Qué bonito es el recuerdo que tomó Daniel. Los arrancó de las corneas con una cuchara. La chica ya estaba muerta, y eso a él le molestó porque sintió que debió hacerlo antes. Cuando ella pataleó y lloró, y se meó encima. Se puede decir que nuestro debut en el arte de arrebatar la vida fue como un poema sin pulir. Una vergüenza para los grandes torturadores. No brilló lo suficiente para satisfacer a mi cómplice. Sé que desea con urgencia un segundo intento.

La furgoneta nos la prestó un amigo de Daniel, un tal Chuck. Cerdo amante del guacamole y los Doritos. El tipo le debía un favor a Daniel por esconderlo luego de la violación de una niña exploradora. Chuck eludió la justicia, y ahora espera en el sillón de su sala a que más niñas vendiendo galletas toquen el timbre de su madriguera.

Eché la cabeza atrás. El ventilador del techo gira y gira. Olfateé mis dedos, aun huelen a queso y sangre, y con el aroma metálico emanan los recuerdos. Ladeé la cabeza hacia el estante. Ojos violetas que flotan, ¿ven el mundo de forma diferente? Creí que sí. Por eso la seguí luego de las practicas del coro y la acosé durante días. Hasta le pedí disculpas cuando la tropecé deliberadamente en la acera. Ella sonrió y peinó su cabello dejándolo tras la oreja. Recordé esa sonrisa al cortarla. La sangre brota. Ojos violetas se mueven temblorosos, se humedecen y escupen agua salada. La boca amordazada es incapaz de gritar. Me miran, me reconocen de la acera, en silencio ruegan por misericordia. ¿Se puede leer el pedido de piedad en la mirada ajena? Sí, es un brillo singular, un temblor en la pupila, la dilatación exacta para trasmitir el más absoluto temor. Seguí cortando. Tracé líneas desde el antebrazo hasta el codo. Mejilla. Frente. Subí por su abdomen terminando en el seno izquierdo. El pecho subió y bajó al ritmo de la agitada respiración. Sudó terror. Rebané el pezón. Mis manos se vistieron de rojo y brillo, oxido y hedor a Doritos. Maldita sea, Chuck. Limpia tu coche. Daniel se entretuvo con el mazo. Le atinó al fémur. Luego a la rodilla, que crujió. Al tercer golpe un hueso salió para decir Hola. Daniel lo volvió a meter de un nuevo golpe. La invitada se sacudió y tuve que apretar las ataduras. Mi amigo se bajó los pantalones. Le dije que se me olvidó comprar condones. Maldijo y se desahogó con un mazazo en el estómago. Coca cola y palomitas de maíz semidigeridas brotaron entre la mordaza.

Menuda noche.

Salí del dormitorio y en el comedor encontré un invitado sorpresa. Me recordó al niño de la otra noche, pero no es él. Más pálido y joven, cabello rubio, nariz pequeña, traje blanco de marinerito. La cinta americana evita que se caiga de la silla.

—¿Cómo está Tiara? —Pregunta Daniel, de cara al fregadero y de espalda a mí.

—No lo sé. Ya casi nunca la veo.

—Tengo ganas de echarle el diente. Es un poco mayor, sí, pero sigue estando guapa. Me recuerda a mi madre. Esta vez no olvides los condones.

—¿Vamos ahora?

—Lo siento. Ocupado.

—¿Dónde conseguiste al chico?

—Lo rescate de un agujero. ¿Qué clase de desgraciado entierra un niño perfectamente utilizable? El mundo cada día está más loco.

Daniel puso a calentar el aceite en un salten. Está cocinando. El nunca cocina.

—Iré a ver a alguien —Dije.

—Te guardaré el almuerzo. Consigue un buen jabón de manos. Mis dedos apestan a Doritos.

Asentí y salí del apartamento.

