Capítulo 52. Proyecto Edad de Hierro

En un cuarto apartado de la posada El Arca, un selecto grupo de personas observaba el evento en el que Ban de León Menor y Soma de León Negro se vieron envueltos. Las imágenes se sucedían, sin sonido, en el centro de la habitación, maravillando a Ludwig von Seisser, y sorprendiendo a Tokumaru Tatsumi, Akasha y Makoto, de cuyo cuerpo había salido la esfera que proyectaba las imágenes en el centro de la estancia.

El único que permanecía de pie, por supuesto, era Azrael. A la diestra de Akasha, enumeraba las cualidades del curioso armamento que estaban viendo.

Lupus, un cañón de riel capaz de disparar balas de gammanium a velocidades supersónicas, entre siete y veinte veces la velocidad del sonido; Andrómeda, piezas de gammanium unidas entre sí por corrientes electromagnéticas, un arma de extensión variable que despide un voltaje de entre diez mil y un millón de voltios, más que suficiente para un caballero negro; Musca, máquinas con forma de mosquito que contienen el Sandman, un somnífero desarrollado para adaptarse incluso al sistema inmunológico de quienes dominan el cosmos; Draco, lanza y escudo de gammanium; y finalmente Leo Minor, el collar de los espadachines, un arma sónica complementaria.

—¿Complementaria? —intervino Ludwig, interesado.

—Les aburriría explicando los efectos —dijo Azrael—. Sirve para causar malestar y confusión en el enemigo, convirtiéndolos en un blanco, en teoría, fácil. El gas que utilizamos en esta ocasión, junto a los visores Corvus, nos dio una victoria rápida, pero con quienes han desarrollado mejor sus sentidos y el manejo del cosmos ese tipo de estrategia sería inútil, ya que no dependen de la vista.

—Yo no veo ningún gas —se quejó Makoto, la cara larga descansando entre las manos.

—Eso es porque Kiki limpió la imagen antes de reproducirla. ¡Photoshop psíquico! —dijo Azrael, sin que nadie le riera la broma—. Bueno, ¿qué os parece? Este es el resultado del primer único proyecto militar de la Fundación, la Guardia de Acero.

—Esperaba más que un buen equipo, si he de ser sincero —declaró Tatsumi—. Los tres primeros miembros podían absorber la energía cósmica y reutilizarla de inmediato, capturar cualquier tipo de onda e incluso utilizar las ondas gravitacionales como protección. Dos bastaban para producir un huracán, ¿y el resultado final de este proyecto son balas, lanzas, látigos y mosquitos?

—Es cierto —aportó Ludwig—. ¿No había encontrado el profesor Asamori una fuente de energía virtualmente ilimitada, capaz de deformar el espacio?

—Un micro agujero negro creado artificialmente, contenido en un campo electromagnético —aclaró Azrael—. Se lo digo porque usted, señor Seisser, es parte de este proyecto, pero como comprenderá, no es algo que podamos permitir que apliquen otras naciones u empresas.

—Es por eso que los principales colaboradores del Centro de Investigación, pertenecientes a los Estados Unidos, abandonaron el proyecto en su fase final, cuando la Fundación era solo una empresa extranjera y no aliada del Santuario. ¿Cierto?

—Así es, Akasha —aceptó Tatsumi—. Sin embargo, y aun cuando entiendo que las riquezas del Santuario no pueden destinarse a este proyecto, esperaba que esa vieja relación se restableciera. Se avecina una guerra y a menor cantidad de hombres capaces, más partes del mundo quedarán desprotegidas.

—Precisamente —dijo Azrael, de nuevo invocando toda la atención del lugar—. Lo que podemos deducir de la invasión que sufrimos hace trece años, es que en esta Guerra Santa el Santuario no solo va a enfrentar a un pequeño grupo de guerreros con un inmenso poder, sino un ejército que viene del reino donde descansan todos los hombres que han muerto. ¿Cuántos enfrentaremos? ¿Millones?

—Dices que, al menos en este caso, cantidad prevalece sobre calidad —dedujo Ludwig.

—En promedio, el nivel alcanzado por los miembros de la Guardia de Acero debería bastar para la legión de Aqueronte. Esta es de hecho una innovación que debemos agradecer a la nieta del profesor Asamori. Con nuestra tecnología y recursos, era imposible reproducir los tres primeros casos exitosos, por lo que Tomomi Asamori decidió enfocar la investigación en herramientas de apoyo, defensa y ataque, antes que en la creación en masa de Santos de Acero que se esperaba al principio.

—Los santos no usamos pistolas —se quejó Makoto, mirando a Azrael con los ojos entornados—. Esos no eran santos.

—Aunque no lo sean, Makoto, no deben ser subestimados. Un disparo de Lupus puede perforar a través de cualquier material existente gracias a la velocidad y composición del proyectil. Roca, concreto, acero… Nada lo detiene.

