Capítulo 56. Reunión dorada
En el interior de la Torre de Reloj, todo era oscuridad.
Akasha de Virgo permanecía en el centro, vestida con una sencilla y holgada túnica en lugar del uniforme militar que había llevado los últimos dos años de exilio. Alrededor de ella, ocho figuras la escrutaban desde las tinieblas que ni los dorados mantos que llevaban podían disipar. Así lo imponía el Sumo Sacerdote, también cubierto en esta ocasión por el manto de Géminis, un detalle que no era en absoluto banal.
—Bienvenidos, hermanos de oro —saludó Kanon a la audiencia—. Me complace que hayáis venido sin que fuera necesaria una segunda convocación. Hoy…
—Faltan la Bruja y el Juez —interrumpió la voz aguda de un anciano risueño, el único entre los doce que usaba tan despectivo sobrenombre a la guardiana del quinto templo, en lugar del más habitual Leona de Oro—. Yo lo noto más que nadie, hace frío aquí.
Pese a la oscuridad imperante, el origen de aquella voz no dejaba lugar a dudas de dónde se encontraba el viejo: a la diestra del guardián de Géminis, en el lugar reservado al guardián del cuarto templo zodiacal.
—Lucile y Arthur regresarán a tiempo, Nimrod de Cáncer —aseguró Kanon.
—Cuando el Sumo Sacerdote convoca a los santos de oro, no hay excusa para no acudir —dijo una nueva voz, de timbre artificial, que no podía ser sino de aquel que solo estaba allí en mente y en espíritu. El santo de Aries.
Una discusión estalló con esa declaración entre los que asentían y los que protestaban que el Ermitaño, como era conocido el guardián del primer templo zodiacal, debía guardarse tales opiniones. Kanon la detuvo dando un sonoro paso, metálico, y una palmada. La mitad de los presentes se disculpó por la rencilla.
—Regresarán a tiempo —dijo Kanon—. Aun si sé qué respuesta me darán, os aseguro que todos podréis conocerla en persona, ya que para eso estáis aquí. En el día de hoy, la voluntad del Sumo Sacerdote se manifestará a través de diez voces, las de los santos de oro de esta generación. Solo Akasha estará fuera de la votación, por razones evidentes.
La susodicha, a buen seguro objeto de toda suerte de miradas, asintió.
—¿Qué hay de Adremmelech? —dijo Nimrod.
—Tendrá voz y voto el día en que Hybris necesite un nuevo líder. —Con un encogimiento de hombros, Kanon se deshizo de la inoportuna pregunta y prosiguió—: Nuestro futuro está en juego, por eso debo pediros lo que siempre he recibido de todos vosotros. Así como en el pasado acatasteis mi voluntad como si fuera la de Atenea en persona, juradme que acatareis lo que aquí se decida, dejando atrás todas las dudas. ¡Responded ahora como hombres y servid en adelante como santos de Atenea!
La respuesta fue unánime. Todos hicieron un gesto de asentimiento.
—Bien —aprobó Kanon—. Responde primero tú, Ofión de Aries, que has decidido personarte a pesar de mi dispensa.
Hubo una distorsión allá donde la proyección astral del interpelado se encontraba. Ya fuera un inconveniente en la misión que llevaba a cabo, ya una turbación en las emociones del Ermitaño, no duró. Fue tan breve como breve fue su respuesta.
—No.
—Sea —dijo Kanon, neutral—. Ahora tú, Garland de Tauro.
Antes de responder, el Gran Abuelo, como era conocido el guardián del templo de Tauro, lanzó un gruñido al Ermitaño. No estaba nada contento con su respuesta.
—Sí, desde luego que sí.
—También esa es mi respuesta —dijo Kanon—. No como Sumo Sacerdote, sino como santo de Géminis, digo que sí. ¿Cuál será la tuya, Nimrod de Cáncer?
