No diré no llores, porque no todas las lágrimas son malas.

-J. R. R. Tolkien.


Silencio, silencio que contrasta con los gritos desesperados, silencio que dura eternamente en un corazón destrozado. Gritos de angustia, gritos desgarradores. Los pobladores tratan de sofocar las llamas, el llanto...Kagome escuchó a su interior hasta ahora dormido, le gritaba rendirse, buscar deshacerse de ése dolor punzante en el corazón. La vida se le había ido, su mundo entero ardía en llamas, ardía junto a la imagen eterna de quienes amó morir. Quería morir, morir en verdad, morir para ir con ellos, para que dejara de doler... para ya no escuchar nada...Sintió la espada del desconocido en su cinto, con un rápido movimiento le despojó de su arma, se alejó y apuntó la hoja filosa directamente a su vientre.Dejaría éste maldito mundo donde las penas le han golpeado tan duramente. Sin Kaede ya no había más, ni mañana ni esperanza. Estaba tan cansada del mundo y de la vida, del dolor.

Sesshomaru observó en silencio, esos ojos otoñales simplemente callaban en su dolor, no había una palabra de aliento, no había nada más que silencio y el silencio le dolía más que los gritos, permanecían inmutables y ella flaqueo ante el miedo de ése frío otoño, pero decidió que el mundo no tenía nada más para ofrecer. Introdujo la hoja en su vientre. El dolor fue instantáneo, sintió ardor, sintió calor, sintió tantas cosas y tanto miedo...


Miroku, un monje, compañero desde hacía un año del cazador, ambos sabían lo que era el dolor y la muerte, ambos sabían como lucia un...

-Vampiro- susurra el monje al ver las marcas de quemaduras en el suelo. La iglesia fue reducida a cenizas y escombros pero la marca del suelo era obvia, la quemadura que deja una bestia de las tinieblas.

Sus ojos se movieron entre los escombros -algunos aún ardían- escuchó atentamente, se concentró en aislar el ruido de los aldeanos para tratar de escuchar algo más...

Allí, a la izquierda, detrás de las llamas, con un instinto asesino y quemaduras en todo el cuerpo apareció uno de esos seres demoníacos. Se abalanzó directamente sobre él.

Miroku desembaino su espada, recibió a la bestia con un zarpazo en el pecho desnudo. Era una mujer, una mujer desnuda con quemaduras graves, casi irreconocible. La sangre pudrida de la bestia le salpicó el rostro.

Ella retrocedió, él se posicionó listo a esperar el siguiente ataque, la mujer siseo, abrió la boca mostrando sus colmillos furica.

-Los humanos son peculiares- mencionó con su voz ronca mientras los rubíes le brillan maliciosos.

-¿A qué te refieres?- preguntó el monje.

La madera tronó cediendo ante el calor de las llamas.

-Siempre están peleando- sonrió. Un chorro de sangre se escurrió de su mejilla por las quemaduras. Recordó la cantidad de seres humanos que había devorado hasta ahora, todos siempre peleaban hasta el último momento, en lugar de aceptar su muerte... nunca lo entendió.

-Somos seres que buscan una sola cosa- contestó, no bajaba la guardia ni un instante. Entre el aspecto demoníaco de la bestia vislumbró un atisbo de dudas...

La mujer se carcajeo, comenzó a caminar y él igual manteniendo distancia. Yura no comprendía tantas agallas, definitivamente los seres humanos eran peculiares en muchos aspectos.

-¿Qué buscan?- el par de rubíes se clavaron en él.

-Felicidad- contestó seguro de cada sílaba. Sabía muy bien que cada persona siempre estaba en busca de aquello que le hiciera feliz, sea cual sea lo que lo hiciera feliz al final.

Yura rió más fuerte. Quizás ellos no fueran tan distintos.

-Y...- continuó el monje -Sobreviviremos a lo que sea por obtenerla...

Yura recordó a su ama, a Kikyo, lo mucho que había cambiado en esos años, en la última vez que le dijo ésa misma palabra.

