Capítulo 55. Tiempo de actuar
Gracias al Ojo de las Greas, Akasha pudo ser testigo la reunión de Altar Negro y Caronte gracias a un espía inesperado: Shun de Andrómeda, quien se hospedaba en El Arca durante el ataque, no se había quedado ocioso, sino que apoyándose en las míticas cadenas que pendían de sus brazos logró seguir al par hasta nada menos que la fortaleza de Hybris. Aun si no podía entrar, debido a una última e infranqueable barrera, sí que podía ver y oír lo que acontecía allí. Para Akasha era inconcebible el auto-control con el que el legendario santo de bronce cumplía su misión, sin dar siquiera muestras de que desease intervenir allí donde se hallaba el mayor enemigo del Santuario.
Oyó con especial claridad la amenaza de Caronte. La posibilidad de formar una alianza había sido anulada por completo, aunque eso poco importaba. «Solo a una servimos de entre los inmortales.» Así habló el Sumo Sacerdote trece años atrás y así debía seguir pensando; si entonces hubiese tenido algún atisbo de duda, no habría permitido la muerte de tantos fieles a Atenea. Si de algo estaba segura Akasha, era de eso, de que quien fue escogido como líder por la diosa de la guerra y la sabiduría nunca tomaría decisiones precipitadas, incluso si eso lo mantuvo alejado del Santuario y tan elevado puesto durante los primeros años, la caótica era de Jaki e Hipólita.
Las reflexiones de Akasha se vieron interrumpidas por un nuevo sonido, tras el largo minuto que sucedió a la desaparición de Caronte.
—Eso es lo que viste, ¿eh? Siento diferir, pero es que nunca he visto a los santos de Atenea perder una guerra. No puedo tomar en serio tu amenaza, Ilión. ¿Tú qué opinas, Andrómeda? —preguntó Gestahl, mirando al lugar en el que se hallaba Shun.
El santo de bronce hizo un intento de atravesar el velo que lo separaba de la plataforma, sin éxito. El líder de Hybris movió la cabeza en señal de negación.
—Pienso que usted nos ha ocultado información.
—Sabéis que trabajo para el mismo dios que Orestes de la Corona Boreal, el resto lo ha deducido vuestro Sumo Sacerdote, si es la mitad de inteligente de lo que cree —aseguró Gestahl—. ¿Qué podría haber ocultado a los héroes que salvaron el mundo?
Shun no se dejó provocar por el tono irónico de Altar Negro.
—¿De qué conoce a Caronte de Plutón, es decir, Ilión?
—Es una historia larga —contestó Gestahl, extendiendo la última palabra y con las manos extendidas a los lados—. Y vosotros, héroes de leyenda, tenéis una guerra que ganar. Quédate con la idea de que el enemigo de tu enemigo, es tu amigo, porque eso somos Caronte y yo, enemigos, desde el mismo día en que nació.
—¿Quién eres tú?
La respuesta a la última pregunta de Shun fue una simple sonrisa. Por un instante fugaz, la suave curva de un ángel de seis alas que sustituyó a Gestahl Noah, para luego convertirse en una boca muy abierta que enseñaba todos los dientes. Ya no estaba frente a él Altar Negro, sino la mujer más extraña que Shun hubiese visto: de pelo blanco como la nieve, ojos ambarinos, orejas puntiagudas y una insólita piel azul, se veía como un cruce entre telquín y ninfa propio de los antiguos mitos, lo que hacía todavía más extraño que vistiera las ropas de empresario de Gestahl Noah.
—Si quiere concertar una reunión, tenemos un hueco después del fin del mundo —dijo la chica con voz animosa—. ¡En este viaje le atenderá Sephiria de Libra!
El grito se elevó más allá de los límites tolerables, obligando a Shun a alzar una barrera con la cadena rodante para bloquear el sonido. De nada sirvió. Había poder en las palabras de la criatura, un poder semejante al del Sumo Sacerdote, ante el que el espacio-tiempo no podía hacer otra cosa que rendirse.
De un momento para otro, Shun acabó cayendo en medio del mar Egeo.
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—¿Qué es lo que he visto, Su Santidad? —dijo Akasha.
—Lo mismo que yo —contestó el Sumo Sacerdote, quien por primera vez compartió el don del Ojo de las Greas gracias a la telepatía—. Se ha hablado de muchas cosas estos meses, en especial del verdadero objetivo de Gestahl Noah.
