Volviendo a descubrirte, sufriendo y... ¿amándote?

Advertencia: Los personajes no me pertenecen, son de J. K. Rowling.

Capitulo 4:

-Hermione –dijo Caroline Haydon con ternura, -si algún día nos necesitas... ya sabes donde encontrarnos.

Hermione parecía una muerta. Tan pálida como su traje blanco. Tan triste como una noche sin luna. Tan muda como una enferma. Caroline pensó que no la escuchaba, asió su mano y se la oprimió fuertemente.

-Hermione, él no es malo.

La joven la miró. No había expresión en sus ojos.

-Te aseguro que no lo es. Lo que pasa es que siempre le fue bien todo en esta vida (N/A: en la parte que ella conoce...). Está creído, si quieres engreído, poseído de su poder. Pero nosotros, que lo conocemos hace tiempo, sabemos que en el fondo es una gran persona.

Hermione no contestó, "muy en el fondo" pensó en cambio. Miraba al frente. Gente y más gente. Había sido una boda de exhibición. Tal vez las chicas de su edad la envidiaran, ella hubiera cambiado con cualquiera de ellas, la más pobre, la más desgraciada.

También vio a Draco, golpeando el hombro de un señor mayor, con aspecto de aristócrata . Y vio a Alex que la miraba también.

No estaba su padre. Cuando los señores Haydon fueron a buscarla, dormía borracho sobre la cama. Parecía un fardo. Ella no durmió en toda la noche y lo escuchó andar por la casa a tropezones.

Todo el mundo la había besado. Le supieron amargos aquellos besos. También Draco Malfoy, el hombre que era su marido, la besó. Un beso fugaz, que no se parecía a aquella quemadura que aún ardía en su boca.

-Hermione –dijo Caroline Haydon, tocándola en el brazo. –Vamos, Draco hace señas para que subas al auto. Todo ha terminado. Alex y yo nos encargaremos de los invitados, ustedes váyanse enseguida.

La empujó, porque ella no era capaz de dar un paso. Subió al auto y casi inmediatamente vio aparecer a Draco por la puerta. Se sentó a su lado, la miró y sonrió con su habitual suficiencia.

No dijo nada. El auto arrancó y Draco dijo:

-Subirás a cambiarte en un instante.

-No tengo ropa –dijo Hermione, casi sin abrir los labios.

-De eso me encargué yo. Tienes la habitación llena de objetos personales, modelos adecuados a tu edad y posición.

Se mordió los labios.

-Espero que seas feliz –agregó Draco.

No respondió.

-Y procura alegrar esa cara. No has ido a la horca. Te has casado en la catedral, como todas las potentadas.

Guardó silencio. Ella se recostó en el respaldo y cerró los ojos. El banquete se celebraba en un céntrico hotel. Ellos iban hacia la casa de Draco, el chofer los llevaba.

-Tomaremos el avión a las doce –dijo el rubio cuando el auto se detuvo ante la principesca mansión.

Hermione descendió como una autómata. Vio a los criados alineados a lo largo de la terraza, seguramente los esperaban.

Draco la tomo del brazo y subió las escaleras. Al llegar ante los criados dijo:

-Esta es su señora.

Después dijo los nombres de todos. Hermione no recordó ninguno segundos después. Con la misma inconsciencia subió hacia el recibidor.

-Ve a tu cuarto. Tu doncella te guiará. Dentro de unos segundos iré contigo. Tengo que hablarte.

Se estremeció, pero no lo miró. Siguió a la doncella recogiendo el borde del vestido nupcial. Al llegar arriba preguntó en voz baja:

-¿Cómo se llama?

-Melleny, señora.

-Gracias Melleny.

-Aquí está su habitación señora.

-Gracias, puede retirarse.

-¿No quiere que... la ayude?

-Gracias de nuevo, lo haré sola.

Entró y cerró tras de sí. No miró alrededor. ¿Para qué¿Qué le importaba a ella todo aquello?

