El dolor es para la humanidad un tirano más terrible que la misma muerte.
Albert Schweitzer.
El desayuno se llevó a cabo como todas las mañanas, una buena dosis de sangre RH, algo ligero. La mujer de ojos azules sonreía algo extraña mientras su hermana, se veía demacrada, más no derrotada, por supuesto que no, eso nunca. Ya tenía en su poder la clave para deshacerse de la oji azul de una buena vez, no importaba lo poderosa que fuera o lo lista que se creyera, jamás sería superior a la gran Kikyo.
Kagome sentía remordimiento, lo que le hizo a su hermana fue demasiado atroz, fue una bajeza de las peores existentes. ¡Era su hermana! Y le quemó las entrañas con tal de tener a un hombre en su cama. Era una asquerosa basura. Estaba asqueada de ésa situación y de sí misma, nunca creyó ser capaz de eso, pero lo hizo, traicionó a su familia por sexo. Era la persona más vil en el planeta, mucho peor que los líderes vampiricos.
Se removió en su puesto incómoda, la repulsión hacia sí misma crecía a medida su hemana trataba de probar bocado y las arcadas continuaban. Bajó la mirada apretando los dientes en un acto de contener las lágrimas, era demasiado. Se lo diría, le diría que ella lo hizo, porque la culpa le estaba quemando y no podría vivir así.
La luna llena sonríe con todo su esplendor afuera, una que otra nube indecente trata de ocultar su brillo pero el enamorado viento las aparta para poderle apreciar en todo su esplendor. Ella, arrogante como es, se cuela hasta entre las cortinas de una estancia...
Kagome por fin había confesado a su hermana el daño que le provocó. Sintió alivio de haberlo hecho al fin, pero igual ésa mala sensación en su estómago no se esfumaba, de hecho, seguía creciendo cada vez más. La mayor está frente a su órgano con sus delicados dedos a centímetros de las teclas, todo está en silencio. Hasta sus corazones. Porque no sabían cómo reaccionaría el otro. Las motitas de polvo flotaban apacibles entre una y la otra, calladas, muy calladas, mudos testigos del momento, brillan por la tenue luz de luna que se cuela a través del ventanal al lado izquierdo de donde está ubicado el órgano. Todo en supuesta paz y desgarrador silencio. Ninguna apartaba la vista de la otra. Hasta que los delgados dedos finalmente tocan las teclas.
El sonido del aparato musical llena el saloncito de visitas. Kikyo teclea con gracia y habilidad entregada completamente a la música que está creando. Sus pensamientos permanecen calmos. Ya han pasado unos segundos tortuosos para la de ojos castaños desde que su hermana menor le confesara haberla envenenado en un intento por separarla de Naraku. Segundos de silencio, No podía negar que su osadía de soltar todo lo que hizo le tomó por sorpresa. Mientras Kikyo crea música, el cuerpo de Kagome se tambalea entre las ganas de huir y quedarse para saber qué pensaba y sentía su hermana.
Para la mayor, la confesión fue inesperada, sin embargo, eso solo acrecentó su odio. ¿Qué pretendía? ¿Creía la perdonaría con solo decir "lo siento" y serían hermanitas unidas?
Parecía que sí lo esperaba. Realmente su estúpida hermana pensaba que arreglaría las cosas.
Ésa cara de culpa y de súplica ya la conocía. Siempre hacía lo mismo con sus padres cuando cometía alguna travesura y ellos, siempre se lo perdonaban todo. Porque era su pequeña Kagome, su niña especial. Y ella...
Ni siquiera cuando era humana le permitieron esas libertades. Recordaba vagamente su infancia y su adolescencia antes de ser atacados por los vampiros, antes de entrar en la sociedad vampírica, antes de ser parte del círculo selecto. Antes de todo, ella nunca fue su niña tierna.
