Capítulo 83. Casandra de Leteo
Sobre una isla deshabitada en un archipiélago en el océano de Bering, podía verse una única cabaña montada en medio de la nada. Casandra buscó allí refugio de la larga persecución a la que había sido sometida desde que entablara combate contra el santo de Acuario, por el bien de su compañero Deríades y del curso de la guerra.
No escogió ese sitio al azar, desde luego, en toda su nueva vida se había aprovechado a placer de las visiones que tanto sufrimiento le trajeron en la anterior. Calculaba en el ayer cada paso que daría en el mañana, para así sobrevivir, y de paso, divertirse un poco, ¿por qué no? Entre los primeros cien choques entre su sólida guadaña y la Espada de Cristal quesurgía del brazal del santo de Acuario, una marea de información le inundó la mente, regalo de la mayor fuente de recuerdos de todo el universo: Leteo, dios del olvido. Vio a una pareja de afamados geólogos provenientes de Alemania. La mujer murió el pasado siglo, durante el diluvio conjurado por Julian Solo; el hombre vivió varios años más, lo bastante para que su hijo se convirtiera en un hombrecito y pudiera acompañarlo en sus expediciones por todo el mundo. En una de ellas fue que halló la muerte junto a todo su equipo, bajo el derrumbe de una cueva que estaba investigando; pudo haberse salvado si solo hubiese velado por sí mismo, pero le importó más salvar a su hijo, en ello puso toda su fuerza y valor, por él entregó gustoso su vida.
Casandra se acarició la mejilla, sintiendo todavía el frío que le recorrió el rostro cuando esquivó un tajo de la Espada de Cristal. Fue una tontería, porque ya había visto venir ese momento y tuvo tiempo más que de sobra para mantener mayores distancias, pero le sorprendía tanto que el santo de Acuario no reaccionaría de ninguna forma a su provocación, que decidió probar si la visión que había tenido era verídica. Cuestionó a su oponente, en su tono más inocente, si no se había sentido alguna vez culpable por haber matado a su propio padre. El futuro predicho, por supuesto, se realizó ante sus ojos: el santo de Acuario prosiguió su acometida como si no la hubiese escuchado; no sentía culpabilidad, ni tristeza, ni odio, ni nada que lo hiciera humano.
Antes de salir corriendo de ese envite, dejó que su conexión con el dios del olvido le permitiera saber más de su oponente, tan silencioso como una noche invernal. Pero no fue mucho lo que aprendió: el santo de Acuario era tenaz ahora, atacándola en todo momento, buscando siempre su yugular por muchas veces que ella interpusiera la guadaña con movimientos cada vez más torpes, porque siempre lo había sido. Desde pequeño, no cedió a la situación de verse solo por completo, sino que incluso buscó ayuda creyendo que aún podría salvar a alguien. Transformó todo lo que su padre le había enseñado sobre la supervivencia en un pilar sobre el que sostenerse a pesar del cansancio, el entumecimiento y las contusiones ocasionadas durante el derrumbe. No cedió al sueño, caminó decidido hasta que perder la orientación, y todavía siguió andando más, con la esperanza de salvar a alguien todavía ardiendo en sus entrañas.
Casandra siguió al chico en su fútil búsqueda, lo vio, estremeciéndose, dar pasos por la tundra, sin poder oír el crujido del hielo oculto por la nieve. Entonces, los oídos no le respondían, era poco probable que siquiera sintiese lo que tocaba, era un pobre muchacho más en el mundo avanzando hacia su tumba, la cual terminó abriéndose bajo sus pies. Las aguas heladas de Alaska lo recibieron ansiosas, tomando sus intentos de luchar contra la corriente como el jugueteo de un niño travieso. ¡Y eso parecía ser, aquel muchacho, un crío inocente! Porque aunque al principio se dolía ante el contacto con aquel lago a un paso de la congelación, poco a poco el terror en su rostro se convirtió en un gesto pacífico. Sonrió, acaso sintiéndose reconfortado, como si estuviese en el vientre de su madre, una nueva que era el invierno en sí mismo. A Casandra, observadora de la escena, le pareció esa una buena metáfora, pero era la realidad.