Sobre la ancha cama había montones de cajas, por el suelo, en las sillas. Zapatos, sombreros, modelos de tarde, de noche, de mañana...

Era muy espléndido. Pero no le servía de nada. Ella era un trozo de hierro. Que hiciera con ella lo que quisiera, pero nada más.

Procedió a quitarse el vestido. Fue entonces cuando se abrió la puerta. Se dio vuelta como si la hubieran pinchado. Lo vio allí, sonriendo como si nada.

Ella, roja de vergüenza, a medio desvestir, gritó sin poder contenerse:

-Salga que ahí! No he terminado!

Parsimonioso, Draco cerró la puerta luego de entrar.

-No te asustes. Por ahora sólo he venido a hablar de tu padre.

Hermione, nerviosamente, buscó una bata entre todas aquellas lujosas prendas de ropa y la puso sobre su ropa interior. Se hallaba de espaldas a él y pudo ver, llena de vergüenza y rubor, que los ojos de Draco la miraban como si le quitaran las ligeras prendas con que cubría su cuerpo. Sintió la sensación de que se encontraba desnuda ante él e instintivamente cruzó los brazos sobre el pecho, como si intentara protegerse.

Draco soltó una risotada.

-Eres una ingenua –manifestó –Te advierto que tendrás que acostumbrarte a muchas cosas. Sé que estás muy bien educada, que eres eso que la gente dice "espiritual", pero te gustará vivir conmigo. De eso estoy completamente seguro. Tendría que no conocer a las mujeres para no estarlo, y las conozco ¡vaya si las conozco!

Hermione, roja de vergüenza y de rabia, abotonó la bata hasta el cuello y bruscamente se volvió hacia él.

-Venía usted a hablarme de mi padre.

Draco quedó mirándola fijamente. Dio un paso hacia ella, la tomó de la muñeca, se la apretó con irritación y exclamó furioso:

-Nada de usted¿entendido? Desde este instante me tutearás. Y quiero advertirte una cosa, pretendo empezar la vida conyugal con armonía. Será mejor para ti que vayas bajando esa altivez, que conmigo no te servirá de nada. Te presente eso. Yo no soy hombre considerado. Me hice rico a fuerza de engañar a los demás. No les robé, no soy un ladrón. Simplemente fui más hábil que ellos. ¿Entiendes? Con esto quiero decirte que a pesar de mi falta de escrúpulos para el género humano, para lo mío soy de una rectitud y honestidad extremadas. Eres mi esposa, llevas mi nombre. No es ilustre, pero es el mío. Por esa razón, desde este instante tú serás para mí lo primordial. Si entiendes eso y empezamos la vida de acuerdo, todo irá mejor. Ahora bien, si te rebelas, si sigues en tu actitud de altivez y descortesía, de igual modo serás mía y serás, por supuesto, menos feliz, porque no tendré contigo más consideración de la que representa mi nombre en tu persona.

-Venía usted a hablarme de mi padre.

-0-

Draco se sentó de golpe en el borde de la gran cama. Para hacerlo tuvo que retirar algunas prendas. Lo hizo con fiereza. Tenía las cejas juntas y los labio firmemente apretados (N/A: algo así > jeje), lo que indicaba su gran irritación.

Ella, de pie en la mitad de la habitación, parecía más majestuosa. Draco sintió un loco deseo y como no era hombre que dominara sus ansiedades, bruscamente se puso en pie, la tomó por la cintura y la dobló contra sí. Casi desnuda, sintió el cuerpo de Draco en el suyo como un pecado. Su rigidez era tal, que Draco sintió crecer su deseo.

-Vas a terminar por enfurecerme de verdad –dijo entre dientes. –No sabes con el enemigo que te enfrentas. Si fueras dócil y suave las cosas serían de otra manera. Pero ten presente esto –añadió enardecido, más pálido de lo normal por el esfuerzo de contenerse en algo. –Entraré en tu vida de tal modo, que un día por piedad me pedirás besos y caricias. Aún no me conoces. Eres una chiquilla. Está bien que odies a tu padre, que detestes al mundo que te rodea, porque no fue bueno contigo. Pero yo soy tu marido y ten presente que no soy uno corriente –le asió el mentón mientras con la otra mano la sostenía por la cintura.

