Capítulo 85. Deríades de Flegetonte
Después de un sinfín de enfrentamientos e igual número de islotes hundidos a lo largo de los siete mares, Shaula de Escorpio y Deríades, Portador de la Ira, se hallaban separados por cien kilómetros de pura oscuridad, resultado de su último envite.
Las Agujas Escarlata llovieron sobre el revivido general marino como el agua de una noche tormentosa, pero en esta ocasión, el intento de la santa de Escorpio provenía de una gran distancia y Deríades fue capaz de bloquearlos con holgura. Le pareció aquel un intento pueril por derribarlo hasta que, corriendo desde el otro lado de la isla a la velocidad de la luz, su pelirroja oponente chocó contra él, pateando la lanza con la que hasta ahora había bloqueado cada uno de sus intentos por liquidarlo. El arma tembló, estremecida por la notable fuerza de la santa de oro, y aprovechando ese momento de distracción, esta descargó tres Agujas Escarlata que sí dieron en el blanco.
La estrategia fue más bien salvaje, pero el resultado no podía negarse. Dolido, el Portador de la Ira vio su rodilla clavada en el suelo. ¡En el suelo, por tres miserables pinchazos! Esa humillación dolía más que la muerte que se le aproximaba.
—Uf, no esperaba que eso funcionase —confesó Shaula, mirando por encima de reojo lo que había quedado de aquella rocosa isla—. Por lo menos esta vez eran puras montañas, creo que estamos agravando el problema de la superpoblación.
—No es mi culpa —se descubrió diciendo Deríades, al notar que su rival no pensaba rematarlo aprovechando esa oportunidad. Poco a poco, se levantó, apartando el dolor de su mente—. No controlas tu fuerza, para ser una santa de Atenea.
—Es duro cuando te has entrenado toda tu vida para ser la más fuerte de todos —dijo Shaula, encogiéndose de hombros—, solo para descubrir después que siempre hay gente más fuerte que tú y que el poder que despertaste se tiene que contener.
Deríades abrió mucho los ojos, sorprendido por la declaración de su oponente.
—¿Luchas por eso? ¿Todo lo que buscas es ser la más fuerte?
—Mi padre quería que fuéramos fuertes, mi hermano y yo. Así no nos perdería como perdió a sus compañeros, sus hermanos, esa también es una buena razón para combatir con el Hades, ¿no crees? Matasteis a muchos de los nuestros, hace trece años.
—La venganza es algo que puedo entender.
—¿Y tú, por qué luchas?
La pregunta pilló por sorpresa a Deríades, a pesar de que era él quien había empezado. Aquella guerrera enmascarada no le había dado ni un segundo de respiro, ignorando durante la mayor parte del tiempo la herida que le causó en el hombro al inicio del combate, en Alemania. Hasta en el momento en que se sanó ese corte, seguía atacando, ya fuera mediante proyectiles, ya a través de puñetazos y patadas de tremenda fuerza, cerrando la herida entre fracción y fracción de segundo. No la imaginaba pensando en por qué su enemigo peleaba, mucho menos dando voz a tal pregunta.
—Varios de los Campeones del Hades son vuestros aliados, así que ya debéis saber que hay una razón por la que cada uno revivió en este mundo. Algunos, como Ignis, vinieron a seguir luchando por el planeta que un día defendieron, otros deseaban cumplir sueños irrealizados, como es el caso de Terra y puede que el de Damon —se atrevió a aventurar Deríades—. Bolverk y Alexer regresaron para cumplir el rol para el que nacieron, el de reyes de su tierra, y en contraste, los hay que solo quieren vivir en paz. Aqua, y también Casandra, esos dos carecen de toda ambición.
—Si yo reviviera después de miles de años muerta, también querría eso, creo —confesó Shaula, acariciándose al mentón—. Pero Mithos no aceptaba ninguna opción que no fuera protegerme, así que… Un momento, ¿Casandra? ¡Ella está con vosotros!
—¿Piensas que nuestra causa no incluye la paz? —cuestionó Deríades—. La verdad es que yo también dudo que ese sea su único motivo.
—¡No lo es! ¿Quién llevaría un arma así a unas vacaciones, eh?
