Preludio

Cuarta parte. Ucronía

—¡Un dios así, no lo necesito!

En una esquina de una modesta habitación, Seiya gritó aquellas palabras al tiempo que olvidaba lo que significaban. Como las otras veces que tenía algún sueño disparatado, como que era un rebelde que luchaba contra el imperio de las máquinas, que un viejo ricachón lo sacaba del orfanato para mandarlo a entrenar a Grecia o que se convertía en un boxeador profesional, estaba envuelto en sudor, con dolor de cabeza y con unas ganas tremendas de echarse a la cama y tener un sueño sin sueños.

Esa era la parte normal de todo aquello, luego venían los consejos estrafalarios de su familia. Como que los sueños significaban que debía apreciar más a su hermana y tomarse más en serio el boxeo, aunque fuera un enclenque que nunca había ganado más que unos moratones y más visitas al hospital que un delincuente.

—¿Qué me dirían sobre este sueño? ¿Se supone que debo ser más religioso? —dijo, echando un vistazo al cuarto, mitad dormitorio, mitad sala de entrenamiento. Se imaginó a sí mismo adaptándola como un lugar donde rezar. Rio—. ¡No, no es lo mío!

Justo en ese momento, mientras Seiya se levantaba, alguien llamó a la puerta.

—¿El qué no es lo tuyo, hermanito? ¿Despertarte temprano?

—Seika —murmuró Seiya entre dientes, ya pudiéndose imaginar a su hermana con los brazos en jarras, una mirada jocosa y esa vivaz sonrisa de mujer madrugadora que nunca tenía sueño. Contuvo un bostezo mientras se levantaba, ojeando el cuarto: no había tanto desorden como para preocuparse, sobre todo si tenía en cuenta cómo entró en él. Guantes de boxeo en una pared, algo de ropa tirada aquí y allá…

—¿Te has vuelto a quedar dormido? ¡Voy a entrar!

—Prepárate para los peligros del cuarto de un…

Seika abrió la puerta de par en par.

—… hombre en calzoncillos —completó la mujer.

Seiya tardó unos segundos en reaccionar, tan avergonzado como el primer día en que le dijo a su hermana que ya no quería que lo viera en paños menores. ¡Ya era un hombre!

—Creo que en el sueño estaba desnudo —fue lo único que se le ocurrió decir antes de correr a vestirse con lo primero que encontraba.

—Bueno, bueno, admito que no está tan mal para tu primera borrachera.

—¿Borrachera? —preguntó Seiya, que empezó a oler la camisa que se había puesto. No recordaba haberse tomado más que un par de copas, a eso no se le podía llamar borrachera—. ¿¡Qué hice!? ¿¡Qué dije!?

—¡Te quiero, hermanita! ¡Soy el hombre más fuerte del mundo! Lo típico de un veinteañero que toma una copa por primera vez. Ah, también le pegaste a un policía.

—No.

—¡Sí! Estaba fuera de servicio, ebrio y con ganas de desafiar a un boxeador profesional.

—¿Le dijiste a un policía que soy un boxeador profesional?

—En el sueño lo eras, ¿no?

Seiya se quedó mudo. Entonces regresó el dolor de cabeza, que ya relacionaba más con los tragos de la pasada noche y menos con el sueño que tuvo. Eso lo alivió. La resaca y el ridículo eran más normales que sentir que unos sueños fantasiosos eran tan vívidos como la vida misma. No era un hombre que desafiaba a los dioses, solo un hombre que dejaba inconsciente a un policía de un puñetazo en la cara. Sí, ahora lo recordaba.

—Quería ser la primera en decírtelo, este es un día único después de todo. ¡Feliz cumpleaños, Seiya! Ya eres todo un hombre.

—¿Me dejarás de decir hermanito, entonces?

—¡Jamás! Molestarte es mi deber de hermana mayor. Además —añadió, adoptando un tono jocoso—, crecer y madurar no van de la mano para todas las personas.

—Lo sé. Soy un año más viejo, no más sabio.

—Eso es algo más propio de Shiryu que de ti —observó Seika—. Anímate, sí que has cambiado en estos años. Eras un niño que se peleaba con todo el mundo y siempre se metía en líos, que lloraba cada vez que alguien quería adoptarlo solo a él en el orfanato, que se hacía… —Seiya gruñó—. Y ahora buscarás a la mujer de tus sueños.

—¿A quién?

—A esa chica que viste hace seis años, en tu decimocuarto cumpleaños. Una hermosa muchacha de largos cabellos castaños, sonrisa radiante y vestido blanco.

—Estoy seguro de que no te la describí así.

—Nunca tuviste alma de poeta, hermanito. Pero ya que te he refrescado la memoria, ¿admitirás que cada año, el mismo día, vas a ese lugar donde se encontraron?

