Capítulo IV.

Ambos reyes se encontraban en medio de un juego de ajedrez al que no estaban muy enfocados. El tablero no fue más que una petulante decoración en la que movían las piezas de un lado a otro, con nula intención de ganar.

— ¿Qué harás? — desplazó un peón.

— Aún lo estoy pesando — avanzó igualmente con un peón.

— Me agradan las personas que hacen uso de su cerebro, para variar. No obstante, tú estás pensando para no pensar. Y "lo obvio, es lo que menos se piensa"

El despiadado juicio provocó que William suspirara, camuflando una risa. Ese hombre frente a él, había mostrado incontables veces su perspicacia.

— ¿Qué sugieres?

El criminal asesor, buscó asesoría entre la biblioteca humana que era ese hombre. Analizando cada movimiento y cada palabra, en búsqueda de cualquier mínima señal de burla. Sin embargo, lo que obtuvo, fue justo lo que ya sabía y se negaba a aceptar.

— "Entre el sentido de culpabilidad y el placer, siempre gana el placer"

Desazón y decepción de sí mismo. Era lo que en ese momento constituía su estado de ánimo.

— ¿A qué llamas tú placer? — trató inútilmente, de desviar la atención del rey blanco.

— Estoy seguro de que no necesitas que te lo explique.

Silencio.

El rey blanco le escaneó con la mirada y actitud de esfinge. Luego, sonrió y volvió a hablar.

— Tienes un cuerpo al cual volver ¿Por qué continuas aquí? — dijo con una sonrisa burlona, moviendo otro de sus peones.

— No sé cómo volver — mintió con una sonrisa suave, planeando su próximo movimiento.

— No se trata de saber cómo, sino de hacerlo.

William quedó insatisfecho con la respuesta, definitivamente, no era lo que esperaba. Gesto que vengó, devorando uno de los alfiles de su contrincante. Por supuesto, ese detalle, no pasó de ser percibido por el rey blanco.

— ¿No te agradó? — comprobó burlón — Si necesitas tomar una decisión ¿por qué no hablas con tu detective? Ya sabes cómo contactarlo — reclamó el caballero del otro rey.

— No es una regla que deba hablar con él — su tono era neutro, pero sus orbes de rubí, no.

La mirada ámbar volvió a tornarse analítica, mientras la escarlata lucía defensiva y apagada.

— Entiendo.

Clamó el rey blanco, comprendiendo de inmediato el dilema interno del otro. El rey rojo temía hablar con su detective. Temía justamente a lo que él acababa de señalar. Si cruzaba palabra con esa persona, sin duda alguna, el placer encontraría supremacía sobre la expiación de sus culpas. Inevitablemente lo haría volver a la vida.

El brillo escarlata se oscureció, como dos lagos sangrientos, que buscaban inundar por completo a su contenedor.

— "La elección humana es imposible sin el conocimiento, y la elección adecuada sólo es posible allí donde el conocimiento es completo" Necesitas ampliar tu visión.

Hizo una pausa, como si analizara su próximo movimiento, pero definitivamente, no era para el ajedrez.

— Habla con otras almas que yacen en este limbo.

— ¿Otros? — sus ojos brillaron con sorpresa.

— ¿En serio pensabas que solo estábamos aquí tú y yo?

Silencio. Lo cierto era que no. Ya lo había imaginado, pero había encontrado una cierta paz en charlar con ese inquietante rey de las nieves. El rey rojo consideró sus opciones y una pregunta llegó a su cabeza.

— ¿Por qué solo me he encontrado contigo hasta ahora?

El rey blanco no respondió a esa pregunta. En cambio, le ofreció otro tipo de información.

— En esa dirección— señaló a la izquierda— Encontrarás un laberinto oscuro, habitado por alguien a quien el mundo le quitó su nombre. Un monstruo sin nombre. Una persona sin identidad.

— ¿Monstruo sin nombre?

— Él mismo te contará el porqué, si deseas saberlo.

Un par de turnos más en el tablero de ajedrez y la expresión insatisfecha del rey rojo, provocó que el rey blanco se apiadara de él, a su manera.

— En esa otra dirección — señaló con su diestra — Conocí a un hombre que clamaba con fervor, amar a la humanidad. Incluso a una sociedad plastificada como la mía o a una podrida como la tuya. A sus ojos, todos, salvo un hombre, somos iguales.

— ¿Será posible amar a la humanidad a ese grado?.

— Al menos, eso era lo que él decía — comentó con una sonrisa torcida.

William lo observó con cuidado, el hombre frente a él, no mentía.

— Y por allá — señaló un tercer camino — Pasea una mujer solitaria que, decidió dar la espalda al mundo. Tiene la afición de coleccionar los nombres de otros.

— ¿Coleccionar nombres? Hay muchas personas muy…peculiares, por aquí.

— No te imaginas cuantas — movió su caballero — Si vas a los vagones, podrías encontrarte con alguien a quien no esperabas conocer, pero que sabe más de ti que tú mismo.

— ¿Y esa persona quién podría ser?

— Eso, tú debes averiguarlo. ¿Qué harás?


Citas de: Weber, Nietzsche, Dick.