. Su hija, sentada bajo una tenue luz portátil, cosía un pantalón de su padre. Éste empujó la puerta y carraspeó y entró, yendo hacia ella.

No era inteligente ni conocía lo suficiente a su hija para abordar aquel asunto con diplomacia. No obstante, por simple intuición, buscó las mejores frases para hacerlo, como si el instinto le dijera que la noticia que a él tanto le deslumbraba, a Hermione iba a serle indiferente.

-Muy pronto volviste –se extrañó la joven, al tiempo que doblaba la prenda y se ponía de pie, dirigiéndose a la cocina para disponer la comida.

-No te vayas.

-La comida.

Richard hizo un gesto de impaciencia. Tenía la botella de whisky oculta en el pasillo y se sentía cada vez más impaciente por bebérsela.

-Ya comeremos. Además, no tienes por que preocuparte por mí. Comeré... con un amigo.

Pensó en la libra que apretaba en el fondo del bolsillo. Indudablemente, Dios estaba de su parte. Casada su hija con aquel potentado de la construcción, él no volvería a estar sin licor y sin buena comida. Apostaba que le lloverían los amigos. Inconscientemente, sin darse cuanta que su hija lo miraba extrañada, se restregó las manos satisfecho.

-Tengo algo muy importante que decirte Hermione –añadió al rato, observando la interrogante en los bonitos ojos de la muchacha. –Hoy me han pedido tu mano.

No se asombró, pero aún así se estremeció de pies a cabeza. Ya sabía quién era el hombre que la miraba, ya sabía también la importancia de Draco Malfoy en Dover, y también tenía conocimiento que quería verla. Lo que nunca pensó fue que pretendiera casarse con ella.

No respondió. Esperó erguida ante su padre.

Éste carraspeó de nuevo y manifestó impaciente:

-¿Por qué me miras así¿Es que no te agrada casarte?

-No. No pienso casarme aún.

Richard se puso en pié. No pensaba alargar aquella conversación mucho tiempo. No podía aunque quisiera. Tenía la botella oculta en el pasillo y su garganta picaba de deseo.

-¿Qué dices? –se agitó. –Es un hombre rico.

-Ya lo sé.

-¿Lo... sabes?

-Su secretario bajó hoy a la joyería a buscarme. No quise subir. No sabía que pretendía de mí, pero ahora que lo sé, te digo que no, que no pienso casarme con ese hombre.

Richard soltó una risa ronca y odiosa. No se detuvo un segundo. Avanzó hacia ella y la asió por un brazo.

-Oye –dijo, mirándola muy de cerca. –Estás loca ó eres una Imbécil.

-Ni uno ni otro –replicó la joven, mucho menos serena de lo que parecía. –No le amo.

Richard la sacudió como si fuera una pluma. El cuerpo de Hermione fue de un lado a otro como una marioneta. Parecía que su cabeza se saldría del tronco.

Su padre cesó en sus sacudidas y la miró con furia brutal...

-¡Amor! –gritó. -¡Amor¿Qué crees que es eso? Di¿qué te crees¿Qué es un milagro del otro mundo? Yo me casé tres veces y jamás se me ocurrió pensar que podía amar a mis tres mujeres. Eso es absurdo. ¿Qué prefieres, vivir el resto de tu vida en este rincón, vendiendo tus ropas y tu cuerpo para mí?

Hermione se estremeció de pies a cabeza. Recordó a su madre muerta, pero, francamente, ya sabía que eso no le servía de nada. Quiso apartarse de él. Pero Richard, ciego de ira, soltó su brazo para aprisionar su cuello. Se lo apretó con intensidad. Hermione lanzó un chillido.

-¡Oye! –gritó como un loco. –Oye... irás mañana conmigo a casa de ese hombre. Es millonario. ¿Lo entiendes? Y te casarás con él quieras o no. Ve pensando en lo que vas a decir, que no te perjudique. ¿Me comprendes bien? Eres menor de edad y yo te obligo. ¿Esta claro?

Temblaba. Pero tenía su personalidad, su criterio propio y no pensaba obedecer aunque la matara.

-No padre. No me casaré. Tendré que amar para unirme a un hombre. No pienso venderme jamás. He vendido mis ropas, mis zapatos, mis perfumes y hasta mi reloj pulsera para tus vicios. Pero ten presente que jamás, jamás, vendería mi cuerpo. Puedes empezar a golpearme. Sé que lo harás. No es la primera vez que me golpeas en el tiempo que llevo contigo. Todo cuanto hagas será inútil.

