Ranma ½ no me pertenece.
Randuril sí me pertenece y yo me pertenezco a ella.
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Fantasy Fiction Estudios
presenta:
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Un fic escrito especialmente para Randuril
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JUSTICIA CIEGA
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Ryoga Hibiki
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Lo vio ocupar la que era su silla, apoyar el codo en su mesa estilo occidental y dar órdenes dentro de su casa como si fuera el dueño. Otro motivo más para odiarlo. Le había quitado una vez un panecillo, después el título del más fuerte de la secundaria, le quitó sus sueños y anhelos, su lugar en el mundo. Él le quitó la mujer que amaba y ahora también le quitaba la autoridad dentro de su propio hogar.
Odio era un sentimiento muy pequeño para expresar lo que sentía en ese momento, más allá del dolor en todo su cuerpo y del mareo que tantos golpes en la cabeza le había provocado. Murmuró una maldición y cerró los ojos.
Al abrirlos lo vio recibir una toalla de uno de sus hombres que usó para limpiarse las manos y otro le trajo una copa de vino, como si fuera un rey. Entonces lo vio girar un poco el cuerpo sobre la silla, cruzar las piernas y descansar la cabeza en los dedos extendidos, del brazo que descansaba todavía con el codo sobre el borde de la mesa. Su mesa, su silla, su copa y su maldito vino. Sintió una tremenda sed y tragó con dificultad. Su propia saliva estaba impregnada de un sabor metálico y desagradable.
La mirada de ese malnacido le produjo náuseas. Era una mezcla de curiosidad e insatisfacción, como si estuviera examinando a alguna clase de insecto raro cuando lo miraba a él.
Y no había mucho más que mirar.
Ryoga Hibiki estaba tendido en el piso de la pequeña sala, con la espalda descansando contra la pared, los brazos caídos a los lados y las piernas extendidas. El rostro lo tenía hinchado, apenas se le podía reconocer. Los labios rotos y empapados de sangre, y un ojo lo abría a medias bajo la ceja inflamada. La sangre salpicaba toda su ropa y formaba canales en su frente y rostro, cayendo de sus labios por el mentón y el cuello. También formaba líneas carmesí que corrían desde el interior de las mangas y dibujaba raíces en sus manos, formando un pequeño charco en el tatami. La boca entreabierta, con apenas fuerzas para susurrar, mostraba la carencia de alguno de sus dientes.
El hombre que lo observaba bebió un poco más de la copa. La devolvió a uno de sus hombres, del grupo que lo escoltaba y parecía atender a sus más mínimos deseos, y volvió a descansar la cabeza en los dedos.
—Así que este es el resultado de tu gran entrenamiento —dijo con burlesca ironía.
Una sonrisa apareció en la boca de ese hombre, una que a Ryoga lo hizo deslizar la punta de los dedos por la sangre y empuñar las manos con rabia.
—Me las… pagarás…
—¿Sabes decir otra cosa además de amenazarme?... Ryoga, esperaba mucho más de ti. Te di ventaja, tiempo para esconderte como el cerdo que eres, para entrenar y hacerte más fuerte. ¡Tu maldita vida dependía de ello! ¿Y qué me encuentro? ¿A un alcohólico que para lo único que usa los puños es para desahogar su patética excusa de persona con su esposa?
El hombre dio una mirada alrededor de la pequeña sala. Faltaban muebles, pero abundaban las botellas vacías de alcohol. Había un poco de orden, que se notaba era debido al trabajo constante de una persona que se esmeraba por ocultar los defectos de un esposo alcohólico y violento. Una fotografía colgaba de la pared, donde se veía a Ryoga junto a su emocionada esposa en el día de su matrimonio, acompañados por sus mejores amigos. El hombre la señaló y uno de sus escoltas tomó la fotografía y se la alcanzó.
—Parecíamos tan felices todos aquí —dijo al examinar la imagen. Suspiró profundamente—. Ryoga, ¿por qué lo hiciste?
Ryoga tan solo murmuró.
