Se suponía que sólo iba a ser un lemon más, pero de a poco le fui agregando contexto y al final le incluí hasta sentimentalismo, con estos dos es inevitable.
No era nada usual en él usar Tinder, de hecho había descargado la aplicación muy recientemente. Encontró perfiles divertidos, algunos extraños y otros a los que ni siquiera se molestó en mirar. Tras deslizar innumerables rostros a la izquierda, se topó con él. Francis, 26, a pocos kilómetros de distancia. Su descripción resultó la más llamativa de todas: estaba buscando a alguien tan solitario como él para pasar la Navidad juntos. Tenía que ser una broma, nadie era tan ridículo como para hacer una propuesta de este estilo a desconocidos.
Soltó un suspiro. Inglaterra a veces no podía creer a las cosas que accedía por un poco de sexo. No habían hecho muchos juegos de rol y todavía no se terminaba de acostumbrar, este en verdad era elaborado. No tanto por los roles en sí, porque no eran nada más que desconocidos, sino por la mecánica de tener que encontrarse a través de Tinder. Había tenido que armarse un perfil en esa aplicación escalofriante y luego pasar horas buscando al francés sólo para darle el gusto. Ahora le salía con este cuento navideño. ¿Tendría el árbol ya armado en su casa? Hacía casi un año que no se acostaban y no era por falta de ganas, a pesar de que Inglaterra dijera eso. Francia le había presentado la idea hacía unos cuantos meses cuando la aplicación comenzó a ser novedad entre los humanos, le había dicho algo acerca de que a un desconocido le dejaría hacer lo que quisiera con él ya que nunca más tendrían que volver a verse. Recordaba que susurró de manera insinuante "ese desconocido podrías ser tú". Inglaterra no le prestó mucha atención en ese entonces, daba por sentado que le dejaría hacer lo mismo aunque no se hiciera pasar por un extraño, aunque no podía negar que le había calentado el motor.
Lo rechazó sin más de todos modos. Hubiera sido una buena oportunidad, estaban en la misma ciudad por unos días y no había necesidad de hacer un viaje para encontrarse. Más tarde esa semana volvió a mencionar la idea indirectamente y recibió la misma respuesta. Los siguientes meses pasaron volando, volvieron a reencontrarse cuando Seychelles los invitó a pasar unos días en sus playas. El prospecto de ver a la joven nación y de estar en un ambiente cálido y paradisíaco (para variar) lo puso de buen humor. Se ocupó con tiempo de todos los asuntos relacionados con el trabajo y dedicó sus días libres a pasear descalzo por la arena en compañía de Seychelles. Si madrugaba era con el único propósito de presumirle a la chica que era capaz de despertarse antes que ella, luego acababa durmiendo siestas bajo la protección de una sombrilla mientras pretendía estar leyendo. Francia llegó después que él. Completamente relajado y confiado de que lo aceptaría, Inglaterra se le acercó cuando el francés lo invitó a tomar algo en el piso que había alquilado. Estaba seguro de que esa invitación tenía segundas intenciones, por lo que no dudó en besarlo en cuanto ambos estuvieron a solas. Todo marchaba bien, hasta que intentó meterle las manos debajo de la ropa.
—Creo que con esto es suficiente —Francia le dijo con una risa.
Inglaterra no entendía nada.
—¿Qué? No vas a querer frenar justo ahora.
—Honestamente estoy bien con un par de besos. —Para recalcar el punto lo besó en la mejilla y se alejó de él absolutamente compuesto.
—¿Acaso te molesta que te haya rechazado la última vez?
—Por favor, no creerás que soy tan infantil. Además, debemos apresurarnos para cenar con Seychelles.
—¿Y? Tenemos tiempo para algo rápido.
Entonces Francia rodó los ojos.
—Si tantas ganas tienes de saber la verdadera razón, no se me antoja estar con un hombre ahora mismo.
Ciertamente lo había notado mirando y hablando con una humana esa misma tarde en la playa. No se consideraba alguien celoso, pero lo cierto era que al ver esa situación, ahí mismo había decidido que abordaría a Francia. Esta vez él había sido el rechazado y durante el resto de su descanso no volvió a insinuarle nada por el estilo, su orgullo ya estaba suficientemente herido.
Había pasado algún tiempo desde aquello y ahora Inglaterra estaba en París. Apenas se enteró de que viajaría, Francia volvió a proponerle que se encontraran como si fueran dos desconocidos. Por supuesto, por medio de Tinder. Se hizo el difícil al principio pero, como tantas otras veces, acabó aceptando.
Le iba a seguir el juego. De seguro los demás usuarios pensaban que se trataba de la trampa de algún psicópata, o que "Francis" era un pobre miserable sin nadie con quien pasar las fiestas. Volvió a mirarlo y sonrió para sí, ya quisiera el francés tener veintiséis años. Deslizó a la derecha, ya había encontrado su diversión. El match fue instantáneo, tal parecía que el otro le había dado like antes, lástima que ahora se vería obligado a hablarle primero para no quedar mal. Antes de que se le ocurriera fingir que nada había pasado y dejar el teléfono allí, recibió un mensaje.
Francis: ¿Así que también estás solo esta Navidad?
Inglaterra rodó los ojos. ¿Ni siquiera un hola? Al menos no le había enviado una foto de su pene. Trató de no pensarlo mucho porque de lo contrario se sentiría ridículo, simplemente respondió.
Arthur: Se podría decir que no tengo planes.
Francis: Podríamos pasarlo en mi casa si gustas.
Arthur: ¿En serio dejarías entrar a cualquier desconocido simplemente para no pasar solo la noche?
Francis: Planeaba conocerte un poco antes, pero sólo si te interesa la oferta ;)
Sí que lo hacía, mucho más con la promesa de acostarse con él. De modo que siguieron hablando sobre "sí mismos", de sus historias de vida inventadas, del hecho de que "ninguno tenía familia propia con quien estar". Se enteró de que Francis era un aclamado chef profesional (esas fueron sus palabras exactas, vaya que era humilde), modelo de pasarela y poeta aficionado. A Arthur le pareció la mentira más grande que alguien le pudiera haber dicho, pero le siguió la corriente y le contó que él era dueño de una casa de antigüedades. A pesar de que Arthur ofreció su casa, Francis insistió en que fuera a la de él, repasaron el menú para la noche en cuestión y arreglaron el horario. Había otro detalle.
Francis: Deberíamos comprarnos regalos. Ya sabes, para mantener viva la tradición y hacer las cosas más interesantes.
