De Stacy a Melanie, de Melanie a Carol, de Carol a Rose. Saltamos de chica a chica, de flor a flor, con el viaje pagado por besos profundos y promesas vacías. Nuestra cama nunca estará fría mientras la excitación y el romance sean una enfermedad contagiosa. Una forma fácil de conseguir el brote de los néctares más íntimos de una mujer. Daniel se lleva a la mayoría. No hay nada más atractivo para una adolescente que un muchacho adulto que halague su presunta madurez. Basta uno o dos susurros cerca de la oreja para llevarlas al dormitorio y, acto seguido, convencerlas de compartir el pecado original conmigo. Seguro embarazamos a unas cuantas, las más ingenuas y descuidadas.
Luego de cansarnos de recorrer una y otra vez el monte de Venus, deleitamos nuestros bajos instintos con la piel andrógina de esos jóvenes que visitan los antros nocturnos en busca de música fuerte y emociones aún más ensordecedoras. Daniel apunta al adecuado con la barbilla. Es la señal. Atacamos.
El aspecto difiere con las noches y con nuestros caprichos. A veces más alto o más bajo, o más fornido y moreno, o tímido y vacilante, o intenso y decidido. Pero los abordamos igual, con la cautela y el ansia de los mejores depredadores, mezclándonos con la muchedumbre y las luces que aturden la visión. En algunas ocasiones usamos drogas o alcohol. Los vasos adulterados son llaves para el cuerpo y el corazón. En un cuarto de motel, o baño, o estacionamiento, o cualquier lado donde se dé, recostamos nuestros cuerpos en una danza lenta y estrecha. Ojos vidriosos; Labios rosas entreabiertos, brillantes y deseosos. Mordisqueamos el cuello cerca de la nuez de Adam y recorrimos la piel desnuda del hombro. Tiernos gemidos brotan, como los de una mujer, o hasta más dulce y complacientes. Manchamos con nuestra eyaculación el paladar del desconocido y luego degustamos la semilla amarga de él. ¿Con cuántos hemos compartido el lecho? Ya perdí la cuenta. O nunca la empecé. El licor y las sustancias a veces dejan profundas lagunas en mi memoria.
La compañía de extraños no bastó. Decidimos desahogarnos entre nosotros. Dos mitades que se unen para explorar las capas más interiores del otro y cosechar los jadeos con nuestras lenguas en besos largos. ¿Estará en el placer la clave de la existencia? En todo caso nos hicimos uno, más de una vez.
Daniel pide que me lime las uñas hasta que parezcan garras de cuervo. Durante la penetración enterré mis dedos en su espalda, y aré la piel, y coseché su sangre y sus gritos. Daniel se vino en orgasmo de inmediato. Limpié con mi lengua su espalda llorosa. Cambiamos las tornas. Daniel amó el papel de atacante como yo el de sumisión y viceversa. Fue brutal para interrumpir en mis entrañas. Las primeras veces me desgarró. Me hizo llorar, y gritar su nombre, y pedir más.
Noches de desenfreno. Tabúes que se multiplican. La vida es un váter que gira sin llevarse el excremento. Solo lo reúne y lo hace crecer hasta formar un montículo que nos supera a todos, y aun estando hasta el cuello de mierda seguimos buscando aquello que nos haga decir: Valió la pena. Dinero, poder, fama, familia, religión... O en nuestro caso, una extravagancia que no nace en lugares donde la ética o la moral iluminen. La mayoría se rinde. Personas como Daniel, personas como yo, jamás dejan de intentarlo sino hasta que la vida termina.
—Asesinemos a alguien —Dijo Daniel una vez, con la voz de un creyente. Me cuesta recordar cuándo. Tal vez lo soñé. O tal vez me lo dijo cuándo me embestía contra la pared del baño. Sensación. Palpitaciones. La tibiez y fundido en blanco que se lleva la visión por un segundo, síntoma de alcanzar el clímax. Todo luce tan nublado. Y en el fondo un hombre loco no para de reír.
No matarás... Exige el texto que, junto al Manifiesto comunista, ha dado rienda suelta a las peores matanzas de la humanidad. El tiempo pasa y nada mejora, nadie aprende, o simplemente nadie quiere aprender. Año 2008: La muerte humana es tan común como siempre. Se convierte en estadística cuando visita a la mayoría, en negocio si el fiambre es cantante o actor, u motivo de celebración si el que palma es un presunto violador, asesino, o dictador. Cada segundo alguien en un rincón del mundo fallece, puede que de cáncer, o un accidente de tránsito, de hambre, de suicidio, o por acciones de alguien más. Se ha vuelto un asunto mundano... ¿O me equivoco? ¿Será el asesinato un diamante en bruto? ¿Es la pieza faltante de nuestro camino-rompecabezas en espiral? ¿Qué hay en el fondo? ¿Azufre y fuego, o un conejo blanco?
Hay que continuar y descubrirlo. Destapar la olla del máximo pecado y saltar dentro. Daniel está conmigo en esto. Llegaremos al final. Lo sé.
—Todos acabamos como sacos de carne podridos en gusanos, Josh —Entre el frío y la luna, y bajo la luz pálida de la luna menguante, entierra la pala. Hice lo mismo. La tierra blanda y húmeda cede con facilidad ante nuestra violación. —¿Y qué? Olvídate del resultado y piensa en la causa. ¿Recuerdas a Cherry? Apuesto que sus últimos momentos fueron los más emocionantes y apreciados de toda su puta existencia. Cada golpe, cada crujido de los huesos, tuvo que avivarle las ansias por respirar y por ver otro amanecer. Cosa irónica si te detienes a pensar sobre lo poco que se cuidaba. ¿Sabes lo que creo? Creo que el alma, y en consecuencia el mundo, muestra el verdadero resplandor, los colores más bellos e intensos, en los momentos cruciales. Durante el final inminente. ¿Qué tan hermoso e intenso es? Eso no lo sé.
—Tú plan es descubrirlo.
—Nuestro plan.
—Así es... Entonces... ¿Nos matamos mutuamente? Parece el lugar ideal —Mi vista pasea por las tumbas y la bruma que nos llega hasta los tobillos.
—Tuve esa idea, pero la deseché. ¿Y si nos equivocamos? ¿Quieres partir sin descubrir el valor de la vida? Solo uno colgaría las zapatillas y el otro podría continuar, es cierto. Pero estoy más motivado con un compañero que me respalde. Tal vez, unidos, consigamos en esta corrupción final el camino a la salvación.
Asentí de acuerdo. Seguimos trabajando. El montículo de tierra a nuestro lado crece y se completa. Rompemos el sello del ataúd. El hedor a ultratumba se riega como burbujas invisibles que bailan al ritmo del jazz del más allá. Apesta a lirios marchitos y ratas muertas. Cuencas oscuras nos devuelven la mirada. Daniel clava la punta de la pala en el cuello del cadáver y lo cercena. Con el cráneo ennegrecido entre sus dedos y la piel desquebrajándose igual que papel mache, toma asiento sobre la lápida de su madre y le propina un beso tan inocente como las rosas de Mayo. Los labios se caen.
Recubrimos la tumba. Daniel lleva el trofeo bajo el brazo y marchamos a casa. Él durmió con su madre por primera vez en mucho tiempo. Le hizo el amor hasta que se deshizo frente sus embestidas, y me contó cada obsceno y cariñoso detalle. Un reencuentro feliz, supongo.