Hermione tuvo que mirarlo a los ojos, no estaba asustada. Era una muchacha valiente. Estaba desafiadora. Draco sintió como si mil demonios entraran en él. La levantó, la besó en los labios hasta hacerle daño y la tiró con rabia sobre la cama.

-Vas a conocerme un poco –advirtió –te aseguro que sí.

Inclinado sobre ella, la miraba fija y apasionadamente. Había dentro de él una rabia contenida. Ya se había dado cuenta que Hermione jamás dejaría de ser una bella estatua y esa certeza llenó de horror su vida por un instante, sólo por un instante porque supo que algún día ella lo necesitará tanto como él la estaba necesitando en aquel momento.

Los ojos de Hermione lo miraban. Eran unos ojos impresionantemente imperturbables. Tan inmóviles que se diría que eran unas pupilas muertas. Evidentemente eran dos caracteres muy parecidos, si bien por distintas causas. Sus manos, caídas a lo largo del cuerpo, no se movieron. No trató de defenderse, se dispuso a recibirlo como si fuera un castigo.

Cuando Draco buscó su cuerpo, la besó y la perdió en su pecho, no hizo ni dijo nada que denotara su rechazo. Fue como un poste. Pero sintió los besos de Draco como fuego en su boca, que se mantuvo cerrada.

Fue una lucha callada, pero feroz entre los dos. Ella demostró una vez más que no tenía ningún parecido a su padre. Altiva, fría, inconmovible, dejó a Draco desconcertado, pues fue la primera vez que una mujer se portaba de aquel modo con él.

-Eres dura –dijo roncamente. –Muy dura. Pero ya cambiarás, no estás tratando con un hombre débil. Sé que cambiarás porque yo lo lograré.

La hora del avión ya había pasado.

-0-

La miró desde su altura. Hermione se sentía morir, estaba destrozada y dolida, pero antes dejarse matar que manifestarlo. Buscó su ropa, se la puso y fue hacia el baño sin decir una palabra.

En aquel instante alguien golpeó la puerta. Draco se estremeció, de pie en la mitad de la habitación, se preguntó si era él una fantasma reflejo de sí mismo.

A paso largo, tan fiero como la expresión de su rostro, se dirigió a la puerta y la abrió.

-¿Qué ocurre Fabrizzio?

-Todo listo. Ha quedado en el sanatorio.

-Bien.

-Tuvimos que dominarlo a la fuerza.

-Me lo supongo.

-Escandalizó a todo el barrio.

-No importa.

-Peleó como un enloquecido.

-De acuerdo, puedes retirarte Fabrizzio.

-Si señor –y tímidamente añadió –La hora del avión...

Draco cortó con un gesto. Roncamente dijo:

-Ya lo sé. No habrá viaje.

Y cerró la puerta en la cara del asombrado Fabrizzio. Dio la vuelta y miró alrededor, ella aún no había salido del baño. Sintió un loco furor. Hubiera querido romper aquella puerta en mil pedazos. Con esa idea se acercó a ella y la golpeó sin piedad.

-Sal de ahí¿me oyes?

Cosa extraña, Hermione salió totalmente serena.

-¿Por qué grita de ese modo? –preguntó con voz tranquila, aunque por dentro estuviera desgarrada. –Creo haberle demostrado que no necesita la violencia para someterme. Me tendrá a la hora que quiera, cuando quiera y como se le antoje. Pero no creo que eso le dé grandes placeres...

Draco sintió tal furor que por un segundo creyó que iba a abofetearla. No, él no la quería así, como un hierro que se toma en los brazos. No, maldita sea. Él quería a una mujer, se casó con una. Se creyó tan poderoso que con pensó que una mujer se mantuviera fría y frígida ante sus caricias y sus besos. Aquel poste llamado Hermione, era peor para él que un castigo de Voldemort.