Porque alguien le salvó. Un fantasma de un pasado remoto, el espíritu de la mujer que aconsejó al rey Bolverk y que aseguraba haber guiado a muchos santos de Atenea en el arte de la ralentización del movimiento atómico, cuyo clímax era el dominio del cero Absoluto. No era natural que ese ser estuviera presente en ese tiempo, cuando Atenea se había retirado ya de la Tierra, por no hablar de que llevaba muerta miles de años, pero tal vez la ausencia de Hades en el inframundo le permitía tener cierta influencia en el mundo físico, allá donde el frío está presente en la carne y el espíritu de los hombres. Fuera como fuese, era un hecho que estuvo ahí y que como una partera trajo a aquel muchacho a una nueva vida, arrancándolo de las aguas de la muerte.
—Una valquiria —se corrigió Casandra, levantando un dedo hacia una maestra imaginaria a la que pedía permiso para hablar. Estaba aburrida. El santo de Acuario no solía tardar tanto en encontrarla—. Una valquiria despertando a un einherjar.
El sitio al que la mujer que decía ser Skadi llevó al muchacho era, de hecho, la cabaña en la que ahora estaba. Ahí lo cuidó hasta que se repuso, y después le dio alimento, refugio y un destino que perseguir. Claro que eso último lo encontró el chico por su propia cuenta, al salir una noche, febril y tosiendo, solo para ver de la aurora boreal que acababa de aparecer en el cielo. Cuál fue su sorpresa al descubrir que aquel fenómeno parecía seguir a su benefactora, si no es que existía por ella.
—¿Qué eres tú? —preguntó, admirado, el muchacho.
—¿Te sientes apto para saberlo? —cuestionó la mujer con dureza.
Cuando oyó esa pregunta, Casandra dejó de observar aquellos recuerdos olvidados por el mundo, al imaginar que lo que continuaba era la historia de tantos otros santos de Atenea en el pasado, y se desapareció de la batalla que entablaba con el santo de Acuario. Fue directo a la cabaña, donde esperaba resquebrajar la coraza de hielo que aquel oponente tan aburrido llevaba desde los pies a la cabeza. ¡Qué absurdo sonaba! Ella era Casandra, Portadora del Olvido, ¿cómo podía querer que otro recordara lo que ya nadie atesoraba en su mente? En ese momento, ni se lo planteó, ahora, después de dar vueltas a lo poco que sabía del santo de Acuario, llegaba a la inevitable conclusión de que ese escenario tendría algún significado especial.
Miró hacia el techo de la humilde cabaña, en parte sintiéndose una tonta, en parte vaticinando el glaciar que estaba por aplastar la casa con ella dentro.
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Una grieta en el tejido del espacio-tiempo se abrió a la espalda de Sneyder, el cual giró rápido hacia el portal desde el que Casandra salía, ilesa. Si le importaba algo el haber destruido lo que fue su hogar con una pequeña montaña de hielo, no lo demostró.
—Has tardado mucho. Si lo llego a saber, me habría tomado un tiempo y no habría perdido el sombrero por el camino —dijo Casandra, alisándose el cabello azulado con el mango de la guadaña—. ¿Luchamos?
Como siempre, el santo de Acuario no respondió, sino que veloz le quiso dar una estocada, empleando la Espada de Cristal.
—Es inútil —afirmó ella, esquivando aquel ataque y otros más que vinieron, aunque para estos debía esforzarse. Lo que le sobraba en visiones le faltaba en reflejos de una gran guerrera—. Puedo predecir todo lo que harás, a menos que te pongas creativo. ¿Podrías congelarme, sabes? Bajar la temperatura y… ¡Puf! ¡Estatua de hielo!