—Prueba a dispararme con eso y veremos —masculló Makoto entre dientes.

—¿Dices que las balas están hechas de gammanium, no? —terció Tatsumi—. ¿No estás desperdiciando material valioso, asistente?

—Es desagradable decirlo —dijo Azrael, mirando de reojo a Akasha—, pero la lucha contra los caballeros negros nos ha dado acceso a grandes cantidades de gammanium. Y hemos podido reproducirlo.

—Eso es imposible —declaró Makoto, esta a vez a viva voz—. ¡Imposible!

—Lo llamamos gammanium artificial —continuó Azrael, sin hacerle caso—, a falta de un nombre mejor. En realidad, ya se habían hecho avances décadas atrás, con la investigación que el profesor Asamori realizó sobre el manto de Sagitario, partiendo de esa base y con el apoyo y consejo del maestro herrero de Jamir, Kiki, hemos podido emplear tecnología existente para reproducir el material del que están hechas las armaduras negras. De estas reproducciones proviene la mayor parte de las armas, armaduras y herramientas de la Guardia de Acero.

Aquella última explicación colmó la paciencia de Makoto por números enteros. Más que sorprenderse de que se levantara, alzando los puños, lo que extrañó a más de uno en la estancia es que no se abalanzara sobre Azrael en ese preciso instante.

—¿¡Os habéis atrevido a copiar los mantos sagrados, otorgados por Atenea!?

—Copia de la copia. En la actualidad es imposible reproducir un manto sagrado, sea de bronce, de plata o de oro. Solo contamos con el gammanium, y si a los santos les ha hecho tanto bien, es porque se combinó con el oricalco, el polvo de estrellas y la sangre de quienes han cultivado el cosmos. Tiene excelentes propiedades, claro. Mejor que el mejor acero y todo eso. Sin embargo, no es comparable con vuestras protecciones, en lo absoluto. Puedes estar tranquilo a ese respecto.

—Azrael —dijo Tatsumi—. La idea es que me convenzas de que la Guardia de Acero podrá proteger este mundo, no de que tranquilices al borracho de tu amigo.

—¿Por qué no lo detuviste? —cuestionó Makoto—. ¡Estamos repitiendo el pecado de los renegados de Reina Muerte!

—Te equivocas —dijo Akasha—. Quienes renegaron del pueblo Mu, dieron poder a quienes no lo merecían con el único fin de satisfacer sus sueños egoístas de poder, gloria y riqueza. Crearon falsos santos, contrarios a los ideales que nuestra orden ha perseguido todos estos milenios.

»Los miembros de la Guardia de Acero no son santos, ni caballeros; no poseen cosmos ni portan un manto sagrado, maldito o no. Son hombres con armas humanas, con el deseo de proteger el mundo en el que nacieron, el mundo en que morirán. Son nuestros herederos, Makoto, porque bien sabes que un día, la humanidad no podrá seguir contando con la protección del Santuario y la diosa. Un día, el bebé al que llamamos raza humana, deberá aprender a caminar por sí solo.

Cada intervención de la Guardia de Acero que Azrael mostraba al resto, gracias al poder de Kiki, era mejor que la anterior. Nuevas herramientas aparecían al son de las descripciones del asistente, y enseguida probaban su eficiencia contra toda sombra del Fénix que se les pusiera enfrente. Cuando un caballero negro estaba en el campo de batalla, la unidad en turno respondía con mayor número, y en palabras de Makoto, juego sucio. Era tal la coordinación entre todos los miembros, que ni siquiera enfrentando a dos caballeros negros llegaba a haber muertos, aunque sí heridos.

Una de las últimas representaciones recogió a quien parecía ser un miembro de élite de la Guardia. Su armadura y uniforme no tenían ningún adorno que los diferenciaran de los del resto, aparte de un nada práctico abrigo, pero cuando cinco caballeros negros atacaron al unísono contra su grupo, él se limitó a absorber la energía con algún aparato que guardaba bajo la manga, del que Azrael no dio detalles. Con el apoyo de una veintena de hombres, aquel sujeto sometió al enemigo sin tener que matar a nadie. Aquella batalla no se había dado hacía seis meses, sino en tiempos más recientes, cuando la alianza de Hybris y el Santuario era ya una certeza.

La razón por la que podían darse el lujo de derrotar caballeros negros sin matarlos era porque tenían el poder para destruir armaduras negras. O siendo más específicos, cortarlas con espadas con una facilidad pasmosa.

—Sumado a lo que ya he explicado sobre el material que compone las armaduras negras —dijo Azrael, percibiendo la duda en el público—, las hojas de esas armas resuenan a frecuencias altas en extremo. Al mero contacto con el filo o la punta, debilitan los enlaces moleculares de cualquier cosa, mejorando la capacidad de corte.