Arthur accedió, si bien el pedido lo había tomado por sorpresa. En serio se estaba tomando a pecho todo el asunto de la navidad. A esta altura ya estaba claro que en verdad pasarían las festividades juntos y ya había pensado en comprarle algo (sólo para no ser descortés), pero llevarlo todo al plano de un juego era ridículo. ¡Además faltaban días! No tenía demasiado tiempo para ir de compras, teniendo en cuenta que iban a intercambiar los regalos antes de tiempo, así que resolvió comprarle un sencillo pañuelo para el cuello y pasó el resto de la tarde cocinando para contribuir con la cena. Le había asegurado que él se encargaría de la comida, pero dado que ya ponía la casa Inglaterra no pudo aceptarlo y preparó algo él mismo.
A la noche siguiente se presentó con un plato de aperitivos fríos, vino para brindar y el regalo de Francis. Tras abrirle la puerta de su departamento y saludarlo, echó una mirada a la comida y exclamó con una sonrisa forzada:
—De verdad eres obstinado.
Estaba bien arreglado como si se tratara de una auténtica cena navideña. Su cabello parecía haber sido peinado hermosamente sin esfuerzo y el aroma de su perfume (tenía que ser perfume, ese aroma no podía ser natural) le daba ganas de hundir el rostro en su cuello. Lucía un atuendo refinado aunque desabrigado para el frío de la época, al entrar se dio cuenta de que la calefacción era lo que le permitía darse esas libertades con su ropa. El lugar ciertamente estaba decorado para la ocasión. Nada de guirnaldas de mal gusto, primaban suaves luces de colores y unas cintas brillantes abrazaban diversas superficies; en el fondo de la sala de estar se erguía un enorme árbol de navidad decorado con opulencia. Lejos de conmoverse, Inglaterra encontró exagerados sus esfuerzos por recrear el ambiente para un simple juego. Si hubiera tenido que adivinar, habría dicho que allí vivía una gran familia que esperaba al resto de los invitados para su fiesta anual.
—Permíteme.
La voz de Francia lo sacó de sus pensamientos, lo ayudó a quitarse el abrigo para colgarlo del perchero. Al hacerlo procuro masajear sus hombros, llegando a acariciarle la nuca y por donde comenzaba el cuero cabelludo. Inglaterra apretó los labios, sabía que no era el único con ganas de ir al grano, pero así era Francia: le encantaba jugar con él y provocarlo.
La comida ya había sido guardada en el refrigerador, a Arthur sólo le quedaba el pequeño bolso en el que había traído sus pertenencias y el regalo. ¿Debería dárselo ya? Tras preguntarse esto, notó algo envuelto a los pies del árbol navideño.
—¿Debería poner tu regalo bajo el árbol también?
Francis respondió desde la cocina:
—Estás más que invitado a hacerlo.
Le hizo caso y luego se le unió para ver en qué podía ayudarlo, Francis insistió en que él podía solo y le tendió una copa de vino. Arthur no creía poder tolerarlo mucho más, ¿por cuánto tiempo tendrían que fingir? No estaba acostumbrado a este tipo de cosas, si bien estaban reunidos con el propósito de "celebrar Navidad" estaba seguro de que en algún momento lo harían. Nunca se le había dado eso de adivinar el momento justo cuando no le eran dadas señales claras. A menos que él lo iniciara. Viendo a Francis de espaldas, controlando el horno, le hizo pensar que ahora no era momento, por muy bien que luciera por detrás. En el mismo instante en que apreciaba la vista, todo se volvió negro.
—Maldita sea —lo oyó decir—. Se ha ido la luz, dijeron que el problema ya estaba solucionado.
—No pasa nada… —comenzó a asegurarle Arthur, hasta que su cerebro registró las palabras—. Aguarda, ¿tenías problemas de electricidad y aún así me invitaste a tu casa?
A pesar de que te sugerí que nos juntáramos en la mía, pensó.
—Sí, pero fue hace como un mes.
Hubo ruido en la cocina, se abrían y cerraban cajones, una cerilla fue encendida y Francis prendió una vela.
—Espera aquí, iré a consultarlo con los vecinos.
—Podemos agarrar todo e ir a mi casa, ¿sabes? —sugirió Arthur antes de que lo dejara.
—No, no, estoy seguro de que no es nada grave.
Sin dejarlo insistir, le tendió la vela y cruzó la puerta de entrada. Inglaterra soltó un bufido y volvió al comedor. Podía irse ahora mismo, ese tema de la electricidad no era asunto suyo, y si Francia no quería seguirlo, él se lo perdía. Sin embargo, no hizo movimiento alguno más que para acabar su vino hasta que el otro regresó, ahora más molesto que antes.
—¡Maldita electricidad! —Apoyó una silla contra la pared, se subió en ella y revisó una caja de electricidad con la linterna de su celular—. Mierda.
Cerró de un golpe la caja de electricidad y se bajó de la silla.
—Lo siento, es que no tenía planeado que la noche saliera así —se disculpó—. Ni siquiera pude terminar de cocinar la carne. Malditos hornos eléctricos.
—Deberíamos ir a mi casa, como te sugerí desde un principio.
—¿Que no viste cómo decoré el departamento? ¿Siquiera tienes un árbol de Navidad puesto?
Arthur rodó los ojos. Por supuesto que le preocupaba eso.
—Podemos armar el que tengo si es tan importante para ti.
—Dudo que sea tan grande como el mío.
—Juraría que el tamaño de ese árbol está compensando algo.
Francis estaba a punto de replicar cuando la luz regresó. Apagó la vela de un soplido y se cruzó de brazos, victorioso.
—Te dije que se solucionaría.
—Más vale que no vuelva a ocurrir —bufó Arthur.
—No está todo arruinado, ¡ven a abrir tu regalo!
Se sentaron en el sofá frente al árbol iluminado y le tendió el paquete. Le intrigaba demasiado lo que Francia le pudiera haber comprado, sintió que el buen humor volvía a él mientras quitaba el envoltorio, al final se encontró con una caja negra que abrió de inmediato.
—Es… ¿un vibrador?
Francis le sonreía mientras examinaba el aparato púrpura. Lo encendió para comprobar si tenía baterías y al instante el objeto se sacudió en sus manos.
—¿Es que acaso no los usas? Fíjate en la caja, hay algo más.
Dudó un poco antes de buscar, quién sabía si se encontraría con lencería erótica o un par de esposas. En lugar de eso encontró algo sumamente normal: una remera. Rosada, sí, pero una remera al fin y al cabo. Llevaba la palabra Romantic en rojo justo al frente.
—¿Te gusta? Venía con el vibrador. Vamos, póntela.
Ni loco lo haría. Era ridículo, no había nada romántico en esto o entre ellos.
—Tal vez después. No sabía que eran esta clase de regalos los que íbamos a intercambiar.
Se sentía un idiota por no haberlo pensado antes, podría haber traído algo distinto. No, ¿en qué estaba pensando? Era culpa de Francia por ser un pervertido, él no estaba fuera de lugar.