Paf, paf. La abofeteó sin piedad alguna. La tiró al suelo, le dio con el pie. La levantó de nuevo y volvió a golpearla con terrible indignación. Se diría que de repente había perdido la razón. Hermione ocultaba su cara entre sus manos, pero aún así, el pie de su padre cayó sobre su rostro sin piedad. Cuando la dejó inerte tendida en el suelo, se restregó las manos satisfecho, y mirándola desdeñoso, manifestó:

-Ya lo sabes. Mañana a las once irás conmigo a la oficina del señor Malfoy. Si te niegas una vez mas, me encargo de ti en un santiamén. Conmigo no se juega. Serás la esposa de ese hombre y no habrá fuerza humana que pueda impedirlo. Además, date por conforme que te pide por mujer. Peor sería que te pidiera por amante. Y de cualquier modo, si así ocurriera, también lo serías.

Dicho esto, sin pensar en que acababa casi de matarla, giró en redondo y se dirigió al pasillo de la escalera.

Hermione, que era una muchacha sufrida, educada en un ambiente distinto al que estaba obligada a vivir en aquellos momentos, pura de espíritu, consideró que estallar en sollozos sería inútil. Pero aún así, no pudo evitar un hondo gemido. Trató de ponerse en pie, pero su cuerpo, terriblemente magullado, le dolió de tal modo, que estuvo a punto de dejarse caer allí para morir de una vez.

No pensó en Draco Malfoy, apenas lo conocía. Lo veía delante de la cafetería a veces, otras en su coche. Sabía que tenía unos ojos grises azulados, mirada aguda y penetrante, pecadora a todas luces, pero nada más. Hasta ese mismo día, había ignorado su nombre, pero no su riqueza. En Dover se mencionaba a Draco Malfoy como si fuera un dios. Lo que nunca pensó fue que ese hombre y el de los ojos grises azulados, fueran la misma persona. En su interior, rogaba que no tuviera nada que ver con el odioso Draco Malfoy que ella había conocido en Hogwarts, aunque hacía más de dos años que no sabía nada de él, el parecido que tenía con éste Draco Malfoy era increíble y hubiera dicho que eran la misma persona si no fuera por la edad del hombre que la pretendía por esposa.

A gatas alcanzó la puerta de su cuarto. Era menor de edad, pero nadie podía obligarla a soportar aquella situación. Tampoco le debía respeto a su padre. Era un monstruo. Ni lo quería ni podría respetarlo nunca. Un miserable vicioso, que golpeaba sin piedad a su hija, como seguramente había golpeado a sus tres esposas.

Por lo tanto, lo mejor de todo era huir.

Pudo alcanzar la puerta de su habitación. Había una sola cama con sólo una manta mugrienta. Recordó su modesto, pero bien arreglado cuarto en casa de su madre. Los modales exquisitos de su abuela. La ternura y el cariño que ambas le daban. Lágrimas amargas rodaron por su rostro. Las reprimió. No era momento para llorar.

Poco a poco fue poniéndose en pie. Se acercó al espejo. Se horrorizó, tenía un ojo morado, magullamiento en las mejillas y el cuerpo golpeado a patadas le dolía como si estuviera lleno de espinas.

-Me iré –susurró con una voz que parecía salir de lo más profundo de su ser. –Me iré ahora mismo. No habrá nadie que pueda detenerme. Él se habrá ido a la taberna, seguramente beberá hasta el amanecer. Esta es mi mejor oportunidad.

No pensó en la boda con aquel hombre. Ella era una mujer espiritual que creía en el amor y en la bondad de los humanos, excepto en su padre. Ella no era un objeto. Ella era una mujer y para estar con ella había que ganarla, no comprarla.

Miró a su alrededor con desaliento. Tenía fatiga. La respiración a veces escapaba de su cuerpo. Con las manos sujetando el cuerpo dolorido, buscó un objeto personal que llevarse. No le quedaba nada. De su gran vestuario sólo le quedaba una falda (N/A: ó pollera, como le digan) usada y unos zapatos bajos. Ni siquiera el reloj pudo conservar, porque su padre la obligó a venderlo aquel mismo día. No lo vendió. No pudo hacerlo. Era un regalo de su abuela Magdalena. Lo empeñó para recogerlo algún día... ¿Cuándo llegaría ese día?