¿Por qué se admira a otra persona? Es habitual que un hombre o una mujer tenga un ejemplo a seguir o alabar. Puede ser un profesor, doctor, científico, inventor, cantante, cocinero, compositor, escritor, director de cine, más un largo etcétera. Generalmente son personas exitosas, con ideas o historias que han logrado enterrarse profundo en la vena sentimental de quienes los ven con miradas llenas de esperanza. Tienen algo que el que babea y aplaude carece. Llámalo intelecto, dinero, o poder. Nadie admira a los fracasados o a los que no tienen nada. La admiración es el sinónimo lindo de la envidia. Es querer, y correr para alcanzarlo. Cuando fallas o te resignas, y crees que es imposible, te cruzas de brazos pensando que ese personaje es mejor que tú por la fortuna o la genética.

No es culpa nuestra. Desde que naces te hablan e instruyen para que seas la mejor versión de ti. Claro, la definición de buena persona suele cambiar con las épocas y las sociedades. Un hombre decente del antiguo (Y no tan antiguo) medio oriente apedrea a una adultera. Un hombre decente del moderno y progresista occidente, aplaude a la adultera. La televisión te escupe en el rostro a los héroes a seguir, al tipo de capa que siempre salva el día o al políticamente correcto. Que hermosa es la mujer de grandes pechos y trasero, te dicen hoy. No veas a la mujer como un objeto, te dicen mañana.

Cuando todo luce opaco, y ni los ruidos fuertes y los discursos motivacionales te impulsan, ni la publicidad te deja ciego de asombro, hace falta escudriñar más en el lodo para encontrar a la persona que te empuje y te obligue a hacerte preguntas. O mínimo te haga creer que existe una respuesta verdadera. De la misma forma que muchos alaban a Gandhi o Martin Luther King, un puñado más aplauden los nombres Stalin o Mao Zedong. Viva los genocidas. Vivan los líderes de la secta o los asesinos seriales...

Afinca. Corta. Pulsa. Ella llora. Mi corazón late. Ve a dormir, susurra una voz en mi cabeza. Abro los ojos y continúo mi camino.

Hace una semana encontré una página en internet tributo a Jeff the killer. La página se llama Dime Jeff. Hice buenas migas con la administradora del sitio. Una noche, somnoliento por cinco horas de platica ininterrumpida, le confesé que mi amigo y yo le arrancamos lo ojos a la cachorra del vecino. Ella me preguntó cuánto lo disfruté. Contesté que mucho. Nina estuvo feliz por mí y me envió la dirección donde se reúne su grupo.

El lugar se encuentra aquí en La Crosse. No les diré la dirección exacta para evitar que vayan a husmear. Descendí las escaleras de la parte trasera del edificio. En la puerta del sótano está escrito con trazos salvajes el nombre de la página web. Letras rojas que lloran al insertar una cuchara. Cuencas negras... Un rostro blanco acosando mis pasos, me vigila con agitada respiración desde todas las esquinas. Le recordé a Daniel la frase, a él le pareció gracioso pintarlas en la pared del almacén. Ve a dormir, que a estas horas los niños malos están jugando. La sangre tiñe con poderoso color. El mundo deja de ser gris y el sollozo de una chica torturada palidece a la música de Beethoven

Un anillo de sillas, solo cinco personas, seis contándome. Nina toma lugar a las 12 en punto. Un tipo cualquiera a mi derecha, con traje barato. El veterano de uniforme militar dos sillas a la izquierda. Mi profesora de geografía se sienta a la izquierda de Nina, e hizo como si fuésemos desconocidos. Imité el gesto. Un tipo gordo de barba oscura toma sitio dos puestos a la derecha de la anfitriona.

Nina es de mi misma edad. Usa mucho maquillaje, no para lucir bella sino para acercarse a su ídolo. Su cara deja atrás la palidez de ultratumba y se interna en el estilo de las fotografías viejas blanco y negro. Con delgados labios rojos como pétalos de rosa. Su cabello termina en una coleta de tinta. Usa ropa de morados chillones y medias largas de franjas naranjas. Se muestra feliz con una sonrisa grande, poco natural pero verdadera.

—Iniciamos la treinta segunda reunión del Club de Jeff. Bienvenidos, mis príncipes —Fue un apodo cariñoso. La voz chillona de campanilla me recuerda al tono de una niñera. —Hoy tenemos un nuevo invitado. Digan hola a Josh.

