Volviendo a descubrirte, sufriendo y... ¿amándote?

Advertencia: Los personajes no me pertenecen, son de J. K. Rowling.

Capitulo V:

Con la mayor naturalidad, se puso en pie. Draco creyó que iba a recibir a su padre y éste también, pero con gran asombro de los dos, Hermione dobló la servilleta, cruzó el comedor y pasó ante su padre sin mirarlo. Éste, loco de rabia, la tomó del brazo, casi al mismo tiempo, Draco se levantó con un salto. Los dos hombres perdieron un poco el control, pero ella no. Miró con desprecio la mano que sujetaba su brazo, se desprendió sin brusquedad pero enérgicamente y siguió caminando.

Richard se pusó entre la puerta y ella.

-Soy tu padre -dijo, alteradísimo. -¿O es que lo has olvidado¿No me miras siquiera¿Sabes a donde me ha enviado tu marido?

Draco, en medio de la habitación, miraba a ambos, expectante, esperando la reacción de ella y el momento en que Richard levantara la mano ycruzara el rostro de su hija, para saltar sobre él y destrozarlo. Esperaba también que Hermione se viera indefensa y acudiera a él en demanda de socorro.

Pero no ocurrió nada de eso. Miró a su padre con desprecio.

-Ahí lo tienes -dijo serenamente, inconmovible. -Habla con él, yo no tengo nada que ver con este asunto.

-Te he casado con él.

-Por eso mismo. Me has vendido. Cobra el importe de mi persona y márchate.

Richard abrió los ojos desmesuradamente. En otra ocasión, su hija se hubiera encogido de miedo. Por lo visto, ya no le tenía ni eso.

-Déjame pasar -pidió Hermione fríamente. -Arréglate con él.

Richard no tuvo tiempo de reaccionar para detenerla. Era tal su asombro que quedó como paralizado. La puerta se cerró luego que Hermione saliera y su padre, como loco, fue hacia su yerno.

-¡Me has enviado al sanatorio! -gritó, fuera de sí. -¿Quién te has creído que soy¿Ese es el modo de pagar lo que te di? Draco metió las manos en los bolsillos y avanzó lentamente hacia él. No parecía alterado ni ofendido. Simplemente indignado.

-Siéntate ahí -ordenó, mostrando una silla con un dedo. -Siéntate.

Richard, inmovilizado, se dejó caer en la silla como un autómata.

-Te he enviado al sanatorio a curarte -dijo despreciativo. -Y volverás ahora mismo allí.

-¡Jamás!

-Temo que si te niegas me tomaré la molestia de desterrarte. No soy hombre para jugar Richard. Creo que ya lo sabes. Tampoco suelo apiadarme de los indeseables. Me he casado con tu hija porque me gusta -emitió una risita inconfundible. -Por supuesto, pese a todo, no se parece a ti. Quizá -añadió entre dientes -es mucho peor, pero al menos, es digna.

Lo apuntó nuevamente con el dedo, agregando:

-Tienes dos alternativas. Que mis criados te echen a la calle como un apestado y me olvidaré de ti para siempre, o bien, una cura de reposo y desintoxicación en un sanatorio. Elige. Esto último me va a costar dinero, lo otro, sólo darte una patada.

Por toda respuesta, Richard, mezquino como siempre, mojó los labios con la lengua y pidió, suplicante:

-Ahora... ahora... dame una copa.

-Ni una gota -replicó, despiadado. -Vendrán a buscarte dentro de unos minutos.

Richard se levantó de un salto y buscó la puerta para huir. En aquel instante ésta se abrió y apareció Fabrizzio seguido por dos hombres vestidos de blanco. Richard miró a Draco con odio.

-Para esto te he entregado a mi hija -gritó. -¡Para esto!