—Oh, sí, la Asesina de Espíritus es un arma notable. Ni mis escamas ni vuestros mantos de oro son rivales para su filo, y además puede cortar la carne sin pasar por cualquier protección que la envista, segando a través del espacio-tiempo.
—Bah, Sneyder podrá con eso. Es un hueso duro de roer.
Aquel comentario, respaldado por un gesto exagerado, no llegó a los oídos de Deríades, quien cavilaba una respuesta para una pregunta que rara vez se había formulado.
—La Asesina de Espíritus fue creada por los dioses del Zodiaco, a cuyas inmortales voluntades dedicaba Casandra su fe, aun si sabía que estos iban a ser derrotados. ¿Puede ser que, ayudándonos, pretenda ejecutar su venganza?
—Oye, si sigues hablando de cosas que no entiendo, te daré una paliza.
—¿Entender? No hay nada que entender. Los dioses del Zodiaco fueron olvidados por una buena razón. Todas las leyes del universo fueron transgredidas por ellos. Sometieron este mundo, en la era mitológica, y no conformes con ello invadieron otros y hasta crearon los suyos propios. ¡La humanidad! —gritó, de repente, Deríades, lleno de desprecio—. Nada nos es suficiente, siempre queremos más y más, sin importar las consecuencias. Nuestra raza derribó las barreras que separaban nuestro universo de un multiverso hostil, ¡por eso sucedió la Guerra del Hijo, por la ambición humana!
—Solo dices sandeces —dijo Shaula, alistándose a pelear de nuevo—, pero creo que entiendo por qué luchas. Siempre es lo mismo con los generales marinos.
—Fui a ver a Poseidón, mi único y verdadero señor. Quería servirle, así como lo hice en el pasado, cuando me acogió después de ser derrotado por un vástago de Zeus. Pero, fui incapaz de aceptar sus designios. ¿Dar una nueva oportunidad a la humanidad? ¿Aliarse con los santos de Atenea, que nada hacen para encauzar a una raza de bestias mal llamadas hombres? No, el mundo necesita una purga.
—Bla, bla, bla. Para que surja un nuevo orden, el viejo debe ser destruido, ¿no? ¿Cuántas veces tiene que fallar esa fantasía para que os deis cuenta de que matar gente no va a salvar el mundo? —exclamó Shaula, acometiendo contra Deríades.
El Portador de la Ira, ahora preparado, detuvo el golpe con la lanza.
—Pese a sus errores, el viejo orden estaba más vivo que este nuevo ahogado en una ilusión de libertad. ¡He venido a este mundo para devolverlo a la forma que merece!
Ese grito de guerra lo impulsó en una serie de lanzazos que obligaban a su enmascarada oponente a retroceder para no ser herida. Recordaba el día en que conversó con el antiguo avatar de Poseidón, evocaba la oscura noche de dudas que le sobrevino, en la que Caronte apareció para hablarle de cosas que, como la santa de Escorpio, él tampoco entendía del todo. Sí, sabía de los dioses del Zodiaco, pero no llegó a vivir la Guerra del Hijo y la magnitud de tal conflicto le resultaba imposible, sobre todo porque no quedaba rastro alguno de que tales combates se hubieran librado. Con todo, creyó en Caronte de Plutón y eso lo animó a aceptar servir al rey Bolverk cuando este lo encontró.
Los pecados de la humanidad no podían ser perdonados. El juicio venido desde las profundidades del Hades debía abarcar todos los rincones del mundo, así el precio a pagar fueran las vidas de todos los guerreros de Atenea y Poseidón.
—¡Vosotros habéis querido ese destino! —exclamó Deríades antes de que la punta de la lanza se enterrara en el peto de Escorpio, a la altura del corazón.
Pero la hoja solo llegó a rasguñar la piel.
—No sé nada de dioses del Zodiaco, el multiverso y la Guerra del Hijo —aceptó Shaula, cuya mano sostenía con fuerza la lanza de Crisaor—. Pero he tenido tiempo para pensar en cómo ve la vida alguien que ya ha muerto una vez. ¿Casandra lo tuvo difícil, eh? Por adorar a unos dioses que no son los del Olimpo.
—¿Cómo es posible…? ¡Esta fuerza! —Deríades hacía oídos sordos a las pesquisas de su oponente, enfocado en mover la lanza, sin éxito.
