Ranma no me pertenece.
Randuril sí me pertenece y yo me pertenezco a ella.
.
.
.
.
.
.
.
Fantasy Fiction Estudios
presenta:
.
.
.
Un fic escrito especialmente para Randuril
.
.
.
.
.
.
JUSTICIA CIEGA
.
.
.
.
.
.
Kodachi Kuno
.
.
.
.
.
.
La mansión Kuno estaba más deplorable de cómo la recordaba. Padre e hijo habían abusado de una fortuna familiar heredada de sus antepasados, que con los años se hizo más y más exigua hasta casi desaparecer. El sueldo de director de escuela era lo único que todavía los mantenía a flote, pero las deudas habían golpeado con fuerza los últimos ahorros de la familia y ya había rumores de venta del antiguo castillo.
La inspectora Tendo fue dirigida por el viejo sirviente a la sala. Lo examinó pensativa mientras caminaban por los sombríos pasillos de madera. Pequeño y encorvado, lento y quejumbroso, actuando mucho más viejo de lo que en realidad era. Los años no habían sido amables con él.
Con ninguno en realidad.
Esperó sentada sobre el tatami con las piernas bien juntas. El té se enfriaba pero se había jurado jamás probar nada que le sirvieran en esa casa.
Lamentó tener que usar vestido, estaba incómoda y hacía frío, pero había olvidado mandar a limpiar el único pantalón que le quedaba y debía conformarse. Aún así, con pantalones o no, ya no era una muchachita, debía mantener el recato y guardar una postura correcta. Recordó como en otra época le gustaba andar en pantaloncillos ajustados y sentándose de piernas cruzadas, o simplemente echada en el piso. No tenía responsabilidades entonces. Kasumi era la encargada de cocinar y limpiar, de todo en realidad. Tampoco se preocupaba por estar a la moda, de eso se encargaba Akane. Su hermanita siempre tuvo muy buen gusto, aunque fuera una egoísta que se enojaba cada vez que tomaba prestada alguna prenda sin avisar. Ahora vivía de calentar la comida preparada comprada en el combini más cercano y de vestir trajes opacos y formales, para no tener que elegir. Ella también no era más que una sombra de su antigua persona. Se pasó una mano por el cabello, lo tenía largo únicamente porque nunca tenía tiempo de ir a la peluquería. Ese día se lo había tomado en una cola larga que caía por su espalda, porque así le era más fácil.
Se sonrió y sus ojos se llenaron de nostalgia.
Escuchó la puerta corredera abrirse y al momento cubrió su rostro con una máscara de dureza y frialdad. Por lo menos podía usar sus antiguos talentos en su actual trabajo.
—Nabiki Tendo —la saludó Tatewaki Kuno con una formal inclinación de cabeza. El hombre vestía un yukata elegante. El cuerpo lo tenía más ancho y cuadrado que en sus años de preparatoria.
—Es inspectora Tendo —lo corrigió.
El joven director Kuno de la preparatoria Furinkan la observó detenidamente. Entonces se fijó en la sortija dorada en el dedo de la inspectora.
—Veo que te casaste —dijo con un perceptible tono de disconformidad.
La inspectora se cubrió instintivamente el dedo con la otra mano. Pero fue tan solo un momento de debilidad, recobró la compostura y mostró la mano otra vez como si no le importara.
—Eso no te incumbe —contestó—, y yo soy la que vine a hacer las preguntas.
—Oh, ya veo. Entonces, ¿a qué se debe esta inesperada visita?
La inspectora no quería perder el tiempo, en especial con él. Tomó la carpeta que había dejado en el tatami junto a sus piernas y la puso sobre la mesa. La abrió y giró, deslizándola hacia el lado de Kuno.
El hombre examinó los papeles, eran recortes de periódicos locales.
—¿Y esto?
—El asesinato de Shampoo y la cuestionable muerte accidental de Ukyo en su nuevo restaurante en Kioto.
Kuno cerró la carpeta y la deslizó por la mesa de regreso a la inspectora.
—¿Por qué tendría que importarme el trágico destino de esas dos?
—Kuno, ni tú estás tan loco como siempre finges ni yo tan paciente como para tolerarte. Shampoo y Ukyo están muertas, dos de las involucradas en el asesinato de Akane. —La inspectora recalcó las últimas palabras con fuerza—. ¿No te parece demasiada coincidencia?
Tatewaki Kuno se encogió de hombros.