Draco ni siquiera se molestó en mirarlo. Frío, indiferente, pasó ante él sin saludar siquiera a los enfermeros. Mientras subía en dirección a su cuarto, oyó los gritos de Richard en el comedor, las órdenes de su secretario y las protestas de los enfermeros. Impasible, siguió adelante. Llegó al piso superior y miró como distraído hacia abajo. Vio a los enfermeros que se llevaban a Richard tomado por los brazos, como si fuera una pluma. El hombre luchaba sin ningún resultado.

El rubio no sonrió. Indiferente, se dirigió a la puerta de la habitación de su mujer y la abrió de un empujón. La vio allí, quieta, preciosa, distante, con la mirada perdida en el jardín. Ni siquiera se había dado vuelta al oír la puerta.

Esto impulsó aún más la rabia de Draco Malfoy. Avanzó hacia ella, la tomó por los hombros, la dobló contra sí ytomó en su bocala de ella, sin que Hermione Granger hiciera nada por rechazarlo.

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Cuando bajó de nuevo al salón, eran casi las diez de la noche. La había herido en lo más vivo sin resultados, pues ella había soportado su crueldad sin quejarse. Fue una agonía que hubiera destrozado a cualquier mujer, pero a ella no... Ella era de hierro, uno que jamás podría ser fundido... Peor para ella. Claro que él, contra lo que todos pudieran suponer, no se sentía feliz.

Espero que ella no bajara a comer, lo esperó con ansiedad para subir y decirle... decirle que era débil y no sabía enfrentarse con la verdad. Sería un gran triunfo...

Pero ella bajó, muy pálida y temblorosa, aunque él no lo percibiera. Hermione entró, saludó y se sentó en la mesa como una reina. Él la miró cegador, como si pretendiera entrar en aquellos ojos y descubrir lo que pasaba en su interior. No pudo, por primera vez en su vida se encontraba con alguien superior a él, distinto, pero superior.

-Eres –le dijo mientras cenaban. –como una piedra.

Hermione lo miró.

-Si te duele, siento no poder aliviarte.

Le pegaba donde más le dolía, Draco estuvo a punto de perder el control, pero no lo hizo. Siguió comiendo y mirándola a la vez.

-No me duele, pero a ti si.

Hermione, por toda respuesta, alzó los hombros.

-No creo que te moleste mi dolor, suponiendo que lo sienta en realidad.

Draco no pudo más, se puso en pie y dio la vuelta a la mesa. Se quedó parado a su lado. Hermione comía sin levantar la cabeza, con toda naturalidad, como si su corazón no se desgarrara. Había recibido muchas palizas de su padre, había sufrido y había llorado noches enteras desde la muerte de su madre, aunque en ningún momento el sufrimiento fue tan duro, tan insoportable como en aquel instante. Y sin embargo, de su rostro, bello en verdad, de sus labios doloridos, de su cuerpo maltratado, no se apreciaba más que una leve palidez y un brillo extraño en sus ojos.

-Me pregunto –dijo él, enfurecido. –qué debo hacer para conmoverte.

Hermione no levantó la cabeza, sabía que lo tenía detrás de ella y que de un momento a otro sentiría las manos del rubio en su cuerpo. Pero se mantuvo indiferente por fuera.

-Ni tu ternura, ni tu pasión, ni tu piedad –dijo ella sumisamente –ni tus exigencias, lograrán jamás alterarme. Creo que ya te lo he demostrado.

Las manos de Draco fueron a los hombros de la joven.

-Y crees que así puedes sentir la felicidad.

-No la pretendo, a tu lado es inconcebible.

-Te juro por quien soy, y no soy poca cosa, que te sentirás feliz y ansiarás tenerme a tu lado.

Hermione, con una calma aparente tan solo, bebió de su copa y la dejó sobre la mesa.

-Me parece que conmigo no servirán tus trucos.

Podía suponerse que Draco iba a matarla, pero no fue así. La soltó y sin hablar cruzó la habitación y salió de allí dando un portazo que estremeció todo el comedor.

Entonces Hermione dejó de torturarse comiendo. La comida caía en su estómago como agua helada. Esperó unos segundos con el rostro pálido. Cuando oyó sus pasos perderse en el pasillo y luego el motor del auto alejándose, se puso en pie y subió las escaleras.