Rápidamente, con prisa, envolvió la falda y los zapatos en un papel, pasó su mano por el cabello y precipitadamente dio la vuelta. Se iría y no volvería jamás. Buscaría un trabajo lejos de allí. En cualquier lugar del país hallaría refugio, aunque fuera sirviendo a alguien.

Se deslizó hacia la escalera y empezó a bajar lentamente. Ya casi se veía en la calle cuando la figura de su padre se le interpuso. Quedó como paralizada. Si aquel día no lograba huir, ya jamás podría conseguirlo. Richard, con la botella media vacía sostenida por el cuello, la miraba entre sardónico e inconsciente.

-Sube de nuevo –ordenó, empujándola. -¿Qué te has creído¿Qué yo iba a ser tan tonto como para dejarte libre y que pudieras escapar? Que se te quite esa idea de la cabeza. Mañana a las once estarás conmigo en la oficina de Draco Malfoy. Vamos, sube.

Como una autómata, atemorizada hasta el máximo, pues comprendió que estaba infinitamente más borracho que antes, subió corriendo las escaleras.

Pegó la espalda a la puerta cerrada y estalló en sollozos convulsivos. Supo que se casaría, supo que no había nada capaz de evitar aquel desatino. Y pensó, angustiada, destrozada, que sería preferible vivir con Draco Malfoy que con aquel hombre que era su padre.

Richard, sentado en el primer escalón de la casa, llevaba la botella a su boca y tranquilamente bebía, mientras el ruido del líquido en su garganta lo divertía y lo seducía.

No intentó rebelarse de nuevo. Comprendió que la única forma de defenderse de su destino era no enfrentarse a su padre, sino al propio Draco Malfoy. ¿Por qué deseaba casarse con ella? Había montones de mujeres jóvenes en la ciudad, deseosas de convertirse en damas importantes. Ella confiaba hallar un día a un hombre a quien amar. Aquella imposición sería como renunciar al amor para el resto de su vida. Y ella era tan sensible que vivir sin amor le parecía igual que morir de un atropello en plena calle.

No obstante, siguió a su padre aquella mañana. Sintió vergüenza. Su padre era un miserable. Un aprovechado, un vividor y nadie en Dover lo desconocía. Andaba siempre por boliches y tabernas. Pedía limosnas si no tenía para beber, y era lo que vulgarmente se llamaba un canalla sin dignidad alguna.

Por eso sintió vergüenza al caminar por la calle a su lado. Había planchado su único traje y le había limpiado los zapados, pero aún así no podía desmentir su procedencia, su mal modo de vivir; su miseria moral y corporal.

Ella vestía lo único que tenía, la falda oscura, una camisa de seda natural que aún no había vendido porque la escondió, y una chaqueta de lana. Calzaba los zapatos bajo, pero aún así resultaba sumamente hermosa. No era atractiva tan sólo, sino bonita. Era hermosa. Morena, la tez más bien mate, los ojos marrones tan claros que a veces parecían tan puros como la miel. Esbelta, bien formada. Exquisita de modales, elegante en el andar, suave en el habla.

-Ya lo sabes –gruñó el padre, entre dientes. –Cuando te pregunte que tienes en los ojos, le dirás que has caído por la escalera.

No contestó.

-Y si puedes no te quites los anteojos. Fue una buena solución tuya ponértelos.

Hermione caminaba silenciosa.

-¿Me has oído?

Asintió con un breve movimiento de cabeza.

-Cuando formalices las relaciones, pedirás una dote para tu padre.

Le miró por un segundo a través de los anteojos ahumados. Era egoísta y ruin. Por supuesto que no pediría nada para él. Tampoco estaba segura de casarse. Draco Malfoy debía ser un hombre correcto y se haría cargo cuando ella le dijera que no deseaba casarse con él porque no lo amaba.

Pero si tuviera que casarse, jamás pediría dinero para aquel canalla de su padre.

-Draco Malfoy –añadió Richard entre dientes, sin dejar de caminar al lado de su hija. –tiene un montón de millones. Es como un rey en todo el territorio. Su influencia llega a Londres. Ten eso muy presente. Supongo que sabrás que vive en una finca en las afueras de la ciudad. Una finca en la que no faltan piscina, establos, pistas de tenis y canchas de golf. Has tenido mucha suerte –gruñó. –Mucha suerte.