La andada de ataques frenó. El santo de oro la miró durante un segundo, quizás sopesando su propuesta, quizá solo estudiando la manera de eliminarla. Lo hacía a menudo, ella lo sabía bien. No estaba combatiendo con ningún descerebrado.
—Ves el futuro y tu arma corta el espacio-tiempo —dijo Sneyder—. En el tiempo que tardo en hacer descender la temperatura de tu cuerpo, ya estarías al otro lado del mundo.
—¡Qué lista soy! —bromeó Casandra, agarrando en contraste la guadaña con ambas manos. Su hoja y el filo de la Espada de Cristal estaban a poco de rozarse—. ¿Y te parece que atacar de frente a una pitonisa es más sensato?
Si no se tratara del santo de Acuario, la forma en la que este asintió la habría considerado descarada, porque después continuó el asalto. Tajo de frente, en horizontal; por la espalda, de arriba abajo; estocada en las costillas, placaje seguido de doce cortes consecutivos, el último de los cuales Casandra bloqueó de pura suerte. Al hacerlo, halló la respuesta que su oponente le había dado con ese simple gesto: en el cuerpo a cuerpo, él llevaba las de perder, pero solo mientras ella pudiera predecir los ataques y reaccionar. El momento en que no pudiera hacer alguna de las dos cosas, estaría perdida, porque entonces no tendría tiempo suficiente para desaparecer, sino que estaría en medio de un envite a la velocidad de la luz, y el santo de Acuario perseguía que ocurriera justo eso. Estaba averiguando hasta qué punto ella veía el futuro, cuál era su velocidad real y qué tan bien entrenados eran sus reflejos.
Y mientras tanto, ella se dedicaba a parlotear, descubriendo sus fortalezas al enemigo. Pero no podía evitarlo, porque desde el momento en que empezaba una pelea, sabía cómo iba acabar. Lo único interesante era el contenido, y era su deber hacer que este fuera lo más entretenido posible, incluso si recibía unos cuantos arañazos.
—Rehuí el combate con la salvaje santa de Escorpio por esto, ¡más te vale estar a la altura! —exclamó Casandra un segundo antes de ver, asustada, cómo la escarcha iba cubriendo su arma. Se alejó entonces un buen trecho y balanceó el arma de un lado a otro, encontrándose a medio movimiento con que Sneyder estaba por atravesarle el cráneo. Bloqueó la estocada y el impacto pulverizó todo rastro del hielo—. ¡Habla! ¡A los santos de Atenea os encanta hablar! Necesito escucharlos —rogó con ojos brillantes y una gran sonrisa, la cual fue respondida por un nuevo corte vertical de parte de Sneyder. De nuevo, las armas chocaron, y ella se hizo oír por encima del estruendo—, ¡los sueños que alimentarán el nuevo mundo que vendrá!
—¿Nuevo mundo? —repitió Sneyder. La duda lo alcanzó por ese instante y las fuerzas de ambos se equilibraron por un rato.
—Por eso es todo esto. Caronte. Los Campeones del Hades. La guerra. Todo está encaminado hacia un nuevo mundo que será edificado sobre los sueños y esperanzas de los santos de Atenea. Por eso quiero saber…
—Silencio —cortó Sneyder, ejerciendo tal fuerza sobre la guadaña que la Espada de Cristal terminó cercenada por aquel filo terrible, capaz de segar el mismo tejido del espacio. Pero el movimiento del brazo de Sneyder prosiguió y la Espada de Cristal se reconstruyó a un centímetro del cuello de la Portadora del Olvido.
—No vas a matarme —vaticinó Casandra—. Primero debo decirte que Damon está usando a ambos bandos, el de los vivos y el de los muertos, para su propio beneficio. Y que me gusta mucho el chocolate. Y que tengas cuidado con tu reloj biológico.
Casandra sonrió para sí misma, de nuevo lo hizo, dar pistas a su enemigo. El santo de Acuario debió notar algo raro en las últimas palabras, porque dio un salto hacia atrás en lugar de terminar de cortarle el cuello. Un movimiento inútil; ya había empezado.