"Felicidad"

Se enfureció, rugió y se precipitó al ataque, ¿Por qué? ¿Por qué siendo una raza tan débil podían merecer el buscar felicidad?. El monje estaba acorralado contra la cortina de fuego era una buena oportunidad, usando su pie alzó una tabla de estre los escombros, la pateó directamente al hombre que recibió el golpe perdiendo su espada y cayendo directamente a las llamas, afortunadamente logró rodar lejos.

Se quitó la chaqueta envuelta en llamas y buscó su espada pero... solo escuchó un silbido y de repente estaba clavado a una pared de madera con su espada atravesandole el hombro.

Gruñó conteniendo el dolor.

Yura se acercó a él, lista para arrancarle las extremidades, los odiaba, a todos, los humanos se sentían con el derecho de buscar cuando no eran más que ganado... los mataría, alzó la mano mostrando sus uñas filosas, pero sintió un golpe detrás, alguien había lanzado una piedra en su nuca. Volteo furiosa, vio a una mujer de cabellos castaños llena de ceniza hasta los pies que le observaba con una fuerza intensa, le desagradó que los humanos fueran tan osados, debían aprender su lugar en el mundo. Ellos no merecían libertad, ni entereza, merecían morir.

-¡CORRE!- gritó el monje a la castaña.

Sango estaba paralizada por el terror, sus manos le temblaban pero sostenía con fiereza la daga que sacó de la chaqueta del extraño, lo ayudaría. Vio a la vampiro, tragó saliva.

Yura se impulsó, saltó para caer sobre ella y deborarla, Sango reaccionó, se movió antes que ése ser le cayera encima, al tenerla al lado sin previo aviso le clavó la daga en un ojo antes de correr en dirección al forastero quien intentaba retirar la espada y ser libre. Sango le ayudó, escucharon los chillidos de dolor de Yura mientras gritaba hablando en un idioma extraño.

La bestia corrió hacia ellos pero Miroku fue rápido, abrazó a la muchacha y rodaron hacia un lado, Yura siguió atacando y él esquivando. Con su mano empujó a su salvadora lejos de la atacante.

Finalmente su vista periférica divisó a su amigo.

-Sesshomaru...- dijo.

La distracción le valió un potente golpe de Yura en su rostro. Cayó de costado.


Kagome sintió elevarse, una caricia y calidez cerca de su frío cuerpo. Escuchó un "No te rindas..."

Sesshomaru colocó sus manos en la herida mientras Miroku se defendía contra la vampiro, sabía su amigo estaría bien, no era la primera vez que mantenía una pelea con una bestia de ésas. No era profunda pero la chica perdía sangre, se quitó la chaqueta y la camisa para rasgarla en tiras, usó una navaja para romper más la tela del vestido y tener acceso a la herida, colocó un pedazo de tela para comprimir la herida mientras vendaba rápidamente, Miroku necesitaba ayuda.

Estaba lista, tomó a la mujer entre sus brazos, le alejó un poco del campo de batalla, la miró, retiró los cabellos negros que le cubrían el rostro, sus nudillos rozaron la piel, sintió lo fría que se ponía, suspiró.

-No te rindas- ordenó antes de alejarse. No la conocía, nada acerca de su historia, absolutamente nada, pero no lo necesitaba porque era una vida. No la detuvo en su resolución de quitarse la vida, respetaba su dolor, pero, sentía que aún le quedaba mucho por ofrecer al mundo, así que le ayudó.

Recogió su espada listo para la batalla.

Las llamas se extienden, el humo se esparce, las cenizas caen. El cazador se acerca con su espada, una reliquia que le fue otorgada por una mujer despreciable pero que llegó a querer en su momento y la cual jamás olvidaría. La hoja tenía grabada su inicial, "I" de Irasue.

Exhalo por la boca antes de correr a la bestia, saltó y le incrustó la hoja de su espada en la espalda, Yura chilló, se movió y logró abofetear al cazador pero éste resistió el golpe, vio la daga en su ojo y empujó el mango más adentro. Yura gritó y dio dos pasos atrás, Sesshomaru sacó su propia daga y Miroku se posicionó en espera. El cazador fue por la bestia, esquivó los ataques de la mujer que trataba de retirar la daga de su ojo, él aprovechó su confusión y le acuchilló en el cuello.