Ella no era mujer valiente. Podía parecerlo, pero no lo era. Tampoco estaba dispuesta a soportar el suplicio al que la sometía aquel hombre. Él era un hombre rico y poderoso, pero a ella eso no le bastaba, no para su sensibilidad.

Miró al cielo, apoyó la frente en el cristal y contempló la noche. Una noche más... pero para ella no tenía importancia. Lo que la tenía era su sacrificio, su desesperación y la continuación de esa vida insoportable.

Se iría. Lo decidió en aquel momento, no habría nadie capaz de detenerla, salvo que la ataran al pie de la cama y eso aún no había ocurrido. Aunque pasaría si Draco llegaba a enterarse de sus intenciones, pero no sucedería hasta que ella estuviera muy lejos de allí.

Era una idea que se hacía cada vez mas firme en su cabeza, dio la vuelta y buscó un maletín donde meter un poco de ropa. Saldría por la puerta sin que nadie se diera cuenta de eso. No volvería jamás, trabajaría, ya no era menos, puesto que estaba casada. Ya no huía de su padre sino de su marido. Un hombre tan orgulloso como Draco Malfoy ni siquiera la buscaría, aunque se le retorciera el corazón con ansiedad.

-0-

Draco volvió a su casa a las cinco de la mañana. Había tratado de encontrar lejos de su hogar una compensación a la frialdad de su esposa, fue mucho peor. Para él no habría jamás otra mujer que Hermione Granger. Era como una desgracia.

No admitió que estuviera enamorado de ella, él no era hombre que se enamorara. Pero aún así, reconoció que jamás en su vida de hombre seductor y conquistador, encontró una muchacha como Hermione, se la imaginaba enamorada y sin aquella frigidez y todo en él se revolvió de pies a cabeza. Recordó a la joven que él había conocido en sus años de Hogwarts, y a pesar de que tenían varias similitudes, el carácter de su esposa lo sorprendía y le hacía ver que era imposible que la bruja sabelotodo fuera ella, tendría que haber cambiado demasiado para serlo...

Entró en su casa y cerró sin cuidado. Iría a pasar las horas que quedaban de la madrugada a su lado, sería como una venganza, que la heriría en lo más hondo.

Subió las escaleras y abrió la puerta del cuarto. La luz estaba encendida, esto le extrañó ¿Hermione no podía dormirse porque lo extrañaba? La cama estaba sin desarmar, sobre la mesita de luz había un papel. De repente, como enloquecido, adivinando la realidad, corrió hacia la mesita y bruscamente tomó el papel con una mano temblorosa.

Lo leyó de una vez, pero aún así no pudo pensar que a él, justo a él le pasara aquello. Lo leyó de nuevo, más pálido de lo normal, con los puños cerrados:

"Te dejo. Sería capaz de soportarte, pero no quiero. No quiero saber nada más de ti. No me busques, porque aunque me encuentres nadie será capaz de obligarme a vivir contigo. Quédate ahí con mi padre, que es como tú. Con tus miseria, tus crueldades, tus vilezas. Has tenido de mi lo que nunca pensé darle a un hombre. Cobro lo que me has usado con el dinero que ahora me llevo, todo el que encontré en el cajón de tu despacho, que no es mucho, pero será suficiente para que viva mientras encuentro trabajo. Adiós y que el cielo te de el castigo que mereces."

Ni siquiera lo había firmado. Draco se dejó caer en el borde de la cama como un paquete. No se desesperó, como un poste se quedó allí por unos minutos. Su cerebro de hombre triunfador luchó a velocidad increíble en unos segundos. Tal vez más de lo que nunca había combatido en su vida.

El papel fue haciéndose una bolita entre sus dedos hasta ser sólo trizas, de repente se tumbó en la cama y cerró los ojos con violencia. Él nunca supo si era dolor aquello que le desgarraba el alma, rabia, desprecio u orgullo herido. Pero si supo que era demasiado soberbio para rebelarse en ese momento.