—Mi Retroceso Biológico invierte el crecimiento de los seres vivos —anunció la Portadora del Olvido, a cuyas espaldas aparecía la imagen de un reloj de arena—. ¿Por qué no vuelves a ser el niño que fuiste? Aunque hayas aplastado la casa, yo podría hacerte otra, ¡hasta podría cuidarte, como te cuidó tu maestra!
Las palabras fueron arrojadas sobre el santo de Atenea como dardos que tendrían que hacerle recordar, generar en su alma alguna clase de reacción. Pero en lugar de estar pensando en el pasado, Sneyder maquinaba a toda velocidad una forma de contrarrestar la magia de la Portadora del Olvido. Lo logró a tiempo, como esta última ya había previsto, si bien al verlo no quedó menos sorprendida. El santo de Acuario, en un mísero instante, se encerró a sí mismo en un glaciar indestructible, uno que no podía existir en el mundo al alcanzar la más baja temperatura, el Cero Absoluto.
Casandra avanzó hacia el Ataúd de Hielo dando grandes zancadas. Tenía el arma lista para hacer un corte horizontal que dejara a su congelado oponente sin cabeza, pero en ese momento, este abrió los ojos y la cárcel cristalina que lo cubría se hizo añicos, tornándose cada fragmento en una fina lanza mortal que al punto fueron todas proyectadas sobre Casandra. La Portadora del Olvido, lejos de desesperarse, esquivó cada ataque con mucho cuidado y dio el corte en el momento preciso. En apariencia, no dio en el blanco, por eso fue que el santo de Acuario siguió atacando, acaso para impedir que se ejecutara de nuevo el Retroceso Biológico; había cortado el aire a un metro del seguro alemán, sin embargo, la guadaña podía rajar el mismo espacio-tiempo, no era estrictamente necesario que hiciera contacto con algo para partirlo en dos.
—Puedes gritar si quieres —dijo Casandra—. El dolor nos ayuda también.
—¿Ayudar? ¿Al rey Bolverk? —dijo Sneyder, al tiempo que un hilo de sangre le bajaba por la barbilla. También el manto de Acuario empezaba a tornarse carmesí en los bordes del peto, desde la hombrera derecha hasta el costado izquierdo.
—Estoy con el rey Bolverk hasta que se muera —dijo Casandra, cambiando el peso de un pie al otro mientras esquivaba nuevos ataques de Sneyder. Ahora que estaba herido, podía permitírselo—. Y me temo que morirá antes de que surja ese nuevo mundo —comentó con franco desánimo, del que no tardó demasiado en reponerse—. Todavía no sé quién lo creará, ¿sabes? Podría ser Damon, mas también podríais ser vosotros. No sería la primera vez que los santos de Atenea jugáis a ser dioses.
Eso debió avivar algo en Sneyder, el más desconfiado entre la élite del Santuario, porque pese a la herida en el pecho y la sangre que perdía sin control, cargó con ímpetu contra Casandra y la hizo retroceder. La Espada de Cristal era como un relámpago blanco contra la guadaña de ébano que la Portadora del Olvido apenas podía usar como bastón defensivo. Su oponente no le dejaba espacio para realizar cualquier clase de corte, incluso si para eso tenía que gastar fuerzas en envites que no le reportarían victoria alguna. Cuando las armas chocaron, no había ningún equilibrio, sino una pitonisa abrumada por un guerrero que luchaba con la tenacidad de una tormenta.
Casandra se obligó a guardar la calma hasta que fuera Sneyder quien perdiera la paciencia. Ocurrió en el séptimo de los más largos segundos de su vida reciente. En el momento en que los filos de la guadaña y la Espada de Cristal parecían neutralizarse, el santo de Acuario trató de golpearla con la mano libre con tal violencia que terminó cortándose. El brazal, congelado al instante, se hizo añicos y la piel se abrió en un amplio corte desde la muñeca al antebrazo, salpicando por igual el peto de Acuario y el rostro impoluto de Casandra. Pero el puñetazo continuó su trayecto y la Portadora del Olvido tuvo que hacer un gran esfuerzo para esquivarlo, retrocediendo sin poder levantar después defensa alguna contra la patada alta que Sneyder le dio en el estómago.