—Es trabajo de la inspectora responder a esas preguntas y atrapar a los viles transgresores de la ley. ¿Por qué debería interesarme? —Kuno afiló la mirada—. ¿Será que me consideras a mí, por mis talentos e inteligencia privilegiada, la posible mente maestra detrás de estos crímenes?
—Tu hermana puede ser la siguiente víctima.
Aquel aire de indiferencia que emanaba de los gestos de Kuno se perdió al instante y sus ojos ensombrecieron.
La inspectora cruzó los dedos sobre la mesa e irguió la espalda.
—Tu hermana fue la principal y única acusada del crimen de mi… de Akane —continuó la inspectora—. Si bien Shampoo se declaró prófuga por haber sido considerada la organizadora del crimen y Ukyo se libró por no haberse podido demostrar su participación, tu demente hermana fue la que elaboró el veneno.
—Mi hermana fue juzgada y encontrada inocente de todos los cargos…
La inspectora Tendo golpeó la mesa.
—¡Tu hermana fue declarada inimputable por estar loca!... Ni siquiera intentes aminorar lo que ella hizo, porque es tan culpable como las demás. Y el que se hayan gastado todo el dinero que les quedaba en demostrar lo enferma que está, no la libra de nada.
Kuno cerró la boca.
—¿Qué sucede, el gran Kuno Tatewaki se quedó sin poesías baratas a las que recurrir? ¿O es que estás todavía lidiando con el que tu maldita hermana haya asesinado a la mujer que supuestamente amabas? Porque te puedo asegurar, Kuno, que si realmente amabas a Akane, no hubieras ayudado a que Kodachi se librara de su castigo, aunque fuera tu hermana.
—Papá…
—¡Ya basta de excusas baratas! ¿Ahora me dirás que fue tu padre el que hizo todo, mientras te quedabas de brazos cruzados tras ver morir a mi hermana?
—Yo… le escribí cien poemas…
—¡Ya es suficiente!
La inspectora volvió a golpear la mesa y Kuno guardó silencio. La mujer que tenía al frente ya no era la adolescente que un día conoció, aquella que en preparatoria lo engatusaba con zalamerías y astucias. Ella era una mujer de acero, atemorizante y directa como una estocada de su bokken. Cerró los ojos y lamentó que la muerte de su hermosa Akane Tendo hubiera provocado no únicamente tristezas y el doloroso desgarro de su corazón, sino también la pérdida de la humanidad de todos los que la rodeaban.
—Quiero que me digas dónde está escondida —exigió la inspectora.
—¿Perdón?
—Tras el juicio consiguieron que quedara bajo estricto secreto el instituto donde ella sería encerrada de por vida, por lo que eres el único que puede darme esa información. ¿Es que no lo entiendes todavía? Tu hermana está en peligro, puede ser la siguiente en titular una nota de prensa.
Kuno la observó detenidamente, algo en sus ojos y su rostro cambiaron.
—Inspectora Tendo —dijo muy lentamente—, ¿insinúas que…?
—Ni siquiera tú eres tan tonto —contestó la inspectora con prisa.
El hombre se cruzó de brazos y miró hacia el jardín, tranquilo y silencioso, idéntico a cómo estaba en sus días de preparatoria.
—Así que pretendes que revele el único lugar dónde mi hermana está a salvo de la ira de ese demonio, a la hermana que también desea su muerte.
—No seas imbécil —respondió la mujer con dureza—. ¿Quiero ver a tu hermana recibiendo su castigo? Sí, por supuesto que sí, nunca me tragaré aquella farsa de declararla insana para salvarse de ir a prisión. Pero soy una agente de la ley, mi prioridad es que esta se cumpla y proteger la vida de las personas… aunque no se lo merezcan.
—Oh, qué noble de tu parte. Te recordaba un poco más… egoísta.
—Quiero a tu hermana tras las rejas, Kuno, no muerta. Ella no merece el descanso eterno, sino pagar cada maldito año encerrada y humillada por lo que le hizo a Akane. Por eso no quiero que muera, no hasta que se revise su caso, ¿es que no lo entiendes?
—Si te vistieras un poco más… como antes y te cortaras el cabello, te sentaría mucho mejor.
—Si él encontró a las otras dos, podrá hallar a tu hermana también. ¡Necesito llegar primero para detenerlo!