—Solo la vi una vez, por casualidad, mientras buscaba a la familia que te había adoptado. ¿Por qué tendría que buscarla? ¡Ni siquiera sé cómo se llama?

—Espero que hoy tengas suerte.

—¿¡Me estás escuchando!?

—Subestimas el poder combinado de la intuición femenina y de ser la hermana mayor —contestó Seika, riendo al ver que Seiya caminaba hacia la puerta, ruborizado—. No olvides que varios de los chicos del orfanato han venido a Tokio por tu cumpleaños. Quedamos en que yo me ocupo de los detalles de la fiesta y tú de los invitados.

—Claro, claro —dijo Seiya para salir del paso. Era otra de las cosas que se había olvidado. Menos mal que siempre quedaba en el mismo lugar con ellos—. En el restaurante chino, dentro de un par de horas, debo distraerlos hasta que llegue la tarde.

—Eso sería cierto si fuera mediodía. ¿No has visto la hora que es?

Seiya, que ya estaba al otro lado de la puerta, buscó con la vista el despertador. Se lo encontró a los pies del saco de boxeo, al menos una de las piezas.

Salió corriendo a la velocidad de la luz.

A través de los cinco sentidos, Jabu percibía el lugar en el que se encontraba como Tokio; el sexto, asociado con la percepción extrasensorial, tampoco le permitía distinguir aquel sueño de la realidad. Era una sensación extraña, había soñado en más ocasiones de las que podría contar, pero no recordaba ninguna experiencia tan real.

Al lado estaba el taciturno Orestes, observando todo con gran interés. Ifigenia frente a un edificio que Jabu recordaba demasiado bien, removía el aro plateado del que colgaban las llaves del Oneiroi, para más habitaciones que estrellas en el firmamento. No le sonaba que hubiese usado alguna de ellas, nada le venía a la mente después de la arena cayéndole sobre la cara. A partir de ahí, todo era confuso, como cuando empezaba a ser consciente de que estaba soñando a partir de la mitad del sueño.

—Hijos de las Estrellas. ¿Es aquí donde están tus hermanos? —preguntó Ifigenia, señalando el orfanato en el que Jabu, Seiya y otros hijos naturales de Mitsumasa Kido fueron reunidos por el magnate japonés—. ¿Ocurre algo?

—Es que es todo tan raro —dijo Jabu, rascándose la cabeza—. Para ser un sueño, parece tan real. ¡Ni siquiera sé cómo habrían sido nuestras vidas sin ella!

—Esto es un orfanato, ¿no? Donde la gente va a adoptar niños sin hogar.

—Eso lo resume muy bien.

—Entonces habrán sido adoptados, ¿no?

—Hasta ahí llego —refunfuñó Jabu, que mientras hablaba sopesaba la dificultad de la tarea que se había propuesto—. La pregunta es cómo saber qué familia adaptó a cada uno, dónde viven, cómo llegamos hasta ellos…

—Estoy segura de que los dioses nos serán propicios.

—Tú eres la guía.

—Aquí soy más bien una turista —replicó Ifigenia, dejando a Jabu boquiabierto—. Este lugar es importante, es el corazón del sueño, donde empezó.

Jabu asintió, sintiendo que aquello tenía lógica. El orfanato Hijos de las Estrellas era un punto de inflexión para ellos, separando una vida normal de un destino como santos de Atenea. Abrumado por la sensación, fue incapaz de imaginar los cambios que habían ocurrido en un mundo en el que todos hubiesen vivido ajenos a las Guerras Santas. ¿Seguía siendo Ikki un lobo solitario? Sin duda Shun habría conservado su bondad, fuera cual fuese la vida que le tocó vivir. ¿Y Seiya? Sin una misión como santo de Atenea, ¿se habría dedicado a buscar a su hermana?

—En verdad es casi indistinguible de la realidad –murmuró Orestes, sosteniendo entre sus dedos una hoja de árbol. Trató de partirla, sin éxito.

—Este mundo es inmutable para toda fuerza externa —apuntó Ifigenia. Pronto notó el interés que Orestes tenía sobre el tema, así que decidió continuar—: Cada sueño real es un mensaje divino, cualquier intento de cambiarlo implica pretender alterar la voluntad de un dios. Eso solo está al alcance de los dioses.

Esta vez, Jabu adoptó el papel de observador. Tenía curiosidad por saber qué impedía a Saori deshacer ella misma aquel sueño. ¿Estaba limitada, por ser una diosa encarnada en un cuerpo mortal? ¿Se habían opuesto a ello los dioses del Olimpo? Lo más seguro era que no lo sabría nunca. Tampoco quería, no podía imaginarse a Saori sacrificando las vidas de quienes tanto dieron por ella con tal de asegurar la paz que habían logrado. Ese tipo de decisiones, por lógicas que pareciesen, eran humanas, no divinas.

