Capítulo III
Mientras observaba un cuadro que le funcionaba como ventana, se veía a sí mismo como un holograma espectral iluminado por la luna, charlando como ocasionalmente hacía, con el hombre que le había arrebatado la vida y a quien había sido atado tiempo atrás.
— ¿Aún seguirás conservando esa arma, Kougami? — señaló con parsimonia.
— No es como que si pudiera regalarla o tirarla descuidadamente.
Las respuestas del moreno, cada vez que le hacía esa misma pregunta, se había vuelto más tranquila. De una u otra forma, parecían estar aceptando su mutuo destino.
— "Conservar algo que me ayude a recordarte, sería admitir que te puedo olvidar" — declamó el holograma espectral — ¿Era así?
— Esas palabras te hieren más a ti mismo de lo que me hieren a mí — desvió — Tu eres quien me preguntó ese día si encontraría un reemplazo para ti ¿recuerdas?
— ¿Estás siendo considerado conmigo? Te lo agradezco — dijo irónico — Aun cuando tú mismo desconoces si realmente hablas conmigo o contigo evocando mi imagen. Tu realidad es tan endeble que…
— Entonces estaré siendo amable conmigo mismo — le interrumpió, dándole una calada final a su cigarrillo.
— Pero tú no eres amable contigo mismo. Diría que, todo lo contrario.
— Es para no olvidar el peso de mis acciones — admitió al fin.
— ¿Te pesa haberme matado?
— ¿Con quién hablas? — interrumpió la voz del rey rojo en el corredor.
— Con mi amable asesino — explicó, mientras se desvanecía su imagen junto al detective de asuntos exteriores.
Era lamentable pensar en la posibilidad de no escuchar la respuesta, sin embargo, no fue su caso, alcanzó a oírla. Su asesino la murmuró mientras se colocaba un cigarro nuevo en los labios. Palabras dirigidas a sí mismo y a él, una conversación cerrada y privada.
— Lo que me pesa es seguir lidiando contigo luego de tanto tiempo.
La mirada del rey blanco se suavizó. Esa respuesta le satisfacía.
El rey rojo le observó, y, dejando los modales victorianos a un lado, señaló:
— Ese hombre significa mucho para ti.
— Es un hombre que entiende y con quien estaré atado un tiempo más. Aunque no estemos de acuerdo en varias cosas
Esas palabras movieron mucho en el interior del rey rojo. "Un hombre que entiende" Ya lo había descrito así antes, pero no dejaba de resonar en su interior, ni de aparecer en su mente la imagen de su detective. De pronto, un deseo se coló en sus labios antes de poder darle marcha atrás.
— ¿Cómo haces eso?
— ¿El qué?
Las palabras ya habían salido. Sabía que no podría escapar a la mirada dorada y su juicio, así que resignado, admitió:
— …Hablar con alguien afuera…
— Ambos deben desear comunicarse — respondió compasivo, viéndose a sí mismo en el rey rojo.
— ¿Es el hombre que te mató? — desvió.
El rey blanco se giró hacia él y mostró las manchas de sangre.
— Me hizo una cortada justo aquí — dijo sosteniendo el lado izquierdo de su pecho — Y finalmente me disparó en la cabeza. Supongo que es lo justo.
Quizá había pasado mucho tiempo hablando con el rey blanco últimamente, tanto así que, William no pudo evitar comparar las heridas del albino con una cita de Shakespeare "Ámame u ódiame, ambas están a mi favor. Si me amas, siempre estaré en tu corazón. Si me odias, siempre estaré en tu mente." El rubio reflexionó que esos dos hombres se habían encargado de permanecer fijados él uno en el otro. Quizá por eso, el rey blanco lo consideraba justo y parecía tan apegado a sus cicatrices.