—Te verías mucho más hermosa, hasta podrías parecerte un poco a mi dulce Akane. —Asintió conforme—. ¿Quién sabe?, quizás hasta podría darte una oportunidad de poder reemplazar su falta en mis brazos, y a cambio podrías obtener el beneficio de gozar los placeres de mis sábanas, que nadie más puede darte…
La inspectora tomó la taza de té y de un movimiento le arrojó el contenido en la cara. Kuno se quejó y chilló, llevándose las manos a los ojos.
—Eres un maldito cerdo, no, siempre lo fuiste. No eres mejor que la loca de tu hermana.
—¡Esto es abuso policial! —gritó Kuno secándose el rostro—. Te acusaré en el departamento, mi padre es amigo de…
Kuno tuvo que agacharse para esquivar la taza vacía que rozó su cabeza.
—Haz lo que quieras —respondió la inspectora ya de pie y caminando hacia la salida de la sala—, pero cuando Kodachi muera no vengas a suplicar que investigue el caso.
—¿Y por qué no haces tu trabajo entonces y lo arrestas a él primero? ¿A ese maldito demonio que me quitó a Akane?
La inspectora se detuvo en el umbral de la salida al pasillo. No giró, pero respondió, con un tono frío y suave, pronunciando con cuidado cada palabra.
—Lo haré, Kuno. Aunque no me guste hacerlo, cumpliré con la ley, pero no puedo hacerlo sin pruebas.
—¡Excusas!, en realidad no quieres hacerlo. Eres su cómplice.
—Adiós, Kuno.
La inspectora se encontró con el sirviente a mitad del pasillo. El pequeño hombre la aguardaba con la cabeza inclinada en señal de arrepentimiento.
—Señora, lo siento, no merecía escuchar eso.
La inspectora se tranquilizó y se dejó escoltar hacia la salida. Sasuke siempre fue un hombre amable y honesto, demasiado bueno para la familia a la que servía. Lo dejó hablar.
—Él no ha sido el mismo desde lo sucedido con la señora Kodachi, su condición ha… empeorado un poco.
—Su condición, ¿así lo llama él?
—Ha sido irregular con los medicamentos, por más que insista en que se los tome a su hora.
—¿Son verdad aquellos rumores sobre su actuar lascivo con las alumnas de la preparatoria? —preguntó la inspectora.
Sasuke no respondió al momento. Se mordió los labios y tras un largo suspiro consiguió responder.
—El ministerio tomó cartas en el asunto y ha pedido su renuncia como director. Le ofrecen un retiro digno con la excusa de que se dedicará a un postgrado en el extranjero. Temen que si lo dejan por más tiempo a cargo acabe por provocar algún escándalo.
—Como siempre esos peces gordos están preocupados más de su reputación y honor que de la seguridad de las alumnas. Si otro fuera el caso deberían hacerse parte de una denuncia oficial, pero como no quieren verse envueltos prefieren retirarlo silenciosamente.
—El padre del amo Kuno todavía tiene varios amigos en el ministerio.
—¿Y cómo está él?
Sasuke meneó la cabeza.
—A veces cree que está en Hawái, en otras que sigue siendo director y me persigue amenazando que va a cortarme el cabello. Durante las noches grita para que la señora Kodachi vaya a verlo.
Llegaron a la entrada.
—Inspectora Tendo —susurró Sasuke dando miradas hacia el interior—, ¿es verdad lo que dijo de la señora Kodachi? ¿Ella está en peligro?
La inspectora lo miró fijamente.
—Sí.
—Sé que no lo merece, que su crimen es vergonzoso y que no debería siquiera mencionarlo. Pero, si su sentido de justicia es tan grande, ¿podría entonces protegerla?
—Aunque no quiera hacerlo es mi trabajo.
—¿La… salvaría?
La mujer metió las manos a los bolsillos del impermeable y se encogió de hombros.
—No sé cómo podría hacerlo sin conocer el lugar dónde la ocultaron. Pero si llegara a saber dónde está, entonces es posible que consiga detener al asesino antes de que le haga daño.
—La… comprendo.
.
.
.
Kodachi sonreía. Cada noche se hacía planes en la cama, fantaseando con el día del reencuentro con su amado. Ahora que la insignificante plebeya no estaba en su camino, era cuestión de tiempo que su nocivo embrujo acabara desapareciendo y su amado abra los ojos, para darse cuenta que en realidad a la única que debía amar era a ella.