Hermione se mordió los labios.

-Le pondrás como condición que yo debo vivir con ustedes en la finca.

Hermione sólo movió los ojos bajo la espesura de los lentes.

-Ten eso bien presente. Viviré con ustedes como un suegro respetable. A un hombre rico, el hecho de que se emborrache no asusta ni alarma a nadie.

Antes morir que vivir con él. Si se casara, cosa que no creía hacer, pondría por condición que la alejaran de aquel hombre que, si bien era su padre, él mismo demostró que no le preocupaba en nada su paternidad.

-Si no haces lo que te digo, no habrá boda y no puede haberla sin mi consentimiento. Eres menor de edad.

-Cumpliré la mayoría dentro de unos meses –dijo únicamente con disimulado acento. –Y después me iré lejos. Nadie podrá retenerme. No estés tan seguro que me voy a casar con Draco Malfoy. Él comprenderá que no puede obligarme.

Richard emitió una grosera risita. Como si Draco Malfoy fuera un caballero, al contrario, era tan puerco y sucio como él, con la diferencia que tenía millones. Hermione ya se iría dando cuenta de eso.

-Hemos llegado –manifestó sin obtener respuesta. –Pórtate bien porque si no lo haces te tocaran varios azotes en casa cuando regresemos.

Se estremeció, era capaz de hacerlo. Aún no había olvidad el día que se negó a vender la primera prenda de ropa. El hombre la encerró con él en su pieza y le dio bofetadas hasta que ella juró que vendería hasta la última prenda personal.

No. Nunca lo olvidaría. Tampoco podía olvidar el día que se negó a vender el reloj. Había sido el día anterior. La tomó por el cuello y se lo apretó hasta asfixiarla. Media desfallecida la dejó caer con las rodillas dobladas y entonces ella tomó el reloj y salió corriendo. No, nunca podría olvidar sus crueldades.

-Entra en el ascensor –dijo entre dientes. –Son las once menos dos minutos según el reloj de la plaza. Me gusta ser puntual en esta clase de citas.

Hermione entró y cerró tras de sí. Ya en el interior, Richard manifestó furioso:

-Si no te portas bien... ya sabes lo que te espera. Yo no soy hombre que amenace en vano.

No contestó. Cuando el ascensor se detuvo, fue la primera en salir y pidió al cielo fuerzas para soportar todo aquello.

Draco ya no recordaba a Richard Granger y a su hija.

Aquel día tenía mucho trabajo pendiente. Sobre la mesa había montones de planos y de proyectos. Alex señalaba un plano con su dedo delgado y huesudo, pero Draco no parecía estar muy de acuerdo.

-No dará resultado –manifestó rotundo. –Estos pilares parecen los de una iglesia, no los de un palacio residencial.

-El arquitecto dice...

-¡A mi no me importa lo que diga el arquitecto! –gritó. –Supongo que no has olvidado la única vez que hice caso al arquitecto.

Alex asintió. Cierto, Draco no era arquitecto, ni siquiera experto, y sin embargo, no había nadie como él para encontrar los fallos.

En aquel instante, Fabrizzio se asomó por la puerta medio abierta y dijo misterioso:

-Señor Malfoy, han llegado.

Draco alzó la cabeza y lo fulminó con sus ojos, como si pretendiera enterrarlo allí mismo.

-¿Cómo diablos te atreves a interrumpirme? –gritó fuera de sí. –Largo imbécil.

En otra ocasión cualquiera, Fabrizzio se hubiera escabullido, asustado. En aquel instante, abrió más la puerta y entró, avanzando hacia la mesa de su jefe.

-Son ellos señor.

-Pero¿qué te has creído estúpido idiota? Fuera de aquí. Quedas despedido por metido.

-Señor, es Richard y su hija.

-Pero¿que me dices a mi? Te aseguro que te voy a romper la cabeza. –se detuvo en seco. Mojó los labios con la lengua. –Dices que... Richard y... y ella...

Fabrizzio respiró.

-Si señor.

Draco no se apresuró mucho, pero miró a su amigo Alex y se restregó las manos.

-Olvidemos este asunto por un instante Alex. Luego continuaremos. –miró a su secretario. –Hazlos pasar aquí –miró de nuevo a Alex. –Puedes retirarte. Te llamaré cuando termine con ellos.

-¿Es que sigues pensando en... casarte con ella?