Durante el primer minuto, nadie dijo nada. Durante el segundo, tampoco. El Pequeño Abuelo, guardián del cuarto templo zodiacal, no dijo nada por doscientos segundos bien calculados, ni siquiera mostró emoción alguna por las respuestas de Ofión y Garland, asemejándose a la neutralidad con la que el Sumo Sacerdote daba ejemplo al resto.
—¿Se trata de esa niña, no? —empezó a hablar Nimrod, a toda prisa, como preparándose para cualquier interrupción. Señalaba Akasha con la mano extendida, oro mortuorio emergiendo de las sombras; los dedos, aunque marcados por arrugas, eran fuertes como las pinzas de un cangrejo—. Al principio no me caía bien. Y quiero decir con ello que de verdad no me caía bien. Pobre niña que lloraba por los santos de Atenea caídos en batalla. Pobre niña que decía por los cuatro rincones del mundo que un santo nunca muere. ¡Bah! A mí no me conmovieron esas niñerías cuando algún desconocido me contaba a mí, el nuevo, el advenedizo Ladrón de Tumbas, cómo debía ser un santo de Atenea. Entregado, compasivo, bueno. ¿Bueno? ¿Con los santos de Atenea, que gozan de una responsabilidad y un destino a la altura del gran poder que atesoran? ¡Bah! ¡Mil veces lo digo! ¡Bah! —Y a modo de ejemplificación, repitió diez veces aquel molesto sonido—. Era del montón. ¿Por qué nadie lo veía? ¿Por qué todos, incluido Su Santidad, creían que era algo excepcional? Todos podemos preocuparnos por unos cuantos seres queridos. ¡Todos, hasta los más villanos!
Si Akasha hubiese bajado la cabeza frente a la dureza con que Nimord de Cáncer la juzgaba, nadie la habría culpado. La actitud del Pequeño Abuelo, antaño llamado Ladrón de Tumbas, por considerarse que había hechizado el manto de Cáncer con algún conjuro, disgustaba a todos en la sala. Estaba tan fuera de lugar, que la persona que lo interrumpió fue la última que Akasha habría esperado ver acudiendo en su ayuda.
—Ve al grano —dijo Sneyder.
—Solo estoy explicando mi decisión, sé que los demás no se atreverán. No tenéis los arrestos, como ya me demostraron el Ermitaño y el Gran Vejestorio. Oh, rayos, Gran Abuelo, quise decir eso —rio Nimrod, a lo que Garland, para sorpresa de muchos, se le unió por un rato—. Como sea, ocurrió lo que ya sabemos. El entrenamiento de la niña que lloraba a los santos de Atenea fracasó año tras año, sin importar el maestro, porque ningún hombre, ni siquiera un héroe, podía guiar a la mocosa mejor que la vida misma. La Rebelión de Ethel, el Cisma Negro y la Pacificación. ¡Ahí fue cuando pudo brillar! Oh, no me refiero a cuando vistió el manto de Virgo, eso han podido hacerlo varios antes que ella, no debe ser muy difícil. Me refiero al momento en que en verdad dejaste de ser del montón y destacar. ¿Cómo fue que llamaste a la guardia?
—Santos de hierro —respondió Akasha con sencillez. La voz le temblaba.
—Es lo que único que admiro de ti, niña, por eso te ayudé en los mares olvidados y por eso estás aquí con todos nosotros. Porque muchos pueden vestir el manto de un siervo de Atenea, la armadura azul de un guerrero de Bluegrad y la hojalata sin vida de un caballero negro. Y todavía más personas pueden sentirse tristes por ver unos cuantos cadáveres. Sin importar la edad, muchos vomitarían, como según sé tú lo hiciste —apuntó Nimrod con un descaro que colmó la paciencia de Kanon. El Pequeño Abuelo ignoró las pisadas, palmas y gritos—. Ya daremos el baile de la victoria después de la guerra, Su Santidad, por ahora déjeme terminar. Akasha de Virgo —exclamó, con una seriedad repentina—, convertiste el dolor que sentiste de niña en esperanza para quienes no importan a nadie, ni siquiera a los que aquí estamos. Me disgustabas por velar solo por los santos de Atenea y no me daba cuenta que hasta los lanceros de Icario y los vigías de Faetón eran santos de Atenea todo este tiempo. Por eso mi respuesta debe ser no, un rotundo no. El Santuario no puede perderte en este ámbito, porque nadie más que tú podría inspirar a los santos de hierro.