Voldemort... ¿qué habría sido de él? Pensó con rabia y dolor en el mundo mágico que había tenido que dejar culpa del desgraciado de su padre. Observó a Hermione y tuvo muchas ganas de averiguar si era la que él conocía y tanto había odiado por ser sangre sucia... y ahora él vivía como ellos... las vueltas de la vida... La joven estaba aún mirándolo y Draco recordó que estaba enojado con ella.

No obstante, bajó su crueldad. Iba a luchar con ella con las mismas armas y veríamos quién vencía de los dos. Él tenía el poder en su mano, ella ahora era una mujer.

-Siéntate –ordenó.

Como una autómata, la joven, vestida con un bonito modelo de mañana, se sentó. Cruzó una pierna sobre la otra. Eran unas piernas perfectas, como lo era todo su cuerpo, su rostro, su pelo, su perfume y toda ella.

Draco desvió los ojos de su figura. Se sentó lejos de ella y también cruzó una pierna sobre la otra.

-No habrá viaje.

Ella no contestó. Lo escuchaba solamente. Miraba por la ventana y de vez en cuando movía su pie. Draco se fijo en la vestimenta de la joven y cruel, dijo:

-Te has puesto la ropa que yo te compre, pese a cuanto me odias y todo lo que me desprecias.

-La he ganado.

-Eres una cínica.

-Como usted.

Draco apretó los labios, iba a levantarse como un loco, pero se contuvo. No había ganado su riqueza armando ruido. Lo había hecho a fuerza de paciencia y habilidad. Perder el control por una mujer, era darle demasiada importancia. Se calmó como por "magia".

-No saldremos de viaje –repitió. –Tengo mucho trabajo pendiente y considero que merece más la pena continuarlo, que darte gustos a ti.

-No me interesan los viajes.

-Ya veo que tienes respuesta para todo.

-No soy muda.

-Bien, ahora debo hablarte de tu padre.

-No se moleste –despreció. –No me interesa lo que pueda ocurrirle. No soy cruel por eso, a decir verdad, sólo lo conocí para recibir sus golpes.

-Lo he enviado a un sanatorio. Costó dominarlo, pero lo han conseguido. Espero que una cura de desintoxicación lo deje como nuevo.

Ella alzó los hombros.

-Por lo visto ni eso te importa.

Hermione se puso en pie y fue hacia la ventana.

-En absoluto.

Draco temió cometer un nuevo atropello y no quería. Era la primera vez que no quería ser demasiado cruel. Bruscamente se puso en pie y salió de la habitación, cerrando la puerta con un violento golpe.

Entonces Hermione se volvió lentamente hacia la puerta cerrada. Un profundo estremecimiento que la sacudió en lo más hondo de su ser. Llevó las manos al rostro y soltó un ahogado gemido.

Quedó inmóvil como una estatua, pero no pensó en rebelarse ni huir. Aquella soberbia de Draco iba a resultarle muy cara. Quisiera o no, por primera vez en su vida, iba a saber lo que era el desprecio de una mujer.

Alzó los ojos y susurró:

-Me han humillado como jamás lo han hecho con mujer alguna y haré pagar cara esa humillación.

-0-

Una doncella le avisó que la comida estaba servida. Bajó despacio, sin prisa, con su caminar suave, sus modales elegantes de mujer inconmovible y fría.

Se encontraron en el comedor. Sintió sus ojos como quemaduras en su rostro. Se sentó frente a él y comió en silencio. Una doncella servía la mesa. Draco parecía irritado.

-Tu padre –dijo en medio de la comida –escapó del sanatorio.

Hermione no se inmutó.

-¿Es que tampoco eso te interesa?

-Ya lo he dicho. En absoluto.

-Va a avergonzar mi nombre.