La santa de Virgo, comprendiendo la gravedad de tales hechos, tuvo que hacer esfuerzos para no dejarse caer.
—¡He sido una estúpida!
—No más que yo. Llegué tarde y ahora hemos perdido el arma más poderosa que teníamos para acabar con esta guerra.
Aun estando presente Arthur de Libra, quien había cargado en solitario contra Caronte de Plutón, nadie en la estancia se atrevió a dudar de las palabras del Sumo Sacerdote. En particular Kiki, testigo de la breve discusión entre su hija y el enemigo.
—Es irónico —habló el maestro herrero de Jamir—, por fin sabemos por qué la voz de Lucile era tan especial. No podía ser cosa mía, ¿cierto? Cuando empleé mis poderes psíquicos para expandir la mente de Akasha, no tuve resultados tan increíbles —recordó, dirigiendo a la santa de Virgo una mirada llena de culpa; que la joven negara con la cabeza, restándole importancia, no bastó para aliviarla—. Tampoco Nenya y Fjalar, mis discípulos, escaparon de mis expectativas. Ni Ethel… —La culpa se intensificó, convirtiéndose en una mueca de dolor que solo podía compartir con una en aquella sala; esta vez, Akasha se acercó a él, poniéndole la mano en el hombro—. Gracias, hija. Disculpadme el resto, quiero decir algo importante. No sé si Lucile no me lo dijo por orgullo o porque es hasta este momento que lo entendió, pero hoy he descubierto que la voz de Lucile proviene de la misma fuente que el poder de los Astra Planeta. Por eso puede someter a cualquier mortal, aun a quienes son más poderosos que ella, del modo que desee. El día en que fui a visitarla y le abrí las puertas hacia ese poder llevó la corrupción que había en mi mente desde que contacté la Esfera de Plutón, en mi lucha contra Caronte hace trece años. ¡Heredó, de forma indirecta, el poder de un Astra Planeta! Un poder que supera al de un santo de oro, como hoy hemos visto.
Terminó la explicación dejando caer los hombros, acaso buscando el perdón de quien ahora estaba en manos de Minwu de Copa. Sentía haberle fallado.
—Si se me permite decirlo —terció Arthur de Libra—, Lucile no es la clase de persona que obtiene poder por una cuestión de azar, es demasiado lista para eso.
—No comprendo —dijo Kiki, extrañado.
—¿Crees que le echaste una maldición a una joven talentosa? ¿Una maldición que Caronte ha liberado esta noche? Olvídalo —ordenó Arthur—. Si Lucile ha podido usar ese poder estos años es porque solo ella podría. Cualquier otro, incluso el discípulo de Mu de Aries, entrenado para sucederle, habría colapsado bajo esa presión. Lucile convirtió tu condena en música y dio con ello paz a su maestro y a los futuros hijos que tendría. Demasiados, pienso yo.
La última pulla iluminó el rostro alicaído del maestro herrero de Jamir. Porque era algo más que un discurso para animarlo, era algo que podía creerse. Lucile era así.
—Siempre fue demasiado lista —dijo Akasha de repente.
—La tercera persona más lista del Santuario —concedió Arthur—. No obstante, hoy fue imprudente, pienso que para protegerte, hermanita. Así que solo nos queda sacar algo bueno de la situación: si Caronte se apuró en dejarla sin voz, saltándose la tregua que nos concedió, es porque teme ese poder. Podría ser nuestra carta del triunfo, no para devolver las huestes de Hades al descanso eterno, sino para dejar a Caronte, probable general de las mismas, a merced de nuestro poder combinado.
Una vez aclarado la cuestión de Lucile, Akasha escuchó de boca de Arthur y el Sumo Sacerdote todo lo que sabían de la relación de Gestahl Noah y Orestes. Hasta Kiki dijo algunas cosas interesantes, revelando que el líder de los caballeros negros ya se había acercado a él antes de la invasión de Caronte, siendo quien les proveyó de gammanium para la guardia esa dura noche. Fue claro para todos que cada uno había buscado la alianza de los ejércitos de Atenea y Poseidón con las de aquel dios sin nombre, ajeno a la mitología conocida, que llamaban sin más como el Hijo. Uno mediante la manipulación, el otro a través de un abierto ofrecimiento de ayuda.