—Bueno, querer vengarse de los dioses es una tontería, hasta el poderoso Arthur admitiría eso. Son demasiado fuertes —aceptaba Shaula—. A menos que pudieras vengarte de ellos sin tener que pelear. Resucitar y tener una nueva vida pacífica y feliz, es una forma de despreciar el aciago destino que los dioses te depararon en la pasada vida. Es lo que he pensado en todo este rato. Lo siento, de física cuántica no sé nada.
—¿Qué sabes tú de la vida que hemos tenido? ¿Qué sabes tú de la impotencia de quienes nos atrevimos a desafiar a los dioses y vimos nuestras vidas arruinadas? ¡Terra, asesinado por su propio hermano! ¡Bolverk, muriendo sin siquiera ser recordado! La tierra de Casandra fue arrasada con la venia de los dioses y mi pueblo es atormentado por la pobreza hoy en día. ¿Qué sabes tú de todo eso, santa de Atenea?
—Mucho —contestó Shaula, siendo esta vez ella la que hacía retroceder a su oponente, todavía agarrando la lanza—. Los santos de Atenea luchamos contra los dioses, aun sabiendo que moriremos por ello, aunque solo nos espere una condena eterna. La paz por la que luchamos no es para nosotros, sino para el resto.
—Al final de vuestro camino no hay ninguna paz, ¡no tenéis valor para…! —a media frase, la exclamación se convirtió en un alarido de dolor. Cuatro Agujas Escarlata se clavaron en su cuerpo, generando en cada punto golpeado un terrible ardor. Pero no cayó de rodillas, porque de ese fuego se alimentaba como había bebido de la ira del rey Bolverk y de toda su corte. Sí, había furia en todos ellos, pudo percibirla en las pocas conversaciones que tuvieron, en lo que le dijeron y sobre todo en lo que no le decían, información de un pasado que mantenían enterrado y que el Flegetonte le otorgaba en forma de una viva emoción, más clara que las simples palabras. Y ahora, todo lo que sabía, se concentraba en su alma, avivándola de tal manera que el dolor físico ya no tenía ninguna importancia. De un movimiento, arrebató la lanza de las manos de una sorprendida santa de Escorpio y cortó su peto, debilitado por el Lamento de Cocito.
La energía resultante del ataque no se detuvo en golpear a la santa de Escorpio, sino que como una gran hoja del mismo color que la lanza de Crisaor partió en dos lo que quedaba de la isla y separó incluso el océano más allá, hasta el horizonte.
Deríades esperó a que su enmascarada oponente se repusiera, siendo ahora ella quien se tambaleaba. La sangre manaba a la altura de su vientre, manchando la falda y el suelo.
Ella rio, desconcertándolo.
—¿Qué te hace tanta gracia? ¿Has enloquecido?
—Ha sido un buen golpe, de verdad. Pero es decepcionante.
—¿Decepcionante?
En lugar de responder deprisa, la santa de Escorpio se levantó y pasó los dedos entre la grieta del manto zodiacal. Debía estar cerrando la herida, aunque eso no debía sustituir la sangre perdida en los últimos segundos.
—Solo usas tu lanza para atacar, ¿no tienes una técnica extra?
—Soy tan bueno con los puños como con la lanza, si a eso te refieres.
El sonido de los mares, ya unidos de nuevo, adentrándose en la isla y colmando el agujero que sustituía a su superficie ahogó la risa de la santa de Escorpio.
—¡No! Me refiero a una técnica como mi Aguja Escarlata —explicó Shaula—. Mi maestro, Hyoga, estaba empecinado en que aprendiera a congelar la materia, pero fui tan penosa en eso que tuvo que buscar al único santo de Atenea que conocía los fundamentos de la técnica insigne de Escorpio. Mi segundo maestro, podría decirse.
—Ahora eres tú la que dice sandeces.
—Hago tiempo mientras me recupero. ¿No hiciste tú lo mismo, antes?
—Eres más lista de lo que pareces.
—Lo tomaré como un cumplido.
—Pretendía serlo —afirmó Deríades, sacudiendo la cabeza—. Hubo una época, cuando mi nombre era Deríades de Hidaspes, en la que tenía poderes sobrenaturales. Ahora que no es el río de mi tierra el que me respalda, sino uno que desoye mis consejos y me exige quemar todo este mundo, prefiero luchar con los que tengo. ¿Qué necesidad tendría de usar alguna magia inesperada, cuando soy tan diestro en la lucha?
