Ranma ½ no me pertenece.
Randuril sí me pertenece y yo me pertenezco a ella.
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Fantasy Fiction Estudios
presenta:
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Un fic escrito especialmente para Randuril
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JUSTICIA CIEGA
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Akane Tendo
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Le gustaba la lluvia.
Se quedaba embelesada mirando las gotas dibujando canales por toda la ventana principal, hasta que estas se perdían bajo el abundante horizonte de pétalos del escaparate. Más allá, afuera, la avenida se convertía en un cuadro borroso de tonos grises, repleto de transeúntes con paraguas. El sonido llegaba opacado al interior, del agua copiosa que caía sobre los toldos y el de las ruedas de los automóviles al pasar salpicando sobre la acera. Sería un día lento, lo sabía, porque comprar flores no era popular cuando estaba tan oscuro y frío.
Pero a ella le gustaba la lluvia, le provocaba una inexplicable sensación de nostalgia.
—Buenos días, ¿hay alguien que pueda atenderme? —preguntó el anciano.
Ella agitó suavemente la cabeza. El anciano se sonreía porque la había atrapado soñando despierta. Por supuesto, se dijo ella, las únicas personas que necesitaban flores ese día serían las que tuvieran una necesidad de vida o muerte.
—¿Otra vez, señor Noda?
Preguntó al notar que el anciano estaba afeitado pulcramente, pasado a un agradable perfume que le recordó a la madera ahumada y vestido con su mejor traje y sombrero. Llevaba el paraguas bajo el brazo.
—No te preocupes, niña, no fue más que una pequeña rencilla insignificante, se le pasará rápido. Pero no hay nada mejor que una bella combinación de flores para acelerar el proceso.
—Le recuerdo que todavía no me quedan muy bien los ramos —advirtió ella con un poco de pesar.
—Mi querida niña, las cosas hechas con dedicación, aunque sean con torpeza, son más bellas que aquellas perfectas que no tienen amor. Por eso a mi esposa le encantan los ramos que tú haces.
Con torpeza dijo él, pensó ella apesadumbrada. Intentó sonreír, pero no estaba muy segura de cómo reaccionar. Resignada dejó el mostrador y guió al anciano al lugar donde tenía las flores. Era una docena de tarros de metal pintados de color verde, distribuidos en una base escalonada de madera contra la pared. Estaban tan atiborrados de flores que éstas parecían ser parte de una enredadera que alcanzaba el techo.
—Tienen que ser las rosas más grandes y rojas de todas —pidió el anciano.
Ella se detuvo antes de tomar una rosa blanca.
—¿No que fue una discusión insignificante, señor Noda?
—Ah, bien, supongamos que olvidé hacer la reservación para nuestra cena de aniversario —confesó—. Pero lo arreglé, conseguí esa mesa finalmente.
—Entonces no es tan grave.
—Aunque antes discutimos por culpa de ese tonto orgullo masculino que nos impide a los hombres reconocer cuando hicimos mal, y hasta hoy ella no me habla. —Acabó con un gesto de dolor, arrugando más la frente y mostrando los dientes apretados.
—Me retracto, creo que está en un grave aprieto. —Ella torció los labios y se mostró dubitativa—. Orgullo… —repitió en un susurro, como si esa palabra significara algo más para ella.
Una palabra que la hizo sentir una oleada de nostalgia y también un poco de enojo, pero no con el anciano. ¿Con quién sería? Suspiró lentamente al darse cuenta del gesto de desamparo que puso su cliente.
—¿Tan mal se ve? —preguntó el señor Noda.
—Sí, no, bien… Veremos lo que puedo hacer, pero no prometo nada —dijo finalmente, frotándose con un dedo entre los ojos, tratando de sacarse ese extraño sentimiento que la había distraído—. Comenzaremos con unas rosas blancas, amor puro, y unas flores azules que simbolizan la sinceridad.
—¿Y rosas rojas?
—Señor Noda, tenga calma —lo regañó—, no puede ir tan deprisa. Sería como una provocación. Como si le estuviera diciendo a la señora Noda que la discusión que tuvieron no le importó nada y quisiera de inmediato saltar al romance. Antes debe reconciliarse con ella.