—Puedo entender que solo te casaras con Akari para reemplazar a Akane, ¿pero merecía ella que la trataras así? Las cosas que he escuchado, los informes que tengo sobre la vida que llevas con ella, si tan solo la mitad es cierto… ¡Ryoga, por Kami, me das asco!
—Fue tu culpa…
—¿Cómo? ¿También eso fue mi culpa?... Bien, sí, lo fue, maldición —reconoció el hombre—. Esperaba que si conseguías una novia dejarías en paz a Akane. Éramos jóvenes y nunca creí que haría daño. Además, ella te amaba con locura y tú tenías la manía de enamorarte de cualquier mujer que te tratara bien. ¿Fue tan malo acaso? De hecho, creo que sí la querías.
—Akari…
—Pero nunca dejaste de amar a Akane.
—A… Akane…
—Eres un maldito incorregible, Ryoga. Bien, como ves no estoy tan molesto como debería —dio una mirada rápida al destruido hombre en el piso y tosió para corregirse—, quizás un poco. Pero me sorprende que mis propios deseos de hacerte sufrir no sean mayores que mi curiosidad. Entiendo a las otras, pero tú... Ryoga, necesito saberlo, ¿por qué lo hiciste?
Ryoga inclinó la cabeza y cerró los ojos. El rostro del hombre que lo interrogaba ensombreció. Se levantó de un enérgico movimiento de la silla y dando dos pasos se paró ante Ryoga. Levantó el pie y le clavó el taco del elegante zapato en el costado del pecho. Ryoga abrió los ojos al instante y gritó de dolor escupiendo sangre.
—¡No te atrevas a desmayarte delante de mí, cerdo! —Guardó las manos en los bolsillos del pantalón, levantando los bordes de la chaqueta que usaba desabotonada y le dedicó una mirada llena de rencor—. Habla, confiésate, te doy la maldita oportunidad, ¡explícame cómo pudiste hacerle daño a Akane!
—Ella… Ella… ¡Ella se lo merecía!
—¡¿Qué?!
El hombre cayó con una rodilla en el piso ante Ryoga y lo asió por la camisa. Lo remeció con violencia.
—¿Insinúas que Akane merecía morir? ¿Acaso te sentiste traicionado por ella? ¿Por qué?... ¿Tan imbécil eres, tan retorcida está tu cabeza? —le gritó en su cara—. Todo lo que Akane hizo fue negarse a aceptar tus enfermos sentimientos.
Ryoga abrió los ojos muy grandes, todo lo que pudo a pesar del dolor.
—Sí, lo sé todo, ella me lo dijo —continuó enfurecido—. Akane estaba muy conmocionada, no podía creer que tú, tras dos años de estar casado con una chica tan dulce y bondadosa, una a la que ella llegó a querer casi como una más de sus hermanas, tuvieras el descaro de intentar declararte. Por kami, hasta yo creía que después de todo este tiempo se te había pasado semejante estupidez, ¡te creía feliz con tu nueva vida! ¿Pero intentar cortejar a la esposa de otro en la misma fiesta en que te esperaba Akari en el salón?... ¡¿Y a mí esposa?!... Eres peor de lo que puedo imaginar, peor que cualquier cosa en este mundo que no merece ser comparada contigo.
—Yo la amaba —lágrimas cayeron de los ojos de Ryoga, mezclándose con la sangre de sus mejillas.
—¿Amabas dices?... Te puedo asegurar que no es amor si estás dispuesto a destruir tantas vidas por tu egoísmo. Además, sabías que Akane ni siquiera te veía de esa manera, ¡ella únicamente me amaba a mí!
—Ella fue… amable.
El hombre lo azotó con fuerza contra la pared y lo soltó.
—Así que todas las mujeres que son amables contigo es porque se enamoraron de ti, ¿es así? ¿Y eso te da derecho a serle infiel a Akari y acosar a mi esposa?