Hundió las manos en la cama como si buscara algo. La buscaba a ella, la había tenido allí. Ahí mismo había sido suya como jamás ninguna mujer lo había sido. Allí había recibido el primer desprecio de mujer y no era él un hombre que los aceptara sin inmutarse. Por fuera sí, pero dentro de sí fue como si se le retorcieran las entrañas y se las destruyeran.

Cerró los ojos, nadie lo veía. Podía protestar, nadie lo escuchaba. Podía llorar incluso, nadie lo sabría jamás. Y protestó y lloró, él... Él, que jamás se conmovió por nada ni por nadie, ni siquiera la difícil decisión de dejar el mundo mágico le había dolido tanto. Lloró sin lágrimas, como si algo se rompiera dentro de él.

Hubiera deseado ser amable y cariñoso con ella, también apasionado y que ella compartiera su pasión. Fue cruel porque ella quiso que lo fuera. Fue despiadado, porque ella quiso recibirlo así. Pero la necesitaba como nunca había necesitado a nadie. Era la primera vez que una mujer le dejaba una huella...

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Alex se asombró al verlo llegar allí como todos los días.

-Draco –exclamó. -¿No han ido de viaje?

El rubio tenía el rostro pétreo, pero tampoco había sido expresivo en demasiadas ocasiones.

-No.

-Que raro. ¿No me habías dado órdenes...?

-Si.

-¿Te pasa algo Draco?

-No –tomó una carpeta y la abrió. -¿Qué asuntos tenemos para hoy?

Alex avanzó por el despacho y se sentó frente a él. Draco, detrás del escritorio, consultaba documentos, daba órdenes por el dictáfono (N/A¿saben a lo que me refiero? Es un aparatito con el que se comunican los empleados entre si o jefe y empleado, como en este caso, desde habitaciones distintas), firmaba cartas...

-Draco...

El rubio levantó la cabeza y lo miró indiferente.

-¿Qué te pasa hoy Alex?

-Eso me pregunto. ¿Qué te pasa a ti? Te casaste ayer, tuviste una fiesta maravillosa...

-¿Y?

-No te entiendo. Tenías el pasaje para un viaje a la Costa Azul.

-¿Cómo esta tu esposa?

En aquel instante entro Fabrizzio, medio atemorizado.

-Señor! Richard...

-Cálmese Fabrizzio! –gritó Draco, exasperado. –Aprenda a dominarse, se comporta como un marica.

Cuando Draco no tuteaba a Fabrizzio, éste ya sabía que su jefe estaba muy enojado. Se calmó como por "magia", Alex los miraba a ambos. Se daba cuenta que allí pasaba algo muy grave, demasiado grave... Tal vez lo más difícil que había ocurrido en la vida de su amigo. Él apreciaba a Draco. Sabía cuantos defectos tenía, pero conocía también sus virtudes y tenía algunas...

-Serénate –dijo Draco con aspecto nuevamente impasible. –Habla ya. Si Richard se ha escapado otra vez, búscalo, haz que lo busquen, mátenlo y entiérrenlo de una vez.

-Señor... –susurró Fabrizzio alterado.-No ha huido. Se ha... se ha...

-¿Se ha colgado de un árbol? –preguntó fríamente.

-No señor, no. Se ha... –aflojó el nudo de su corbata. -¡Que horror! Se ha...

Alex se puso en pie y se acercó al secretario.

-Fabrizzio -pidió. –Serénate¿qué le ha pasado a Richard?

El joven se mojó los labios con la lengua y estiro los puños de su camisa, sin poder formular la frase que quería decir. Draco no hizo más preguntas. Con los brazos cruzados, continuó impasible. Si algo sensible latía en él, no se expresó en su voz ni en sus ojos.

-Se ha cortado la yugular con una navaja, señor –dijo Fabrizzio con un hilo de voz. -Era tal su ansia de beber que en un descuido se suicido.