Terminado el discurso, Nimrod de Cáncer se recluyó en las sombras sin dar más explicaciones, mucho menos pedir disculpas. El Sumo Sacerdote escogió dejar el incidente por el bien de todos, dirigiéndose al siguiente santo de oro.
Ya que Lucile y Arthur no estaban presentes y Akasha no contaba, esa era Shaula de Escorpio, separada de sus compañeros por primera vez en meses. Eso le molestaba, pues había dejado claro al Sumo Sacerdote que Mithos y Subaru eran algo más que dos santos de plata excepcionales, eran parte de ella. Sin embargo, aquello no le producía ni la mitad de enfado que la respuesta del líder del Santuario a una pregunta tan delicada.
«¡Es tu pupila! —gritaba la joven para sus adentros—. ¿Cómo podéis tú y Garland condenarla? ¡Si yo contaba con vuestra ayuda, par de ancianos!»
No podía decir en voz alta tales pensamientos, como tampoco podía cambiar la manera de pensar de los presentes. Tenía que centrarse en lo que sí era posible: Ofión y Nimrod se habían negado a condenar a Akasha, uno más escueto que el otro. Era de esperar del Pequeño Abuelo, que dedicaba el tiempo que no pasaba en la Colina del Yomi a hacer de instructor para los mejores elementos de la guardia, por supuesto que le iba a gustar lo que Akasha había hecho tras la Rebelión de Ethel; lo del Ermitaño era inesperado, pero no sería ella quien se quejara. Gracias a él tenían una oportunidad. Sobre todo porque el voto de Lucile estaba garantizado.
—¿Shaula de Escorpio? —dijo Kanon, sacándola del ensimismamiento.
—S-Sí —contestó ella, con un vergonzoso temblor de voz. Meses aterrorizando a los enemigos del Santuario como la Muerte Roja y ahora hablaba como Subaru—. Quiero decir que sí soy yo. Mi respuesta es no, por supuesto. No.
—Puesto que la respuesta de Triela de Sagitario es afirmativa, eso nos deja con un empate —dijo Kanon—. ¿Qué hay de vosotros, santos de Acuario y Piscis?
Para Shaula no fue una sorpresa que la Silente estuviera de acuerdo con condenar a Akasha. Era lo suyo, matar a todo lo que se encontraba sin decir nada, incluso en circunstancias como aquella. Lo mismo ocurría con el Pacificador, era evidente…
—No —dijo Sneyder, sin más.
«Tengo que quitarme la cera de los oídos —Shaula—. Sneyder no ha podido decir lo que creo que ha dicho. ¡No sería posible ni en mil años!»
Consumida por la sorpresa, ni siquiera prestó atención a la respuesta de la guardiana de Piscis, poco más que un rumor en el Santuario. La Dama Blanca, al igual que la mayoría, tenía tan claro lo que debía decir que no dio explicación alguna.
—Sí.
Cuatro a cuatro. Todo quedaba en manos de Arthur y Lucile, que todavía no llegaban.
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Sin que varios de aquel notable grupo lo supieran, bajo el lugar en el que se hallaban se estaba dando un encuentro de similar relevancia. Los santos de Leo y Libra de la actual generación con Oribarkon, creador de las escamas de Poseidón. En aquel recinto, un cementerio secreto revelado durante la batalla contra Caronte de Plutón, diez mil años de historia se encontraban. Solo los dioses podían saber hacia dónde apuntaría ello.
—Hashmal y Éxodo. Esos nombres están en las lápidas —observó Arthur.
—Por supuesto que están, este era el cementerio original —dijo Oribarkon, saltando hacia el Juez y tratando sin éxito de darle un bastonazo—. Manipulas los gravitones sin pretenderlo, ¿eh? Interesante forma de sobrevivir a uno de los Astra Planeta.