Ryoga recordaba todo perfectamente bien, tan claro como si hubiera sucedido esa mañana, porque nunca dejó de pensar en… Akane. Sus sentimientos por Akane nunca desaparecieron, por el contrario, se hicieron más fuertes a medida que la veía con Ranma. Era como si al verlos juntos, llevando un matrimonio feliz, fuera algo que avivara su enojo y también su pasión. Él quería esa felicidad, deseaba que Akane lo mirara y tratara con la misma dulzura que ella tenía para Ranma. Sí, se había dado cuenta de que la amabilidad que Akane tenía con él era la misma que tendría con todos. No así con Ranma, él era especial para ella.
Había deseado tanto que una vez casados Akane y Ranma comenzaran a tener problemas. Se había hecho un plan maravilloso, perfecto, en el que podría acercarse a Akane como su amigo, escuchar sus problemas y después… Incluso acalló sus dudas de casarse con Akari y aceptó seguir adelante con su noviazgo, porque ella se había hecho cercana a Akane y así tendría una excusa más para frecuentarla. Día tras día su obsesión fue en aumento, en las noches imaginaba que Akari era en realidad Akane…
Pero nada salió como lo esperaba, el matrimonio de esos dos nunca fue en declive, sino lo opuesto. Ranma y Akane se amaban, lo hacían tanto que parecían ser una eterna pareja de adolescentes traviesos y algo tontos. ¡Insoportablemente inquietos!
Los días comenzaron a tornarse oscuros para Ryoga, su vida se convirtió en una prisión asfixiante y comenzó a culpar a Akari de su malestar. Si ella no se hubiera enamorado de él, hubiese sido libre para que Akane lo amara. Comenzó a beber y perdió el control, una vez, dos veces, más veces de lo que recordaba pero no fue su culpa, fue el alcohol el que lo hizo, él no quería ser violento con Akari. Pero la buena de su esposa jamás lo expuso, lo protegió y trató de que él buscara ayuda. Tanta estúpida bondad lo hizo sentirse enfermo, ¿cómo se atrevía Akari a intentar imitar a Akane? Ella era tan solo un reemplazo, ¡nada más!
Fue en días previos a la fiesta en que finalmente un rayo de luz llegó a su vida. Akane se había mostrado extraña, había descubierto sus miradas hacia él. ¡Ella lo miraba! ¿Sería que finalmente se dio cuenta de que él era mucho mejor hombre que Ranma? Un día ella quiso hablar a solas con él y le pidió que se reunieran en un café cercano. La dicha inundaba su corazón, hasta bebió un poco menos de la cuenta esa tarde porque no quería que ella lo notara pasado a copas. Sin embargo, el destino fue cruel con él una vez más. Akane en realidad quería hablar de su problema. La estúpida Akari se había ido de lenguas con Akane solicitando su ayuda. ¿Ayuda? Ahora él estaba expuesto ante Akane como una especie de monstruo, que bebía y golpeaba a su mujer. ¡Un monstruo ante la perfecta Akane!
No escuchó mucho de lo que ella intentaba decirle, todo su mundo se desplomaba en un instante, pues jamás tendría otra oportunidad de ganar el corazón de Akane. Finalmente había perdido ante Ranma y sin derecho a una revancha. Pero la insistencia de Akane para que la escuchara avivó de nuevo su imaginación. Ella no lo odiaba, en realidad estaba preocupada. ¡Ella estaba preocupada por él! ¿Podría ser que en la piedad de Akane encontrara consuelo y otro camino para el amor? Ella lo entendería, sanaría su adicción, lo amaría como una enfermera podía enamorarse de su paciente, y se olvidaría de Ranma.
Se olvidaría de Ranma.
Esa tarde se liberó. Finalmente confesó a Akane todo lo que había guardado en su corazón, un amor más grande que el que Ranma pudiera llegar a tener por ella. Un amor incondicional desde el día en que la conoció, un amor sincero que lo obligó a aceptar en silencio que ella se casara con otro. Un amor leal, en que incluso aceptó casarse con Akari solo para estar más cerca de ella. Un amor que sufría, porque fue por ella, por culpa de ella, que se entregó a la bebida.
