Disclaimer: Esta historia está inspirada, en parte, en el universo de Harry Potter de J.K Rowling. Salvo algún que otro personaje de mi invención, todos los ambientes, personajes, argumentos, hechizos y todo lo reconocible pertenece a la autora, yo solo los tomo los mezclo y agrego cosas.

*Esta historia va a tener mucha cosa inventada por mí. Todo lo que no pertenezca a la historia original de Harry Potter saldrá de las profundidades de mi mente.

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Prologo: la caída de una nación.

Se hacía de noche en la antigua fortaleza de Himdirian, ubicada en la colina de Alimbardel. La ciudad capital del orgulloso imperio Lemuriano, Mun, había caído luego del largo asedio del ejército enemigo. Las estructuras de los edificios más imponentes que el mundo había visto hasta el momento colapsaban sobre sí mismas mientras el fuego lamia las ruinas.

Herythania acariciaba su vientre, aun plano, mientras oía el clamor de su pueblo masacrado por la salvaje guerra. Incluso su templo había sido quemado hasta los cimientos por el ejército enemigo.

La fortaleza en la que se hallaba penas se mantenía en pie. Las paredes a su alrededor todavía tenían las marcas de quemaduras de las descargas de los dioses y uno de los pilares se había derrumbado bajo el feroz asalto.

Vestida con una armadura negra, llevaba su pelo castaño trenzado con plumas rojas y cuentas de oro. Su piel de alabastro estaba tiznada por las cenizas que volaban en la ciudad. Su vasto imperio había sido reducido a cenizas. A penas un puñado de lemurianos había sobrevivido y era posible que incluso los sobrevivientes murieran tarde o temprano.

Herythania puso sus manos sobre su estómago que empezaba a mostrar los signos de su embarazo. Dikalion, dios del inframundo Lemuriano, había dado su vida para detener la guerra y jamás sabría que su hijo crecía fuerte en ella.

- No te angusties mi dulce Ankise. Estamos a salvo de la ira de los enemigos de tu padre. Él se aseguro de eso.

De repente, el cielo se puso oscuro en lo alto. Un trueno estalló tan fuerte, que sacudió los edificios alrededor de ellos. Herythania tropezó, y luego extendió sus alas blancas para recuperar el equilibrio así no le hacía daño a su bebé nonato.

-¿Estamos en guerra otra vez?

Zimphora, la diosa del amor y la profecía, apareció a sus espaldas. Ella era tan rubia que sus cabellos imitaban a los rayos del sol y sus ojos eran grises como un amanecer tormentoso. Zimphora era la medio hermana de Herythania y al igual que ella era una diosa de la luz.

-No estoy segura hermana. Se suponía que esto debía detenerse con Dikalion entregándose para morir y con el ejercito Lemuriano destruido.

Ambas diosas se abrazaron mientras observaban el valle que había sido un gran imperio poco tiempo atrás. Las lágrimas cayeron por la esquina de sus ojos, dejando rayas en la ceniza sobre su cara. Ella tragó con fuerza antes de que hablara en el más débil de los susurros colmado de dolor.

-Iba a contarle sobre el bebé que llevo. Pero fue demasiado tarde. Cuando supe lo que planeaba, él ya se había entregado al ejército del Obscurium.

Desolada y desprovista del único amor que había conocido alguna vez. Herythania cayó de rodillas y rugió al viento su dolor. Era una diosa de la sabiduría y la justicia pero deseaba con todas sus fuerzas tener el poder de la destrucción como Dikalion había tenido.

Echando su cabeza hacia atrás, Herythania rugió de rabia y dolor envuelta en los brazos de Zimphora. Intentaba expulsar el dolor inimaginable que despedazaba cada fibra de su alma.

Zimphora la atrajo contra su pecho y la mantuvo allí tan fuerte como pudo. En ese instante su corazón y su alma se destrozaron. ¡Malditos sean! Ellos le habían dicho el precio para el cese de la guerra y este había sido pagado. Ellos habían exigido que todo el ejército fuera sacrificado y que Dikalion debiera entregarse como sacrificio. No estaban seguras de que aquello hubiese valido la pena.

A pesar de ser una profetiza, Zimphora no había podido vislumbrar que todo aquello era una trampa para destruir Lemuria. Por la paz, Dikalion se había sacrificado. Sin dudar. Sin fallar. Él insensiblemente había matado a todo su ejército y se había presentado manso como un cordero para el altar de sacrificio.

Permanecieron abrazadas por mucho tiempo. El dolor de Herythania apenas comenzaba a formarse en su interior. La herida era demasiado reciente. El luto apenas iniciaba para ella.