Los cuatro me saludan en sincronía, ninguno suena animado.

—Josh contactó conmigo hace como diez días. Chateamos mucho, aprendimos bastante el uno del otro. Casi hasta puedo jurar que somos almas gemelas —Me mira. Todos me miran. Incluyendo la cara pálida que flota al fondo y nadie más parece ver. —Saben que soy muy cuidadosa a la hora de traer nuevos compañeros, así que no desconfíen y muéstrense abiertos. Él es cómo nosotros, un inconforme. ¿De qué exactamente? Saben que suele variar.

Su mirada viaja en el sentido de las agujas del reloj.

—El trabajo. La sociedad. El país. La familia. Hasta el simple hecho de vivir suele ser motivo de insatisfacciones. Somos infelices, eso es un error. Jeff también era igual. Pero él encontró la respuesta en el sufrimiento, se topó un camino propio para ser feliz. Sí, existen caminos para alcanzarla. ¡Hay una respuesta! ¡Esa es la frase clave! Repitan después de mí.

¡Hay una respuesta!

Clamé junto a los otros. Cada quien tuvo su forma de decirlo. El tono de la profesora fue monótono y tranquilo. El del soldado un grito de guerra. El barbudo exclamó con una sonrisa bonachona. El asalariado con temblores en las manos.

Nina sigue hablando.

—Para comprender lo que digo es necesario escuchar y aprender la historia de Jeff. ¿Entiendes, Josh? De él se sabe poco, la policía quiere que se sepa poco. Gracias a unos amigos de mi padre pude obtener información privilegiada. Presta atención.

Asentí. Ella empieza a contar.

Jeffrey Allen Woods. Nacimiento: 3 de Abril de 1986. Hijo de un matrimonio convencional. Hermano de un tal Liu. Familia de clase media sin grandes gozos ni pesares. Se mudaron a un suburbio del condado a inicios del milenio, debido a que el padre consiguió un ascenso y lo transfirieron a Wisconsin. El expediente escolar de Jeffrey revela que tenía buenas notas, aunque siempre cayó en peleas con los chicos problemáticos. Un suceso que encendió varias alarmas, fue cuando un chico terminó apuñalado en el brazo durante una pelea que lo incluyó a él y a su hermano. La policía investigó, y Liu decidió cargar con toda la culpa. La fiscalía tuvo en cuenta la edad de Liu y su carencia de antecedentes, fueron clementes, dándole la pena de un año. El evento pareció afectar mucho a Jeff, se sintió culpable porque según decía fue él mismo quien apuñaló al abusón y golpeó al resto. Se mostraba distraído en clases o a veces se dormía en mitad de una conversación, dejando entrever problemas de insomnio.

Quince días más tarde se celebró la fiesta de un niño del suburbio. Jeff fue invitado. Su madre lo instó a asistir, creyendo que quizás mejoraría su humor. Según cuentan los testigos, Jeff se relacionó bien con los otros niños. Hasta que el mismo trío de la pelea con Liu irrumpió en el patio de la casa. Uno llevó una pistola. Hubo un tiroteo, aunque nadie murió por heridas de balas. El cabecilla del grupo falleció por un golpe contundente en el área del pecho, los nudillos de Jeff quedaron marcados en la piel. ¿Cómo demonios tuvo la fuerza para hacer eso? Retomando: Un abusón quedó inconsciente. El último se enfrascó en una pelea con Jeff que los llevó hasta el baño de la casa.

—De las estanterías les cayó un montón del alcohol y lejía —Comentó Niña mientras mueve las piernas hacia atrás y adelante como una niña pequeña. —Pero uno tuvo un encendedor y el otro no. Mi príncipe acabó siendo el afortunado. El sufrimiento le hizo ver la verdad.

Imaginé la escena. El alcohol se prende en llamas y el químico se interna en los cráteres abiertos por el calor. Gritos desesperados. Rostros de asombro. El hijo del alcohol y la lejía nace de una ola de fuego.

—Jeffrey acabó internado de emergencias en el The Sacred Heart Hospital, en Tomahawk. Duró inconsciente hasta finales del año —Nina manda a traer una mesita rodante con un televisor y un reproductor VHS encima. —Conseguí la cinta hace un par de meses. No preguntes cómo. Una chica tiene sus secretos.