—Haz lo que quieras —dijo Shaula, encogiéndose de hombros—. Si se trata de quién golpea más fuerte, no hay modo de que yo pierda contra ti.
La intensidad del siguiente ataque obligó a Deríades a tomar la defensiva, pues en lugar de unas pocas Agujas Escarlata, incontables proyectiles lo atosigaron durante un largo minuto de asedio. Era como si la energía de aquella guerrera enmascarada fuera inagotable. La imaginaba manteniendo esa situación por horas, mientras aprovechaba el más mínimo instante en que la lanza se movía en la dirección equivocada para acertarle otra de aquellas Agujas Escarlata. El dolor no le preocupaba, pero sí las heridas abiertas, la sangre que perdería por ellas si dejaba pasar demasiado tiempo.
Tres aguijonazos más lo empujaron a tomar la decisión que llevaba ya un rato maquinando. Cerró los ojos, siendo el primero de los siete sentidos que abandonó, antes de hallarse solo con el alma que había vivido dos vidas y una eternidad en el infierno.
En ese lapso de tiempo, el puño de la santa de Escorpio llegó a un milímetro de su rostro, siendo un ataque ya imposible de esquivar, mucho menos de bloquear. Por eso, cuando la mano de Deríades soltó la lanza y agarró con fuerza el brazal de Escorpio, pulverizándolo y marcando a fuego la piel que este protegía, la sorpresa de su enmascarada oponente debió ser mayúscula. Él no lo sabía, no pensó demasiado en eso. Inmerso en el Octavo Sentido, más allá de las barreras del universo físico, se limitó a ganar la batalla lo más rápido posible. De un puñetazo con la mano libre, mandó a la santa de oro a volar hacia el otro extremo de la isla. La lanza seguía donde la había dejado, estática en el tiempo. La tomó y en el mismo instante la arrojó como una jabalina, acertando de pleno en el estómago de la santa de oro.
Deríades de Flegetonte ya estaba allí cuando Shaula cayó en la tierra, cerca del punto por el que el mar entraba al centro de la isla como una gran cascada. Esperaba ver a una guerrera orgullosa gritando de dolor y moviéndose desesperada al entender que la lanza que le atravesaba el vientre estaba también aferrada al suelo. Pero la guerrera enmascarada no había perdido los nervios, y mientras se deslizaba a través del arma, pisoteaba la roca para facilitarle tal tarea. Entonces, el Portador de la Ira se manifestó ante ella y ejecutó una de las técnicas que tanto quería ver: los dos brazos que tenía se convirtieron primero en cien y después un millar, todos los cuales golpearon con violencia a la persistente santa de oro. Esta quiso responder con su propio puño, tan solo logrando con ello ver sus huesos rotos tras un estallido de sangre y pedazos de metal congelado, la primera de las numerosas heridas que recibió.
El ataque terminó tras un mísero segundo, pero por cómo quedó la santa de Atenea, cualquiera diría que llevaba peleando horas contra todo un ejército. La mayor parte del manto de Escorpio había sido destruido y la marca ardiente de los puños quemaba la piel descubierta en los brazos y el vientre, sobre el cual se había abierto una vieja herida, por encima del punto atravesado por la lanza. La santa de Escorpio quiso decir algo, o acaso gritar de dolor sin más, pero solo pudo escupir sangre. También el rostro había recibido un puñetazo, y como consecuencia de ello, la barbilla y las mejillas de una chiquilla quedaban al aire, llenando a Deríades de pesar. ¿Qué estaba haciendo?
—Tu padre quería que fueras fuerte para sobrevivir —dijo el Portador de la Ira, de nuevo parte del mundo material. La presión que sobre su cuerpo había causado despertar el Octavo Sentido era tan dolorosa como los diez puntos de los que no paraba de sangrar. Estaba agotado—. ¿Es que te puso una máscara desde el día en que naciste? ¡No eres una mujer, sino una muchacha! ¡Una ninfa, por todos los dioses! La vida en paz de la que hablabas te correspondía por el mero hecho de haber nacido. Danzando y cantando con tus iguales, jugando con el corazón de los hombres mortales, ¡ese era tu destino y tu padre te condenó a morir en el campo de batalla de esos mismos hombres!