—Cualquier cosa que hayas traído estará bien, en serio.
—No, ahora no puedo darte lo que compré.
Arthur se apoderó de la bolsa que había traído.
—¡Es sólo un regalo! —insistió Francis—. No te juzgaré por él. Además, sería injusto que yo no recibiera nada.
No podía negar que tenía razón. Le tendió la bolsa sin muchas ganas. Francis abrió el obsequio con lentitud y emoción exagerada, levantando la mirada para observar a Arthur cada tanto.
—¡Oh, pero mira esto!
Sacó el pañuelo del interior, tomándolo de una punta y poniéndose de pie para apreciarlo con detenimiento. Sin decir palabra caminó hasta el espejo y enredó la prenda en su cuello.
—¡Vaya que la tela es suave! Su brillo dorado es agradable al ojo, es una prenda muy refinada.
Se giró para verlo a la cara nuevamente.
—Arthur, gracias, de verdad me gusta.
—No es tan especial, aunque si te pones creativo lo puedes convertir en un juguete sexual.
Francis rió y devolvió el pañuelo a su bolsa.
—Aun así, me gusta. —Se sentó a su lado y lo besó en los labios—. Gracias.
El beso lo tomó desapercibido, fue breve y apenas alcanzó a devolvérselo con torpeza. Inglaterra no lo dejó alejarse demasiado, colocó una mano en su nuca y lo besó como correspondía, lo último que deseaba era estropear las cosas tan temprano. Las manos de Francia fueron a parar a sus hombros y movió sus labios con igual deseo. M
Por fortuna no había vuelto a prender el horno, pues las cosas comenzaron a avanzar rápidamente. Arthur le recorrió los muslos con el tacto, luego sus manos lo sujetaron por el trasero, o al menos lo que podía agarrar de él considerando que estaba sentado. Comprendiendo, Francis se levantó levemente y de a poco se deslizó hasta estar en su regazo, se sentó sobre él haciendo presión en su entrepierna. Las manos de ambos recorrieron el cuerpo del otro, con el firme movimiento circular de las caderas de Francis el beso se fue volviendo más fogoso. Bajó sus labios al cuello de Arthur, besando y mordiendo la suave piel mientras sentía que le apretaba las nalgas y lo instaba a moverse más.
—¿Vamos a hacerlo así? ¿Contigo encima?
Francis se separó lo suficiente para quitarse la camisa y ayudar a Arthur con su remera.
—Sí —suspiró.
—¿Quieres que te meta los dedos primero?
—No es necesario, ya me estuve preparando.
Arthur no iba a discutir con eso. Una vez completamente duro, se colocó el condón que su anfitrión tuvo la amabilidad de traerle, le dijo que no dejaba de ser un desconocido. Todas las prendas quedaron apiladas en el suelo, incluso con la calefacción apagada no hubieran sentido una pizca de frío. Francis se movía de arriba a abajo con el vaivén de sus caderas, tenía las manos firmemente sujetas contra el respaldo del sofá mientras gemía. Cada vez que se levantaba parecía que el pene de Arthur se saldría de su interior, sin embargo volvía a bajar hasta tenerlo dentro por completo. El incesante movimiento hacía que su propia erección se balanceara y chocara contra el abdomen del otro, quien no podía quitarle los ojos de encima, el sólo verla sacudiéndose lo excitaba más todavía. La frotó con una mano, a la vez que afirmaba los pies sobre el suelo; agarró a Francis por la cadera y se movió para poder penetrarlo desde abajo. El ritmo era demasiado rápido, los dos buscaban estar saciados y eso los desesperaba. Arthur le avisó que se sujetara antes de voltearlo en el sofá. Con Francis afirmado de sus hombros (las uñas fuertemente clavadas) y las piernas abiertas a cada lado, fue más fácil entrar y salir de él.
No les tomó demasiado tiempo acabar, al hacerlo intercambiaron sonrisas igual de satisfechas. Limpiaron de su piel los fluidos y el sudor con unas toallas de Francis, no se molestaron en volver a ponerse toda la ropa. Ya que serían sólo ellos, no veían problema en andar semidesnudos. Tal vez fuera la satisfacción que todavía sentía, pero Arthur aceptó ponerse la remera que le había regalado, luego Francis le enseñó el resto de la casa mientras él asentía y hacía comentarios sobre cada habitación: una estaba abarrotada de muebles caros, otra le pareció muy colorida, aquella le resultaba muy perfumada. Su anfitrión ignoró sus palabras y lo invitó a comer sin servir el platillo que había traído.
—¿Dónde está mi pastel de carne? —preguntó Arthur.
Apenas podía despegar los ojos de la deliciosa cena que había preparado Francis y no le hubiera molestado comer sólo eso, pero su orgullo era demasiado fuerte y quería ver lo que había cocinado con sus propias manos ser servido con la misma elegancia.
—Lo traeré después —respondió con un encogimiento de hombros.
—Podrías traerlo ahora.
—Querido Arthur, yo también preparé carne y está recién salida del horno, será mejor comerla antes que la tuya.
Sin ganas de seguir protestando, además de que no hubiera sido correcto hacerlo, Arthur se dispuso a cenar. Había música de fondo, algo que Francis había elegido, como hacía con todo. Estaba bien que esta fuera su casa, pero le estaba empezando a molestar que el otro tomara todas las decisiones.
—Cuéntame más de ti, Arthur.
Otro pedido que lo tomaba con la guardia baja.
Quería saber de su vida, era muy probable que esperara algo interesante, como que le dijera la razón por la cual estaba solo en Navidad. Tenía que pensar sus palabras con cuidado.
—Bueno, manejo una casa de antigüedades…
—Sí, eso ya me lo contaste —lo interrumpió Francis—. No sabía que alguien pudiera ganarse la vida vendiendo antigüedades.
—Te sorprendería la cantidad de clientes que tengo. Lo que me sorprende a mí es que alguien tenga tres trabajos, como tú.
—No diría que todos son trabajos, después de todo aún soy un novato en cuanto a poesía. Los libros son autopublicaciones.
—¿Y el modelaje y la cocina?
—Son pasiones.
Arthur rodó los ojos y siguió con la comida, hasta que Francis retomó la conversación.
—¿Y por qué está solo esta Navidad, señor Kirkland?
—La relación con mi familia no es exactamente la mejor.
Francis lo miró con ojos curiosos, quería que prosiguiera.
—Ha habido malentendidos… monetarios.
—¿En serio? Cuéntame más.
Arthur inhaló y lo pensó un segundo antes de hablar, no había ido hasta allí pensando que tendría que contarle algo por el estilo.
—Pues resulta que durante los últimos años he estado cuidando a mi madre que sufría de problemas de salud…
—Qué dulce de tu parte.