Los ojos suplicantes de su hermana solo lograron enfadarla más y más. Recordó todo lo que alguna vez le hizo. Sus mentirillas y chiquilladas de niña ahora le asqueaban y le revolvian las entrañas. La detestaba con toda su alma ya pudrida y marchita que alguna vez fue inocente. Kagome dio un paso al frente, habló de nuevo. Estaba desesperada por una respuesta. ¿La podría perdonar? Comenzó un atropellado discurso mientras Kikyo teclea con más ímpetu el aparato musical haciéndolo bramar y llenar el saloncito con la lóbrega melodía para ya no escucharla. Hasta que finalmente sus temblorosas manos dejan de tocar mientras su pecho sube y baja agitado. Entonces se relajó, exhalo aire y pensó en su venganza. Se puso de pie de repente tumbando el taburete que le había servido para sentarse. Las motitas de polvo seguían danzando en el aire, buscando un lugar donde ir a descansar. Kagome contuvo el aliento mientras su ser amado se acerca con una sonrisa de astucia, ésa que le caracterizaba y hacía que ella temblara de miedo, ya no era una niña, e igual, su hermana mayor le daba miedo aveces. Kikyo se acercó lo suficiente para abrazar a la confundida Kagome quien, cuando su hermana se separó unos centímetros de ella se relajó y la mayor felicidad se implantó en su semblante. ¿La perdonaba?
¿Podría acaso ser verdad? Ella sentía la felicidad ir en aumento efervesiendo rápidamente como espuma. Era tan feliz, muy feliz.
-Hermana- sale de sus labios rosas con ilusión.
-Kagome- suelta la otra frunciendo el ceño tiñendo sus ojos de rojo carmín.
Cada músculo en el cuerpo de la Higurashi menor se paralizó. ¿Qué pasaba?
-¡Eres una maldita ramera!- cada palabra estaba cargada de veneno -Te haré pagar por meterte en mi camino, te haré pagar...
La de ojos azules retrocedió espantada, nunca vio algo semejante, nunca vio tanto odio o se de sangre en alguien, jamás sus piernas flaquearon tanto. Kikyo era el infierno hecho mujer, en ése instante, su flemático aspecto de siempre se esfumó, ella era fuego, era llamas, era el diablo. Cuando Kagome tentó escapar de lo que fuera que la ira de su hermana mayor le pudiera hacer, ella se le abalanzó encima dando gritos y chillidos aterradores. La menor trataba de evitar las garras de la otra llegaran a su cuello, no quería lastimarla, solo hacerla entrar en razón.
Los gritos de Kikyo alarmaron a la servidumbre pero Yura, Kaguya y Byakuya, eternos seguidores y amantes de su ama, les cortan la cabeza de tajo, la orden era clara, no dejar a nadie acercarse a ellas, solo Naraku y sus padres. Ellos obedecieron al pie de la letra.
Los zapatos de Naraku fueron lo primero que Kagome vio, trataba de quitarse de encima a su encolerizada hermana, ya la había rasguñado en varias partes del cuerpo, su hermoso vestido color lila ahora era una tela hecha jirones, pero ella seguía firme en su pensar de no lastimarla.
-Naraku- llama con algo de desespero -¡Ayúdame!- Kikyo aprovecha su descuido y le abofetea con el revés de su mano tan fuerte, que el diamante de anillo le queda marcado en la mejilla.
Naraku la observa con indiferencia, pensar que esa criatura tan endeble le pudiera siquiera excitar. Ya no más, la debilidad era algo que los vampiros no soportaban, mucho menos uno tan importante como él. El hombre se agachó y su esposa paró de golpear a Kagome quien se notaba confundida.
-¿Ayudarte?- dice con desdén -Eres patética...
Kagome supo en ése momento que Naraku no la amaba, que sus incontables noches de sexo salvaje eran nada más que éso, sexo. Comprendió, muy tarde, que el amor no era éso, no eran esas bajas pasiones, no eran esos besos ardientes, no eran esos gritos de salvajismo, era lujuria nada más. Porque se puede tener sexo sin sentir amor, porque en la cama los cuerpos pueden vibrar más no cantar sus almas, ella entendió, que nunca fue amada, y se precipitó a caer al abismo del tormento. Toda ella se destrozó en mil pedazos. Pero eso no era todo, era solo el principio de su dolor, le faltaba más para terminar de morir en vida. Le faltaba ver a sus padres entrar para ayudarla y a Naraku, el hombre que creía amar, por el que cometió su único y fatal error, ése hombre, volverse humo como ella para transfigurar tras las dos personas que más ha querido en la vida y él, el de ojos de muerte, decapitarlos al tiempo que su querida hermana le incrusta una jeringa que contenía líquido color negro justo en el cuello, donde se supone deben estar los colmillos de mordida, pero al ser de sangre pura, no había nada. El líquido se esparció por todo el torrente de la mujer. Kagome sintió sus fuerzas desfallecer, sus ojos se cerraban mientras las cabezas de sus progenitores rodaban hacia ella, una única lágrima logró escapar y terminar en la alfombra manchada en traición.