La santa de oro no respondió. En un ataque de inexplicable preocupación, Deríades tomó la mejilla de la joven, sintiendo todavía calor, vida en ella. Eso le provocó tanta alegría como dolor, porque se sabía en la obligación de rematarla.
—Tu padre es un monstruo, como yo —se lamentó—. Ahora entiendo la advertencia de Casandra, tú y yo debíamos combatir, porque tu técnica causa demasiado dolor antes de traer la muerte. El dolor lleva a la ira…
—La ira lleva al Lado Oscuro —susurró Shaula con una sonrisa. Ya deliraba.
—… Y la ira me alimenta. Eres fuerte, chiquilla, mas mi fuerza crecerá hasta el infinito de ser necesario. La furia de un hombre como yo es un fuego que nadie puede apagar.
Sin embargo, al tomar la lanza no hubo ni rastro de la rabia que lo avivaba hasta ese momento, sino una tristeza más profunda y oscura que el fondo marino. Aquella muchacha no era su hija, claro, pero en ese duro momento, lo parecía.
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A no mucha distancia de la escena, Casandra de Leteo hizo su aparición. Poco después, Sneyder llegó a la isla con más celeridad que nunca, sin duda pudiendo sentir el Lamento de Cocito que la Portadora del Olvido cargaba a cuestas.
—Mira, mira, mira —decía Casandra, sin mucho humor ahora para esquivar la Espada de Cristal. Sabía que al señalar a Shaula y Deríades, el santo de Acuario dejaría de atormentarla por un rato—. ¿Te sientes listo para ver cómo la parte en dos? ¡Oh, ha vomitado otra vez, pobrecita! ¿No vas a salvarla?
En un intento desesperado por salvarse, Shaula tomó con la mano sana la lanza de Crisaor, apenas logrando removerla en su vientre a costa de un mayor dolor.
Sneyder ni tan siquiera pestañeó.
—No es necesario.
—¿De nuevo prediciendo el futuro?
—Esto es el ahora.
Casandra suspiró. Habían regresado a la etapa de las frases parcas. Tendría que conformarse con ser espectadora de otra batalla más participativa.
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El lamento del general Deríades pronto dio paso a la sorpresa cuando se dio cuenta de que no podía mover la lanza, a pesar de que la santa de Escorpio ya había perdido el conocimiento. La ira empezó a dominarlo y sopesó la posibilidad de arrancar con violencia su preciada arma y dejar que aquella enemiga por la que se compadeció muriera desangrada, pero antes de dar el tirón, un golpe invisible lo empujó lejos.
Durante una mísera fracción de segundo, cuando todavía no terminaba de procesar que sus dedos se habían despegado de la lanza de Crisaor, Deríades sobrevoló toda Europa y el océano Atlántico, pasó a través del continente americano y del Pacífico hasta llegar a Asia, resistiendo apenas entonces la fuerza del golpe recibido. El peto escamado estaba agrietado y vertiendo sangre por su insólita vuelta al planeta, bañando incluso la tierra que fue su hogar antes de acabar allá donde había empezado el viaje.
Quiso reaccionar al ver a una Shaula de Escorpio más poderosa que nunca, con el cabello mecido por un viento que parecía ser tan parte de ella como lo era la tierra que pisaba. Sin embargo, el tiempo escaseaba y la impresión de ver que el cuerpo de su enemiga yacía a los pies de esa visión, entre las dos mitades de la lanza de Crisaor, lo distrajo de lo poco que pudo haber hecho para bloquear las cuatro Agujas Escarlata.
Jamás en la vida había recibido ataques tan virulentos. Aquellos finos proyectiles se enterraron en su cuerpo transmitiéndole el acostumbrado dolor, pero iban respaldados esta vez por un poder que no era humano, ¡el mundo entero potenciaba a aquella guerrera enmascarada, descendiente de las guardianas del bosque! Uno tras otro, los ataques reventaron por completo las escamas de Crisaor y buena parte del cuerpo del Portador de la Ira. Los brazos fueron despedazados y esparcidos por todo el lugar, la piel del pecho se abrió, liberando una cascada de sangre y pedazos de carne carbonizada. En ese penoso estado cayó a la tierra, donde rodó hasta quedar a la altura del cuerpo inconsciente de su oponente, sin entender lo que ocurría.