—Si tú lo dices, niña.
—Agreguemos entonces unas pocas flores rosadas, el amor tierno, y también unas cuantas ilusiones. Las ilusiones recuerdan los momentos sagrados, como una boda, hará que la señora Noda sienta nostalgia y piense en la razón por la que se casaron.
—O por la que todavía me soporta. —El anciano lanzó una carcajada.
—¡Señor Noda, compórtese!, no parece estar muy arrepentido.
—Lo estoy, absolutamente, lo juro.
Ella meneó la cabeza no muy segura. Estiró la mano para tomar un ramillete de ilusiones, cuando sus dedos se detuvieron antes de tocarlas.
—Niña, ¿estás bien?
Ella parpadeó y retrocedió la mano, con un notorio gesto de confusión.
—Sí… Sí, lo estoy. No se preocupe, tan solo me siento un poco cansada.
Tomó las flores que necesitaba y de inmediato regresó al mesón. Ajustó la cinta del delantal y se arremangó la blusa hasta los codos.
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El asistente Hikaru Gosunkugi caminó alrededor de la habitación. Ya habían removido el cuerpo, pero la cuerda con la que se había ahorcado seguía balanceándose sobre la trampilla del piso. Estaba enrojecida.
—Mmm…
Caminaba entre los peritos que examinaban la escena, pero no lo hacían con gran detenimiento pues ya se había declarado aquella muerte como resultado de un terrible suicidio.
—Mmm… Mmm…
Con las manos juntas en la espalda repasaba mentalmente cada detalle de ese lúgubre suceso. Se había encontrado una nota en la habitación de la paciente, en la que declaraba que le era imposible seguir viviendo con la culpa después del crimen que había cometido. Lo que a él, que llegó a conocer muy bien a la señorita Kuno, no lo acababa de convencer del todo.
—Mmm…
—Muévete, Gosunkugi —dijo el perito forense que necesitaba sacar fotografías de la trampilla.
—Lo siento.
Dio un paso al lado y sus ojos se quedaron prendados de unas extrañas marcas en el piso junto a la trampilla. Era como si algo se hubiera arrastrado repentinamente sobre la superficie. Miró la entrada y las marcas estaban del lado opuesto a la puerta. Quizás las hizo la víctima, pensó. Miró otra vez las marcas y después bajó sus ojos a sus zapatos. Hizo un ligero movimiento con el pie, como si resbalara el taco por el piso y lo elevara rápidamente. Tuvo de pronto una idea, miró la cuerda balanceándose, las marcas en el suelo y con los ojos siguió un bulto imaginario que voló cruzando la habitación, justo por donde él estaba, hasta terminar en un montón de cajas de cartón aplastadas.
Ese lugar se había usado como una bodega durante mucho tiempo, por lo que estaba lleno de muebles, cajas y viejos utensilios cubiertos de polvo.
—Mmm… —susurró con una mano en el mentón.
Caminó hasta las cajas y se agachó. Las movió con las manos, entonces descubrió un objeto inusual. Era una sortija que brillaba demasiado como para ser parte de los objetos viejos y olvidados de ese cuarto. Con la punta de un bolígrafo la levantó por el centro y la miró muy cerca de los ojos. Había una inscripción en el interior. De pronto su curiosidad se transformó en sorpresa, luego en incredulidad.
—¿Encontraste algo? —le preguntó otro de los forenses.
Hikaru tragó con dificultad y una terrible duda se apoderó de sus pensamientos. Luego, decidiéndose, tomó la sortija con los dedos y se la guardó en el bolsillo de la camisa.
—No, no es nada —contestó con lentitud.
—Nunca encuentras nada, ¿dónde está la inspectora cuando la necesitamos?
Hikaru se encogió de hombros.
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La inspectora entró en el edificio sin mirar a los lados, dando pasos cortos pero firmes, constantes, directo hacia su objetivo. En el mesón la recepcionista ya la esperaba desde que la vio cruzar el umbral.
—¿Señora Tendo?
—Es señorita —dijo—, e inspectora.