Enseguida, su mente se evadió hacia Sherlock, su amable detective y amigo, incapaz de volverse su asesino. A veces creía sentirlo y algunas otras oírlo, pero siempre lo consideraba más un anhelo suyo que una realidad. Su mente, albergaba con pesar la idea de que el detective pudiese haber muerto en su lugar. Si había algo que no podría soportar, era haber matado al único hombre en la tierra que lo entendía y que lo había forzado a vivir, dejándole en ese limbo.
— ¿Por qué no has preguntado cómo llegué? — inquirió el rey rojo.
— Porque lo dijiste desde el inicio. Quisiste cambiar al mundo ¿no es así? Sin embargo, considerando que has traído el tema a colación, debes querer exteriorizar algo.
El rey rojo observó hacia aquel cuadro, hacia el detective del rey blanco. Se parecía un poco al suyo, aunque lucía más salvaje e inalcanzable, como un lobo. Su mirada yació perdida largos segundos. No se decidía a hablar, así que el rey blanco le dio un empujón a través de un desafío verbal.
— Descartes decía que aquellos que se ven incapaces de tomar una decisión, es porque sus deseos son muy grandes o porque les falta intelecto.
El rey rojo bufó. No se sintió insultado en realidad, le brindó una cierta calma el saberse entendido de lo difícil que le resultaba hablar sobre el tema. Era algo que necesitaba y al mismo tiempo, no quería compartir con nadie que no fuera Sherlock Holmes. Compartirlo con el rey blanco era casi una traición. Cerró los ojos y guardó silencio.
Un silencio que el rey de las nieves pudo interpretar con facilidad. Él mismo se había sentido así en alguna ocasión previa, al hablar con otras almas con las que se había encontrado durante su tránsito por ese espacio. Almas que no eran Kougami Shinya.
Respetó sus secretos.
El rey rojo le observó de reojo y se permitió preguntar.
— ¿Por qué sigues aquí?
Una pregunta obvia, pero hasta ahora sin respuesta obvia a sus ojos. El rey blanco ya estaba muerto y ese espacio solo era para las almas en tránsito, ya no debería estar ahí. En cambio, él, estaba en un limbo definitorio entre vida y muerte que le hacía acreedor de su estadía.
— Por la misma razón que tú.
Por breves momentos, esa frase desarmó a William.
Habían hablado sobre cómo llegaron, sus motivaciones, sus detectives, sus creencias, entre otros temas. El desconocimiento por lo que había después era mutuo, así que no habían tocado ese punto. Pero, esa pregunta… esa pregunta lo era todo.
"¿Por qué él estaba ahí?" Sintió una constricción en donde se supone, debería estar su corazón. El tema se había vuelto de nuevo demasiado personal. De su ojo izquierdo comenzaron a manar lágrimas de sangre.
— Perdiste tu ojo izquierdo.
El rey rojo cayó sobre sus rodillas mientras sostenía su cuello, como si no soportara el peso de su cabeza ni de su hombro derecho.
— La conexión con tu cuerpo aun es fuerte si aquí percibes dolor… ¿Cómo te hiciste esas heridas?
— Salté de un puente — contestó por inercia, tratando de mantener los quejidos de dolor para sí mismo.
Shougo no podía entender rendirse desde el inicio, pero sí el deseo de llevar a cabo sus ideales, así como la sensación de estar harto de la sociedad que le rodeaba. No podía entender su deseo por morir, pero podía entender querer hacerlo por mano de una única persona. Y por todo lo que había escuchado de ese hombre, era su caso.
— Eres como el rey rojo de Alicia a través del espejo.
— ¿Entonces tú serías Alicia? — dijo con dificultad.
— Mi curiosidad innata es algo a lo que le tengo apego y las circunstancias apuntan a que lo soy. ¿Es esta la realidad o algo que estás soñando?
Con dificultad por el dolor de cabeza, William recordó cómo los Tweedles señalaban que una vez que el rey rojo despertara, Alicia desaparecería.
— ¿Tienes miedo? — preguntó, casi cubriéndose de sus comentarios.
— No.
— ¿Y tú?