-¡Miroku!- dijo.

Su amigo ya estaba listo y por detrás de ella blandio la espada, dio un certero zarpazo que le cortó la cabeza de tajo.

La cabeza de Yura rodó, terminó a los pies de Kagome quien entre su estado abrió los ojos, vio la cabeza de Yura y... la ira le invadió. Su vida, los últimos momentos de sus padres, Kikyo, Naraku, todo la golpeó.

Taisho observó unos ojos de sangre brillar por las llamas del fuego un instante en la mujer que salvó, ella sucumbió al cansancio generado por la perdida de sangre y se desmayó.

-¿Qué fue...?- mascuyo entre dientes. Algo extraño había pasado.


Kikyo, la gran Kikyo, la esposa del jefe vampiro Naraku. La mujer despiadada y sanguinaria, la responsable de comenzar una guerra contra los humanos, la mujer capaz de asesinar a sus padres y permitir su hermana fuera violada por cuatro escorias humanas... ella... fue reducida a ramera... a nada, a objeto...

Observó el vino en su copa mientras su esposo le comenta lo que debe hacer para lograr una alianza entre el duque del reino Hungaro y los vampiros, todo mientras cenan.

Naraku sabía que por medio de la política también se podía conquistar, usaría a los humanos mientras fueran útiles y luego los mataría a todos.

Vio a su esposa perdida en sus pensamientos de nuevo, rugió.

Era una maldita ramera, no le importaba se acostara con cuanto humano o vampiro se le antojara siempre y cuando regresara dispuesta a entregarle sus placeres cuando él se lo ordenara, pero después de un tiempo ella se negaba, ¡Se negaba! Así que sospechó. Le pidió a Byakuya seguirla y sus sospechas fueron confirmadas, la maldita se estaba revolcando con un humano al que comenzaba a querer. ¡Nadie se burlaba de él! Debía mantener el orden, si se sabía le permitía a su esposa revolcarse con un humano por el que sentía aprecio podrían pensar era débil y él no soportaba la debilidad. Por eso hizo lo que hizo y le dejó verlo. Ahora Kikyo era simplemente su mascota.

Se puso de pie y le jaló los cabellos para hacerla verlo, ella gimió de dolor.

-¿Pensando en tu amante muerto?

Kikyo se quedó en silencio, perdida en los ojos de fuego de su esposo.

La hizo ponerse de pie y la tiró sobre la mesa boca abajo, le rasgó las vestiduras y la penetró sin contemplación, ella gritó de dolor pero eso solo lo hizo excitarse más, la penetró una y otra vez mientras ella se deja ser perdida en sus pensamientos de una época más brillante, de Inuyasha diciéndole al oído cuánto la amaba. Lloró de dolor. Su esposo la volteó y vio sus lágrimas, se enfadó, le golpeó hasta verla sangrar y siguió penetrandola hasta acabar por segunda vez. Al sentirse satisfecho se retiró advirtiendole estar lista para la visita del duque. Kikyo se quedó allí, sobre la mesa, con las piernas abiertas, su sexo enrojecido y ardiendo lleno del semen de su marido y el alma rota. Siguió llorando recordando a Inuyasha. La vida le había arrebatado lo que más amó y aún así no se arrepentía de haber asesinado a su familia y convertido a Kagome en humana. Quizás lo hizo al ver el cuerpo desmembrado de su amado pero luego su odio regresó. Odiaba a todos y no se arrepentía de nada, solamente de no haber salvado a Inuyasha. Suspiró, bajó de la mesa y fue a su habitación, debía ponerse el traje de ramera que su esposo escogió, el trato con el duque era... cogerla a ella...

Cerró los ojos. Odiaba al mundo entero y deseaba todos murieran, hasta ella. Cerro la puerta de su habitación conteniendo los pedazos de sí misma.

Continuará...

Aquí el capítulo chicas, perdonen tanto retraso

Espero lo disfrutaran

Nos vemos en el siguiente capítulo.