—Como decía, yo era él único que cuidaba de ella, ninguno de mis hermanos se dignó a ayudarla.
—¿Jamás? Eso suena muy extremo.
—Bueno, así fue como sucedió. Ella falleció hace unos años…
—¡Que historia tan trágica! —exclamó, dramático, a lo que Arthur le dirigió una mirada furibunda.
—¿Podrías dejar de interrumpirme? Bien, ella falleció…
—¿Bien? ¿Cómo está eso bien?
—¡Si quieres no te cuento lo que sucedió!
—Continúa, prometo no interrumpir —dijo entre risas.
—Gracias —masculló—. En fin, falleció nuestra madre, yo sabía que ella no poseía dinero y que por lo tanto no habría herencia. Pero también estaba la casa en la que vivía y había compartido conmigo.
—¿Vivías con tu madre?
Arthur le dirigió una mirada amenazante sin decir palabra, mientras tanto Francis le sonreía con falsa inocencia.
—Si me vas a dejar proseguir… Todo lo que ella dejó fue la casa, así que naturalmente me la quedé y después de un tiempo la vendí. Invertí el dinero obtenido en diversas fuentes económicas, incluso llegué a adquirir la casa de antigüedades con él. Nada de esto les gustó a mis hermanos, ellos creían que debía haber dividido el dinero entre todos, pero eso no hubiera sido justo puesto que nunca cuidaron de nuestra madre. Simplemente tenían envidia de que lo hubiera invertido tan sabiamente. En resumidas palabras, fue por eso me hicieron a un lado, a pesar de que yo hubiera deseado tener una relación cordial con ellos.
—Esa es una historia tan terrible. Una familia destruida por dinero y por grandes egos.
—A veces se tiene que lidiar con personas así.
—Lo siento tanto por tus hermanos, los debes haber dañado mucho.
Dejando los cubiertos sobre la mesa, Arthur se cruzó de brazos con indignación.
—¿Por qué no me dices qué fue lo que tú hiciste para que tu familia no te aceptara en Navidad?
—Ah —suspiró Francis, bebió un sorbo de vino y se relamió los labios dispuesto a compartir su historia—. Lo mío es una tragedia, un relato de amor y traición, de un fervor tal que arderán mis labios del solo contártelo.
Sus palabras exageradas hicieron que Arthur sacudiera la cabeza. Con un gesto de la mano, le indicó que prosiguiera.
—Éramos una familia muy unida, en cada fiesta todos nos juntábamos a celebrar: mis padres, mis hermanos, mis abuelos, mis tíos, mis primos.
—Vaya, suena a que tienes una familia enorme.
—Gracias. Pero no sólo nos reuníamos para las festividades, era usual en nosotros cenar juntos al menos una vez al mes. Fue en mayo que mi prima favorita nos presentó a su novio. Era musculoso, con rizos sedosos y lucía encantador de traje; pero también cargaba con un trágico pasado que a veces atormentaba su pobre alma y le otorgaba un aire de melancolía.
Arthur no necesitaba escuchar el resto de la historia para saber cómo acabaría.
—La química entre nosotros fue instantánea, ambos lo sabíamos pero yo mantuve mi distancia, después de todo se trataba la pareja de mi prima, no me podía interponer. —Llevó una mano a su pecho, en el rostro tenía una mirada soñadora—. ¡Pero un amor prohibido me resultaba aún más ardiente! Me sedujo con su erotismo irresistible. Todos pasamos la noche en casa de mis tíos un día de noviembre. Yo estaba en la cocina, degustando una copa de vino y contemplando las decisiones de mi vida bajo la pesada noche; él tampoco podía dormir, su pasión y sus demonios lo mantenían despierto. —Sostuvo su copa de vino como si se tratara de una rosa y continuó hablando con euforia—. Nuestro instinto nos había llevado a los brazos del otro, me estrechó contra su cuerpo y todas mis inhibiciones se evaporaron. Lo hicimos allí mismo en la cocina, fue el comienzo de nuestra tórrida aventura. Roul era realmente bueno en la cama y excelentemente dotado, no hubo ninguna posición que no probáramos. Con él descubrí el placer de la sumisión.
Esa última oración capturó la atención de Arthur de inmediato. Lo miró por encima de la copa que estaba bebiendo, lentamente la devolvió a la mesa y se dedicó a escucharlo con sumo interés. Francis alteó las pestañas y le sonrió, su dedo índice recorrió el borde del plato.
—Roul era un hombre sumamente dominante, pero todavía no había salido del closet. Adoraba volver realidad sus fantasías más sucias conmigo en la cama. Me ponía de rodillas con sólo una palabra suya, podía saborearlo por horas hasta que resbalara por mis labios ese espeso y tibio líquido —con el dedo recogió un poco de salsa blanca de su plato, se lo llevó hasta la boca y lo lamió con la punta de la lengua, después lo envolvió con sus labios y succionó lentamente. Estaba casi seguro de que Francia había elegido ese tipo de salsa esperando este momento. En lugar de devolver la mano a la mesa, dejó que descansara sobre el muslo de Arthur—. Desconozco si con mi prima o con cualquier otra mujer había sido igual de salvaje, sujetaba mi cadera con fuerza y jalaba mi cabello cuando me tenía doblado sobre una mesa. Amaba metérmelo por atrás, nunca titubeaba al decirme que le gustaba verme el trasero mientras lo hacía.
La cena había sido olvidada por completo, todo en lo que Arthur podía enfocarse era en las palabras descaradas de ese hombre y cada movimiento que hacía. Su mano no había dejado de acariciarlo ni un segundo (cada vez se acercaba más a su entrepierna) y se había arrimado a él hasta tenerlo a una distancia deliciosamente corta.
—Fue cuestión de tiempo hasta que nos descubrieran, en medio del acto, en la cama que compartía con ella. Roul negó cualquier tipo de afecto hacia mí, dijo que fui yo quien lo sedujo. Mi prima no sólo creyó cada una de sus palabras, sino que también me eliminó de su vida, después de eso fui expulsado por el resto de la familia y vetado de cualquier celebración.
—Y ahora pasas cada Navidad solo.
—Solo y con el corazón roto.
Arthur le quitó de un empujón la mano de encima.
—Te lo tenías merecido. ¿Quitarle el novio a tu prima? Y te atreves a demonizarme.
—¡Lo tuyo fue peor!
—No, lo tuyo lo fue —Arthur corrió su silla hacia atrás, dispuesto a pararse—. Aunque te concedo que ese tipo no te convenía, fue una basura. Mereces a uno que valga la pena —se puso de pie lentamente y acarició la mejilla de Francis con dulzura, aunque sus intenciones distaban mucho de ser dulces. Sus dedos no tardaron en tomarlo por el mentón—. Pero lo que más te mereces es un buen castigo.