La habitación estaba hermosamente decorada, muy distinta a la de los otros internados. Porque ella no era como los otros, no estaba loca, tan solo fingía como parte de su plan para librarse de un vergonzoso juicio.
Día tras día se convencía de que quedaba menos para volver a casa, de que muy pronto sería absuelta de todos los cargos, porque ¿cómo podían acusarla de un crimen? Ella no era una criminal, tan solo se había deshecho de una plaga. Deberían haberla recompensado en cambio, ¡pero eran todos tan malagradecidos!
Siguió tarareando mientras se peinaba su hermosa cabellera, larga y oscura. Tenía un bonito tocador y las paredes cubiertas con fotografías de su amado, recortes que había obtenido de la prensa. Se veía la evolución que su amado había sufrido con el tiempo, desde que se convirtió en un joven campeón hasta cuando renunció al deporte, tras la muerte de esa mujer insignificante, dedicándose luego a su propia empresa de seguridad.
—¡Oh, amado mío, falta tan poco!
Kodachi se había puesto su camisón más revelador y su prenda íntima más hermosa. Esperaba así cada noche, desde que se había enterado de la buena noticia de la muerte de las otras dos molestias. Sabía que su amado iría también por ella, ¡lo anhelaba tanto! Cada noche se arreglaba únicamente para él. ¿Querría estrangularla antes de besarla? Se rió tímidamente de la expectación. Sí, seguramente él querría asesinarla con esa pasión que le provocaba un suave cosquilleo entre las piernas. Pero, sabía, al final cedería al impulso de abrazarla, besarla y amarla. ¡Porque su amado había madurado, era libre, libre para no contener más sus impulsos de amarla!
Porque su amado había cumplido con la otra parte del plan, de ese que se formó cuando entrelazaron sus manos bajo una perfecta luna llena, en que se acariciaron y amaron sin pudor. Uno en el que ambos asesinarían a todos los estorbos para finalmente estar juntos. Por supuesto que eso solo era producto de su imaginación y tal encuentro únicamente ocurrió en su cabeza. Pero se lo había repetido tantas veces que ya lo creía verídico.
¡No importaba nada ahora, porque su amado vendría a ella! Y ella lo recibiría con los brazos abiertos.
Rio, rio y rio largamente hasta escuchar el eco de su propia voz.
Un ruido se escuchó provenir desde su espalda. Kodachi dejó el cepillo sobre la mesita del tocador y miró hacia atrás. La puerta de su habitación, esa que siempre estaba cerrada, ahora se encontraba entreabierta. ¿Sería alguna de esas enfermeras molestas que no se cansaban de darle órdenes todo el día? ¿O quizás…?
Se relamió lentamente, para morderse el labio inferior. Nadie entró, pero la puerta seguía entreabierta. Eso no podía suceder, eran muy estrictos para vigilarla, lo que siempre lamentó profundamente en las noches en que aullaba para que la dejaran salir para ir a ver a su amado.
¿Y si era su amado?
Dejó la silla del tocador y se asomó al pasillo.
Estaba oscuro y silencioso.
¡Sí, debía ser su amado! ¡Cómo anhelaba ver otra vez sus ojos inyectados de sangre, rabia y pasión! Como los vio aquella noche en que él casi se abalanza sobre ella, con la camisa pintada de la sangre de esa poquita cosa que murió como la alimaña que era. Fue tan hermoso verla toser sangre hasta ahogarse con ella. Tan estremecedor y emocionante ver a su amado con deseos únicamente de retorcerla con sus manos tan fuertes.
—¿Amado mío?
Llamó tímidamente.
¿Se le aparecería de frente? ¿Trataría de sorprenderla por detrás? Jugó con los dedos enrollando un mechón de su cabello. Su vientre revoloteaba de ansiedad. La boca se le llenó de agua.
—¿Amado mío, eres tú?
Escuchó una risa que no la alegró. Era una risa suave, trina, como el de una muchachita. Kodachi deslizó el pie hacia atrás, aquello apagó todo su deseo y de pronto tuvo la necesidad de regresar a su habitación, donde había dejado un par de cosas que podía usar como armas. La puerta de su habitación se cerró y el cerrojo eléctrico funcionó sellándola del todo. Ella corrió y golpeó la puerta, pero esta no cedió. La suave risa volvió a hacer eco por todo el pasillo, no sabía si venía de un lado o del otro. Ese no era su amado, pues esa risa más le sonó a otra persona.
—Kodachi...
Su nombre fue seguido otra vez por la risa.