Había otra razón para estar pendiente de aquellas explicaciones que lograba entender a medias: Orestes. Desde el largo ascenso en el elevador del ascensor, había empezado a sentir que el micénico guardaba un interés excesivo sobre cómo funcionaba el reino de Morfeo. Ahora que el tema volvía a surgir, se le ocurrió que detrás de ese interés podía haber un motivo oculto, tal vez contrario a los deseos de la diosa Atenea.

—¿Ni siquiera Morfeo podría alterar este mundo? –preguntó Orestes.

—Los más célebres Oneiros, encargados de construir los sueños reales, no los alteran cuando participan en ellos como mensajeros de los dioses.

—¿Tampoco Hipnos?

—Los sueños reales están sujetos a las leyes que mi señor dictó mucho antes de que el primer hombre naciera. Representan un momento en el tiempo que un dios desea dar a conocer a algún mortal, deben ser una imagen fiel de la realidad.

—Entiendo. Cualquier cambio que ocurra en este lugar solo puede proceder de una parte del sueño —concluyó Orestes.

—Como lo soy yo ahora, ¿no? —terció Jabu—. Convertido en un sueño por el dios Hipnos, formo parte de este lugar y puedo intervenir en él.

—Exacto —dijo Ifigenia.

—Hace mucho que no me sentía tan impotente —musitó Orestes, al tiempo que posaba la mano sobre el hombro de Jabu—. Sois el único que puede cumplir la misión que nos ha traído hasta aquí, Unicornio, y el fracaso no es una opción.

—No me lo tienes que recordar —soltó algo molesto, dándole vueltas a la idea de que tal vez los dos no compartían una misma misión. Para Jabu, que en él estuviese la decisión final era un alivio—. ¿Habría sido todo tan difícil en un sueño falso? ¡Siento como si todos los obstáculos se debieran a que es un sueño real!

—Un sueño falso surge de la parte más profunda del ego del soñador, por debajo de la conciencia —dijo Orestes antes de que Ifigenia abriera la boca—. Manipularlo es manipular la mente, que es maleable a diferencia de la voluntad divina.

—En otras palabras, no habría sido necesario viajar hasta los dominios de Hipnos para liberar a mis hermanos —trató de adivinar. Le bastaron un par de segundos para acallar esos pensamientos inútiles—. No. El castigo que se les impuso es un sueño eterno. Sin el beneplácito de Hipnos, no habría un despertar nunca, solo sueño o muerte.

—Muerte en vida —corrigió Ifigenia—. Aunque los despertases, no podrían hablar, ni siquiera serían capaces de pensar. En el mejor de los casos, vivirían como animales.

La mirada de Ifigenia no era de advertencia, mucho menos del regocijo que otros sienten al hablar del inevitable castigo de los dioses a los que sirven. Era una mirada compasiva, triste incluso, sin una sonrisa iluminando el rostro, ahora apagado.

—La inmutabilidad de los sueños reales —logró pronunciar Ifigenia luego de trabarse tres veces con la palabreja—, no siempre es un obstáculo, hoy será tu ventaja. No tendremos que preocuparnos de los peores elementos del reino de Morfeo, que se adentran en sueños ajenos para tornarlos en pesadillas y después devorarlos. ¡Freddy Krueger no podría siquiera aplastar una hormiga en este mundo!

—¿Quién es Freddy Krueger? —preguntaron, a un tiempo, Jabu y Orestes.

—El villano de A Nightmare on Elm Street —contestó una voz femenina que no era la de Ifigenia. Jabu volteó, quedando perplejo al reconocerla.

—Seika.

Transcurrieron los diez minutos más extraños que Jabu recordaba haber vivido en los últimos años sin que pudiera articular una sola palabra. La hermana de Seiya, muy distinta a la taciturna muchacha sin memoria que encontró Marin en Rodorio, empezó a hablar sin razón aparente sobre las vidas de todos. Nada sobre un destino ominoso como defensores de la paz y la justicia en la Tierra, no eran más que un grupo de huérfanos, hijos de un magnate japonés que consideró apropiado enviar a cada uno a una familia pudiente en un país diferente. Seika debió pensar que eso molestaba a Jabu, porque enseguida dio la explicación que el viejo le dio en su lecho de muerte:

—Quería que cada uno de vosotros vierais una parte del mundo que tanto ansiaba redescubrir, también deseaba que vivieseis una infancia feliz.

Seika no tuvo que explicar la razón por la que ella no se incluía en esas palabras. Era evidente que Mitsumasa la había adoptado, así como en el mundo consciente el magnate no pensó en enviarla a uno de los campos de entrenamiento en que bien podría morir.

—No quería que nos peleáramos por el dinero, ¿eh? —susurró Jabu, para luego negar con la cabeza. No debía pensar en el pasado de este mundo, sino en la misión.