Una media sonrisa se formó en el rostro de Francis. Arthur trazó su labio inferior con el pulgar y, casi instintivamente, abrió la boca para introducirlo en ella. Chupó obscenamente, procurando que sus labios lucieran tan carnosos como fuera posible.
—¿Tú vas a proveer ese castigo?
—Llévame a tu habitación —dijo Arthur como toda respuesta.
Inglaterra había traído consigo su obsequio, pero a Francia no le era posible verlo estando boca abajo, se percató de su presencia cuando sintió que el frío material le acariciaba el muslo derecho. Lentamente fue subiendo por su glúteo.
—Siéntete halagado que lo estoy estrenando contigo.
—Yo quería algo más caliente dentro mío.
El vibrador cayó con un fuerte golpe sobre su trasero y Francis jadeo sorprendido.
—Que pena que esto sea un castigo.
Sintió la cama hundirse cuando Arthur se arrodilló detrás suyo, un instante después volvió a ser azotado.
—Me lo obsequiaste pensando que me lo metería yo, ¿quién iba creer que acabaría dándole mejor uso?
Lo golpeó tres veces seguidas y Francis se removió en el colchón, la mano que el otro colocó sobre su espalda detuvo todo movimiento.
—Nada de eso, te vas a quedar ahí y te portarás bien, ¿entendido?
Lo vio asentir con la cabeza. En vez de volver a golpearlo, cubrió el juguete de lubricante y lo deslizó entre sus glúteos, lo subió y lo bajó de punta a punta, de a poco aumentó la velocidad del movimiento. Hubiera deseado hacerle eso con su propio miembro, sentirlo apretado allí mismo contra su piel, aunque sabía que entonces no se hubiera podido aguantar en metérselo. Así no funcionaba el castigo. Francis movía sus propias caderas buscando más contacto, cada vez que volvía a bajarlas su endurecido pene se frotaba contra la cama. Arthur le apretó el trasero y lo forzó a permanecer abajo, luego le separó las nalgas y pasó la punta del consolador contra la entrada sin llegar a introducirlo todavía. Era un espectáculo exquisito para sus ojos.
—Si quieres que te lo meta, vas a tener que rogar, Bonnefoy.
Le gustaba el apellido, por alguna razón le resultaba más divertido que llamarlo por su nombre. Ejerció un poco de presión con la punta del juguete, pero pronto lo apartó para seguir arrastrándolo de arriba a abajo.
—Por favor, Arthur… —jadeó, había algo de teatro en su voz, pero sonaba creíble—. Quiero que me lo metas todo.
—Puedes hacerlo mejor que eso.
—Quiero sentirlo bien metido hasta el fondo...
No sólo sonaba creíble, sino que esas palabras en aquél tono lo volvían loco.
—¿Que te meta qué? —preguntó, encendiendo el vibrador.
—Méteme los dedos.
Inglaterra chasqueó la lengua.
—Entonces tendrás que esperar, ahora mismo tengo otros planes para ti.
Le metió el consolador gradualmente y con firmeza, todavía seguía algo dilatado y pronto llegó hasta el fondo. Un grave gemido escapó de la profundidad de la garganta de Francis, se giró para verlo mientras movía el objeto para meterlo y sacarlo. Arthur encontró sus ojos y sonrió lascivo ante lo que vió: sus párpados caídos derrochaban erotismo, ya comenzaba a transpirar por la frente de nuevo y su mandíbula colgaba con debilidad.
—¿Te gusta cómo se siente?
Antes de que pudiera responder subió el volumen y lo dejó bien metido en su interior. Francia asintió mientras apretaba la almohada con las manos, una sonrisa se ensanchó en sus labios.
—Estos dedos eran los que querías, ¿no?
Arthur llevó la mano libre hasta su rostro, le repasó la boca con los dedos como había hecho antes y Francis la abrió para que introdujera el dedo medio en ella. Le acarició la lengua con la yema y fue aceptado de inmediato. Cerró los labios a su alrededor y comenzó a succionar con gusto, de la manera experta en que él sabía hacerlo. Inglaterra únicamente apartó la vista para vigilar que el consolador no se saliera del todo cuando retomó el vaivén de su mano. Podía sentir cómo gemía de placer alrededor de su dedo, el cual lamía como si se tratara de un pene.
Soltó una bocanada de aire antes de hablar.
—Vas a tener lo que pediste, será con este mismo dedo con el que te coja.
De un momento a otro le había quitado el juguete del trasero, introdujo en él el dedo ensalivado con el que tantas veces había insultado a variedad de personas. Siendo un caballero inglés a rajatabla, lo suyo era enseñar tanto el dedo medio como el índice, de modo que metió también ese. Dejó la mano inmóvil y le ordenó a Francis que él mismo se encargara del movimiento. Había algo sumamente sensual en ver su trasero ir de arriba a abajo, envolviendo sus dedos en aquel apretado y cálido espacio de su interior. Arthur se bajó apenas la ropa interior y se frotó a sí mismo mientras sus ojos se deleitaban con aquello. Francia gemía necesitado y se movía con ganas, estaba seguro de que su rostro estaba ido del placer.
—Mírame —ordenó.
Obediente, Francis arqueó un poco la espalda y levantó la parte superior de su cuerpo para voltearse y verlo por sobre el hombro. Gimió al notar que el otro estaba con la erección afuera, sumamente dura y lista para él. Arthur observó su rostro excitado por un momento, luego todo fue oscuridad.
—¿Pero qué mierda...?
Por un instante fugaz creyó haberse vuelto ciego, al menos hasta que recordó el horrible sistema de electricidad del edificio.
Lo oyó a Francis suspirar con molestia.
—Olvídate de eso —dijo y luego lo sintió moverse. Arthur le sacó los dedos y esperó a su siguiente movimiento. Lo tenía cara a cara, ambos arrodillados sobre la cama. Lamentablemente no podía ver nada de él, una gran porción de su diversión había quedado bloqueada. La respiración de Francis sobre su rostro no lo dejó concentrarse mucho en eso, había comenzado a acariciarle el cuello con ambas manos, después le masajeó los hombros con firmeza. Arthur se le acercó hasta que sus erecciones y el resto de sus cuerpos se estuvieran tocando, encontró sus labios en la oscuridad y se unieron en un prolongado beso. Llevó sus manos detrás de Francia, a su lugar favorito para pellizcar y masajear. Acariciaron sus cuerpos con hambre, fue como si la oscuridad los hubiera desesperado. No podían dejar de mover la pelvis contra el otro y la intensidad del beso iba en aumento. Francia de repente sintió que separaba su rostro, Inglaterra lo sujetó por las piernas y lo hizo caer de espalda en la cama. Tal como era de esperarse, se encimó sobre él.