La ira que Akasha sintió hacia ese hombre, y más aún hacia sí misma, se fue diluyendo. La amenaza de Caronte era inminente, al punto que atacaría después de que acabara el plazo dado por los Campeones de Hades en Alemania. El Sumo Sacerdote no tuvo problema en revelar también aquel asunto, así como acusar sin sutilezas a Arthur de negligencia, por negarse a tomar acción hasta que tomara una decisión respecto al destino de Akasha. Con todos los datos a la vista de los reunidos, el curso de la conversación pronto retomó el primer y más valioso aporte del Ojo de las Greas: la trascripción de una conversación entre el Barquero y la fallecida Geist, en la que el primero exponía parte de los planes que el Hades tenía para la Tierra.
—Si todo esto está relacionado, los Campeones del Hades serán los generales del ejército del inframundo, con Caronte de Plutón como máximo dirigente.
Tal fue la conclusión del Sumo Sacerdote, a la que Arthur solo añadió una opinión.
—Si no puede tener al Santuario como aliado, ¿por qué no el inframundo, a donde todos los hombres iremos tarde o temprano? Muy astuto.
—Siempre fue previsor —recordó el Sumo Sacerdote—. Por eso debemos prepararnos lo antes posible, no sea que también desee romper esta nueva tregua que nos dio.
Los santos de oro presentes —Akasha, Arthur y Triela—, se acercaron al líder esperando órdenes, pero fue a Kiki y Azrael a quienes se dirigió.
—En primer lugar, quiero que mandes un mensaje a todos los santos de Atenea para que se reúnan en el Santuario este mismo día. Los de bronce y de plata tendrán hasta el mediodía para personarse a los pies de la montaña junto a cualquier guardia que no esté destinado a Rodorio; los de oro, deben presentarse ante mí de inmediato, en la Torre del Reloj. Solo el guardián del primer templo queda liberado de esta exigencia.
—¿Por qué el Ermitaño puede saltarse una norma que es para todos? —cuestionó Kiki.
—No tengo tiempo para esto —dijo el Sumo Sacerdote con impaciencia. A la vez que hablaba, el maestro herrero de Jamir se vio envuelto en la misma distorsión espacio-temporal que transportó a Lucile fuera del recinto, al inicio de la reunión. No había terminado de desaparecer cuando dirigió la atención a Azrael—. ¿Tus dolores…?
—No han vuelto —informó Azrael—. Mi cabeza está operativa.
—Mis pupilos tienen algo que contarme sobre esto —dijo el Sumo Sacerdote, mirándolos—, pero tendrá que esperar. Quiero que movilices la Guardia de Acero a Bluegrad en no más de tres días. No pienso dar el gusto al rey Bolverk de ser yo quien inicie las hostilidades, como no se lo di a Caronte, sin embargo, tampoco deseo que un viejo amigo y aliado se vea desprotegido. ¿Tienes algún problema?
Bajo la mirada del Sumo Sacerdote y el Juez, Azrael solo pudo evitar que Akasha fuera implicada en lo que ambos ya parecían saber. Los nervios, por otra parte, se le notaban demasiado. Habían pasado demasiadas cosas esa noche.
—Conocéis el proyecto Edad de Hierro.
—Si crees que puedes rascarte la nariz en Grecia sin que yo lo sepa, eres un ingenuo, Azrael —contestó el Sumo Sacerdote, a sabiendas de que no era una pregunta—. Estaba al tanto, Akasha se limitó a confirmármelo hace unas horas.
—Comprendo —dijo Azrael—. Se hará como usted ordene, Su Santidad, pero si me lo permite, hay otra zona que la señorita y yo creemos que debe ser vigilada. —El Sumo Sacerdote asintió, permitiéndole continuar—- Se trata de la torre que se eleva en tierra de nadie, a mil kilómetros del monte Lu —dijo Azrael—. Si las fuerzas del Hades rompen ese sello, la guerra que se avecina sería aun peor.
—Comprendo. Arréglalo como puedas —ordenó el Sumo Sacerdote, transportando en ese mismo momento a Azrael al Centro de Investigación del profesor Asamori. El pobre asistente no tuvo tiempo ni de despedirse de Akasha.
De ese modo, la movilización de los santos y la Guardia de Acero se ponía en marcha, siendo claro que Bluegrad y la frontera occidental de China serían campos de batalla en unos días, junto a Alemania. Por mucho que el Sumo Sacerdote quisiera esperar hasta el último minuto, era claro para Akasha que en el momento en que el rey Bolverk pusiera un pie fuera del castillo Heinstein se encontraría con un grupo de asalto dirigido por Arthur, con el objetivo de cortar la cabeza del ejército antes de que iniciara la guerra.