-Sí.

-¿Y qué vas a hacer con el borracho de su padre?

Draco emitió una risa sardónica.

-Ya lo verás por ti mismo cuando ella sea mi mujer.

-Draco, por última vez, yo creo...

-No me interesa lo que tu creas Alex. Cuando tú te casaste, pensé que tu mujer no me gustaba en absoluto y nada te dije.

-Pero... ¿acaso tenía que gustarte a ti? Además, yo me case antes que tu llegaras –gritó Alex perdiendo un poco el control.

Por toda respuesta, Draco le palmeó el hombre.

-Es que no me gustaba para ti amigo.

-Es el colmo, a veces siento deseos de romperte la cara Malfoy.

-Perderías el tiempo. Antes que tus puños llegaran a mi rostro, ya te habría deshecho el vientre. Puedes salir, siento los pasos del borracho.

-Escucha Draco...

-Ni una palabra.

-¿No puedo decirte que vas a echar sobre tus hombros un peso insoportable?

-Claro que no.

-Pues lo vas a hacer.

-¿Lo dices por el padre? –rió cazachudo. –A ése me lo quito yo de adelante cuando me convenga. Y va a convenirme enseguida... Largo Alex.

Éste no se movió aún.

-Oye Draco. Piensa que el matrimonio no es un edificio que armas a tu antojo. Ella puede no amarte.

-Tengo dinero.

-El amor no se compra Draco –insistió terco. –No se compra cuando se trata de adquirirlo para toda la vida. Tú estas habituado a comprar el de cada día, pero esto es muy distinto.

-No sigas sermoneando pesado. Te lo soporto a ti porque eres tú y te estimo. Pero si todo eso me lo hubiera dicho otro, ya estaría tirado por la ventana.

-Nadie se atrevería a hablarte así. Por última vez...

-Y yo –atajó, perdiendo la paciencia –por última vez te digo que te largues. Este es asunto mío. Y pienso ocuparme sólo.

-¿No has pensado en que ella no quiera casarse?

No. No lo había pensado. Miró a Alex como si éste fuera un loco sin sentidos.

Burlonamente exclamó:

-¿Piensas tú que la hija de un tipo indeseable como ese, se niegue a casarse con un hombre como yo?

-Es que si la hija no es como el padre...

-¿Concibes que yo pudiera pedirle a una borracha que fuera mi mujer'

-Draco...

-Alex, largo. ¿Tendré que decírtelo otra vez?

El compañero de alzó de hombros, dio un paso atrás, media vuelta y se deslizó por la puerta de su despacho. Cerró con fuerza y fue a sentarse en su escritorio, muy preocupado.

En aquel instante la puerta del despacho de Draco se abrió y apareció Richard Granger.

-Señor...

-Pasen –ordenó Draco, deteniendo sus palabras.

La miró a ella. Bonita en verdad, muy hermosa. ¿Por qué llevaba lentes? Le pediría luego que se los quite. Recordaba haber visto en aquel rostro unos hermosos ojos marrones, tan claros como la miel. Se dio cuenta que era demasiado probable que aquella joven fuera la que él había conocido en sus años en Hogwarts, pero le extrañaba verla viviendo así, supuestamente ya era una bruja graduada... Interrumpiendo sus pensamientos:

-Este es el señor Malfoy –dijo Richard con acento pomposo. –Esta es mi hija señor.

Draco se digno a salir detrás de su escritorio y avanzó. Ella, muda y fría lo esperó.

-Me alegro de conocerte Hermione –dijo Draco con una voz más suave, pero aún así, áspera como él. –Ya sabes lo que pretendo.

Hermione no respondió.

Richard empezaba a impacientarse.

-Contesta Hermione –gruñó. -¿No oyes que te están hablando?

Por toda respuesta, Hermione, sin mirar a su padre dijo:

-Dígale que salga de aquí.

Richard dio un salto. Pero la mirada de Draco lo contuvo.

-Salga Granger –ordenó. –Ya lo llamaremos cuando lo necesitemos.

-Es mi hija...

-No lo ignoro.

-Quiero estar presente. No confío en usted...

Mentía. No confiaba de su propia hija.

Draco lo comprendió y suavizó la voz para decir:

-Mi secretario le ofrecerá una copa. Salga usted.

Richard vio algo extraño en aquellos ojos, porque se dirigió a la puerta y salió, cerrando tras de sí.