—Disculpe, inspectora Tendo, el jefe la ha estado esperando desde esta mañana.
—¿Me está esperando? —En lugar de sorprenderse alzó una ceja y acabó por encogerse de hombros—. Oh, bien, ¿por dónde es?
—Uno de nuestros hombres la escoltará a su oficina.
—Así que no puedo curiosear por mi cuenta, qué mal —se quejó.
El edificio era un poco crudo por dentro, frío y carente de comodidades, pero funcional. De igual manera era la oficina, amplia con el fondo cubierto por la ventana que daba a la ciudad. A un costado había una colección de aparatos para ejercicios y del otro un escritorio amplio, pero carente de adornos. Dos tazas de café eran lo único que ocupaba su superficie.
El dueño de esa compañía, al que todos los empleados apodaban simplemente como el jefe, la esperaba mirando por la ventana.
—Ya estarás satisfecho, Ranma —dijo la inspectora.
Ranma Saotome se encogió de hombros.
—Venderé la compañía —habló como si no la hubiera escuchado en primer lugar.
La inspectora Tendo guardó silencio. Esperó unos minutos con las manos en los bolsillos del impermeable, en los que observó la espalda y la silueta de ese hombre cortado contra la tenue luz del exterior. La lluvia escurría por la ventana y las nubes grises se arremolinaban en el cielo por sobre los edificios. Finalmente preguntó, porque parecía que él estaba esperando a que lo hiciera.
—¿De verdad? Me parece una pena, creía que gozabas de cierto éxito. Para ser tú, eso es más que elogiable, jamás hubiera imaginado que tenías cabeza para los negocios.
—Si el giro comercial trata de golpear gente y proteger gente, es sencillo. Me pagan por huesos rotos, soy el mejor en ello —Giró para encararla y sonrió con arrogancia—. Pero ya no tiene sentido continuar, además, no podré seguir dirigiendo esta compañía aunque quisiera hacerlo. Porque tú no viniste a hacerme una visita familiar, ¿verdad?
A la inspectora aquella sonrisa le supo amarga, fingida, sin ninguna muestra de auténticos sentimientos, como si no hubiera un alma dentro de ese cuerpo.
—¿Me esperabas entonces?
—Todos los días desde la muerte de Shampoo. ¿Ves esa taza de ahí?, es para ti. La he hecho servir siempre a la misma hora —indicó dos tazas de café servidas sobre la mesa—, con un poco de leche y azúcar.
La inspectora frunció el ceño.
—No me gusta el café con nada más que café, detesto que le echen ese aguado chorro de leche y aborrezco también el azúcar.
—Lo sé muy bien —respondió con una media sonrisa, casi malvada.
—Te has vuelto un hombre en extremo desagradable, Ranma. Te prefería antes.
—Yo también —dijo sin titubear, sin saber si se lo decía a la inspectora o a él mismo.
Caminó hacia la inspectora hasta pararse delante de ella. Extendió ambos brazos juntando las muñecas.
—Estoy listo.
—¿Listo para qué? ¿Es esta alguna clase de confesión, señor Saotome?
—No juegues conmigo, Nabiki. Ambos sabemos que no soy lo suficientemente inteligente como para haber tapado del todo mi rastro, tampoco es que lo hubiera intentado.
—Lo sé muy bien. —La inspectora suspiró apesadumbrada—. Cada escena del crimen era un maldito desastre. Me pregunto si debería temer en lo que te has convertido, si en lugar de apresarte sería mejor que…
—¿Que muriera? —El hombre inclinó el rostro mirando hacia un lado del piso. Lo volvió al frente antes de responder—, quizás sí sea lo mejor.
¿Bromeaba o hablaba en serio? La inspectora gruñó suavemente, comenzaba a desesperarla el no poder leer del todo a ese hombre.
—Ranma, ¿puedes dormir por las noches después de lo que hiciste?
—No he dormido en una cama desde el día que murió Akane. Algunas horas aquí y a veces otras allá —apuntó con desdén la silla de su escritorio.