—Tres frentes suena más simple que siete pilares, ¿no lo crees? —preguntó el Sumo Sacerdote, en un impensable tono de ironía—. Espero que sean solo tres…
De inmediato, la excepción que suponía el santo de Aries a la llamada general de todo el ejército de Atenea cobró importancia. ¿Podía ser que estuviese investigando algo?
—Aqueronte se manifestó aquí, Cocito en Bluegrad y Flegetonte en Alemania.
—No, Reina Muerte no ha reaparecido, hermanita.
—Dejemos el asunto de Leteo al Ermitaño —cortó el Sumo Sacerdote—. Ahora me interesan dos cosas: la inmediata recuperación de Lucile y tu destino, Akasha. Como comprenderás, ya no puedo enviarte al cabo de Sunion… —aclaró, ladeando la cabeza hacia Arthur—. Necesito a todos los santos de oro para la operación que he diseñado.
—Al respecto de mi destino, solo puedo confiar en Su Santidad, el maestro a quien admiro y respeto —dijo Akasha de inmediato, con una templanza que debía ser inesperada para aquellos dos, considerando la manera en que Azrael fue empujado a realizar sus deberes. Tal había sido la forma en que había sido educada, para ser algo más que la joven que velaba por la seguridad de su asistente, para ser Akasha de Virgo, defensora de la Tierra y la humanidad—. Pero sobre Lucile, creo que hay una alternativa a la Fuente de Atenea, si esta no pudiera reparar el daño.
—¿Qué alternativa? —dijeron al tiempo Arthur y el Sumo Sacerdote, extrañados.
Akasha no los culpaba. La sola idea le parecería absurda en otras circunstancias.
—El mismo que me libró del Lamento de Cocito, el mago Oribarkon, podría ayudar a Lucile —afirmó, dirigiéndose luego hacia Triela, la veloz y eficiente santa de Sagitario—. ¿Podrías dar un mensaje a Orestes de la Corona Boreal?
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Los empleados y huéspedes de El Arca habían caído en un mágico y conveniente sueño a la vez que el edificio era arrancado de su natural posición, primero por el Advenimiento de Erebus y luego por la Otra Dimensión. Los hombres del exterior estaban bajo otra clase de hechizo, pues una ilusión indistinguible de la realidad había ocupado el lugar del edificio mientras el original terminaba de estabilizarse. Aun tratándose del Sumo Sacerdote, antaño Kanon de Géminis, las prisas no eran aconsejables cuando se estaba restaurando una posada llena de gente.
De la zona, solo los santos se mantuvieron conscientes. Mientras paseaba de un lado a otro, Makoto se preguntaba si el Sumo Sacerdote también habría dormido a Azrael.
«Eso le enseñaría a no jugar con cosas que no entiende.»
June de Camaleón permanecía de pie frente al posadero, que descansaba en el recibidor. Armada para la batalla, con la máscara siempre cubriéndole el rostro, nadie diría que acababa de salir de una cena con su amado.
—No entiendo por qué la sigue llevando —se atrevió a decir Makoto—. ¿No es un hecho que usted y el señor Shun son pareja?
«De nuevo hablando de más —pensó enseguida, sonrojado—. No, no es propio de mí. El que cuestiona las tradiciones sin parar es Azrael.»
—Para Shun, soy una mujer que ama y desea ser amada —dijo June de pronto, sobresaltándole—. Para el resto, sigo siendo una santa de Atenea, dispuesta a luchar por la salvación de este mundo como todos mis compañeros.
—Pero no debía ser así esta noche. Tenían una mesa para ustedes solos, apartados del mundo. Quizá la última cena que podrán compartir. No debí molestarles.
—¿Eso crees? —June se le acercó con pasos lentos y tranquilos—. No es posible que tengas tan poca fe en nosotros. ¿No fue Seiya quién te inspiró?
—Desde que me infiltré en Hybris han pasado demasiadas cosas, la mayoría malas. Estamos enfrentados unos con otros, compitiendo división contra división. El Sumo Sacerdote nos ha convertido en exiliados y Akasha es ahora una condenada a muerte. El Santuario no está bien, simplemente no está bien. ¿Cómo tener fe en estas circunstancias? ¿Dónde están los héroes como Seiya, que solo seguían adelante? Sé que siempre digo lo mismo, pero es que nada cambia. Lo que atacó la posada…. ¿Es Caronte, verdad? Es… demasiado… Sentí que mi alma… Caronte, cuando lo enfrentamos, éramos un ejército unido contra una sola legión y acabamos diezmados. ¿Qué ocurrirá ahora? ¿Nos destruiremos los unos a los otros mientras él mira?