Entonces la descubrió al final del pasillo, apenas visible entre sombras. Y no, no era su amado.
Parecía ser una jovencita de la preparatoria Furinkan, con el viejo uniforme tan pasado de moda y horrible que se dejó de usar hacía pocos años atrás. Allí estaba ella, insolente, de pie con las manos cruzadas tras la espalda, balanceando el cuerpo, ¡haciéndose la mosquita muerta como acostumbraba!
—Tú… —El rostro de Kodachi se desfiguró de la sorpresa y la rabia—. ¡Tú…!
La muchachita tan solo se rio, cubriéndose recatadamente la boca con una mano. El cabello corto danzó sobre sus hombros. Sí, no lo tenía como cuando se había casado con su amado arrebatándole todo lo que a ella le pertenecía, sino que lo tenía más corto, como en la época en que tuvo la desdicha de conocerla. El cabello corto y oscuro ensombrecía el rostro, no podía verle los ojos. ¡Pero no importaba, porque de todas maneras se lo arrancaría!
Antes de que Kodachi pudiera reaccionar, la muchacha retrocedió desapareciendo en la oscuridad absoluta de un pasillo sin luces.
Kodachi la siguió hacia la oscuridad. El silencio era absoluto, no había señales de guardias o enfermeras, tan solo puertas oscuras, selladas, a cada lado del pasillo.
—¿Dónde te metiste? ¿Tienes miedo, pequeña cobarde?
La escuchó de nuevo, pero esta vez no fue una risa, sino una suave melodía. Un tarareo sencillo pero pegajoso, repetitivo, que inundaba todo el espacio a su derredor. Y la escuchó cantar muy suave, como si en realidad le estuviera susurrando a su oído.
¿Cuántas rosas conté?
Ninguna en mis manos.
¿Cuántos labios besé?
Jamás me ha tocado.
—Silencio, ¡silencio, eso no es verdad!
¿Cuántos dedos sentí?
Mi piel se ha opacado.
¿Cuántas rosas conté?
Las que ella ha cortado.
—Calla, silencio, ¡calla! Mi amado era mío, ¡mío!
¿Cuántos labios besé?
Encerrada me dejaron.
¿Cuántos dedos sentí?
De mí se olvidaron...
—¡Ya te vi, maldita!
Vio al final del pasillo el borde del vestido celeste asomando de entre las sombras. Y la siguió decidida.
—Te voy a atrapar y me encargaré esta vez de hacerte desaparecer con mis propias manos. ¿Pretendes asustarme, a mí, a Kodachi Kuno con tus juegos infantiles? Si fingiste morir, si mi veneno no sirvió la primera vez, no importa. ¡No importa!
¿Cuántas rosas conté?
Las que ella me ha quitado.
—¡Calla! ¡Mi amado únicamente me ama a mí!
¿Cuántos dedos sentí?
En vano he esperado.
—¡Silencio!
¿Cuántos labios besé?
Él nunca te ha amado.
Kodachi se detuvo en una bifurcación entre dos pasillos. Miró angustiada en las dos direcciones. Su imaginación comenzaba a confundirla, creía ver la espalda, el brazo, las piernas de esa muchachita insolente apareciendo y desapareciendo entre las sombras.
—¡Ven, enfréntame, sal de dónde quieras que te escondas! No eres una combatiente, no, ¡eres una cobarde! —gritó intentando provocarla. Eso nunca había fallado en el pasado.
¿Cuántas rosas conté?
Ninguna en mi prado.
¿Cuántos dedos sentí?
Solo los que he soñado.
—¡Ahhhhh! —gritó Kodachi escupiendo saliva.
Pero los ojos airados se tornaron alegres cuando la volvió a ver. Al final de uno de los pasillos, bajo el umbral de una puerta abierta, ahí estaba ella contorneando su cuerpo que balanceaba de lado a lado, como si siguiera el ritmo de la melodía que volvía a repetir desde el principio. Kodachi miró a un costado y descubrió una mesita con ruedas, sobre la que había un conveniente cuchillo. Lo tomó sonriente.
—Ahora vas a pagar.
¿Cuántas rosas conté?
Las que viste en mi boda...
Kodachi dejó que la ira se adueñara de su cuerpo. Corrió en contra de la fantasmal silueta. La muchachita sonrió y retrocedió hacia las sombras. Kodachi entró en la oscuridad de la nueva habitación. Entonces sintió que chocó contra algo tenso, como una cuerda tendida de lado a lado que era invisible en la oscuridad, apretándole con fuerza la garganta y ahogándola. Pero antes de que intentara retroceder, el suelo también desapareció bajo sus pies.