—Unidad de la Naturaleza. Yo también tengo una técnica que no deseo usar —dijo Shaula, o más bien, su alma, que había abandonado aquel cuerpo malherido para entrar en comunión con la Madre Tierra—. Mi objetivo no eres tú, sino Flegetonte. Libéralo.
—El… mundo… —dijo el dolorido Portador de la Ira, levantándose a duras penas.
—Yo soy el mundo ahora —afirmó Shaula—. ¿Crees que puedes quemarme?
Deríades de Flagetonte quedó conmocionado. No había odio en ella, sino una tranquilidad que no admitía cuestionamientos. No avanzó hacia él a aquella velocidad que supera a la de la luz, aunque era evidente que, aprovechando el ser un alma libre de toda atadura, había despertado el Octavo Sentido desde el primer golpe. Para Deríades, se sentía como si ella hubiese estado siempre enfrente suyo, que podría manifestar su secreto poder en el aire que respiraba y desgarrarle los pulmones.
Pero no usó ninguna técnica estrambótica, sino que dio la apropiada conclusión a aquella que aprendió años atrás, cuando se creía fracasada por no poder adaptarse a las enseñanzas de Hyoga de Cisne. Clavó su dedo, Antares, en el cuerpo de su oponente.
En ese mismo instante, mientras el dedo se retiraba y las quince estrellas de Escorpio brillaban sobre el cuerpo de Deríades, este fue desintegrado.
—Al fin apareces —dijo Shaula, viendo con los ojos del alma lo que recién se manifestaba ahora: una llama de notable intensidad que iba adoptando la forma de un hombre—. Flegetonte, dios de la cólera.
—Te equivocas —negó aquel ser de llamas conforme una armadura aparecía, delimitando su cuerpo ansioso por incinerar el mundo entero. El metal era una mezcla de tonos rojizos, propios de Flegetonte, pero la forma seguía siendo la de las escamas de un general marino, las de Crisaor—. Sigo siendo Deríades, Deríades de Flegetonte, Portador de la Ira. ¡El infierno no me someterá de nuevo!
—Por supuesto que no —dijo Shaula, apuntándole con el dedo extendido—. De eso he de encargarme yo, ¡Shaula de Escorpio!
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—¡Por fin se desata! ¡Ahora es cuando puede pelear contigo, santo de Acuario! —dijo Casandra, agarrando la guadaña con ambas manos—. ¡Cambio de parejas!
El semblante de Sneyder, imperturbable en toda aquella batalla, tuvo un leve cambio cuando el negro filo de Casandra terminó su corte vertical.
Porque el ataque, de algún modo, había herido el alma de Shaula de Escorpio.
Notas del autor:
Shadir. Pues por ahora parece que el calor es lo que toca. ¡Crucemos los dedos para que los capítulos del frente norteño no sean demasiado intensos!
Desde luego. Como pasa con Ikki, Kanon es la Rule of Cool encarnada.
Ulti_SG. Sí, trece años de experiencia con el ejército más tramposo del mundo han templado a nuestros héroes. El camarada Stalin estaría orgulloso de su paranoia.
Por el momento Aqua solo ha demostrado ser una santa de plata sobresaliente.
Por algún motivo que desconozco, Kurumada escribió a Ker como la diosa del destino. Este Ker andrógino está inspirado en las keres mitológicas, espíritus de la muerte violenta, que incluye la muerte en batalla. En su día me pareció una buena referencia para la Abominación de Flegetonte, que es el río de la cólera, y aunque me planteé cambiarle el nombre tras Origin para no confundir a la gente, al final no lo hice. Total, el principal villano de esta historia comparte nombre con el Barquero y no pasa nada.
Aprovecho para decir a todos los lectores que Origin no fue considerada en esta historia, ni en su borrador (pues este acabó antes que siquiera imagináramos que Origin ocurriría), ni en ninguna de sus posteriores fases de edición.
Para eso están los monstruos de la mitología, para ser vencidos por los héroes. ¿Y qué son los santos de Atenea, sino legatarios de los héroes?