Rodó por el suelo, dolorida y al tiempo aterrada porque el santo de Acuario ya estaba por alcanzarla. En un movimiento más instintivo que razonado, dio un tajo horizontal que acertó en la pierna de su oponente a la altura de la rodilla, abriendo una nueva herida. Esta le permitió levantarse y empezar su propia tanda de cortes desesperados, como si hubiese olvidado que sabía cómo iba a acabar todo. De repente, el contenido era más aterrador que interesante, porque por mucho que cortase, por cuantiosa que fuera la sangre que se derramara, él seguía acercándose, seguía tratando de pasar por encima de quien veía el futuro con divina claridad. Ni siquiera la Muerte era tan tenaz.
Y, de repente, todo se detuvo.
El santo de Acuario dejó de atacar y ella también relajó los brazos. Había llegado al final del combate, donde el demonio implacable que ahora vestía el undécimo manto zodiacal demostraba ser tan humano como el niño que casi se ahogaba años atrás. Las heridas visibles eran numerosas, el metal dorado estaba ahora teñido de carmesí y hecho pedazos en tres de las cuatro extremidades. Solo le quedaba una pierna sana.
Con gran dificultad, Sneyder levantó el rajado brazo del que pendía la Espada de Cristal. Desde la primera vez que la vio, a Casandra se le antojaba una imagen encantadora. Por supuesto, ningún héroe cedería la victoria sin lucha.
—Que sea hasta la muerte, pues —musitó la Portadora del Olvido.
La última carga dio comienzo. Diez metros separaban a los contendientes. Casandra tenía tiempo de sobra de dar el corte decisivo, así debía ser, pero al mover los brazos, estos no le respondieron. Se quedaron quietos. Los pies se deslizaban con lentitud y la cara le dolía de pronto horrores. Buscó una pista del por qué, encontrándose con la primera de las manchas carmesí que recibió cuando su oponente fue herido.
O quizás era más correcto decir que él mismo se había herido.
Por espacio de un instante, Casandra creyó ver su cadáver en un espejo, el cual era nada menos que el oponente que acometía contra ella, la encarnación de la tundra en la que despertó a una nueva vida. La vida de un arma, no la de un hombre, que fue afilada a través de los años por demonios, primero una mujer del norte sin sentimientos latiendo en su corazón, después un héroe legendario tan dispuesto a apartar las emociones que lo dominaban como a borrar lo que quedase de su discípulo. El santo de Acuario tenía más de guadaña que la que ella sostenía, porque era la Parca misma a punto de arrebatar una de las vidas que trastocaban el orden de las cosas, dispuesto por los dioses.
La Espada de Cristal punzó su piel, al lado de la escarcha escarlata que le quemaba media mejilla. Ese dolor la despertó. Agitó la guadaña y el espacio se partió en tres pedazos, de tal forma que el santo de Acuario debió verse rodeado por tres versiones de la Portadora del Olvido. La misma, en realidad, ejecutando un ataque simultáneo para el que no había defensa alguna. Si se bloqueaba uno, el que iba a la cabeza, los otros dos le rajarían ambos costados, era inevitable, porque los tres ocurrirían de forma simultánea, en tiempo cero. Pero el santo de Acuario no trató de defenderse, sino que con la mano libre desató un soplo de aire gélido, el Polvo de Diamantes, y Casandra se marchó volando hasta impactar contra el glaciar que había aplastado la cabaña.
—Ay, ay, ay. ¡Voy a morir! ¡Voy a morir! ¡Estoy muy muerta estoy muy muerta! —gritaba, enterrada entre el sólido hielo, a la vez que con movimientos erráticos hacía que la guadaña lo cortara como si no fueran más que finas capas de agua congelada. El glaciar se cayó enseguida a pedazos y ella apareció en medio, enseñando la lengua—. ¡Ups, miento! ¡Tiempo, devuélveme a los mejores días!