Lo examinó detenidamente. Todavía no sabía si bromeaba o no, pues sus expresiones eran una extraña mezcla de indiferencia, conformidad, tristeza y una apenas distinguible rabia oculta en el fondo de su mirada.
—Se te nota en la cara. —respondió también con una broma a medias—. Lo siento.
La inspectora sacó unas esposas del bolsillo. El hombre levantó un poco más las muñecas para facilitarle el trabajo.
—¿Puedo cubrirlas con mi abrigo? —preguntó como si aquello fuera lo más normal del mundo.
—¿Desde cuándo te interesan las apariencias?
—Desde que me convertí en la imagen de mi propia empresa. La gente que trabaja para mí saldría perjudicada si se supiera muy pronto lo sucedido. Antes de caer quiero poder desligarme de la compañía, tengo todo preparado y me bastará hacer un par de llamadas para comenzar el proceso. Ellos no se lo merecen.
—Maldito seas, Ranma Saotome, comienzo a entender qué veía mi hermana en ti.
Ranma tan solo sonrió con un gesto melancólico.
—Ranma, dímelo, ¿valió la pena?
El hombre no respondió de inmediato, sino que primero miró a Nabiki directamente a los ojos.
—Sí —contestó con seguridad.
Salieron muy juntos de la oficina. Ranma aparentaba tomar el abrigo doblado sobre las manos y Nabiki a su lado se colgaba de su brazo como si fueran más íntimos, lo que llamó la atención de los trabajadores. Ranma saludaba a uno y a otro al pasar con mucha empatía, recordando sus nombres y preguntando por sus familias.
—Sigo desconociéndote —susurró Nabiki.
—Cuando aprendes el truco es fácil —respondió él.
—¿Fingir?... Sí, lo sé muy bien.
—Qué par de mentirosos somos, ¿no es verdad?
—No intentes compararte conmigo, Ranma, tengo años de ventaja haciéndolo.
Subieron al pequeño automóvil económico de la inspectora y ella arrancó con rapidez.
—No lo haces muy bien —se quejó Ranma tras un rato de dar vueltas por las calles de Tokio.
—Hikaru acostumbra llevar el volante.
—¿Gosunkugi? ¿Así que es verdad que trabajas con él?
—Es más observador y hábil de lo que muchos creen. Supongo que cuando me destituyan él ocupará mi lugar.
—¿De qué estás hablando, Nabiki?
—Vamos, Ranma, no pensarás que saldré bien parada de ésta. —La inspectora dibujó un lienzo imaginario en el aire, como si pudiera ver los titulares de la prensa—. ¡Brutal asesinó era el excuñado de la inspectora de policía! Crímenes ejecutados para vengar la muerte de su esposa... Mi hermana. Muchos se preguntarán si mi demora en arrestarte fue intencional, de hecho, debería haberme declarado incapaz de llevar este caso y habérselo designado a otra persona apenas sospeche tu participación. Y no tengo muchos amigos en el departamento que me defiendan, me comerán viva.
—Lo lamento.
—No, no lo haces.
El hombre se encogió de hombros.
Se detuvieron en un semáforo. La inspectora se agachó por sobre el volante, la lluvia caía con tanta intensidad que le dificultaba la visibilidad. El sonido del agua sobre el techo provocaba un soporífero tamborileo que hacía más agobiante el silencio entre los dos.
—Nabiki, ¿puedo preguntar una cosa? —dijo el hombre repentinamente.
—Somos familia, puedes preguntarme lo que sea.
—Depende de lo que me vayas a cobrar.
La inspectora aceleró lentamente y pasó el cambio.
—El precio dependerá de la pregunta.
El hombre dejó escapar un suspiro de disgusto y se rindió.
—¿Podías haberme arrestado antes?
La inspectora Tendo guardó silencio. El hombre no se atrevió a insistir, pero torció los labios en una media sonrisa y arqueó una ceja. Giró la cabeza hacia el otro lado y miró por la ventanilla.
—Gracias —dijo al rato.
La inspectora tan solo se limitó a mover la cabeza con disgusto.