Cayó y la cuerda tiró cerrándose alrededor del cuello.
En la sorpresa dejó caer el cuchillo y con ambas manos trató de aferrarse de la cuerda que se había cerrado como una horca, rasgando con sus uñas su propia piel al tratar de meter los dedos. Escuchó el cuchillo rebotar a lo lejos, a muchos metros de distancia bajo sus pies. Se balanceaba, gemía enronquecida, lágrimas escapaban de sus ojos inyectados de sangre, que amenazaban con salirse de sus órbitas. Su rostro se hinchó por la presión. Intentaba con todas su fuerzas tirar con ambas manos de la cuerda que le comenzaba a cortar la piel del cuello.
—¿Cómo se siente la muerte, Kodachi?
Balanceándose en el aire le fue difícil distinguir del todo la figura. Pero ahí estaba ella, con las manos en la cintura y los brazos en jarra, de pie en el borde de lo que parecía ser una trampilla abierta en el piso. ¡Era esa maldita plebeya, tan joven y hermosa como en la preparatoria! Kodachi resopló, ronca, apenas aferrándose a la vida con ambas manos y el rostro amoratado. No podía hablar aunque hubiera querido maldecirla, pero de pronto otro sentimiento afloró en su interior: era miedo. El miedo a morir, el miedo al dolor, el miedo a no ver más a su amado. El miedo a ser derrotada por esa mujer. El miedo al saber que esa insignificante zorra estaba viva, que había fracasado y que pronto la que ocuparía un féretro sería ella. ¡Ella, Kodachi Kuno!
—¿Qué se siente saber que Ranma fue mío y solo mío? —preguntó la muchacha—. Él no vendrá a rescatarte como siempre hizo conmigo, tampoco vendrá porque te odie. Para él ni siquiera existes.
Kodachi la escuchó sonreír, en un tono meloso y suave, como si lo hiciera en su oído. Tan desagradablemente cursi como lo haría una chiquilla enamorada. La rabia se apoderó de ella y en un momento alzó el cuerpo, doblándolo por la cintura, y con las piernas en alto las estiró lanzando una agresiva patada. La alcanzó con ambos pies y la empujó violentamente hacia atrás. La escuchó quejarse. Eso la alegró, ¡la alegró de una manera inigualable! Ella no era un fantasma, era de carne y hueso, ¡y podría matarla otra vez!
Pero al caer sus piernas su cuerpo pareció de pronto pesar diez veces más que antes. Quiso gritar desesperada, pero perdió la batalla por sostenerse con las manos de la cuerda en su cuello. Su cuerpo terminó cediendo y cayó por su peso, sus manos soltaron la cuerda y finalmente sintió la fuerza de gravedad jalando su cuerpo hacia la oscuridad bajo sus pies. La cuerda se hundió con fuerza en la delicada piel bajo su mentón, tan fuerte como si quisiera desprenderle la cabeza.
Kodachi escuchó el estruendo de sus propias vértebras haciéndose añicos.
.
.
.
.
.
.
.
Nos conocimos leyéndonos mutuamente y después escribiéndonos mensajes privados de fanfiction. Eran extensas cartas, parrafadas como las llamábamos, que en su momento llegaron a sumar más de tres mil. Nuestro matrimonio fue una sorpresa para ambas familias. Podríamos decir que no tuvimos un noviazgo propiamente tal, o que fue un noviazgo a la antigua, por medio de cartas.
Un día cualquiera le anuncié a mi familia que iba a casarme y que viajaría a otro país a ver a mi futura esposa. No me creyeron, porque estábamos hablando de la encarnación misma del sedentario Bilbo Bolsón. Pero Bilbo Bolsón salió un día de la Comarca, ¿por qué yo, que toda mi vida ni siquiera era de quedarme en casa de un amigo, no podía de pronto tomar una maleta y hacer un sorprendente viaje a otro país?
Y fue una aventura alucinante.
Muchas gracias a todos por sus reviews y maravillosos saludos que nos han dejado en estos días. Randuril los agradece mucho y yo me ilusiono con ella. Queda muy poco para terminar esta historia y espero que se hayan divertido hasta ahora.
Nos vemos mañana.
.
Noham Theonaus