—Te dije que debimos haber ido a mi casa —jadeó contra su rostro.
—Tus sabanas son una mierda, Inglaterra.
—¿Así que ya no soy Arthur?
En lugar de responder, volvió a besarlo y envolvió una pierna en su cintura, pero su libre albedrío terminó cuando el otro lo tomó por la barbilla para apartarlo.
—No olvides que esto es un castigo.
Francia resopló frustrado por las reglas del estúpido juego. Habían acordado que sólo una vez que hubieran acabado con el sexo saldrían de su roles.
—De acuerdo. Arthur, dueño del triste anticuario, haz lo que quieras conmigo.
Inglaterra soltó una risita que anunciaba peligro, uno que le fascinaba.
—Te quiero de espaldas, contra la pared.
No le dio tiempo a moverse, Arthur lo levantó él mismo y lo movió a tientas, Francis se dejó manipular. Colocó ambas manos contra la superficie, detrás suyo el inglés le hizo a un lado el cabello. Podía sentirlo respirar contra la nuca, un brazo se deslizó alrededor de su cintura, con los dedos bien separados sujetó el lado de su torso. Luego, su firme miembro hizo presión desde atrás.
—Voy a cogerte como si hubiera pagado por ti —lo oyó decirle al oído.
Francia soltó una risa airosa, nunca se cansaba de esto. Inglaterra se empeñaba en hacerse el cabello en su vida diaria, pero puertas adentro le soltaba las suciedades más ocurrentes que de alguna forma surtían efecto en él.
—Tú no podrías pagar por mí —dijo a la vez que empujaba sus caderas hacia atrás, absolutamente dispuesto.
Bajo el velo de la oscuridad hubiera sido difícil hacer cualquier cosa, pero esto no. Sus cuerpos se conocían desde hacía años, sabían cómo debían moverse y de qué modo respondería el otro. Una vez que estuvo dentro, Arthur no fue nada sutil. El ir y venir de su cadera fue brusco desde el primer momento, con el agarre sobre su cuerpo lo dejó prácticamente inmóvil y sólo capaz de sentir como se la metía de un fuerte choque. A ciegas, Francis manoteó detrás suyo y lo agarró del pelo mientras gemía.
—A-Arthur…. Olvidamos… Olvidamos el condón… —balbuceó Francia, sonriente y empeñado en seguir con su juego.
—A la mierda el condón —suspiró con pesadez. Llevó el rostro contra su cuello y lo mordió justo en la base. Francis casi se deshizo en sus brazos.
—¿Prometes no contagiarme de nada? —dijo con un hilo de voz entre gemidos.
—Sólo... te daré un puto dolor en las piernas que durará hasta mañana…
Le levantó un poco la pierna izquierda sin frenar sus movimientos. Francia se sujetó firmemente de la cabecera de la cama, a duras penas podía mover el trasero para atrás, Inglaterra lo tenía bien agarrado y no dejaba de estimularlo con el constante empuje.
—¿Así de bien te la metía ese otro tipo? —preguntó Arthur. Le costaba recordar los detalles de la historia inventada de Francia, ya ni sabía a quién le había robado el amante.
—No, esto está muchísimo mejor —exclamó, gustoso.
Incluso aunque fuera algo de mentira, sus palabras no fallaron en hacerlo sonreír. Su pecho transpirado descansaba contra su espalda, su cuerpo se sacudía con su respiración y la penetración incesante, pero jamás se despegaba de él. Esto era justo lo que quería, sentirlo imposiblemente cerca si es que no podía verlo. Francia tomó una de sus manos y la dirigió hasta su propia erección.
—Tócame... —exigió. Al instante fue rodeado por unos dedos que lo acariciaron con voracidad, lo masajeó en toda su extensión, admirando la firmeza con la que se levantaba sólo para él. Al subir y bajar podía sentir lo grande que era, sin duda más que él, pero esa idea sólo lo excitaba más y lo hacía aumentar la velocidad de sus movimientos.
—Dime que eres mío… —murmuró Inglaterra, apenas pudiendo encontrar su voz. Cuando fue capaz de reaccionar, Francia negó con la cabeza. Su cabello alcanzó a cosquillear la nariz de Arthur.
—No, no lo soy.
El movimiento de su pelvis se volvió más lento aunque siempre profundo. Al mismo tiempo le soltó el pene para darle atención a los testículos, nunca iba admitir lo mucho que le gustaba lo obscenamente pesado y peludo que se sentía al acariciarlo allí. Le recorrió el pecho y el abdomen con la misma devoción.
—¿No te gusta que te desee de esta forma? Estás tan bueno —dijo en voz baja y el francés soltó un largo gemido—. Quizá no se lo dirías a Inglaterra pero, ¿qué tal a Arthur?
—No… —volvió a negar—. Usa lo que tienes entre las piernas y oblígame.
Desapareció la mano que lo acariciaba para apresar su cuerpo con ambos brazos. Igual de rápido, volvieron las estocadas detrás suyo. Nuevamente Francia tuvo que aferrarse de la cabecera.
—Eres mío… Cuando te la estoy metiendo hasta el fondo eres todo mío.
Incapaz de formular una respuesta, arqueó la espalda y se inclinó hacia él dispuesto a recibir todo: sus palabras posesivas, el placer que iba en incremento, los mordiscos en el cuello. Nuevamente, estiró una mano detrás suyo para acariciarle el cabello y mantener su rostro bien cerca.
—¡Así, sigue así! La quiero bien adentro... —Su tono suplicante y cargado de placer lo hizo gruñir al otro, le daban unas tremendas ganas de correrse, podría haberlo hecho solo de escucharlo—. Sigue... hasta que no pueda caminar.
Francia gemía con ganas y empujaba hacia atrás con ímpetu. Arthur lo presionó contra la pared, lo siguió cogiendo mientras estaba con las palmas de las manos y la mejilla plantadas en ella. Tras cada duro movimiento lo aplastaba más contra la superficie y lo hacía soltar un chillido de placer.
—¿No vas a decirlo o es que te dejo sin habla? —jadeó Inglaterra antes de soltarle una fuerte nalgada.
—¡Ah! Vete… Vete a la mierda —prácticamente gimió.
Le cruzó el pecho con un brazo para sostenerlo y empujó las caderas con movimientos precisos que lo hicieron gemir contra su oído, extasiado. Francia no podía distinguir qué era más excitante, si oír los sonidos que le provocaba o sentirlo moverse en su interior.