—Suena a idea de Kojima —dijo Tatsumi—. ¡Vaya! No creí que siguiera trabajando para los Asamori. Como suelen estar en desacuerdo.

La última imagen se deshizo poco después. Trece batallas, trece victorias. ¿Eficiencia total, o solo una buena selección? Tanto Makoto como Akasha eran conscientes de que no había en esos combates ni un solo oficial de Hybris, ni hablar de Hipólita y líderes como Adremmelech y Munin de Cuervo Negro. De no haber estado Gestahl Noah en el Santuario, negociando, la respuesta de los caballeros negros habría sido descomunal. Una matanza. Y estaba fuera de toda duda que no podían pactar nada con las fuerzas del Hades, el próximo enemigo con el que tendrían que lidiar.

—Hubiese preferido tener esos combates en vídeo —soltó Ludwig, alzando enseguida las manos a modo de disculpa—. ¡No es que crea que todo esto es falso!

—Es imposible grabar a un caballero negro. El gammanium interfiere con cualquier medio de captura de imágenes o sonido conocido por el hombre. Esto ha podido a ocurrir gracias a las habilidades sobrenaturales de uno de nuestros compañeros.

—¿Cuántos hombres tenéis? —preguntó Tatsumi, todavía receloso de todo aquello—. ¿Serán suficientes?

—Gracias al gammanium artificial, la producción en masa es posible. Sin embargo, debo ser sincero: no podemos crear soldados sobrehumanos de la nada; en realidad, solo hemos ampliado un poco el número de hombres capaces de proteger este mundo. Con el permiso del Sumo Pontífice, la Fundación podría armar a todo aquel que haya recibido entrenamiento como santo, como mínimo.

Azrael esbozó una sonrisa cómplice que nadie, a excepción de Akasha, pudo entender. Los siguientes minutos se gastaron en formalismos de despedida, pues Ludwig y Tatsumi estaban en Atenas por otros asuntos, más pacíficos. En un par de días se daría la reunión anual entre la Fundación y sus colaboradores, una alianza económico-social destinada a reparar los daños que las Guerras Santas provocaron en el mundo a finales del siglo XX. Si Kiki no les hubiese dicho que Akasha había despertado, estarían durmiendo a esas horas, para estar lúcidos en lo que sería una semana muy dura.

—Es un granuja, ese Kiki —se quejaba Tatsumi—. ¿Tantas prisas había?

—Existe la posibilidad de que esta sea la última vez que nos reunamos —contestó Akasha, causando preocupación en el japonés y su compañero, Ludwig, que mantenía una charla sobre armas con Azrael—. Si eso fuera así, deberás ocuparte tú de vender el proyecto al Sumo Sacerdote. Te recibirá. Estoy seguro de ello.

—No me asustes —dijo Tatsumi—. En el poco tiempo en que me cuidaste las espaldas te tomé aprecio, incluso si solo era para guardar las apariencias ante el Santuario mientras poníamos en marcha el proyecto. Si necesitas ayuda, me lo puedes decir.

—Más bien, quiero darte un consejo, mi buen amigo.

Fuera lo que fuese lo que iba a decirle, Makoto no quiso oírlo. Salió de la habitación con prisa, solo para terminar paralizado en el pasillo del último piso de la posada, desocupado hasta donde sabía. En esa posición vio cómo Ludwig se marchaba, no sin darle otra vez las gracias, y luego también despidió a Tatsumi, que estaba muy serio.

Contó hasta sesenta, escuchando los pasos de aquellos dos a través de las escaleras. Ya tenían bastante con la escenita con Gestahl Noah como para tragar con otra rencilla que no les concernía. Una vez estuvo seguro de que estaban lejos, llamó a Azrael.

—¿Qué ocurre?

—Cierra la puerta —pidió Makoto.

Sin hacer preguntas, Azrael obedeció, levantando una barrera entre él y Akasha, que sin duda acudiría en su ayuda si lo viera en aprietos. Makoto no podía lidiar con los dos, no en el estado en el que estaba desde luego. Los problemas, mejor que fueran uno a uno.

—Arriesgo mi cuello para salvarla, ¿y a ti solo se te ocurre crear a los caballeros negros Made in China? ¿Con el permiso del Sumo Sacerdote, dices? ¡El Santuario no tolerará esto! ¡No lo hará porque sabrán que es otra de tus locuras!

—Baja la voz —dijo Azrael, con el conocido gesto del silencio—. Incluso si el posadero es un buen amigo de la Fundación, no es sensato correr riesgos. Ya es suficiente con que Ludwig von Seisser y Gestahl Noah sean parte del proyecto.

—Conoces a Gestahl Noah…

—Sí, lo vimos poco antes de tu llegada. Escúchame, Makoto, hazlo y no me respondas hoy, piensa en ello antes, consúltalo con la almohada si quieres. —Azrael esperó confirmación antes de seguir—. Ni la señorita ni yo ideamos este proyecto. Solo continuamos algo que inició hace más de treinta años.