Al despertar, estaba desnuda amarrada a la viga de un granero mientras tres hombres se bajaban el pantalón y le mostraban sus apestosos y asquerosos miembros erectos. Entonces, fue cuando comenzó su odisea, su sufrimiento, cuando se dio cuenta, que ahora era humana. Lloró de impotencia, lloró de tristeza, lloró de dolor. Kikyo la escuchó gritar y suplicar y sonrió. Había lanzado a su hermana al mundo humano como una más de ellos, gracias a ése remedio, era capaz de reprimir la sangre vampírica de Kagome. Se mofó de su obra y regresó al castillo, su esposo y sus esclavos ya deberían haber terminado con el encargo. No fue fácil convencer a Naraku, pero al prometerle el dominio no solo del mundo vampiro si no también del humano, él aceptó. Comenzaba a amanecer cuando penetró por la puerta principal extaciada al ver los cadáveres de los altos mandos, sus cabezas en cada rincón y pudrida sangre impregnada en las paredes y el piso. Se fue quitando la ropa mientras camina al saloncito, sabía allí le esperaban y no se equivocó. Sus amantes allí estaban, igual que ella, igual de enardecidos.
Los gritos de placer de Yura y Kaguya retumban en la estancia mientra Byakuya se masturba como poseído al ver a las tres mujeres follar. Kikyo estaba más salvaje que de costumbre. Las cabezas de sus progenitores todavía estaban donde las dejó su esposo, los ojos abiertos observan el tercio de cuerpos sudados sobre la ensangrentada alfombra.
-¡Ah!- grita Yura extaciada -¡Ah, sí, duele delicioso!- su ama la penetra con el puño entero sin contemplación alguna.
-¡Así, así ama- dice kaguya retorciéndose -Me encanta...- lleva su cabeza hacia atrás perdida totalmente a la excitación que le provoca la lengua de su ama en su clitoris -Chupelo...- pide casi en súplica.
Ella estaba por hacerlo cuando sintió el delicioso miembro de alguien partirle el culo al entrar de una sola estocada. Gritó de dolor y placer, volteó la vista lo más que pudo hacía atrás, pensó era Byakuya, pero no, era su esposo, era Naraku quien la embestia con ferocidad exhalando cual animal salvaje. Cuando los cuatro participantes y el expectador alcanzaron el climax, decidieron comenzar otra ronda.
Naraku ahora embestia a Byakuya mientras él está boca arriba lamiendo los labios vaginales de Yura la cual está sobre él a horcajadas, ella besa desenfrenada la boca de Kaguya y Kikyio le masturba al tiempo que su esposo hace lo mismo que ella. Así fue su orgía, Naraku se follo a cada uno de los participantes por cada orificio de su cuerpo, Kikyo igual tuvo el mejor sexo del mundo, sus dos mujeres y sus dos hombres le dieron el mayor placer. Al final, Kaguya grita al estar cerca del final mientras Byakuya le embiste el culo y besa sus pezones alternando entre uno y otro. Yura tiembla por su sexto orgasmo, Kikyo lame cada uno de sus jugos, le coloca la pierna sobre su propio hombro para llegar más profundo como la polla de su marido que en ése momento le golpea las paredes vaginales como ningún otro hombre.
Era un paraíso, estaba tocando el infierno con las manos, era, inmensamente feliz.
Así comenzaría una época de ocuridad, que asumiría al mundo en tinieblas y lo cubriría de sangre. Porque los señores Spider, jamás estarían satisfechos. Así el mundo pediría a gritos un salvador, uno que llegaría, veinte años más tarde.
Continuará...
Listo chicas, hemos llegado finalmente al meollo del asunto y por supuesto la razón para entender un personaje tan complejo como lo será Kagome en ésta historia.
En el próximo conoceremos la vida de Sesshomaru y lo que le empujó a ser cazador.
¡qué emoción!
Espero les haya gustado
Nos vemos en el siguiente