—Depende del punto de vista —dijo Arthur—. Mi Uranus Armor requiere de realizar ciertos cálculos menores para no desviar un ataque enemigo hacia donde pueda causar daño a otros. No obstante, que lo entendiera con un solo vistazo habla bien de usted. —Cualquiera en el Santuario con dos dedos de frente sabría que él era capaz de controlar la gravedad. El método y los usos eran ya una cuestión aparte. Ya con eso Oribarkon demostraba una compresión sobresaliente de los componentes del universo físico. El problema era que el daño causado a Lucile no era físico—. Si sabe de nuestra batalla con Caronte, sabrá también a qué he venido.
Ahorrándose los preámbulos, se aportó del telquín, dejando que solo Lucile quedara a la vista de Oribarkon, quien la observó con curiosidad.
—Sí, algo me había dicho el Segundo Hombre —dijo Oribarkon, para luego corregirse—. Gestahl Noah, caballero negro de Altar.
—¿Segundo Hombre? —repitió Arthur, sacudiendo la cabeza. Eso no era urgente—. Deberá disculpar mi rudeza, señor Oribarkon. ¿Puede curarla?
—Soy un mago. Claro que puedo. Con tiempo.
—¿No liberó a Akasha del Lamento de Cocito?
—Un regalo por las molestias que se tomó para liberar a mi señor Poseidón. El regalo menos costoso que he hecho nunca. Esa maldición afecta el alma y yo no tengo.
—¿Es usted un demonio?
—Tengo la piel azul. ¿Tú qué crees que soy?
Pese a que Lucile se había mantenido demasiado tranquila mientras Oribarkon la observaba, acaso emocionada por poder recuperar la voz así tuviera que esperar un tiempo, terminó haciendo un brusco gesto con la mano. No toleraría desvíos, ni siquiera si a parecer del Juez eran necesarios. Quería curarse, eso era todo lo que importaba.
—¡Casi me das en la nariz! —gritó Oribarkon, dando un bastonazo que acabó en la hombrera de Leo. El sonido retumbó mientras la santa daba un par de pasos hacia atrás, dolorida—. Está muy débil. No recomiendo que luche hasta que pueda preparar la poción. Tres días, no, cuatro, cuatro días. En el peor de los casos, cinco.
—Solo tenemos tres —dijo Arthur.
—Claro que solo tenéis tres. ¿Crees que el regente de Plutón iba a causar un daño irreparable sin tener en cuenta que había alguien que podía repararlo? —cuestionó Oribarkon mientras fallaba no menos de doce bastonazos contra el impertérrito Arthur—. Mi especialidad son los metales, no la medicina, mucho menos la que repara el espíritu. Ya es bastante que me moleste en hacerla con todo el trabajo que tengo.
Arthur y Lucile se miraron un momento, terminando por asentir. Podían contar con la Fuente de Atenea hasta entonces, a la vez que el telquín elaboraba la poción. En principio, no pedían nada con esa oferta.
—Tengo una condición.
—Somos aliados.
—Por eso estoy creando armaduras para la guerra sin cobrar un sueldo.
—Un demonio no necesita dinero.
—Claro que no lo necesito. Ay, demonios del abismo. Me rindo.
El último de los bastonazos que el telquín quiso acertar en el cráneo de Arthur por poco acertó en la pechera de Lucile. No había forma de evitar la Armadura Celestial del santo de Libra, al menos no con ataques directos.
—¿Por qué no usa su magia?
—Ya lo he dicho, lo mío son los metales, no la medicina y el cosmos. Pese a que los telquines compartimos nuestros conocimientos por el bien de nuestro señor Poseidón, al final cada uno es experto en un campo. Damon no fue llamado para crear las escamas del ejército marino, así como yo no pude someter a esa muchacha maldita por Cocito.