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Alzó el rostro y agradeció que hubiera dejado de llover antes de bajar del automóvil. Siguió de cerca a la inspectora cuando se alejaron del estacionamiento, cruzaron la avenida por el paso sobre nivel y se internaron en un estrecho callejón entre las tiendas. Del otro lado el callejón acababa abriéndose a una nueva avenida más angosta.
—Estamos muy lejos de la estación de policía —dijo él, que no dejaba de estudiar a la inspectora con curiosidad.
—Lo sé —respondió ella, en un tono que daba a entender que no quería dar explicaciones.
El hombre dio una mirada alrededor, era un callejón solitario que se hacía cada vez más estrecho. Al final del callejón ya se podía ver desde su posición la vereda opuesta de la nueva avenida, una tienda de electrónica, un par de locales de comida, un combini y una florería.
—Dime que no me trajiste a comer.
La inspectora se detuvo en el callejón a pocos metros de salir a la avenida y apuntó hacia una de las tiendas. El hombre suspiró agotado por lo que creía ser uno de sus juegos, y obedeciendo siguió con los ojos aquella dirección, con notorio disgusto.
Su mandíbula se tensó, todo su cuerpo se puso rígido. Sus ojos vibraron y sus labios perdieron la sonrisa burlesca. Su rostro dejó caer la máscara de indiferencia con la que se ocultó durante demasiado tiempo.
La inspectora Nabiki Tendo estudió cada cambio violento en el rostro y los ojos de ese hombre. Lo hizo con recelo, con las manos en los bolsillos del impermeable. En el bolsillo derecho tenía escondida su pistola de servicio, que empuñaba con el seguro destrabado.
Los ojos azules del hombre oscurecieron peligrosamente hasta convertirse en un par de esferas oscuras y su rostro se torció en un gesto que lo privó de humanidad.
Era como si estuviera de pie junto a una bestia encadenada pero no menos peligrosa, provocando en ella un temor tan intenso, que aunque disimulara frialdad, no pudo evitar sentirse presa de una ansiedad primitiva, un miedo casi imposible de domar.
El cielo se estremeció con un poderoso estruendo, como si se fuera a rasgar en dos. La lluvia cayó con inusitada violencia formando una densa cortina gris. Los transeúntes corrieron a buscar refugio y otros lucharon por abrir otra vez sus paraguas.
En el callejón estaban ellos dos solos.
La inspectora se mantuvo incólume a pesar del agua que escurría por su melena corta y rostro.
Ranma Saotome siguió sin reaccionar.
Hacía mucho que había perdido la alegría a no transformarse bajo el agua. Ya no tenía ninguna importancia para él. El cabello empapado goteaba copiosamente y el agua recorrió su rostro como la sangre de sus víctimas.
—Ranma…
—¿Lo sabías? —preguntó suavemente, apenas audible por la lluvia.
—Ranma, escúchame primero.
—¡¿Lo sabías?! —rugió.
La voz del hombre superó a los estruendos de los truenos y giró amenazadoramente hacia la inspectora. Lo hizo muy lentamente. Alcanzó a dar un paso antes de que ella lo detuviera sacando el arma, apuntando con determinación.
—¿Por qué? —murmuró Ranma, con los ojos oscurecidos, como los de un demente o un demonio—... ¡¿Por qué?!
Bramó como un animal herido de muerte.
—Tuve que hacerlo, ¡no me dejaste otra opción! —clamó Nabiki sin bajar el arma—. Esa noche, cuando Akane fue internada de urgencia, ella...
Ranma respiraba lentamente, como si su mente estuviera luchando por mantener el control sobre una ira que estaba por tomar dominio de lo poco que quedaba de su alma.
—Ella estaba… estaba…
—¡Pero no fue fácil, maldición! —El mentón de Nabiki tembló—... Mientras mi hermana agonizaba en un hospital, ¿dónde estabas tú? ¿Dónde?... Ranma, respóndeme, ¿dónde?... Sí, en prisión, encerrado como un demente. Golpeando tu jaula toda la noche como un animal enloquecido, porque no pudiste controlarte, porque quisiste estrangular a Kodachi con tus propias manos.
