Bien, les anticipo: viene lemon en este capítulo. Así que vayan sacando a los hermanitos y las abuelitas de frente a la pantalla, sí? Este capítulo no es apto para mucha clase de gente, pero en especial no es apto para los amantes del buen lemon. Sé que no me quedó lo mejor y me costó mucho escribirlo, pero bien… ya se los había prometido, así que acá está.

El que quiera saltarse este capítulo, se hace un favor a sí mismo :P.

Capítulo 8: "Delicioso"

- ¡Mmmmmmm, delicioso, delicioso!

Deliciosa era su expresión de placer. La manera en que cerraba los ojos y se mordía los labios, la forma en que lamía la crema de sus dedos…

- Sirius… ¿qué le pusiste a esta crema? –quiso saber.

- A ver, lleva crema, azúcar, canela, moca, unas gotitas de vainilla… y adivina qué: ¡no tuve que usar el microondas!

- Te pregunto si no le pusiste algo más.

- Mucho amor.

- No, me refiero a otra cosa. Algo mágico… un filtro, o algún ingrediente un poco raro…

- ¿Un afrodisíaco? Estás diciéndome que te sientes algo "cariñoso"…?

- ¡No! –contestó nervioso, se dio vuelta y se subió las mantas hasta la nariz.

Sirius se quedó un momento viéndole la espalda sin saber qué decirle. Finalmente decidió levantarse y llevar el plato vacío hasta una mesa.

Se descubrió una mancha de crema en el pijama y trató de limpiarla. No salía; mejor dormir sin camisa, se dijo y se la quitó. Vio a Remus durmiendo hecho un bollo detrás de él…

Ya que estaba… mejor dormir sin pantalón.

¿Qué hacía Sirius que no volvía a la cama? ¿Se había enojado y se había ido? Remus se dio vuelta y vio a Sirius completamente desnudo caminando hacia la cama; este se detuvo de inmediato. Se quedaron un largo rato mirándose uno a otro sin decir nada.

- Los ojos alcanzan a tocar lo que está fuera del alcance de la mano... –dijo Sirius al fin.

Caminó los pocos pasos que lo separaban de la cama; recogió su varita de su mesita de noche y apagó las luces. Se metió a la cama.

- … Y las manos alcanzan a ver… lo que la luz le niega a los ojos…

Sus manos viajaron entre las sábanas para encontrarse con la piel de su amigo.

Este no se movió ni dijo nada. Sirius podía jurar que estaba temblando casi imperceptiblemente.

El animago lo tomó por la mejilla y el cuello como si fuera a besarlo, pero en cambio se acercó gentilmente a su oído y le dijo lo que seguramente a la luz del día y viéndolo a la cara no podía. No eran difíciles palabras, no se avergonzaba de sus sentimientos, pero aún así siempre le había costado exponer su corazón abiertamente, hablando serio y sin chistes. Remus parecía un pajarito en una red en sus brazos…

Habiéndole asegurado que eso era verdadero amor, se dispuso a quitarle los pantalones bajando sus manos lentamente.

- ¿Qué haces? –habló por fin con la voz quebrada y temblorosa.

- Tú sabes bien…

Las manos de Remus de inmediato se lanzaron a la entrepierna de su amigo.

- ¡Te pensaba más tímido! –se atoró Sirius y le salió una voz aguda que no parecía suya.

Tomó al licántropo por el talle y lo ayudó a subirse a su cuerpo, sin que este dejara su importante tarea.

Algo le extrañó: su amigo estaba demasiado agitado para no haber empezado todavía. Buscó su varita; encontró la de Remus y encendió una lámpara.

Remus se veía muy pálido aún con esa luz, respiraba con violencia por la boca y parpadeaba más de lo normal.

- ¿Remus...? ¿Te encuentras bien?

Esas palabras trajeron al licántropo de vuelta en sí. Parpadeó con fuerza un par de veces para poder enfocar bien la cara de su amigo y asintió débilmente.