Lo que no notó era la cara que iba poniendo Akane a medida que él se confesaba, hasta que fue demasiado tarde. Ella lo miraba con… horror. Entonces un frío se apoderó de su corazón al comprender la realidad, que ella nunca lo amaría. Lo veía como a un amigo, o peor, como a un enfermo. Se excusó rápidamente culpando al alcohol, a la estúpida de Akari por haberle hablado a ella de sus asuntos… Culpó a Ranma, al único y verdadero responsable de todas sus desdichas.
Algo cambió en Akane. Esperaba que ella lo entendiera y lo defendiera, como antes hacía de los abusos de Ranma. No fue así. La mujer que conoció esa tarde era una a la que temió de verdad, una que protegía al hombre que amaba y su honor por encima de cualquier cosa. Una que no dudó en tratarlo de lo que era en verdad: un hombre enfermo, alcohólico, al que iba a separar de Akari para protegerla de él.
—¿Fue ese mismo día o después? —preguntó el hombre que lo miraba con desprecio—, cuando te pusiste en contacto con Shampoo y te volviste parte de su maldito plan.
—Ella… me buscó —habló Ryoga muy lentamente, como si le doliera articular las palabras—. Estaba… y ella.. me escuchó.
Ryoga recordó que no solo habló con Shampoo esa noche. Ella estaba más hermosa y dulce que nunca, invitándolo a beber, hablándole como había deseado que Akane lo hiciera, entendiendo todos sus problemas. Shampoo sabía lo injusta que había sido la vida con él. Ella… lo ayudó a consolarse esa noche, porque pudo gritar el nombre de Akane mientras se desahogaba en el cuerpo de Shampoo, y ella no le hizo ninguna escena como sucedía a veces con su esposa Akari. Por el contrario, le sonreía con un encanto mágico y lo invitó a seguir, a gritar el nombre que quisiera, mientras se enredaban entre sábanas y botellas de licor.
Esa noche dejó que Shampoo envenenara su oído. La miel de sus labios ahogó su corazón de una dicha temporal que convirtió su amor por Akane en resentimiento. ¿Por qué Akane no lo amaba? ¿Por qué ella no lo comprendía?... Porque ella era igual que Ranma, una mujer que se había burlado de él durante años, que sabía lo que sentía y aún así jugó con sus sentimientos. Akane era la culpable de que se hubiera casado con Akari y de sus problemas con el alcohol. Ella era la que intencionalmente se mostraba afectuosa con su esposo delante de sus ojos, únicamente para torturarlo.
Akane debía pagar al igual que Ranma, ambos estaban confabulados para reírse de él. ¡Debían pagar!
El grito de dolor de Ryoga estremeció las paredes de la pequeña casa. El hombre había vuelto a clavar el taco de su zapato dónde sabía tenía un par de costillas rotas.
—Estás enfermo, ¡realmente enfermo! —lo acusó y volvió a torturar—. ¿Y por eso mataste a Akane?... ¡Eres un maldito desquiciado!
—!Ella…! —Ryoga se interrumpió al lanzar otro feroz grito de dolor.
—A pesar de todo lo que hiciste, Akane todavía creía que podías redimirte —continuó el hombre en un tono frío y cruel—. Que todas esas sandeces que le dijiste, incluso el que estabas enamorado de ella y que despreciabas a una mujer tan buena como Akari, se debía a tu enferma adicción. ¡Ella quería darte una oportunidad!... Solo por ella me contuve de no ir a darte tu merecido ese mismo día y de entregarte a la policía.
—Akane… quería seguir burlándose de mí. —Respiró con dificultad—. En la fiesta me pidió… un momento a solas...
—Ella quería que habláramos contigo, juntos. Sería la última oportunidad que ella rogó que merecías, por ser nuestro amigo, la última que yo iba a darte antes de que me hiciera cargo de ti. Por eso ella se acercó a ti en la fiesta, por eso ella te habló de nuevo aunque no lo merecías, ¡por eso aceptó esa maldita copa que le ofreciste, creyendo que seguías confiando en ella como una amiga!