—¿Es legal grabar a los pacientes?

—Por los problemas que tiene el país con los comunistas y fanáticos, aquí se graba todo. Claro, en secreto para no espantar a quienes piensan que vivimos en una sociedad libre. Pero incluso con cámaras los crímenes no disminuyen ni la justicia es más eficiente.

Meten la cinta y la imagen monocromática baila con la estática antes de estabilizarse. No hay sonido. Muestra un paciente sentado en una cama de hospital, con el rostro vendado hasta el cuello. Una enfermera y una mujer a la que Nina señala como la madre de Jeff, esperan sentadas. Jeff mantiene la cabeza gacha, con el cuerpo encorvado hacia delante y las manos cerradas en puños. Permanece en esa posición largos minutos, hasta que su madre mueve los labios y dice algo que lo reanima. Él salta de alegría y desconecta la vía intravenosa. La enfermera se apresura a tranquilizarlo.

Según Nina, los testimonios de la enfermera cuentan que la madre le habló sobre la liberación de su hermano. Liu quedó absuelto y libre de cargo tras las acciones del grupito que los molestó.

Nuestra anfitriona cambia la cinta por una de dos semanas después. La familia completa se reúne para ver el estado del rostro de Jeff. Al caer las vendas el horror colorea el rostro de más de uno. Los labios quemados son un par de sombras. La piel inmaculada como una hoja en blanco. Su cabello castaño y liso mutó en una maraña de greñas negras. El rostro plano y la pésima calidad del vídeo, convierte su cara en una mancha blanca fuera de lugar entre los humanos. La boca de la madre se abre en un grito. El padre y el hermano tiemblan. La enfermera le entrega un espejo de mano a Jeff. El cuerpo del chico tiembla, luego Jeff echa la cabeza atrás, sus hombros se estremecen arriba y abajo al ritmo de carcajadas mudas por la falda de audio. Nina pausa el vídeo.

—¿Es normal que terminase así? —Le pregunté.

—No. Es un milagro —Responde la chica.

—Se volvió loco. ¿Lo dejaron ir?

—El padre sobornó al hospital. Desfigurado y demente, los Woods querían a su hijito de vuelta. Adorable. Esa misma noche mi príncipe usó un cuchillo para tallarse una sonrisa de oreja a oreja, se quemó los parpados con un encendedor, y finalmente asesinó a toda su familia. Los envió a dormir para siempre.

—¿Por qué lo hizo?

—¿Qué cosa?

—Todo.

Nina suelta un hondo suspiro y procede a contar su manera de ver las cosas.

—¿La sonrisa? Quizás para siempre mostrarse alegre. ¿Los parpados? Tal vez amó demasiado su nuevo rostro y ansiaba admirarlo sin interrupciones. ¿El asesinato? Hay demonios hambrientos en el corazón humano que no se pueden ni se deben controlar. Pero al final... ¿Qué se yo? Soy una simple fan.

El tipo barbudo se lleva la mesita con el televisor. Nina se inclina hacia adelante en su silla y reanuda sus palabras.

—Es normal que poco a poco nos invada una sensación extraña, que casi parece al azar y te deja muchas dudas. Dile vacío, dile impulso, dile necesidad de sentirse satisfecho y conforme con tu vida. Nace, crece, reprodúcete, y muere. No somos animales, hace falta más que eso para completarnos. ¿Qué cosa necesitamos? Como dije, la respuesta cambia dependiendo de la persona. A veces no es agradable para el mundo. Pero no tiene que serlo, lo importante es que nos sentamos bien y libres con nosotros mismos.

Cada quien tuvo su turno para contar su insatisfacción, y explicar la respuesta que creen es ideal y única para calmar definitivamente la sed que ennegrece sus días y no se calma con agua. El veterano ansia matar a los inmigrantes y sus defensores. Les tilda de sanguijuelas que huyen de países en ruinas para succionarle la sangre al suyo desde adentro, les acusa de contaminar la tierra con sus costumbres y transformar Estados Unidos en una quimera de razas irreconocibles la una de las otras, sin cultura ni raíces. Seguro si conociera a Daniel lo vería con malos ojos por su herencia latina. Planea una matanza en un Walmart. Todos les deseamos suerte.