—¿Llevas más de diez años en Estados Unidos y nunca has visto la película? —preguntó Seika, regresando al principio de la conversación. A Jabu no le dio tiempo de contestar cuando la muchacha añadió—: ¿Con quién estabas hablando antes? Juraría que no había nadie. ¿Es un nuevo teléfono microscópico? ¿Y por qué llevas una caja de metal colgada en la espalda? ¿Es la nueva moda en Occidente?

—Demasiadas preguntas —dijo Jabu. Se alegraba de ver a la Seika optimista y vivaz del orfanato, pero empezaba a agobiarse. Y no es que le ayudara mucho saber que estaba en Tokio con la caja de Pandora colgando y dos compañeros invisibles. Tuvo que recordarse de nuevo que estaba en un sueño para no perder los estribos.

—No te entretengo más, estarás muriéndote de ganas de reencontrarte con mi hermano, ¿no? Se supone que debía estar en el restaurante hace rato, pero sigue siendo tan vago ahora como en el orfanato. Al menos el entrenamiento se lo toma en serio.

—¿Entrenamiento?

—Sí, sigue en eso del boxeo. Oye, debo irme, pero quiero pedirte que distraigas a Seiya, que no regrese a casa hasta que anochezca. Debes de ser de los pocos que ya está de camino, los demás deben estar apenas saliendo del aeropuerto. ¡Cuento contigo!

—¿Saliendo del aeropuerto?

—¿Todavía estás medio dormido? ¡Hoy Seiya alcanza la mayoría de edad! Creo que en Estados Unidos es distinto, pero en Japón cumplir 20 años es muy importante.

—Claro —dijo Jabu, que hasta ese momento no se había planteado qué día era—. ¿Por eso se reúnen todos los amigos de Seiya?

—¡Hablas como si tú no fueras uno de ellos! Mira, no te puedo adelantar mucho, solo te diré que quiero que este día sea inolvidable, a mi hermano estas fechas siempre lo ponen mal. Quiero que sepa que no está solo. ¡Y aún me quedan tantas cosas por preparar! Por favor, ayúdame a entretener a Seiya hasta la noche, pero traedlo sin falta. ¡No te vayas a escabullir! —advirtió, añadiendo una última cosa mientras ya salía corriendo—: ¡Si lo que tienes en esa caja es el regalo de cumpleaños, escóndelo antes de ir al restaurante!

Lo último que pudo oírse de la joven fue el nombre del local.

Así dejó Seika al determinado Jabu, perplejo, más consciente que nunca de las posibilidades de un mundo donde Mitsumasa Kido no llegó a encontrarse con Aioros. Donde Seika no había perdido la vitalidad y el optimismo, donde ningún hijo de Mitsumasa Kido murió fracasando en la prueba de la armadura. Donde todos, simple y llanamente, vivieron como personas normales.

Un mundo al que él tendría que poner fin.

—¿Cómo? —se preguntó Jabu en voz alta. No quería escuchar esas palabras viniendo de él, pero temía más a los pensamientos que podía engendrar el silencio que a la verdad—. ¿Cómo lograré que despierten? Seiya ha crecido con una hermana que lo quiere, sin el peso del mundo sobre sus hombros. Vivir aquí en este mundo es como vivir en el nuestro, no es como soñar. Sienten dolor, alegría, tristeza…

Todas las explicaciones que había recibido sobre lo que era un sueño real no podría siquiera compararlas a vivirlo. Cada segundo de ver, oír, oler y sentir aquel mundo separaba más y más su noción de lo que era real y lo que no. Poco a poco aceptaba la ciudad de Tokio en la que ahora se encontraba como el lugar donde nació.

—¿Cómo puedo convencer a alguien de que está soñando cuando ni yo mismo, siendo consciente de que esto es un sueño, lo acepto?

Sintiéndose superado, buscó apoyo en Orestes. ¡De algo tenía que servir el interés que el micénico profesaba por el reino de Morfeo!

Y, sin embargo, no fue Orestes quien le dio una respuesta, una opción.

—Matándolos —sentenció Ifigenia.

Notas del autor:

¡Muy buenas, Ulti_SG! Estoy seguro de que Hipnos habría agradecido tener tu resumen el día en que grabamos el capítulo, pero ha llovido mucho desde entonces y ahora debe de estar tomándose sus merecidas vacaciones en Hawai. El mundo del fanfiction es muy grande, cualquier personaje puede llegar a ser lo que sea, pero aquí quise adentrarme en el peligroso terreno de por qué unos lograron lo imposible y otros no. Y, lo más entretenido, cómo lidia con lo imposible quien es incapaz de crear milagros.

¡Bienvenida a esta historia, Shadir! Me alegra que te esté gustando. Como todos los lunes, aquí viene un nuevo capítulo.