—Yo…
El sonido del golpe provocó escalofríos incluso a los entrenados guardaespaldas. El hombre se puso en pie. Su mano estaba ensangrentada, pero la otra seguía sosteniendo por la camisa a la pobre figura de ser humano. Lo dejó caer otra vez al piso, con la nariz rota, la mejilla desfigurada y los ojos entreabiertos.
—Akane jamás hubiera aceptado una copa de Shampoo, mucho menos de Kodachi, las conocía demasiado bien. Pero de ti… Fuiste su estúpida herramienta junto con Uchan que me alejó de ella cuando más me necesitaba. Todos ustedes confabularon para asesinar a Akane. Todos ustedes no se merecen más mi paciencia.
Ryoga trató de abrir los ojos, pero el dolor le impedía ver con claridad.
—Ranma…, perdóname.
El hombre alzó una ceja.
—¿Estás arrepentido de verdad o solo quieres salvar tu vida?... No, Ryoga, ya no soy ese Ranma. Ese niño idiota al que lo convencían con unas pocas lágrimas o que creía en la palabra de las personas, el estúpido niño que permitió que la lastimaran. Ese Ranma murió junto a Akane aquel día.
—Ranma…
—No sirve de nada que le supliques a los muertos, ellos no escuchan... Pero te daré una última oportunidad. Y no, no lo estoy haciendo por ti, sino por Akane, que murió creyendo que podías redimirte. —El hombre se llevó una mano detrás de la cintura y la sacó revelando una pistola—. No es una katana pero servirá. —Sonrió con la misma inocencia y ligera alegría de cierto muchacho años atrás, pero que en su nuevo rostro endurecido por la pérdida se tornó en un gesto todavía más atemorizante—. Si todavía te queda un poco de honor sabes lo que tienes que hacer.
Giró el arma en su mano tomándola por el cañón. La colocó en la mano de Ryoga y lo ayudó a cerrar los dedos alrededor de la empuñadura. Se detuvo un momento con ambas manos envolviendo la temblorosa mano de Ryoga, con el cañón de la pistola entre sus rostros. Le guiñó un ojo y lo soltó, poniéndose de pie y retrocediendo un par de pasos. Esperó con las manos en los bolsillos.
—Hazlo —ordenó.
Ryoga titubeó. Levantó la pistola en el aire, delante de sus ojos, temblando violentamente. Apenas tenía fuerzas para sostenerla. Miró a Ranma y, más allá de él, pudo descubrir a Akane. Lo imaginara o no, la esposa de Ranma lo observaba desde detrás de la mesa con una mirada de reprobación.
—¡Hazlo!
Los ojos de Ryoga se llenaron de lágrimas. Dirigió la punta del cañón hacia su sien.
—Todo… es… ¡tu maldita culpa!
Bajó el arma, apuntó al hombre y jaló el gatillo.
Tras un chasquido metálico nada sucedió.
—No… —murmuró Ryoga en un agónico y desesperado lamento.
Presionó el gatillo dos veces más.
—No, no, no… no —musitó como un roedor arrinconado por un depredador.
Siguió jalando el gatillo hasta que su mano fue incapaz de sostener el peso del arma y cayó rendida sobre su pierna.
—No… —gimió con las lágrimas brotando copiosamente de sus ojos.
El hombre se mantuvo incólume.
—¿Sabes qué es lo más triste de todo esto, Ryoga? —Sacó una mano del bolsillo y se apuntó con los dedos en la sien, como si fuera un arma imaginaria—. Que de haberte intentado volar los sesos, te habría perdonado la vida.
Uno de los guardaespaldas le ofreció a su jefe una nueva pistola equipada con un silenciador. La asió con firmeza y apuntó al moribundo Ryoga. Este murmuraba incoherencias, mezcla de palabras de odio y súplicas.