Solo paró de hablar cuando se dio cuenta de qué voz estaba escuchando, la de un chico asustado que se limpiaba unas tímidas lágrimas con la mano vendada. Era ridículo.
—¿Todavía te parece gracioso? —dijo June de repente.
Makoto no entendía nada de nada, salvo que no podía estar burlándose de él.
—¿A qué se refiere, señorita June?
—A mi forma de comer con la máscara puesta. Creías que te íbamos a poner una venda, hasta bromeaste con que Azrael te echaría pimienta en los ojos. No hizo falta, porque puedo comer sin que me vean el rostro.
—Es que usted es una santa de bronce y yo… ¡Ay, dioses! —exclamó Makoto, tapándose la boca—. Juro que no pretendía ofender.
—¿Cómo podría ofenderme con la verdad? —dijo June—. Eres un santo de plata, uno muy fuerte. No dudo que seas más rápido que yo. Luchaste con Hipólita.
—Y usted luchó contra la legión de Leteo —apuntó Makoto, rememorando la única conversación que pudieron tener antes de que iniciara el ataque. De cómo Shun había tratado a la santa de Camaleón en persona, sin siquiera consultarlo con el Santuario—. Los dos somos santos de Atenea.
—Cada uno con habilidades únicas. ¿Qué te parece si tú me ayudas a mejorar mis reflejos y a cambio yo te enseño a comer tan rápido que nadie pueda verte? Es una cuestión de habilidad, no de ser rápido, puede que te ayude en el combate.
—¡Me encantaría, señorita June! Quiero decir, si al señor Shun no le molesta, claro.
—¿A mi afable compañero, que sueña con ser doctor en una época de paz? ¡Por supuesto que amará tratar mis heridas más veces!
Una vez más, Makoto se sonrojó, a lo que la santa de Camaleón estalló en una carcajada contagiosa que hizo reír a su compañero de plata. Las preocupaciones, poco a poco, fueron apartándose del aquel recinto en el que todos dormían.
Un temblor indicó que El Arca volvía a ser parte del plano físico del que Caronte lo había arrancado durante aquel ataque inesperado. Al tiempo, una luz bajó por las escaleras hasta el recibidor, donde Makoto y June la veían con extrañeza.
La estela tomó la forma de Triela junto a la salida, al tiempo que un segundo sujeto aparecía. No se había teletransportado, había estado allí todo el tiempo, protegiendo la posada mientras que Akasha se ocupaba de mantener a salvo las vidas sencillas de la gente con un sueño reparador. Pero para Makoto, un novato en los secretos del cosmos si se comparaba a quienes dominaban el sentido que trasciende a los primeros seis, la ilusión bajo la que Orestes de la Corona Boreal estuvo oculto era indistinguible de la realidad. Tal era el dominio que el siervo del Hijo tenía sobre la luz.
Como era su costumbre, Triela dio un mensaje rápido y se largó a toda velocidad, indiferente a quienes la estuviesen mirando. No fue arriba de nuevo, sino que salió de la posada por razones que Makoto y June no tardaron en entender.
—A todos los santos de Atenea en Grecia, el Sumo Sacerdote exige vuestra presencia en el Santuario en el mediodía —oyeron Makoto y June en sus mentes—. Repito: se exige vuestra presencia en el Santuario en el mediodía.
Con eso quedaba todo claro, incluso si faltaba la declaración oficial, a la que a buen seguro asistirían. La guerra había empezado. Era el momento de luchar.
—Iré arriba —dijo June—. Su Santidad debe saber a dónde ha ido Shun.
—Yo también debería —asintió Makoto—. Es mi deber impedir que Azrael haga locuras en momentos como este. ¡Espera un momento!
Juntando las manos y bajando la cabeza, el santo de plata logró convencer a June y corrió hacia Orestes, quien también salía de la posada a cumplir alguna misión que Triela le había encargado. ¿Qué misión? ¿Por qué ese sujeto, que por años había visto como una estatua, ahora trabaja para el Santuario como si nada? Todo eso no le importó en ese momento. Estaba acostumbrado a una vida que no podía entender.