—Debí matarla, ¡tenía qué haberlo hecho! ¡Así ella no hubiera escapado de mí como lo hizo al suicidarse cobardemente!... Ella tenía que haber sufrido también.
Ranma dio un paso más y Nabiki extendió el brazo tomando con ambas manos la pistola.
—¿Y qué iba a hacer para protegerla mientras tú no estabas? ¿Ah? —insistió Nabiki—. Respóndeme, Saotome, ¿qué más podía haber hecho? Si su estúpido esposo se hizo encerrar y los que intentaron asesinarla todavía estaban sueltos. Yo no puedo pelear contra Shampoo, ni Ukyo, ni en sueños contra Ryoga. ¿Qué habría sucedido si uno de ellos hubiera querido acabar lo que empezaron?
—¡Yo…! —Apretó los labios y gruñó, siseando apenas una respuesta—. Yo…
El hombre apretó los dientes hasta hacerlos crujir. Era como si estuviera luchando contra algo en su interior que amenazaba con hacerlo pedazos.
—Sí, lo sabes perfectamente bien. Tenía contactos en el hospital, conseguimos trasladarla a otro lugar más seguro y mantener la verdad en secreto. Kasumi lo sabía, ella era la única en quién podía confiar, que cuidaría de Akane mientras se recuperaba, pero nadie más. ¿Es que no lo entiendes? Ellos seguían allá afuera amenazando su vida, si lo intentaron una vez lo harían de nuevo. ¿Pero qué pasaría si el imbécil de su esposo se enteraba que ella estaba viva? Dime, Ranma, ¿te habrías encargado de protegerla como se suponía que tenías que hacer, y fallaste miserablemente?
—Yo soy su esposo, tenía derecho a…
—Si ella estaba viva, ¿habrías tenido el valor suficiente para matar? —gritó Nabiki para hacerse escuchar bajo la lluvia. El agua escurría por el arma y sus dedos entumecidos—
—Nabiki... —Gruñó peligrosamente, como si en cualquier momento fuera a saltarle encima.
—Como inspectora de policía nada podía hacer, ¡la ley que debía socorrernos me terminó atando las manos! Pero un vengador anónimo, un exterminador, eso es otra historia.
Ranma entrecerró los ojos.
—Me utilizaste… ¡Me convertiste en esto, maldita sea!
—¡Sí!, sí lo hice —Nabiki bajó el arma y chasqueó la lengua—. Y lo haría de nuevo. Ella es mi hermana, no se trató de una de sus estúpidas bromas, ¡intentaron matarla! ¿Podía permitir que se libraran después de lo que hicieron? Pero tú eras demasiado débil para darte cuenta de la verdad. El que eras antes no podía protegerla. Ahora, si quieres asesinarme también, lo acepto. Lo merezco de todas formas, soy tan culpable como lo eres tú.
La lluvia siguió cayendo sobre ellos. Era lo único que se podía escuchar, mientras los dos se miraban a los ojos y respiraban agitados. El hombre dio una mirada hacia la florería.
—¿Por qué no me buscó?... ¿Me odia?
—No seas idiota —escupió Nabiki con una mezcla de rabia y tristeza—. El veneno no la mató, pero la hizo agonizar durante diez malditos días. ¡Diez malditos días en que la vi sufrir en una cama porque tú nunca tuviste los pantalones para detenerlos antes! Porque todo lo que ellos le hicieron también fue tu culpa, y lo sabes.
Ranma no respondió.
—Sí, ella es fuerte y sobrevivió, pero no sin pagar un precio. Parte del veneno era una potente neurotoxina que dejó un daño permanente en su cerebro.
—Qué clase de daño. Nabiki, respóndeme, ¿qué tiene Akane? —exigió en tono amenazador.
Nabiki se encogió de hombros, relajándose misteriosamente para más furor de Ranma.
—Pequeñas cosas como jaquecas, temblores recurrentes y… haber perdido una parte de su vida. Ella lo ha olvidado todo.
—¿Todo?
Nabiki negó con la cabeza.
—No recuerda que estuvieron casados, ni las aventuras que vivieron, nada. Cuando despertó todo lo que recordaba era hasta su primer año de preparatoria, antes de conocerte.