El hombre torció los labios y jaló el gatillo.
Lo hizo más de una vez hasta vaciar todas las balas del cargador.
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Akari Hibiki estaba angustiada. Por alguna razón la tarjeta de regalo pre-cargada, que le había llegado a casa por una inesperada promoción de una tienda, fue rechazada cuando quiso pagar. Se había hecho tanta ilusión porque el dinero escaseaba y necesitaba un poco de ropa para su esposo y ella. También creyó que sería una buena oportunidad para relajarse un poco lejos de los problemas que tenía en casa, comprarse alguna prenda nueva y bonita, como no lo había podido hacer desde que se casaron. Quizás así él estaría un poco más feliz con ella.
Pero tras ser rechazada la tarjeta por tercera vez en la caja, dos hombres la detuvieron y la llevaron a una oficina sin darle oportunidad para explicarse. Estuvo en ese lugar un buen rato a solas, arrepintiéndose de tan solo haber salido ese día de casa. La puerta estaba cerrada y no había ningún teléfono a mano. El miedo la comenzó a invadir hasta que la puerta se abrió y un hombre joven de aspecto elegante y trato delicado la saludó con extrema cordialidad. De pronto sus miedos infundados desaparecieron y se sintió a gusto con esa persona. Se limpió disimuladamente los ojos.
El encargado la hizo sentarse para atender su caso e hizo tantas reverencias que terminó por arrancarle una nerviosa sonrisa a Akari, que se veía interrumpida cada vez que quería decir que no eran necesarias las disculpas. Mientras le explicaba que todo se debió a un error de parte de ellos, una secretaria entró para ofrecerle a Akari una taza de aromático café. Aquel hombre se presentó como encargado de los guardias contratados por la tienda, miembro de una importante empresa de seguridad externa. Insistió una vez más en disculparse, pues para ellos era un asunto en extremo importante el haber maltratado a una clienta.
Tras acabar de hablar con el agradable encargado, por alguna razón acabó diciendo más de lo que debía. Confesó accidentalmente que esa tarjeta había sido un regalo del cielo, por sus problemas económicos, porque ella no contaba con un trabajo estable y su esposo estaba cesante. No dijo nada de los problemas que Ryoga tenía con el alcohol, o los malos momentos que ella intentaba ocultar bajo las mangas largas de su blusa o con la falda hasta los tobillos. Entonces todo se tornó un poco confuso, la labia de ese hombre la envolvió de tal manera que no sabía cómo acabó aceptando una jugosa indemnización por las molestias y, además, un puesto muy bien remunerado como secretaria dentro de esa cadena de tiendas.
—¿Qué voy a hacer? ¿Cómo se lo diré a Ryoga?
Akari caminaba por la callejuela abrazando el bulto con el bonito vestido que no se había resistido a comprar. Pero aquello no la alegraba lo suficiente como para olvidar su otro problema. ¿Cómo le diría a Ryoga que había conseguido un trabajo? Ella debería estar feliz, agradeciendo a todos los dioses, pero ¿y si Ryoga se molestaba? ¿Y si…?
Tembló como una avecilla empapada. Lo amaba todavía, o eso creía, pero más le temía. ¿Qué sucedería si Ryoga le negaba poder trabajar? Necesitaban el dinero, los trabajos esporádicos de su esposo apenas les daban lo suficiente, las deudas se acumulaban y lo poco que quedaba en casa él se lo gastaba en sake. Y si conseguía esconder algo, se arriesgaba a que él se enojara y acabara golpeándola. Ryoga no era malo, se dijo una vez más, él la amaba, solo estaba enfermo.
¿Y si debía renunciar a su nuevo trabajo sin haber siquiera empezado? Ya podía sentir la tristeza y la vergüenza de tener que devolver tan mal la oportunidad que le habían brindado esas buenas personas.
—Ryoga va a entender —se dijo intentando darse ánimos.