El intenso vaivén duró unos momentos más. Finalmente lo recibió dentro suyo cuando acabó, el rostro de Arthur nuevamente enterrado en su cuello. Se tomó un momento para recuperar el aire mientras Francia se tocaba a sí mismo con pereza, luego lo hizo volver a la cama. Todo seguía oscuro y no estaba seguro de cómo actuaría a continuación, obtuvo su respuesta cuando Inglaterra se ubicó entre sus piernas, las separó y agachó la cabeza. Se lo llevó a la boca y se puso a chupar enérgicamente como si recién empezaran a tener sexo. Francis se aferró a su pelo, desesperado; todo el calor y humedad de su boca, acariciándolo por cada rincón, era precisamente lo que necesitaba para terminar de perder la razón. Permitió que se moviera a su gusto, subía y bajaba con una rapidez deliciosa, él en su posición lo hubiera torturado un poco más.
—No te detengas. Justo así, Arthur —exclamó. Bajo sus dedos, podía sentir lo transpirado que estaba su cuero cabelludo. Inglaterra lo sacó de su boca para dedicarle largas lamidas a su erección, limpiando todo rastro de líquido preseminal que se deslizaba por ella. La respiración caliente e irregular contra su piel lo hacían temblar, sintió que volvía al cielo cuando lo tomó otra vez en lo profundo de su garganta—. Sí, sí, me encanta- Tú me encantas. Se siente tan bien, me encantas, Arthur...
Inglaterra no estaba seguro de lo que oía. ¿Esto era parte del juego? No había forma de que fuera algo honesto, tenía que tratarse de un juego de Francia. Contra todo pronóstico, sus palabras lo instaron a chuparlo con más ganas, no dejó un centímetro sin recorrer. Lo tomó en lo más profundo de su boca, cada vez que llegaba a la punta lo lamía con la lengua gustosamente. Francia tuvo la delicadeza de avisar que acabaría, el inglés no dudó en alejarse y terminar con la mano lo que había empezado. Al momento de oírlo gemir por última vez y sentir la tibieza entre sus dedos, odió la falta de luz.
En plena oscuridad, tendidos en la cama lado a lado, de lo único que eran conscientes era de sus respiraciones agitadas. Inglaterra aguardó unos segundos, pero parecía que Francia no se movería por un buen rato, tal vez ni siquiera para abrazarse a su lado como casi siempre hacía. No es que a él le gustara, para nada.
En un segundo se hizo la luz en toda la casa.
—Esto parece una cruel broma en nuestra contra —exclamó el francés, con una sonrisa cansada.
—Espero que esto te sirva como lección de que yo siempre tengo razón respecto a qué locación es más conveniente —resopló Inglaterra.
—Oh, por supuesto, fuiste muy claro con tu lección.
Sus mejillas se colorearon, pero supuso que no importaba porque hasta Francia estaba con el rostro todavía rojo de la agitación. Y seguía sonriendo, con la mirada brillante y cansada, su cabello hecho un hermoso remolino. Inglaterra notó entonces que se le había quedado mirando, aun así no apartó los ojos. Había juntado las agallas necesarias para no hacerlo a pesar de lo mucho que le costaba.
—Sin embargo, pareciste disfrutarlo, como siempre.
Francis se encogió de hombros, como si fuera poca cosa. Había algo en su mirada que no llegaba a ser completamente vergüenza. Lentamente Arthur se sentó, pensativo. ¿Habría logrado inhibirlo quizás? Eso era todo lo que necesitaba para por fin decírselo.
—Yo tampoco me lo paso mal, supongo. Si lo pienso con detenimiento, diría que funcionamos bastante bien juntos —dijo, encogiéndose de hombros—. Ya sabes, esta vez te dí el gusto siguiéndote el juego con lo de esa aplicación.
—Sí, y yo siempre te complazco diciéndote y oyendo toda clase de cosas sucias.
—A tí también te gusta.
—Pero tú lo adoras, pervertido —le sonrió.
Inglaterra estuvo a punto de responder, en su lugar, acabó respirando hondo. Hubiera podido seguir discutiendo sobre quién era más sucio, pero tenía que hacerlo, era ahora o nunca.
—Estuve considerando... que sería buena idea que pudiéramos seguir haciendo esto sólo nosotros dos. Sin nadie más.
Posó sus ojos en él y supo que había comprendido de inmediato. El rostro de Francia cambió y no supo leer la expresión que se formó en él, algo parecido al pánico. Definitivamente incertidumbre. Había miedo, pero también una sombra de molestia. Lentamente se fue incorporando a su lado.
—Bueno, no es como si hiciéramos tríos —bromeó.
—No, me refiero a que…
Francis lo miró fijamente, como retándolo a que dijera lo que pensaba, e Inglaterra tuvo que tragar saliva.
—Me refiero a sólo acostarnos el uno con el otro. Eso.
El aire se volvió pesado. El otro lo evadía, había empezado a tamborilear los dedos sobre la suavidad de la cama. Inglaterra se mordió el interior del labio a la espera de lo inminente.
—No creo que eso sea muy buena idea —respondió por fin.
—¿Y por qué no?
Acá Francia volvió a mirarlo, con la boca ya abierta para darle todas las razones que se le habían ocurrido en menos de un segundo, pero sólo fue capaz de carraspear sin decidir cuál soltar primero.
—Es que… Inglaterra- Te das cuenta de que me estás pidiendo exclusividad, ¿verdad?
—Pues… sí, podrías llamarlo así.
—Quieres que duerma contigo y con nadie más.
—Sí.
Francia volvió a carraspear, no podía creer que por primera vez estuviera siendo tan directo con algo y ni siquiera lo hubiera podido anticipar. Sobre todo tratándose de algo tan delicado para él.
—Lo que me pides es… ¡Tú sabes que a mi me gustan cosas diferentes! No es justo.
—Pues si no querías solamente tenías que decir que no —exclamó, cruzándose de brazos.
—¡Es que ni siquiera eres capaz de ser pasivo una vez! —lo acusó Francia. Los ojos del otro se abrieron de par en par.
—¿Y qué tiene que ver eso? ¿Quieres que me ponga en cuatro y te ruegue que me la metas? —Ante sus palabras, notó a Francia rodar los ojos—. No, preferirías que yo te pusiera en cuatro y te hiciera rogar. —Supo que tenía razón cuando esta vez, en cambio, jugueteó con su cabello, mirando para otro lado—. Sabes lo que a mí me gusta y lo que no. Ser pasivo justamente no me gusta.
—Y lo acepto, pero no puedes pretender que acepte eso para… no lo sé, ¡para siempre!
—¿Así que ese es el problema?
—¡No! No totalmente. —Francia tuvo que ponerse de pie, le inquietaba estar en un solo lugar, comenzó a recorrer la habitación tocándose el cabello bajo la mirada siempre presente de Inglaterra que seguía estático en la cama—. Me gustan diferentes personas en diferentes momentos, y me gusta poder acostarme con ellas cuando quiera. ¿Qué les diría si me invitan a su cama? ¿"Lo siento, no puedo, estoy en una relación sexual exclusiva con Inglaterra"?