—Cuando Sa… —Makoto se tapó la boca a tiempo, sabedor de que iba a hablar de más, como siempre—. Entiendo. Aun así, no puedo aprobarlo, ni ahora, ni mañana; esto va contra todo en lo que creo, y sé que no va a acabar bien. Yo… No puedo ayudaros más si seguís por este camino… Que Su Santidad decida.

De nuevo Azrael sonrió, cómplice. Aunque la sonrisa, apenas perceptible, duró menos de un segundo, Makoto pudo captar tan sugerente gesto.

«¿Por qué está tan confiado? —se preguntó, extrañado—. Debería estar triste, o furioso… ¿Acaso el Juez pudo salvar a Akasha?»

Iba a preguntárselo, sin rodeos, cuando se encontró con algo de similar rareza.

—¿Qué haces? —Azrael tenía la llave de la habitación en la mano.

—Es tarde y ha sido un día agotador. La señorita querrá descansar.

—Sí, los santos también dormimos —dijo Makoto, sarcástico—. En nuestra propia cama, siempre que nos sea posible.

—Así es.

—No sé si me explico —insistió Makoto—. Por lo que vi, esa habitación es individual. Solo tiene una cama. Y un cuarto de baño, con una única bañera. —Azrael asentía frente a cada frase sin entender el punto, para desesperación del santo—. ¿Se supone que Akasha y tú…? Dioses, ¿no podrías escoger otra habitación?

—¿Y quién asistiría a la señorita mientras tanto? —dijo Azrael, a las claras reacio a semejante idea—. No puedo hacerlo, sobre todo ahora.

—Entiendo que eres su asistente y todo eso, pero Akasha es una… y tiene… Necesita algo de intimidad… ¿Cierto? ¿O acaso duermen juntos?

—Yo no duermo. Como asistente, pruebo los alimentos y bebidas que comerá y beberá; vigilo su sueño, preparo su baño, la protejo. Y para hacer todo eso, vivimos bajo el mismo techo, siempre.

—¿Y se bañan… juntos?

De solo hablar de tales cosas, a Makoto se le subían los colores. No tenía que preguntar, no había necesidad, y sin embargo lo hacía.

—Claro que no. ¿Cómo iba a vigilar si hiciera a eso?

—Tú… —Makoto casi tenía que morderse la lengua para no gritar, y lo único que le impedía golpear a Azrael, era la posibilidad de que sus respuestas fueran fruto de una improbable ingenuidad, y no de que le estuviera tomando el pelo—. Tú… deberías… buscarte una novia… ¡O casarte, o algo!

—Si la señorita creyera que necesito casarme, seguro que me lo habría dicho. ¿Sabes por qué, Makoto? Porque ella es buena. Aprecia a sus compañeros, incluso cuando no es recíproco. Sería una gran… Olvídalo. ¡Buenas noches!

Y así, fuera porque Azrael entró a la habitación de inmediato, fuera porque Makoto se quedó un largo rato sin poder hablar, boquiabierto, terminó la conversación. El santo de Mosca estaba rojo como un tomate, en parte por la vergüenza, en parte por el enojo creciente. Sin pretenderlo, se vio rodeado de un aura cósmica.

—Eso… fue… ¡A propósito!

La tensión de lo ocurrido en el hospital, la preocupación por el destino de Akasha, la confusa aventura en la que le metió Kiki, el miedo por lo que hacía y la irritación que le producía toda aquella herejía de la Guardia de Acero y, en general, las locuras de Azrael, se mezclaron en un estallido de emociones. No pudo controlarse, pateó la puerta con la fuerza de un santo de Atenea, volándola en pedazos.

—Lo siento. De verdad, lo siento. ¡Lo siento mucho!

No solo la habitación se había quedado sin puerta, sino que el marco y parte del modesto mobiliario era ahora un montón de astillas. De milagro el ataque no alcanzó a Azrael, quien de nuevo estaba cerca de Akasha.

La santa de Virgo miraba a Makoto con la cabeza ladeada y la reacción oculta bajo la máscara de oro. ¿Estaba perpleja? ¿Molesta? ¿Tal vez le divertía ver a Makoto comportándose como un niño? Era imposible saberlo. Por el contrario, Azrael era un libro abierto: atónito, parecía haber olvidado que podía parpadear y cerrar la boca.

—¡Cásate de una vez! —gritó Makoto antes de salir de ese pasillo en el que tantas cosas molestas habían sucedido.

Notas del autor:

Shadir. Ah, sí, desde luego, lo que no le pase a Makoto no le pasa a nadie. Pero él sobrevive, de algún modo, capeando la tormenta como todo un santo de Atenea.