Pero un doloroso frío se apoderó de su corazón y sintió que sus pies pesaban como si tratara de correr dentro del agua. Abrazó con más fuerza su bolsa. ¿Y si se enojaba otra vez por haber comprado una cosa innecesaria?
Los pasos de Akari se volvieron cada vez más lentos. Sus ojos humedecidos por la preocupación y el miedo, vibraron al descubrir al hombre que caminaba en sentido opuesto. Lo creyó reconocer al principio y sus pequeños labios temblaron. Dio dos pasos más y se detuvo abrazando con celo la bolsa de compras.
El hombre seguía caminando con pasos regulares, seguros, llenos de vitalidad. Las manos las llevaba en los bolsillos del largo abrigo desabotonado sobre un traje de confección elegante. El cabello oscuro, atado con una trenza, le recordaba tanto a la última vez que lo vio en los funerales de su querida amiga Akane. Los ojos parecían negros como dos perlas y con una expresión vacía, o eso imaginó, porque cuando se movieron hacia ella los descubrió de nuevo azules. Incluso una media sonrisa asomó en sus labios.
No se sintió tranquila y el aire se tornó más frío a su derredor.
Entonces una extraña idea cruzó la mente de Akari, algo inconfesable pero que la perturbó al punto de sentir más miedo que a los golpes de Ryoga.
Ranma Saotome caminó a su encuentro.
Se detuvo junto a ella y se inclinó un poco. Akari no reaccionó, evitó sus ojos con temor, contuvo la respiración.
—Eres libre —susurró Ranma.
Ella no se atrevió a girar la cabeza y escuchó los zapatos de Ranma marcando el paso a medida que se alejaba. Cayó sobre sus piernas como si el hechizo se hubiera roto y otra vez fuera libre para respirar.
Lo entendió. Ella lo entendió todo y su corazón se hizo trizas.
—Ryoga… Oh, Ryoga.
Rompió en un tormentoso llanto.
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Todavía recuerdo cuando le decía que no era necesario que me acompañara todos los días a nuestro negocio. Es agotador atender público y tratar de escribir a la vez, estresante y frustrante como no imaginan (la parte no bonita del trabajo secreto detrás de las historias), y si me casé con ella fue para hacerla feliz. Pero desde el primer día ella me dejó en claro que si se casó conmigo era para que estuviéramos juntos, siempre. Y así ha sido, en las buenas, en las malas, en las cansadas y en las estresadas.
La pandemia fue lo que nos obligó a romper nuestra manera de vida. Ella se tuvo que quedar en casa mientras que yo iba solo a abrir el local con un permiso especial de trabajo. Fue una situación extraña, como de guerra, con las calles vacías y controles policiales. Más extraña porque estábamos separados, aunque nuestros mensajes rápidos, a cada momento, nos siguen haciendo sentir como si estuviéramos uno al lado del otro.
Una de las cosas divertidas que hicimos durante este tiempo fue comenzar a jugar en línea. Ella tuvo que aprender desde lo básico, como controlar la cámara y el personaje a la vez con los dos sticks (las palanquitas del mando de la PS4). A veces creemos que algo es fácil porque lo practicamos durante años, casi instintivamente, pero si uno se enfrenta de pronto a una mecánica nueva sí que cuesta. Pero ella aprendió, lo dominó y ahora juega mejor que yo. Se hizo un personaje en Final Fantasy XIV para acompañarme y, en un abrir y cerrar de ojos, nuestras tardes de descanso se convirtieron en una épica aventura juntos. Una cita romántica en otro mundo donde nos la pasamos subiendo de nivel, descubriendo nuevos dungeons, buscando mapas de tesoros y creando objetos bonitos con nuestros jobs de artesanos. Pero lo más importante, descuartizando a nuestros enemigos, haciendo estallar con magia sus cuerpos miserables, ¡pavimentando con su sangre nuestro camino, adornado con sus vísceras y teniendo de fondo la dulce música de sus agónicos gritos de dolor!
Sí, matar juntos es divertido... muy divertido.
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Noham Theonaus