Thirione, dios del océano, y su hermano Rubastian, dios del cielo y el trueno, ingresaron al salón donde ambas diosas lloraban la muerte de su amado rey. Los dioses gemelos aun vestían sus armaduras de guerra pero habían rasurado sus cabellos de fuego en señal de luto por la pérdida de su soberano, el dios del inframundo Lemuriano.

Antikabe, con su cabello oscuro como la noche, fue el último en llegar. Había tomado aquella derrota como personal. El ejército enemigo había aplastado sus huestes y si hubiesen pedido su propio sacrificio, con gusto hubiese acompañado a su rey Dikalion.

Al ver a los otros dioses allí, la desesperación surgió en el pecho de Herythania. Había perdido a su amor y a su pueblo en un solo día. Solo una nota de despedida le había dejado. Hubiese preferido que la llevase con ella y no que la dejase allí sola y desamparada ante tanto dolor.

-¡Van a pagar por esto! -Gruñó hacia sus hermanos-. ¡Así que ayúdenme!, ¡así sea lo último que haga, cada uno de mis enemigos probará mi venganza mientras se la meto a la fuerza por la garganta!

- debes calmarte Thania. No es momento para vengarse. No tenemos un ejército con el cual luchar y estamos demasiado débiles. No tenemos más poder que nuestro pueblo. Todo lo que teníamos ha sido drenado y tardaremos en recuperarnos.

-Si nos presentamos ante ellos solo podríamos sangrar sobre sus zapatos. No somos mucho más fuertes que un simple mortal en este instante.

Timora e Himora, las diosas gemelas de la discordia y la venganza tenían razón. Si ambas estaban en contra de un ataque iracundo era porque las probabilidades estaban en contra.

-Por la sangre de mi esposo y por la vida de mi niño nonato, juro que mi hijo y los suyos se acordarán de todo esto y que ellos llevarán de ahora en adelante mis poderes, mi fuerza, mi odio y mi ira. Cada uno conocerá lo que nos han hecho aquí este día. ¡Nunca olvidaremos y con cada generación vamos a crecer más fuertes hasta que tengamos el poder suficiente para derrocarlos y reinar sobre ellos!, mi ira caerá sobre todos ellos.

Mientras Herythania continuaba gritando y clamando venganza contra los dioses que los habían agraviado, Zimphora tuvo un pequeño vislumbre del futuro. La promesa de su hermana se llevaría a cabo pero no de la forma en la que ella pensaba.

Remin y Krima destellaron en la habitación tomados de las manos. El dios de la sanación y la diosa del hogar habían terminado con su labor y se replegaban a un sitio seguro para lamer las heridas que aquella guerra había dejado.

- nos hemos llevado a cuantos lemurianos pudimos. Hemos evacuado familias completas. Nuestra nación puede haber sido destruida pero nuestra sangre seguirá en este mundo por muchas generaciones.

El pueblo Lemuriano era conocido por sus poderes mágicos. Dikalion los había creado con un rizo de Herythania y con barro del rio Murgia del inframundo. Magos los había llamado y habían sido un regalo para su esposa.

Dikalion había levantado Lemuria desde el océano con ayuda de Zimphora y había entregado el continente a Herythania, el día que sus padres Mirkali y Astraleon le dieron su mano. La diosa de la sabiduría había estado tan feliz con su regalo que sus lágrimas de alegría habían hecho crecer grandes bosques al tocar el suelo.

Mirkali y Astraleon eran los fundadores de su panteón, y al igual que Dikalion habían surgido de la primera gran explosión de poder que dio paso al universo y a los dioses primigenios. Mientras que otros dioses de la fuente habían erigido sus continentes y panteones en la tierra, Mirkali y Astraleon se habían mantenido en los cielos y Dikalion los había acompañado.

Por mucho tiempo habían sido solo ellos tres hasta que un día Mirkali comunicó que sería madre. Astraleon había estado tan feliz con la noticia, que de su corazón había surgido Zimphora completamente formada. La primera diosa nacida luego de la primer explosión había sido la del amor. Y había sido ella quien había ayudado a Mirkali a dar a luz a Herythania.

El día que Herythania nació, el sudor de Mirkali había hecho surgir a los gemelos Thirione y Rubastian. Y del dolor que sentía habían surgido las gemelas Timora e Himora. Cuando Herythania nació, también lo hizo su panteón. Los nuevos dioses habían surgido como adultos, pero Herythania lo había hecho como una simple infante.

Dikalion había jurado su espada a la princesa recién nacida y Zimphora había sido la primera en ver el amor que ambos se tendrían algún día, cuando ella creciese.