Una vez más, un reloj de arena apareció a la espalda de Casandra, y también otros, decenas de tipos de relojes, todos analógicos, con las manecillas moviéndose hacia atrás. Casandra suspiró con alivio, pues la sangre cristalizada no había alcanzado el Cero Absoluto y por tanto no era inmune al transcurso del tiempo. Desapareció, de sus mejillas, sus brazos y sus piernas. Todo su cuerpo quedó libre de la vida derramada del santo de Acuario, quien, cómo no, llegó hasta ella sin dejar que terminara la técnica.
Por fortuna, lo había visto venir, movió la guadaña en sentido vertical y ejecutó de nuevo el triple ataque, simultáneo, que esta vez no fue detenido. La Espada de Cristal se partió en dos al mismo tiempo que sendos cortes se abrían en el brazo y el hombro del santo. Pero ni las heridas ni la espada destrozada detuvieron la acometida, demasiado violenta como para que el ataque de Casandra se completase.
Ella no deseaba volver a sentir un dolor tan punzante como el de antes, por lo que canceló la técnica y saltó hacia atrás, con tan mal acierto que resbaló al caer al suelo.
—Mis predicciones están fallando —se quejó la Portadora del Olvido, doliéndose sentada sobre el frío suelo. Todavía se aferraba a la guadaña, segura de que aquella tempestad viviente cargaría sobre ella en cualquier momento, cosa que por alguna razón no pasó. Avanzaba en su dirección sí, pero a paso tranquilo, y con el brazo y la Espada de Cristal intactos—. ¡Te has aprovechado de mi técnica para curarte!
—Eso no estaba planeado —respondió Sneyder con sequedad.
—¿Y qué sí lo estaba, eh? —dijo Casandra, poniéndose de pie. Hasta se permitió quitarse la nieve que se le había pegado a la espalda—. ¿Congelarte a ti mismo para mantenerte a salvo del paso del tiempo? ¿Quién te crees que eres, Walt Disney?
—En el Cero Absoluto, los átomos están detenidos, no pueden sufrir cambios.
—Sabía que había algo más que escarcha en tu cerebro, santo de oro, usar tu propia sangre como catalizador fue una muy buena idea. Puedo escapar de un cambio de temperatura localizado, pero no si el ataque nace tan cerca de mí, así esté al otro lado del mundo. Si hubieses alcanzado la temperatura máxima, estaría muerta.
—El arma que llevas te protegería de eso.
Con respuestas cortas y un constante andar, el santo de Acuario ya estaba frente a frente con la Portadora del Olvido. Pero no atacaba, no hacía el menor intento de querer hacerlo, lo que era muy extraño, dado el curso de la batalla hasta ahora.
—Un momento —murmuró Casandra, con los ojos muy abiertos—, ¡tu Espada de Cristal me tocó! ¿Dónde está la herida? ¿Dónde?
No la veía por ninguna parte, pero Leteo le transmitió una nueva enseñanza, como Portadora que era. El chico alemán, ya adulto, siendo descubierto por el héroe legendario bendecido por el Fénix. Los brazos del entonces aspirante a santo moviendo los remos de una mísera barcaza desde las costas de Japón hasta la isla Reina Muerte. El duro entrenamiento del discípulo bajo las crudas enseñanzas de su maestro en el corazón de la Montaña de Fuego, donde estaban lo bastante cerca del infierno como para empezar a comprender los secretos del alma. La visión dolorosa de un espíritu quebrado con el paso de los años la envolvió, porque aquel destino fue algo perseguido por quien alguna vez fue un chico tratando en vano de salvar a alguien. ¿Por qué había tomado esa decisión, si ya nada de su pasado significaba algo para él?