—Fuiste tú, ¿verdad? —dijo Makoto—. Tú me salvaste de Gestahl Noah.
—El Hilo de Ariadna existe para salvar vidas —dijo Orestes a modo de explicación—. Debéis avisarme cuando esto ocurra. Gestahl Noah no debe hacer nada que rompa la alianza que hay entre las fuerzas defensoras de este planeta. Yo me encargaré de que así sea, como siervo del Hijo que debe velar por su…
No completó la frase.
—¿Por su…? —dijo Makoto.
—No me hagáis caso —contestó Orestes antes de marcharse.
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Tal y como Akasha previó, Orestes pudo contactar sin problemas a Oribarkon a través de Gestahl Noah, formalizando una cita entre el telquín y Lucile de Leo, con Arthur de Libra como testigo. Ya que el caballero de la Corona Boreal y la sombra de Altar tenían un ejército que movilizar según los intereses del Santuario, Oribarkon había venido solo a esa reunión. Por eso se le concedió escoger dónde se daría la reunión y cuánto tiempo les concedería. Después de todo, tenía mucho trabajo esos días. Debía armar a todos los caballeros negros con las armaduras más resistentes que pudieran crearse.
A Lucile le gustó tanto la idea de Akasha, que no quiso posponer la prueba ni siquiera en lo que Minwu tardaba en examinarla. Ella y Arthur, de hecho pasaron a través de un portal hasta el particular punto de encuentro escogido por Oribarkon.
Las misteriosas tumbas bajo los terrenos de la Torre del Reloj.
—Bienvenidos, herederos de Hashmal, Señor de la Guerra y Éxodo, el Sidéreo —saludó Oribarkon—. ¿Qué puedo hacer por vosotros, si puede saberse?
Notas del autor:
Karel00. Desde luego que Caronte no es muy de convencionalismos, aunque ya llevaba reservándose esto desde el epílogo del pasado arco, cuando se abrió el ánfora de Atenea. Sobre cómo se relaciona el grupo de Bolverk en todo este asunto, no puedo decir nada, salvo animarte a que sigas leyendo.
Sí, creo que el único que no he nombrado ha sido el santo de Aries.
Creo que has entendido bien el origen de los misteriosos poderes de Lucile. Sí, es la más débil, no podía tener una habilidad tan rota y encima ser poderosísima. Me alegro que te guste el personaje, yo disfruto mucho escribiéndola.
Una comparación acertada. Aunque todos son santos de oro, siempre hay uno que destaca y ese es Arthur, cuya fuerza excede el poder de las armas de Libra pero habría que ver cómo le va contra el arma más poderosa del Santuario. La cabeza de Seiya. Oh, sí, Caronte es bastante fuerte, tiene que serlo para que los santos de oros vayan más allá del ideal del uno contra uno y cooperen. Lo admito, me gusta verlos trabajando en equipo y me alegra que esté gustando también. También debemos alegrarnos porque Akasha priorizara a los inocentes por sobre la venganza. Quizá Azrael no mentía cuando decía a Makoto, Perdición de Puertas, que era una buena persona.
Sé que hay una historia de Saint Seiya sobre la Guerra de Troya, pero no la he leído, así que me declaro inocente de cualquier similitud que haya, aunque no lo creo. ¿Endgame de los mitos griegos? ¡Curiosa comparación! Acertada, considerando que a diferencia del viaje de Jasón, no solo involucró a multitud de héroes, sino también a los dioses. No eres el primero que me dice que el nombre verdadero de Caronte le queda mejor; ocurre que los Astra Planeta tienen de antiguo un nombre como tales, aparte del propio. Es un detalle particular de su orden sagrada, como tener un nombre religioso.
Se necesita de todo un poco. Capítulos de acción, capítulos de avance de la trama y capítulos algo más personales. Comprobé el documento y solo aparece una vez ese verbo. En FFnet, sin embargo, el capítulo salía deformado. Palabras que desaparecían y verbos de decir en mayúscula. Subí de nuevo el capítulo y creo que está bien ahora.
Pues se acabó la espera, ya es lunes y ya hay capítulo. ¡Que lo disfrutes!
Shadir. Ah, Lucile de Leo, parecía que nadie podía con ella y de pronto descubrimos una vez más que siempre hay alguien más peligroso. La guerra prometida está a la vuelta de la esquina, por así decirlo, y a nuestros héroes solo les queda prepararse. ¿Podrán mantenerse firmes frente a la tormenta?