Ahora Dikalion había entregado su vida por proteger a su reina y el corazón de Zimphora sangraba por la tristeza de verlos separados por la muerte.

De la misma explosión de la que Astraleon, Dikalion y Mirkali habían surgido, nueve dioses más lo habían hecho. Dos de ellos se habían radicado en lo que luego sería la Atlántida, otros dos en Grecia y dos de ellos en un desierto inhóspito al que nombraron Egipto. Dos habían migrado hacia otro sitio y el último había codiciado lo que los otros tenían.

Obscurium y Dikalion eran los únicos que no se habían emparejado al surgir de la fuente. Ambos representaban la oscuridad suprema pero solo Dikalion había logrado vencerla y abrazar la luz que Herythania representaba.

Fue por celos que Obscurium creó su ejército demoniaco. Fue por celos que ataco Lemuria y masacró mujeres y niños a su paso. Obscurium quería lo que Dikalion tenía. Pero Dikalion no estaba dispuesto a dárselo y había muerto en afán de proteger a su amada.

Los otros panteones no habían estado dispuestos a involucrarse en aquella guerra. Después de todo cada uno tenía sus especies para proteger y un territorio que gobernar. Lo que le sucediera a Lemuria no podía importarles menos a los demás.

Ante la atónita mirada de sus hermanos. Zimphora atravesó el pecho de Herythania con una afilada cuchilla de candente hierro. Estaba hecho. Con Herythania muerta podría detener a Obscurium el tiempo suficiente como para recuperar sus poderes y poder combatirlos nuevamente.

Zimphora había visto el futuro y aunque amaba a su hermana más que nada, atravesar el pecho de Herythania era lo que se necesitaba para ganar aquella guerra. Con sus últimas fuerzas depositó a su reina junto al cuerpo de Dikalion, introdujo a sus hermanos y a Obscurium en un estado de animación suspendida que les permitiría recuperar sus poderes y hundió Lemuria en las profundidades del océano hasta que el tiempo de reanudar la guerra llegase.

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Hermione Granger repasaba sus notas antes de iniciar la conferencia. Desde que había salido de Hogwarts había trabajado noche y día en aquel proyecto y si todo salía como estaba planeado pronto vería los frutos de su esfuerzo.

Su ponencia inició sin contra tiempos. Todos estaban allí para oír como la bruja más inteligente de su generación revelaba el misterio mejor guardado, el surgimiento de los seres mágicos.

En su último año, luego de la guerra, Hermione había descubierto pergaminos que hablaban sobre el continente de Lemuria y su posible conexión con el surgimiento de la raza mágica. Su ambición de llegar a ser ministra de magia había dado paso a su interés en descubrir el origen de la magia, y estaba a un paso de conseguirlo.

- como ven. Mi equipo y yo hemos dado con evidencia que probaría la existencia del continente llamado Lemuria. Según nuestro estudio este podría ser el origen del mundo mágico y si estoy en lo cierto, podría probar que la raza mágica surgió incluso antes de lo que se cree que el humano lo hizo. Nuestros datos ubican el surgimiento de la magia alrededor de cincuenta mil años atrás. Eso ubicaría a Lemuria como una súper potencia mundial incluso antes de que la Atlántida, Grecia o Troya existieran.

Draco quería golpear su cabeza contra una pared mientras oía a la sabelotodo contando cosas que ni siquiera debería saber. Amaba su trabajo pero Granger seguramente se lo pondría difícil. Deseaba haber tomado otra misión en vez de aquella. Draco no tenía ningún interés en involucrarse con el tercio femenino del trío de oro.

A sus veintiocho años, Draco Malfoy era un eminente inefable en el ministerio de magia. Nadie sabía a ciencia cierta que implicaba que fuese un inefable y jamás sabrían que él era la última barrera entre el origen de los magos y las manos curiosas que intentaban traer a la luz los antiguos secretos que el mar se había tragado.

Maldita sea el ratón de biblioteca. Ella había dado con antiguos pergaminos y se había obsesionado con algo que no debía ser perturbado. Era trabajo de Draco evitar que ella confirmase sus teorías. Realmente no le gustaba aquella parte de su trabajo pero él debía silenciarla pronto. Y si para hacerlo debía matarla, entonces así lo haría.

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N.a: nuevo experimento. Esto surgió en un arrebato de inspiración que me ha sorprendido incluso a mí. En dos horas he escrito el epilogo y el prologo de esta historia. Ha sido amor a primera vista y espero que alguien del otro lado también encuentre interesante esto que he inventado.