Escucharlo de esa manera lo hacía reconsiderar su propuesta. Inglaterra hubiera preferido que lo enterraran vivo antes que ventilar las cosas que hacía con Francia.
—Sé que no te gustaría que todo el mundo supiera —volvió a hablar el francés—. Puedo verte entrando en pánico ahora mismo.
—¿Me hablas a mí de entrar en pánico? —dijo con incredulidad—. Estás haciendo un dramatismo digno de telenovela sólo por hablar de monogamia.
Francia permaneció con los brazos cruzados sin mirarlo, el pequeño puchero que hacía no le pareció adorable en absoluto.
—¿Por qué se te ocurre algo así ahora?
—Porque sí.
—No mientas. —Francia le dirigió una dura mirada. Sabía que esto no era algo espontáneo, nada lo era con Inglaterra—. ¿Es esta tu manera de ser posesivo y territorial? ¿O acaso hay algo más?
Arthur no notó el deje de esperanza en su voz, sólo era capaz de pensar en que Francis insinuaba que su pregunta podría deberse a algo sentimental, algo romántico.
—No me gusta compartir y ya —declaró, mirándolo justo a los ojos.
Francia sacudió la cabeza. En ese momento se dio cuenta de que había sido ingenuo de su parte esperar una respuesta remotamente honesta, ese hombre simplemente no tenía caso. Le hubiera querido gritar que era un cobarde por no pedirle lo que en verdad quería, pero tal vez él mismo también lo fuera.
—Por supuesto. Pues lo lamento si no puedes conseguir que nadie más se acueste contigo, ve haciéndote a la idea de que no eres el único en mi vida. Ni ahora, ni nunca.
El inglés salió de la cama de un salto y comenzó a ponerse sus prendas.
—Me largo de acá.
—Tal vez sea lo mejor —murmuró Francia.
¿Cómo podía decir las cosas que decía en la cama hace un momento y luego negarse cuando le proponía esto? No cabía duda de que había sido parte del juego. Jamás debió haberlo aceptado. Inglaterra terminó de vestirse en silencio y en tiempo récord, una vez que estuvo listo el otro le alcanzó el vibrador.
Tenía que estar bromeando.
—¿Quieres que conserve esto? —resopló Inglaterra—. Supongo que no te va a molestar que lo use con cualquier otra persona.
—No, siempre que recuerdes limpiarlo —dijo, encogiéndose de hombros.
Se lo sacó de un manotazo, se dirigió al baño adyacente a la habitación y lo lavó murmurando groserías.
—Bien, supongo que eso es todo —se aventuró a decir Francis mientras lo veía juntar el resto de sus pertenencias en la sala—. Deberé guardar las sobras de la cena en el refrigerador.
Sólo entonces el inglés recordó la comida abandonada. Miró los platos de reojo, todavía lucían apetitosos y su estómago no estaba lleno. Tuvo que resistir la tentación de relamerse los labios.
—Podría llevarme un poco si tuvieras algún recipiente en qué guardarla.
Francia se encogió de hombros.
—Sabes que no tengo ninguno, los detesto.
—Entonces deberás comértelo todo tú solo.
La mera idea de hacerlo le causaba malestar, no se suponía que así acabaría la velada.
—Es una pena, había planeado la cena para más de uno.
—No me haría daño llevarme algo en la mano para el camino… —sugirió.
Ahora sabía de dónde había sacado esos modales Estados Unidos.
—No seas grosero, al menos siéntate si quieres un último bocado.
—Supongo que puedo quedarme a terminar de cenar.
Antes de que finalizara la oración ya estaba sentándose a la mesa y Francia reorganizando los platos para calentar un poco más la comida.
Acabó pasando la noche allí. La cena se extendió, luego Inglaterra se detuvo a descansar tras haber comido tanto, y las excusas continuaron a partir de entonces hasta acabar los dos tendidos en la cama doble. No volvieron a tocarse, sin embargo. Debían ser alrededor de las cuatro de la mañana cuando Francia se levantó para ir al baño, al regresar a la cama no pudo volver a conciliar el sueño con rapidez. Descansó de costado, observando el cuerpo dormido de Inglaterra, con la boca semi-abierta como siempre que estaba exhausto. Al menos esta noche no babeaba. Tampoco tenía el ceño fruncido, su entrecejo estaba completamente en paz. Algo le decía que no estaría descansando con la misma tranquilidad de haberse marchado anoche. Al moverse entre sueños y quedar boca arriba, Francis se acomodó a su lado, le rodeó la cintura con un brazo y descansó la cabeza sobre su pecho, cubierto sólo por la remera que le había regalado. Se elevaba con suavidad tras cada respiración, debajo de su mejilla se sentía cálido y reconfortante.
Le diría que sí a su proposición, si bien lo había hecho enojar. Sospechaba que esa propuesta ocultaba algo más y apenas podía soportar la idea de que Inglaterra no se atreviera a decírselo. No estaba seguro y tal vez nunca lo estuviera del todo, pero sabía que esto implicaba un avance y no podía permitirse desaprovecharlo.
7.30 AM
Francia todavía dormía cuando salió de la cama y se preparó para marcharse. Prefería ahorrarse la incomodidad de verse cara a cara a la luz de la mañana, sencillamente era algo con lo que no podía lidiar. Ya había obtenido su respuesta anoche y continuar alargando la velada hasta el desayuno hubiera sido humillante. No se molestó en dejar una nota. Metió su bolso en el auto y arrojó a un bote de basura de la calle el regalo de Francia. No había modo en que volviera a usar el vibrador. En lo que a Inglaterra respectaba, ese juguete podía arder en llamas. ¿Cómo se atrevió siquiera a sugerir que se lo llevara? No se mostró afectado en lo más mínimo cuando mencionó que lo usaría con alguien más. Igualmente no le importaba. Para nada. Y no tenían que volver a acostarse jamás, que Francia estuviera con quien le placiera, no era asunto suyo. ¿Por qué quedarse para desayunar juntos, o pasar la Navidad con el otro, sin trabajo y responsabilidades, con la única preocupación de pasar el tiempo haciendo lo que no se atrevían a hacer en público?
Detuvo el auto en seco. Bajo su suéter era visible el rosa de la remera que le había regalado junto con el vibrador. Qué estupidez, debió haberla tirado también. La calle estaba vacía, pero aun así se apresuró cuando bajó del auto y volvió al bote de basura. Podría haberse sacado la remera allí mismo y nadie lo notaría. Con un bufido, metió la mano para recuperar el juguete. No es que le costara abandonarlo, simplemente no podía dejar sus obscenidades tiradas por ahí.
Regresó al auto y continuó manejando, esta vez con el corazón un poquito menos dolido.