Alex se estremeció de pies a cabeza, pero no se movió, sólo miraba a Draco. Éste, tranquilo, apenas si movió los ojos. De repente largo una carcajada y comentó sardónicamente:

-Es lo mejor que pudo ocurrir –descruzó los brazos y hojeó unos papeles, mientras ordenaba con voz hueca: -Que lo entierren en el cementerio común. No tengo nada que ver con este asunto.

El secretario dio la vuelta y se fue. Cuando la puerta se cerró, hubo un largo silencio. Alex estaba tan impresionado que apenas si podía decir una palabra. Pero al fin lo hizo. Se inclinó hacia adelante y miró a su amigo, o trató al menos de encontrar sus ojos, pues Draco al parecer, no tenía intenciones de volver a hablar sobre el asunto.

-Draco...

-¿Qué? Estoy mirando estos planos Alex, hay un error...

Alex estalló:

-¿Cómo puedes pensar eso cuando sabes que el padre de tu mujer acaba de suicidarse?

-¿Y que tengo que ver yo en todo eso? Lo envié al sanatorio para que se cure¿sabes cuanto me costaba mantenerlo allí?

-No se trata de eso, era el padre de tu mujer.

-Tonterías.

-Quizás a ella le interesa enterrar a su padre y llorar por él. Por muy mal padre que fuera, gracias a él ella está en el mundo.

Draco levantó los ojos, eran fríos y parecían de acero.

-¿Qué sabes si a ella le interesa estar en este mundo?

-Draco...

-Déjame solo Alex. No pienso ocuparme de este asunto.

-Pero tal vez tu mujer desea verlo –insistió Alex.

Draco se puso en pie. Salió del escritorio y fue muy despacio hasta el ventanal. Miró hacia la calle. Había sol, el día era esplendoroso. Dover lucía como una ciudad feliz.

De repente se dio vuelta, miró a su amigo con expresión cerrada. Nadie hubiera sido capaz, ni siquiera Alex que lo conocía bien, de saber si era dolor o menosprecio lo que ocultaban aquellos acerados ojos grises.

-Hermione Granger me abandonó.

Alex se estremeció y dando un salto se puso en pie, pero luego volvió a sentarse.

-Draco –gritó. –Draco¿y lo dices así? Has venido al trabajo como todos los días, has dado órdenes igual que siempre... no te entiendo Draco...

Éste relajó los labios en una sonrisa, fue a sentarse nuevamente al escritorio y tomando el dictáfono ordenó:

-Que pase el primero.

Bruscamente, Alex se lo quitó.

-¿Qué haces? –preguntó Draco.

-No comprendo... no comprendo... Dices que ella te abandonó¿por qué?

-No lo sé.

-Lo sabes, Hermione es una muchacha sensata.

-No lo sé –repitió. –Déjame en paz. Este asunto ha terminado.

-¿Qué piensas hacer? Dime... ¿se consumó el matrimonio? (N/A: se que queda como pregunta vieja, jeje, pero no se me ocurrio otra forma de referirme a si habia pasado "eso" jeje).

-Si –respondió secamente el rubio.

-Sin ninguna consideración¿verdad Draco? Te conozco.

-No me case con una muñeca.

-Bien, Dime¿qué vas a hacer¿Vas a pedir el divorcio?

-No –rotundo. –Jamás.

-¿No piensas buscarla?

-No.

-La buscaré yo. Tengo que saber porque...

Draco tomó el dictáfono nuevamente. Esta vez, Alex no lo detuvo. Se puso en pie y lentamente salió del despacho. Cuando llegó al suyo oyó la voz serena de Draco, recibiendo al primer cliente...

-0-

Contrató detectives privados para localizarla sin decirle nada a Draco. Un año, dos, cuatro... Draco se había hecho más cruel, más despiadado, más rico. Un día, los detectives visitaron a Alex.

-¿Qué ocurre?

-La hemos encontrado, escuche...