El asalariado se queja del trabajo. Comenta que lo transformaron en una maquina sin capacidad de pensar u opinar, atrapado por los grilletes del sueldo y la deuda que nace naturalmente con las responsabilidades del adulto. Alquiler, facturas, impuestos. Un día despertó y cayó en cuenta que es solo otro engranaje más de la maquinaria, encasillado en un cubículo hasta que sus ojos se derritan por la radiación del monitor y la artritis provoque que lo reemplacen por otro robot más joven e igual de desechable. Quiere pegarse un tiro, así que Nina le regala un revólver.

Es el turno de mi profesora.

—No puedo resistirlo. Las imágenes vuelan a mi cabeza, en mis sueños, cuando paseó por el parque, mientras almuerzo o me ducho. Suelen variar, a veces es el maletero de un coche, o en la cama de mi apartamento, incluso donde trabajo. Puede ser una compañera, o mi hermana, o mi tía. Siempre frías, en un charco de sangre. Mutiladas. Yo sonrío. No hay nada comparables a esas fantasías que me hagan sonreír así. Quiero ser feliz... Pero es tan... Horrible. No me siento lista.

—Date tiempo, sin presiones. Te saldrá cuando deba —Dice Nina.

Nuestra anfitriona endereza la espalda. Su coleta negra descansa frente su hombro derecho y baja hasta su pecho. La vi colgando de sus frágiles muñecas al techo del almacén. El bombillo azul ilumina su cuerpo desnudo, destrozado y profanado por objetos filosos. Las ventanas rotas escupen chorros de sangre, convirtiéndose en un lago que me llega hasta la cintura y sigue creciendo. El óxido inunda mi nariz. El viento arrastra la carcajada de un loco alegre. La risa se convierte en decenas de ellas, un coro a la locura y la muerte del prójimo. La sangre inunda mis pulmones y muero... Desperté. El resto de invitados no se percataron de mi desvanecimiento.

Nina empieza otro monologo.

—Lo que hacemos no es corrupción. Es filtración. Asimilación y liberación de nuestros demonios internos para alcanzar el bienestar. Basta de ocultarnos tras las caretas de moralidad impuestas por la sociedad. Es hora de buscar estar llenos, abandonar el vacío. Purificación, iluminación, Nirvana, es la respuesta, y lo más importante que hay es alcanzarla a cualquier costo. Solo así serán felices. Felices como Jeff. Más alegres que nadie nunca antes. Y cuando les toque la hora de dormir para siempre, podrán abandonar esta tierra sin arrepentimientos.

Termina la reunión.

Llegué al apartamento de Daniel. El aroma a estofado de carne y vegetales recién servido me recibe. El marinerito de la mañana desapareció, sustituido por un hombrecillo calvo, panzón, con la nariz rota, que lleva una camiseta con el cuello oscuro de sudor y los calzoncillos apestando a semen seco. La cinta americana lo mantiene quieto en la silla.

—Hola, Chuck —Le saludo.

—Quemaremos la camioneta con él —Avisa Daniel mientras me pone un plato con puré de patatas y caldo con cuadritos de carne. Se limpia la sangre de los nudillos en el delantal. —No junto a él, con él.

—Entendí a la primera. ¿Habló con la policía?

—Aun no. ¿Pero confiarías en esta basura?

—Solo confío en ti.

Pincho un cuadrito de carne con el tenedor y me lo llevo a la boca. Grasoso, blando y amargo. Sabe fatal.

—¿Dónde metiste al chico? Al marinerito.

—Bon Appétit —Responde él con una sonrisa.

Me lo imaginé.

La policía no tardó mucho en abandonar el caso de un pederasta vuelto carbón. Seguro hasta aplaudieron tras enterarse. Por otro lado, el caso de la estudiante decapitada con una guillotina para papel recibió más atención. Atraparon a la culpable y tuvieron que buscar una suplente para mi clase de geografía.