Trató de respirar hondo y más tranquilamente, pero la sangre parecía estar corriendo tres, no: diez veces más rápido por sus venas. Se esforzó por enfocar en Sirius.

- ¿Qué estás haciendo? –preguntó.

Sirius le dedicó una mirada traviesa y se sacó los dedos húmedos de la boca. Los dejo ir más allá de su espalda para mojar la entrada de su placer. Remus quedó petrificado. Otra vez todo se estaba poniendo borroso...

Sirius dejó entrar un dedo; Remus reaccionó igual que la vez que le había hecho pasar un cubo de hielo por el cuello de la túnica. Dejó entrar otro; ahora Remus lo estaba lastimando con sus manos.

Sirius movió sus dedos, buscando la mejor forma, insistiendo en los puntos que más placer parecía darle a su amigo. Otro más… Remus cerró los ojos y comenzó a mover sus caderas de una forma espasmódica y tosca.

Sirius estiró su mano libre y buscó en el cajón de su mesita un frasquito que tenía preparado para ese momento. Repitió el proceso, untando la cantidad necesaria para hacer el trámite menos doloroso.

Remus tomó el frasquito en sus manos, hundió en él sus dedos e hizo lo que Sirius había hecho con él. Con su amigo tendido de pecho en la cama, se acercó a él, se recostó sobre su espalda y alcanzó su oído. Gesticuló inútilmente sin llegar a decir ni una sola palabra. Sirius lo invitó a continuar; si él quería ser primero, que así fuera; si era lo mismo que deseaba hacia su amigo, cómo él se iba a negar.

Sirius hizo un gesto de dolor, pero no dejó que ningún sonido escapara de sus labios. Remus se detuvo a acariciar su espalda y brazos, a besar sus hombros, tranquilizadoramente. Un poco más adentro. Los dos entrelazaron sus dedos con fuerza. Volvió a detenerse; llenó de pequeños besos su espalda y de aliento su nuca. Con delicadeza le quitó el pelo de la cara y lo puso seguro detrás de su oreja para poder decirle al oído:

- ¿Estás listo? – y eso fue lo último que le escuchó decir en la noche.

Sirius asintió y su amigo pasó los brazos por debajo de los suyos y se aferró con fuerza a las sábanas. Remus comenzó con su arte.

Tan suavemente como podía, entrando con fuerza y saliendo despacio. Con movimientos lentos y acompasados que Sirius pronto aprendió a anticipar con excitación, golpe a golpe, oleada a oleada.

Con un brazo lo obligó a incorporarse en una posición cuadrúpeda donde pudo seguir más vigorosamente, reduciendo los intervalos entre asalto y asalto. Pese al empeño que ponía Sirius en permanecer tan silencioso como le era posible, Remus dejaba salir débiles gemidos quejosos. Uno especialmente afectado le indicó a Sirius que al igual que él, Remus estaba sintiendo cerca el clímax.

Éste aumentó la fuerza de sus envestidas, tan enérgicas que hicieron que los brazos de Sirius temblaran y se vencieran bajo su peso, dejándolos planos en la cama, hundidos entre las sábanas. Sirius pensó que su amigo ahora pesaba unos setenta kilos más; tenía una potencia que nunca le había imaginado, lo hacía temblar por completo. Sirius sintió que estaba a punto de perder la conciencia cuando Remus pareció morir sobre su espalda. Inspiraba con fuerza y soltaba temblorosamente como un hombre a punto de morir congelado en la nieve.

Remus lentamente se movió a un lado; Sirius se dio vuelta y lo tomó en sus brazos.

- Moony eso estuvo… ¿Moony? ¿Moony?... –Le dio unos golpecitos en la cara porque algo parecía no estar bien con su amigo.

- ¿Moony?

Como si apenas volviera a notar que Sirius estaba ahí, lo tomó por un hombro y lo dio vuelta con fuerza, y siguió donde había quedado sin tomarse ni un momento de descanso.

--La Vani se tira a un pozo y no quiere salir nunca más XS—