No tenía importancia, no si lo comparaba con el hecho de que tuvo éxito. Sacrificando todo, comprendió lo que ningún mortal podría comprender. El Lamento de Cocito.
—El paso del tiempo solo afecta a la carne, no al alma —acusó Sneyder, apuntando al punto exacto que había golpeado—. Estás muerta.
—¡Te dejaste herir a propósito para colocarme esta maldición! —exclamó Casandra, con el terror dominándola. ¿Era por eso que las visiones le fallaban ahora? Seguía prediciendo el futuro, un mundo maravilloso que estaba por llegar, pero a retazos.
—No pensé que esa arma fuera tan poderosa. Pero no has dañado ningún órgano vital.
—Planeaste incluso eso. No puede ser.
—Heridas superficiales a cambio de la derrota del enemigo. Es un cambio aceptable.
Casandra miró al santo de oro de hito en hito. Con ese manto carmesí y el rastro ensangrentado que dejó a su paso, ¿cómo podía decir que eran heridas superficiales?
—Un hombre no necesita ser profeta para predecir el futuro —dijo Sneyder.
—Ya veo —murmuró Casandra—. Por eso tardaste tanto en encontrarme, estabas planeando esto. Chico listo, ¡chico muy, muy listo! ¡Tiempo, de…!
Calló a media frase, viendo el resultado de esa acción en el espacio de un instante. El tiempo se detenía, ella daba vueltas sobre el estático santo de Acuario, pensando dónde debía cortarlo, y de repente, ¡pum!, los ojos de un simple mortal abiertos. Octavo Sentido. Sneyder detendría la guadaña con dos dedos de la mano libre a la vez que le enterraba la Espada de Cristal en el estómago, hasta el fondo.
—Debiste apuntar a la yugular —dijo Sneyder, cortando la visión de Casandra en el momento en sintió el roce de la punta de la Espada de Cristal.
Retrocedió de un salto, desesperada. Aterrada.
—Basta.
—Querías que hablara.
—¡De cosas divertidas! ¡De cómo ibas a salvar el mundo, del maravilloso futuro que los santos de Atenea construiréis cuando venzáis a las malignas fuerzas del Hades! Ya sabes. ¡Lo típico en los héroes!
—Sirvo a la justicia en el mundo y el ahora en el que vivo. No pienso en nada más.
Para Casandra era claro que el santo de Acuario era sincero. Ningún fuego ardía en los ojos implacables que la miraban, esperando el momento en el que huiría a alguna parte, para cazarla. No desperdiciaría fuerzas en tratar de golpearla ahora que estaba acorralada, sabía que podría desaparecer antes de que pudiera herirla de muerte, y no necesitaba causar cualquier otro tipo de daño. Tenía la batalla ganada.
Ella estaba en una situación similar, porque todo intento que se le ocurría para matar a ese hombre era respondido con una visión de ella muriendo antes. La mejor combinación era ejecutar el Retroceso Biológico, lo único que obligaba a su oponente a pasar a la defensiva, y sin dudar segar el espacio y lanzar un ataque simultáneo, la Velocidad Infinita, como le gustaba llamarlo. Podría cortarle un brazo, dos si le iba bien, pero entonces él la mataba. Sin más. No había explicación. Solo la miraba y ya estaba muerta. Eso ni siquiera tenía sentido. Estaba perdiendo la cordura.
—Yo no moriré —afirmó Casandra, pese a todo confiando en sus visiones—. Viviré para saber que Caronte de Plutón os ha matado. ¡Bailaré sobre la tumba de todos los santos de Atenea, en el nuevo mundo que está por venir!
—Ya veo. Así que ese nuevo mundo no tiene que ver con la Suma Sacerdotisa —dijo Sneyder, dando un paso al frente—. Ya no es necesario que sigas viviendo. Si la batalla es lo bastante intensa, tu cerebro no podrá procesar el futuro y el presente al mismo tiempo, te sobrecargarás y entonces te enviaré de nuevo al Hades.
—¿Eso es una profecía? —preguntó Casandra, sonriendo a su pesar.
