El rey blanco y el rey rojo.

Se hundió en las profundidades de una masa liquida que lo guio hacia un abismo submarino. Pronto, todo rastro de agua y luz desaparecieron y se encontró en un largo corredor cuyos muros rebosaban en pinturas misceláneas.

Y ahí, en medio, un hombre pálido y de porte digno, como el rey blanco de Alicia a través del espejo. En su andar, el rubio se detuvo a su lado a observar aquella pintura que veía con tanta atención.

— ¿Qué lugar es ese?

— Una ciudad vestida de hologramas, dominada por la alegoría misma de la justicia.

William apretó ligeramente los labios ante la palabra justicia. Por alguna razón que en ese momento desconocía, lo incomodaba.

— ¿Y él es?

— Un detective que entiende la gran parodia de todo y, aun así, se juega la vida por proteger una paz artificial.

— ¿Un detective que entiende? — repitió en un murmullo observando la imagen de un hombre moreno de ojos rasgados y aspecto salvaje. Se parecían.

El rubio de flamantes ojos meditó por un momento esas palabras y ese retrato. Le recordaban a él. A Sherlock Holmes. Pero inmediatamente después se centró en su última oración "proteger una paz artificial". Esa sola frase fue suficiente para hacerle sentir un nudo en el estómago. Nunca había pensado del todo en la paz como algo artificial. Así que no pudo evitar preguntarle:

— ¿A qué llamas una paz artificial?

— A aquella que elimina la humanidad de los hombres para prevalecer. Una justicia represiva que elimina la opción de elegir y la opción de ser, en la que un grupo de privilegiados deciden por los demás y crean un mundo de opciones cerradas, donde un arma de rayos decide de antemano tu lugar en el mundo con base en tus pensamientos.

El rubio suspiró al tiempo que algo en sus ojos se apagaba. En su interior, había entendido algo por inercia. El lugar que ese hombre le planteaba era un futuro distante, o al menos, esa impresión le daba. Por lo mismo, era decepcionante ver que, incluso con tanto progreso tecnológico, los demonios no habían desaparecido de la humanidad.

— ¿De dónde vienes tú?

— Londres — dijo sin dejar de ver el cuadro— Una ciudad muy diferente de esa. Oscura, con niebla, las luces son opacas y amarillentas en comparación a ese brillante aguamarina.

El hombre de blanco volteó a verle por primera vez. Asimismo, el hombre frente a él, de hebras como el sol y de ojos rojos como el carbón incandescente le hicieron entender algo.

— Ahí también es un lugar de opciones cerradas por una minoría que encabeza las leyes. Sin embargo, traté de cambiarlo.

— "El descontento es el primer paso en el progreso de un hombre o una nación" — le felicitó.

William le dio una sonrisa que no alcanzó a sus ojos. Había mucha verdad en esas palabras prestadas de Oscar Wilde. Por lo cual, quiso corresponderle la cortesía con uno de sus autores favoritos, pero no para adular.

— "El diablo cita la biblia en su provecho."

— "El alma perversa que alega santo testimonio es como un canalla de cara sonriente o hermosa manzana podrida por dentro. ¡Qué buena presencia tiene la impostura!" — completó la cita antes de continuar— Veo que estás familiarizado con Shakespeare.

Ambos guardaron silencio, analizándose mutuamente. Estaban en el mismo barco. Veían mucho de sí mismos en el otro. Y al mismo tiempo, las diferencias eran tan evidentes y palpables, que la curiosidad abundaba.

Shougo liberó una sonrisa satisfecha. Hacía tiempo no tenía una conversación como esa. Si bien, no era Kougami Shinya, pero le brindaba una diversión proporcional. Luego, notó un movimiento un poco incómodo de parte del recién llegado, parecía frotarse las manos.

— ¿Sucede algo?

— Pensé que las manchas se irían.

Dijo sin perder de vista sus manos abiertas y manchadas. El hombre de blanco observó, asimismo, las manos de su acompañante con detenimiento.

— Creo que es mucho pedir liberarme de la suciedad de la sangre.

— Justo como Lady Macbeth — le comparó e hizo una pausa al notar el casi imperceptible estremecimiento, luego completó— ¿Te arrepientes?

— Desde el inicio, yo odiaba ese mundo plagado de demonios.

— Los demonios, los monstruos y los fantasmas como tales, no existen separadamente, aunque nos guste volverlos imaginarios. "Viven dentro de nosotros y a veces ellos ganan"

El rubio escuchó con atención. Algo en su interior se estrujó un poco, pero no dejó que su porte noble y seguro, sufriera la devastación de su corazón. Ese hombre albino se parecía a él, pero no era él. Era un pecador como él y aunque sus pecados parecían ser los mismos, lo que perseguían se sentía diferente. Eran diferentes. Lo entendía, pero no como él. Se reprendió por anhelar una conversación con su detective persecutor, su amigo. Pero lo único que tenía, era al rey blanco a su lado.

Entonces, el hombre albino, quien parecía haber entendido lo mismo que él, continuó torturándolo.

— Platón decía que "La obra maestra de la injusticia, es parecer justo sin serlo" ¿Qué piensas al respecto?

El rubio cerró los ojos con parsimonia, tal como un gato. Cuando volvió a abrirlos le respondió.

— Que va para los dos.

Ambos rieron con un deje de amargura. Había mucho qué conversar.

Continuará…


Fue cómodo y nostálgico volver a entrar en la piel de Shougo. Creo que exploraré más con estos personajes. Espero les guste.

Las citas y referencias pertenecen a Platón, Shakespeare, Carroll y Wilde.