Damon. Un nombre peligroso. Era parte de la corte del rey Bolverk, según le había contado el Sumo Sacerdote. Un mago de gran poder con el que tarde o temprano tendría que combatir. La duda sobre si el telquín seguiría siendo un aliado cuando supiera esto nació y murió en la mente de Arthur al mismo tiempo. La lealtad del telquín estaba con Poseidón, no con el inframundo. Quienes estuvieran en el otro lado, eran traidores, así lo deducía de todas las acciones que tan singular personaje había realizado hasta ahora.
Además, no tenían tiempo para dudas. La interesada, Lucile, lo sabía, por eso dio un nada sutil codazo al santo de Libra. No podía comunicarse de otra forma.
—Ni siquiera la telepatía sirve —murmuró Arthur. Tras sacudir la cabeza, se dirigió al telquín con gesto grave—: Creo que Caronte se ha asegurado de neutralizar a Lucile sin matarla. Debe creer que no ha roto la tregua, de alguna retorcida manera, no obstante, la ha roto en hechos e intención, porque solo hay una razón para este ataque: considera a Lucile un problema; un peligro, me atrevería a decir.
—Yo creo que solo le caía mal.
—Nos tienes en tus manos —aceptó Arthur, ignorando la intervención del telquín—. Danos tu condición y la cumpliremos. Solo una. Habla, ya que el tiempo apremia.
—Quiero que oigáis una historia.
Arthur alzó las cejas. ¿No había sido claro con lo del tiempo?
—Solo serán treinta minutos. Es muy importante.
Otro codazo resonó en el manto de Libra, desprotegido para Lucile como un gesto de buena voluntad por parte de Arthur. De algún modo tenían que comunicarse.
—¿De qué trata esa historia?
—Estamos en un cementerio. ¿De qué crees que va a tratar?
Con los brazos abiertos, el telquín abarcó las tumbas bajo la Torre del Reloj, con nombres de los que ya no quedaban registros en el mundo entero.
Notas del autor:
Shadir. Estupendo ejemplo el del junco, creo que encaja a la perfección con los santos de Atenea. No es que nunca caigan, sino que son capaces de levantarse después.
Supongo que el cosmos no lo resuelve todo. ¡Valor Shun! Si pudisteis vencer a las fuerzas del océano una vez, también podrás vencer a la sal del mar. Tal vez.
Karel00. Como lector me gustan mucho los misterios que se van desentrañando según avanza la historia, por supuesto que tenía que hallar la manera de que los hubiera en la mía, aunque peco de tardado en responderlo.
Shun era un grande desde siempre, tanto que de la pura envidia TOEI lo hacía ver mal en las películas. Dos veces curioso porque Kiki ha tenido muchos discípulos en esta historia y ninguno llegó a Aries. ¿Cómo has adivinado lo que te iba a decir? ¿Tienes tratos con Prometeo, por casualidad?
Creo que incluso si hay un santo de oro que destaque por sobre los demás, debe haber una paridad en la orden. Son la élite, después de todo. La mejor forma para evitar el clásico escenario en el que todo el mundo resulta ser el más fuerte, son las habilidades personales. Por ahora solo puedo decir que expandir la mente tiene que ver con los poderes telepáticos y el hecho de que Kiki llame hijos a algunas personas que claramente no son parientes suyos. Por lo menos sí que te puedo confirmar que los gemelos que ayudaban a Kiki durante la invasión eran Hugin y Munin. Algo es algo.
Exacto, Hyoga, Ikki y Shiryu están en paradero desconocido por el momento.
Mientras escribía esta historia terminé entendiendo que, incluso si me gusta saberlo todo con el mayor detalle posible, es necesario que algunas cosas sucedan más allá de la trama (el enfrentamiento de Sneyder contra Leteo, por ejemplo) para que el mundo se sienta vivo sin romper el ritmo de la narrativa. ¿Cómo afecta eso a la guerra que viene? Cualquier cosa que diga sería demasiado. ¡Pues sí, a Shaula le ha afectado mucho esto! Quedó atrapada en el Time Skip, cortesía de Akasha.