-Fue una lástima que no lo tuviera en cuenta a la hora de casarse conmigo.

La doncella se había retirado y Draco descargó un puñetazo sobre la mesa.

-Ya veo –gritó nervioso –que no tienes corazón.

Hermione lo miró serenamente. Era la serenidad de aquella joven lo que exasperaba al millonario. Él, que tuvo siempre cuanto quiso y de pronto una chiquilla le demostraba que el dinero para ciertas cosas carecía de importancia.

-Voy a hacerte muy desgraciada. Vas a llorar muchas veces.

Otra vez, Hermione lo miró y en sus ojos apareció un destello de ironía. ¿Qué importaba que por dentro estuviera llorando ya? Desgarrada, dolida, humillada en lo más vivo. Antes dejarse morir que él supiera el gran daño que le había hecho y le estaba haciendo.

-Puede que se equivoque. No es fácil que llora. Nada fácil Draco Malfoy. En cuanto a lo que tú –recalcó, tuteándolo y él parpadeó –puedas pensar o decir, me importa menos que nada. Lo que haga mi padre tampoco me importa. Tú hiciste tratos con él, arréglate. Tu nombre no me interesa en absoluto. Tu prestigio me causa risa. ¿Quieres saber aún más?

-Pero eres mía...

-Solo a medias –alegó con fingido cinismo, que él vio real –Soy tuya cuando me desees, pero eso no te dará ninguna satisfacción. Creo conocerte un poco. No eres hombre que soporte fácilmente la indiferencia y en mi la tendrás siempre.

-Ten cuidado con lo que dices, aún no me conoces del todo.

-Es que tampoco voy a pretenderlo.

En aquel instante, Fabrizzio, asustadísimo se presentó en el comedor.

-Señor... señor... –advirtió agitado –Señor, está aquí. Quiere verlos.

-Déjalo pasar y avisa a los enfermeros, esta vez no se escapará –dijo Draco sin inmutarse.

-No esta borracho señor. Está muy cuerdo. –replicó Fabrizzio.

-Mejor. Que pase aquí.

Fabrizzio desapareció y Draco miró a Hermione.

-¿Tampoco esto te inquieta? –preguntó desafiante.

Ella lo miró con ojos tan serenos y traslúcidos como si jamás le hubiera ocurrido algo doloroso.

-Ya te lo he dicho.

-¿Por qué me tuteas ahora sin que te lo haya pedido?

-Porque lo creo necesario.

-Habrá una razón.

-Puede que sí, pero no pienso buscarla.

-Eres inteligente.

-No lo sé –mintió la joven.

-Y culta.

-Puede.

-Eso te coloca, según tú crees, por encima de mí.

-Hay muchas otras cosas que me colocan encima de ti, dejando a un lado mi modestia.

-Eres soberbia –dijo con frialdad.

-Debiste pensarlo antes de obligarme a casarme contigo –respondió con igual frialdad.

-Eres vengativa.

-Obro con justicia.

-¿Cuánto tiempo piensas que vas a seguir siendo la superior?

-Hasta que me muera.

-Me gusta el juego y mucho. Puede que no lo creas, pero me gusta. Me agrada que seas como eres.

-Mejor para ti.

-He descubierto en el fondo de tus ojos que no eres una mujer fría (N/A: Descubrió America! Jejeje).

Hermione parpadeó. Se diría que no lo había oído. Tenía razón, no era fría. Pero lo sería para él, hasta hacerlo llorar. Hasta verlo a sus pies, pidieron ternura, que no la tendría jamás.

Ella no se parecía a su padre, aunque él la hubiera concebido. Ella era la continuación de su madre, que siempre fue una mujer digna y entera.

-Y ese apasionamiento tuyo que ocultas –añadió Draco –será mío. Quieras o no, porque ya encontraré la forma de despertarlo.

No contestó. Miraba hacia la puerta sin ningún interés. Su padre estaba allí. Su sonrisa de alcoholizado le repugnó tanto como los besos de fuego de Draco.