—Una que no se cumplirá —acusó Sneyder, como leyéndole la mente. Sabía que se iba a marchar. Por eso le decía esas cosas que ya no le servían de nada. Todo el tiempo, el santo de Acuario había estado calculando hasta qué punto ella podría adelantarse a sus movimientos, y ahora estaba al tanto de que no conocía todo lo que estaba por acontecer, si no es que había descubierto el mayor secreto de todos: el tiempo no era un río con un solo caudal, sino un océano interminable, conectado a un sinfín de posibilidades. Los videntes como ella no eran más que filtros colocados por los dioses para que algunas de esas posibilidades fueran más probables, eso era todo.
—La santa de Escorpio está muerta —dijo al fin, era lo único que se le ocurría—. Deríades ha vencido a tu compañera, ¿te gustaría ver su cadáver?
No se quedó a ver cómo reaccionaba ese hombre capaz de oponerse al curso del tiempo en todas sus formas. Con un simple movimiento de su guadaña, en apariencia un ataque mortal, Casandra desapareció de esa tierra sin significados.
En el último momento, notó el frío mortífero de la Espada de Cristal, que solo llegó a rozar uno de sus cabellos. Y estaba segura de que lo sentiría de nuevo más tarde.
Allá donde Deríades de Flegetonte estaba por dar muerte a Shaula de Escorpio.
Notas del autor:
Shadir. No podía ser de otra forma ahora que estamos en la tan anunciada guerra. ¿Cómo les irá a los defensores de los vivos en el resto de frentes?
Ulti_SG. ¡Ojo que el capítulo es genial, no solo bueno!
Así es, Ishmael de Ballena se une a Tiresias en la lista de muertos cumpliendo con su deber, no sin antes demostrar la archiconocida capacidad de los santos de Atenea para levantarse una última vez y hacer el milagro contra el Beta Fénix, ya que el Beta Tigre salió con el rabo entre las patas. También nos abandona Yu de Auriga, el mejor cochero de almas del mundo. ¡Bravo por ellos! El núcleo con sorpresa ya había aparecido en el segundo arco, durante la primera aventura de Bluegrad con Emil, Lesath y Aerys. Parece que no hay soldado del Hades que pelee a la antigua usanza, sin trucos.
¡Sí que le ha ido mal al trío de santos de plata! De ser los primeros en verse las caras con Caronte de Emputado, digo, de Plutón, a esto. Joseph maldito, Yu muerto y Margaret cara a cara con la Abominación de ese frente. Menos mal que estaba Shun de Andrómeda, que parece haber pasado por la Academia Jedi de Luke Skywalker.
¿Quién necesita un manto de oro cuando puede crearse su propia armadura con Auto-Reflect incorporado? Entre otros, Kiki, pero nuestro duende pelirrojo tiene sus trucos como hemos podido ver. Primero venciendo al Beta Tigre y luego descubriendo uno de los secretos mejor guardados de la historia. ¿El Olimpo, eh? ¿No trataba esto solo de la enésima guerra con el Hades? Habrá que estar más atentos que nunca.
También me encanta escribir de Folkell, aunque no estoy seguro de cuánto se parece al que vimos en la serie clásica, yo solo me dejo llevar resultando en lo que describes tan bien. Desde luego, el asistente es todo un oficial, de la cabeza a los pies.
Nunca debe faltar el humor, sobre todo en los momentos más duros.
Trato de equilibrar el protagonismo todo lo posible, pero sí, Shun y los otros cuatro muchachos ya son una leyenda, les toca a los demás hacer cosas, incluso a los que son mucho más viejos que ellos. En este caso, Shun y su nivel 99 con todas las estadísticas maximizadas le deja el kill a Garland con su decente nivel 50. Él ocupa más la EXP.
¡Abstemios, retírense que la historia ya se puso intensa! ¡Un brindes por Ishmael de Ballena, subcomandante de la división Cisne, y Yu de Auriga!