—Ella no puede...
—Ella se ha olvidado de ti, Ranma.
Ranma se calmó. El color azul regresó a sus ojos, pero era un tono apagado, en un rostro palidecido por el que la lluvia corría sin piedad, con los mechones oscuros pegados a la frente.
—Y no —insistió Nabiki con auténtico pesar y lástima—, antes de que te hagas alguna loca esperanza, ella no lo recordará jamás. Ésta no es una de esas novelas baratas, es la realidad, y lo que ella sufrió no tiene remedio. La he tratado con los mejores especialistas y sé de lo que hablo. Es mejor que lo aceptes y no pases por tantas desilusiones.
El hombre titubeó, miró a Nabiki, el arma en su mano. Después giró hacia la florería. Pudo verla ahí en el interior del pequeño pero bonito negocio a través del cristal del escaparate, mientras atendía a un anciano. La vio luchar contra un ramo de flores, arremangada, mordiéndose los labios, con esos ojos color canela brillando de preocupación, al tener que lidiar con una tarea que en su torpeza le era casi imposible, pero de la que no se daría por vencida.
Nabiki se acercó a él, con la pistola colgando en una mano. La otra la posó suavemente en el brazo de Ranma.
—Lo siento, Ranma.
Él no dijo nada.
Nabiki trabó el seguro del arma y la guardó en el bolsillo. Sacó la llave de las esposas y lo liberó.
Ranma siguió sin decir nada, con la cabeza ladeada hacia la florería.
—Eres libre de hacer lo que quieras, no voy a arrestarte —dijo Nabiki—. Si un día te atrapan no seré yo quién lo haga. De hecho, ese día caeré contigo, como tu cómplice.
Él no respondió. Parpadeó lentamente y dejó los ojos cerrados un largo momento. Los abrió dedicando una última mirada a la florería y a Akane que estaba en su interior.
—¿No vas a detenerme? —preguntó con la voz enronquecida.
—¿Podría alguien hacerlo?
Por un momento ella creyó que Ranma correría cruzando la avenida y entraría de un golpe en la florería, gritando el nombre de su hermana. Pero para su sorpresa eso no sucedió.
Ranma se metió las manos en los bolsillos, dio media vuelta y se alejó caminando lentamente de regreso por el callejón. Nabiki lo vio alejarse hasta que se convirtió en una pequeña silueta tambaleándose bajo la lluvia.
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Gracias a todos los que han seguido esta historia. Gracias por sus comentarios, son muy bien recibidos y me causan gran alegría, también me divierten con sus teorías, es interesante ver lo mucho que se acercaron a la verdad. Más todavía les agradezco sus saludos y que nos hayan acompañado durante la última semana celebrando el cumpleaños de mi esposa Randuril.
Como les contaba en un principio ella es una gran fan de las novelas de detectives y de las series policiales, por eso escogí este tema. Hubiera deseado poder escribir una historia de detectives propiamente tal para su deleite, pero no tengo la inteligencia suficiente como para hacer una trama tan elaborada y con un misterio interesante que resolver. Por ello intenté hacer una historia que sí pudiera, a lo menos, tener ese aire de thriller policial, distintos casos de asesinatos con un fuerte impacto emocional al final.
Como dato interesante cada capítulo tuvo un aire distintivo. Por ejemplo el de Ryoga que recordaba a las novelas de Mario Puzo, o el de Kodachi que visualicé como aquellas escenas de terror con fondo sonoro de caja musical. O la relación entre inspectora y su asistente, más ese tono gris en todas sus escenas, fue inspiración del videojuego Disco Elysium, uno de los predilectos de mi esposa. (Ese Mmm…). Y la aparición especial de un querido personaje de La esposa secuestrada.
Vuelvo a agradecerles a todos por darnos tantas alegrías, especialmente por el afecto que siempre han demostrado a mi esposa y sus obras.
Y antes de que lo pregunten: sí, hay epílogo. (Tiene que haber o mi esposa me hará dormir en el balcón).
Nos estamos leyendo.
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Noham Theonaus
